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Metamorfomagia


Amara Majlis
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Se sintió orgullosa, no pudo ocultarlo. Había logrado pasar la pequeña prueba que le había encomendado la Arcana y si bien no había sido gran cosa en comparación a lo que había visto hacer a Leah, sabía que era el comienzo para transformaciones más profundas en un futuro. Se puso en pie en cuanto le respondió la pregunta y le dio vueltas a los conocimientos que tenía de geografía, descubriendo que había muchos países que estaban pidiendo mano amiga.

Pero hubo algo que llamó su atención por encima de lo evidente, ¿la bondad era la moneda corriente de los Metamorfomagos? No estaba segura de si entraba en ese cuadro por completo y aunque sabía que no era del todo... mala, bien que tenía cosas que plantearse sobre la bondad. Sin embargo, el tiempo de pensar llegó a su fin tan pronto la mujer abrió un portal y las invitó a entrar, cosa que la entusiasmó en una medida bastante grande.

Hasta que llegaron al sitio y junto con ellas el eco de la voz de la Malfoy que se perdió de inmediato.

Aún su retorcido estómago por la aparición no se había asentado cuando sus pupilas dieron con la destrucción y una sombra inminente que cubría la ciudad, una sombra de pena y dolor. No sabía qué lugar podría ser, porque ningún lugar debía estar en ese estado, pero cuando volteó para ver a la Arcana lo supo, incluso antes de que dijera el nombre en un susurro. Era Siria, un país en guerra por las armas avanzadas de los Muggles. El estómago no se le arregló nunca y mucho menos cuando se dio cuenta de lo que debía hacer.

—Arcana Majlis no creo que... bueno, algo haré —se presionó el tabique con el índice y el pulgar, pensando.

¿Qué hacer en un momento así? El cabello. Claro, no era normal tenerlo azul en un lugar así. Inhaló hondo, trató de no escuchar el murmullo de los militares acercándose y empezó con el mismo proceso que había realizado en clase. Pero lo curioso fue que no se le hizo complicado, ni siquiera tuvo que poner mucho esfuerzo. Se vio en un espejo, pintó el cabello de su reflejo y cuando abrió los ojos, tenía el cabello de un negro tan intenso que se le hizo extraño, al igual que las cejas que no podía verse. Un chasquido fue suficiente para cambiar su ropa.

Los escuchaba más cerca. Se concentró otra vez y aunque quiso hacerlo fácil, empezó a sudar muy pronto. No encontraba la forma de hacerse pequeña. Trató con todas sus fuerzas, se frustró e incluso gruñó un poco debido al dolor de cabeza, pero no fue sino hasta que apretó los puños y soltó toda su magia, que no sintió cómo dejaba de ser tan alta como antes. Pero el rostro no pudo cambiarlo, sólo logró cubrirse la cara con un trozo de tela ajado y sucio que pertenecía a su atuendo, también descuidado, a modo de manto musulmán. Estaba más que sudada cuando un grupo de hombres vestidos para la guerra arribó hasta donde estaban.

Estaban aireados y gritaban cosas, a ellas, entre ellos, sobre otras personas. Pero no podía entender y si hubiera entendido el idioma, sinceramente habría seguido sin enlazar las palabras hasta formar oraciones con sentido. Estaba nerviosa y si le quitaban por encima el manto, se darían cuenta de que su cara no era precisamente la que tendría una niña. Y ya era bastante con los ojos, que siguieron azules hasta que uno de ellos la miró demasiado y ella, aprovechando un pequeño descuido, los cambió hasta dejarlos oscuros como los de él.

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Tauro lo estaba intentando y eso nadie podía reprochárselo más el tiempo les jugaba en contra. Aquel enorme vehículo se apeó junto a ellas un instante después de que Majlis se hubiese interpuesto entre aquel grupo de hombres armados y la no tan pequeña niña polvorienta de ojos azules, —Los Dioses sean misericordiosos— pensó, también sudaba más debajo del tocado no se le notaba demasiado, además en aquel País hacía un calor que rajaba la tierra y hasta los soldados tenían la frente perlada por los fuertes rayos de sol a los que estaban expuestos constantemente. Por un momento creyó que Lavigne no estaba aun preparada para la clase de prueba a la que le había empujado pero le bastó mirarle de soslayo para sonreír por dentro.

 

—Señores mi hermana y yo vamos rumbo al hospital junto con los heridos.

 

Había pronunciado con un acento envidiable que no dejaba réplica a duda haciéndose a un lado para que los morenos contemplasen ligeramente a su alumna, ¿dónde estaba Mía?, quizás se había escondido, podría ser diestra en el arte de cambiar la piel pero el temor así como la ansiedad podían jugar en contra de hasta el más sabio ser. Una segunda alarma increpó los pequeños cabellos de su nuca bajo la tela, le faltaba una tercer alumna, la niña Malfoy, ¿es que no había sido solo una ilusión el hecho de que le diera la espalda?.

 

"Tonta" se dijo, "Has sido muy dura con ella" se reprendió, Amara era conocida por ser la más dulce de todos los Arcanos, más a Gatiux le había mostrado una faceta de ella que solía mantener oculta desde que tenía memoria.

 

Los hombres reflejaron lujuria en sus miradas oscuras y ambarinas cuando divisaron la figura de Tauro pero no hicieron más que insultar por hacerles perder el tiempo y recordarles que las mujeres no podían andar solas por ahí, ¡Esto es guerra, señoritas!, les había dicho uno antes de poner en marcha el Jeep y desaparecer dejando tras de sí una densa nube de polvo amarillento que le llenó los pulmones y la hizo toser. —Será mejor que nos apresuremos, ven.

 

Con un movimiento de la zurda la mujer mayor le invitó a agilizar el paso señalando a su vez el cielo, sobre sus cabezas era tan azul que costaba creer lo terrible que era estar allí en la tierra más los aviones surcaban esos cielos y le hacían temblar, eran aviones con banderas extranjeras que amenazaban con hacer temblar el suelo y desaparecer las edificaciones con tan solo presionar un botón rojo frente a sus narices, tenían que llegar al hospital.

 

Y eso hicieron poco más de una hora después, los mechones azabache de Amara se le habían pegado a la frente y tenía el rostro empapado así como los labios resquebrajados pero por fin habían llegado. La tienda era tan grande como un verdadero hospital pero sus paredes eran completamente de tela blanca manchada por el polvo y la sangre, fuera corrían perros salvajes peleándose por un hueso que alguno había desenterrado y otro le había robado, el murmullo provenía del interior y donde los pliegues se unían y bailaban al son de la brisa cálida una mujer con rostro solidario y esperanzador las recibió.

 

—Bienvenidas sean, por favor pasen, de seguro están sedientas— Espetó permitiendo que admirasen la tienda.

 

Allí el suelo era de tierra y no había más luz que la de unos pocos focos pendientes en cada pico interno del techo, un único pasillo se abría paso hasta el final —un final que no se podía divisar— y a cada lado había un raudal de camas, una pegada junto a la otra con personas heridas, personas descansando, madres parturientas y convalecientes. Pero por otro lado también había niños corriendo entre sus piernas, debajo de las camas, entrando y saliendo de la tienda, niños que jugaban y reían sintiéndose protegidos por aquellas almas nobles que les brindaban servicio como la propia Amara había ido a hacer.

 

Rápidamente le enseñó el pergamino lacrado a la muchacha de cabellos castaños con acento americano y ésta abrió los ojos como platos y enmudeció, no todos estaban acostumbrados a ver magos aunque supieran de su existencia y grupos organizados como la cruz roja tenían el apoyo incondicional de muchos entes mágicos.

 

—Oh, señora. Me alegra tanto poder recibirla, hemos estado muy atareados, casi no contamos con los suministros necesarios para tantos heridos.

 

La voz casi se le quebró pero resultó ser más fuerte de lo que aparentaba mientras no dejaba de caminar, más adelante la enorme tienda parecía irse dividiendo con más telas improvisadas que pendían del techo casi cosidas, por cada sección que atravesaban las heridas de quienes yacían en las camillas iban empeorando hasta casi revolver el estómago de la imponente arcano, no quería imaginar cómo podía estar Tauro aunque trataba de echarle un vistazo de vez en vez, ¿Dónde estaba Mía?, eso también la inquietaba, quizás seguía sus pasos desde lejos y no lograba verla aunque quien más le preocupaba era Gatiux.

 

—Tranquila, danos un momento a solas y veremos qué podemos hacer por éstas personas.

 

Majlis fue dulce cuando la despidió y la mujer no objetó marchándose de inmediato, se podría decir que complacida. Fue entonces que sus enormes ojos verdes se fijaron en la muchacha que tenía junto, estudiaron su rostro y trataron de colarse entre sus pensamientos aunque aquello pareciera excesivo, necesitaba saber que contaba con su colaboración.

 

—Ésta es la crueldad del hombre, Tauro y algo en mi interior me dice que la conoces muy bien. Por años tras cada restallido de la guerra muchos magos poderosos han sido reclutados para ayudar en el frente más los Metamorfomagos tenían una misión mucho más arriesgada y noble, curar a sus heridos.

 

Amara vio a un niño pequeño que sollozaba junto al pecho de su madre, ésta se encontraba pálida y tenía sangre seca en los labios, al parecer una herida de bala le había dado en una pierna justo donde la arteria principal pasaba y la operación le había hecho perder demasiada sangre más había sido óptima. Sin embargo las condiciones de su alrededor habían provocado una especie de infección en la zona de los puntos y el pus supuraba amarillento y burbujeante de la pantorrilla, las fiebres aquejaban a la joven mujer y ésta parecía delirar presa de unas pesadillas continuas.

 

El niño por su parte, piel cobriza, ojos color avellana, nariz respingada y labios gruesos tenía un pequeño corte en la mejilla el cual la arcano tomó como ejemplo práctico. Con una dulce caricia y palabras serenas se acercó a él, lo llamó y le pidió que le dijese cómo se llamaba, luego rozó el fino corte que llegaba hasta el pómulo y cerró los ojos unos cuatro segundos, el corte fue desapareciendo lentamente como si la mujer lo pincelara de color cobrizo hasta que no hubo rastro alguno, sonrió al pequeño y se volvió hacia su alumna.

 

—¿Estás segura de querer tomar ésta habilidad, Tauro Lavigne?— Aquella era la primera de las tres preguntas, —He de dejarte unos momentos a solas para que lo pienses.

 

No dio tiempo a respuesta sino que sin más abrió el haz de la noche en medio de la tienda y desapareció, para las féminas podrían haber sido horas pero para Amara no fue más que un simple parpadeo. De un momento a otro se encontraba detrás de Gatiux con la solemnidad irradiando en su rostro, regresaba a tener la misma apariencia de siempre, cabello rubio y brillante, ojos azules, solo el ropaje era oscuro y apagado. Miró a la joven por la espalda y carraspeó.

 

—Gatiux Malfoy, ¿estás segura de querer tomar ésta habilidad?— aquel era un eco de sus palabras y ante la respuesta tomó a la susodicha con cautela para juntas atravesar el haz de la noche de regreso a Siria, sería mejor que Malfoy se adecuase o comenzaría a llamar la atención. Por su parte, Amara cambiaba con tanta facilidad que podría jugar a ser más de una persona dentro de un mismo cuarto despistando a todos.

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Después de un rato mirando por la ventana de la cabaña y recorriendo sus inmediaciones, Gatiux supo que no iban a volver pronto. O tal vez sí y sólo estaban probando su paciencia. Se sentó en el suelo frente a la cabaña de la Arcana y sacó de su mochila mágica algo que le gustaba denominar “alpiste para pájaros”. Mientras comía la barrita energética con desgana, pensó en el equilibrio mental de las personas, en especial de los Arcanos, y si pasar tiempo fuera del lugar natal los volvía huraños o agresivos, después de todo los consideraban extranjeros sin mucho potencial. Un pensamiento en común que compartían con los Guerreros Uzza.

Como Gatiux no tenía más que hacer hasta que la Arcana de Metamorfomagia volviese, se sentó en posición arrodillada y cerró los ojos, dejándose llevar por la meditación que había perfeccionado meses atrás con Akku. Dejando la mente en blanco para escuchar los latidos de su propio corazón, sintiendo la respiración fluyendo de forma suave y constante. No le llevó mucho tiempo alcanzar el modo zen. Y por eso mismo no tuvo la certeza de cuanto tiempo había pasado desde que entró en meditación hasta que la Arcana volvió, allí el cielo estaba encantado y la posición del sol no podía tomarse como guía.

- Gatiux Malfoy, ¿estás segura de querer tomar ésta habilidad?

Una voz a su espalda, la Arcana, y un asentimiento por su parte mientras abría los ojos y se ponía en pie. Majlis tomó a Gatiux por el brazo para atravesar juntas el portal. No tenía ni idea de a dónde iban a parar, pero si que le cambiaría en cierto modo, igual que había sucedido con la animagia. Era la misma de antes pero al mismo tiempo no, pequeños cambios indetectables para todo aquel que no pasara demasiado tiempo con Gatiux.

Un hospital de campaña. Esos sitios olían de forma típica, a muerte y a terror. Los ojos de personas que miraban a la nada cuando ya habían visto demasiado. Mucho sufrimiento. Rostros endurecidos por la desesperanza, como cuando se cree que no existe nada bueno en el mundo. Resignación a la miseria a la que se veían obligados a vivir por culpa de otros. Gente inocente que padecía por una lucha en la que no querían tener parte. La cara de miedo de niños que no entendían lo que sucedía.

Ya sabía lo que era tratar con muertos, moribundos y heridos. Había trabajado durante años pasados en San Mungo, vio de todo en el Hospital Mágico y fuera del mismo cuando solicitaban la ayuda de éste. Gracias a su trabajo como sanadora había descubierto una cualidad filantrópica que desconocía poseer hasta aquel momento, o que quizás aprendió. Aquellos años le ayudaron a profundizar con el sufrimiento humano y el tratar de ayudar al prójimo cuando éste se encontraba en una situación de necesidad.

Ese lado altruista de la banshee era poco conocido en la comunidad mágica. La mayoría de los magos preferían dejarse llevar por los prejuicios que tenían en contra de la familia Malfoy o el odio que sentían hacia su padre, el desaparecido Ministro de Magia, y ni siquiera se molestaban en profundizar más allá. Sólo se fijaban en el llamativo envoltorio.

Y ella llamaba la atención como un faro en mitad de la noche. Piel morena, ojos amarillos, pelo violeta y una figura muy sensual. Lo sabía. Y también sabía que no debía llamar la atención en un lugar como aquel. Tal vez la Arcana lo hiciese para ver sus habilidades de cambio, pero Gatiux tenía un problema con la Metamorfomagia, uno que esperaba solucionar antes de que la Arcana decidiera ponerla en mitad de una situación peliaguda. Sin embargo las cosas no acaecen siempre como uno desea.

Se acercó hasta Amara para hablar en susurros con la misma.

- Arcana yo... tengo problemas con la metamorfomagia. Hace algunos meses me... me desconecté. -no sabía muy bien como explicarle la situación- Esperaba que usted me ayudase a encontrar el camino hacia el poder. Se que está ahí dentro, pero también es como si el cable que me unía al mismo se hubiera roto. No recuerdo cómo era el cambio, y por eso acudí a la cabaña. Buscaba su guía. Y aquí... llamo mucho la atención así.

Gatiux comenzó entonces a trenzar su larga cabellera violeta para acabar haciendo un moño bajo. Después se descolgó un asa de la mochila para buscar en la misma un pañuelo, en realidad se trataba de un fular para abrigar el cuello que dobló con pericia para colocar sobre su cabeza a modo de hiyab. Los rostros morenos y las facciones de los enfermos le decían que estaban en un país musulmán, por que no sería mal visto que una mujer llevase pañuelo en vez de un color estrafalario teñido en el pelo. Serviría mientras la Arcana le ayudaba con el cambio.

Echó un vistazo a su alrededor. Algunos enfermos se veían peor que otros pero no parecía que nadie se hubiera molestado en clasificarlos por gravedad o necesidad de atención. Tal vez faltasen manos o alguien que supiera trabajar en ese ámbito. La Malfoy tomó nota mental. Lo que sí estaba bien era el hecho de ordenarlos en hileras para poder pasar entre las camas. Se volvió hacia la chica de cabello negro que se encontraba en el lugar también observándolo todo, Taurogirl tenía otro color de pelo pero el mismo rostro de siempre.

- Necesitamos clasificar a los heridos por orden de gravedad que representen las heridas. -dijo Gatiux en un tono resuelto a Tauro- Tenemos que saber de aquellos que precisan atención más inmediata. ¿Te has traído tu amuleto de curación? Con él podremos curar miembros gangrenados sin necesidad de amputación.

De la mochila sacó unos folios, un par de bolígrafos y se los tendió a la Líder Mortífaga.

- Debemos pasar cama por cama y ver qué es lo que hay, apuntarlo y luego reunirnos para ver quienes son los que están peor, qué clase de heridas tienen, si sólo están desnutridos, buscando consuelo o un lugar donde quedarse. -señaló una fila- Yo empezaré por allí. Hay que apartar a los sanos de los realmente enfermos para evitar el contagio. La gente va a llorar y sollozar cuando nos vea, hay que intentar ser amables, tranquilizarlos en la medida de lo posible pero evitar que te entretengan durante mucho tiempo para que puedas visitar al resto.

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Tauro no respiró ni una vez, ni siquiera cuando los hombres empezaron a subirse otra vez a su artefacto muggle de transporte. Un movimiento en falso bastaría para que notaran que su cuerpo seguía teniendo las medidas regular de una mujer, no las de una niña. Y aunque confiaba en la Arcana y en su anatomía como capa, tenía el presentimiento de que algo podía salir mal en cualquier momento. Cuando inhaló por fin, tosió el polvo que el auto dejaba atrás y casi sonrió. Casi. Tenían todo un camino por delante y las palabras del soldado no le habían pasado por alto "Esto es una guerra".

Había tenido la escasa, por no decir nula, suerte de ver clases con Runihura, Uzza del libro de las Auras, así que había tenido práctica en correr por el desierto y por primera vez le dio las gracias a la mujer, aunque fuera en su cabeza. Amara corría mucho, tanto como ella, así que no pararon más que para tomar un respiro o esconderse de otros autos, grupos de soldados o salir del campo de visión de los aviones extranjeros. La peli-azul, con su extraña apariencia y su desorientado temor nuevo, no podía evitar mirar a los lados. La destrucción era masiva y cada tanto veía a un hombre, una mujer o un niño escondido entre los escombros. Esperando.

No quería saber qué esperaban.

Así que cuando llegaron a la tienda, más allá de sorprenderse por ella, estaba claramente afectada. Y muy cansada como para admitirlo. Al igual que Majlis, el cabello se le pegaba al rostro y sentía cada inhalación como si estuviera respirando vapor proveniente de una olla hirviendo, cosa que no estaba muy lejana de la realidad. Y no mejoró en absoluto cuando entró. Tauro era una mujer fuerte, que normalmente reservaba sus emociones para sí misma y su esposa, pero no se podía decir que no tenía corazón; aquellas personas eran Muggles, pero más allá de librar una batalla de poder estaban librando una batalla por sobrevivir. Y podrían merecer lo que vivían, por su mentalidad reducida y sus métodos anticuados para resolver las cosas. Pero no dejaba de ser impresionante.

Se quedó pensativa tras la pregunta de la Arcana, con los ojos fijos en el niño que acababa de curar. Su mente se había saltado la parte de la doctora, la conversación y el llanto que estaba ambientando la escena, solo para fijarse en ese niño. Sintió cómo se le revolvía el estómago entonces, al recordar la visión que había tenido con Sajag. Como por acto de reflejo, acarició su propio viente por un segundo y luego se giró, incapaz de seguir presenciando tanta miseria.

Y, por supuesto, no había sido consciente de la desaparición de Mía o Gatiux. Habían sido demasiadas emociones juntas como para darse cuenta de que ambas faltaban, por lo que al ver a Malfoy alzó ambas cejas con preocupación y miró a los lados, en busca de Mía. No había rastros de ella, aunque recordaba haberla visto llegar junto a las demás. El paradero de la bruja era importante por cuestiones políticas, la muerte de un mago inglés en territorio sirio probablemente desataría un estallido de opiniones contra la comunidad mágica de dicho país y bueno, no es que quisiera a un Mago Oscuro caído por culpa de una bomba muggle. Llevó una mano a su cabeza, pensando y asintió ante sus indicaciones; aún tenía el temple de un Sanador.

—Traeré a los peores, es vital atenderlos primero. Tengo todo lo necesario —aseguró a Gatiux, , mirando a la Arcana posteriormente—. Sí, estoy preparada.

Dio media vuelta, pasando de largo por la hilera de camillas hacia los heridos que más lloraban y que peor olían. Efectivamente, gritaron y lloraron al verla, pensando que era su hora de partir. Pero en el camino Tauro regresó a su apariencia normal, con su larga melena azul y su rostro adulto, con una expresión de pasiva neutralidad. Así que cuando les hablaba se calmaban, no veían tragedia en su rostro y por un segundo, tenían algo de esperanza. Después de varios minutos, ella y Gatiux tenían un grupo bastante poblado de heridos qué atender. Lista para el trabajo, mostró el amuleto de curación a su compañera y esperó indicaciones.

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La muerte y la desesperación, aunque no sean del todo desconocidas, nunca son plato de buen gusto. A ambas les gusta bailar lento, con una cadencia agónica, y son expertas en ello. Les gusta jugar con la esperanza humana y sumergirla en un pozo negro de dolor. Da igual desde el punto de vista del que mires, no mejora con el paso del tiempo ni se hace más llevadero. Además la muerte es facilmente localizable por el olor que despide sobre los que se cierne.

 

Pese a estar familiarizada con la muerte y haber bailado con ella, para Gatiux estar allí no era agradable. La guerra había exterminado la esperanza de la mayoría que estaban allí dentro, tendrían que comenzar de cero sin nada y lo único que podían hacer por aquellas pobres almas era aliviar un poco el dolor físico. A veces salvar una vida era un precio alto a pagar por aquellos que se quedan en ella, algunos prefieren que todo acabe lo más rápido posible pero son demasiado cobardes como para hacerlo por sí mismos, ¿quienes eran ellas para dejarlos morir? Una misma persona nunca podía ser juez, jurado y verdugo al mismo tiempo, o no debería.

 

La Malfoy paseó entre las camillas, tomando notas y comprobando heridas poniéndose unos guantes de látex. Algunas presentaban signos de putrefacción evidente, otras aunque mal suturadas parecían que aguantarían si se vigilaban. La gente que no estaba tan mal como para permanecer en sus camillas se dirigía a la banshee en un idioma que ésta no comprendía, lleno de sonidos guturales. Pese a que no entendía, se imaginaba la indignación, que preguntaban por más medicación o por algún familiar al que no habían visto y debía estar por allí. Ella negaba con la cabeza. Y seguía adelante, ignorando ruegos que no comprendía. Podía deducir mucho con las constantes vitales, pero no de alguien que le suplicaba en otro idioma.

 

-No... hablar... tu... idioma... -lo acompañaba de gestos, señalando a una enfermera nativa- Ve... con... ella...

 

El color ceniciento de los que han perdido mucha sangre pero se aferran a la vida con la poca fuerza que les queda. Esos olían a muerte y a óxido ferroso. Y te miran con aceptación en el rostro, esperando que acortes sus últimos minutos agónicos. Por ellos los muggles no pudieron hacer nada, más que dejarlos en una cama a la espera de la parca. No es como si ellos tuviesen una solución alquímica que restaurase la sangre de un organismo como por arte de magia. Gatiux tomó nota de todos ellos con rapidez y eficacia, sabía esquivar a las mujeres sollozantes que se daban por vencidas enseguida si no se les prestaba atención. Era inútil ponerse a gritar en idiomas que no entendería ninguna de las dos partes.

 

Al regresar al punto de partida Tauro había cumplido con su parte, recorriendo y apuntando lo que había visto en un informe bastante bueno para alguien que nunca se había dedicado a ello. Gatiux comparó las dos listas mientras calculaba quienes deberían ser atendidos de forma más inmediata y si ahorrarían tiempo si iban juntas a atender algunos casos. Era como si la Malfoy hubiera entrado en una especie de trance y se olvidara de la Arcana, proponiéndose a sí misma salvar cuantas vidas fueran posibles.

 

- Los que peor lo tienen son los que se están muriendo por la pérdida de sangre. Esos tenemos que atenderlos juntas para ahorrar tiempo y mientras una le da una poción reabastecedora de sangre la otra tendrá que ocuparse de cerrar las heridas con Episkey. Vamos a atender a todos los que están de color ceniza primero. -dijo Gatiux en tono monocorde, cuando trabajaba no dejaba que las emociones interfiriesen- Los siguientes son los que tienen miembros gangrenados o putrefactos, en esos vamos a usar los amuletos de la curación. Asegúrate que no vean tus manos o el amuleto brillar, tápalas con una sábana. A los que tienen quemaduras de grado alto le echaremos un plasma de remedio contra las quemaduras. Dejas que la pasta se fije y después de un rato la retiras. Mmmm, ¿sabes sacar balas o metralla? Bueno, no importa, a estos los dejaremos para lo último, yo saco y suturo y tu curas.

 

De la mochila sacó un maletín ordenadísimo con todo etiquetado, señalándole a Tauro lo que debía tomar de allí, la poción reabastecedora, la pasta naranja para las quemaduras. Llevarían el maletín con ellas, también tenía en el mismo vendas, guantes de látex y todo tipo de artilugios médicos para salir airosa de cualquier situación posible. Le señaló a la Líder Mortífaga el primer enfermo que atenderían ambas, esperando que la otra no se bloquease por la situación.

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Amara sonrió de lado ante la respuesta de su alumna y la rápida apreciación de la misma respecto al escenario que la rodeaba, un cambio brusco para haber estado en la paz de El Cairo una tarde de sol. Luego llegó la tan ansiada explicación de Gatiux sobre el por qué estaba presente en su morada justo al comenzar la clase y se limitó a asentir, era verdad que muchos perdían la conexión con su don interior pero le bastó colocar una mano en la tela que ocultaba el cabello violáceo de la mujer para oscurecerlo y sentir en la yema de los dedos que la pequeña chispa seguía allí, en algún sitio oscuro y olvidado.

 

—Descuida joven Malfoy, es normal que en ocasiones muchos magos y brujas rompan de manera inconsciente el vínculo con su habilidad de cuna por no ponerla en práctica o simplemente por no realizar actos cotidianos relacionados con la misma, en éste caso la más pura solidaridad.

 

Señaló a su alrededor abriendo ambos brazos cual alas desplegadas para emprender vuelo y se movió lentamente abarcando toda la zona de heridos y convalecientes, —Estás en el lugar correcto— agregó viéndola hacer y deshacer a su antojo, la gente se lo agradecía en su propia lengua entre lágrimas y sollozos ahogados pero aquella no era completamente la lección que quería darles a sus alumnas siendo que había perdido a Mía de vista.

 

Con una fémina a cada lado de la improvisada carpa le fue sencillo hacer distinción al momento de hablar, Tauro se mostraba —aunque tímida— más predispuesta a aceptar cualquier crítica que la arcano le diese, en cambio Gatiux desde el instante cero dejó en claro todo lo contrario. Entonces caminó hasta Lavigne quien se encontraba de cara a una mujer con la mitad del cuerpo quemado, obra de una bomba casera, quien aullaba de dolor; la herida se notaba horrible, la carne estaba negruzca y por donde las ampollas se habían reventado supuraba líquido amarillento, si aquello comenzaba a desprender un olor significativo sería el fin de la extremidad.

 

—Tauro, ¿recuerdas cómo lograste regresar el mechón de tu cabello a la normalidad en la cabaña?— Le preguntó en voz baja mirando a la mujer quemada, —Quiero que hagas lo mismo con ella ahora mismo. Quiero que tomes su mano con fuerza, que confíes en ti y que la visualices sin una sola herida, ¿crees poder hacerlo?.

 

Esperaba que estuviera dispuesta, caso contrario con mucha paciencia le daría una demostración; a su espalda oía la voz de Gatiux con el resto de los pacientes pero la necesitaba allí, se giró levemente y con tono claro la llamó, muchos ojos voltearon en su dirección más Majlis tenía los ojos verdes fijos en la fémina a quien aguardaba pacientemente al otro lado de las camillas hospitalarias. —Ven, acércate, quiero que veas lo que Tauro intentará hacer y que lo imites con aquel niño de allí, el que tiene la herida en la cabeza.

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—Sí, lo he hecho —respondió a Gatiux con respecto a la metralla, puesto que lo había tenido que hacer en Nigromancia, pero asintió obediente cuando dijo que ella se ocuparía; no había sido una experiencia agradable—. Bien, empecemos.

Como una flecha, Tauro se dirigió al paciente que Gatiux había señalado mientras se hacía con un par de guantes. El muggle parecía a punto de desmayarse, si es que no estaba alucinando, pero no le prestó atención. Haber trabajado con muertos le dejaba una sensación igual a la de Gatiux cuando entraba en modo Sanador. No iba a ponerse sentimental en ese momento, porque tenía una misión. Tomó la poción reabastecedora de sangre y ayudó al hombre a abrir la boca, justo antes de verter por su garganta el brebaje rojizo.

Terminó y le hizo una seña a Gatiux, para que comenzara con los Episkeys. Sin demorarse, caminó hasta que llegó a uno de los gangrenados. No era precisamente agradable de ver. Por suerte, enfocar su atención en algo diferente a sus manos era lo menos complicado. La líder mortífaga dominaba los idiomas y aunque su dominio del árabe era bastante tosco, rudo a pesar de que hablaba en inglés, era capaz de hacerse entender. Por lo que empezó a contar una historia a su malherido oyente, que la miraba con los ojos muy abiertos sin percatarse de la forma en que el amuleto de curación brillaba en su palma, junto a una pierna que podía darse por perdida.

Cuando acabó, la pierna sólo estaba un poco amoratada. Sacó la varita de su bolsillo, la que disfrazó con un pequeño hechizo rápido e inservible que la hacía parecer un bolígrafo y murmuró un Episkey, que terminó de arreglar el daño. En otras ocasiones tuvo que palpar la zona del daño, para ver si había metralla en el interior y cuando lo había, simplemente avisaba a Gatiux para que se encargara. En otras había tenido que revivir al paciente, aplicando una curación más veloz de lo normal.

El calor no ayudaba a su cuerpo. Se sentía un poco descolocada y algo deshidratada después de tener demasiado tiempo moviéndose de un lado a otro en semejante temperaturas. Siendo un demonio, se sentía más pesada de lo normal con un clima así, pero eso no detuvo sus acciones. De vez en cuando hacía una pregunta a Gatiux, sobre quemaduras o cortadas tan profundas como las que tenían algunas, porque no sabía si debía hacer algo más que aplicar el ungüento y ya. Sin embargo, se manejó bastante bien con todos los pacientes.

—Me pregunto cuántos están en esta condición, fuera de un hospital —comentó entonces, al aire, sin esperar una respuesta.

Debían ser miles. Millones, tal vez.

Y era horrible.

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La Arcana había tocado la cabeza de Gatiux, oscureciendo su cabello por arte de magia, pero de eso no se enteraría la banshee hasta mucho después. En aquel lugar no abundaban los espejos y además el hiyab sólo dejaba al descubierto el óvalo de su rostro. Sabía que algunas personas de religión musulmana se sentían mejor en presencia de alguien que usara esa prenda, aunque fuese por respeto en deferencia hacia ellos, por lo que no había dudado en cubrirse.

 

Asintió cuando la Arcana le dijo que a veces si no se ponía en práctica se acababa perdiendo la conexión. Tenía sentido, se había acomodado tanto en su aspecto actual que dejó de utilizar su habilidad de metamorfomaga, quedando en un indefinido letargo. Cuando era más joven solía bajar a desayunar cada día con un aspecto diferente sólo para ver que familiar era el primero en preguntar de quien era invitada. Con la edad dejó aquel tipo de juegos y también de bajar a desayunar en compañía. Sólo mostraba la habilidad a amigos cercanos. Y con el paso de los años ni eso. Aunque no comprendía como ayudar a gente moribunda iba a resolver su problema.

 

Se encogió ligeramente de hombros y siguió trabajando, concentrando sus energías en ayudar a aquellos que estaban más graves. Tal vez en el camino encontrase sentido a las palabras de la sabia cambiaformas. O tal vez no, pero sus manos y conocimientos podían ser muy útiles en aquel hospital de campaña. Sin embargo esperaba fervientemente que lo suyo tuviese solución, pensaba dar lo mejor de sí misma para lograrlo. Estaba deseosa de reconectarse y aprender a controlarlo. También por adquirir conocimiento con alguien que sabía tanto de magia.

 

Pero Gatiux no creía caerle especialmente bien a la Arcana, aunque estuviese poniendo toda la carne en el asador en aquella misión que les había encomendado. Desde que se encontraron sólo había visto un gesto de ceño fruncido en el rostro de la mujer. Aceptaría de buen grado críticas si eso supusiera avanzar hacia la solución, pero no percibía interés por parte de la Arcana por mostrarle el camino de vuelta. Tal vez sólo estuviese atareada con sus problemas para prestarle la suficiente atención, pero creía que le prestaba más interés a Tauro. Estaba ayudando a la Líder Mortífaga con el cambio, guiándola por la senda mientras que ella sólo servía para lanzar unos pocos episkeys.

 

Gatiux miró la imposición de manos que hacía Tauro por órden de la Arcana. Sanar una herida así se había vuelto algo cotidiano desde que el año pasado decidiera aprender por primera vez con los Uzza. Consideraba aquella sanación uno de los mejores poderes que se podían conseguir, aunque su uso frecuente dejaba al mago sanador debilitado. Por suerte podían beber unas cuantas herbovitalizantes antes de caer rendidas sin poder hacer nada más. Le tendió una a Tauro para que la bebiera cuando creyese conveniente.

 

Por orden de Amara fue hasta el niño que le había señalado. El pobre chiquillo parecía en estado de shock, con los ojos muy abiertos y el rostro sucio se había quedado mirando a la nada sin lágrimas que derramar. Seguramente ya había llorado hasta el hartazgo y no quedaba nada, tampoco fuerza en los pulmones. Tenía una herida en la cabeza bastante seria. Se la habían tapado con vendas para que no se desangrara, pero la herida era profunda y tenía alojada un par de cristales dentro.

 

Tomó una banqueta cercana y se sentó al lado del crío, cantando una cancioncilla infantil a un ritmo pausado en un intento de tranquilizar al niño con su voz. No entendería su idioma, pero la intención estaba ahí. Tomó una bandeja metálica y dejó diferentes utensilios en la misma. Se puso sobre el pañuelo a la altura de la frente un invento de los doctores muggles que usaban para alumbrarse. Después, tras ponerse los guantes, tomó unas pinzas largas y con mucho cuidado y pulso se dispuso a sacar los cristales. La sangre de la herida comenzó a salir hacia el exterior, los cristales habían detenido momentáneamente su flujo. No dejó que la visión de la sangre la incomodara en lo más mínimo. Cuando se aseguró de que no quedaba nada dentro de la piel, tumbó al niño sobre la cama, poniendo al mismo tiempo las manos sobre la cabeza del chiquillo.

 

El colgante que estaba dentro de la camiseta deportiva de Gatiux brilló por unos instantes, por suerte lo tenía escondido en el canalillo como para que nadie pudiese observar lo antinatural de todo aquello, la magia que estaba obrando. La herida se fue cerrando con rapidez, dejando la piel sin cicatriz alguna, como si nunca hubiese existido. Le dio un cuatro de reabastecedora de sangre y otro poco de hervobitalizante. Después se quitó los guantes, sacó unas pocas galletas de chocolate y le tendió una al niño, que sonrió descolocado al ver el manjar. Le pellizcó suavemente uno de los mofletes antes de marcharse de su lado, lista para atender a otro paciente.

 

Tenía calor, y empezaba a acusar cierto cansancio. Se abanicó con uno de los folios que estaba usando para tomar notas de los enfermos. Lo malo de los hospitales de campaña era que siempre había algo que hacer, llegaba gente nueva o nuevos problemas que de los que ocuparse. Gatiux siguió atendiendo a quemados, ayudando a Tauro cuando ésta lo solicitaba o respondiendo a las preguntas médicas que le surgían a su compañera.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Salió de su triste ensoñación quizás demasiado tarde, cuando la Arcana ya la miraba con cierta preocupación. Le había pedido algo y ella había pasado casi por completo, pensando en todas las cosas horribles que había visto en las últimas horas. Sin embargo asintió, sabiendo lo que debía hacer, recordando lo que había hecho consigo misma cuando habían estado en el Ateneo, cuando no le había pasado nunca por la cabeza el viajar a otro sitio a curar enfermos; en ese momento no parecía tan imposible como había parecido entonces.

Aproximó sus pasos a la mujer con lentitud, ignorando sus gritos de dolor tanto como ella ignoraba su presencia. Las quemaduras la estaban atormentando, le impedían pensar más allá de lo que estaba sufriendo y por el timbre de sus alaridos, llevaba mucho tiempo esperando a que alguien hiciera algo por su perdida piel. No había necesidad de mirarla demasiado o palpar la herida como había hecho con otros casos en lo que iba de trabajo, puesto que la dermis estaba negra como el carbón y en algunas zonas podía ver con claridad parte del músculo y alguna señal ósea.

Por un momento le costó recobrar el habla, por lo que empezó la oración en inglés. Pero cuando se escuchó, se reprendió en silencio y retomó el hilo de la conversación en su idioma natal, intentando que su voz se oyera por encima de los gritos de la mujer. Ésta pareció escucharla, porque abrió unos ojos hermosos opacados por el dolor y la desesperación, enmarcados por una cantidad preocupante de vasos sanguíneos que delataban el tiempo que llevaba en ese estado.

Lo que le estaba diciendo no eran más que palabras que buscaban tranquilizarla, aunque bien sabía que no surtirían efecto a menos que la aliviara. Por ese motivo, le ofreció una poción para inducir el sueño disfrazada como un remedio para el dolor y esperó hasta que la mujer calmó sus quejidos para poder tocarla. No la había dormido, simplemente la había dopado con ayuda de plantas mágicas y con ello podría proceder sin que interfiriera nada, o que la Arcana lo considerara como trampa.

Tomó su mano entre las suyas, encerrándola con su calidez antes de que una arruga se formara en su frente debido a la concentración. Había visto a Amara hacerlo antes, cuando habían llegado apenas a la tienda, y no recordaba exactamente cómo lo había hecho. Simplemente había tenido un gesto similar y una calma que sólo una Arcana podía tener en semejante situación.

También recordaba lo que ella había hecho en su momento con su propio cabello, con su apariencia cuando llegaron a Siria. Había sido complicado porque había perdido la cabeza, se había distraído con el peligro o la presión y no había hecho las cosas correctamente. Pero ahora no estaba bajo presión. Sólo debía hacer lo que tenía que hacer, sabiendo cómo hacerlo.

Relajó el ceño, así como el resto de su cuerpo.

Dejó la magia fluir como si estuviera realizando cualquier otro hechizo con ayuda de su varita. La sentía correr por sus venas, traspasar sus manos como si estuviera enfocando toda la energía en sus manos y también sentía un cambio, no en su cuerpo, sino en el cuerpo de la mujer a la que estaba ayudando. Podía imaginar su cuerpo sin heridas, lo bonita que habría sido esa piel ceniza sin estar manchada por el fuego o destrozada por las llamas. Y vio cómo funcionaba lentamente, cómo regeneraba su piel a medida que los segundos pasaban.

Pero la aprobación no vino de Majlis, vino de la expresión de la mujer. La poción tendría que haber pasado su efecto ya, puesto que había sido una dósis pequeña, pero poco a poco el alivio aparecía en sus facciones como un baño de tranquilidad para las dos. El dolor se había acabado gracias a ella y era permanente, cosa que comprobó al separar sus manos de la mujer como quien no quiere la cosa. Se aseguró de que todo estuviera en orden dos veces antes de girarse y mirar a su profesora.

Había terminado.

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Había escuchado las palabras de Amara, tenían que partir hasta algún lugar bastante lejano y de eso estaba segura, por lo que permitió que sus ojos se cerraran sin siquiera dudarlo e ingresó al portal. En cuanto los abrió, pudo ver la devastación de la que era participe el sitio, heridos por doquier y el olor a muerte era más que presente, eso sin contar que los escombros se batían delante de lo que en otrora habían sido edificaciones que podía suponer habían sido hermosas.

 

Podía notar la diferencia entre su apariencia y los locales, algo que no tardaría más que un par de minutos en hacerse notar, por lo que en cuanto la arcana apareció a su lado, esbozó una media sonrisa al notar como se adaptaba al nuevo lugar. Por imitación y sin siquiera pensarlo, logró que su rubia cabellera se tornara oscura y completamente lisa, mientras que sus ojos dejaron su característico verde esmeralda para colorearse de un sencillo color miel y finalmente, su blanquísima piel se volvió color canela.

 

Ahora sí era fácilmente confundida con una persona nativa, sin embargo, la vestimenta aún delataba que no era parte de ellos, por lo que con un rápido movimiento de su varita mágica la adecuó al lugar en el que se encontraban. Mirando como Gatiux y Taurogirl hacían lo mismo, permitió que su rostro quedará completamente sereno, porque Majlis había hablado a los hombres armados que las observaban fijamente.

 

Una vez que emprendieron el camino hasta el hospital que había mencionado la arcana, el polvo que había entre los escombros y el ruido a metralletas disparándose sin cesar, la hicieron perder la concentración, logrando perderse entre los escombros y no poder seguir el rastro de sus compañeras. ¿Dónde estaba? No podía decirlo con seguridad, lo único que podía ver era un par de personas acuclilladas detrás de lo que alguna vez fue una casa.

 

Sin estar completamente segura de que era lo que tenía que hacer, respiró profundamente y corrió hasta su posición, se trataba de un par de niños, uno herido de gravedad y que había perdido un brazo y la otra una niña de escasos tres años que lloraba abrazada al primero. Pensando en que lo mejor era darse la vuelta y alejarse de esa poco conmovedora escena, comenzó a dar un paso a atrás, pero se detuvo en seco.

 

Mamá… mamá, aquí estamos. —fueron las palabras de la pequeña.

 

Tenía claro que no era su madre, sin embargo, algo en su interior intentó salir. Ese sentimiento maternal que nunca había tenido y que nunca desearía que despertara, por lo que cerrando los ojos y recordando que Amara deseaba que ayudaran de alguna manera a esa gente poco favorecida, maldijo por lo bajo y se acercó hasta ellos.

 

No soy tu madre, pero te ayudaré….—fue lo primero que dijo a la pequeña, en cuanto se arrodilló a su lado y esta se lanzó a su regazo.

 

Posando uno de sus brazos sobre su espalda, observó más de cerca al otro niño, al que se encontraba sangrando y sin conciencia, ¿cómo cargaría con los dos sin que resultara algo sospechoso? Pensando e ideando alguna idea, sacó su varita mágica y apuntó al hombro del niño pensando en un episkey, logrando de esa manera que dejara de sangrar.

 

Notando como su visión se nublaba un poco, soltó un suspiro bastante alto. La temperatura del lugar comenzaba a elevarse rápidamente, y su cuerpo poco acostumbrado al calor, podía comenzar a jugarle una pésima pasada, por lo que sin dudarlo más, comenzó a levantarse y dejó a la pequeña en el suelo, tomando en uno de sus brazos el cuerpo del niño, mientras lo acomodaba sobre su hombro, sorprendiéndose del escaso peso que tenía.

 

Mirando a la pequeña, la tomó con su diestra y comenzó a caminar con ambos niños en brazos entre los escombros, deseando pronto dar con el famoso hospital improvisado que Amara había mencionado.

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