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Metamorfomagia


Amara Majlis
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Había decidido reposar unos instantes solamente, sabía de antemano cuando su día iba a ser ajetreado y aquel no sería la excepción por tratarse de un nuevo así que cerró los ojos y permitió que todo el aire de sus pulmones saliera por la boca en forma de leves suspiros hasta que relajó por completo los músculos de su cuerpo. De más está decir que el sonido seco de nudillos azotando la puerta la sacaron de su trance pacífico al punto de crespar sus nervios de terciopelo, después de todo seguía siendo un ser humano y una de sus necesidades básicas era el descansar y beber agua.

 

Muchos creerían que los Arcanos se dedicaban tiempo completo a enseñar pero estaban equivocados, había demasiados asuntos a nivel mundial de los cuales eran partícipes, se requería su opinión o abiertamente su actuar; por su parte Majlis se encontraba infiltrada en cientos de células que resistían los ataques guerrilleros en cualquier punto estratégico del globo terráqueo. Una de sus primeras visitas fue a Afganistán pero después de unas semanas tuvo que ser reemplazada por uno de sus alumnos de total y completa confianza pues la maldad pura del hombre, de aquellos muggles que no conocían el poder de la palabra por sobre el plomo y la pólvora le habían destrozado el alma.

 

Pensaba aun en aquello cuando abrió la puerta topándose con un rostro familiar y otro completamente desconocido pero en ambas persistía el mismo aura —aunque en Tauro se notaba puro—, fortaleza, convicción y capacidad, alguno de los pilares de líderes natos, bien alguna de ellas podría ser Profesora, quizás Directora o estar a la cabeza de algo importante. El dolor se reflejó en los ojos que ahora miraban tanto a Mía quien aparecía ante su puerta por tercera vez y Tauro, curiosamente verdes como nunca lo estaban, verde muy claro. Su cabello era lacio y sin forma, caía sobre sus hombros, pecho y espalda de un tono rubio ceniza, más apagado de lo normal, sin brillo ni rizos.

 

—He de admitir que no las esperaba tan temprano— Confesó, los años saltaban a la vista entre finas arrugas allí donde sus ojos se cerraban y donde sus mejillas trataban de esbozar una cansina sonrisa, ésta vez no enseñaba el jovial cuerpo de una mujer de 30 años, atlética y hermosa sino su verdadera esencia, quería demostrar cuán marchita estaba su alma después de sus trabajos insanos y sus visitas a los hospitales en zona de guerra. —Pero pasen, por favor ¿dónde habrá dejado yo mis modales?, por favor, adelante.

 

Con un ademán insistente las invitó a ingresar, el sol parecía embellecer todo fuera de su humilde morada y dentro simplemente se filtraba por el sin fin de ventanales que se encontraban desperdigados por el techo y las paredes. Su escritorio estaba vacío a excepción de una carta ya abierta y un sobre con el sello de cera rojo partido junto a pequeños trozos del mismo, la noticia que la tinta expresaba no era para nada grata de leer pero aun así era la triste realidad del mundo, Siria pendía de un hilo casi invisible, pronto desaparecería, los bombardeos al frente habían acabado con hombres y niños aptos para luchar, los centros médicos improvisados estaban vueltos escombros y solamente sobrevivían unas pocas tiendas al aire libre o en mercados vacíos y saqueados; nuevamente pedían la presencia de sus dones mágicos.

 

—Mía Black Lestrange— Pronunció el nombre casi cantando, —Que gusto verte por aquí de nuevo, espero que ésta vez te quedes con nosotros hasta el final de la clase. Y tú debes ser, ¿Taurogirl... Lavigne?, peculiar apellido corríjame si me equivoco señorita.

 

El ambiente olía a galletas, por un momento olvidó que las tenía servidas en una charola junto con un par de tazas y una tetera, así solía recibir a sus visitas, ¿sería que se encontraba demasiado ida en sus pensamientos como para recordar un dato tan simple como ese?. Detrás de ella se encontraba incrustado en la pared el hábitat artificial de sus mariposas, —que ahora resultaban ser dos— y lindando a los extremos dos bibliotecas abarrotadas por tomos sobre cualquier cosa relevante a la magia, las habilidades y obviamente las mariposas.

 

—Discúlpenme un momento— Pidió alzando su dedo índice.

 

Deslizó sus pasos hacia una pequeña cocina haciendo ondear su vestimenta, adoraba los ropajes de época por lo tanto lucía un vestido de terciopelo con escote recto de un tono borgoña que pronto debería transformar si quería acompañar a sus alumnas en la misión del día, o mejor dicho si quería que ellas la acompañasen en SU misión. Y en lo que una de sus mariposas, la de alas verdes, se colaba por una hendija del cristal e iba a parar al mechón a tono en la cabellera de Tauro, ella regresó llevando consigo la charola para agasajar a las dos féminas.

 

—¿Un poco de té, señoritas?— Preguntó acomodándose en uno de los sofá que se encontraban en medio de la sala antes de llegar a su escritorio, con lo primero que te topabas al cruzar la puerta después de un breve pasillo, y las invitó a sentarse también notando al curioso animal decorando la llamativa y hermosa cabellera de una de sus alumnas. No todos los días se veía un desborde de habilidad tal como el de la muchacha, sino seres más recatados y tímidos, quizás el no conocer a qué se debía podría formar el interrogante entre ceja y ceja que Tauro despertando esa expresión confusa que llevaba entonces y le causaba cierta dulzura.

 

—Entiendo que están hoy aquí para adquirir una habilidad muy especial, la Metamorfomagia. Antes que nada quiero que sepan lo siguiente, ésto es un don, no algo que se aprende en los libros como la Animagia por ejemplo. Hoy están aquí porque sus antepasados les heredaron algo maravilloso, algo hasta hoy dormido, algo que aprenderán a controlar a la perfección.

 

La pasión con la que hablaba por un instante iluminó sus ojos verde claro pero éstos volvieron a apagarse tan pronto como alzó una mano después de servir dos tazas para que la mariposa regresase a ella y dejase en paz a Tauro, aun recordaba a una de sus alumnas el ponerse histérica por la presencia del insecto, curiosa reacción que hasta el día le causaba gracia pero cada quien en su mundo y con sus fobias ¿Les tendría Tauro o Mía temor a las mariposas?.

 

—Comencemos, ¿alguna sabe de quién han heredado la Metamorfomagia?.

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Tener paciencia, era una de las pocas cualidades que jamás había sido su fuerte fingir, pero en esta ocasión no tenía otra alternativa por lo que simplemente inhaló profundamente un par de veces, intentando eliminar la tensión que le ocasionaba esperar a Amara. Después de lo que le pareció una eternidad, la arcana le abrió la puerta, permitiendo de esa manera que Tauro; una bruja que había llegado algunos minutos después y ella ingresaran por fin a su morada.

 

Mirando al su alrededor, se percató de la existencia de algunos sillones dispuestos para ser usados en cualquier momento, por lo que tras escuchar las palabras de bienvenida tomó asiento e ignoró momentáneamente la charola con algunas galletas que tenían delante.

 

—Esta ocasión si concluiré con la clase, dispongo del tiempo y las ganas. —aclaró con una sonrisa cordial en los labios, intentando no demostrar que le molestó el que mencionara sus fracasos.

 

Sin mostrar emoción alguna en su rostro, esperó paciente a que la arcana volviera de su viaje a una habitación que no tenían el gusto de conocer y en cuanto volvió, supuso que era una cocina por la charola con tazas de té que traía cargando. Aceptando la amabilidad de su anfitriona, asintió con poca tranquilidad ante su pregunta, deseando que no resultara ser un brebaje un tanto extraño como el que había tenido que ingerir cuando tomó la clase con Lawan.

 

Prestando atención a sus palabras, supo que la arcana consideraba que su don estaba dormido por el simple hecho de no mostrarlo a los cuatro vientos, pero ella siempre había sido discreta con su metamorfomagia y únicamente la usaba cuando era necesario y divertido cambiar de papales con la que alguna vez considero su hermana; Ashley. Sin decir nada, permitió que terminara con su discurso y en cuanto fue así, tomó la iniciativa de responder a la pregunta.

 

—Sino estoy mal informada, herede la habilidad de mi abuela Penélope Lestrange, una bruja que la ocultó a la familia para evitar ser vista como rara en la época en la que vivió, hasta que se casó con mi abuelo y de ese modo lo demostró abiertamente, aunque pocas veces alteraba su aspecto físico. —intentó explicar lo mejor que sabía sobre su habilidad.

 

Mientras pensaba, sentía como su mente comenzaba a llenarse de algunos recuerdos en los que su padre le mostraba algunas de los retratos de la bruja, en los que alteraba el color de su cabellera y algunos de sus rasgos, para después pasar a ser ocupados por algunos en los que se encontraba con Ashley, la hija de una de sus hermanos. Las dos eran jóvenes y disfrutaban de jugar en cualquier sitio por lo que más de una vez cambiaban de papeles al compartir la habilidad, y fue de ese modo, en que sin pensarlo el color de sus ojos cambió a azul mientras que su cabello cambiaba de su típico rubio rizado a un oscuro y lacio total.

 

El recordar había hecho que su apariencia cambiara sin pensarlo realmente. Por lo que simplemente volvió a la realidad y esbozó una sonrisa, sin cambiar su apariencia.

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—¡Cuanta magnificencia!

 

Amara sonrió complacida ante la demostración de Mía y emitió tres cortos y secos aplausos continuos, no de manera despectiva sino más bien canalizando asombro. Se podía notar en lo tenso de sus músculos que no estaba del todo de acuerdo con la forma de proceder propia y aunque no la cambiaría por nada, pensó que sería innovador modificar la clase ligeramente; ya lo había hecho en una ocasión y repetir le destrozaría un poco más el corazón pero en aquel cuarto hacía falta humildad, la Metamorfomagia no solamente servía como don personal, individual e intransferible, sino que de cierta forma se podía compartir.

 

La arcano estiró su mano hacia el frente y tomó entre sus delicados dedos una taza de porcelana la cual previamente había rellenado con té inglés para dar un largo sorbo mientras sus ojos verde —aun apagado— le daban vía libre a Tauro para tomar la palabra o simplemente estarse callada, sentía mucha confusión sobre los hombros de aquella bella joven, cosa que le causaba curiosidad, sería su reto el descubrir qué la hacía tan especial.

 

—¿Taurogirl?, por qué no me cuentas cómo te hiciste eso en el cabello.

 

Majlis señaló educadamente el mechón de su cabello azulado que contrastaba con el resto, algo verdoso, podía ser gracioso a simple vista aunque posiblemente no lo fuese para la muchacha que no tenía idea de cómo devolverlo a su estado natural pero por algo estaba frente a ella esa mañana, por algún motivo los azares del destino la colocaron en su puerta o despertaron en su interior un interés sobre la habilidad que pretendía dominar. Estaba claro que ambas brujas podrían tener madera de líder pero partía desde raíces muy distintas, la determinación con que Mía la miraba, la forma en que sus ojos brillaron al, seguramente, recordar algo hablando de su abuela permitiendo de ese modo la mutación de rasgos sin problema alguno hablaba por si sola.

 

En cambio, Tauro parecía sumida en su propio mundo, ¿tendría que colocar un muro delante de la puerta para que no huyera?, no sería la primera vez que el pánico embargaba a uno de sus alumnos y éste rescindía del aprendizaje, incluso antes de empezar. Aun así no la detendría, estaba agotada de formas que trataba no expresar, el día no terminaría sino con las féminas certificadas por aquellos molestos Directores de Universidad así que por su parte también tenía una cuota que cumplir y era la de transmitir el don de la Metamorfomagia como lo pensaba siempre.

 

El tiempo corría, las personas detrás de la tinta que se escurría en párrafos sobre papel amarillento no podían esperar un minuto más por lo que debería acortar la charla lo más posible, sin olvidar la cortesía para embarcarse en un viaje no recomendado para personas sensibles y de corazón extremadamente noble como lo era ella particularmente, salvo que los años y las atrocidades ya la habían curtido.

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Tauro sonrió al ver a la Arcana y la siguió dentro de la habitación junto con Mía, recorriendo el lugar con una mirada curiosa y mucho interés en todo lo que había alrededor. Nunca podía ocultar su interés por las posesiones de los Arcanos, porque eran cosas que quizás nunca podría tocar y mucho menos llegar a entender, pero aún así eran fascinantes. Quizás por eso se perdió en la conversación, ajena a lo que le habían preguntado y a la mariposa en el mechón verde en su cabello, hasta que la mujer volvió a dirigirse a ella directamente.

—¿Uhm? —pestañeó, volviendo la cabeza hacia la Arcana y cayendo en cuenta de su distracción—. Disculpe.

Se percató del perezoso aleteo de la mariposa en el mechón de cabello de otra coloración y con sumo cuidado, colocó el índice junto a ella para que se posara en su piel y abandonara el cabello. No esperó que lo hiciera, pero la criatura accedió de buena gana y se quedó tranquila sobre su uña, mientras ella veía los hermosos colores de sus alas.

—Mi esposa es Metamorfomago, también. Notó que tenía cierta facilidad para las transformaciones que conciernen a mí misma y me animó a intentarlo sin varita. Me llevó un tiempo y un gran dolor de cabeza, pero lo conseguí. El problema es que no quiso decirme cómo regresarlo a la normalidad, no puede enseñarme ninguna habilidad.

Súbitamente su expresión cambió, como si se esforzara por recordar.

—La Metamorfomagia pude haberla heredado de mi padre. Los demonios suelen tener la posibilidad de cambiar de apariencia y, por lo que sé, él solía hacerlo constantemente —hizo una pausa, en la que la mariposa aleteó con más fuerza y se alzó en vuelo antes de volver a posarse en su dedo. A diferencia de la mayoría de las familias habitantes de Ottery, la suya no tenía un árbol genealógico perfectamente armado y por lo que sabía sus únicos antepasados eran Beltis, su madre, y el padre del cual sólo sabía su nombre, de ahí en más su pasado no representaba algo significativo—. Pero lo cierto es que no sé cómo funciona, sólo que es la capacidad para cambiar el cuerpo de forma parcial o total a voluntad.

Alzó la mirada para ver a Majlis y enarcó una ceja como una niña que quisiera conocer más al respecto.

—¿Puede decirme cómo regresar mi cabello a su color natural? Siempre ha sido azul, por si se lo pregunta.

A todas estas, la mujer tampoco había notado la taza de té y no fue hasta entonces que decidió tomarla con la mano libre, dando un pequeño sorbo de cortesía para no hacer enojar a la Arcana. Tauro no solía estar distraída nunca, porque siempre estaba atenta a cualquier situación que requiriera de su acción inmediata. Pero cuando se trataba de su pasado o de cosas que no podía comprender, se volvía un poco taciturna a los ojos de los demás. Así que apartó esos pensamientos con un ademán que espantó a la mariposa y la vio alejarse con un vuelo grácil.

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—Voluntad, a eso nos remitimos.

 

>Así como el color de los ojos, la complexión del cuerpo o incluso los gestos son herencia familiar, algunas habilidades especiales nacen con nosotros pero no siempre están despiertas. Como verás, Mía tiene una capacidad muy determinada en cuanto a su cuerpo y los cambios que se realizan en él; la conexión con la mente también es importante pues debemos buscar esa porción de magia en nuestro interior y descubrir el detonante. Cierra los ojos

 

Amara se cruzó de piernas entrelazando sus finos dedos sobre la rodilla que había quedado más en alto y se concentró en su alumna, quien estaba sentada casi en línea recta a menos de medio metro de ella. Era importante que Tauro lograse canalizar la magia en su interior a través de su voluntad y no utilizando la varita como instrumento indispensable. Muchos eran los que ante la evolución acababan prisioneros de los objetos mágicos sin caer en cuenta de quién era verdaderamente, valga la redundancia, indispensable para el otro.

 

—Quiero que te concentres en los latidos de tu corazón, siente el hormigueo de la sangre fluir en tus venas. Todo tu cuerpo palpita, ahora bien, visualiza cada centímetro de él como si vieras un espejo frente a ti— de soslayo miró su escritorio y luego a Mía para comprobar que ésta seguía la clase sin distracción, ante ella cada alumno tendría asistencia personalizada.

 

—¿Ves el mechón que no encaja?— preguntó mirando ella misma el cabello verdoso, —¿Antes era azul?, concéntrate, debes poder visualizarlo tal y como lo fue siempre.

 

Tauro había hecho alusión a dolores de cabeza aunque podría estar hablando en sentido figurado pero le recordó a una de sus más resientes alumnas, Lyra. Le había llevado trabajo lograr que abrazara su don, lo hiciera parte de ella como el aire que respiraba para que su cuerpo entero no doliese ante la transformación. Esperaba de nueva cuenta no correr con dicha suerte pues la prueba que tenía preparada para las jóvenes no se asemejaba en lo absoluto a la anterior, ellas verían la crudeza del mundo y necesitaba que fuesen dueñas de absolutamente todas sus facultades.

 

Una vez que Lavigne abriese los ojos, cumpliendo o no con su objetivo personal se pondría de pie abriendo el haz de la noche con su vara de cristal —para lo único que utilizaba hechizos de guerrero uzza— y las conduciría al corazón del desastre, Siria en un estado de decadencia, tristeza y débil esperanza con la misión de colaborar.

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La metamorfomagia era una habilidad que había descubierto que poseía desde pequeña y que lejos de los buenos ratos que le había hecho pasar con Ashley, también le había traído problemas que habían dañado su corazón y que con el tiempo tuvo que reparar, por lo que no entendió del todo el despliegue de ¿falsa? felicidad que Majlis había mostrado ante sus cambios. Sin embargo, siguiendo sus instintos agradeció con una media sonrisa en los labios.

 

La ayuda que le ofreció la Arcana a Tauro, le pareció poco interesante, pero como entendía que comenzar a querer controlar los cambios que lograban en su cuerpo era complicado permaneció en silencio. Cerrando los ojos, escuchó cada una de las palabras y las siguió como instrucciones a pesar de no necesitarlas, logrando de ese modo que el color de su cabello regresara a su rubio natural y sus ojos volvieran a ser verdes.

 

En cuanto cambió su apariencia, tomó con su diestra la taza que reposaba en una mesita delante de ellas y bebió un sorbo, detectando el sabor del típico té inglés en sus boca y aunque no era su bebida favorita ingirió la mitad del contenido en cuestión de segundos. Dejándola a un costado en cuanto Amara se puso de pie, ¿querría que la siguieran? No estaba del todo segura, pero al ver como abría un portal por medio del Haz de la Noche, inspiró lentamente y se acercó.

 

— ¿A dónde iremos? —la curiosidad se notaba por completo en el sonido de su voz.

 

Sin tener una respuesta clara, ingresó al portal y sintió como todo su cuerpo era completamente sumergido en la oscuridad, pero segundos después, la oscuridad seso y fue cambiada por pequeños destellos de luces que prendían y apagaban, causando algunas detonaciones y dejando a su paso miles de pedazos de cemento, plástico y otros materiales que podía imaginar antes habían tenido otra apariencia.

 

Mirando a la gente que había a su alrededor, no pudo identificar a nadie, tenían rasgos diferentes a los de ellas y los ropajes lo eran aún más, ¿dónde estaban? sin saberlo, miró a la bruja que las guiaba y espero al menos una respuesta.

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¿De qué tienes miedo?

Esa pregunta, aún sin responder, había paralizado sus músculos durante meses. En el sentido metafórico, no era que se hubiese convertido en una estatua de piedra. Cada vez que había intentado mirar en aquella dirección, había algo que le impedía moverse. Encontraba excusas de todo tipo para evitar confrontar la cuestión principal: ¿de qué tienes miedo?. No tenía nada que perder, puesto que ya había sucedido.

Meses atrás, Gatiux había experimentado la pérdida de sus propios poderes como metamorfomaga. Sabía que había sido por culpa de los Arcanos de la Universidad, desde que se habían trasladado a Londres muchos magos y brujas habían comenzado a perder poder sobre magia que antes controlaban. Así había pasado con su condición de animaga, se había debilitado tanto que casi perdió la conexión con su espíritu animal. Sólo con ayuda de la Arcana había logrado recuperar su forma felina. Pero sabía que “gracias a” también significaba “por culpa de”. La presencia de los antiguos magos habían desestabilizado su ser.

Sabía cual era el primer paso para solucionar aquel problema, sin embargo se había resistido todo lo posible. Ser metamorfomaga había crecido con ella con el paso de los años, igual que el ser animaga, por eso sintió que arrancaban una parte de su ser cuando perdió la conexión. Era como si el poder estuviese ahí, pero un cable roto le impedía acceder al mismo. Pero quería sentirse completa, ella era una cambiaformas, no poder jugar con el cambio le había trastornado en cierto sentido.

Pero había acabado por apretar los dientes y solicitar ver a la Arcana de Metamorfomagia. Ahora se encontraba nuevamente en los terrenos de la Universidad que les habían brindado a los ancianos, atrapada nuevamente en aquel verano sofocante y eterno en pleno Enero. Mientras que en Inglaterra hacía frío, se estaba viendo obligada a deshacerse de la chaqueta y la sudadera gracias a los diferentes encantamientos para quedarse en manga corta. Metió ambas prendas en la mochila encantada, y siguió caminando a paso ligero gracias a las deportivas. Por suerte había descartado los colores oscuros, no cometería el mismo error de la otra vez cuando se vio sorprendida por el sol y la temperatura. Solía ir con tacones y vestidos, pero ese atuendo era poco práctico para las pruebas que ponían los docentes.

Sus ojos amarillos miraban al cielo, unos ojos que habían visto demasiado, intentando contestar mentalmente a la pregunta antes de llegar a la cabaña de Amara. Tal vez fuera de esas cuestiones que se quedaban sin respuesta resonando a través del tiempo. Pero Gatiux Malfoy no era de las que se rendían tan fácilmente. Saltó por encima de una piedra del camino, y su cabellera púrpura perfectamente recogida se movió con el viento. Era hora de caminar hacia delante, y de encontrar soluciones.

Suspiró con fuerza, mirando su mano derecha llena de anillos sostenida enfrente de la puerta. Y al final llamó con decisión. Lo que tuviera que ser sería. No tenía sentido darle más vueltas al tema. Se escuchaban voces en el interior de la vivienda, por lo que giró el pomo de la entrada y asomó medio cuerpo.

- ¿Arcana Amara Majlis? -sonrió sin llegar a mostrar los dientes- Soy Gatiux Malfoy, me han dicho que debía presentarme aquí.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Dudó. Siempre dudaba cuando debía volverse alumna de alguien a quien desconocía y en ese momento, cuando le pidió que cerrara los ojos, pensó que se estaba entregando a aquella mujer. Sin embargo, Amara le transmitía cierta seguridad, como si supiera exactamente cuál era su miedo. Inhaló, suspiró y obedeció un segundo más tarde, uniendo los párpados con toda la tranquilidad que podía tener en momentos como ese. Sólo que no fue tan complicado como pensaba, haciendo lo que decía la Arcana se sentía mucho más unida con su cuerpo de lo que esperaba.

Cada inhalación la llevaba a sentir un espacio de su anatomía, como si cada vez que su corazón latiera la sangre le hiciera ver que estaba viva y que estaba funcionando en son de su propia voluntad. La conexión fue la parte sencilla, al igual que imaginarse ante un espejo. Lo hacía cada día y se conocía mejor que nadie a excepción, con mucha seguridad, de su esposa. Recreó su rostro, sus rasgos, la forma de su nariz y la caída de los mechones azules entorno a sus mejillas. Ahí estaba el mechón verde, saliéndose de la línea.

Frunció el ceño.

¿Podría ser tan fácil como colorear un dibujo vacío? El pensamiento le llegó como si se tratara de un niño pequeño, con una hoja en blanco delante de sus pequeñas manos y una caja de colores llamativos. Si fuera como un dibujo, tan sólo tendría que tomar el color adecuado -cian- y rellenar el espacio vacío. Poco a poco fue quitando la presión del entrecejo, viendo en su mente cómo el mechón empezaba a pintarse lentamente de azul y cuando estuvo completamente coloreado, sintió un alivio tremendo.

Pero aún sentía algo de nerviosismo cuando abrió los ojos, puesto que lo que había imaginado podría haber sido eso, sólo obra de su imaginación. Era imposible sentir algún cambio en su cabello o al menos eso era lo que pasaba con ella, porque cuando llevó las pupilas al mechón, casi suelta un gritito de júbilo al verlo del mismo tono que el resto de su melena. Incluso lo tocó, para saber que no era un engaño de su mente y sonrió a la Arcana ampliamente cuando la tarea estuvo cubierta.

-No es tan difícil cuando te centras -admitió, aunque pronto surgió una duda-. ¿Es tan sencillo cuando se trata de, digamos, una parte más... nuestra? Como el rostro, por ejemplo.

Entonces la voz de Mía llamó su atención y pestañeó, sin comprender muy bien a qué se refería.

-¿Vamos a algún lado?
Editado por Taurogirl Lavigne

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Amara parpadeó sin moverse del sitio, de un momento a otro su humilde morada se había convertido en una sala infantil, quizás el centrar su atención solamente en un alumno estaba mal, quizás el resto se sentía con la obligación de hacerse ver, más no fue el hecho de que Mía desapareciera rumbo a destino con el haz que ella misma había creado segundos atrás mientras Tauro lograba su cometido, sino el que una completa extraña abriera su puerta sin pudor alguno ingresando e interrumpiendo; si había algo que todos los arcanos odiaban eran que ingresasen sin permiso a sus sitios sagrados y para Majlis, aquel lo era.


—Eso es, para lograrlo necesitamos ese nivel ce concentración. Debemos desearlo y para ello tenemos que tener voluntad.


Había respondido a Lavigne obviando completamente la intromisión de Gatiux aunque le lanzó una mirada furibunda, desde que dos féminas se habían presentado ante ella en busca de conocimiento se había mostrado apacible, tranquila y serena, algo cabizbaja también por las cartas que de antemano le aquejaban pero nunca ofendida a tal punto de demostrar el sentimiento. Analizó a la muchacha del cabello púrpura de pies a cabeza sin decir una palabra, quería atisbar a simple vista su personalidad y su ser más de manera tangible no lograba dar con el papel que autorizase semejante osadía.


Sin embargo, y antes de que pudiera mover siquiera un músculo, una lechuza ingresó por uno de los tantos ventanales —de un color marrón como la madera— recordando que la cabaña se componía en la parte superior de pequeñas ventanas largas con forma rectangular y otras dos más grandes a los lados de la puerta de entrada que Gatiux había violado. El ave entregó un documento firmado por los Directores acreditando el ingreso “tarde” de la joven que tenía a medio palmo de distancia y aceptó con elegancia unas cuantas semillas antes de partir nuevamente hacia la Universidad posiblemente.


Amara reconoció el sello y no le hizo faltar leer así que el destino del papel acabó entre las tazas de té a medio tomar y las galletas sin tocar, —Gatiux Malfoy— saboreó el nombre para grabarlo en su memoria como el de tantos otros alumnos —Estimo, y según tengo entendido, que la altanería y el atrevimiento son herencia legítima más espero que para la posteridad sepa usted aguadar hasta ser recibida en una casa ajena.


Sus palabras fueron duras pero conociéndose, pronto olvidaría el suceso. Meses atrás una muchacha desafiante llamada Shalyit había acudido también de la misma manera que la bruja en cuestión, ingresando y sentándose sin más en plena conversación, Majlis llevaba siglos sin sentir la sangre bullir en sus venas de semejante manera pero resultó satisfactorio el hecho de verle aprobar cosa que no lograba entrever con la muchacha Malfoy, en sus ojos había un deje de enojo, como los niños cuando se ofenden, o peor, los adolescentes cuando se les niega algo. Si bien era cierto que desde su arribo a Londres —aun estando en el fingido El Cairo—junto con los otros Arcanos e incluso los aguerridos Uzza, muchos magos que gozaban de dones y habilidades por designio familiar habían perdido su poder y fuerza más ellos no tenían la culpa, una vez todo se remitía a la fuerza de voluntad y dejando de lado a la obstinada Mía Black Lestrange quien parecía estar apresurada, tanto Tauro como Gatiux tenían mucho que remover en su interior.


—En efecto, joven— respondió en el aire la respuesta de Tauro invitando a Malfoy para que se uniese, el haz de la noche parpadeaba, todo había ocurrido en dos minutos y pronto se cerraría, —Iremos de visita a un País que rogó mano amiga, porque la bondad es moneda corriente entre los metamorfomagos, puros…


Con un ademán invitó a sus alumnas a atravesar la negrura mágica abierta en plena sala para cerrar la marcha ella misma así como el haz. Y tan rápido como un parpadeo las cuatro se hallaban en un callejón derruido y hacinado por el calor, Siria se encontraba en un estado deplorable, saltaba a la vista así como las cristalinas lágrimas en los ojos de Amara quien a lo lejos captó el sonido de un automóvil militar, el sonido de las armas, gritos desesperados, el polvo de las calles se alzaba creando densas nubes que dificultaban la respiración pero que de momento las podría ocultar, debían llegar a la improvisada tienda de la cruz roja.


—¿Saben dónde nos encontramos? — preguntó volviéndose hacia sus alumnas, de pronto y con el giro las telas de su ropa cambiaron rotundamente a un azul oscuro y apagado, su cabello o lo poco que se podía ver ahora era de un tono azabache y su piel nívea se había tornado cobriza, tenía rasgos marcados y enormes ojos esmeralda. Su estatura seguía siendo la misma pero su etnia había cambiado en lo que el trío descubría su ubicación más por si no lo sabían, aclaró su garganta y susurró: Siria.


Tenían un minuto para imitarla o el pequeño grupo de la armada los encontraría y en ese punto de la guerrilla no se sabía quiénes eran amigos o enemigos.
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Gatiux estaba allí, en la puerta asomada con el pomo de la puerta agarrado, esperando a que la Arcana le dijese algo. En lugar de eso, continuó hablando con la alumna de pelo verde que tenía enfrente, la cual también había ignorado su saludo desde la puerta sin siquiera volverse a mirar hacia la misma, desdeñando su presencia deliberadamente. No dijo nada, se quedó allí, esperando a que terminase lo que tuviera que decir a las demás.

Cuando la Arcana miró hacia la banshee, le hizo un examen de arriba a abajo sin decirle nada más, sin invitarla a pasar. Los ojos de la banshee, fueron desde la vieja Arcana a la lechuza que acababa de acceder por la ventana. Esperó. No entraba a los sitios si no le invitaban a hacerlo, y se sentía un poco extraña asomada a la puerta, mientras la instructora seguía con la conversación, recibía una lechuza a la cual daba de comer, examinaba el sobre que acababa de recibir y tomaba té con galletas. Al fin la miró, pero como si le quisiese matar.

Las siguientes palabras que salieron por la boca de la Arcana pillaron a Gatiux a contrapunto.

- Estimo, y según tengo entendido, que la altanería y el atrevimiento son herencia legítima más espero que para la posteridad sepa usted aguardar hasta ser recibida en una casa ajena.

La Malfoy boqueó como un pez fuera del agua al que le faltara el aire. Las palabras se le escapaban, mientras procesaba el insulto de la otra mujer. ¿Altanera? Apenas había hilado frase y media. Llegó a tocar en la puerta pero no había llegado a pasar de la misma. Gatiux se habría sentido ¡diota susurrándole a una puerta, por lo que vio normal asomarse a ella tras llamar ya que se escuchaba ruido en el interior, y advertir de su presencia. Si hubiera sabido que aquel acto insignificante despertaría al dragón se habría quedado fuera unas cuantas horas hasta que tuvieran a bien reparar sobre su persona, mirando al cielo y contando piedras. Recordó cuando estudió con Akku y ésta les había regañado a todos por quedarse como pasmarotes en la puerta esperando sin entrar.

Viendo la reacción de la Arcana cualquiera diría que Gatiux había hecho como la niña de aquel cuento muggle llamada Ricitos de Oro y se había colado en la cabaña de la señora cuando no estaba para comerse su cuenco de sopa, romper una silla y acabar durmiendo en la cama. Si alguna vez Gatiux había pensado que la Arcana Suluk era gruñona, eso había quedado atrás después de la demostración de genio de Amara. Cuando habló con la Directora de la Academia, ésta le había tranquilizado diciéndole que Majlis era la más tranquila de todos los Arcanos, con un carácter incluso maternal, pero aquella actitud era diametralmente opuesto a lo que le contó Anne.

Los ojos amarillos de la banshee se abrieron de par en par, tal vez por la sorpresa, porque no se esperaba aquel recibimiento, o porque lo que había hecho no era tan malo. Al fin farfulló un “lo siento” de forma torpe, sacó el cuerpo hacia fuera de la cabaña y tiró de la puerta hacia ella, quedando encerrada en el exterior mirando la puerta de madera. El corazón tamborileaba con ligereza en su pecho, muda de la impresión. Soltó el pomo de la puerta como si el mismo ardiese.

Se quedó allí fuera con cara de no entender lo que estaba pasando. No entendía por qué un docente le recriminaba por el hecho de que un alumno intentara acceder a donde se impartían las clases. Si no quería que la gente accediera a su vivienda, en primer lugar las clases debían impartirse en otra parte. Un sitio donde los alumnos pudieran caminar con tranquilidad sin temor a una reprimenda. ¡Quien sabía lo que habría pasado si hubiese pasado a la cabaña y sentado como si nada al lado de la Arcana! Tal vez le hubiera prendido fuego sin pensárselo dos veces.

Tomó una distancia prudencial de la puerta y miró de reojo hacia la ventana, intentando averiguar lo que estaba haciendo la Arcana con las dos alumnas, procurando no verse demasiado curiosa. Quizás la regañara también por intentar espiar. Asumió que no le quedaba más remedio que esperar allí hasta que decidiera recibirla en su casa.

¡Un momento! ¿Era aquello un portal? ¿A dónde iban? Vio entrar a las mujeres en el mismo y desaparecer de la vivienda. Y al cabo de unos segundos desapareció también el portal. Gatiux abrió la boca sorprendida. ¡La habían dejado allí plantada! Giró sobre sí misma, cualquiera que la viese pensaría que estaba perdida. Así se sentía. ¿Dónde estaba Amara? ¿Por qué nunca le invitaron a entrar? ¿Volverían pronto? No es que le gustasen mucho los portales, pero saltaría a uno si debía de hacerlo.

-¿A-Arcana? -probó a preguntar gritando en voz alta- ¿Hola?

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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