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Nigromancia


Báleyr
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La oscuridad poco a poco se adueño del lugar limitando mucho el campo visual de la bruja, que por tal motivo se sobresaltó al escuchar a su esposo tan cerca de ella. Una descarga eléctrica recorrió su espalda extendiéndose por todo su cuerpo al sentir cerca de su oreja la tibia respiración del mago. Sonrió ante sus palabras y cuando estuvo a punto de respondele que era él quien debía trabajar para poder costearle sus gustos caros, cuando el viejo Arcano apareció como salido de las sombras, como si hubiese estado ahí desde hace mucho.

 

Escuchó atenta las palabras el mago sin poder evitar fruncir el ceño, no le agradaban mucho los magos griegos. Eran demasiado egocéntricos, tanto que en la antigüedad los habían considerado dioses, aunque debía de admitir que habían llevado la magia a un nuevo nivel. Se puso a pensar que sabia de ellos y en realidad era relativamente poco > pensó y sabía que su esposo no se opondría pues sabía que tenía cierta fascinación por Poseidón.

 

Observó el ritual que el maese estaba realizando a la vez que su mente grababa cada una de las palabras que decía, aunque en ese momento no conocía el significado de las mismas. Se fijo en cada uno de los detalles pues dentro de poco tendría que realizar el mismo procedimiento, el Arcano había escogido el rayo y al hacerlo una aura de color amarillo lo rodeo, siguió pronunciando palabras incomprensibles y tras un breve lapso de tiempo lo consiguió. Los gritos del joven que había vuelto a la vida eran desgarradores que no pudo evitar sentir cierto pesar por él.

 

—Calla... —Dijo sonriendo mientras le daba un codazo suave en el estomagó al peliblanco que escogió a uno de los cuerpos dispuesto a realizar lo encomendado por el Arcano. Ella hizo lo propio y se colocó junto a uno de los cuerpos sin vida.

 

> pensó meditando las palabras, definitivamente el agua no era lo suyo y el cielo menos, no sportaba las alturas y pese a tener licencia de vuelo solo había usado la escoba para dar el examen. A sus hipogrifos los tenía como mascotas ya que hasta el momento nunca había montado en ninguno de ellos, no, definitivamente esos dos elementos no eran lo suyo.

 

Pero la tierra, Hades, la muerte... de eso si que sabía. Siempre ha estado rodeada de muerte después de todo había pasado gran cantidad de tiempo en las siendo sanadora en las antiguas Mazmorras de San Mungo, regresando a la vida a sus compañeros viendo ir y venir sanadores que no soportaban el ritmo de trabajo y menos aun estar rodeados de muerte todo el tiempo. Pero a ella le gustaba, le apasionaba. Ademas de que ella misma le había arrebatado la vida tantas personas que en ese preciso momento si alguien se lo preguntara no atinaría a dar un numero exacto. Si, su naturaleza era la tierra.

 

Sacó la varita y respirando profundamente mientras dibujaba el signo de Hades, empezó a pronunciar el conjuro que hace poco había dicho EL Tuerto y seguidamente dibujo un signo igual en la tierra. Sintió una brisa gélida sobre su cuerpo y una aura negra la empezó a rodear conforme hablaba, quizá había sido un error intentar arrebatarle un alma al mismísimo dios de la muerte. Pero ella sabía que esa era su naturaleza y que no se equivocó al escogerla así como también sabía que no sería sencillo atraer el alma del joven de regreso.

 

 

 

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Buenas noches, – correspondió al saludo que la Warlock le había dado al llegar, poniéndose en pie luego de haberse acuclillado para inspeccionar la tumba que acababa de leer – pues sí, somos las primeras. Aunque llega alguien más – acotó al momento antes de que Bastian le hiciera un comentario a su esposa.

 

Luego de dirigirse aquel pequeño intercambio de palabras, el Arcano apareció, aunque nadie lo vio llegar y comenzó a relatar lo que en aquella ocasión harían. Su curiosidad aumentó en cuanto comenzó a relatar el tipo de magia que explorarían; la verdad es que la mitología griega siempre le había gustado, aunque nunca había llegado a conocer que los antiguos magos de ese entonces vinculaban su magia con los dioses para poder ejercer la nigromancia. Era una forma muy peculiar de hacerlo que estaba dispuesta a aprender.

 

Vio asombrada el momento en el que los cuerpos aparecían frente a ellos y cómo Báleyr comenzaba a ejecutar los hechizos y magia pertinente para traer de regreso el alma del joven que tenía frente a él.

 

Parpadeó varias veces al ver la puerta que se había materializado, sintiendo un leve escalofrío al oír el cántico que salía de la boca del anciano, pero a pesar de ello, muy atrayente. Lo siguiente que sucedió le puso la piel de gallina: los alaridos que el muchachito lanzaba al aire eran desgarradores, incluso por una fracción de segundo se convenció de que podía estar sintiendo su mismo dolor, pero no era así.

 

Un dios que nos represente – murmuró por lo bajo para cuando los gritos dejaron de oírse.

 

La respuesta no era un misterio en lo absoluto para ella: Zeus, dios de los cielos y señor de los rayos era quien más podría llegar a representarla. La sangre paladín, corriendo por sus venas, se lo afirmó. Thor, dios nórdico de los rayos, aunque distinto en muchas formas, se vinculaba a Zeus por aquella característica, ambos señores de los rayos, por ende era él a quien debía recurrir para poder realizar aquello.

 

Bajó la mirada por primera vez, viendo en detalle el rostro del pequeño que tenía frente a ella. Si llegaba a los dieciséis era mucho decir, lo cual la estremeció, una persona tan joven, morir a tan corta edad era lamentable. Apartó la mirada, de otra forma dudaba que pudiese resistirlo.

 

Sacando a Aukan de su bolsillo, dibujó el casco que representaba a Hades como uno de los tres dioses principales de la mitología griega, y acto seguido, una puerta apareció frente a ella.

 

Zeus, protégeme.

 

Lo dijo sin pensarlo, al mismo tiempo que dibujaba un rayo, símbolo del dios supremo del Olimpo, preparándose para ir en busca de aquella alma que correspondía a aquel muchacho de tez blanca y facciones suaves, dándole una nueva oportunidad de vivir, o por lo menos, por un momento.

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Con forme iba repitiendo las palabras que el arcano había dicho hace un momento y aquella aura negra la empezaba a rodear los alaridos del joven que hace poco regreso a la vida, se fueron apagando hasta que no pudo escuchar más nada. Observó a su alrededor, seguía en el mismo lugar pero frente a ella no estaba la mesa de piedra el cuerpo del joven así como tampoco estaba el Arcano, su esposo y la Delacour.

Por primera vez desde que empezó la clase, sintió miedo. Miedo a no saber a qué se enfrentaba y hacía donde la había llevado pronunciar un hechizo que no comprendía al menos hasta ese entonces. Lamentó no haberse puesto algo más abrigado, aunque en el fondo sabía que aquel frio era antinatural. Metió las manos en los bolsillos de la cazadora que llevaba puesta y sin estar muy segura empezó a caminar > pensó la castaña y en ese preciso momento confundidos entre las sombras pudo verlas, eran una gran cantidad de almas.

Todas se deslizaban sin un aparente rumbo. Con precaución se acercó hacía ellas buscando la de un joven de unos quince o dieciséis años aproximadamente, pero cuanto más se acercaba más se alejaban de ella > dijo y se sorprendió al escuchar sus palabras puesto que habían sido pronunciadas en una lengua ya muerta. Continuó caminando hasta que se dio cuenta que ya no reconocía nada de lo que la rodeaba > se planteó girando sobre sí misma, intentando encontrar el camino de regreso.

> escuchó decir al espectro de una mujer que pasaba demasiado cerca de ella > le advirtió y podría jurar que la vio temblar.
>dijo acercándose > Pidió la castaña pero el fantasma del joven no se movió.

> dijo nervioso.

>mintió, pues sabía que el arcano solo utilizaba esas almas como conejillos de indias > dijo la ojimiel, no le importaba mentirle al pobre espectro con tal de que aceptara irse con ella. Dudoso extendió la mano hacía la de la bruja quien pronunció otra parte del hechizo y justo en ese momento un ente apareció ante ellos > siseó la Karkarov que en ese momento se desvaneció junto al alma del muchacho.

 

 

Pese a que había ganado, no se sintió así. Aquella sonrisa que había visto cuando se estaban desvaneciendo le hizo sentir todo lo contrario, como si hubiera adquirido una deuda de por vida, una peligrosa deuda que tarde o temprano tendría que pagar.

 

Unos gritos espantosos la hicieron volver a la realidad, estaba nuevamente en el lugar de la clase. Frente a ella el cuerpo del chico que hasta hace nada había estado muerto, gritaba y se revolvía del dolor. Se apartó unos cuantos pasos notando que se sentía agotada y que no sabía a ciencia cierta cuanto tiempo había pasado. Observó a su alrededor y Bastian estaba sentado en el suelo, visiblemente cansado y que Mei aún estaba en una especie de transe.

 

 

—Cariño...¿Estás bien? —preguntó la bruja poniéndose en cuclillas junto a su esposo. —¿Cuanto tiempo ha pasado? —preguntó al maese.

 


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Una fracción de segundo, un mínimo parpadeo, solo eso bastó para atravesar la puerta y llegar al Inframundo, reino de Hades y donde ella actualmente era una intrusa. No podía describir el lugar con palabras, era algo tan impresionante como aterrador y lúgubre, pero a su vez era cálido y agradable. Tranquilo y perturbador al mismo tiempo.

 

Tembló, no de frío, sino ante el roce que había sentido. Porque era un roce, ¿verdad?

 

Miró de un lado a otro, notando que había un mar de almas a su alrededor, aunque cerca en un principio, luego comenzaron a alejarse de ella, como si su presencia las repeliera. Caminó, en busca de aquella alma que tuviera un parecido con el muchacho que le tocaba traer a la vida de regreso.

 

–«» – dijo repentinamente, aunque no en inglés, como solía hablar habitualmente, era un griego antiguo perfecto, el cual no tenía idea cómo es que lo sabía.

 

Un alma que avanzaba hacia ella había llamado su atención, no podía decirse que lo reconociera, pero tenía algo que la hizo saber que se trataba de él. Aquel muchacho que no prestaba atención a su alrededor en un principio, se sobresaltó al saber que le hablaban.

 

–«¡Un intruso!»

 

–«¡Tranquilo! Solo he venido un momento, a por ti.»

 

–«¿Por mi? ¿Qué quieres de mí? ¿Adónde me llevarás?»

 

–«De regreso al mundo mortal, a tu cuerpo, a la vida.»

 

De pronto, el tumulto de almas que se hallaba a lo lejos comenzó a moverse más rápida y erráticamente de lo normal, como si algo estuviese sucediendo, aunque no pudo percibir de qué se trataba, y tampoco debía, su tarea se centraba en traer a aquel muchachito de regreso con ella.

 

–«No, ¡nunca! No volveré, es imposible, tanto dolor, tanto sufrimiento…»

 

Como había anunciado Báleyr, no era tarea fácil convencer a un alma de regresar, y tampoco quería arriesgarse a hacerlo por las malas, pues era probable que hubiese consecuencias nada buenas.

 

–«Mi mundo es este ahora, no puedo regresar, es imposible, él no lo permitiría jamás.»

 

–«Puede ser, pero yo puedo darte una oportunidad más – siguió, esta vez intentando sonar segura de sí misma –. Estoy protegida, nada sucederá, te lo prometo.»

 

Aunque el muchacho no respondió nada, era evidente que ahora la duda lo embargaba. Repentinamente, una fuerte punzada cruzó su espalda, de arriba abajo, indicándole que tal vez estaba pasando más tiempo del necesario allí; una mueca de dolor se dibujó en su rostro, lo cual alertó al chico.

 

–«¡Mientes! No saldremos jamás, ahora ni siquiera tu, estamos atrapados eternamente aquí, en el todo, y en la nada misma, nunca, nunca…»

 

–«Estamos a tiempo de salir – logró decir, aún con los dientes fuertemente apretados –. Dime, ¿acaso no quieres volver? ¿Volver a saber lo que es vivir? Disfrutar de aquellas cosas tan pequeñas e insignificantes que antes no prestabas atención, pero que son tan bellas y únicas, eso que hace a la vida, la brisa en el rostro, el agua en las manos, el calor en el cuerpo y el frío en el cuello, – el silencio del chico era total, como hipnotizado por sus palabras, fue entonces cuando levantó el brazo y extendió su mano en dirección a él – ¿qué dices?»

 

Un segundos, dos, tres, cinco, diez, ¿cuánto más debía esperar? El dolor se iba haciendo cada vez más insoportable; de haber podido habría caído de rodillas, pero no sabía cómo logró mantenerse en pie. Cuando creyó que terminaría por fallar en aquella misión fue que el joven tomó su mano, justo en el preciso momento en el que su cuerpo físico y magia no soportaron la tortura, haciéndola creer que terminaría por quedar atrapada en aquel mundo ajeno al suyo…

 

Un resplandor cegador fue lo último que vio, como de un rayo, y entonces pudo sentir todas las nimiedades a las que hacían a un ser humano con vida. Los gritos y alaridos del muchacho que acababa de traer de regreso se oían en todo el cementerio, pero era algo que le prestara demasiada atención. Había caído de rodillas al suelo, agotada casi en su totalidad y con la respiración agitada. Había llevado sus fuerzas al límite y casi había terminado por desmayarse, e incluso aún estaba por hacerlo.

 

Su cuerpo y sangre actuaron por sí mismos, alimentando su gastado cuerpo de toda la energía de la que estaba rodeada, de objetos vivos como inanimados. Su energía poco a poco iba recuperándose, brindándole algo de fuerzas como para resistir el colapso, pero supo que de todas formas no saldría bien de aquella noche: toda aquella energía que la rodeaba y de la cual se estaba alimentando, estaba sucia, lo cual traería consecuencias de una u otra forma.

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—Zeus, Hades y Poseidón, interesante trío el que tengo ante mi mirada —dijo el Tuerto en cuanto los tres habían terminado con sus labores iniciales en la nigromancia.

 

Acalló los quejidos de aquellos que habían vuelto a la vida golpeando el suelo con su vara de cristal. Sus almas se separaron de sus cuerpos y volvieron al sitio al que pertenecían. No precisamente por la magia del Arcano, sino porque no lo habían realizado de la forma adecuada. Báleyr simplemente redujo la tortura, tarde o temprano aquellos tres sujetos de prueba hubieran muerto sin poder seguir soportando el dolor. No habían sido lo suficientemente convincentes.

 

—Es todo por esta noche. Volverán todas las noches siguientes e intentarán de nuevo. Aveces, cuando el alma no está completamente segura de querer volver comienza a rechazar el cuerpo haciendo de ello algo peor que una tortura. Morirán irremediablemente de dolor. Deben lograr que no mueran. Encontrarán el cuerpo todas las noches en este mismo lugar. No me verán pero yo si lo haré. Y aunque lo logren, aunque el sujeto no muera, al día siguiente encontrarán nuevamente su cadáver listo para repetir el proceso. Y alguna de esas noches apareceré y diré si están listos o no

 

Desapareció en la penumbra de la noche.

 

El Tuerto observó los avances de los aprendices desde las tinieblas, sin ser detectado. Estaban todos ya listos, y estaban todos esperando que la luna se pusiera para poder retirarse de aquel cementerio. Entonces, cuando estaban ya preparándose para largarse, fue que el Nigromante hizo acto de presencia.

 

—Buen trabajo. Tres veces puedo preguntar. Solo tres veces. Si tres veces pregunto y no enfrentan a la prueba, el portal de la Nigromancia se cerrará. Si pregunto y aceptan tomar la prueba, una sola oportunidad tendrán. Más, puedo volver a preguntar y pueden negarse. Es mi obligación preguntar en tono formal ¿Están dispuestos a realizar la prueba de la Nigromancia? Sin embargo no respondan aún. Aquellos que acepten seguir adelante, deberán acudir al lago central y encontrar el camino para a la pirámide ingresar. Es ahora cuando deben responder

 

 

 

***

 

—Eres sensata. La muerte no es algo que debas tomar a la ligera. Debes respetarla, no debes jugar con ella bajo ninguna circunstancia. Debes temer a su poder, temer a las atrocidades que esta puede desatar.

 

Era sensata, si, pero demasiado callada. Quizá lo mejor hubiera sido que la bruja comenzara a hablar como si no hubiera un mañana, como si su vida dependiera de eso. No fue así, por lo que estaba en sus manos tomar la iniciativa para agilizar el proceso de aprendizaje. Ya antes le había tocado enseñar a personas tímidas, personas cuyo miedo por la muerte era más grande que cualquier cosa.

 

—En este momento he bloqueado la zona de San Mungo en donde se depositan los cadáveres. ¿Qué mejor que el mundo real para aprender? Cuando lleguemos tienes que hacer dos cosas. La primera es elegir un cadáver y curar todas sus heridas, puedes usar magia. Lo segundo, debes ser lo suficientemente hábil como para hacerme preguntas mientras dejas al cuerpo preparado para volver. Todas tus dudas sobre la nigromancia en el primer día debes resolver.

Editado por Báleyr
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Miré confundida al Arcano. ¿Decirme que era sensata era un halago o debía tomármelo como un insulto escondido? ¿Pensaría él que estaba bien temerle a la muerte o sólo me veía como una chica tonta que había ido a estudiar no sólo algo que no conocía, sino algo que estaba más allá del entendimiento de magos más poderosos que yo? No le pregunté, no quería saber su respuesta. Ya su mera presencia me resultaba incómoda para, encima, agregar una pregunta más incómoda aún a la situación.

 

-Vale, entonces ¿no trabajaré con éste cadáver?- me aventuré a preguntar.

 

De nuevo a San Mungo. ¿En serio? ¿Qué extraña fascinación sentían los Arcanos por curar heridas? Oh... algo vino a mi mente, la voz de Amara clara mientras me decía lo que debía hacer para salvar a la muchacha embarazada.

 

-Me imagino que un cuerpo vivo no cura realmente igual que un cuerpo muerto, ¿no?- pregunté. Ya había curado a una persona viva y había tenido una especie de recuerdo o lo que fuera aquello, dentro de la pirámide, en el que salvaba a dos personas agonizantes. ¿Pero la magia habría funcionado de la misma forma de haber estado ellos dos muertos? No, claro que no-. ¿Puedo utilizar cualquier método que conozca para curar a ese cadáver?- pregunté, mientras me preparaba para partir.

 

Quería saber si Báleyr también era de utilizar el Haz de la Noche para crear esos portales y viajar por el país o por el mundo.

 

-Y tengo otra pregunta. ¿Cómo es posible que esta rama de la magia pueda ayudar a los seres vivos y no sólo a los muertos?- que revivir cadáveres podría llegar a ser algo asombroso, pero si además podía combinar esta habilidad con la de la metamorfomagia, entonces estaría incurriendo en un terreno diferente, plagado de misterios. Seguro que ambos Arcanos, Amara y Báleyr habrían estudiado juntos esto, pero yo no tenía idea al respecto porque la primera no me había mencionado jamás de su incursión en la Nigromancia y, aparentemente, todo lo que le importaba al Arcano tuerto era la incursión en la muerte.

 

También se me ocurrían otras tantas preguntas. ¿Duele morir? ¿Hay un más allá? ¿Qué sucede con la esencia de la persona? ¿Existe el espíritu y es eso lo que son los fantasmas o es sólo energía? Había pasado demasiado tiempo en el mundo muggle estudiando la magia primigenia que ya no creía que fuéramos sólo carne y hueso, sino que había algo más dentro de nosotros, no sólo la magia que utilizábamos, sino.. cierta esencia que nos hacía ser quienes éramos. ¿Acaso esa esencia volvía cuando nuestro cuerpo era revivido o se perdía para siempre? ¿Quizás se mutilaba? Me di cuenta de que miles de preguntas asaltaban mi mente ahora que el Arcano había dicho que debía hacerlas.

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Noche tras noche observó, con disgusto, que luego de horas de dolor su sujeto de pruebas (pues Bastian había comprendido que se trataban de personas que posiblemente vivieran siglos reviviendo y sufriendo las consecuencias) abandonaba la vida. Era algo que ya lo estaba molestado, se había vuelto una rutina para él decir las palabras de memoria, saber que es lo que el alma de aquel chico buscaba realmente.

 

Nunca se había parado a pensar en eso. Siempre había asumido que conforme el tiempo pasara el alma dejaría de rechazar a su cuerpo. Comprendió que no. Al contrario, con cada día que pasaba había más dolor en al joven rubio. Aunque a Bastian se costaba menos, se cansaba cada día menos y se recuperaba con más facilidad. ¿Y si aquel era el camino correcto? ¿Alguien habría intentando ya hacer la idea que el Warlock tuvo en ese preciso momento?

 

Luego de realizar el ritual su mente se trasladó al otro lado de la puerta, al reino donde habitaban los muertos.

 

—Se que recuerdas cada uno de mis ofrecimientos

 

—Cada día me cuesta más creerte, aunque nunca te creo del todo

 

—Hoy no te ofreceré todo aquello que te he ofrecido antes

 

—Date prisa, se acaba el tiempo

 

—No tendrás riquezas, no podré devolverte a tu madre ni a tu amor. Pero puedo hacer que esto pare. Hoy será la última noche, para bien o mal, que sufrirás ese dolor. Pero debes creerme, debes estar totalmente convencido

 

Regresó a la conciencia por los gritos de dolor, más leves que los días anteriores, del sujeto de pruebas. Dejó de hacer ruido en poco tiempo. Bastian se acercó resignado, tampoco había funcionado. Pero notó que no era muerte lo que veía, sino que el dolor había causado que se desmayara.

 

Se sentó en el suelo a esperar, pasaron varias horas. Durante todos las noches que pasaron jamás tuvo conciencia de que las dos brujas estaban también en el cementerio. Cuando sintió sus presencias también supo que el Arcano había llegado. Realizó la misma pregunta que hace un tiempo le hicieron en la clase de Animagia.

 

—Estoy dispuesto a enfrentar la prueba de la nigromancia.

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Tosió de forma convulsiva, sintiendo que en cualquier momento terminaría por expulsar los pulmones. Sentada sobre la fría hierba descuidada, trataba de recuperar fuerzas en aquel cementerio del horror. Estaba terminando de realizar aquella práctica diaria que se había convertido en su secreto mejor guardado, por lo menos por el momento. Iba mejorando poco a poco, aunque aún le resultaba difícil el final, donde los gritos desgarradores y el cansancio y posterior malestar se hacían intensos.

 

Era la sexta noche que acudía, y por primera vez desde que había comenzado con eso, el regresar el alma al cuerpo del muchacho no se le había hecho tan difícil, más bien, con tanto tiempo que llevaba intentando convencerlo, a veces incluso más de una vez por noche -siempre y cuando ésta no se le hubiese esfumado de la nada misma-. Poco a poco había logrado descubrir que no eran sólo las palabras lo que seducía a un alma, sino también eso que realmente le importaba a ella. Para él era el poder observar el cielo una vez más, como lo había hecho en antaño con su hermano gemelo, el cual aún seguía vivo.

 

No podía decir que saber su historia, aunque fuera un poco, no había sido doloroso. El chico apenas había tenido dieciséis apenas cumplido cuando había perdido la vida para siempre, un tiempo muy corto para alguien. Pero aunque el Maestro no le hubiese dicho nada, dedujo por sí misma que no podía dejarse influenciar por las historias de quienes revivía, o terminaría por involucrarse más de lo que era realmente aconsejable. A fin de cuentas, él estaba muerto ya, sin el poder de la nigromancia que ejercía todas las noches sobre su cuerpo y alma para unirlos, nunca habría tenido la oportunidad de volver.

 

La décima noche, cayó de rodillas al suelo una vez más, aunque esta vez, se percató de que la luna aún inundaba desde un punto alto, y que el cansancio ya no era tan notable. Sí se había detenido a recobrar el aliento, por unos minutos, pero ya luego logró recobrar energías como para pararse y ver a su sujeto. Abrió muy grande los ojos al ver que ya había parado de gritar, y miraba al cielo en silencio, parpadeando lentamente, como si no quisiese perderse el espectáculo que tenía frente a él aún a pesar de que se retorcía levemente y hacía muchas muecas de dolor.

 

Una voz ya familiar, aunque hacía mucho que no la había escuchado surgió de entre las sombras, tomándola por sorpresa y percatándose de la presencia de sus compañeros, a los cuales no había oído llegar. Escuchó, atentamente las palabras de Báleyr, sorprendiéndose al oír salir esa pregunta hacia los tres, la cual no dudó en la respuesta que daría a continuación:

 

Estoy preparada para afrontar la prueba lo mejor que pueda, Maestro.

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Frustrada.

 

Así era como la ojimiel se sentía, ya había perdido la cuenta de las noches y de las veces que había intentado traer a la vida al joven rubio que seguía muriendo una y otra y otra vez, en medio de gritos de dolor. Aquellos gritos que se quedarían gravados para siempre en su memoria. Su piel lucía aún más pálida de lo habitual en una vampiresa y en sus ojos se habían formado unas ojeras que antes no estaban, lucía cansada, agotada.

—Debería descansar un poco…—dijo su elfina al verla salir una noche más. En sus manos llevaba una vela encendida, era la única luz que alumbraba la penumbra de la noche en el castillo Karkarov.

—Solo una vez más…— susurró la bruja mientras se cubría con una túnica de viaje.

—Ha dicho eso las últimas tres noches mi ama…Quizá debería dejar a los muertos donde están… o terminara por hacerles compañía— comentó la vieja elfina que se giró y desapareció por el pasillo y llevándose con ella la luz. Dejándola sumida en la oscuridad.

Una sonrisa cansada apareció en los labios pues las últimas noches era precisamente lo que hacía, hacerle compañía a las almas. Giró sobre sí misma y desapareció rumbo al cementerio. Al llegar descubrió el mismo escenario de siempre, la oscuridad del lugar, aquella brisa gélida que se calaba en los huesos y por supuesto; el cuerpo del joven rubio en la mesa de piedra.

Con varita en mano se paró junto al cuerpo por un lago rato sin saber qué hacer, si someterlo una vez más al terrible sufrimiento o desistir pues ya no soportaba escucharlo gritar una vez más, no soportaba seguir fracasando en su intento de aliviar su dolor. Dejó escapar un suspiro mientras dibujaba el símbolo de Hades prometiéndose que esa noche sería la última vez, dibujó un símbolo igual en la tierra y empezó a pronunciar el conjuro que ahora se sabía a la memoria. Como todas las noches un aura oscura la rodeo completamente y todo se desvaneció a su alrededor, el cuerpo de la bruja sin embargo no se había movido, pero ahora era solo un cascaron vació pues su alma estaba en un lugar diferente.

—¿No te rindes verdad?... —dijo el fantasma de una chica cuyo cuerpo estaba completamente quemado.

—Ya sabes que no. Y no, no puedo llevarte conmigo… ya te he explicado que no sé dónde está tu cuerpo y que aunque lo supiera no puedo hacerlo. Lo siento —Dijo la castaña adelantándose a las suplicas de la chica.

—Es injusto… yo quiero regresar. El no. —se cruzó de brazos haciendo un berrinche.

— ¿Sabes dónde está ahora? —preguntó haciendo caso omiso a las quejas del fantasma. Estiró la quemada mano en dirección a un mausoleo familiar.

—Gracias…—dijo la bruja encaminándose hacía el lugar señalado. Lo observó apenas ingresar, el fantasma del chico rubio estaba de pie frente a una lápida de una mujer.

—¿Es por ella que no te puedes ir? —preguntó la castaña y el muchacho lució sorprendido, era claro que no la esperaba tan pronto.

—Has llegado antes… —dijo alejándose —Sí, es por ella… fue mi culpa—siseo afligido.

—Yo puedo ayudarte… —empezó la bruja pero se detuvo al ver la mirada llena de ira que el muchacho le dedicaba —Está bien, admito que las otras veces te he mentido pero en mi defensa diré que no tenía idea de que era lo que deseabas, lo que te retenía. Ahora lo sé. —dijo la castaña —Y no puedo prometerte que la volverás a ver con vida… pero puedo ayudarte a que tu mensaje llegue hasta ella, a que seas libre y puedas continuar tu camino —había comprendido que aquella alma tenía algo pendiente por hacer y por tal motivo no podía abandonar ese lugar.

—Que me asegura que no me estas mintiendo —Respondió con desconfianza.

—Nada. Solo tienes mi palabra y la promesa de que cumpliré —le respondió y por primera vez desde que había llegado a ese mundo de sombras, era sincera. —Tu mensaje llegará a ella tarde o temprano y a pesar de que El Tuerto te vuelva a traer a este lugar, serás libre… —Al parecer él se había dado cuenta que estaba diciendo la verdad, se acercó hacia ella y le susurró al oído un mensaje para la hermana pequeña, un mensaje que se quedó grabado en su memoria.
—Estoy listo…vamos —fueron las palabras del fantasma que tomó la mano de la bruja.

Sintió un estremecimiento y una punzada de dolor en su estómago pues se dio cuenta que había servido de vínculo entre los dos mundos y al hacerlo recordó cosas que habían estado ocultas en su mente. Cuando abrió los ojos no se sorprendió al no escuchar gritos pues sabía que lo había logrado, lo observó inconsciente en la mesa de piedra, como si estuviera dormido. Se acercó a su oído y susurró > Fue como una hasta pronto.

Tan concentrada había estado que se sobresaltó al ver salir al Arcano de entre las sombras y de descubrir que no estaba sola pues Mei y su esposo, al cual no había visto desde hace varios días, estaban también ahí.

—Estoy dispuesta a afrontar la prueba. Maese—respondió dedicándole una última mirada al joven que seguramente dentro de poco volvería a ser un habitante más del mundo de los muertos.

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El Arcano hizo un atisbo de sonrisa pero ninguna mueca mostró en su imperturbable rostro centenario. Los tres estaban listos o al menos eso decían y su deber con la Universidad lo obligaba, de manera formal, a presentarlos ante las pruebas de la isla y de la Gran Pirámide para saber si eran aptos o no de llevar sus anillos de habilidad.

 

—Tendrán que enfrentarse a cuatro pruebas para cruzar el lago y la isla hasta llegar a la Gran Pirámide. Pero por ahora no les diré más que eso. Los espero mañana al anochecer en los terrenos de la Universidad y estoy seguro de que podrán encontrar el camino correcto — sin más, el anciano golpeó el bastón en el suelo del cementerio y desapareció luego de que se creara un Haz de la Noche en el lugar en el que había estado parado.

 

Una vez en su mazmorra, se llevó una mano hacia el inexistente ojo izquierdo en un ademán de querer rascarse para recordar, como solía hacer cuando había algo rondando en su mente. Pero de inmediato dejó el gesto a medio camino y su mano cayó hasta su pipa, sobre una mesa de madera, que tomó y encendió para luego volver sobre el tomo que había estado leyendo todas las noches desde su llegada allí.

 

«Mañana por la noche» pensó, hundiéndose en su sillón.

 

 

***

 

Báleyr miró a la chica dudando frente al cuerpo y volvió a taparlo con la sábana blanca.

 

— Vamos a San Mungo— golpeó su bastón en el suelo y un Haz de la Noche apareció. Esperó a que pupila avanzara hacia él y luego se introdujo él mismo dentro del portal, para acabando en la zona de la morgue de San Mungo.

 

— Si un cuerpo muerto curase igual que uno vivo, ¿para qué hacer uso de la Nigromancia? — gruñó, mientras avanzaba con cierta dificultad hacia una puerta doble blanca.

 

No había nadie por allí, ni enfermeros, ni medimagos, ni siquiera un cuidador. Sí, había hecho bien en apartar aquel lugar de ojos indiscretos mientras su pupila estudiaba el arte de la muerte.

 

— Cuando elijas el cuerpo a curar, te responderé tu primera pregunta. En cuanto a la segunda, sí, puedes utilizar cualquier método que conozcas— por un momento el Arcano se preguntó a qué se debía aquella pregunta y luego recordó que su aspirante había recibido recientemente el anillo de Metamorfomagia, por lo que su pregunta debía estar ligada a su recién adquirida habilidad de sanar mediante la transmutación del cuerpo.

 

Una vez entraron en el recinto, esperó a que la chica escogiera un cuerpo y se sentó en una de las sillas de plástico que había delante de un escritorio, seguramente donde el medimago forense se encargaba de hacer el papeleo de los cuerpos que recibía. Se dio cuenta que el olor a hospital le desagradaba más que el de los cadáveres que había estudiado en sus viejos tiempos, cuando apenas estaba aprendiendo de su Maestro. Podía reconocer los químicos en el aire, las pociones que se utilizaban para conservar los cuerpos hasta que alguien fuera a reclamarlos o hasta que se emitiera la orden de enterrarlos o incinerarlos. Arrugó la nariz ante el picor que le producía.

 

—Si esperaba poder ayudar a los seres vivos, señorita Macnair, debo decirle que se ha equivocado de habilidad. Aquí estudiaremos la muerte y solamente la muerte. Y no es nada variopinto ni divertido, mucho menos agradable lo que veremos en mis clases. No hay forma de ayudar a los vivos a menos que primero los mate y luego los reviva, mi señora y, debo decirle, que eso no les va a gustar— volvió a arrugar la nariz y luego le señaló un grupo de pinzas, escalpelos y otros artefactos médicos que aún, siendo muggles, se utilizaban para actos forenses. Eran menos invasivos y no dejaban rastros de magia en un cuerpo. — Deberá "arreglar" el cuerpo elegido. Como le dije, podrá usar métodos mágicos para curar al cadáver pero le aconsejo que haga uso de sus manos y su ingenio para sanarlo: la muerte es sucia. Cuando estudiemos la forma de devolver un alma a un cuerpo, entenderá por qué no debe dañar mucho el cadáver. Así que tenga cuidado—.

 

Esperaba que son eso la chica comprendiera que debía trabajar con cuidado y paciencia sobre el cuerpo. A él nunca le había preocupado ensuciarse las manos.

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