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Libro del Caos


Bakari
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- Si la hay.

 

Fue su pregunta y esa fue mi respuesta, ¿de verdad creía que todos los magos y brujas que venían con él simplemente estaban pasando un trámite? Muy bien, pues tal vez para los demás así era pero yo estaba por convicción para mejorar mis habilidades en el campo de batalla y si la orden había sido "sepáralos", justamente en eso iban dirigidos mis movimientos: para separarlos.

 

Jugué nuevamente con las fuerzas del azar, esta vez con la rueda del poder y me tocó una mala pasada, al limitarme con los conjuros de mi rango dentro de la Orden del Fénix, así que me mantuve con poderes de los libros de hechizos.

 

Pensé en un obsistens para crear una barrera mágica de aquellos seres que estaban cada vez más cerca de mi, con la plena intención de hacerme daño; mi proyección mágica de primer movimiento había logrado distraer a la mayoría de los presentes con mi presencia, que era justamente el plan, que eran las indicaciones dadas. rápidamente saqué mi pequeño frasco de semillas de hielo para recubrir la zona cercana a mi, de unos 100 m2 en hielo y que estos seres se resbalaran al instante.

 

Lo que no me esperaba era que Bakari se fuera en ese momento, dejándome en aquel lugar. No me sorprendía, solo no me lo esperaba, ya que al final los miembros del pueblo Uzza siempre nos tomaban con poca seriedad en los entrenamientos... ojalá pudiera terminar con todo ello lo más rápido posible para no tener que volver a pararme frente a ellos.

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Ahora intentaba invocar la rueda de la fortuna para que los movimientos de mis contrincantes fueran anulados, pero no lo logré, algo que realmente no me preocupaba porque en este tipo de situaciones uno jugaba con el azar y esta rueda en específico solo podía ayudarme, más no perjudicarme. No era tan inocente en la forma en que me desenvolvía en un enfrentamiento, al menos no como lo pintaba el guerrero Uzza.

 

Comencé a lanzar flechas de fuego para mantener la distancia entre los dos grupos que se estaban enfrentando y que, por breves momentos solo se concentraban en mi, primero con mi proyección, después por el hielo esparcido en el lugar y, ahora, con esta línea de fuego que los lograba mantener separados. Se podían detener en su combate porque encontraban un objetivo en común: mi persona, los estaba poniendo en peligro o, algunos pensarán, en ridículo.

 

Lancé de igual forma doce hermosas flechas de la punta de mi varita, normales, de manera no verbal para mantener el fuego que se propagaba con cierta velocidad ya que mis flechas eran de madera (así las había pensado).

 

Debía de mantenerme firme en aquel lugar, las cosas se podrían poner difíciles en cualquier momento, más de lo que ya parecían, y el guerrero Uzza podría aparecer de la nada para decidir que no quería que los separara sino que peleara contra ellos directamente, o me podía transportar en medio del mar para calmar a kelpies, o cualquier otra cosa que lo hiciera sentir superior en cuestiones de batalla... ya me estaba acostumbrando a ese pueblo.

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Creo que la quietud del agua del lago me hizo ensimismarme. La superficie era lisa y apenas alguna burbuja de algún pez (o vete a saber qué criatura marina) enturbiaba el silencio que había en aquel lugar. Seguro que me había equivocado. ¿Cómo iba a vivir en aquel remanso de paz un Uzza que enseñara el Libro del Caos?

 

En mi cabeza no podía juntar aquel libro o aquel lugar tan paradisíaco. Pero una sonrisa sincera apareció en mi rostro al admirar el lugar. Era un sitio desconocido para mí pero lleno de energías positivas que invitaban a la relajación. Por un momento, llegué a pensar que podría quedarme allá para toda mi vida, sólo viviendo del aire que inhalé con fuerza.

 

Casi me atraganto. En aquel momento una voz masculina preguntó quien era; creí detectar cierta curiosidad en ella. Me volví hacia él. Aquella presencia me sorprendió. Tal vez esperaba ver a un grandioso guerrero como Badru, tan joven como él, agraciado en el rostro... En realidad, sin poder decir que era feo, aquel Uzza tenía una nariz aguileña y un tanto prominente que le daba cierto aire regio a su mirada, acompañada por el tono grisáceo de su ralo cabello. No era la imagen que tenía de un Uzza y, sin embargo, todo él denotaba ser un gran guerrero.

 

La diferencia con el único Uzza (masculino) que había conocido provocó un alzamiento de mi ceja derecha, en una pregunta muda sobre su edad. ¿Cuán viejo sería? ¿Cuántos años haría que vivía en ese mundo de guerras que le había marcado con tanta crueldad la parte visible de su piel?

 

Solté el aire despacio, impresionada. Sería mayor (no me atrevía a decir viejo) pero tenía un físico que muchos jovenzuelos de Ottery envidiarían.

 

-- Yo soy... -- ¿Qué debería responder? Aún estaba demasiado conmovido el estado de ánimo ante él como para decidir si era mejor mostrarse de alguna manera concreta, ser yo misma, con todo lo payasa e incomprendida que podía parecer..., mostrarme como si fuera una guerrero con ganas de aprender, avanzando una curiosidad casi malsana por conocer todos sus secretos...

 

Al final, decidí ser lo más sencilla posible, ser yo aunque intentando controlar mis actos para no provocar ningún sentimiento negativo hacia mi persona, como había sucedido con el anterior Uzza más joven. No podría evitar ser como era pero estaba segura que este Uzza era especial, tal vez tan poderoso con sus conocimientos que buscaba la paz de alguna manera, rodeándose de la belleza de la Naturaleza.

 

Ese pensamiento me hizo temerle más. En cierta manera, yo era así también. Buscaba el Saber por el mismo Saber, me refugiaba en mi calidad de Sacerdotisa para tener un guión rígido sobre cómo aplicar ese Saber y me rodeaba de elementos naturales para apaciguar mi ánimo y no caer en la tentación de romper mi propio sentido del Deber y de lo Correcto.

 

Este Uzza debía ser alguien muy valiente. Aspiré levemente el aire, despacio, por las fosas nasales, antes de contestarle:

 

-- Soy Sagitas, una humana sencilla, atraída por el poder de la Magia y de sus Hechizos. Soy... Soy poderosa e insignificante a la vez. Poderosa porque soy feliz con lo que tengo, que es mucho, material e inmaterial, en dinero y riquezas pero también en sabiduría adquirida. Insignificante porque hay muchas cosas que desconozco y que me pueden. Vengo de una familia de Sacerdotisas y la Naturaleza me ayuda a superarme. Mi mayor temor soy... Soy yo misma. Me temo porque sé lo que puedo hacer cuando pierdo los estribos, lo peligrosa que puedo llegar a ser con todas mis habilidades y conocimientos. Intento controlarme pero sé que, si algún día pierdo el Norte, o el camino a seguir, podría ser dañina. Ansío...

 

¿Cuántas cosas deseaba? Muchas, algunas ya conseguidas, otras inalcanzables... Pero... ¿Qué era lo que de verdad quería a toda costa?

 

-- Es difícil definir lo que más ansío. Supongo que deseo proteger a mi familia, evitar que les suceda nada, ser la Loba Protectora de toda mi amplia camada... Aunque, en un fuero interno creo que... Creo que desearía volver atrás y retroceder al tiempo que aún era ingenua y no sabía casi nada. Creo que era más feliz que ahora...

 

La paz que se respiraba en aquel lugar se hizo opresiva. Sonreí tristemente.

 

-- Creo que mi vida es un poco caótica... Aprender y olvidar lo aprendido...

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—Vaya, tú sí que hablas.

 

Se le escapó. Así le pasaba a veces. Las palabras llegaban a su boca y no lo pensaba, simplemente lo decía sin importarle qué consecuencias trajera. Incluso ante esa bruja que le había llamado tanto la atención al verla desorientada, buscándolo. Era, sin un poco de duda, la primera persona que le daba una respuesta no tan superficial o escueta, que lo había convencido casi por completo. Casi. Siempre un mago tenía un punto débil y a Bakari le encantaba encontrarlo.

 

La mayoría de los magos que habían pasado ante él, uno más poderoso que otro, pensaba en dominar el mundo mágico o en hacerse más poderoso sin motivo alguno. Sagitas reconocía y sentía ser una bruja poderosa - algo que el uzza iba a probar - y buscaba el conocimiento para controlarse a sí misma. ‹‹Encantador›› pensó, con un dejo de ironía en su propia voz, todavía resonando en su cabeza la intensa respuesta de la bruja.

 

No me decepcionas del todo — comentó, si Sagitas supiera lo que respondía a sus otros alumnos, debía sentirse halagada —Si tu vida es caótica en esta clase aprenderás a usarla a tu favor… pero para ti ¿qué ocasiona el caos en tu vida?

 

Oh, aquel abstracto y peligroso concepto del caos, diferente en cada mago. Para unos era vivir en medio de un alboroto lleno de cosas superficiales y sin sentido. Para Bakari, como guerrero, era utilizar poderes que no sabía cómo iban a afectar el curso de una batalla; la incertidumbre misma. Esperó a que su alumna contestara e hizo un ademán tosco con su mano, indicándole que lo siguiera, advirtiéndole que se abrigara.

 

Irían con Ishaya. Tonks se encontraba en el lago de las lamentaciones; el ambiente denso lleno de suspiros y sollozos de las almas en pena, un lago congelado y el frío intenso que calaba hasta los huesos los recibiría al traspasar el portal que Bakari había creado con suma facilidad. Cuando llegaron, vieron al hombre todavía inmerso en una batalla para neutralizar a los ammyts y los inferis.

 

—Suficiente.

 

Una simple palabra, con tono enérgico, y se paralizaron los dos bandos. No quería que Sagitas comenzara con el entrenamiento tan de repente, haciendo lo mismo que su compañero. Tampoco quería ver a Ishaya muerto, o no todavía. Lo llamó para que se reunieran los tres en la pequeña parte de tierra que no estaba cubierta por hielo, a la orilla del extenso río congelado que los separaba

 

—Has hecho bien, Ishaya, no has muerto cuando te he dejado solo. Eso es algo positivo.

 

Los invitó a sentarse, al frente de él. Sentado en posición de loto, apuntó con las palmas hacia abajo y cerró los ojos, concentrando su poder. Unos segundos después, frente a sus estudiantes aparecieron sendos pergaminos gigantescos, con escrituras en varios idiomas y los nombres de los poseedores de los poderes del caos grabados en sangre.

 

Este es un contrato, los vincula con los poderes. Tienen que firmar con sangre, extraída con la daga del sacrificio. Tú — dijo mirando a Ishaya —has logrado controlarlos incluso sin haber firmado, pero recuerda nunca utilizar las ruedas en vano ¿entendido? —era una advertencia y a la vez un consejo, el brillo en sus ojos hacía ver que no estaba bromeando.

 

Despídanse, pues Ishaya, ha llegado el momento. Tendrás que atravesar ese río congelado sin utilizar tu varita. Si puedes hacerlo, llegarás a tu prueba ¿listo?

Editado por Bakari
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Mi mente era un caos ahora mismo. Contemplaba el pergamino, contemplaba al Uzza y contemplaba a mi hermano. Había algo, tal vez un poco de prudencia mental que me decía que no lo hiciera, que no firmara, que me fuera de aquel lugar (si fuera posible encontrar el portal que había cruzado antes con Bakari y me había dejado en aquel paraje helado), algo me decía que de allí no iba a salir nada bueno...

 

¿Cómo había acabado allá?

 

Había empezado siendo una charlatana, según el Druida. Le había sonreído, cuando había dicho que hablaba demasiado. Esa era yo, mi forma más sencilla y sincera de mí misma. Una charlatana.

 

El halago en mi rostro creció cuando él dijo que no le decepcionaba del todo. Eso, en palabras de un Uzza Super Guerrero Maestro del Caos , era un maravilloso piropo hacia mi persona.. No me lo había querido creer pero creo que mi Ego propio se dejó engañar y puse una sonrisa bobalicona, ¡Así que no era del todo decepcionante...! Aún tenía posibilidades de aprobar aquel curso... Le había contestado a su pregunta, por supuesto:

 

-- Lo que provoca el caos en mi vida soy yo misma. Nunca acusaré a otro de mis propios problemas. Ya le he dicho que yo soy mi problema. Soy de carácter firme, decidido y, a veces, demasiado estricto. He de luchar contra mis sentimientos de rabia y venganza de forma continuada e intentar apaciguarme. Muchos de los que me ven me consideran algo tonta y voluble, tal vez incluso inconsciente. No saben la verdad que escondo. Si me dejara llevar por instintos primarios, la mitad de ellos ya estarían muertos.

 

Esta frase la había pronunciado en voz baja, pero como retomé la conversación muy seguido, no sé si el Uzza se había percatado del tono de amenaza que había puesto en ella.

 

-- Yo soy mi punto débil y mi punto fuerte, pues lucho contra mí. Es hasta agradable luchar contra mí misma y conseguir dominar mi genio y hacerme la ingenua ante la vida. Sólo los más allegados y los que no han sobrevivido a una, saben cómo me las gasto cuando mi enfado llega a ser extremo. -- Me había arrepentido de aquel orgullo que sentía en mi voz, así que había agachado la cabeza y había continuado. -- Por eso estudio. Cuanto más sabes, más medios tienes para combatir y lograr el objetivo.

 

Intenté volver a la humildad por la que me había hecho sacerdotisa. Ese afán por esconder el lado malvado que a veces me podía me había llevado a estudiar métodos de relajación y comprensión, llevándome a conseguir más conocimientos que la media de los magos del pueblo.

 

Me había abrigado con una capa improvisada, de pelo interior, cuando él dijo que nos íbamos. Y allá habíamos llegado. Para mí fue una sorpresa ver que estábamos en un lugar... ¿maldito? Como Sacerdotisa y Nigromante, reconocí el frío de los Muertos que nos acechaba. Me pregunté si, por primera vez, iba a fracasar en aquel libro, puesto que si algo sabía de mí es que no me gustaba enfrentarme a las almas en pena. Por algo me había casado con un fantasma...

 

-- ¡Hola, hermano! -- dije a Ishaya, tiritando un poco. Me sujeté la capa con los brazos y me di golpecitos para entrar en calor, aún sabiendo que eso, allá, en aquel portal desconocido, iba a ser imposible. Las almas siempre traen el frío con ellas. -- ¿Qué demonios son esos? A los Inferi los conozco pero...

 

Guardé silencio y retrocedí un paso. Había intuido que la conversación siguiente era del Uzza con mi hermano y que yo tenía el honor de estar escuchándola, pero que no iba para mí. Además, debía de meditar con eso de que no había muerto en su ausencia y eso era algo positivo. Con un gesto nervioso, comprobé que llevaba encima toda la quincalla de los libros anteriores, anillos, amuletos, frasquitos... Cada vez se había más difícil seguir los nuevos libros.

 

Y ahora estaba allá, mirando el pergamino enorme en el que tenía que plasmar mi firma con mi propia sangre, mirando al Uzza, mirando a Ishaya y mirando de nuevo el pergamino... La cautela aún seguía allá, silbándome de forma aguda en los oídos, advirtiéndome que firmar allá sería peligroso. ¿Podría vivir sabiendo que me dejé vencer por ella y que me había ido sin firmar?

 

Negué con la cabeza, en silencio, en el mismo con el que invoqué la Daga del Sacrificio, una muy sencilla de hacha prehistórica, como correspondía a una sacerdotisa que ha huido de los lujos. Sólo la empuñadura estaba labrada en hueso de mamut, con una imagen de la Venus de Willendorf. Por cierto, era una original que había conseguido usando uno de los portales al pasado. Pero eso no venía al caso ahora.

 

Ahora lo que importaba era que usaba la Daga para cortarme y vincularme a alguien, que no dije, para poder guardar en secreto por quién me moriría para salvarle. No era de su incumbencia, de ninguno de los dos, aunque seguro que Ishaya intuía qué miembro de la familia tenía mi protección. Si Bakari me lo preguntaba, supongo que tendría que decírselo, pero de momento sólo dije en voz alta:

 

-- Immolo ad protegendum.

 

La sangre brotó de mi mano y firmé con ella el pergamino. Ya no había vuelta atrás. Estaba ligada al aprendizaje y ya no podía abandonar. Asentí, de forma cabizbaja, y me despedí de mi hermano.

 

-- Que los dioses te acompañen en tu camino, Ishaya.

 

Suspiré y esperé. Bakari me imponía mucho respeto, sobre todo ahora que era su única alumna.

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A veces, Bakari hacía muchas preguntas. Preguntas que podían resultar tediosas o inútiles para sus alumnos, pero en realidad, las respuestas que ellos daban moldeaban la forma en que él seguía con el entrenamiento. Cada uno tenía una forma especial de comunicar sus ambiciones y sus miedos, muy pocos se atrevían a decir la verdad. Muchos se subestimaban y, para Bakari, convencerse a uno mismo del poder que se tiene era primordial.

 

Sagitas había empezado bien en ese aspecto, aunque la indecisión era algo que parecía retrasarla. De pronto recordó a otra alumna, poderosa, pero indecisa, a la que había que presionar para que demostrara su potencial. Bufó impaciente mientras esperaba que bruja y mago firmaran el contrato, quizás por el desconocimiento de que aquello solo mejoraría el control sobre las ruedas y los señores del caos. Además, un poco de sangre no iba a dañarlos.

 

Cuando Ishaya se alejó lo suficiente, posó sus ojos sobre los de Sagitas, como intentando descubrir sus secretos, si le estaba mintiendo, si estaba asustada, o si estaba ansiosa. Tras unos segundos de silencio, esbozó una leve sonrisa sin llegar a mostrar los dientes. Sabía exactamente qué era lo que su única alumna necesitaba antes de empezar con la práctica. Ella lo había dicho, era su punto débil y su punto fuerte a la vez.

 

Se puso de pie, con una agilidad sorprendente a pesar de su edad. Con un movimiento de la vara de cristal hizo aparecer un rústico pensadero frente a Sagitas. Era de piedra y estaba algo sucio, como si no se hubiera usado en muchos años. Por lo general no le interesaba ver sus propios recuerdos, el dolor de las batallas todavía lo atormentaba algunas noches.

 

Quiero que pienses en momentos de caos.

 

Escueto. Miró a Sagitas por si tenía alguna pregunta. Hizo un esfuerzo monumental por no molestarse al tener que hablar demasiado, le gustaba dar indicaciones sin hacer mayores explicaciones del por qué, pero sabía que en esa oportunidad, un par de palabras no serían suficientes.

 

Usarás el pensadero para que veamos momentos de tu vida en las que creas que perdiste o estuviste a punto de perder el control —hizo una pausa, esperando a que deje de escucharse el lamento especialmente largo de un alma en pena —y en los que has podido controlar todo tu poder ¿alguna duda?

 

Sagitas no lo sabía, pero esos momentos serían en los que tendría que concentrarse antes de intentar probar los poderes del libro que Bakari enseñaba. Una vez que se lograba pensar en las cosas no tan buenas que se ha hecho en el pasado, o en los problemas que se han ocasionado por el propio poder, podía controlarse el caos interior.

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Apenas comenzaba con mis movimientos cuando vi que el guerrero Uzza regresaba con alguien a su lado, mi hermana Sagitas, una bruja que admiraba como nadie. Intercambié un beso y un abrazo con ella a modo de saludo ya que a pesar de estar en frente de Bakari, siempre tenía tiempo para mi familia.

 

- No tienes ni idea lo feliz que me hace verte por acá.

 

Fueron mis palabras antes de convocar la daga del sacrificio para firmar el contrato con mi sangre, produciéndome una leve herida en mi mano que no tardaría en curarse por la superficialidad de las mismas.

 

- Nos estaremos viendo en el siguiente entrenamiento, supongo.

 

La velocidad con la que la Potter Blue avanzaba me sorprendía para bien ya que conocía a la perfección su negativa ante los duelos mágicos, pero el conocimiento de los libros de hechizos iban mucho más allá de desarrollarse en un campo de batalla enfrente de cientos de enemigos, bastaba con el conocimiento de los mismos para utilizarlos de manera personal, dentro de lo cotidiano si es que se llegaban a requerir.

 

Ahora debía de atravesar el lao congelado, por lo que asumí con un movimiento de mi cabeza ante las órdenes del guerrero porque le seguía tratando como mi maestro en esos momentos y la charla innecesaria con él simplemente quedaba fuera de contexto, por lo que me acerqué hasta la orilla mientras utilizaba la metamorfomagia para que mi piel comenzara a transformarse un poco para ser más resistente a las bajas temperaturas, adquiriendo mayor masa corporal como si fuese una ballena o una foca, sin realmente transformarme en esos animales; sí, pensé durante un momento transformarme en mi cisne, por la animagia, pero creí que sería mejor mantenerme en mi forma humana por cualquier tipo de problema que surgiera.

 

Mi varita estaba en mi cinturón, bien sujeta para no perderla, por lo que me alejé hasta ingresar a las frías aguas y atravesar el lago por completo y comenzar con la prueba del libro del caos para ser un mago digno de su certificación y continuar con el siguiente bajo el entrenamiento de otro guerrero.

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Me resultaba incómodo tanto silencio tras la salida de Ishaya. Me había sentido contenta al verle, al sentir su abrazo y al oír que le hacía feliz verme por allá, deseándome suerte antes de irse. Después, el Uzza me contempló tan fijamente sin decir ni palabra que me entraron ganas de salir corriendo. No lo hice (no por valor, por cierto, sino porque tenía las rodillas que se bamboleaban como gelatina dulce) y aguanté de forma estoica hasta que di un salto, imitando el suyo. No sé porqué se movió con tanta agilidad; yo lo hice porque me había asustado.

 

-- ¡Leñe! Ese Pensadero está algo... esto... ¿Desde cuándo lo tiene? -- intenté no sonar desagradable pero creo que era el más antiguo que había visto en mi vida. ¿Tenía que meter la cabeza ahí dentro? ¡Pero si precisamente ayer había ido a la peluquería a tomar un tratamiento hidratante para las puntas! Carraspeé un poco, ligeramente, casi nada, mientras sospesaba la idea de negarme a hacerlo.

 

Por supuesto, fue un pensamiento pasajero. No me iba a morir por meter la cabeza en un sitio algo suc... desconchabado. Si la clase sólo consistía en recordar un momento caótico de mi vida, no iba a ser difícil, pues tenía muchos y, sobre todo, tenía muchas anécdotas que compartir.

 

Sin embargo, no me esperé que, entre todos los que podía haber elegido, saliera precisamente aquel de mi cabeza. No sé cómo pudo suceder, puesto que suelo controlar muy bien mis recuerdos. Soy buena sacerdotisa, buena nigromante y buena oclumante. Esas tres habilidades me permiten tener un control férreo de mis sentimientos y mis recuerdos.

 

En cambio, en cuanto metí la cabeza en el pensadero, buscando un recuerdo que satisficiera al Uzza sin decir demasiadas cosas que yo no quería dejar escapar de los pliegues de mi memoria, un lamento terriblemente largo acompañó mi búsqueda. Sé que hubiera preferido una y mil veces cualquier anécdota del Circo o del confesionario o, incluso, de mi hijo pequeño. Tenía cosas que contar para dar y vender. ¿Por qué precisamente fue aquella?

 

La muchacha me miró con miedo, al ver que tenía la varita extendida hacia ella. Era de noche, yo una mortífaga de caza con otros dos, buscando a una persona sobre la que demostrar nuestra valía. Se me retorció el estómago. Aquella muchacha era bella. No seguía el canon para decir que era exuberante, pero sus ojos claros y la melena cortita en un tono oscuro que se confundía con la tinieblas de aquella hora intempestiva la convertían en atractiva. Ahora me pregunté porqué estaría allá, en el callejón de una calle londinense en aquel momento, en aquel instante en que los tres buscábamos una víctima.

Los otros hablaron con un lenguaje obsceno que acompañé entre risotadas crueles. Mi mente, sin embargo, luchaba por buscar un resquicio con el que permitir la huida de aquella inocente. Era mortífaga, sí, pero sólo estaba allá infiltrada. Mi fuero interno se negaba a pronunciar la maldición imperdonable que me obligaban a decir mis compañeros, entre palmadas y referencias a mis pocas agallas.

Había tragado saliva a la vez que ella extendía la mano en mi dirección, implorando clemencia. Mis ojos se cerraron levemente, en un estupido intento de no verla, de no fijarme en detalles, en no reconocerla.

Había sido inútil. Sus ojos tenían unos iris claros, el derecho con una pequeña mancha marrón, seguro que herencia de alguno de sus padres o abuelos; su pelo oscuro tenía mechas azules en las puntas, había perdido un pendiente de plata en la carrera inicial antes de acorralarla, el vestido estaba arrugado, mostrando sus piernas enfundadas en unas medias elegantes, ahora rotas por el roce contra el suelo. Uno de sus zapatos había perdido un tacón, que uno de mis compañeros había convertido en un alacrán para torturarla más en el miedo que ya sentía.

-- ¡Vamos, Sagitas, demuestra que no eres una gallina!

Había apretado los dientes, conmovida por el llanto de aquella joven, casi recién salida de la adolescencia, que imploraba por su vida. Aquella decisión fue muy difícil. Tenía que matarla, sin más, si quería seguir en el interior de la Fortaleza Oscura y enterarme de sus secretos. Si la mataba, perdía mi objetivo de luchar contra los malvados que mataban inocentes sin motivos. Si no lo hacía, me delataba y mi bando perdía un miembro activo; si acababa con su vida..., ya no imitaría ser como ellos sino que me convertiría en ellos...

La decisión más difícil que tuve que tomar, la primera de muchas que tomé más tarde... Sabía que mis labios temblaban cuando pronuncié el Avada Kedavra y el rayo verde la alcanzó en el pecho. Elegir entre una vida inocente ahora o entre posibles víctimas futuras que podríamos salvar... Aguanté las bromas de mis compañeros, los halagos de los mortífagos que me felicitaban por mi bautizo, la fiesta que empezamos en la Taberna y en la que me emborraché hasta quedar tendida en el suelo.

Nunca podría olvidar aquellos ojos, con aquella manchita marrón en ellos.

 

 

Saqué la cabeza de golpe y miré al Uzza con rabia, sin saber si era yo la que lloraba o sólo era el líquido en el que había sumergido mi cabello.

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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