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Libro de la Fortaleza — Grupo 2


Jank Dayne
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~ El poder de la Aurora ~



Había pensado en embaucarlos.

Así, sin explicaciones, sin rendir cuentas a nadie. En cuanto Badru les había citado tanto a Hades como a él a los rincones más helados del mundo, dio por sentado que la siguiente travesía no sería como la anterior. Que las aguas del Nilo o los peligros del Amazonas no eran nada comparados a lo que se enfrentarían. Que, a pesar de que se consideraba un mago con agallas, las pruebas requerirían algo más que auténtico valor. Una simple retirada inesperada habría sido lo más fácil. Pero, desgraciadamente, conservaba una admiración insoportable hacia los retos. Y sin duda, aquel era uno de los tantos que no se atrevía a rechazar.

El traslador consistía en una pequeña garra falsa de oso polar suspendida en el aire en el centro de un salón de ventanas cubiertas por aparatosas cortinas de terciopelo morado, dando la sensación de entrar en una carpa circular sin salida. Tanto Hades como Jank se habían encargado de enviar las indicaciones con suma precisión antes de que se aventuraran a sucumbir ante la curiosidad que propinaba el objeto flotante frente a los ojos de sus alumnos, procurando que se atuviesen a lo que les esperaba según su decisión. La misiva, que aparecería sujeta por un lazo rojo, sellada por la universidad y en el pico de docenas de lechuzas, dictaba lo siguiente:

Universidad Mágica, salón 2 del Ateneo, a un lado del cuarto de servicio, cinco de la tarde. Una vez tocada la garra, no habrá vuelta atrás. Si te retiras, perderás la exclusiva oportunidad que te ofrecerá esta aventura.

Pd: traer su libro, anillos y amuletos en empaque cómodo. La ropa abrigada les sentará bien.

Hades Ragnarok & Jank Dayne

 

Para cuando el mensaje empezó a dispersarse por los cielos de Inglaterra con el cometido de repartir el mensaje, Jank ya se encontraba frente al barranco donde los trasladaría a todo el alumnado de la clase. Le había dicho a su compañero que prefería verificar el terreno primero, procurando evitar baches antes de que siquiera empezara. Pero lo cierto era que prefería compenetrarse con el ambiente primero que nadie, sentir la brisa helada chocar contra sus mejillas y tornarlas rojas al instante. Sacar la lengua sin sentirse visto, y calcular los segundos que tardaba en derretirse dentro de su boca. Los Uzza no se lo pondrían en bandeja de oro; no lo hacían con nadie. Pero la tierra no tenía la culpa. Y debía disfrutarla, a pesar de las circunstancias.

Se vio forzado a abrir los ojos cuando escuchó los pasos de Hades a su espalda. Jank le hizo una seña para que no se acercara demasiado, puesto que el suelo que pisaban no constaba de demasiada tierra; de hecho, la pendiente solo se constituía de nieve resistente, pero nada confiable. Si se inclinaba lo suficiente la vista, cualquiera podía percatarse que, de caer, la forma de la montaña haría que la persona se desplazara como si de un tobogán se tratara, cuyo final topaba con la entrada de una cueva. Dayne habría deseado aparecer directamente allí, aun sabiendo lo necesario que era aparecer sobre el acantilado en un principio.

- ¿Listo? – preguntó, lanzando la primera pregunta capciosa del día al profesor. El clima era coloquialmente insoportable aquella tarde en el polo norte. El sol apenas se podía vislumbrar entre las nubes cargadas de hielo, y el viento, repleto de miles y miles de copos de nieve que no tardaban en aglomerarse a su abrigo de piel de topo, parecía susurrar palabras desalentadoras. Jank solo esperaba que la pista en la carta hubiese sido suficiente para que los alumnos captaran que su indumentaria sería un factor clave durante la clase.

No transcurrieron demasiados minutos desde la llegada de Hades para que lo siguieran los nuevos aprendices. Jank no evitó la sorpresa expresada en sus irritadas facciones cuando los rostros presentes iban activando su memoria. Tal y como la ocasión anterior, no estaría tratando con hechiceros novatos. Y eso, en lugar de causar en él una típica sensación de inseguridad, le reconfortaba; ni siquiera los más expertos y acérrimos guerreros estaban completamente preparados para lo que el pueblo les tenían propuesto. Él era una prueba viviente de aquello.

- Bienvenidos, magos y brujas. Este es, como ya saben, el curso donde aprenderán y controlarán el poderoso Libro de la Fortaleza – inició, notando que el vaho saliente su boca apenas y se percibía ante la potencia de la ventisca –. Espero que traigan consigo su libro y hayan reparado en equiparse adecuadamente para la ocasión, factor que será imprescindible si desean culminar este viaje... - dejó la frase cortada, cosa que aprovechó para examinar las miradas con más atención -.. con vida.

Al instante, Jank dio un paso atrás y se colocó a espaldas de los alumnos, seguido de que Hades tomara la palabra. La capa blanca no tardó en hundir sus botas negras, que por más grandes y confortables que le resultaban, seguía sin hacerle competencia a las extremidades del territorio. Tendría que acostumbrarse, de nuevo, a que la nieve tomara todo el protagonismo de la aventura.

Soltó un gran suspiro y, cuando su compañero terminó de anunciar las indicaciones, Jank brincó al vacío. No alcanzó a escuchar los gritos de asombro, si es que existieron. El colgante con dos alas blancas brilló cuando estuvo a punto de estrellarse contra el muro de nieve que le esperaba al final del acantilado, haciendo que pudiese planear cual ave, con los brazos y piernas estirados, hasta la entrada de la cueva, donde se perdió de vista al entrar.

~*~*~*~*~*

Grupo 2 ~ Listado de Alumnos

Sally Sigel
Axel Rexdemort
Madeleine Stark
Stephanus
Helike Rambaldi Vladimir
Edmund Browsler
Nathan Weasley
Ishaya
Juv Malfoy Croft

Editado por Jank Dayne

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El vampiro se encontraba parado allí cerca de aquella Garra observando cómo flotaba en el centro de aquella habitación. Sus orbes estaban allí, pero su mente estaba en otro lugar, en uno muy diferente, en uno en el cual había estado en su pasado. Paso la lengua por los filosos y ponzoñosos colmillos vampíricos recordando aquella vez cuando se había alimentado de un oso polar. Si, él había trabajado en un barco ballenero en su juventud, aun recordaba el cielo oscuro y estrellado de Alaska.

 

Sabía perfectamente que Jank había enviado las instrucciones a los alumnos. ¿Qué pensarían una vez entr5aran en aquella tétrica habitación?, quizás lo único que faltaban eran unas cuantas velas negras con lamas azules como si fuera el cumpleaños de muerte de alguien, bueno, jamás se sabía lo que sucedería en la clase, así que, si morían una o dos personas no era su problema.

 

Observo cómo cada uno de aquellas figuras fue apareciendo, una vez que todas estaban allí alrededor de aquella garra que los llevaría al lugar indicado dio un paso adelante.

 

-Suerte… -dijo para un segundo después desaparecer ya que él sabía la ubicación.

 

~*~*~*~*~*

 

-Muy bien Dayne, estuve presente cuando todos llegaron al aula, así que después no pueden decir que no estaban o inventar alguna tonta excusa –comento el vampiro observando a Jank- si saben seguir instrucciones estarán aquí en cualquier segundo.

 

El Ragnarok recorrió con la vista el paisaje. Dibujo una mueca ante aquel blancor casi cegador. A lo lejos podía escuchar el chocar de las masas de hielo en el agua. Ladeo la cabeza y dibujo una mueca divertida.

 

-Debimos haberles dicho que trajeran ropa más abrigada, ¿no te parece? –dijo el vampiro divertido- oh, ya nos veo observando cubitos de hielo aquí –comento sabiendo que ellos les habían avisado pero la cosa era si les harían caso- espero hayan entendido la nota

 

El Ragnarok se acercó más a Jank para disfrutar un poco más la vista pero este le hizo señas. El vampiro entrecerró los ojos intentando adivinar que era lo que su compañero quería decirle. Al final, un segundo después lo entendió. Negó con la cabeza y suspiro. Para eso se suponía que servía aquel amuleto volador. Bufo por lo bajo, con la suerte que tenia capaz Jank se había dejado el de él en casa.

 

-desde que nací –respondió en tono burlón a Jank.

 

Un sonido sordo llamo la atención del Ragnarok quien al voltear noto que los alumnos ya se encontraban allí, bueno, al menos no se habían caído por el acantilado antes de tiempo. Observo a Jank de reojo y lo noto quizás un poco nervioso por la situación, en cambio el vampiro estaba más que divertido pensando en quien sería el primero en derramar la primera gota de sangre. Suspiró, por algo era el profesor que mas había durado en la academia de manera ininterrumpida. Dio un par de pasos a la derecha y esperó que el Dayne fuera el primero en dirigirse al grupo.

 

-Como ya mi compañero lo ha dicho sean Bienvenidos a quizás lo que sea su última aventura si es que no logran dominar los místicos secretos del libro de la fortaleza –comento el Ragnarok- no porque hayan adquirido el libro creerán que pueden dominarlo a la perfección -los miró a los ojos- si no son capaces de usarlo y entenderlo les aseguro que los conocimientos jamás quedaran grabados en su memoria así que no les va a valer de nada si no culminan la clase.

 

El Ragnarok volteo y observo a Jank. Negó con la cabeza, al parecer el chico quería comenzar de una vez pro todas con aquello o capaz tenia frio. Rio y lo observo cómo se tiraba por aquel acantilado lleno de traicioneras ráfagas de gélido viento. Esperó el golpe o el grito pero no se escuchó nada, Jank seguramente había llegado a la entrada de aquella caverna escondida en el hielo.

 

-nuestra misión consiste en llegar hasta la aurora boreal y encapsular parte de su luz dentro de un cofre, puesto que según los Uzza incrementará nuestros poderes para acceder a la siguiente fase si es que llegan a sobrevivir a esta –comento el cainita como quien no quiere la cosa.

 

Los observo a cada uno a los ojos recorriendo sus facciones. Asintió esperando que estuvieran preparados para el inicio del resto de aquella travesía que ¿Quién sabia que les depararía?

 

-espero hayan traído su amuleto volador, lo necesitaran para llegar hasta la cueva escondida entre el hielo –dijo el Ragnarok- sino creo que tendremos compota de estudiantes allá abajo, o si tienen miedo y lo prefieren pueden irse, está en cada uno de ustedes tomar la decisión –dijo concentrándose mientras aquel amuleto brillaba y se acercaba al acantilado.

 

Se acercó mas al risco.

 

-El ultimo es caca de dragón –dijo saltando.

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Estaba desayunando placidamente junto a Percy cuando aquella lechuza llegó hasta el mesón de la cocina. Dejando su tostada sobre el plato tomó la nota que traía atada a la pata y se sorprendió al ver que se trataba de la clase para el libro de la fortaleza. Sus libros totalmente nuevos habían sido depositados en uno de los estantes libres allá en la biblioteca del tercer piso sin ser abiertos y todos los amuletos y anillos que venían con ellos guardados celosamente en la mesita de noche en su habitación. Había pensado erroneamente que les darían más tiempo para poder revisarlos, que les avisarían el inicio de las clases unos días antes pero no... Empezaría aquella tarde.

 

Terminando de desayunar con su hijo pensó en lo que decía la nota. Ropa abrigadora... Seguramente la clase se llevaría a cabo en un lugar frío, el polo norte o el polo sur, aún no lo sabía. Pero ahora que lo pensaba, el polo norte parecía ser un lugar especialmente mágico pues no sería la primera vez que una clase o entrenamiento se llevara a cabo en aquel escenario. Si, estaba ahora completamente segura de que ese era el sitio elegido ésta vez también. Durante el resto del día se dispuso a leer detenidamente ambos libros, tratando de entender y practicar a su manera el uso de los poderes que contenía. Usar los anillos o amuletos le resultaba incomodo, por lo que decidió realizar una singular pulsera con todos ellos que luego se colocó.

 

A las cinco de la tarde, tal y como habían indicado los instructores de aquella clase se apareció en los terrenos del Ateneo y buscó instintivamente el aula número dos. Al parecer fue la primera en llegar y observar aquella extraña y tétrica habitación. El color morado era uno de sus colores favoritos pero aquel lugar no le agradaba demasiado. Allí en el centro, dispuestos en el aire se encontraban las garras de oso que supuso serían los trasladores que los llevarían a todos hasta el lugar donde se iniciaría aquel nuevo viaje. Hades, uno de los instructores, estaba allí pero contrario a lo que había pensado no tomó una de las garras sino que simplemente desapareció.

 

- Bueno chicos... - dijo dirigiendose al resto de sus compañeros, a muchos de los cuales había reconocido mientras iban llegando - Creo que debemos tomar uno de éstos. Allá nos vemos - les dijo y tras sonreír como si aquello fuera una travesura tomó una de las garras de oso y desapareció de aquel salón, siendo arrastrada a través del tiempo y espacio rumbo al polo norte.

 

Nunca le había agradado demasiado aquella sensación tras tomar un traslador, pero no podía negar que era uno de los metodos de transporte más útiles. Cayó lo más elegantemente que pudo sobre el suelo e incorporandose se acercó cautelosamente hasta el acantilado. Mientras todos sus compañeros iban llegando pudo observar que allí abajo, donde Hades y Jank miraban recelosamente de vez en cuando, era el lugar elegido. Una cueva oculta, ¿qué otra cosa podía ser? La blanca nieve la ocultaba pero podía adivinar que allí abajo estaba la entrada a la misma. Aunque se preguntaba cómo bajarían todos hasta allí... ¿Quizá un trineo encantado?

 

Después del discurso de ambos instructores, que empezaba a creer que lo único que querían era atemorizarlos, la respuesta a aquella última pregunta que se había hecho a si misma fue respondida. Tendrían que utilizar aquel amuleto en forma de alas que permitía que uno pudiera volar y seguramente caer lenta y delicadamente de aquel acantilado. Jank había sido el primero en mostrarnos cómo se utilizaba. Por un momento dudó, para ella hubiera sido más fácil sólo convertirse en una bonita mariposa plateada y volar alegremente hasta allí. Pero supuso se trataba precisamente de eso, de probar el poder del amuleto.

 

- Ah bueno, si las cosas están así... - dijo tras las palabras del desaparecido Hades que ya se había embarcado camino abajo - No pienso llegar última - y apretando con fuerza las plateadas alas del amuleto que tenía ensartado en la pulsera también se lanzó al abismo.

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Axel ya había leído más de 4 veces aquella pequeña nota y seguía sonriendo. – Vez Alaska, te dije que ya era tiempo. – Levantando el papel y mostrándoselo a su pequeña mascota. – Si, lo sé por un momento pensé que no se habría la clase por el retraso de las fechas, pero por fin es hora Alaska. –

 

Continuaba el mago insistiendo, mientras el jobberknol solo lo observaba, sin producir ningún sonido. – Lo más interesante es la parte de la nota final, “Ropa Abrigadora.” – Sin dejar de sonreír. El Rexdemort había pasado toda su vida viviendo entre Dinamarca y Suecia, por lo que estaba acostumbrado al frio septentrional, así que no sería difícil para él, incluso seria cómodo, si la clase fuera hecha en algún lugar con nieve; Los únicos lugares más fríos que su casa se encontraban el Everest o los Polos, por lo que el hecho de pedir ropa abrigada, hacía que el mago, se sintiera más que emocionado.

 

- Según escuche estas clases son muy extremas Alaska, imagina que tengamos que subir por el maldito monte Everest, no sería eso una idiotez, de esas que me gustan, car*** - Levantándose para buscar en su escritorio su libro, sin controlar el entusiasmo que lo inundaba.

 

- Aquí esta esa cosa. – Tomando el libro de la Fortaleza una vez que lo encontró y sonriendo ampliamente, sin importarle la amontonada pila de papeles y ropa sucia que había dejado sobre su cama. Para colocarlo sobre el escritorio y volver a la montaña de cosas que inundaba su cama. – Necesito una mochila. – Suspiró y por primera vez perdió la sonrisa. Al darse cuenta que tenía demasiadas cosas.

 

---

 

Axel llegó unos minutos antes de las 5 de la tarde a la Universidad, usaba un excéntrico y sobretodo enorme gorro ruso, así mismo a su espalda una mochila de buen tamaño, Axel parecía niño explorador listo para salir de excursión.

 

Y allí se encontraba por fin en el salón correcto, aunque por un momento pensó que era más bien un funeral, al ver los colores y las luces del lugar, aun así el hombre continuaba emocionado. – Hej. – Exclamo entrando al salón y ver a los presentes, sonriendo amablemente, había visto a varios de esos rostros en Ottery pero no pensó que ellos fueran sus compañeros, solo levanto la mano derecha y extendió la palma, para intentar adaptarse al momento saludando a los demás.

 

- Yesh - Fue la expresión que dijo el danés al ver como empezaban a desaparecer con el traslador, y rápidamente tomo uno, no quería ser de los últimos en llegar, al notar como Sally Sigel era la primera.

 

- Oh mierrrrrrrrrrHAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA. – Gritó para sí mismo, sin ningún sonido Axel con los ojos abiertos y una emoción inconfundible. El color blanco dominaba todo el lugar, a donde llegara la vista del mago, no existia nada más que hielo, y el cielo; Axel tenía la boca abierta y se levantó del suelo, había tenido una caída poco elegante en la nieve, pero al ver el paisaje no pensó en eso.

 

Axel era un mago meteorológico por lo que al ver las nubes y su posición en el cielo, solo rio para sí mismo. – El polo norte, jooooddd. – Había estudiado aquel punto geográfico pero era la primera vez que lo veía, y que lo sentía. Unos segundos después el hombre se dio cuenta del frio tan agobiante, ni el frio de Tromsø era tan fuerte como imagino, por lo que rápidamente abrió su mochila sacando un abrigo y un par de guantes, Axel esperaba escalar el Everest pero no le molesto llegar a la casa de Santa Claus.

 

Fue cuando el discurso de sus profesores, lo hizo voltear y prestar atención a ambos, mientras se ataba el abrigo y los demás compañeros se acercaban.

 

- ¿Aurora boreal en una botella? – Axel solo sonrió sin molestarse por su diastema, ojala no muriera sin conocer a papá Noel, sacando de su mochila su varita y una pequeña bolsa de terciopelo negro.

 

Abrió su bolsa y saco varios anillos, no sabía que los libros trajeran juego de joyería, aunque en ese momento solo se dedicó a buscar el que tuviera alas, y volver a guardar el resto en la bolsa delantera de su abrigo muggle, donde se aseguró que estos no se perdieran gracias a la magia de aquel artículo muggle que tanto le fascinaba “el cierre”

 

Con la varita en la derecha y el amuleto en la izquierda continúo escuchando a los profesores, sin dejar de jugar con la nieve, Axel movía de arriba abajo sus pies, sentía la nieve bajo sus botas, Axel al final de cuentas era un hombre con el mismo carácter de un niño, aunque tuviese finta de bandido.

 

Y empezaba el viaje, al ver como Jank se lanzó al acantilado, Axel se acercó esperaba ver que truco usaría para zafarse del golpe, así que así funcionaba esa cosita con alas, y antes de ponerse a reflexionar ahora era el turno de Hades, haciendo lo mismo.

 

Sinceramente el mago estaba más que emocionado, y estaba dispuesto a probar eso, se veía tan divertido. – ¡Yo te sigo Sally!- Gritó levantando la mano saludando a la mujer y agacharse a sacar sus lentes de escalada, cuando vio que ella sería la primera en armarse de valor. Ajusto fuertemente su mochila a su espalda, su gorro con orejeras a su cabeza, y apretó su amuleto.

 

- Nos vemos abajo. – Exclamó viendo a sus compañeros y sonriendo con la mirada, así se lanzó de espaldas hacia el vacío, como si se tratara de un trampolín y una alberca para practicar clavados, ignorando el miedo a la caída.

 

La adrenalina lleno a Axel, al momento de caer y sentir el aire contra su cuerpo, intentando no cerrar los ojos por la caída, pero ya se encontraba allí, apretó fuertemente el amuleto, no se dio cuenta si este emitía brillo o algo pero pudo notar que la caída se suavizaba, y finalmente solo descendió hacia la nieve. -¿Qué demonios? – Dijo riendo, la caída con el traslador había sido más violeta que la del acantilado.

 

-Quiero volver a hacerlo.- Axel estaba emocionado, mas al ver la cueva de hielo, suspiró aún más emocionado, coloco sus goggles negros sobre su gorro, ya quería ir a explorar aquel lugar. La aventura habia empezado.

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Al tiempo en que algunos magos y brujas más, Madeleine toma la garra de oso. Una milésima antes de que suceda, se pregunta ¿Son de verdad? ¿Cómo las habrán conseguido? Aunque tenía intenciones de examinarlo, es una labor prácticamente imposible. Cuando sus dedos lo envuelven, puede sentir cómo el objeto trata de escaparse. Y por más que lo apriete en sus dedos, tratando de contener su poder, éste no se detiene. La arrastra, rompiendo la barrera del espacio-tiempo, muy lejos de allí. Por un instante, se pregunta qué pasaría si suelta el traslador en ese momento. ¿Sus piernas se quedarían en el Ateneo, y su torso en el Polo Norte? ¿O aterrizaría completa en el océano? Aunque es un experimento interesante, al momento de aflojar el agarre, ya está en el Polo Norte. Cae bocabajo sobre la nieve, todavía con la garra encerrada en sus manos.

 

El frío en contacto directo con su rostro le provoca punzadas horribles. Se levanta apresuradamente, casi volviéndose a caer en el intento. Los demás no parecen haber tenido aquel problema... Sin embargo, está muy ocupada anudando la bufanda de Gryffindor sobre su cuello, de forma que cubra también su nariz y boca, que no se da cuenta de ello. De haberlo hecho, quizás se hubiera sentido avergonzada, o quizás se hubiera quejado de que su traslador estaba defectuoso. Ah, y hubiera culpado a Jank por eso. Su aliento, cálido, se conserva en la gruesa lana y calienta la punta de nariz y sus labios. Aquello la reconforta, aunque no tanto como una taza de chocolate caliente.

 

A pesar de que Madeleine tiene un grueso abrigo negro, pantalones igual de gruesos, guantes de cuero, un gorro de lana e incluso gafas para la nieve, el frío no tarda en calar. De repente, la ropa parece inútil. Sin embargo, no puede quitársela, por más incómoda que sea; es lo que más necesita para mantenerse con vida. Quizás entre sus compañeros haya algún licántropo, vampiro e incluso un demonio. Criaturas más resistentes y fuertes. Mas ella sólo es una humana, y aunque la vaina de Melle en su espalda de le confianza, es consciente de lo frágil que es en un lugar tan extremo. Aún así, ese conocimiento no la hace mantenerse callada, quieta ni (seguramente) prudente.

 

—Ahora, ¿a dónde hay que ir? —pregunta en voz alta, aunque al levantar la vista distingue a uno de los profesores entre los demás. Duda que Jank hubiera podido reconocerla, si permanecía en silencio; con tantos abrigos y accesorios, parece disfrazada. El nombre de su "hermano" en la carta la había asombrado, mas era de esperar; últimamente, el desgraciado parecía estar ganando reconocimiento, cargos importantes. Demon Hunter, por ejemplo. ¿Si yo me hubiera quedado...? Oh, pero antes de terminar el pensamiento, sacude la cabeza. No va a ponerse a pensar en ello, justo en ese momento. Y no vale la pena, se dice. Los "hubiera" no existen.

 

Cuando el otro habla, Madeleine lo reconoce como el otro profesor. Por efecto, aquel debe ser Hades Ragnarok. Su nombre no le da buena espina; si no se equivoca, varitas veces apareció en la famosa lista en The Hunters. Pero ésta no es una misión bando, se dice. Relájate. Oh, pero, ¿cómo puede dejar de un lado a la Orden del Fénix? Aunque sea por un momento, es incapaz de hacerlo... de nuevo.

 

El frío la tiene tan malhumorada que está a punto de preguntar, insolentemente, quién fue el genio que pensó que venir al Polo Norte sería una buena idea. Sin embargo, al escuchar lo de la aurora boreal, guarda silencio. No le interesa tanto el poder; en cambio, es un fenómeno, al que no le otorga nada mágico, que siempre ha querido ver. Es una travesía peligrosa, pero ella está acostumbrada a eso. Siempre vale la pena intentar. Aún así, eso de meterla su luz en un cofre... bueno, ver para creer. Escucha cómo uno de los que serán sus "compañeros de clase" hace la misma observación.

 

—En un cofre —le corrige Madeleine, al mago, que parece un poco demasiado emocionado—. Las botellas no son tan cool.

 

Cuanto todos los demás comienzan a acercarse al acantilado, siguiendo las indicaciones, se ve obligada a seguirlos. Camina arrastrando las botas sobre la gruesa capa de nieve, pues el viento es salvaje y, y no quiere que la lleve con sí. El rostro, inevitablemente se le llena de nieve, mas las gafas protegen sus ojos y le permiten ver con relativa claridad. Allá abajo, donde quiera que estemos yendo, tiene que estar más calmada la cosa. Al ver cómo saltan, recuerda que sus amuletos están guardados en su mochila de cuero, junto al par de libros de magia y uno que otro objeto mágico, e incluso frascos de pociones. De uno de los bolsillos, saca el amuleto volador, que parece una snicht plateda, y lo cuelga de su cuello, quedando junto al colgante de Fénix. Entonces vuelve a colgarse el bulto.

 

Por un momento, duda. Muchas cosas podrían salir mal... así que retrocede un par de pasos. Sin embargo, algo se enciende su interior, y se encuentra corriendo hacia el risco.

 

Nunca había hecho algo parecido. Nunca había podido volar sin su escoba, y quizás nunca volviera a hacerlo. Ya que la brisa no golpea sus ojos, puede mantener los ojosa abiertos. Entonces, como había visto en posters, extiende los brazos y las piernas. Y deja que el grito se escape de su pecho. Sin embargo, se interrumpe al recordar que tiene que activar el amuleto, y el haberlo olvidado, la altera y la llena de terror. Puede distinguir las siluetas de los demás... sus manos buscan el amuleto, y lo estrujan con fuerza. Como si estuviera rezando, cierra los ojos. La velocidad se reduce, al punto en que cuando su cuerpo alcanza la nieve, cae como si el salto hubiera sido mucho más corto y breve. No es el mejor aterrizaje; aún así, lo importante es que no está hecha puré.

 

—¿Hola? —susurra a la oscuridad de la cueva, y escucha cómo el eco le devuelve la dudosa pregunta/saludo. Allí no hay ventisca, así que quita las gafas y las guarda en su mochila—. ¿Se supone que tenemos que entrar allí? —pregunta, mientras saca la varita de ébano de uno de los bolsillos de su abrigo. Aunque la pregunta es insegura, su voz no tiembla. Sólo entrecierra los ojos, desconfiada— ¿Ustedes adelante? —le dice a los profesores.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Hacía ya rato que las oficinas del Magic Mall se habían vaciado: la mayoría de los empleados se había ido a su casa y allí dentro quedaban solo los rezagados que debían montañas de papeleo. Para este entonces, el Weasley ya se había despojado de sus zapatos y tenía las piernas entrecruzadas sobre la silla detrás del escritorio, donde nadie lo veía. Estaba sumamente concentrado en reportar unos últimos detalles del stock, más el sueño le estaba jugando una mala pasada y su cabeza tambaleaba cada tantos segundos, mientras que sus párpados parecían de plomo, luchando por juntarse con su homólogo...

 

- Amo Nathan! Señor.... señor... - sintió una voz aguda llamar su nombre a la distancia, más rápidamente se sumió en la profundidad de su sueño - ¡SEÑOR! - sintió un fuerte golpe a la altura de las piernas y se despertó bruscamente.

 

- Qdasrg nashham mss... - dijo vagamente, mientras recuperaba la compostura - ¿Qué pasa?

 

- El libro señor... - le respondió la voz aguda nuevamente, Nathan se acurrucó sobre sus brazos e intentó volver a dormir. - El libro de la fortaleza.

 

- Tranquilo, Croient. Eso es mañana, ahora déjame dormir. - respondió Nathan al elfo.

 

- ¡No, amo! Hoy es viernes, ¡su clase es hoy!

 

Se reincorporó bruscamente, cualquier trazo de sueño desapareciendo inmediatamente. La luz del sol se filtraba por las ventanas, efectivamente marcando que el día había comenzado hacía ya varias horas. Sus papeles yacían dispersos sobre el escritorio, claramente sin terminar, más su elfo doméstico se había aparecido con un gran y pesado abrigo, y una bolsa que contenía su libro de la fortaleza y los amuletos y anillos que habían venido con él.

 

- ¡Demonios! - soltó, comenzando a calzarse y tomando la taza de café que su elfo le tendió... Croient había pensado en todo. - A ver... ¿tienes la nota que me mandaron por aquí?

 

El elfo le tendió la nota, la cual apenas se había molestado en leer dada la enorme cantidad de trabajo que había tenido en los últimos días. La leyó rápidamente, sonriendo maliciosamente una vez más al ver el nombre de Jank al final de la nota... el Dayne no había perdido tiempo alguno en insistirle a Nathan que se inscribiese a la clase, y desde el momento en que había recibido la lechuza le había quedado muy claro el por qué.

 

- Este Jank.... siempre quiere estar mas alto que yo. - comentó a nadie en particular, mientras se colocaba el abrigo que su elfo le tendía. - Muchas gracias Croient, te debo una.

 

Su elfo se excusó, y ambos desaparecieron del lugar con rumbos distintos.

 

* * *

 

Su cuerpo se materializó en los confines de la Universidad, y se dirigió diligentemente hacia la zona del Ateneo. Mientras caminaba por los terrenos apreció gratamente la fresca brisa que impactaba contra su rostro, dado que le sirvió para espabilarse. Trató de no pensar en la montaña de papeles que le aguardaba revisar una vez finalizara la clase mientras entraba en el salón que la nota había indicado, y se alegraba de comprobar que no era el último en llegar.

 

Todos los presentes estaban reunidos en torno a una garra que flotaba en el medio de la habitación, la cual, según varios instruyeron, era un traslador que todos ellos debían tomar para llegar al lugar donde la clase tomaría lugar. El Weasley se acercó inmediatamente y tras tomar una de las uñas de la garra, sintió como su cuerpo era absorbido por el objeto y era trasladado en el espacio y tiempo rumbo a otro lugar... frío, mucho frío, gracias a Dios que Croient había recordado lo del abrigo. Su libro, junto a sus anillos y amuletos golpeaban con su cuerpo víctima de la fuerza del movimiento, más finalmente el viaje terminó y Nathan aterrizó cómodamente sobre un suelo nevado.

 

- Genial, no les alcanzaba con estar en Londres en pleno invierno que querían aún más frío... hay que ser.... - y soltó una serie de palabras que nadie más que él oyó.

 

Sus comentarios se vieron rápidamente acallados por el paisaje que tenía delante: si bien el cielo estaba cubierto de nubes, aún había la suficiente radiación solar como para contemplarlo perfectamente... las montañas nevadas. Lo que más le llamó la atención fue que a todos lados de ellos había un abismo de varios metros que se propagaba hacia tierra firme, varios metros más abajo, más cerca del nivel del mar. Trató de no pensar demasiado sobre ello, y en cambio prestó atención a lo que sus profesores decían.

 

- Tanto poder se le subió a la cabeza, evidentemente. - dijo el Weasley, al ver la figura de Jank lanzarse contra el vacío. Y luego a su profesor imitarlo.

 

El Weasley se tragó todo su miedo y recibió aquella aventura como un viejo amigo, rebuscó en su bolsa el amuleto correspondiente y lo sostuvo fuertemente en su mano... asiéndolo tan firmemente como uno se aferra a la vida en los últimos segundos antes de morir. Dio unos pasos decididos en dirección al borde del acantilado, y se colocó las correas de su mochila entre sus brazos y el torso, asegurándola. Finalmente, y cerrando los ojos por lo que esperaba no fuese la última vez, extendió los brazos y se arrojó a la inmensidad.

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La lechuza había llegado a molestarlo dejando un mensaje sobre la universidad y sobre una clase a la cual se había inscrito para que le indicarán paso a paso como aprender a utilizar la magia contenido en el Libro de la Fortaleza que había adquirido en el Magic Mall hacia bastante tiempo ya. Era el momento de empezar, aunque sabía que no necesitaba de algún profesor para aprender, podía averiguarlo por si mismo.

 

Se llevo todo lo necesario para ir a la universidad en el aula que indicaba el mensaje. Vestido con camisa, pantalones, zapatos y sueters, abrigado por recomendación de los mismos profesores.

 

En la universidad por primera vez en si vida, sólo había conocido la Academia. Quedó asombrado por lo elegante que era, emanaba por todas partes sabiduría y aprendizaje. Dirigiéndose al salón número dos del ateneo se encontró con varias personas a las que tuvo que preguntarles donde quedaba dicho salón, fue justo cerca de un salón de servicio donde pudo encontrar el lugar. Allí ya se encontraban varias personas, Sally desapareció justo cuando Stephanus había cruzado el umbral.

 

No se fijó mucho en las demás personas, se dirigió a donde estaban las garras de osos y suspiró profundamente antes de agarrarlas. Luego lo hizo...

 

Sintió como si un gancho lo hubiera jalado desde el ombligo, era una sensación incómoda, igual a la de desaparecer. Dio vueltas, vislumbraba nubes, casas, personas, todo a una velocidad súper rápida; pero antes de que empezara a sentir náuseas ya sus pies estaban tocando tierra y su cuerpo sintiendo la brisa gélida que le penetraba los huesos como un taladro tratando de quebrarselos, su suéter no servía de mucho en ese entonces, no podía quejarse.

 

Se encontraban en un acantilado, los profesores cerca del borde dieron sus discurso de bienvenidas. No se sorprendió cuando el primero de ellos se lanzó al vacío para llegar a la cueva donde seguramente seguirían la clase con algunos hechizos, el segundo profesor los reto para que ninguno tratara de llegar de último, y los alumnos empezaron a lanzarse uno por uno, esperando con toda la suerte del mundo aterrizar debidamente en el lugar indicado y no morir en el intento.

 

Stephanus tampoco se quedó atrás, solamente se persigno y rezo no supo a quien antes de saltar apretando su amuleto con formas de alas. ¿Aterrizaría perfectamente?

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Leía una y otra vez la lista de compañeros que tendría en esa ocasión en el Ateneo, todos conocidos, viejos amigos, grandiosas personas, pero lamentaba mucho el hecho de no tener a nadie nuevo con quien poder hacer contacto. Todo en el mundo se trataba de relaciones públicas, y ahora me tocaba "aguantarme" con fortalecer las viejas relaciones.

 

- No quiero que te preocupes por mi, ¿de acuerdo? - Dije después de darle un beso a mi esposa, quien estaba a punto de aliviarse. - Seguramente esto no es más peligroso que el enfrentarme a las cinco bestias infernales, como años atrás, inclusive puede que esté más seguro que en compañía de mi hermana Sagitas, ¡con ella todo es peligroso!

 

Nos habíamos levantado temprano ese día, yo había preparado las dos comidas y revisado todos los pendientes con el Ministerio de Magia, no quería poner en riesgo a mi amada esposa aunque no tuviera realmente que protegerla tanto. Guardé todo lo que tenía que usar en la clase en un hermoso maletín con forro de terciopelo, cubrí mi atuendo normal con una larga y bombacha túnica y, encima, un abrigo que me cubría por completo. Podría resultar una exageración para estar en el castillo, pero nunca se subestiman las indicaciones de los profesores.

 

Las manecillas del reloj familiar no me ayudaban en ese momento, indicaba que me encontraba junto con mi esposa en nuestro hogar, en cuestión de segundos se movería hasta la universidad. Saqué mi reloj de bolsillo y comprobé que faltaban cinco minutos para las diecisiete horas, justo cuando nos habían citado. Guardé mi varita entre mis ropas y desaparecí de Ottery.

 

- Un traslador... - Murmuré cuando vi como desaparecían nuestros profesores al tocar la garra en medio de aquella habitación. Miré de reojo al resto de los presentes lanzándoles una sonrisa retadora. "Como vas", pensaba y la broma no resultó como esperaba, uno a uno siguieron el camino destinado. No sería el último, por supuesto, porque conociendo a Heliké me haría alguna travesura cuando atravesará el portal así que, antes de que pasara la susodicha, Juv y Edmund... me dejé llevar.

 

¡Y el infierno se había congelado! Apenas puse los pies presté atención a las palabras de ambos guías. Claro, el amuleto, me lo colgué antes de saltar.

 

¿Quién diría que la sensación de volar sería tan turbulenta, helada y molesta? El viento helado golpeaba mi rostro con fuerza, haciéndome perder la concentración por momentos y, seguramente, la vista resultaba diferente a como mis compañeros atravesaban el cielo de manera ágil y elegante. Presumidos. Lo único bueno de toda esa sensación es que, al menos, no perdía el paso de todo el grupo... como si ese pequeño obstáculo sería impedimento para mi, ¡bah! Ya había entrado a la Mansión Malfoy, eso si que era un reino frío.

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Insegura, da un par de pasos hacia el interior de la cueva de hielo. Sin embargo, el suelo es demasiado resbaloso, así que permanece inómovil. Al volver el rostro ve, bañados con la poca luz que hay en la entrada de la cueva, que más compañeros han llegado allí. Ninguno vuelto compota, gracias a los amuletos. Le alivia ver tantas personas en las que confiar: Sally, Nathan, Unde, Ishaya. Al otro mago no los conoce, aunque parece un niño, emocionado por la aventura, así que Madeleine lo ve como una persona inocente.

 

Sin embargo, prefiere no los saluda. En cambio, alza la varita a la oscuridad.

 

Lumus —susurra, agitando con suavidad la varita de ébano. La luz que se enciende en el extremo es brillante, pero es demasiado pequeña para iluminar decentemente el camino. Lo único que Madeleine puede distinguir, cuando apunta con Fae el suelo ante ella, es que la cueva sigue bajando. ¿Hasta dónde llegará?, se pregunta. Y de repente, tiene unos incontenibles deseos de seguir con la expedición, así sea ella sola. Sin embargo, no sabe cómo demonios una cueva los llevará hacia la Aurora Boreal. No se atreve a desviar la mirada, aunque no vea un demonio. Sintiéndose repentinamente rara, retrocede hasta acercarse al grupo. Por algún motivo recuerda una célebre frase de Nietzsche: Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti. Nunca había entendido esas palabras, y menos ahora. Está segura de que le vino a la mente, sólo por la literalidad de la situación.

 

Esperando alguna indicación de los guías para poder avanzar, hace que no se sienta como ella misma. Si dependiera de ella, tomaría cualquier camino, y si es el incorrecto tomaría otro, y así sucesivamente... siempre ha preferido equivocarse, que esperar órdenes y, especialmente, pedir permiso. Oh, pero por más que trate de hallar un motivo, no puede. Simplemente lo está haciendo, aunque no le agrade, y punto.

 

—¿Cómo se supone que vamos a llegar a las luces, exactemente? —pregunta, esperando que éso los anime a hablar— ¿Tienen algún mapa? A todos nos gustaría saber cuál es el recorrido que trazaron —dice, mirando a sus compañeros. Quizás si ellos apoyan la sugerencia, los guías se "muevan" también.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Edmund observó con curiosidad la garra de oso polar suspendida en el aire. Esperó que fuera falsa, aunque sabía que existían magos en la comunidad con la mente tan retorcida que cometían atrocidades de aquella índole.

 

Llegar a aquel salón había resultado más fácil de lo que había pensado. Encontró su ubicación sin ningún problema a pesar de que era la primera vez que se dirigía hacia aquel ateneo. Cuando ingresó en el salón observó la hora en el reloj de plata que tenía en su muñeca izquierda, eran las cinco menos diez minutos. Su obsesión por la puntualidad era algo que no podía controlar. Saludó a todos los presentes con una sonrisa amplia y se ubicó al lado de Sally. Los conocía a todos pues pertenecían, habían pertenecido o aspiraban pertenecer a la Orden del Fénix; más que una clase resultaría como un encuentro para ellos. Edmund parpadeó un par de veces, perplejo, al observar a Stephanus, era un milagro de Merlín que su primo estuviese a tiempo.

 

Una hora antes, estando en su habitación en el Castillo Dumbledore, había amarrado una bolsita a su cintura con las que necesitaría para la clase. Allí dentro se encontraban su varita, el Libro de la fortaleza, unos anillos que había adquirido al comprar su primer libro de hechizos, unos amuletos y unos cuantos objetos más que no recordaba exactamente. Claramente la bolsita de cuero había sido hechizada con un encantamiento de extensión indetectable para que todo pudiese caber dentro. Edmund había querido llevar también su saeta de fuego, pero Andrew le recomendó no hacerlo.

 

Browsler tocó el traslador al tiempo en el que otros magos y brujas lo hacían. Después de unos cuantos años utilizando aquel medio de transporte mágico ya se había acostumbrado a la sensación de estar volando por los aires en círculos. Cuando reconoció el momento oportuno soltó la garra de oso al mismo tiempo en que lo demás lo hacían. Comenzó a mover sus piernas en el aire como si estuviese caminando y siguió haciéndolo tiempo después preguntándose cuanto se iban a tardar en aterrizar. No se había dado cuenta de ya lo habían hecho y que ahora estaba caminando sobre nieve sólida.

 

Afortunadamente se había vestido preparado para la ocasión. Usualmente ignoraba las recomendaciones de los profesores, especialmente porque su piel toleraba climas tanto fríos como cálidos, pero en aquella oportunidad había decidido abrigarse bien. El color oscuro de las pieles que le cubrían contrastaba con el blanco del polo norte. Edmund exhaló y se cubrió de brazos mientras seguía avanzando. Sus mejillas se habían colorado al instante pues el frío era intenso, a pesar de que aún no había caído la noche.

 

Browsler observó a su alrededor. Caminaban sobre la orilla de un barranco. Por suerte la nieve que pisaban parecía ser sólida y confiable, hasta ese momento no se había escuchado ningún ruido por lo que infirió que ninguno había caído al vacío. Unos minutos después se detuvieron al divisar a sus profesores. Edmund los conocía también.

 

Mientras estos daban el discurso de bienvenida, Edmund ocupó su tiempo reconociendo los objetos que tenía en la bolsita amarrada a su cintura. Finalmente prestó atención a sus últimas palabras, el mago nunca entendería qué ganaban los profesores con intentar infundir miedo a sus alumnos. No estaban tratando con niños, sino con magos experimentados que se encontraban allí sólo para poder la magia oculta en un libro cuyo poder ya habían descifrado los profesores. Jank se lanzó al vacío justo cuando Edmund encontraba un amuleto de alas plateadas que tenía en un colgante. Se lo colocó en el cuello mientras escuchaba las últimas palabras de Hades. Entendía cuál era su misión y sabía lo que tenía que ser a continuación.

 

El amuleto volador brilló cuando Edmund lo tocó con su mano derecha al tiempo que saltaba al abismo.

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