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Fabricantes de Mentiras (MM B: 95760)


Mael Blackfyre
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Asentía lentamente a sus palabras. Claramente que en cualquiera cabeza lógica, Annick tenía razón. Habíamos sido criados bajo aquellos conceptos y habíamos tomado eso mismo como pilares de nuestras familias y nuestro matrimonio. Pero si de algo estaba seguro, aún en aquella conversación, era que mi esposa aún no terminaba de entender lo que le quería explicar. Y tal vez no era momento de explicarlo. O tal vez de entenderlo.

 

El mundo había cambiado. Y claramente que iban a hacerlo los caminos por los que ahora teníamos que andar. La Gryffindor no era la misma. La Orden del Fénix no era la misma. Ni siquiera la comunidad, que no poseía su estatuto del secreto, estaba en guerra y cada integrante del mundo mágico estaba en peligro. La miré a los ojos. Y volvió a arder.

 

— Yo también…

 

Hasta ése momento, había intentado ignorar la cercanía de la pelirroja y su tacto. Era como una intensa luz solar en el medio del universo. Como una vela en medio de una habitación a oscuras. Y algo me provocaba aquel ardor. Cerré los ojos por dos segundos, que me provocaron que no continuara lo que quería decir. Me llevé una mano al pecho. Y sentí la tela de la camisa húmeda. Sangre. No necesitaba ver para saber que por mi herida había brotado sangre.

 

Volví a ver esos dos ojos verdes.

 

— A veces suele pasar. No entiendo aún porqué.

 

Traté de restarle importancia, pero aún tenía a Annick casi pegada a mi. ¿Era una reacción? No sabía pero se sentía demasiado bien, como cuando tus manos se calientan luego de una gran helada. Ahora no quería volver a sentir la fogata propia que tenía entre mis manos. Un fugaz pensamiento se me cruzó por la cabeza. Ocurría desde hacía tiempo: solía aparecer algo que me hacía cuestionar, algo que me traía malos recuerdos o sentimientos.

 

¿Cómo iba a contarle a Annick la solución que había encontrado a posibles pérdidas? Si ella decidía a lanzarse, tenía que aprovechar y saltar también.

 

Yo si se que podría hacer por si llega a pasar algo —le comenté a la pelirroja—. Todo éste tiempo, con todas las cosas que han sucedido últimamente. ¿Sabes? —no tenía otra manera de aligerar mis palabras. Carraspeé mi voz—. Estoy estudiando el arte de la nigromancia. Es muy interesante —le comenté, sabiendo que ya había estudiando animagia, metamorfomagia, legilimancia y oclumancia—. Y en mi tiempo libre, he hecho algunos patrullajes y contactos. Temo decirte que hay muchas cosas para hacer hoy. No debemos obviar que la mansión Gryffindor es un refugio para muchos. Pero puede ser también una trampa mortal.

 

Tal vez muchas noticias que se leían eran simples rumores. Otros no lo eran tantos. Aunque el Ministerio no estuviera, como tampoco lo estaba el estatuto, nosotros mismos habíamos protegido a la Mansion con algunos encantamientos. Y más ahora con los niños presentes. Aquel negocio, que había hecho algunos contactos podía ser un punto fuerte para saber qué planeaba qué cosa. La miré a Annick.

 

— Yo creo que nunca dejé de amarte. ¿Qué razón tendría por eso?

 

Por primera vez le dirigí una sonrisa.

 

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Durante un momento, Annick no supo qué decir ni qué hacer. Se quedó pasmada al percatarse de que la camisa de Elvis comenzaba a teñirse de rojo sobre el pecho.

 

―¿Sucede muy seguido? Tenemos que averiguar por qué…

 

Aunque él le restó importancia, el intenso color de la sangre preocupó mucho a la pelirroja, sobre todo al saber que no era la primera vez que sucedía; sin embargo, apenas estaba procesándolo cuando escuchó algo que la dejó aún más atónita.

 

―¿Has dicho… nigromancia? –por un momento creyó que no sus oídos la habían engañado, pero luego miró la seguridad con la que Elvis hablaba y supo que no había ningún error.

 

La nigromancia siempre le había parecido una rama oscura de la magia, sobre todo por el uso que le habían dado antiguos magos tenebrosos. Sin embargo conocía bien al mago para saber que no bromearía con un tema como aquel; y si seguía siendo el mismo hombre del cual se había enamorado, seguro aquella elección tenía que ver con fines diferentes a los de un mago tenebroso.

 

Pero en medio de la nueva maraña de dudas y pensamientos que comenzaban a formarse en su cabeza, vio que el patriarca Gryffindor le sonreía por primera vez desde su reencuentro. Ver esa sonrisa que tanto amaba, despejó su mente como si se tratara de rayos de sol que se abren paso entre unas arremolinadas nubes oscuras. Escuchar que no había dejado de amarla era el motivo más fuerte por el cual había ido a buscarlo. Todo lo demás le parecía poco relevante.

 

―¿Entonces todo está bien entre nosotros? –murmuró–. Creí que después de mi ausencia, no querrías saber nada de mí, pero me alegra darme cuenta de que estaba equivocada –ella también sonrió, como hacía mucho tiempo no lo hacía–. Hay cosas que quizá me tomará un tiempo comprender, pero no quiero que eso afecte nuestra relación.

 

 

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Capaz que haberle contado aquello sobre la Nigromancia no había sido lo más adecuado en ése momento. Pero si algo le había dicho particularmente, era que si ella quería entrar en ése mismo juego, tenía que jugar desde el momento cero. Retrasar ésa información podía hacerlo durante semanas y seguramente habría provocado cierta tensión que no era para nada bueno. Desde la aparición de Annick, el nudo en el pecho se aliviaba un poco, pero en el momento que más tenso se volvía, la herida del pecho había despedido sangre. Y ahora estaba normal, sin dolerme tanto.

 

Si… —dije expectante a ver qué más decía. Tal vez si le contaba los principales motivos que me habían llevado hasta allá, ella lo entendería. Pero no me había dicho nada más al respecto. La conocía muy bien para saber que aquello no le había caído tan bien. Había incluso cambiado de tema pero al menos tenía que dejarle sentado mis intenciones. A cualquiera se lo podía evadir, incluso al Arcano, pero no a Annick: — Pude ver que la Nigromancia, tiene su lado bueno. Sentí que al adentrarme en ésas aguas, iba a poder llenar el hueco que sentía. ¿Te imaginas recurrir a quien más quieres cuando más lo necesitas? Creí que era el empujón que necesitaba para retomar mi camino.

 

Le confesé a la pelorrija. Estaba más que claro que la gente a veces se perdía en aquel intento. Pero era más que obvio que lo tenía super asumido con la muerte de mis padres. Pero saber que realmente estaban conmigo cuando lo necesitara, como si fuera asomar la cabeza al aire estando minutos sin respirar, tal vez así me ayudaba a despejarme mejor y no sentirme tan solo. Y quien no, podes presentarle ésa oportunidad a mi círculo más cercano. Miré a Annick y emití otra sonrisa.

 

El nudo en el pecho volvía para hacerme dudar de lo que sentía, pero ese sentimiento era demasiado fuerte. Hice a un lado la sensación aquella.

 

Claro que ahora estamos bien. No quería que se arruine lo mucho que ya se había arruinado —me acerqué un poco a la bruja. ¿Por qué sonreía igual que cuando había tenido 15? — Pero yo creo que podemos ir a un punto mejor. ¿No?

 

 

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La pelirroja escuchó con atención la explicación del mago acerca del motivo que lo había conducido a adentrarse en la nigromancia. Tardó un poco en responder mientras meditaba. Finalmente dejó escapar un pequeño suspiro antes de hablar.

 

―Puedo entender la necesidad y el deseo de volver a ver a nuestros seres queridos, especialmente en los momentos de dificultad –dijo en tono comprensivo, pues ella también pensaba en muchas personas con las cuales le gustaría volver a hablar–; pero ¿qué pasa con ellos? Me refiero a… –en realidad no sabía cómo plantear la duda porque sabía muy poco acerca de la nigromancia y sus implicaciones–. ¿No sería mejor dejarlos descansar en paz?

 

Comenzaba a entender los motivos por los cuales su esposo había decidido involucrarse con aquel tipo de magia, pero había muchas cosas que iban más allá de su entendimiento y en verdad deseaba que Elvis la ayudara a comprender.

 

―Sólo necesito que me asegures que nada de esto pondrá tu vida en riesgo… en más riesgo del que ya de por sí corremos –puntualizó con una triste sonrisa. Confiaba en su esposo, y si él le daba su palabra, ella le creería–. Y si vamos a trabajar juntos, tendrás que explicarme a detalle el rubro del negocio, porque hay cosas que no me quedan claras –confesó.

 

Le agradaba tener una plática normal como antes de que se distanciaran. Entonces volvió a confirmar algo que hacía mucho tiempo había comprendido: toda su vida y su mundo giraban en torno al patriarca Gryffindor, y sólo a su lado se sentía completa y segura.

 

―Sí, me parece que podemos ir a un mejor punto –coincidió esbozando una sonrisa que era una mezcla de alegría y coquetería. Esas simples palabras y la sonrisa de Elvis habían bastado para dejar atrás el frío reencuentro de hacía horas–. La verdad es que te extrañé mucho.

 

Annick entreabrió los labios y se inclinó ligeramente con la intención de besar al mago, pero algo la hizo dudar en el último momento. Llevaba un rato pensando en por qué la herida del pecho se le abría y sangraba como si fuera reciente, y se preguntaba si ella tenía algo que ver con el asunto.

 

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No, tú no tienes nada que ver. Por lo menos tu presencia. No funciona como una alergia a mi esposa —era la primera vez que estaba embozando una sonrisa realmente. Se sentía especialmente. Pero era algo que iba a venia. Era difícil de explicar, porque cuando empezaba a sentirme más ligero y alegre, había algo que ponía en duda todas aquellas cosas, como si fuera un mal sueño o que algo estaba mal y tenía que desconfiar.

 

La mente de Annick siempre estaba protegida para conmigo. Era cierto que tiempo atrás ni se me ocurría leer la mente de cualquiera de los Gryffindor, pero aquellas cuestiones que se le estaban cruzando a la pelirroja, habían llegado a mi como si las estuviera gritando. Me mordí un labio al verla tan cerca. Claramente que me había costado meses fortalecerme tras su distancia pero todas aquellas barreras se disiparon como si nunca hubieran estado.

 

Antes de darle un beso, le contesté:

 

No estoy seguro como funciona. Es magia desconocida para mi. Aunque estuve pensando sobre esto y leyendo algunas cosas. Empezó a pasarme luego del suceso en el clan y con mi mano. No sé si están relacionadas. Pero algo si que hay —le expresé.

 

Me acerqué y apoyé mis labios en los suyos. Fueron años que tan solo duraron unos segundos. Pero aquello me hizo olvidar todo lo malo que había pasado en esos últimos meses. E incluso me alcanzaba para abarcar los sucesos actuales que estaban ocurriendo en el mundo mágico. Apreté su espalda más sobre mi pecho con mis manos y dejé de besarla. Le dirigí una sonrisa.

 

Quedate tranquila que conozco muy bien mis límites. Sé cuál es la diferencia entre la realidad y lo que no. Bajo ése parámetro me decidí por empezar. No sé decirte más porque la verdad es que recién estoy incursionando en esto —le comenté, para tranquilizarla. Estaba más claro que el agua que no iba a caer en la locura perdiéndome entre mis seres amados que ya no pertenecían en éste mundo.

 

Pero estaba buscando salvavidas en medio de aquel enorme océano. Y si la única manera de no perderme en el camino era recurriendo a la magia de la nigromancia, entonces iba a hacerlo.

 

¿Qué quieres saber sobre el negocio? Me ha pasado muchas veces de trabajar de la misma manera como un Auror, diría. Un señor, año atrás, me pagó por recuperar una reliquia familiar que le había robado uno de sus hijos. Otra, una señora, quería saber si podía meter algunas pociones dentro del negocio. Ya sabes, era todo legal pero era la quinta vez que perdía todos sus productos. ¿Sabes quien era? Una vecina que alteraba sus pociones —puse los ojos en blanco.

 

Básicamente eran problemas a resolver. Cosas que las personas no se animaban a hacer y pedían ayuda. Aunque muchas veces era poco moral. La idea era resolver y que en el medio no haya daños ni posibles amenazas. Investigaciones, rastrillajes, patrulleos, uso de poderes y habilidades. Todo tenía que ver con todo. Incluso la semana anterior había ayudado a una ancianita a quitar una plaga en su hogar. Una vieja solitaria abandonada por sus seis hijos.

 

Había de todo en Fabricante de Mentiras.

 

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Al escuchar las palabras de Elvis, Annick dedujo que éste había empleado la legeremancia con ella. Sin embargo eso no la molestó, porque la explicación de él logró disipar la duda que había comenzado a cruzar su mente. Pero sobre todo, el hecho de que la besara fue lo que terminó por borrar todo rastro de duda (e incluso toda la culpa que había sentido desde hacía meses debido al distanciamiento entre ambos).

 

―El tipo de magia que te afectó es diferente a la que conocemos –comentó más animada pero sin dejar de preocuparse por lo que su esposo le explicaba–. Juntos buscaremos respuestas.

 

Le agradaba volver a recordar la sensación de que sus cuerpos estuvieran tan cerca y de que los brazos de él la rodearan. Sabía que definitivamente no deseaba volver a alejarse de Elvis nunca más.

 

Escuchó con atención la explicación que Gryffindor le daba acerca de la clase de trabajos que la gente solicitaba en el negocio. En algunos casos su expresión reflejaba sorpresa y en otros interés.

 

―¿Alguna vez alguien te ha pedido que hagas algo ilegal? –preguntó – ¿Qué pasaría si te lo pidieran? ¿Lo aceptarías?

 

Comenzaba a comprender el rubro al que se dedicaba, y tenía que admitir que sonaba mucho mejor de lo que había imaginado, pues le hacía recordar esos libros de misterio y aventuras que años atrás disfrutaba leer en compañía de sus hermanas Poulain.

 

―Creo que ya estoy entendiendo más acerca del tema. Si más adelante tengo alguna duda, te lo preguntaré –comentó luego de meditar un breve momento–. Ahora dime, ¿cuándo puedo comenzar a trabajar? Espero que la paga sea buena –agregó a manera de broma para finalmente aceptar la propuesta del mago acerca de trabajar juntos.

 

 

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Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Era demasiado agradable estar con Annick. Tenía muchas maneras de describirlo, desde una persona que no comía durante semanas y luego tenía la posibilidad de comer algo. O luego de no poder bañarse tras un dia agotador de trabajo caluroso. Esa sensación agradable y de satisfacción, era lo que lograba oprimir el nudo en el pecho (que tanto me había acostumbrado)

 

Ese es mi peor temor actualmente —le comenté cuando estábamos hablando de aquella herida—. Es el miedo de no saber a qué me enfrento y cómo solucionarlo. Ni siquiera sé si puede empeorar —no quería que el miedo me vuelva a inundar. Asi que le dirigí una sonrisa leve—. Pero he descubierto que pequeños actos alivian ése dolor por unos instantes. Y que ésa duda se va. Luego vuelve. Pero puedo pelear contra ella. Y más contigo ahora

 

Claramente el beso entre los dos era reconfortante por igual.

 

Si te refieres a matar, no. Jamás lo he hecho por trabajo —claramente que en mi carrera profesional como Auror y en mi profesión como miembro de la Orden del Fénix, lo había hecho contra mortífagos. Pero al menos no en Fabricantes de Mentiras—. Creo que he salvado más vidas. Y bueno. Ya sabes que la magia siempre tiene un precio. De algo hay que vivir.

 

Sonreí. Mucho. Tras su comentario sobre su inicio.

 

¿Buen pago? No señorita. Usted es mi esposa y es dueña por lo menos de la mitad de todo esto —me volví a acercar a ella y le propicié algunos suaves besos nuevamente—. ¿Te imaginas? O vamos a conseguir el doble de dinero o vamos a hacer todo mejor doblemente —le dije con una sonrisa. Me encantaba verla sonreir—. Aunque ahora debo admitir que todo está detenido. Con los sucesos ocurridos es peligroso estar afuera incluso para nosotros.

 

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Annick deseaba alargar aquel momento y que nunca terminara. Sentir los brazos y los besos de Elvis le brindaba una alegría inexplicable; sobre todo porque en los últimos minutos habían hablado como antes, como si no hubieran existido los meses en que estuvieron distanciados.

 

―Estoy segura de que haremos un buen equipo. Tal como dices, haremos todo doblemente bien y ganaremos el doble de dinero ―comentó sonriendo y aprovechando cada oportunidad que tenía para dar pequeños besos a su esposo―. ¿Recuerdas cuando trabajamos juntos en el Departamento de Aurores? ¡Tantos años de eso!

 

Las últimas palabras de Gryffindor hicieron eco en la cabeza de la pelirroja. Ciertamente, al ir en busca del exauror, se había percatado de que el Callejón Diagon lucía menos abarrotado que de costumbre.

 

―Eso explica por qué algunos negocios parecen estar al borde de la ruina ―comentó―. ¿Conoces el sitio donde venden helados y otras bebidas? Vi un anuncio ofreciendo promociones, pero en el interior sólo había dos personas. Imagino que los dueños lo estarán pasando mal.

 

En ese momento recordó su propio negocio, el cual de por sí solía tener poca afluencia. En próximos días tendría que darse el tiempo de dar una vuelta por el hotel y ver si sus empleados se encontraban bien.

 

―No estaría mal comprar algo en los locales vecinos. Es poco, pero para algunos quizá resulte de gran ayuda ―reflexionó; además tenía un poco de sed y hambre―. ¿Qué te parece si voy a buscar algo para beber?

 

Un par de minutos después la ojiverde salió con paso decidido y echó a andar por donde había llegado. Mientras avanzaba, rebuscó entre las bolsas de su pantalón y comenzó a contar las monedas que llevaba. Por eso no prestó atención al mago que se encontraba a unos cuantos metros de ella leyendo el letrero de uno de los locales ubicados casi frente a Fabricantes de Mentiras.

 

 

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Claro que lo recuerdo, cariño. No podría olvidarlo —le comenté a la joven. En aquel momento, una sensación extraña volvió a recorrer mi pecho y me hizo acordar que toda aquella institución no existía más. Que el trabajo estable al que había pertenecido y dirigido se había esfumado. Como muchas otras cosas más. Pero alejé esos pensamientos y me centré en lo que decía sobre el resto de los negocios.

 

Son tiempos complicados. Pocos se animan a abrir y muchos menos los que pueden mantener un negocio. Algunos creen que van a ser atacados. Hay grupos de patrullas protegiendo las entradas posibles de muggles en el Callejon Diagon. Miles de encantamientos defensivos. Pero hay otros que aprovechan todo tipo de oportunidad para salirse con las suyas.

 

Estaba claro como el agua que me refería a los mortífagos. Y a gente de su calaña que de alguna manera le quitaba las monedas de oro a las personas. O se aprovechaba de los comerciantes. Asentí a mi esposa ante su idea de ir a comprar. Le di un par de besos más y le comenté que aprovechaba esos minutos a terminar de ordenar. Desde que ella había entrado, había dejado todo allí desparramado.

 

Tenía que de alguna manera acondicionar todo para recibir a la segunda nueva propietaria de Fabricantes de Mentiras.

 

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Otto Babbling

 

Un hombre de cabello castaño moteado con algunas canas salió de prisa del Callejón Knockturn. Había ido ahí a buscar a uno de sus primos lejanos, quien le había hablado acerca de un lugar en donde podían ayudarlo a solucionar el problema que tenía. En la cara del mago se notaba cierto alivio al abandonar aquel callejón de mala fama, y deseó que ninguno de sus conocidos pudiera observarlo.

 

Cuando estuvo sobre el Callejón Diagon comenzó a mirar de un lado a otro para intentar encontrar el negocio que buscaba. Las referencias que su primo le había dado eran vagas, pero Babbling no se daría por vencido. De hecho estaba tan concentrado en la búsqueda, que no prestó atención a la pelirroja que acababa de salir de uno de los locales cercanos y que caminada distraídamente mientras contaba monedas.

 

«¡Ahí es!», pensó con cierto alivio luego de un par de minutos. Se acercó a la puerta y de inmediato el corazón comenzó a palpitarle a gran velocidad. Si no podían ayudarlo… Se detuvo. Pensar en esa posibilidad le provocaba una opresión en el pecho. Estaba tan preocupado que ni siquiera se había percatado de que sólo la mitad de su camisa iba dentro del pantalón mientras la otra parte colgaba por fuera de manera irregular, dejando al descubierto su prominente barriga.

 

Empujó la puerta para ingresar a lo que por fuera parecía ser una simple y poco atractiva librería. Lo primero que notó fue que el negocio lucía un poco desordenado para su gusto, pero eso no importaba si podían ayudarlo a solucionar el problema que tenía.

 

―Bu-buenas tardes –saludó para llamar la atención de la única persona que pudo ver: un mago que parecía estar ordenando algunas de las tantas cosas que abarrotaban el sitio–. ¿Aquí puedo encontrar la solución a un… problema?

 

Al pronunciar la última palabra, se aflojó aún más el nudo de la corbata que ya de por sí lucía ligeramente torcida. En el rostro de Otto podía observarse cierto frenetismo que se acentuaba aún más con su cabello, el cual mostraba cierto descuido, como si hubiera corrido un maratón; además, su bigote, cortado de manera casi perfecta, se movía de un lado a otro dejando entrever su nerviosismo.

 

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