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Calles de Londres


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Estaba dispuesto a abrir la carta cuando volvió a interrumpirlo.

 

- Ya he dicho que no – esta vez su voz se oyó más seria, oscura. Estaba empezando a molestarse -. No me interesa intervenir.

 

Se llevó el cuerno lleno de cerveza de mantequilla a los labios y se bebió lo que quedaba. El eructo que le continuó fue apoteósico, pero ni siquiera eso fue suficiente para que Malvo Smith dejara de insistir. Incluso colocó una tercera bolsa repleta de oro a un lado de las otras. Las monedas apenas cabían dentro de la bolsa. Se vio obligado a cerrar los ojos cuando el reflejo del metal contra el fuego de la chimenea que tenía a sus espaldas envió un rayo mortal. Esta vez golpeó la madera.

 

- Si me lo pides una vez más…

 

- Mi familia está dispuesta a pagar lo que sea - exclamó mientras hacía trizas una servilleta con sus dedos. La ansiedad que emanaba podía cortarse en el aire -. ¡Lo que sea!

 

- Baja la voz - ordenó Jank. Algunas personas empezaban, de reojo, a interesarse por el contenido de la conversación - ¿De dónde viene tanto interés?

 

- Somos inversionistas por naturaleza. Sabemos que la cabeza de Yaxley pronto tendrá precio, uno más allá del dinero, y queremos ser nosotros quienes se lo adjudiquemos --- no lo dejó responder -. Sé que eres unos de los mejores en esto. Tu reputación…

 

- ¿Y qué gano yo? - dijo apenas el cuerno recargado flotó hacia su mano -. Digo, si tanto valdrá su cabeza, ¿por qué no me la quedo yo de una vez? ¿No sería más fácil?

 

Malvo soltó una risa nerviosa. Denotaba una incredulidad incómoda que incomodó aún más a Jank.

 

- No serías capaz de hacer algo así. Todos lo saben.

 

El cuerno salió disparado a una velocidad inverosímil, llegando a partir varios vasos de la barra y una botella. Jank sujetó al flacucho que tenía enfrente por la camisa abotonada y lo elevó hasta su rostro. Las monedas rodaron por el suelo. Libra, su varita mágica, vibraba en el interior de su estuche secreto, lista para expresar lo que las palabras no podrían.

 

- Hay más sangre en estas manos que la que corre por todas tus venas - lo empujó de vuelta a la silla. Jank chascó los dedos e hizo que los galeones se metieran de nuevo en sus bolsas -. No quiero tu dinero, americano.

 

Se echó la capucha encima y salió del bar traspasando la pared. Mientras caminaba discretamente por el Callejón Diagón se iba percatando de lo absurdo que sería para Malvo su negativa por el dinero. Jank estaba seguro que lo que le ofrecía picaba y se extendía del millón. ¿Qué clase de cazarrecompensas rechazaría una oferta de ese calibre? La duda se comió el tiempo que le tomó llegar a Bratvá.

 

Detestaba la ostentosidad de las que se jactaban las zonas VIP, pero al igual que su hermana debía tragarse el orgullo con tal de obtener un poco más de privacidad sin verse obligado a desligarse por completo de la sociedad. Subió las escaleras hasta el segundo piso. El espacio, por suerte, estaba casi vacío. Al fondo se destacaba la melena de Madeleine. Le dio un golpe en el hombro a modo de saludo, sabiendo de antemano que recibiría una respuesta parecida.

 

- Disculpa, enserio. Me desvié a tomarme una cerveza en otro bar porque odio la que sirven aquí - decía mientras se quitaba la chaqueta de cuero marrón. La túnica se convirtió en una cómica servilleta de tela que colocó sobre sus pantalones. En la mesa habían Meigas Fritas servidas. Jank se devoró las que quedaban, así que tuvo que sujetarse del marco de la mesa para salir disparado sin gravedad.

 

>> El mundo está cayéndose. La gente está como loca por las calles. No tienes idea de la cantidad de personas que me han buscado para el mismo encargo - tomó un rock cake, lo mordió y sin tragar habló: ---. ¡Que no me interesa, por el cu.lo de Merlín! Quiero estar tranquilo…. Es más, mira, ábrela.

 

Hurgó en los pliegues de la chaqueta hasta que dio con la carta que Marvo no le había permitido leer.

 

 

- Me la dio un duende, no me dijo quién lo enviaba. Solo que la quemara después de leerla - se llevó otro trozo de pastel a la boca -. Y como éstas docenas de propuestas más. Ya no necesito dinero, estoy…

 

Tuvo que dejar de hablar cuando la expresión de Madeleine se transformó después de leer lo que se hallaba escrito en el papel.

 

- ¿Qué?

 

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Sala de Reuniones

Ministerio de Magia

Noche del 12 de Marzo

 

 

Maida había lanzado protecciones alrededor nuestro y apenas las noté cuando encaré hacia Aaron, porque había estado demasiado distraída con el intercambio entre éste y Mackenzie como para notar lo que ella había hecho. ¿Estaba perdiendo mi toque? Era muy temprano para decirlo pero cada vez que debía enfrentar una situación estresante sentía que ya no poseía el mismo ímpetu, o era acaso que Aaron y yo habíamos estrechado tanto los lazos que él ya no me tenía el mismo reparo o tolerancia que antes. No dudaba de que me quisiera, a su modo, pero ciertamente estaba agotando mis estrategias con él y esa noche se había hecho todo más que visible. ¿Por qué no había acudido a la conferencia como me lo había pedido? Todos esos meses siguiéndolo de cerca, cada movimiento que hacía o dejaba de hacer, me habían dejado en letargo al creer que teníamos todo bajo control. Pero no era así. Nadie podía controlar a Yaxley y eso lo notaba incluso en las miradas de Maida y Matthew. Estábamos abatidos, pero aún guardábamos las esperanzas de que el plan del Ministro no terminara sólo en ese discurso y el caos social y político.

 

Y no era así. Cuando mencionó a los Sagrados Veintiocho antes de que Mackenzie tomara la salida rápida por un portal, creí entender de qué iba a ir la reunión. Eso no mejoró mi estado de ánimo ni tampoco la sensación repentina de que estaba balanceándome en una cuerda muy fina sobre un precipicio. No me había sentido así desde la batalla del Atrio contra la Orden del Fénix y parecía que habían pasado miles de años desde aquel momento. Esto que estábamos viviendo no era diferente.

 

No me di cuenta que mis pasos me habían llevado hasta la sala de reuniones sino hasta que escuché la puerta cerrarse y Aaron dirigirse a mí. Por segunda vez en aquel día nuestras miradas chocaron cuando colocó un suave dedo bajo mi barbilla y podría haber jurado que, de no haber estado totalmente segura de que Yaxley sólo me tenía un sincero respeto por haber salvado su vida en una ocasión, la tensión entre nosotros era algo más cercano e íntimo. La boca se me secó y tuve que hacer un enorme esfuerzo por tragar, mientras buscaba las palabras que se habían perdido en el caos de mis pensamientos.

 

-Claro que confío en tí- mascullé. Y si me hubiera pedido que se lo jurara incluso con un juramento inquebrantable, lo habría hecho sin tener la más mínima duda de mis acciones. No, no era su impredictibilidad lo que me preocupaba, eso podía manejarlo; era la de otros lo que me quitaría el sueño de ahora en más.

 

Lo escuché hablar. Por supuesto que quería instaurar un régimen de familias de sangre pura, ese había sido siempre el combustible de los pasos que daba Aaron. Por el bien mayor.

 

-No somos tantas familias como en antaño. Y no sé si todas estarán dispuestas a unirse a la causa, sobre todas las que apoyaban abiertamente a la Orden del Fénix, pero los Macnair estaremos allí- asentí. Claro que necesitaba que Arya y el desaparecido de su padre dieran también su aprobación, pero si no lo hacían no tendría ningún problema en removerlos como cabeza de familia, aunque eso costara la pérdida de lazos que se habían mantenido muy unidos desde la nueva concepción de los Macnair-. ¿Cómo piensas hacerlo?- pregunté, tomando por fin asiento en la larga mesa que ocupaba la mayor parte de la habitación.

 

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SAN MUNGO

13 de Marzo, 09:30 am

 

Cuando Hades comprendió de qué le estaba hablando el nudo en la boca del estómago se deshizo. Pero no tardó en revolver sus tripas una vez más hasta convertirlas en piedra. Volteando fijó sus profundos ojos verdes en una puerta que le resultaba terriblemente familiar, le dolía la nostalgia que manaban de todos los objetos tras ésta; allí había batas blancas, verdes y azules, medicamentos en boticas, botellas, tubos de ensayo y demás. Arya se perdió en el interior y aferró sus recuerdos a una bata de doctora. Luego de ponérsela la notó dura, almidonada, tenía las líneas que indicaban que jamás se hubo usado antes, los hilos de algodón no tenían memoria, carrera, corridas.

 

—Gracias, mamá— Susurró, sin saber por qué decía aquello.

 

Había dejado caer toda su ropa ensangrentada al suelo y ahora vestía un traje informal de doctor. Incluso sus zapatos de tacón fueron a parar al montón de tela para verse sustituidos por un calzado de goma esterilizado. Lo único que conservó fue su varita, y tras enarbolar una floritura al viento, cerca de su pecho, bordó un pequeño jazmín y su nombre en letras verdes, como las hojas y raíces. Diez minutos después, salió de nuevo a la habitación donde estabilizaban a la joven vampiro.

 

—Hades ¿Cómo sigue?— Preguntó, ellos no tenían relación más que el bando al que seguían, ni siquiera se conocían. Si Macnair sabía su nombre, era porque lo recordaba como Padrino de Alessandra, su ahijada.

 

>He revisado de camino acá las pertenencias que tenía encima al momento del ataque. Su novio aun está en estado de shock —bajo la voz— es un muggle ¿habrá que llamar al departamento de accidentes?, no entiendo qué está pasando fuera, la gente se volvió completamente loca.... Sus atacantes le gritaron sangre sucia antes de huir.

 

A pesar de no estar de acuerdo con La Orden del Fénix o con un mestizaje completo con muggles, tampoco le parecía moralmente correcto asesinar a las personas por carecer de magia. Aunque éstos últimos hubieron demostrado pensar diferente, atacando a magos y brujas sin piedad años atrás, en el Atrio.

 

—Según pude ver, su nombre es Eilon Rice, tiene un carnet universitario de Londres, amuletos rusos, runas y una varita. El demás contenido del bolso es meramente muggle.

 

Se alzó de hombros, le dolía la cabeza, quizás por la carrera que tuvo lugar horas atrás con Aidan. Entonces recordó al hombre, miró hacia ambos lados y por detrás ¿dónde estaba? enarcó una ceja, lo había perdido por completo de vista luego de que el Director del Hospital acudiera a sus alaridos. Por ello se disculpó con Ragnarok, le dijo que trataría de ayudar a las personas que iban llegando, catalogando las heridas para que la sala de urgencias no colapsara; algunos tenían simples rasguños, cuando otros requerían de atención inmediata. Más le rogó que le mantuviera al tanto del estado de Rice.

 

Saliendo del cuarto Cissy la interceptó, la tomó con suavidad por los hombros y le invitó a sentarse. Pero lejos de sentirse relajada y acompañada, Arya empalideció como si hubiese visto un fantasma terrible, tenía las pupilas dilatadas y parecía al borde del llanto, con una expresión de horror a flor de piel.

 

— E-emma...— susurró para sus adentros. Sybilla contestó, llamándola por su nombre, y aquello pareció volverla en sí.

 

Frunció el ceño y se miró las manos, como si intentara recordar. Luego, su rostro se iluminó y el cambio fue notorio, era como si hubiera estado sumida en un profundo lugar de su mente y luego aflorara, como las margaritas bajo la nieve al llegar la primavera.

 

—Estábamos con Aidan, paseando y entonces una chica fue atacada por un grupo de fanáticos mientras salía de un bar— se aferró a las manos de su tía con ahínco, algo dentro le dolía, no concebía lo que sus ojos habían visto —Quisieron atacar a su novio pero ella se interpuso.

 

La castaña quiso saber más, Arya estaba conmocionada, confundida. Luego de muchos años se sentía extrañamente frágil, y cuando la abrazó, rompió en llanto, quería a Aidan, pero no lo veía a su alrededor. El silencio entre las mujeres perduró, visto desde fuera fue lo suficientemente breve como para apreciar un nuevo cortocircuito en el cerebro de la pelirroja.

 

—Lo lamento— sollozó, ahora lloraba con más fuerza, casi convulsa —Lo siento Emma, yo no quise hacerlo, no quise hacerlo...

 

Le dolía la garganta, quería gritar, Lúthien le había obligado a matarla, ella no quería, Emma era su familia.

 

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Callejón Diagón

 

 

Las palabras de Aaron seguían sonando en los oídos de Mackenzie cuando ésta cerró el portal y se encontró en un Callejón Diagón repleto de gente. Había demasiada gente ni siquiera en las vísperas de festivos solía estar tan lleno. La bruja se sentía angustiada entre tanta gente y se maldijo por no haber abierto el portal a la mansión Malfoy. Tratando de no tropezar con ningún viandante, se repetía una y otra vez las últimas palabras de Aaron.

 

¿Conoces el círculo de los sagrados 28? ... no tienes que andar por ahí, deambulando sin nada que hacer... es un traslador que funcionará por única vez, demuéstrame que aún eres una Malfoy y muerde el galleon a las veintiuna horas de mañana. A cambio, quiero ese colgante... pertenece al Ministerio y lo sabes, de lo contrario, qué dirían sobre la hija del ex ministro ¿que se anda robando artefactos de arqueomagia pertenecientes al palacio de gobierno? Mañana en la noche Malfoy...

 

Apartó a trompicones a un hombre trajeado que la miraba de arriba a abajo, mientras sus pensamientos seguían girando en torno a aquellas palabra. Así que rastreaste en los archivos secretos y descubriste que te robaron. Pero bueno, no, no es un objeto de arqueomagia y tampoco es que te lo robara a tí, tu aún no habías sido elegido ministro...

 

—¡Señora! ¿Es que no puede mirar por dónde va? —Mackenzie se sacudió la túnica, después de que una mujer de mediana edad se tropezara con ella y se pusiera a sobar la lujosa tela sin ningún pudor.

 

Negó con la cabeza, con resignación, al ver que la mujer seguía mirándola un poco embobada. Los sagrados 28... Así que Aaron pensaba convocarlos. Desde luego era una oportunidad muy interesante. Una reunión de los magos de sangre pura estaría repleta de mortífagos y, por supuesto, grindewalistas. El fanatismo racial era un denominador común entre las familias de sangre pura. La propia Mackenzie, en su juventud, había estado muy influenciada por aquellas ideas de superioridad y hegemonía de los magos de sangre pura. Hacía tanto de aquello... Pero lo recordaba bien. E incluso no hacía mucho que tales ideas habían sido objeto de uno de sus ensayos de investigación sobre magia antigua, sobre los orígenes y los primeros magos.

 

Mackenzie acaba de llegar a Gringgotts y se acercó a una de las ventanillas. Necesitaba galeones antes de partir hacia París, la ciudad donde tendría lugar la próxima reunión de la Confederación Internacional de Magos. No tenía mucho tiempo, aún tenía que pasar por la mansión Malfoy a recoger sus cosas. Después, un traslador la llevaría directamente a la sede de la Confederación en París.

 

Su afiliación actual a la Orden del Fénix no era conocida y, aunque alguno sospechara, nadie podría extrañarse de que una Malfoy asistiera a la reunión de los Sagrados28. Quizás pudiera obtener información allí sobre los planes de aquellos fanáticos grindewalistas. Además, habría muchos mortífagos allí. La ocasión la pintaban calva. Lo malo era que el propio Aaron era uno de los magos que, sin duda, sospechaba de sus lealtades y le había pedido, muy diplomaticamente, una prueba de lealtad: el colgante. El objeto que le había robado hacía tanto tiempo y que le permitía a Mackenzie no sólo obtener información de primera mano de la Oficina del Ministro, sino incluso controlar las prerrogativas del propio ministro. Así era como había logrado conocer los planes de Aaron con antelación. Y también gracias a aquel objeto había podido desaparecer del Ministerio como si nada. Y ahora Aaron sabía que lo tenía y lo quería....

 

—¿Qué cantidad quiere sacar? —Preguntó el duende de la ventanilla.

 

—Cien mil galeones, por favor.

 

No tardó en hacer la gestión. En dos o tres horas podría estar en París, con tiempo para preparar la reunión de la Confederación Internacional de Magos. Incluso le daría tiempo de hablar con los delegados de cada país, antes de que empezara la reunión. Mackenzie pasó por delante de la ventanilla de información. Un duende miraba con aprensión a un joven vestido con vaqueros y una sudadera, que se inclinaba hacia el duende, mostrándole algo. Casi estuvo a punto de pasar de largo, cuando escuchó la voz del joven.

 

—Ey, perdón, no sé a quién preguntar, esto.... me puede usted decir porqué no hay cobertura.

 

¿Cobertura? ¿En Gringgotts? ¡Menudo necio! En Gringotts claro que no funcionaban aquellos aparatos muggles. ¡Móviles! Últimamente, hasta Sebastian tenía uno, se habían puesto de moda entre los magos, en los últimos tiempos. Obviamente, tenían que utilizar redes de comunicación muggles, los magos no necesitaban de aquellos aparatos, no había ninguna red mágica para móviles.

 

—Oiga, ¿no es este lugar un sitio muy raro? —El chico de nuevo. —¿Qué es? ¿Un banco para personas especiales? Bueno... había visto alguna vez a gente bajita, ya sabe, enanos. Pero esta gente bajita con orejas raras...

 

Un confundus salió volando de alguna parte y pasó rozando a dos palmos de Mackenzie, antes de impactar con el chico. Luego, un hechizo desmemorizador, inconfundible para Mackenzie, penetró en el cerebro del joven muchacho.

 

La Malfoy se quedó paralizada mientras unos funcionarios ministeriales se llevaban al chico. Acababa de comprender porqué había tanta gente en el callejón diagón. ¡Muggles!

 

Salió corriendo al Callejón Diagón y miró a su alrededor. Estaba repleto de muggles, que los miraban asombrados, confundidos, anonadados... probablemente sin comprender demasiado. Muchos debían haber sido objeto de hechizos de confusión y desmorizadores por parte de los magos que se encontraban allí. Pero eran demasiados. Corrió hacia el Caldero Chorreante, hacia Charing Cross y el lugar donde estaba la estatua de Carlos I, cruzó a Trafalgar Square... Los muggles estaban cruzando al Callejón Diagón sin que nada ni nadie se lo impidiera. ¡Maldito Aaron! ¿Qué has hecho?

 

Apartándose de la multitud de de muggles y magos, tratando de ser lo más discreta posible, se desapareció de allí lo antes que pudo. Tenía que llegar cuanto antes a Praga y asistir a aquella reunión de la Confederación Internacional de Magos. Y, al día siguiente, otra cita no menos importante la esperaba: la reunión de los Sagrados28.

 

Suspiró, tocando el colgante robado, sabiendo que ya había decidido deshacerse de él. Tendría que entregárselo a Aaron.

 

@

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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En un salón ministerial con los primeros fieles de la futura y sagrada familia.

 

Al parecer había sido bien directo con todos pues nadie había elevado la mano para plantear su inquietud, nadie excepto Sybilla. La bruja tendría razón, pero aún así, las familias que se habían declarado fielmente seguidores del fénix tendrían la posibilidad de redimirse y comprender el porqué de la caída del estatuto y la necesaria imposición de nuestra gente por sobre quienes no conocían lo que era algo tan simple como el Quidditch.

 

-Agradezco el apoyo de los Macnair...-sostuve con un cordial gesto de mi cabeza-...los Triviani también nos han apoyado, ¿verdad Matthew?- proseguí deteniendo mi percepción en él, aunque por cierto, ¿dónde estaría su madre?. Me fijé luego en Maida- de los Yaxley solo somos nosotros dos, como así también respecto de los Black- busqué la atención de los presentes- verán, enviaré misivas, tanto a los gobiernos mágicos, en donde seguramente encontraré una tregua con algunos países para calmar la guerra que solo ha traído desgracias a nuestra gente...- guerra que por cierto era parte de mi incitación; que cínico era(?)- ... como también se enviarán otras a las familias mágicas de todo el Reino Unido, buscando un apoyo cordial y diplomático para así poder distinguirnos de quienes son a los que debemos eliminar para limpiar el árbol mágico, ya me entienden ¿no?- por ello me urgía el apoyo de la casta de magos tenebrosos, no por su vasto poder, sino por sus anhelos e ideales mágicos-...de hecho, quiero que ésta reunión se lleve a cabo en alguno de nuestros hogares...-observé a todos con cierta imposición- ... yo no tendría problemas en darles cabida en el castillo Black, pero los cuadros no dejarán de recordarme lo traidores que pueden ser los Malfoy...

 

Y eso formaba parte de la historia que nos unificaba socialmente hasta hoy en día, ya que, cuando se resolvió sobre el acuerdo del estatuto del secreto muchos deberán recordar, que habían sido ellos, los Malfoy, ¡los primeros en oponerse! para luego darse vuelta la chaqueta, adoptando un ansia febril por el poder, uno que a diferencia del que yo pudiese ostentar hoy en día, no procuraba el bien común de la sangre mágica.

 

-De todas formas he invitado personalmente a Mackenzie Malfoy...- les dije al tiempo que pasaba la diestra por la mejilla aún enrojecida; sonreí, no por no querer lavarme esa parte del rostro ¡no!, sino que, por haberla expuesto a raíces traicioneras que se habían librado con una simple bofetada- ...aunque aún no tengo claro en dónde se llevará la reunión. Con todo ésto de la caída, podríamos tomar fácilmente uno de los palacios reales...-acaricié mi barbilla y solté expresivo-...¡Buckingham tal vez!...¿qué opinan?, no quiero llevarme todo ésto solo.

 

Aunque la verdad era que en su opinión buscaría enlazarnos más aún, a que si esto no resultaba, ¡nos hundiríamos todos!. Elevé la gélida e indiferente mirada gris hasta el reloj de fondo y me percaté de que Candela y compañía habían demorado o simplemente esquivado la asistencia al ministerio, aunque y pensándolo bien, después de la sobreprotección de Maida, de seguro algún Inquisidor les pondría problemas para entrar...pobre inquisidor...sostuve entre pensamientos muertos. De pronto se abrió la puerta, y esperando que fuera Ashura me puse nuevamente de pie, pero no, era un miembro del cuartel, oficial y comandante de algún pelotón de Inquisidores.

-Con su permiso señor ministro..- se cuadró el hombre llevando la diestra que empuñaba la varita hacia el pecho. Era parte de la marcialidad con la que se habían formado. El inquisidor llevaba la túnica negra de bordes y puños dorados, lo que denostaba su alto rango dentro del cuartel, su pelo cano se trenzaba en la mohica, corte de cabello que se ajustaba a un rostro parco y determinante, sin ninguna cicatriz en el rostro, sin embargo le faltaban ambos meñiques de las manos, dedos que había perdido luego de que los búlgaros intentaran sacarle información hace un par de años.

 

- Charles, mi fiel e inquisidor amigo. Adelante, relaja tus músculos que te ves algo tenso...- sostuve al viejo camarada, uno de los tantos que conocían mi paso por el cuartel desde joven. El tipo enfundó su varita no sin antes levitar hasta mí un comunicado ministerial. Era lo bueno de ostentar el alto mando de gobierno, conocía los nuevos puesto de inmediato- ¡Vaya!, con que nuestra amiga preside la confederación internacional de magos...-cerré los ojos en plena parsimonia mientras arrugaba el memorándum en mi mano- ¿qué hay de las calles?, ¿qué sucede allí fuera? - le pregunté intentando desviar mis emociones.

 

-Hemos detenido a cientos de magos que están ahora en Azkaban- respondió a tono marcial- tal y como usted lo ordenó.

 

Y así era. Los primeros días serían un caos y lo sabía, de hecho lo quería así, puesto que de cualquier otra forma, ¿cómo contentaría a una sociedad civilizada? ¡no éramos monos!. Yo no había decretado un libre albedrío, independientemente que tuviese aires de superioridad ante el muggle, solo nos quería dar a conocer - si de eso naciese el temor del muggle a la magia que imperábamos, no era mi problema, como también el hecho de que algunas brujas y magos tuvieran temor de una tecnología que podrían destruir con un simple hechizo- y con ello dilucidar dónde estaba la traición a la sangre que tanto buscaba, ¡darle un objetivo a la diferencia de ideales que pudiesen existir en el mundo mágico!, ¡demostrar nuestra superioridad y cultivar el amor por la sangre pura! Algo a lo que efectivamente la afamada Orden del Fénix debería oponerse, la cuestión estaba en conocerlos también.

 

-Muy bien Charles, muy bien...-solté casi en un susurro mientras aún tenía en mi mente la imagen de Mackenzie como presidenta de la confederación que seguramente me tacharía, aparte de loco, de tirano. Pero ante quién me acusaría, ¿a la corte mágica nipona, encargada de castigar las violaciones al estatuto del secreto?. Logré calmarme un poco y dejé el rostro arrugado (por el papel) de la ex viceministra a la vista de todos- puedes retirarte...- finalicé con un ademán flojo de mi diestra. El tipo se cuadró y tras media vuelta dejó el salón, no sin antes ordenar una última cosa- ¡hey!. Si aparece la gitana, dile que nos espere en el salón que ella ya sabe, en el último pasillo que solo ella vio para salir de éste lugar. Iremos en breve, necesito descansar...

 

Y así todo iba tejiéndose según lo planeado, con uno que otro impasse pero siguiendo el mismo tronco al fin y al cabo.

 

-Veamos...- sostuve mientras me ponía a caminar lentamente por el salón- Maida ¿traes tu vuelapluma?...-la libreta mágica vibró y salió de su bolso- Hermanas y hermanos, ante la caída del estatuto del secreto es inminente encontrar apoyo en los que alguna vez fuimos unidos, un lazo que se determina por la sangre y el amor que recae en nosotros, uno que se ha visto diluido por la innecesaria búsqueda de la comunión por quienes alguna vez nos quisieron muertos...por temor...por poder...¡por gusto!...-exclamé entre dientes, mientras la libreta siseaba rápidamente a mi lado-... siendo necesario demostrarles que la magia que hoy recae sobre nosotros, no es más que un regalo de la vida que nos posiciona en un peldaño al que ellos no pueden llegar, uno que jamás podrán ostentar, y que hoy se pierde en la unión de almas incompatibles, con credos y culturas muy distintas de la nuestra. No fuimos nosotros los hostiles y a quienes han mal utilizado el levantamiento del secreto, se les ha castigado con una pasantia directa a Azkaban...- señalé, aludiendo al disfraz que conllevaba la primera etapa-...no deben temer de algo que hoy les tiene por sobre todas las cosas, la magia. Les espero mañana a las veintiuna horas en el palacio de Buckingham...- finalicé. El vuelapluma daba punto final y con ello haría tantas copias como familias hubiesen que notificar para comenzar el nuevo régimen, invitándoles a formar parte y hacer prevalecer la familia mágica- firma, Aaron Black Yaxley, Ministro de Magia y toda esa parefernalia...-indiqué con un ademán de manos y me detuve nuevamente en mi puesto. Invitaría a comulgar a cada familia mágica, independiente de los pecados que podrían recaer por sus traiciones, puesto que si lo había hecho con Mackenzie, hasta los Weasley recibirían el comunicado- ... Respecto a las misivas para los diferentes gobiernos:

 

Mandatarias y Mandatarios del mundo mágico:

 

Desde las 00.00 horas de hoy, el velo que nos ocultaba del mundo muggle ha caído por oficio directo del ministerio de magia británico. No pretendo citar a la historia de la magia para que recuerden quiénes tienen el temor de nuestras cualidades, sobre todo ante la cultura y conocimiento que nos unifica desde hace tiempo. No les pido que sigan nuestros parámetros, mucho menos una imposición, como así también les pido que por su bien, no intervengan en el desarrollo de una sociedad que nos pertenece y a la cual no pretendo hacerle daño (mentí).

 

A quienes quieran unirse, sean bienvenidos de otorgarle la libertad a sus familias, de no sentirse discriminados por vestir con la cultura que nos identifica, ¡de ser libres! en un mundo que hace tres siglos nos puso el yugo sobre las cabezas. Esto no es una rebelión, es un derecho.

 

Atentamente.

 

Aaron Augustine Black Yaxley. Ministro de Magia inglés.

 

Me dirían de todo, como así también levantaría una alerta en todo y como ... todo... encontraría adeptos que aunque me creyeran un loco, sabrían de lo que estaba hablando. Sería su voz y su actuar en una purga que, aunque disfrazada, parecía inminente.

 

OFF: Con ésto doy por finalizado el primer contexto. Ya en el siguiente rol comenzaré la reunión a la que han sido invitados. Me han gustado mucho sus roles y la forma en que miran todo ésto :) ! gracias a cada uno, son los mejores :P !

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Ruinas de la Mansión Rosier.

13 de marzo, 09:30 am

 

 

 

Mi mirada se encontraba completamente perdida en los amplios jardines de la Mansión Rosier, el velo de invisibilidad aún cubría sus terrenos y engañaba a mi cerebro para hacerme participe de una tranquilidad completamente falsa. Habían pasado tan solo unas horas. Horas que se habían transformado en minutos y minutos que pronto fueron segundos. Nunca me había detenido a pensar en cómo el mundo se iría a acabar, pero si alguien, años atrás, me hubiese dicho que la verdadera tercera guerra mundial estaría compuesta de magos y no maj, me habría reído en su cara. Tontos fuimos al pensar que lo imposible seria siempre así.

 

Sin aviso alguno comencé a caminar nuevamente entre el césped sin podar, deslizando mis dedos por las finas hierbas y cerrando los ojos cuando la brisa cálida envolvía mi cuerpo hasta llevar con ella ese olor a lilas. Lilas. Abrí la mirada nada mas para verificar que seguían creciendo con tal naturalidad en los prados, agarré los pliegues de mi túnica verdosa para poder caminar con mas facilidad y en cuanto las pomposas flores moradas aparecieron frente a mi mirada, agaché mi anatomía hasta quedar de cuclillas y mucho más cerca de ellas.

 

Sonreí.

 

Estas eran las flores que recogía con Aaron, pensé que habían desaparecido con el pasar de los años...

 

Murmuré para mi misma, mientras deslizaba mi pulgar e índice por entre las pequeñas flores, impregnando la piel con su olor para luego llevar mis dedos a mi nariz. Inmediatamente una serie de recuerdos buenos atravesó mi cabeza, fueron imágenes rápidas, como de esas películas de los años 20 a blanco y negro, sin voz y con una velocidad casi graciosa. Sonreí a los aires. Pero de pronto todo se torno negro. Mis recuerdos comenzaron a fraccionarse, las imágenes se derretían, y tuve que agarrarme a la tierra al sentir que mi equilibrio me jugaba una mala pasada.

 

Drovik, Drovik.

 

Repetí el nombre de mi sombra con pánico. Algo estaba mal, lo podía sentir muy en lo profundo de mi alma y dolía. Gritos, murmuros, no lograba identificar lo que estaba pasando pero si podía reconocer aquellas facciones; el cabello flamante, su pequeña nariz, la piel nívea, esos ojos esmeraldas...¡Arya! Un gemido de dolor se escapó de mis labios, alcé mi mentón y la venda negra cubrió mis ojos, el vacío en su interior fue suficiente como para que la sombra que me protegía, supiese que lo que estaba ocurriendo, era un llamado infernal.

 

Arya me necesitaba.

Ishtar me llamaba.

 

 

 

Hospital San Mungo.

13 de marzo, 10:30 am

 

 

 

 

 

Aparecí en medio de los pasillos de la sala de Urgencia, mi presencia no había causado ningún alboroto y es que como siempre, se encontraba llena de magos y brujas corriendo con desesperación por doquier. Gritos, auxilio, lo oía. Por qué siempre que regresaba al Hospital algo tenía que explotar y desatar la histeria. Bufé para mi misma, pero luego sentí el jalón de Drovik, materializado como el humano que soñaba ser, pero con los ojos inyectados de sangre y los dientes afilados cual dragón.

 

Siento que esto fue una pésima idea, ¿por qué Arya estaría en un Hospital? Creo que solo es un efecto secundario...

 

Comencé a caminar detrás de la sombra.

 

¡Escucha, tenemos que irnos! Muy bien, quédate tú y yo me voy a casa, de todas formas...⸺me detuve en seco, casi como si mi cuerpo hubiese chocado contra una muralla. Aturdida. Me volvía a sentir mareada, pero mis ojos seguían igual o al menos eso esperaba.⸺ Sh, sh, sh...¿oyes eso? ⸺alcé la mano derecha, dejando que mis dos dedos delgados temblaran en el aire⸺ Alguien solloza, conozco ese tono... ⸺entrecerré la mirada e inmediatamente se me alumbró la lámpara.

 

¡Arya!

 

Corrí eufórica. Subí escaleras. Choqué con pacientes, visitas y hasta personal de la salud. Nada me importaba mas que saber a mi hermana sana y a salvo. Era esa conexión inexplicable, algo que trascendía cualquier línea temporal. No importaba la jerarquía, ni la culpa, ni nada. De alguna forma, cuando la sentía en peligro, un escudo de protección aparecía entre mis manos y me hacía actuar como una desquiciada. Tal vez ahora, no en el pasado, quizá en un futuro o tal vez caería el manto.

 

Y la vi.

 

Mi respiración agitada. Tuve que llevar una de mis manos directo a mi pecho, procurando que tanto mis pulmones como mi corazón siguieran ahí bajo toda esa piel, carne y hueso. La Macnair se encontraba ahí frente a mis ojos, ¿cuánto es que había pasado? ¿Años? ¿Siglos? ¡Cuánto! La voz no me salía, los musculosos de mis piernas se inmovilizaron, quizá estaba siendo presa de un miedo infantil e incoherente, pero no podía evitar sentir en el ambiente que algo no estaba bien. Algo que se escapaba de mis manos. Había una mujer, la reconocía no sólo por sus perfectas facciones, la reconocía porqué estuvo presente cuando montaron toda esa escena con mi pequeño Kalevi.

 

⸺ "Avanza, Hathor, no seas cobarde". ⸺susurró Drovik a mis espaldas.

 

¿A-Arya? ⸺no salió como esperaba, el hilo de voz inocente acompañado de unos pasos temerosos, no era lo que quería pero al menos fue suficiente como para llamar su atención.⸺ Yo lo-lo lamento mucho, hermana...

 

 

¿Y qué se supone que debía decir?

 

 

 

@

@@Arya Macnair

Editado por Juliette Macnair

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Establo. Mansión Di Médici.

13 de marzo, 00:20 AM.

 

El regordete torso de Nahum, el porlock, se balanceaba de un lado al otro sobre sus cortitas y torpes piernas mientras daba saltarines pasos. Llevaba con cierta dificultad cuatro o cinco manzanas, lo máximo que sus pequeñas manos podían transportar. Aquellas dulces frutas eran las preferidas de los aethonans, que esperaban hambrientos por aquel jugoso postre de medianoche al que se habían mal a costumbrado. Estaba a solo unos pocos pasos del espacio hábitat de aquellos corceles cuando percibió en su sensible piel, cubierta por una espesa capa de pelo naranja, que algo cambiaba en el fresco aire de aquel establo.

 

Repentinamente apareció junto a él un oscuro portal de aspecto, al menos ante sus impresionables ojos, muy tenebroso. Cuando una persona que desconocía salió expulsada de él, el terror se apoderó de Nahum y lo llevó a dar un bruto respingo que desestabilizó por completo su ya de por sí débil equilibrio. Las mazanas inevitablemente se escaparon de sus manos y cayeron una detrás de otra, rodando luego hacia distintos puntos de aquel ancho pasillo. El abrupto quiebre en la tranquilidad en la que normalmente se ceñía el establo atrapó la atención de todos sus habitantes. Incluso los animales que ya habían caído victimas del sueño asomaron sus cabezas sobre las bajas puertas de sus moradas.

 

Para cuando Lucrezia hubo atravesado aquel portal, el porlock que cuidaba de algunas de sus más preciadas criaturas ya se hallaba oculto en uno de los cubículos vacíos del lugar. Resultaba fácil rastrear su presencia, pues su particular cola en forma de pompón se asomaba temblorosa en una de las esquinas. Sin embargo, el susto que se había llevado Nahum resultaba la última de las preocupaciones de su dueña. La joven aristócrata se concedió a si misma un momento para recuperar la regularidad de su ritmo cardíaco, que se había acelerado al escapar de su reunión con los Triviani. Soltó las manos de Ariane y Sagitas. Percibía la adrenalina corriendo por sus venas y alterando su respiración, sus hormonas y varios otros aspectos de su revolucionado organismo. Tomó una bocanada de aire y se obligó a centrarse, pues una seguidilla de poco probables casualidades la había convertido en la natural líder de todo un grupo.

 

Lo primero que atravesó su mente una vez controlado su cuerpo fue la destrucción casi total del salón principal de su mansión, aquel donde recibía las visitas de grandes políticos y autoridades diplomáticas para elucubrar sobre potenciales negocios de dudosa legalidad. La reconstrucción del techo y la reparación del antiguo mobiliario tendría un costo efímero para su abultado patrimonio pero saber destruida una parte de su creación, aquello que había ganado por su propio esfuerzo y no por la herencia familiar, resultaba sin dudas chocante. Lo siguiente en lo que se detuvo fue, por simple lógica, en los Triviani. Dos preguntas surgieron intuitivamente en su fuero interno: ¿Seguían vivos? ¿Los perseguirían ahora que conocían la existencia de una traición? La blonda esperaba, sobre todo por Zoella, una respuesta afirmativa a lo primero; en cuanto a lo segundo, no se quedaría allí el suficiente tiempo para descubrirlo.

 

- Cambio de planes. - rompió el silencio, sabiendo que Sagitas era la única que conocía su plan original y que incluso ella lo hacía parcialmente. - Nos vamos de aquí, no es seguro quedarnos. Los Triviani están al tanto de mis intenciones con Aaron - llamarlo Ministro era subirle el precio - y saben que hay más gente involucrada. Para esa familia la traición se paga con traición. Les tiré el techo encima, pero no es muy alocado teorizar que sobrevivieron y que lo denunciarán ante el ministerio. No quiero que un grupo de inquisidores bajo las órdenes de un necio toquen mí puerta o al menos no quiero estar allí cuando lo hagan. La mansión ya no es segura ni los son los habitantes. Nos iremos a Londres para estar más cerca del Ministerio. Cada uno elija su montura, no es inteligente arriesgarnos a utilizar magia para movernos.

 

Al terminar de pronunciar la última palabra, la blonda italiana notó la leve agitación que interrumpía la fluidez de sus indicaciones. Sin dudas, aunque la idea incomodase a su vasto ego, debía descansar unos instantes más antes de continuar. No solo su respiración estaba afectada por la sucesión de hechos inesperados y violentos que había vivido momentos atrás dentro de un lugar que creía seguro; su mente había perdido la magnífica claridad con la que siempre distinguió lo inteligente de lo est****o. Sabía que la pérdida de su característica lucidez era momentánea, así que decidió centrar su atención en lo que la rodeaba e ignorar todo lo que sus acompañantes pudieran decirle.

 

Se dispuso a recorrer aquel pasillo principal, del cual nacía el resto de la maravillosa arquitectura de aquel establo. Las moradas de los distintos animales estaban delimitadas en espaciosas caballerizas de madera de madera oscura, que reproducían de forma reducida sus hábitats naturales. Paseó con parsimonia frente a los unicornios y los hipógrifos, uno de los cuales había recogido con gran agilidad una de las manzanas desperdigadas por el suelo. Frente a éstos últimos se detuvo y sus labios no hicieron más que dibujar una mueca divertida. Había en aquellos animales algo curioso e irónico, dada la situación: los había nombrado en honor a los Triviani, sobre quienes había arrojado un techo casi entero minutos atrás. Contempló a Zoella, a Jeremy y a Matthew ¿Deberían buscar otros nombres a aquellas criaturas luego de aquella noche?

 

Algo de lo que sus dilatados ojos observaban la hizo arribar a una conclusión que reactivó la compleja maquinaria de engranajes de su mente. En aquel momento necesitaba recuperar su espíritu ególatra, ese que le permitía llevarse el mundo por delante. No podía dejarse vencer por los indignos Triviani. Su objetivo era asesinar al mismísimo ministro inglés, algo superior a lo que aquel linaje de magos y brujas de poca monta podían aspirar. Necesitaba ser Lucrezia Di Médici, la última aristócrata ¡Vaya que lo era! Su orgullo no era pisoteable y menos por la bota repleta de suciedad de Candela Triviani. Avivar su rivalidad con aquella mujer permitió que las turbias aguas en las que navegaban sus ideas serenaran su intenso oleaje. De un instante al volvió a adoptar su elegante postura, aquella que le permitía lucir ante los demás la fortaleza de su ser.

 

La claridad que inundó su mente como una desatada catarata le permitió notar ciertas cosas que hasta ese preciso momento había pasado por alto, como el hecho de portar aun en su mano derecha el atizador con el que había avivado las llamas de su chimenea antes de que todo se desatara. Incluso, había olvidado la presencia de un hombre cuya identidad desconocía dentro de su custodiada biblioteca. Conveniente. Alzó aquella delgada vara de hierro hacia el apetecible cuello del hombre y presionó la filosa punta contra su yulugar, observando como su blanca piel se hundía. Lo observó directamente a los ojos, transmitiendo a aquel extraño con total consciencia que era una rubia italiana capaz de quitarle la vida. En su zurda aun sostenía su blanca varita, así que las probabilidades de hombre eran más bien nulas.

 

- Primero dime como te llamas. Luego, si te parece, me dices que hacías dentro de mi mansión. Por último, si no quieres que te mate y tu cuerpo quede tendido aquí para que se lo coman los gnomos trozo a trozo, me dirás que hacías junto a Sagitas y Ariane. No me gusta que se metan con mi familia ¿Sabes? Así que habla y no intentes nada extraño.

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Pasillo que daba a la sala ministerial (sala de prensa H)

 

La Noche avanzaba más y más rápido a medida que el mago permanecía en ese pasillo que daba a la oficina ministerial, hacia no mucho había recibido una linda invitación para el palacio de Buckingham... Más bien era para conocer quienes eran sus aliados y quienes eran sus enemigos... Lo que ocasionó en el mago sintiera una ligera sospecha ante todo lo que estaba sucediendo... porque ahora... porque en ese preciso momento... desaparecer meses y de pronto solo había llegado para ocasionar un caos?...

 

--Eso que es demasiado obvio... pero todo se acomodó de una manera en la que el único beneficiado era el... los alimento a todos con miedo y aprovecho las consecuencias de lo sucedido...

 

Por desgracia no había nadie ahí para que escuchará su teoria... por lo que el mago sencillamente se sentó en uno de los bancos mientras veía a ese inquisidor desmayado enfrente de el... Había Sido un duro combate, pero en el momento de la primera cortada todo se torno extremadamente facil ya que la información obtenida de ese mago si bien en su mayoría era basura hubo algo que le resultó lo bastante curioso como para llamar su atención ya que al parecer se estaba comenzando a arrestar magos sin ningún tipo de historial criminal, prácticamente Azkaban se había llenado de magos sin ninguna razón... Por lo cual Dick suponía que ahí tendría más respuestas que el estar esperando a que el ministro saliera de esa puerta y que lo más seguro era que lo volviera a ignorar... Por lo que sacando sacando su varita sencillamente invocó un patronus...

 

--Lucrezia Di Medici Se por buenas fuentes (elfito) que Corres peligro... Está contigo parte de mi familia... Cuídala... hay Inquisidores por doquier... Ministro muy bien custodiado... en la mochila trasera del hipogrifo hay polvos flu... escobas... incluso una motocicleta... pon a mi familia a salvo--

 

Aún no era momento de revelar su identidad igual y con algo de suerte hasta creía que era su padre el que le hablaba, el cual aproposito le tenía cierto respetó a esa bruja y eso ya era mucho que decir, por lo que el mago únicamente suspirando dejo que el patronus comenzará a atravesar las paredes buscando a su destinatario, por lo que Dick tomando sus cosas comenzó a caminar entre los pasillos secretos de esa zona para buscar la salida... Tenía un nuevo objetivo... Askaban... Y luego el palacio de Buckingham...

 

Calles de diagon...

 

Fue más fácil de lo que creía... Al ser reportero nadie le extraño el ver al mago merodear por ahí... Para los inquisidores no era más que un muerto de hambre buscando alguna noticia que pescar... Pero le preocupaba que solo era el, el único reportero del profeta que había visto en un buen tiempo... Por lo que suspirando de pronto sintió un flash en la cara... Lo reconocía... Era un teléfono celular muggle... Entonces recordó el caos que estaba afuera... Las personas venían por Miles... Todo el callejón comenzaba ah abarrotarse... Al parecer londres ya no era tan atractivo como ese pequeño sitio... Entonces sintió un golpe en su hombro... Esa cabellera ya la había visto antes... Por lo que haciendo gala de su memoria fotográfica la ubicó fácilmente...

 

--Mackenzie Malfoy... Porque estaba saliendo de gringots...--

 

Entonces comenzó a unir cavos... Ella al final del día también pertenecía a una familia pura... Será acaso que ella también había Sido invitada a esa reunión?... Pero a ella la había visto en las reuniones de la odefo... Pero dejo de lado todos esos pensamientos al momento en que noto que estaba siendo abrumada por tanta gente por lo que comenzó a gritarle...

 

--Macki!!!... MACKENZIE!!! AZKABAN!! TE NECESITO!!--

 

Y desapareció... Enserio el mago tenía mala suerte... Por lo que haciendo una mueca sencillamente saco su varita y ya sin importar nada hizo aparecer una nueva motocicleta mágica... Era más moderna, una Harley Davidson chopper... Para dos pasajeros con doble escape para mayor potencia... Y sobre todo era menos ruidosa que la vieja moto de su padre... Por lo que sin dudarlo se montó el vuelo y emprendió el viaje hacia Azkaban a maxima velocidad... El viaje era peligroso... Pero en cualquier momento empezarían a prohibir las apariciones

 

--Debo encontrar el secreto de Azkaban...--

Editado por Dick Grayson

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13 de marzo, 00:20 am
Establo de la Mansión Di Médici


La reunión era de los más curiosa, ver a Elvis y a Sagitas después de tanto tiempo me emocionaba de corazón, pero era bastante singular las circunstancias, no se que sucedía y la inquietud que tenía atravesada en el pecho se estaba haciendo más evidente.

Un pequeño elfo de rasgos amables y voz dulce me habló, pero no entendía nada de lo que decía y menos entendía a quienes se refería Elvis.

- No, no tengo idea de quienes sean ellos... Es mas ignoraba que hubiera alguien más que mis hijos, los chicos y yo aquí en la mansión.

Respondí esa pregunta casi de manera autómata, mientras que en mi cabeza se formulaban miles más, pensé en los chicos un momento, estaban ya dormidos pero en la planta superior y alejados del salón principal.

Me voltee a Sagitas para preguntarle porque ellos estaban aquí, cuando una fuerte explosión resonó en toda la casa, lo único que opte por hacer e fue tomar al pequeño elfo hacia un lado, mire a Sagitas y Elvis si ellos se encontraban bien, no los veía heridos por lo que con voz pausada le hable a la criatura.

-Nosotros estaremos bien tienes que sacar a los chicos de aquí y llevalos al Chateu Dumbledore, mis elfos saben que hacer si están en peligro, ellos te protegerán a ti también.- aspire un poco de aire para concentrarme en las indicaciones - ve derecho por este corredor y el primer pasillo que encuentres gira a la derecha, allí están la habitaciones... Ponlos a salvo por favor.

Esa última frase salió como una súplica ante el elfo, lo vi entonces correr por el pasillo y me fije cuando dobló por el pasillo a la derecha, me percate entonces que tenía la mano sobre el pecho, estaba angustiada por mis hijos. Suspiré y voltee a la pelivioleta y al Gryffindor.

-¿Que hacemos ahora?

Estaba realmente perdida en una situación que no entendía. En una fracción de segundo vi aparecerse frente a nosotros a Lucrezia, la vi más pálida que de costumbre, pero mis ojos apenas pudieron verla pues me tomó de la mano para hacerme pasar por un umbral mágico, tomé de la mano a Elvis y lo lleve por el umbral por el que Lucrezia nos conducía. Por unos segundos todo fue confusión y llegamos a un lugar que claramente conocía: seguíamos en los terrenos de la Médici, pero ahora en los establos. Los animales se alteraron un poco ante nuestra presencia, no era común que a estas horas, tan entrada la noche diambularamos por allí.

Mi atención se centro en Lucrezia, no solamente estaba pálida sino que llevaba en la mano un atizador de la chimenea y lo sostenía fuerte, se veía serena pero ausente. Su cabello siempre bien puesto en el lugar se veía algo despeinado y aún ensimismada, al ver a Elvis se alteró un poco y con delicadeza me acerque a ella tomando la mano donde tenía el atizador.

- tranquilízate, no se que esta pasando, pero mantén la calma... Nosotras estamos bien

Tome su rostro con mi mano, suavemente, para forzarla a que me mirara y le sonreí mientras con mi mano derecha le arreglaba un suave mechón dorado de su cabello.

- No se que pasó, pero solo dime si tu estas bien... Nosotras estamos bien y los chicos los llevo un elfo al Chateu para que estuvieran protegidos... Dime que tenemos que hacer, sabes que lo que necesites estaré para ayudarte.

Quería que fijará su atención en mí para que se diera cuenta que estaba bien, siempre sentí mucha soledad de su parte y me había prometido que jamás la abandonaría.

Sonreí para darle tranquilidad. No podía quitarme de la cabeza que estaban atacando la mansión porque buscaban a alguien allí y las últimas palabras que me dijo a Thiago me retumbaban en la cabeza

@@Lucrezia Di Medici' @@Sagitas Potter Blue @

Editado por Ada Camille Dumbledore

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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13 de marzo, ?? AM. (Se me ha roto el reloj con la explosión, ya me diréis en qué hora vivo)
Mansión Di Médici. (Bueno, ya no estoy tan segura si sigo aquí...)

Caminaba junto a Elvis con una gran sonrisa en la boca. Era uno de los pocos en este pueblo que me proporcionaba tranquilidad al estar a su lado; confiaba tanto en él que hasta sería capaz de guardar la varita en un bolsillo y dejaría que él desarmara a cualquier enemigo al acecho, sabiendo que él nos protegería a todos. Le iba hablando en voz baja porque, a pesar de desear un montón contarle mil anécdotas de la familia durante su tiempo fuera del pueblo, sabía que aquella casa era un lugar peligroso y desconocido para mí.

 

En realidad, creo que era la primera vez que estaba en su interior. Había estado una vez fuera, al pie de los viveros, observando sus animales y plantas (no pude conseguir robarle ninguna, Lucrezia me interrumpió justo cuando le echaba un ojo a un esqueje de una planta bien rara) pero nunca había cruzado el umbral de su puerta. Y, para ser estrictamente sinceros, esta vez tampoco lo había hecho, pues había entrado por una Puerta directamente a la sala de la chimenea.

 

Una voz conocida interrumpió mi monólogo (¡pobre Elvis, siempre aguantando mis bla-bla-bla!) y me hizo preguntarme qué demonios infernales hacía allá mi cuñada. Sí, vale, Ariane había sido la mujer de mi hermano Thiago y tenía mucha lógica que estuviera ahora viviendo con Lucrezia pero... pero... ¡¿Pero por qué si podía vivir con nosotros en la "Ojo Loco"? ¿Qué más intentaba a quitarme Lucri que no hubiera intentado ya?

 

Vale, fuera ataque de celos... Sonreí a Selene y dejé que Elvis la saludara primero, para recuperarme del susto de verla aparecer en bata por los pasillos de aquella lóbrega mansión. Por ello, negué con él cuando dijo que no importaba qué hacía allá (pues yo también tendría que explicarlo y... demasiado largo) y afirmé cuando él preguntó quiénes estaban allá abajo; aunque yo lo sabía.

 

-- Son los Triviani, primo. Hola, Ariane Selene. ¡¡Ay, demonios!! -- casi grito y me olvido que una de las últimas cosas que me dijo Lucrezia era que me escondiera, algo a lo que no le había hecho caso. -- ¿Quieres bajarte de mi espalda, elfito? No soy un aethonan que puedas montar. Huuum , ¿hija de Sherlock? -- se me olvidó reñir más y más al elfo por creerse un jinete de Sagitas y miré a los ojos de mi amiga. ¿Era también mi sobrina ? Siempre lo digo, este pueblo es demasiado pequeño.

 

Bajé a la criatura de la espalda. Ni a mi querido Ithilion le permito que se me suba encima como para dejar que un elfo, por muy amable que sea, se me suba a la chepa.

 

-- Te quedas ahí y caminas, muchachito. -- Sí, vale, que soy muy familiar cuando quiero.

 

Iba a añadir algo cuando el suelo tembló de la manera que sólo lo hace cuando estalla en pedazos y se cae. Me agarré al brazo de Elvis mientras intentaba que mi varita no saliera volando de mi mano.

 

-- Los Triviani, ya ves... Siempre he pensado que son una familia de locos. -- Sí, bueno, no digo que sean la única familia de locos que hay en el pueblo.

 

Si me preocupé por Lucrezia, no lo manifesté aún, pues grandes placas de piedra se desplomaban desde el techo por el retumbar de la explosión y teníamos que esquivarlas. Estábamos en medio de un terremoto cuyo epicentro parecía haber sido la entrada, o cerca, de la mansión Médici. "Ahí va a quedar un agujero muy bonito", pensé yo, recordando aquella experiencia en la que los accidentosos aprovechamos algo parecido para poner una barra y bajar al piso de abajo del Ministerio sin tener que usar el ascensor. Bueno, la dueña seguro que no pensaba en positivo como nosotros y no sabría sacar nada divertido de aquello.

 

Y, por fin, apareció una mujer que corría hacia nosotros con los pelos desaliñados, moviéndose con una celeridad que no encajaba con el perfil de Lucrecia que llevaba puesto. A pesar de que el momento implicaba acción, yo me paré a enarcar una ceja y ladear una cabeza como si con aquel gesto consiguiera vislumbrar si realmente era o no la matriarca de aquella mansión.

 

-- Lucri, cielo, estás... manchada de polvo blanco.

 

No debiera reírme. Tampoco me dio tiempo. Tal como ella me cogió de las manos para empujarme dentro de un portal invocado por un Fulgura Nox, me quedé sin aliento. Esto es importante, me detengo un momento a contarlo...

 

Estaba a punto de soltar una frase medio admirativa medio socarrona a Lucrezia sobre sus conocimientos de hechizos del Libro del Druida y preguntarle si el Uzza no había intentado acabar con ella. A pesar de mi comentario que pretendía ser jocoso, mi mente analizaba la situación y me imprecaba a salir rauda de allá. El suelo aún se movía y no descartaba que siguieran desplomándose fragmentos a nuestros pies. Sin embargo, aquel contacto... Sus manos desnudas contra las mías, ese apretón con el que no solo las sujetaba sino que me ataba a ella para salir y aparecernos véte a saber dónde, provocó un vahído tan conocido como inapropiado por el momento que atravesábamos. Aspiré con fuerza un aire que no llegaba pues estaba cruzando un punto-espacio. Si no llega a ser por ese empujón de Lucrezia, me habría quedado detenida allá, en el punto exacto entre uno y otro lugar.

La mujer estaba despeinada, los cascotes llenaban todo el suelo y miembros que dudosamente debieran estar unidos a sus cuerpos eran visibles en medio de la hecatombe. Un silencio sepulcral en el que miles de almas gritaban sus nombres antes de desvanecerse en el aire polvoriento que iba asentándose poco a poco. Trapos coloridos que una vez fueron banderas, los restos de un periódico con la foto aún visible y en movimiento de aquel Ministro italiano golpeando una mesa, Piero noséqué, amigo de la matriarca Di Medici, luces apagadas y olor a Muerte. Sobre todo ese olor que se pegaba al cuerpo, a la piel, al pelo.

Lucrezia soltó mis manos y caí hacia atrás, braceando para no caer encima de las víctimas de aquel suceso y un ruido atronador de succión me hizo tocarme el pecho.

 

Era yo, respirando de nuevo en el lugar donde ella nos había llevado. Parecía no haberse dado cuenta que acababa de sufrir una Visión aterradora que me impedía contestarle. Lucrezia hablaba de montar algo y yo sentía crecer las nauseas del estómago. Si sólo se callara un momento... Si sólo me dejara centrar la vista en algo que no fuera aquel Porlock asustadizo que dudaba entre acercarse o huir...

 

Tragué saliva (espero que sólo fuera eso) antes de modular algo en aquella reseca garganta que se negaba a hablar.

 

-- Deja en paz a mi primo Elvis. Él es más de fiar que yo, en estos momentos. Si querías que me fuera de tu casa sólo tenías que pedirlo sin hacerme atravesar un Haz de la Noche -- le contesté, abrupta. Sólo quería sentarme. ¿Era tanto pedir? Acababa de (... cientos de muertos...) ver como estallaba (... miles tal vez...) un techo (... tantos inocentes muertos...). No busqué la mirada de mi cuñada, no me sentía con fuerzas para hacerme la valiente y seguir, como si nada.

Editado por Sagitas Potter Blue

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