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Castillo de la familia Haughton (MM B: 84511)


Anne Gaunt M.
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Starling

 

No habían bajado todos los mortífagos y relamente estaba muy confundido no por el hechizo de Radamantys ese efecto ya habia pasado hace mucho si no por el hecho de que saía que tenía que encontrar al fenixiano que estaba dentro pero tampoco podía pasar por encima de Radamantys . Mientras tanto ¿porque no hacer otros hechizos solo por si acaso?

 

Corpus Patronus — Dijo poniendo frente a él un hermoso hipogrifo que estaría defendiendola ante todo y también preparado para atacar si así fuera.—Confundus —pensó Starling hacía Radaantys peropor un momento le pareció que antes de hacerle el confundus ya estaba desubicado ya que estaba hablando con una persona que no estaba al lado de él esl estaba solo, de cualquier manera entraría en una terrible confusión mayor a la que tenía.—Levicorpus — Dijo de igual formama a Rdamantys poniendo que se alzara de sus tobillos en el aire impidiendole salir

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Lo había visto. Lo habían visto. Se había visto. Y huyó.

 

Hank giró de sus talones y miró a Lisa, que era la única en pie. En ese mismo movimiento guardó a Libra en el zapato.

 

- Es Radamantys. Radamantys Slytherin estuvo aquí como mortífago y atacó a Arya - Hank cerró los ojos un momento, como si volviese a captar el momento. The Hunters tendría trabajo nuevamente, uno muy bueno. Habría bastantes trabajos en el castillo de las serpientes.. - tendremos que reportarlo inmediatamente.

 

Enderezó las rodillas y se encaminó hasta Lisa, tomándola del brazo. Arya y Starling desaparecieron de la mano de su elfo Caléfus, directo a San Mungo. Hank no podía verlas. Si hubiese salido antes.. si hubiese estado allí antes. No. Apartó la mirada, eso debía hacer. Tenían mucho trabajo por delante y estaba seguro que sería lo suficientemente intensa como para olvidarlo. Habían ganado un lindo boleto de información esa noche...

 

En unos pocos segundos, Hank y Lisa estaban fuera del castillo Haughton, perdiéndose entre las silenciosas calles de Ottery. Y claro, un fénix plateado hecho de patronus no dejaba de sobrevolar el castillo, dando el aviso que no sería la última vez que la Orden estaría presente..

 

Los tenían en la mira.

 

OFF:

 

Bueno, con la re negociación planteada entre Mei y Juve, posteo los nuevos saldos acordados de esta batalla:

 

Mortifagos
Ilesos: Juv Malfoy Haughton y Radamatys
Heridos: ---
Muertos:---
Fenixianos
Muertos: Starling y Arya
Ilesos: Lisa y Hank
Heridos:
¡Saludos y ojalá nos veamos pronto!

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—Confía en mí cariño .. Canaliza tu ira en mí— Desde el segundo en que despertó, las palabras de la Haughton la acompañaron, una persona normal y sensata no volvería al sitio dónde fue atacada, pero aun aquel deseo que le había llevado hasta los terrenos de aquel castillo, ardían en su interior, con una peligrosa mezcla entre la ira y la frustración, una muy mala combinación de sentimientos, pero allí estaba, desplazándose por las calles de Ottery, una vez más, con sus extremidades hormigueando y sus huesos quejándose por no dejarlos descansar, llevaba menos de media hora viva, su cabeza daba vueltas, todo era confusión, lo único que se veía claro en su mente eran aquellos ojos oscuros acechantes.

 

Una fina capa gris cubría su cuerpo, sentía escozor allí donde la piel estaba ligeramente rosada y recompuesta por las hábiles manos de una sanadora, Sombra se hallaba reposando en su diestra, el tacto era algo complicado en ese momento, su varita se encontraba sedienta de venganza, electrizaba los finos y delicados dedos de Lúthien buscando despertar su sentido de la pertenencia, o aunque sea un resquicio de amor hacia ella misma, pero la pelirroja se limitó a sonreír, una fresca y cínica sonrisa en sus labios .

 

—Todo a su debido tiempo— Murmuró, apretando con fuerza el mango de Nogal Negro.

 

Su vestido ya no era de color cobre, era completamente blanco, lo había encontrado en su oficina en San Mungo, mucho más corto que el anterior, ni siquiera recordaba porqué estaba allí, solo sabía que estaba a unos diez centímetros de las rodillas, su cabello estaba recogido en una alta cola de caballo, y aun así llegaba hasta la mitad de su espalda, jamás se lo había cortado, aquello era una inmensa e interminable melena rojiza, un río de fuego, perfumado con jazmines, como siempre. Sus zapatos de tacón eran los mismos, al menos algo había sobrevivido al ataque del día anterior, ellos y su espíritu de lucha incansable.

 

—Es a todo o nada— se dijo frente al enorme Castillo de la Familia Haughton, repetiría la acción la cantidad de veces que fuera necesario con tal de que el resultado fuera el esperado, no le importaba morir mil veces por ella, lo valía, valía su vida entera, incluso su último aliento. Respiró el aire otoñal cual acción repetida, la brisa de la tarde era ligeramente más cálida que la de la mañana, una vez sus pulmones estuvieron llenos, contuvo la respiración y echó a andar, colocándose la capucha para ocultar su rostro como lo había hecho con anterioridad, quizás esa vez tenía suerte y nadie la seguía, solo por si las dudas, había dado un último vistazo al horizonte que se teñía de anaranjado.

 

Al llegar frente a la puerta de entrada, se quitó los zapatos con agilidad, los sostuvo en su mano izquierda bajo la capa de viaje gris y agitó su varita sin miramientos para que la cerradura cediera ante el poder de la magia, —No lo arruines— pensó, escabulléndose por la pequeña abertura de la puerta y cerrándola lentamente para no hacer ningún sonido, todo era silencio en el interior, eso le gustaba, y a la vez le incomodaba, ¿La estarían esperando?, esperaba que no, aunque de ser así, en esa ocasión no usaría hechizos defensivos, mataría a cualquiera que se le cruzase.

 

Enfiló sus pasos hacia las escaleras, un escalofríos recorrió su cuerpo al contacto con la fría madera de los peldaños arrancándole un suspiro inesperado, sin perder tiempo subió nuevamente hasta la primera planta, buscando la habitación del día anterior, la cual no le fue muy difícil de ubicar, puesto que todo estaba destrozado. Sombra arregló lo que pudo, devolviendo cada cosa en su lugar, —Espero no haber hecho demasiado ruido— murmuró arrepentida de su actuar, pero no podía dejar las cosas así como así de todas maneras. Una vez dentro de la habitación, observó todo con la mirada como ya lo había hecho.

 

El aroma a vela, tinta, pergaminos viejos y encierro embriagó sus sentidos, no sabía si estaba sola o si ella estaría allí, escondida entre las pilas de libros que se disponían en cada lugar, su cama al menos seguía estando dónde la recordaba, las sábanas eran un extraño enredo suave y claro, como el nido de alguna alimaña, el hueco en la almohada seguía intacto, como esperando por Arya, pero ésta se contuvo y apegó más su cuerpo a la fría puerta, tranquilizando los latidos de su corazón, —¿Oniria? — llamó, intentando no levantar la voz.

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Escuché pasos en mi habitación y todos mis sentidos se pusieron alerta. Se me erizó el vello de los brazos y la nuca y me colgué del techo para echar un vistazo a la estancia a oscuras, desde el exterior donde me encontraba rasgando la guitarra. ¿Quién andaría fisgoneando entre mis cosas? ¿Algún familiar cotilla habría querido aventurarse a explorar entre mi desorden? ¿Sospecharían de mi lealtad para con el bando y buscaban pistas de mi traición en la clandestinidad?

 

Cuando el perfume de Arya se introdujo por mis fosas nasales olvidé por completo cualquier mal que azotase mi mundo. Me deslicé tejas abajo, apoyé la planta del pie en el alféizar y me colé en el cuarto, que era todo desorden de escritor. Contemplé a la Luthien con recelo, entre azorada y a la defensiva, esperando reproches de su parte. Desde aquel episodio en el Caldero no sabía bien cómo mirarla. Entonces recordé, con dolor y culpabilidad, que apenas unas horas antes había sufrido un ataque en un intento por visitarme. Que se había, literalmente, suicidado por mi causa. A mi corazón lo atravesaron las agujas, y mi médula era todo calambre y fuego. Toda tensión se esfumó de la atmósfera, como si nunca hubiese existido entre nosotras. Cerré la puerta con fermaportus para que nadie pudiese molestarnos y estropear la velada que nos esperaba, seguro de todos los ciclos de la luna, jugueteos con Michtat (que nos espiaba bajo la cama) y confesiones hostigadas, y me abalancé sobre ella para envolverla en un abrazo sofocante. Cuando mi nariz se encontró a centímetros de su cuello me invadió el gusano de la sed, como una tenia que se alimentase de las horas de saciedad que me quedaban. Pero acostumbrada a aquella sensación de deseo inalcanzable era perfectamente capaz de soportar la tentación y de apegarme más y más a ella.

 

Loca, más que loca... ¿Cómo se te ocurre volver aquí? No ha pasado ni un día desde aquello. Me informaron. No pude intervenir, estaba paseando por los alrededores. Debes avisarme la próxima vez que intentes suicidarme. Al menos intentaré matarte con mis propias manos. Yo soy dulce, ya me conoces.

Editado por Oniria

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Unos segundos pasaron hasta que por la ventana una sombra contorsionista hizo acto de presencia ante ella, una sonrisa afloró a sus labios, y sintió el peso de el escape en San Mungo, la emboscada del día anterior y los nervios por verla caer como un balde de agua helada sobre su cuerpo, robandole el aire a sus pulmones, —Estas aquí— su voz se asemejaba a un suspiro, haciendo acopio de todas sus fuerzas, aferrándose al cuerpo de la Vampiro con ahínco, temerosa a perderla, como si diez centímetros de distancia entre ellas fueran un abismo que jamás se atreviese a cruzar. Hundió su rostro entre el cuello y la clavícula de Oniria y allí inspiró su perfume, recuperando poco a poco el aliento.

 

—¿Recuerdas que soy tu romeo?— Preguntó, sintiéndola tan cerca como le era posible.

 

La tibia respiración de la Haughton sobre su piel le provocaba una extraña sensación, la piel se le erizó bajo la fina capa gris, Arya cerró los ojos para disfrutar de aquella sin intenciones de detenerse a buscarle lógica o sentido común, nunca lo tenía cuando ambas almas se encontraban, —El suicidio para mi no tiene sentido si no es por una buena causa, y tú vales repetir la acción un millón de veces— replicó sin dejar de sonreír, —Incluso sería capaz de echarme a correr por los pasillos anunciando que llegué esta tarde. Estoy segura de que muchos de tus ... Parientes ya saben quién soy— agregó, intentando no ser tan dura, después de todo no había acudido a ella para discutir, si no, para algo completamente diferente, con los planetas alineados a su favor, y un poco de suerte, quizás lograría cerrar una etapa de su vida.

 

—Solo pasó media hora desde que desperté, pero no puedo dejar de pensar que tengo un pendiente— Murmuró, apartándose lentamente, fijando sus ojos azules en aquel tono lila que hacía estragos en su ser, deshaciéndose en ellos, ligeramente perturbada, cual flash, surgía en ella aquellos ojos negros, vigilando sus pisadas, le causaba escalofríos, pero no podía dejar que arruinara aquel momento como había arruinado su vida. Llevó su mano izquierda hasta la mejilla de Oniria y su mano encastró cual pieza de rompecabezas, —Ni siquiera puedo pasar más de media hora muerta que ya me traes a la vida .. Tú eres mi pendiente en este mundo— agregó, intentando borrar de su mente todas aquellas escenas que se habían hecho lugar allí el día anterior.

 

Acarició su piel de porcelana, y sintió que las piernas le flaqueaban, —Vino expresamente a acabar conmigo, sabes ..— le dijo con cierto pesar, tiempo atrás, cuando todo parecía ir bien en su vida, la pelirroja le había contado a su amiga sobre el Slytherin, así que estaba segura de que no le costaría comprender de que hablaba. Unas cuantas lágrimas de enojo rodaron por sus mejillas, pero no se podía permitir empañar el momento, estaba allí por una razón, y para poder seguir respirando debía dejar salir todo aquello.

 

—Y yo vine expresamente porque te amo— Finalizó, cambiando drásticamente de tema, sintiendo que sus mejillas se ruborizaban lentamente.

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¡Oh, Romeo, Romeo! ¿por qué eres tú, Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré de ser una Capuleto. —Repetí, encarnada en una lejana Julieta de Shakespeare, el diálogo que mejor recordaba de toda la obra. Acto seguido emití una suave carcajada, y separándome apenas unos milímetros de la pelirroja derramé mis ojos en los suyos—. ¿No es ciertamente extraño que seas tú Romeo? Pero está bien, está bien, mi sol y mis estrellas.

 

La necesitaba cerca. La necesitaba en mí. Reclamaba a la física cuántica de nuestros átomos una fusión espontánea, sin precedentes, sin lógica ni principios o hipótesis científicas posibles. Quería, simplemente, un suceso que nos atara para siempre como a dos hermanas siamesas. Deseaba con todas las fuerzas de los elementos anexionarme a su cuerpo, ser un parásito de sus nervios, alimentarme de sus huesos, ser carne de su carne, polvo dentro de su polvo de estrellas cuando la inmensidad del universo nos alcanzase y nos devolviese a nuestra cuna de orígenes metafísicos. La miré en silencio, relamiéndome los labios, con el corazón hecho una masa de incoherencias. Besé su frente con una dulzura tan infinita como el espacio que el destino nos prometía cada mañana al despertarnos. Su garganta disparó palabras afiladas como balas, de una belleza tal que me ardieron en el interior de los oídos. Me apené cuando mencionó el incidente del Slytherin, como si una mancha ensuciase la claridad de nuestro encuentro.

 

No puedo justificar ni recriminar nada. Desgraciadamente no tengo vela en este entierro... y te arriesgas demasiado pisando territorio enemigo. No eres bienvenida aquí por mis compañeros, por mucho que yo lo lamente. Y es mi deber comprenderlos, defender nuestra causa.

<<Tú eres el único punto débil en mis ideales, porque sólo frente a ti me tiembla la mano mientras sujeto la varita. Nuestra relación es un delito para ambos bandos. Pero... ¿Sabes? Agradezco cada el día que el mundo escarbe un abismo de diferencias entre nosotras. Porque, precisamente por ese motivo somos lo que somos. Precisamente por ese motivo soy incapaz de despegarme un segundo de ti.>>

 

Enjugué sus lágrimas con la punta del dedo, aunque me hubiese gustado apartárselas con los labios. Todo lo hacia con tanto amor... Un amor contenido entre la cárcel de mis costillas. Un amor lunar, espectral. Orienté mi rostro hacia sus caricias y la conduje hasta mi cama para abrazarla sobre el mullido colchón.

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Las palabras de la Haughton se deshicieron en sus oídos, anidaron en su pecho, allí en aquel hueco dónde se suponía debería de latir su corazón, y que solo lo hacía cuando estaba ella presente, en ese momento, su palpitar se mezclaba con cada frase, dejando confundidos los sentidos de la pelirroja, se sentía como suspendida en el aire, liviana, sin ningún problema que le aquejase más que el de encontrar la manera de estar lo suficientemente cerca de Oniria como para dejar de extrañarle, cosa que se le hacía imposible de momento. Su pecho se retraía y se contraía de manera rítmica, casi mecánica se podría decir, producto de la adrenalina que viajaba por sus venas provocando un aumento en su ritmo cardíaco, en el instante en que ella la llamó como la llamó.

 

Cerró sus ojos conteniendo la respiración, agachando ligeramente la cabeza para sentir los labios de la Vampiro en su frente, soltando luego un largo suspiro que se encastró con el diplomático discurso a continuación, Arya puso los ojos en blanco y simplemente, luego de unos segundos, volvió a mirarla como aquella vez en su Graduación, con esos ojos azules suplicantes, rogando no tocase el tema de Bandos, aquello hería su alma aun más, se ensañaba en rasgar las cicatrices que encontraba en su interior, provocando un inminente sangrado, un ardor insoportable, un dolor que le recordaría el hecho de que jamás podrían ser completamente felices, la una con la otra, que ella misma no tendría paz mientras todos supieran quién era, y que su hija no tendría futuro.

 

Quiso decir algo más, pero se preocupó por sortear los obstáculos hasta llegar al colchón dónde aun envueltas en silencio ambas se tumbaron, Arya escondió su rostro en el pecho de Oniria y cerró los ojos lentamente, no quería dormirse, pero la melodía que entonaba el corazón de la Vampiro era como un arrullo en ese momento, —¿Sabes que te amo, no?— preguntó, eliminando cualquier centímetro abismal entre ellas, con un brazo bajo su cuerpo, y otro aferrando su molesta capa de viaje gris que casi podía cubrirlas a las dos, dejándose envolver por los brazos cálidos y contenedores de la Haughton.

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Por la súplica que leí en sus ojos supe que no debía tocar el tema. Callé de inmediato, lo aparté de mis pensamientos hasta recluirlo en una alacena escondida y cerrada con llave. Los muelles crujieron bajo nuestro peso, y la capa de viaje de la Lúthien se convirtió en nuestra manta improvisada. Por supuesto, yo no necesitaba apaciguar el frío que reinaba en el cuarto, pero agradecía la suavidad de la tela, el perfume humano que destilaba y que era penetrante, como si de un ser vivo gaseoso se tratara. Enrosqué mi brazo en torno a su cintura mientras alcanzaba su mejilla con la mano libre y frotaba las cuerdas de un violín imaginario, que conformaban sus pecas y la piel mullida de sus pómulos.

 

Quizás Oniria sueña, y él duerme sin saber... —canté en un susurro, las cuerdas vocales fustigadas a causa de la postura horizontal—. Será un encuentro inesperado en noche azul, sí, ya lo verás. Cuando me gire entre la gente serás tú, sí, ya lo verás...

 

Te he echado tanto de menos... Parece mentira que la única inmortalidad que viva día a día sea la de encontrarme lejos de ti. —Musité inspirada. La poesía emanaba de mis labios como un elixir secretado por mis glándulas, como si la mera presencia de Arya exprimiese las posibilidades líricas de mi corazón hasta elevarlo a su más alta esfera. Una utopía lingüística que me permitía performativizar mis enunciados, convertirlos en realidades, en actos, deshacerme del insulso constatativo para adentrarme en las selvas amazónicas de las teorías filosóficas de Austin, Butler y Derrida. Junto a ella comprendía que las palabras tenían manos, ojos, pies para correr, que eran capaces de besar y acuchillar como entes animados.

 

No te vayas. Esta noche no.

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Habían pasado ya los días, se encontraba a la perfección después de traer al mundo a su querido hijo. El parto no había sido sencillo pero había conseguido su objetivo. Ahora su pequeño demonio castaño descansaba en la cuna, dormido después de cenar con un hambre a voraz.

 

En el cuarto ahora las maletas cubrían todo el lugar, sus vestidos y demás enseres se encontraban guardados, ya solo quedaba cerrarlo todo y volver al lugar de donde nunca debió de salir. Su madre, aunque tarde bien que se lo había advertido, y no negaba su parte de culpa, pero la cosa se había empeorado:

 

- Vamos Dama, Gus Gus, dense prisa, quiero llegar antes de que el niño se despierte- Decía la mortífaga sin ganas de utilizar la magia para aquello. Ya todo estaba empacado, tomo a Demian entre sus manos:- Vamos mi amor- Le susurro acariciándole su pequeño y terso rostro:

 

- Señora, todo está listo- Ella asintió y los elfos desaparecieron de la habitación con las cosas empacadas de la castaña, ella simplemente giro sus talones y dejo tras de sí aquel cuarto del castillo con su hijo en brazos.

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La caza había durado tiempo. No sabía exactamente cuánto. Lo último que recordaba era haberme despertado en el suelo del bosque, con las ropas hechas un jirones y completamente destrozadas. Sabía que había tratado de incorporarme y que, tras un aullido de dolor gracias a una punzada en el pie derecho, me había desmayado.

 

Ahora, trataba de levantarme, apoyada en un árbol, y gemí cuando me di cuenta de que me había roto el tobillo. Seguramente de una caída, pero con la adrenalina del momento ni me había enterado. Ahora el dolor era intenso, aunque tolerable, y fui cojeando hasta la puerta del castillo, que afortunadamente, no estaba muy lejos.

 

Entré a duras penas, casi arrastrándome, y poco a poco me recuperé. Ahora parecía una simple torcedura y me olvidé del dolor cuando vi a Sira salir de su cuarto mientras yo subía las escaleras. Iba con un hermoso bebé castaño entre los brazos. Me senté en un peldaño, esperando a que llegara donde yo estaba, y susurré, para no despertar al niño.

 

-Hola, ¿Este es mi sobrino?- sabía que no tenía que haberme ido, que el parto de mi cuñada iba a ser muy pronto, y yo me lo había perdido. Sabía que la castaña estaría muy enfadada conmigo por lo que procuré estar seria y esperar a su contestación sin decir nada más.

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NO HAY PIZZA SIN BASE

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