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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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El Augurey estaba encima de la mesa de madera de la sacristía, sujeto por mí con una mano mientras que con la otra le ponía gotas de díctamo en una de las alas.

 

-- Sí, ya sé que escuece, amigo, pero ya verás como te curas.

 

Ni que el animal pudiera oírme, pero vamos, que yo me sentía mejor hablando con él, con una cierta esperanza de que me entendiera. Amaba a mis animales y los trataba a todos igual, con cariño.

 

-- ¿Y en qué lío te has metido para que te haya pasado eso? ¿Algo te asustó? Porque parece que te hayas estrellado contra algo. Ay, si pudieras contestarme...

 

En eso sentí una voz femenina que hizo levantar la mirada del ala del pájaro a su pico.

 

-- ¡Demonios! ¿Hablas?

 

Estaba sorprendida, hasta que noté que era la voz de mi sobrina desde la puerta de la ermita, la que gritaba. Sonreí al Augurey.

 

-- Ya me parecía a mí... ¡Entra por la cripta, sobrinaaaaaa!

 

Si no oyó mi grito, es que bien sorda estaba, con lo potente que tenía la voz.

 

-- Y tú tranquilo, ¿vale, pajarito? Anda, que no se asuste esa chiquilla, que en cuanto ve a un animal herido, patalea muy enfadada. ¿A qué estás mejor, aladito?

 

Ahora que me daba cuenta, nunca le había puesto nombre. Suspiré. Eso ahora le tocaría a mi sobrina Reena. Yo tenía que dejar todo en sus manos.

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Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza

(Hermana melliza de Heliké)


No sabía cuánto tiempo había pasado en cuánto la bruja pensó en todos los recuerdoos acaecidos desde entonces. En su mente, aún evocaban imágenes que le parecían tan reales como el asiento en el que estaba sentada. Parecía que el recuerdo de Antonella aún vagaba en su mente en esos instantes. Incluso parecía que estaba en esencia, ahí mismo, en el confesionario.


"Tonterías" pensó en esos instantes. Antonella está más que muerta y no va a volver...


Y hablando de muerte... Sagitas había recibido a un Augurei, la bruja pensó que se ponía pálida...


- ¿Se puede saber qué haces? - Preguntó, un poco atemorizada.


- Perdona, he quedado un poco en shock, no sé qué ha pasado... - miró a su alrededor, pero parecía que estaba todo más o menos normal. ¿Seguro? Eso parecía.

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-- ¿Cómo que qué hago? Curar a mi pajarito. -- Palidecí. Ya no era mi pajarito. Era el pájaro del Confesionario. Darme cuenta de que lo perdí, aunque sólo fuera de forma moral, me hizo daño por dentro. -- Al Augurey. Es un buen pájaro. Algo le asustó y por eso entró de esa manera en la ermita.

 

El pájaro parecía más calmado ahora, supongo que al dejar de dolerle el ala ya no se sentía tan a disgusto entre mis brazos. Le acaricié el cuello. Era un animal feísimo, no sé como me gustaba tanto.

 

-- Esto es como curar a un dragón. ¿No curáis dragones heridos en tu Orden?

 

Parecía algo despistada. Como había estado ocupada con el pájaro, no se había dado cuenta de que había permanecido muy callada.

 

-- ¿Te pasa algo? Pareces ensimismada. Oye, es raro, Xell no entra. Creo que había dejado la cripta abierta...

 

Suspiré, mi día de limpieza espiritual al garete, con tanta gente delante...

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Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza

(Hermana melliza de Heliké)


La bruja escuchó las palabras de Sagitas. No sabía que había hecho palidecerla...


- ¿Estás bien? - Preguntó, algo alarmada al ver su aspecto.


- Quizá alguien lo ha atacado - sugirió Annabelle.


- Claro - afirmó - pero de eso se encargan los varones, al ser más peligrosos. Las mujeres nos encargamos de otras cosas - comentó, al recordar como hacían los rituales y preparaban todo tipo de pociones.


- Sí, disculpa - hizo un ademán con su mano - es que, los recuerdos del pasado, hacen que me ponga así, melancólica y sobre todo, cuando echas de menos a alguien - comentó con voz triste. Y ahora que lo recordaba no le había contado la historia de Antonella. Quizá debía de hacerlo en otro momento.


- ¿No estaremos encerradas, no? - Inquirió ahora algo alarmada.
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Me sobresalté, girándome para encontrarme con la cara de Reena. Reí levemente por la tontería del susto y luego señalé arriba con la cabeza.

 

- Si, descanso un poco y vigilo a las hadas. - la prima Xell también estaba alli, pero parecía un poco triste.

 

- QUe una de ellas murió? - pregunté entristecido. Había pasado una noche entera vigilando qeu se abrieran sus huevos, y por eso me dolía oir aquello. - Que lástima....pero no parecen tan tristes. - dije. - Por cierto, Sagitas y la hermana de Heliké están dentro, en la cripta. - les informé, por si no lo sabían.

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  • 3 semanas más tarde...

Iba a seguir a Xell al interior del confesionario, para averiguar qué había asustado al pájaro, cuando escuché quienes estaban en su interior. Me paré en seco y miré a Matt con el ceño fruncido.

 

-¿Te fías de ella?

 

Yo me fiaba del buen instinto de cazador que poseía mi primo, pero no de aquella mujer, por muy hermana de Heliké que fuera. Tal vez porque no la conocía suficiente o tal vez porque podía haber más detrás de aquella cara bonita e inmortal.

 

Suspiré con cansancio y fui tras la rubia para enfrentarme a lo que había dentro, fuese lo que fuese. Tenía que acabar con la incertidumbre que me provocaba la fuerte amistad que tenía con Sagitas... Iba caminando hasta que caí en la cuenta que todo podía estar reduciéndose a eso, simplemente celos de ella. Sacudiendo la cabeza entré en la cripta para encontrarlas.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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  • 3 semanas más tarde...

Me quedé mirando a Reena con el ceño fruncido, pensativo. Si me fiaba o no de la hermana de Heliké....

 

Si era honesto nunca podía fiarme de los demás a primera vista. Me costaba mucho confiar en los desconocidos, daba igual si fuera familia o no....pero Annabelle tampoco me había dado (de momento) motivos para desconfiar demasiado de ella.

 

Reena se marchó cabizbaja al interior del confesionario siguiendo a Xell. La alcancé, con las manos en los bolsillos, hablando en voz baja para respetar el lugar donde estábamos.

 

- Mi instinto siempre me hace desconfiar de todo y de todos...más aun si es alguien a quien no conozco. Pero de momento ella no ha dado muestras de que deba desconfiar.... - le dije.

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Miré a Matt y luego seguí al interior. Tardé unos instantes en adaptarme a la poca luz del interior y luego seguí las voces que venían de dentro.

 

-¿Hola? Xell no te veo...

 

Ni siquiera vi su sombra una vez que mis ojos se adaptaron, si que se había apresurado hacia las personas que había un poco mas allá. Pero fuese como fuese yo seguí hacia delante con decisión hasta encontrar a Sagitas, que estaba acunando al pájaro.

 

-¿Qué le ha pasado, tía? oh

 

Había albergado la esperanza de que la hermana de Heliké se hubiera marchado, pero allí seguía, osea que era el momento de presentarse. Carraspeé y me acerqué tendiendole una de mis manos quemadas.

 

-Hola soy Reena Rosier Vladimir, encantada.

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Cerré los ojos, imaginándome a mí misma, desnuda dentro de uno de los estanques posteriores, lavándome con el agua fría y canturreando los cánticos a la Diosa Naturaleza. Era un momento mágico cuando confiesas tus pecadillos a la Diosa y haces un puro acto de contricción que, funcione o no, hace que te sientas limpia cuando sales del estanque y vuelves a ponerte el hábito sacerdotisal.

 

Pero ahora no podía dedicarme a eso, mi camino se iba a dirigir a curar al pájaro y a maldecir al Ministerio, así que más tarde sería prioridad recibir esa agua purificadora, porque ahora mi alma se estaba corrompiendo por dentro en maldiciones imperdonables sólo susurradas y que, gracias a los dioses, no iban a producir ningún cambio físico en ninguna alma mortal, excepto en la mía. La Ira nunca es recomendable, pero no por ser Sacerdotisa tenía más fuerzas que otro ser humano para caer en ella.

 

Acuné al pájaro, a pesar de sus picotazos, entre mis brazos; esperaba que el ligero cántico con el que le intentaba tranquilizar fuera suficiente para que nos dejara curarle el ala. Reena apareció por la cripta y recordé que habíamos cerrado la puerta de entrada. ¿Tal vez no la había abierto ya? En fin, lo comprobaría más tarde.

 

-- ¿Eres tú, Reena? Por un momento pensé que la voz había sido de Xell. Pasa, el Augurey ha tenido un accidente.

 

Me sorprendió que se presentara ante la hermana Heliké. ¿No se conocían? Vaya, Annabelle era una sacerdotisa y ahora el Confesionario era de mi sobrina, por lo que debía acceder a su presencia en el local.

 

-- Hermana Reena. Te presento a la Hermana Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza, una hermana de la Orden del Dragón. Yo no sabía que existía pero tiene unas ideas interesantes sobre los Dragones. Ya sabes que amo ese tema. Tengo unos cuantos en el Circo.

 

Suspiré. Me había aferrado al Circo como el gran local a defender y evitar su cierre y... había perdido muchos en el camino. Apreté los dientes y guardé el silencio necesario para no lanzar maldiciones en voz alta. Después recuperé la calma.

 

-- Algo asusto a mi augurey y ha caído al suelo de golpe. Se ha hecho daño en una ala. Quiero limpiar la herida y entablillarla con un Ferula. Después haré uno o varios Episkeys, según el daño. Lo que me preocupa es saber qué le asustó. ¿Sabes que los que tienen poco cerebro les acusan de causar la muerte cuando cantan?

 

Y toqué la cabeza del ave. Sí. Necesitaba una purificación urgente. Ahora deseaba mandar una grabación del canto a ciertos personajes y comprobar si realmente se morían. No era digno de una sacerdotisa.

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Esperé con la mano tendida a que aquella mujer me aceptase el saludo y cuando la presentí mi tía dejé caer la mano, ya había tenido su oportunidad. Dudaba que me hubiera negado el saludo por las quemaduras, si como decía Sagitas era de la orden del Dragón, estaba segura de que esas heridas no le desagradarían. Había algo mas en todo aquello.

 

-Pues delante de mi venía Xell pero la perdí en la cripta. Y sobre el pájaro, no sé que sería.

 

Me encogí de hombros y pasé una mano por encima de su plumaje, pero sin llegar a tocarlo, no fuera que me picara y se armase una buena con mi piel. Estaba buscando el origen de su turbación pero no vi nada mas que miedo irracional.

 

-Yo estaba fuera, con Matt, Xell y las hadas. El pájaro estaba en una rama por encima de nosotros y simplemente salió volando.

 

Al parecer, lo que mi tía murmuraba calmó al bicho y dejó de retorcerse en sus brazos. Eso me animó y fui a coger una sábana de la parte de atrás del altar de los elementos, no podía poner al emplumado en una superficie fría y arriesgarnos a que se manchase de sangre, con lo mal que salía de la roca...

 

-Ponlo aquí tía, si le hacemos un nido con la sábana igual nos deja toquetearle mejor.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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