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Nigromancia


Báleyr
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El Tuerto pasó su bastón por encima del cuerpo renacido de Andreas y de inmediato el hombre cayó en un profundo y sereno sueño. Andreas tendría que volver a enfrentar el mundo que había abandonado, aunque hacía poco, pero que significaba volver a empezar. Era como criar a un niño, primero había que enseñarle a caminar antes que correr y era más que posible que el chico quisiera pronto a sus quehaceres normales. También había que lidiar con la parte en la que su familia creía que él estaba muerto, porque sí lo había estado. Quizá no era bueno que regresara con ellos y eso era otro reto que tendría que enfrentar tanto el Nigromante como el renacido.

 

—Entonces, si estás listo, te espero mañana al anochecer en la isla de la Gran Pirámide. Deberás enfrentarte a cuatro obstáculos poderosos antes de llegar a la Gran Pirámide y enfrentar la prueba final, así que duerme y descansa bien, Axel— dijo el viejo, mientras se volvía para hacer desaparecer el cuerpo de Andreas rumbo a su mazmorra.—El joven Andreas necesitará una guía en este mundo que debe volver a enfrentar, así que cuando concluyas tu prueba, te harás cargo de él—.

 

El anciano parecía satisfecho con el trabajo que había hecho con aquel discípulo y esperaba que la prueba no fuera un impedimento para que decidiera aprobar la habilidad. Por otro lado, sentía que el chico aún tenía muchas dudas en su interior y sólo si las exteriorizaba podría avanzar y buscar las respuestas.

 

—Los cánticos de resucitación, hay varios, este no es el único—Báleyr miró el lugar donde había estado el portal antes—. Cada uno dota de cualidades diferentes al cuerpo que se desea revivir: sentidos mejorados, la capacidad de regenerarse, más percepción de su alrededor, más fidelidad. Siempre, según tus propósitos, debes encontrar el cántico adecuado para cada ocasión. No todas las almas son iguales y, recuerda esto: no todos te lo agradecerán— finalizó, antes de marcharse con un sonoro golpe de su bastón en el suelo, como siempre lo hacía.

 

Al otro día, Axel y Cissy enfrentarían la prueba de la habilidad y confiaba en que los dos serían lo suficientemente poderosos como para pasarla.

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Axel sonrió entusiasmado, cuando escucho como aquel cuerpo sin vida estaba recobrando el sentido, estaba peleando por respirar. La sonrisa en sus labios era de satisfacción, cuando las palabras del Arcano le cayeron encima. – Le puedo prometer que cuidare a Andreas.- Exclamo el hombre, aunque el anciano hombre le aconsejo estudiar un poco más. El gesto en la cara de Axel cambio, necesitaba repasar con precaución todo lo que había vivido con el anciano. Axel levanto la cara estaba listo para el reto. Le hubiera gustado expresar su gratitud pero Báleyr había desaparecido, el tuerto seguía siendo un viejo difícil.

 

Tomo su chaqueta, y aquel inútil grimorio. Sería una noche difícil estaba decidido a dominar el arte de entrelazar la vida y la muerte. Miro por última vez el cementerio de Ottery y suspiro, necesitaba visitar una tumba antes de irse.

 

Caminó entre las tumbas, el sol brillaba con cierto fulgor tenue pero recordaba el recorrido hacia la tumba de cantera, la única tumba con una coloración rosada que había visto en aquel pétreo cementerio.

 

- La tumba de Andreas. – Axel miro de arriba abajo la edificación de piedra. Una tumba vacía descansaba a sus pies, el joven solo mostro su sonrisa le había cumplido su promesa a Andreas, aunque no se sentía totalmente bien, un cansancio excesivo lo dominaba sobre todo por su espalda y su cuello. – Supongo que es el precio que tengo que pagar, para traerte de nuevo Andreas.- Bromeo el hombre, poniéndose en cuclillas enfrente de la tumba, la cual seguía entera y completamente cerrada.

 

- Gabrielle... – Se escapó en un susurro, al leer las letras talladas en piedra e hizo que el hombre llevara su mano derecha cerca del pecho, exactamente donde la punta de su tatuaje de Kraken tocaba su corazón.

 

El hombre se levantó, se dio media vuelta y se alejó del cementerio. Había demonios que no estaba dispuesto a enfrentar y aquella tumba representaba a uno de sus miedos.

Editado por Axel Rexdemort

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La Nigromancia no era un arte desconocido para la Malfoy, sabia a grandes rasgos lo que se debía saber sobre dicha habilidad mágica. No solo se trataba del arte de revivir a los muertos o volverlos al mundo de los vivos, sino saber cómo conducirse por el camino correcto y emplear los conocimientos que uno poseía. Ella estaba deseosa por iniciar una buena habilidad, demostrarse así misma que su paso por el adestramiento de Animagia, solo era el comienzo de un nuevo capítulo en su existencia, convirtiéndola en una mujer mucho más sabia y experimentada de lo que ya era.

 

El oscuro cielo anunciaba un nuevo sendero que recorrer, adentrándose en un sinuoso camino y desconocido que estaba plagado de obstáculos y retos por afrontar. El ser una vampira original, no le ponía por encima del resto de sus compañeros de clase, no le dotaba de ningún tipo de habilidad, salvo la de poder dejar su lado humano y transformarse en un poderoso y ágil guepardo. Llena de orgullo y arrogancia avanzó con paso seguro por ese terreno, echando de cuando en cuando una mirada sobre su hombro izquierdo, percatándose de no ser seguida por nadie.

 

El mensaje del Arcano había sido demasiado claro, irse a meter a la boca del lobo sin chistar o pensarse en dar media vuelta presa de la cobardía. Esa palabra, no le quedaba para nada a la rubia ojiazul oscuro, no encontraba un adjetivo que pudiera describirla del todo o al menos dar una vaga idea de que como era realmente Juv Malfoy Bishop. Ser una Malfoy significaba demasiado para ella, dotándola de privilegios que le otorgaban ser la hija del Ministro de magia, lastimosamente para su buena suerte los títulos no influirían en las decisiones que Báleyr tomara respecto a su desempeño en la clase.

 

Una decena de pensamientos rondaban su cabeza, furia, ira, arrogancia, odio, maldad y otro tantos más. Pero nada bueno emergía de su oscuro ser, ni un solo sentimiento de amor, caridad, piedad o benevolencia, resultaba gratificante verse a sí misma como un ser puramente insensible y duro, dureza que le debía a sus diversos crímenes dentro y fuera del mundo mágico. Aquello era harina de otro costal, jamás nadie podría comprobar o negar lo que se rumoraba, no sin tener que ir al mismísimo infierno a obtener las pruebas que pudieran incriminar a la rubia directamente con dichos atentados contra la comunidad mágica o muggle.

 

Adentrándose un poco más en ese andar, detectó a lo lejos lo que parecían ser unos gemidos agonizantes. Tal vez a pocos metros de su ubicación se encontraba alguna persona herida o moribunda, no podía pedir nada mejor para saciar su sed de sangre fresca y alimentarse antes de presentarse ante su nuevo mentor de Nigromancia. Su olfato la condujo por un camino serpenteante, obligándola a saltar una que otra piedra que se interponía y le truncaba su deseo de una forma demasiado osada, no daba crédito que hasta los objetos menos importantes le sacarán de balance. Tomando una profunda bocanada de aire, no tardó en abalanzarse contra su presa, hincando sus colmillos en su yugular limpiamente─Un rico mangar…─limpiando los restos de sangre de sus labios lanzó sin descuido el cuerpo a un rio que pasaba cerca de ese lugar.

 

Evitaba de esa forma dejar huellas de su presencia por ese sitio, retomando su andar dio con el sitio indicado. Su piel se erizó de un momento a otro, despertando su sentido de alerta, caminando con sigilo, no le quedo más que seguir sus instintos asesinos, perderse en esa cueva oscura que le conduciría a la mazmorra. Le fascinaba la idea de estar dentro de una mazmorra, usar todo lo que tuviera a la mano y torturar a uno que otro sujeto, pero se limitaría a recibir las instrucciones de Báleyr y no perder el hilo de la aventura que estaba por iniciar. Inclinando ligeramente su cabeza, le obsequio una reverencia al Arcano, sintiendo un profundo respeto por el mismo, desviando su vista sin atreverse a mirarlo de frente, al menos de momento.

 

@Báleyr

 

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Aún esperando a que Cye se decidiera a dar el paso al interior del portal, Báleyr sintió pasos del otro lado de la puerta de su mazmorra y, acto seguido, una bruja rubia ingresó en su estancia, haciendo una reverencia hacia él. El Arcano enarcó sus cejas, aunque el gesto sólo se pudo percibir del lado derecho de su rostro, ya que el izquierdo parecía estar petrificado por la misma cicatriz que le había quitado la vista y su otro ojo celeste.

 

—Al parecer, antes de tener que enseñar Nigromancia a estos mimados europeos, primero debo enseñarles modales gruñó, más para sí mismo que para los presentes, pero lo expresó en voz alta, para que la recién llegada pudiera verlo.—Asumiendo que no se haya perdido y que en realidad usted viene a tomar la clase de Nigromancia, la invito a pasar por el portal que estaba por cruzar la señorita Cye Lockhart, aquí presente. Tenemos trabajo que hacer—.

 

Ni siquiera esperó a que la recién llegada saludase, se presentase o pidiera disculpas. El tiempo apremiaba. Algo que había aprendido en su larga vida era que lo único que nadie podía recuperar era el tiempo, justamente, así que emplearía el suyo haciendo algo provechoso, fuera con aquellas dos chicas o sin ellas, porque él tenía que seguir avanzando, sin importar lo que decidieran hacer las dos mujeres.

 

—Si su intención es aprender el arte de la Nigromancia, que más que artes es un no-arte, para nada hermoso o llamativo; no posee colores ni vivencias exquisitas (a menos que las sepas apreciar), le sugiero que preste atención a todo lo que diga o haga, señorita— su ojo celeste estaba aún en el portal que los esperaba.

 

También estaba un poco ansioso porque dos de sus alumnos se enfrentarían a la prueba de la habilidad y debía estar listo al anochecer, para poder estar en la Gran Pirámide y recibirlos como era debido. Quizá no fuera benevolente ni atento, mucho menos un gran conversador o alguien gracioso, pero sí le importaban sus alumnos, los que valían la pena. Esperaba que aquellas dos chicas valieran la pena como lo habían hecho todos los que ya poseían el anillo de Nigromancia.

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Las palabras de Báleyr le recordaban un precepto básico que la mayoría de los magos y brujas olvidaban en algún momento de su existencia confiriéndole más importancia al trozo de madera al que se acostumbraban desde sus primeros años que al poder interno latente en cada individuo. También le recordó otra norma básica de un resucitador sea nigromante o sacerdote, lo que se canaliza es el alma no el cuerpo y Cye no pudo menos que abrir los ojos al escuchar que conocía de su sacerdocio.

 

Rápidamente paso de estar sentada en el duro banco a ponerse de pie a sugerencia del anciano, acercándose a él instintivamente mientras escuchaba como la llamaba tonta con todas sus letras sin andarse por las ramas, a causa de sus ideales altruista. --Puede que tenga razón, pero puedo intentar hacerle saber a cada alma que pase por mis manos que tiene un segunda oportunidad para hacer las cosas bien, lo demás va a depender de su libre albedrio el cual no tengo derecho a coaccionar-- claro que no era como si dijera alma si te portas bien te devuelvo a tu vehículo (cuerpo) no era mucho más complejo que eso y presentía que ese debate interno jamás iba a terminar, ¿Cómo hacia él para vivir con ello? ¿Acaso podía silenciar las preguntas, ignorarlas? Ojala pudiera leer su mente, pero esa, esa era otra habilidad que no tenía.

 

--Claro-- contesto cuando el mago le advirtió que comenzarían con el adiestramiento pero cuando menciono el resto la rubia volvió a asombrarse. --¿Como sabe que soy sanadora y? yo nunca dije una palabra-- acaso era él, el que estaba leyéndole la mente, eso no era justo, la ponía en desventaja o más bien la hacía sentir vulnerable cosa que odiaba por sobremanera pues la sacaba de su zona de confort. Entonces su altivez resurgió de las cenizas como el ave fénix, alzo su barbilla y su cuerpo se enderezo como si hubiera crecido un par de centímetros más en apenas unos segundos. Con total expectación vio como ante sus ojos apareció un portal abierto luego del choque del bastón con el suelo, así que esa era su varita o su medio de canalización, no era lo clásico pero si consecuente con él.

 

Sus pensamientos la habian demorado lo cual le dio la posibilidad a otra persona de unirse, vio la figura hacerle una reverencia al anciano y percibio su energia, una no muy limpia a su entender, o bien porque era su condicion innata o porque acababa de cometer un acto terrible para una sacerdotisa defensora de la vida. Pasó delante del arcano para introducirse en el portal, sin un ápice de miedo al tiempo que decía con una voz que no parecía la suya. --Estoy lista--.

Editado por Cye Lockhart
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─Cruzaré ese portal y prestaré atención a todo lo que haga y diga…─respondió dibujándose en sus labios una lóbrega sonrisa. Era atrevida al 100%, no le temía a nada y los obstáculos que le esperarán, dentro de ese portal, servirían para probarse a sí misma que podía adquirir la habilidad de Nigromancia costará lo que costará. Tenía conocimientos vagos de cómo volver a la vida a una persona recién fallecida, imágenes se paseaban por su cabeza, proyectándole un suceso que marcará un antes y un después dentro de su vida como vampira.

 

Sus orbes lapislázulis se desviaron hacia Cye, le resultaba intrigante verla dentro de esa mazmorra. ¿Cómo un ser que se jactaba de ser bueno?, podía estar dentro de un sitio tan desolador y tétrico, mezclándose con una habilidad que podría ser sumamente peligrosa en las manos erróneas. No estaba ahí para juzgar a nadie, pero nada le impedía hacerse juicios mentales y lanzar condenas que pocas veces serian bien vistas por los seres que pensaban de forma diferente a ella. En su interior se removía ese ser oscuro que habitaba en lo más profundo, agitándose al detectar la presencia de ese portal─Estoy lista…─avanzando con decisión cruzaba con altivez dicho manto de luz.

 

Un aire gélido le ascendió por la espina dorsal, retorciéndole las entrañas como una pinza ajustando una tuerca sobre un tubo de metal. Su fuerza iba aumentando con cada paso, elevándose su temperatura corporal, encendiendo una llama que creía extinta y perdida en combate, mirándose a ella misma como un ser renacido y protagonista de una buena historia que estaba por escribirse con letras doradas. Que Cye le mirará con desconfianza poco le importaba, no estaba dentro de esa clase, para causar una buena impresión a una persona que iba destilando “bondad” por cada uno de los poros.

 

Ya se encargaría de esos detalles, posiblemente le plantará la cara y dejarle en claro que era de mala educación juzgar lo que no se conocía. La rubia había hecho lo mismo, pero ella no era la clase de persona que iba dando explicaciones sobre su accionar y mucho menos sobre lo que pensaba o dejaba de pensar de los demás, no podían culparle por sentir recelo por los seres buenos y puritanos, ya que los consideraba una verdadera peste dentro del mundo mágico y tal vez en algún momento de haría cargo de erradicarlos de forma definitiva del entorno que ella habitaba.

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Báleyr decidió guardarse para sí las respuestas a las preguntas de Cye sobre cómo sabía él que ella era sanadora o, siquiera, sacerdotisa. Podría haberle explicado que se debía al aura blanca que la rodeaba, llena de esperanza, fuerza vital y bondad. Podría haberle dicho que se debía a su forma de hablar, poco condescendiente y con la verdad como primera arma. Podría haber alegado que se debía a su capacidad de utilizar la habilidad de Legeremancia o a su instinto como viejo mago, pero decidió callar todo eso y simplemente darle paso hacia el interior del portal.

 

Su ojo celeste se clavó en el semblante de la recién llegada, aquella joven rubia curvilínea que se jactaba de algo que él no podía descifrar pero tampoco le importaba demasiado. Quitaría esa sonrisa de suficiencia de su rostro o la acrecentaría, cualquiera de las dos le daría una dicha que no demostraría con gestos. Siempre había rebeldes en sus clases, innovadores, emprendedores y moralistas, pero tarde o temprano ellos terminaban viendo las cosas de modo diferente y era, en ese momento, donde Báleyr se daba cuenta que había cambiado el interior de sus aprendices para abrir sus mentes a cosas que estaban más allá de la comprensión de la media de los magos y brujas.

 

Metió su cuerpo en el portal, último en la fila y los tres aparecieron sin más en San Mungo, justo en el ala de la morgue, donde solían dejar los cuerpos de magos y brujas desconocidos, muchas veces extranjeros, que sufrían algún tipo de accidente en el país y nadie los reclamaba. No sucedía a menudo pero parecía haberse hecho más común desde que el Ministerio había dejado ingresar las reformas de la Universidad; muchos magos extranjeros veían más accesible ir a Inglaterra que a Egipto por lecciones avanzadas de magia y era la consecuencia de tanto tránsito turístico en el país.

 

—Lo primero que haremos será buscar dos cadáveres frescos para trabajar— dijo el Nigromante, caminando no sin cierta dificultad hacia la puerta de la morgue, vacía ahora, para abrirla y dar paso a sus dos alumnas.—Su trabajo consistirá en, haciendo el menor daño posible a los cuerpos, reparar aquello que esté mal. Buscarán la causa de muerte, heridas internas, heridas previas a su muerte y todo lo que sirva para mejorar el cuerpo y hacerlo "funcional"— hizo un movimiento con la mano que no sostenía la puerta para invitar a las dos mujeres a pasar.—Usted, la recién llegada. Dígame su nombre y sus dudas, no quiero que se interrumpan mientras estén trabajando sobre el cuerpo. Una herida grave podría arruinar el trabajo que haremos posteriormente— su ojo celeste volvió a la bruja con expresión se suficiencia un momento.

 

—Podrán utilizar medios muggles o mágicos, allí tienen dos equipos de guantes y material quirúrgico para empezar. Recuerden, mientras menos dañado dejen el cuerpo, mejor para ustedes y para el pobre individuo al que traeremos de vuelta— finalizó, cerrando la puerta de la morgue tras las dos chicas.

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Un aroma nauseabundo golpeo sin reparo alguno sus fosas nasales, no le molestaban los gases que eran desprendidos por los cadáveres o los fluidos que estaban esparcidos por todo el suelo. Aquello parecía una tira cómica, ideada para asustarla o probar de lo que era capaz, no se pensaría dos veces el dañar lo menos─Juv Malfoy…─respondió con una curvatura delicada en sus labios. Había pasado por alto presentarse, aquello echaba por tierra los buenos modales que se jactaba de poseer y destilar en cualquier oportunidad que se le presentará dentro o fuera de la Universidad.

 

El destazar un cuerpo inerte parecía una tarea sencilla, desmembrar poco a poco cada una de las capas de piel que protegían los músculos, cortar de forma precisa y concisa sin dañar lo que rodeaba tan fino caparazón. Ella no sentía respeto por la vida humana, no por la que había sido desechada por la persona que la empleo de mala manera, despilfarrando esta sin miramiento alguno. Prefería usar unas tenazas o algo que causará cortes profundos, no le quedaba otra que conformarse con el material quirúrgico que estaba sobre una mohosa mesa de operaciones.

 

─A trabajar…─colocándose un par de guantes, tras asearse perfectamente las manos, alzó la sabana que cubría el cuerpo de un hombre blanco de unos 20 años. Pálido como la pared de un cuarto de hospital psiquiátrico analizó si tenía lesiones en su rostro o cuello, pequeños rasguños resaltaban en su piel fría como un iceberg, hematomas de diversos tamaños marcaban un camino hacia su pecho y abdomen─Laceraciones internas profundas y hemorragia profusa, tal vez eso le causó un dolor inmenso y derivo en…─golpeando su barbilla decidió indagar un poco más en su objeto de estudio. Cortando un poco su brazo izquierdo, detectó que no quedaba una sola gota de sangre en su sistema─Lo han vaciado por completo…─echándole una mirada discreta a la manguera que tenía conectada a su cuello.

 

─La causa de muerte, ha sido un traumatismo cráneo encefálico y pérdida de sangre excesiva. Esto debido a los golpes certeros en la zona del pecho, abdomen y ligeras laceraciones cerca de la zona de la pelvis, parecer ser un corte quirúrgico y realizado con un arma blanca dentada y con bastante filo…─recitaba lo que parecía ser un reporte médico, no era una forense como tal, pero podía dar fe de algunos casos de muertes por accidente o causas naturales o lo que muchos solían llamas suicidio u homicidio. Tomando un trozo de gasa limpio la sangre seca que tenía en el pecho, mojando aquel paño en un cuenco de agua que estaba al lado de su víctima.

 

Tenía que volverlo a la vida, cerrar una a una sus heridas, resarcir el daño que habían causado en su cuerpo. Brindarle un estado aceptable para volverlo al mundo de los vivos, coser los surcos profundos que asomaban la carne putrefacta que despedía aquel olor tan peculiar y vomitivo, alargando la mano tomo un par de suturas comenzaría con las más sencillas, dejándose las complicadas para el final. No era lo mismo que zurcir un trozo de tela rasgado, unir un paño con otro o pegar algo con magia o alguna sustancia muggle que fuera creada para eso.

 

─Parece que he terminado…─entornando sus ojos hacia Báleyr, esperaba obtener su aprobación. Se había adelantado a Cye, no pensaba que la sanadora se quedará petrificada por el miedo, tal parecía que verse dentro de una morgue le provoco un colapso nervioso o la dejo fuera de combate de un momento a otro. Agradecía tener la sangre fría, carecer de sentimientos y emociones, dejándose simplemente el instinto de matar y acabar con todo aquel que se interpusiera en su camino.

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Bueno, una cosa era cierta, el arcano no se dejaba provocar y menos soltaba una sola silaba si no quería, así que su curiosidad quedo insatisfecha al no obtener respuesta, ¿Qué más sabia de ella? Frunció el ceño mientras avanzaba en el portal camino a lo que fuera que estaba del otro lado. Para sorpresa de la Lockhart estaba en un lugar conocido, era… ¡era San Mungo! no precisamente su área, pero vaya que había estado en la morgue.

 

Las orbes celestes se volvieron hacia el maestro que ahora se adelantaba hasta la puerta de la morgue invitándolas a pasar, como no lo había imaginado, sin embargo no podía sentirse confiada, no era un aprendiz el que seguramente la observaría y a quien intentaría pasar los conocimientos prácticos de sanación, este mago se las sabia de todas, todas, al parecer.

 

“Causar el menor daño posible” de eso se trataba la sanación, vio a Juv pasar y tomar el primer equipo, la observo por un minuto manipular el cuerpo y luego sus pensamientos volaron a la primera vez que tuvo en sus manos la posibilidad de explorar y restaurar a un ser, inconscientemente se mordió el labio inferior hasta ponerlo rojo sangre. Fue entonces que camino hacia el lavabo dotado de líquidos jabonosos antisépticos y donde aseo sus manos y brazos hasta la altura de los codos, con las manos en vilo fue hasta los guantes y se los calzo, tomo la bata protectora que también era parte del kit así como el tapabocas y se giro hacia la camilla lista para empezar.

 

--Veamos que tenemos-- dijo retirando la sabana, sus ojos se deslizaron hacia el pie de donde colgaba una etiqueta de color rojo, eso ya era un indicio, así se clasificaban los muertos y los pacientes según su estado de gravedad en la institución y este tenía el nivel más alto. Era una mujer de aproximadamente dieciocho años, de tez amarilla y cabello negro, en vida debió ser bonita, era extranjera, asiática para ser exactos.

 

La mujer tenía los labios azulados, lo cual significaba que el oxigeno en algún momento había dejado de pasar, la tráquea se había cerrado produciendo ahogo, pero la causa de este ahogo aun era un misterio, aunque habían rastros de una sustancia verdosa saliendo de su boca y diseminado por el mentón, bien podía ser vomito o quizás alguna comida. Siguió el recorrido por el cuerpo y noto el abultamiento del plexo torácico, así como los moretones, un agujero burdo y mordido mucho más abajo del esternón que indicaba que alguien había intentado auxiliarla eliminando la presión pero había fallado en el procedimiento, pues debía hacerse en medio de la segunda costilla.

 

--¡Oh por Merlín!-- no puedo evitar su exclamación cuando sus manos palparon el vientre de la chica, estaba en estado de gravidez, en fracción de segundos recordó que ella también lo estaba y lo mucho que cuidaba la vida de su primogénito. ¿Era una broma? Báleyr quería resucitar a dos a la vez o intentaba ponerla a escoger entre uno y otro, ¿la estaba probando o trataba de mostrar algún punto? ¿Sabría acaso que estaba embarazada y que su bebe ya manifestaba ciertos dones? Respiro profundo, su paciente tendría entre 18 y 20 semanas.

 

Era hora de actuar, se encargo del plexo torácico, limpiando y desinfectando la herida y luego apuntando con su varita y pensando en el hechizo suturador (Episkey), pero tuvo que hacer otra incisión con la varita a la altura adecuada hasta alcanzar el revestimiento de la cavidad, inmediatamente un silbido hizo que el tórax se relajara tanto como era posible en un muerto, apunto con la varita pronunciando un Tergeo que era el equivalente a insertarle un tubo, tanto el artilugio muggle como el hechizo drenaban el agua que inundaba la cavidad, Cye tuvo cuidado de que fuera solo un instante, porque era bien sabido que el cuerpo estaba compuesto por fluidos como la sangre y esa no requería drenarla, suturo con un par de Episkey,

 

Finalmente se dedico a la sustancia verdosa, era claro que había sufrido un CoPul (Colapso Pulmonar) pero que había provocado que la tráquea se cerrara. Tomo unas pinzas y hurgo dentro de la boca, encontrando un trozo de hoja, que de inmediato reconoció, como sacerdotisa en contacto con la naturaleza había usado infinidad de veces sus flores, era Acónito, las hojas eran altamente venenosas, ¿Cómo es que había terminado ingiriéndolas? Apunto con la varita y pronuncio Anapneo haciendo que las vías se destaparan, para que cuando volviera a la vida pudiera respirar. A pesar de que estaba muerta el envenenamiento seguiría su curso una vez se restaurara la vida, por lo que fue a uno de los anaqueles y busco hasta encontrar un frasco con piedras de distintos tamaños, extrajo una y la empujo por la garganta de la paciente, si la dejaba allí se ahogaría, pero la rubia tenía un instrumento que aun no había usado, sus manos. Cerró los ojos y puso las manos a un par de centímetro de la piel de la chica a la altura de la garganta, la plalma de las mano comenzó a ponerse roja emitiendo un resplandor que no era otra cosa que la energía de la sacerdotisa con la cual movió el bezoar por la garganta hasta depositarla en el estomago, luego volvió las palmas hacia arriba y las junto para cerrar armoniosamente el circulo energético mientras su piel se tornaba blanca traslucida de nuevo y ella abría los ojos.

 

--Envenenamiento por Acónito y Colapso pulmonar a causa de un fuerte traumatismo, y… -- titubeo mirando a Báleyr --Con gestación entre 18 y 20 semanas-- se quito los guantes mientras decía las últimas palabras y los tiro en la papelera más cercana. Sin embargo se giro rápido para verle a los ojos, bueno más bien al ojo, manteniendo la barbilla alta y la postura erguida, no sabía si pretendía retarlo a cuestionar el procedimiento medico que había empleado o si esperaba una respuesta con respecto a la naturaleza de sus pacientes ya que eran dos.

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Báleyr observó a las muchachas mientras realizaban el trabajo que les había impuesto y dirigió sus ojos hacia Juv Malfoy, quien ahora se había presentado y procedía a cerrar las heridas superficiales del cuerpo.

 

—¿Ha determinado la causa de la muerte? Bien, entonces trabaje para devolver sus órganos internos al mejor estado posible, curelo Malfoy. Necesitamos tener ese cuerpo en perfectas condiciones— especificó el Arcano, mientras rodeaba a Cye para echar un vistazo a su trabajo.—¿Sucede algo, señorita Lockhart?— preguntó sin segundos miramientos cuando notó que Cye se detenía en el vientre del cadáver de la joven muchacha y exclamaba, entre sorprendida y, bueno, no podía decir bien qué era aquella expresión en el rostro de la rubia aprendiz. ¿Tristeza, miedo? Le parecía que quizá un poco de ambas.

 

Dio un rodeo por la derecha de Cye y se colocó junto a Juv, observando mientras realizaba lo que le había pedido un momento antes: verificar bien que los órganos internos estuvieran correctamente sanos a pesar de que su paciente estaba muerto. Luego, echo otra ojeada a Cye, quien estaba satisfactoriamente trabajando con el cuerpo de la mujer. Se sintió más que satisfecho con el trabajo de ambas brujas y consigo mismo, pues había estado en lo cierto en que Lockhart era una sacerdotisa pero, además, descubrió que tenía dones de sanadora. Por otro lado, Malfoy era excepcionalmente hábil con los instrumentos muggles y muy precisa también con sus diagnósticos.

 

—Brujas calificadas, qué regalo me ha enviado la universidad— comentó en un susurro apenas perceptible, en modo un poco jocoso. No podía demostrarles, ni siquiera con un guiño, que lo que ellas estaban haciendo era mucho mejor de lo que cualquier otro de sus pupilos hubiera hecho en sus clases. Eran brujas realmente buenas. Bueno, de todos modos, aunque guiñara un ojo ellas no iban a darse cuenta del detalle.—Veo que no le temen a los cadáveres, menos a ensuciarse las manos. Muy bien, porque entonces tendremos que ensuciarnos un poco el alma— su ojo celeste se dirigió por instinto hacia Juv, a quien ya había percibido cuando entrase en la mazmorra; ella ya poseía algo sucia el alma pero no hacía falta que se lo dijera.

 

—Nos encontraremos mañana, a las once de la noche, en el cementerio de Ottery St. Catchpole para comenzar a trabajar con las almas. ¿Qué son, cómo son, cómo se manipulan? Piensen en eso y quiero que mañana traigan todas sus preguntas, porque no quiero lidiar con sus dudas cuando estemos llevando a cabo uno de los rituales más emblemáticos de los nigromantes— y esperaba que diciendo eso quedara claro que no le gustaba que lo interrumpieran con tonterías en medio de una explicación.—Sean puntuales, señoritas— finalizó.

 

Chocó el bastón contra el suelo una vez y se abrió un portal que atravesó sin mirar nuevamente a ninguna de sus dos alumnas. Las esperaría en el cementerio justo al otro día, así que esperaba puntualidad.

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