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Nigromancia


Báleyr
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—Nunca es demasiado lo que puedes perder en el proceso, recuérdalo—advirtió Báleyr a Cye.—A veces perdemos una parte de nuestra propia esencia y no hablo del alma, sino de quiénes somos. Otras, podemos perder alguna parte de nuestro cuerpo si lo que intentamos hacer conlleva un riesgo mucho mayor— se señaló el hueco del ojo.—En todo caso, cada que pienses en devolver un alma a su cuerpo, piensa primero si es eso lo que el alma quiere, lo que tú quieres o lo que las leyes de la naturaleza querrían— gruñó por lo bajo, aunque no se supo si era porque estaba siendo sarcástico con lo último que había dicho o porque utilizar esas palabras lo molestaban.

 

Báleyr, después de todo, no parecía una persona a la que le importara la naturaleza si su magia intentaba cambiarla. Se volvió, entonces, hacia Juv, que en aquel momento aseguraba encontrarse lista para la prueba y además formulaba algunas preguntas.

 

—A su debido tiempo, la persona que has traído a la vida de nuevo recuperará sus costumbres y rutina. Mientras tanto, permanecerá conmigo para asegurarme de que no haya "efectos secundarios" de su regreso. Aún así, él te deberá algo a tí, quieras o no— era parte de lo que les había enseñado sobre la intencionalidad de traer a alguien a la vida. Acto seguido, se giró hacia Cye, que en aquel momento estaba dándole agua a la mujer que había regresado satisfactoriamente a la vida y le hizo una seña para que se acercara.—También estás lista para la siguiente etapa. ¿Tomarás la prueba de la habilidad?—preguntó, esperando que la respuesta de la joven Lockhart fuera también afirmativa.

 

Ya si Cye decía que sí, entonces él las citaría a ambas en el lago que rodeaba la isla de la Gran Pirámide. Si Cye decía que no, entonces sólo Juv seguiría aquel camino.

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“Nunca es demasiado lo que puedes perder en el proceso” le pidió el arcano que recordara, claro que lo haría y cuando menciono que no solo se perdía partes del cuerpo o del alma sino la esencia que poseía el nigromante antes del evento, entendió y asintió, porque así se sentía ella, ese había sido el costo en esta ocasión, ahora lo sabía.

 

Escucho lo que decía de la persona que había regresado Juv a la vida, por lo que supuso que procedía igual con María, estaría al cuidado del arcano hasta que ellas volvieran y luego se iría a seguir con su vida recuperando los hábitos que solía tener.

 

El hecho de que alguien le debiera algo por darle la oportunidad de regresar al mundo de los vivos no era lo que buscaba, de hecho su fin inmediato estaba mucho más allá y lo tenía bien claro y mentalizado, por ahora la pregunta de Báleyr sobre si quería continuar con la siguiente parte de aquella travesía en la que se había convertido la experiencia ocupaba su mente. Si decía que si seria lanzada como caperucita hacia el lobo y si decía que no seguiría al cuidado de otro lobo, el más feroz. Sus orbes celestes escrutaron el rostro del arcano, el surco de arrugas que lo componían, aquellos labios que se abrían para inundarla de conocimiento, aquel ojo que de vez en cuando se había posado en ella, unas veces sin más que una simple mirada, otras con sarcasmo y muy rara vez con sorpresa.

 

--¿Lo veré de nuevo?-- pregunto, al instante se arrepintió, seguro que ningún sentimentalismo le caería bien, se reprendió mentalmente por eso, la verdad lo que quería decir es que si necesitaba consultar algo podría volver a él o si algún día lo vería en otro terreno que no fuera la universidad. Sin embargo no quiso disculparse o explicar, como decía el viejo Gilderoy Lockhart “las explicaciones confunden”

 

--Si estoy lista maestro, tomare la prueba cuando usted lo disponga-- sus palabras fueron acompañadas de una postura recta y una barbilla altiva, como recordaba haberle mirado el primer día que le conoció. Tenía un reto por delante y no había caminado tantas horas junto al nigromante solo para acobardarse al último instante, probaría que había escuchado y asimilado cada palabra, cada consejo y que había crecido en el proceso, si tomaría la prueba sin demoras.

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  • 1 mes más tarde...
—Supongo que esas clases son experimentales, ¿no crees? — cuestionó al pequeño elfo que le ofrecía una túnica gris —. Sí, claro que deben serlo. Necesitaré estar cómodo — se respondió a sí mismo sin esperar o valorar la intervención de la criatura de servicio.


Pasó a su costado rechazando la prenda de vestir y tomando del armario una remera azul que acabó cubriendo su trabajado torso. En la parte baja unos pantalones jeans hicieron juego con el atuendo y unas pesadas botas terminaron por calzar en sus pies. El vampiro estaba ansioso e intrigado por la aventura que le esperaba en sus entrenamientos como Nigromante. Tenía el conocimiento de lo mucho que practicaban la habilidad sus antepasados, pero poco le había servido la información, pues al final no hubo un pariente directo que lo adiestrara.


Para un Mortífago quedaba excelente el dominio de la Nigromancia, así, como buenos seres sanguinarios no solo podrían trabajar el sufrimiento de las personas en vida sino también seguir establecer comunicación con los seres del más allá. Particularmente a Zack le encantaba formar una conexión con sus víctimas, por lo que le hacía mucha ilusión la idea de reencontrarlos en otro escenario completamente irreal. El brillo que expedían sus ojos denotaba entusiasmo, probablemente nunca había ido con tan buenas energías a una clase.


Se aseguró de la hora en un reloj de pared y un instante más tarde su cuerpo se desvaneció rumbo a las mazmorras de la universidad. En cuanto tocó tierra firme bufó curvando sus finos labios en una media sonrisa, no le sorprendía que ese fuera el lugar de su “aula”. Escasos pasos bastaron para encontrarse con una puerta deteriorada en el camino. Se animó a golpearla con sus nudillos esperando captar la atención del Arcano que, si no se equivocaba, debía estarlo esperando.


—Espero que no sea tan simpático como los Uzza — dijo con marcada ironía mientras pasaba una mano por su cabello para ordenar los mechones castaño que caían en su rostro. Escuchó un sonido al otro lado de la divisoria de madera y esperó ansioso, tenía muchas preguntas.

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- ¿Vas a ayudarme? ¿Por favor? Podría darte todo lo que buscas.

 

Volvió a susurrar a su espalda con esa voz melosa y suave como la seda, sus súplicas sonaban como una melodía tentadora en ese mundo de dolor. Pero detrás de aquella hermosa e inocente sinfonía notaba una nota discordante, un chirrido apenas perceptible que hacía eco en sus oídos. La voz parecía salir de las profundidades, de la penumbra que invadía toda la habitación. Mientras la luz de las velas se extinguía, las súplicas cobraban fuerza. Alguien menos ducho habría sucumbido ante ella y sus promesas de poder a cambio de un pequeño salto al mundo de los vivos.

 

- Sé que me necesitas -tocaron la puerta pero ni eso hizo acallar a esa voz-. Me necesitas tanto como yo a ti. Quieres saber lo que soy. Lo que somos.

 

Era insoportable. No despegó el ojo de la vasija que tenía frente a él, sobre el escritorio. Estaba acostumbrado a tener visitas de ese estilo de forma constante; a que ciertas almas se aferraran a él e intentaran interactuar para regresar. Sin embargo, pocas tan amenazantes e inquietantes como aquella, que seguía escondida en la penumbra. Se puso de pie y dio un golpe seco en el suelo con su vara de cristal. Enseguida la luz de las velas cobraron fuerza y la voz se apagó.

 

Cerró el portal con solo un gesto, pero sabía muy bien que no tardaría en regresar. El velo que separaba ambos mundos se había debilitado en la mazmorra.

 

- ¿Vas a quedarte parado ahí toda la vida? - su voz rasgada resonó entre las paredes.

 

La vara de cristal se redujo en su mano hasta convertirse en una varita de ébano y con ella abrió la puerta de un golpe. Posó su ojo bueno en el joven, analizando cada detalle. Solo tenía un aprendiz, volvía la calma a la clase. Casi lo embriagaba la felicidad.

 

- ¿Comencemos?

 

Sin esperar respuesta, avanzó con inusual facilidad para un hombre de su edad hasta la sala contigua, separada por un gran arco. El aire estaba enrarecido y desde algunas vasijas salían unos humos extraños. En medio, sobre una gran mesa de piedra rectangular se encontraba el cuerpo de un joven muerto.

 

- Señor Ivashkov, si no me equivoco -no se equivocaba-. ¿Por qué ha decidido aprender nigromancia? ¿Por qué quiere ser un nigromante? o mejor dicho ¿Para qué?

 

Preguntó en cuanto se hubo ubicado en la cabecera de la mesa, sin quitarle el ojo de encima a Zack. El cadáver amoratado despedía un hedor casi insoportable.

 

 

 

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No pudo evitar dar un respingo ante el sorpresivo recibimiento y el ensordecedor golpe seco de la puerta al abrirse de par en par. No supo si avanzar al interior con el pie izquierdo para dar por sentado que sería una clase difícil con aquél personaje que avanzaba entre las sombras, o si dar el primer paso con el derecho le serviría para contrarrestar la mala energía que lo envolvió al integrarse en ese nuevo ambiente denso y pesado. De cualquier manera, fue en lo que menos se fijó, pues avanzó con prisa cual soldado cumpliendo órdenes de su capitán.


Siguió los cortos pero firmes pasos del Arcano a otra sala de igual proporción donde un cadáver junto a vasijas humeantes le dieron la bienvenida al… no, el infierno debía ser peor. Zack estaba acostumbrado a trabajar en ambientes extremistas de todo tipo, pero le sorprendió que cualquier mago que tomara la clase pudiera estar expuesto a un escenario tan lleno de magia oscura como ese. Suponía que la Universidad tenía controles para restringir a ciertas personas, pues aunque para él resultara normal desenvolverse con magia de ese tipo, para otros podría ser traumatizante.


Avanzó intrigado hasta posicionarse a un costado de la mesa de piedra, observaba la palidez del cadáver como si fuera un reflejo propio, los vampiros también lucían así, aunque a él le gustaba creer que tenía más color que los muertos, aunque su alma fuera tan oscura como la del resto de Mortífagos. Hasta entonces había evitado el contacto directo con el arcano por educación, o quizás porque al fin en algún punto de su vida se había cruzado con alguien que lo intimidaba mínimamente. No le resultaba muy familiar rodearse de magos tan experimentados como lo eran profesores en habilidades.


—Trabajo muy de cerca con la muerte, y considero que he ya he aprendido suficiente de la vida y cómo llevarla — explicó con sinceridad —. Supongo entonces que ya es momento de experimentar conexiones con personas de otro mundo, con esas que posiblemente ya no están aquí por mi culpa — no revelaría más detalles. Los Arcanos eran suficientemente sabios como para no tener que rebuscar en el interior de cada persona y conocer sus inclinaciones en la vida, a esas alturas y con escasos minutos de tratarlo ya debía suponer que estaba frente a un mago tenebroso.


—Me gustaría explorar la Nigromancia a fondo. He tratado con el cadáver que queda después de que el ser ya no está — dijo acariciando el brazo del cuerpo sobre la mesa —, pero no me ofrecen una experiencia tan placentera como sí debe serlo sentirlos sin que verdaderamente estén — puntualizó pensando en lo fascinante que podría ser convertirse en el host de algún espíritu que le proporcionara más fuerza y poder. Tendría que enumerar la cantidad de cosas que planeaba experimentar en esas clases.


—Yo también tengo unas preguntas para usted, trataré de distribuirlas a lo largo de toda la clase— se atrevió a decir recordando la primera, quizás la más importante —¿Es posible disfrutar de la vida eterna utilizando la Nigromancia? Quizás apenas el espíritu original abandone nuestro cuerpo podamos adoptar otro, ¿qué tan limitante sería tener otro ser dentro? — Cuestionó procurando ignorar el hedor del cadáver y el humo abrasador, en cuanto considerara la estancia sofocante comenzaría a desesperarse por salir de ahí. Le convenía mantenerse distraído del entorno.

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Se remangó e hizo aparecer sobre la mesa una bandeja plateada con pinzas, agujas, paños de lino limpios y varios otros instrumentos que servirían para comenzar la siguiente lección. Mientras su pupilo contestaba, el anciano se dedicaba a atraer diferentes frasquitos con pociones, que flotaban por el aire hasta el mesón de piedra. De vez en cuando, fijaba el ojo azul en el rostro y manos del mago, estudiando aquello que sus palabras no decían: Ivashkov era un mago tenebroso, sus alumnos casi siempre lo eran. La clase había comenzado desde antes de que él se diera cuenta.

 

- Muy bien - comentó acariciándose la barba con los dedos-. No se puede entender la vida sin aceptar la muerte, por lo que la Nigromancia nos puede dar otra perspectiva, mucho más amplia, de lo que significa nuestra propia existencia. Lo que has aprendido hasta ahora sobre la vida es solo una ínfima parte de todo lo que hay que aprender. El conocimiento es infinito, me atrevería a decir, y ninguna disciplina por sí sola es capaz de abarcar todo ese conocimiento.

 

Hizo aparecer un delantal por si su alumno era demasiado quisquilloso con las manchas.

 

- Quiero que me vayas haciendo todas las preguntas que tengas en mente, aunque solo contestaré aquellas que sean pertinentes. Cuando crea que estás listo para saber más, te diré más.

 

Había cosas que podía enseñar y otras que era mejor dejar para más adelante. Y algunas que eran demasiado peligrosas como para siquiera nombrarlas. Era una clase de Nigromancia, no de aritmancia para principiantes.

 

- ¿Es posible disfrutar de la vida eterna utilizando la nigromancia? Buena pregunta. En principio no se puede -elevó el ojo celeste y miró con él a Zack de forma penetrante-. Veamos, la vida eterna es uno de los asuntos sin resolver de esta disciplina. Muchos se han dedicado en cuerpo y alma solo a buscar esa remota posibilidad ¿Y dónde están? Bajo tierra. O lo que es peor, más de alguno se encentra en un sitio terrible, ni vivo ni muerto. Un sufrimiento eterno.

 

Meditó unos segundos, con los brazos cruzados sobre su pecho y apretando los labios, el bigote se movía con su respiración.

 

- Irás aprendiendo con los días, que esta es una disciplina de sacrificios. Tienes que estar dispuesto a entregar parte de ti para obtener algo a cambio. Y no suele ser poco. No volverás a ser el mismo -sentenció con dureza.

 

La primera barrera de la clase era el nivel mágico, tener algún tipo de conocimiento y experiencia como para poder acercarse siquiera unos milímetros a un saber tan peligroso. La segunda barrera era ese cuerpo inerte, no temer a la muerte. La tercera, era estar dispuesto a efectuar grandes sacrificios para obtener, muchas veces, poco a cambio.

 

- En esta primera clase tienes que averiguar las causas de muerte de este joven, sin dañar demasiado su cuerpo. Tienes que ser preciso en todos los cortes y atenderlo como si estuviera con vida. Una vez hayas determinado lo que provocó su deceso, tendrás que hacer lo posible para sanarlo.

 

"Sanar" un cuerpo inerte era una locura en muchos sentidos.

 

- Tienes que aprender a preparar un cuerpo para que reciba la vida, porque al revivirlo las mismas causas que le provocaron la muerte pueden matarlo por segunda vez. Las heridas son lo más sencillo de reparar, el propio organismo con un poco de ayuda se encarga de regenerar el tejido dañado. Aunque antes hay que limpiar coágulos o atender grandes heridas en órganos internos. Por otro lado, los venenos, enfermedades sanguíneas, objetos extraños, pueden ofrecer problemas. ¿Si un cuerpo ha sido envenado y regresa a la vida, que pasa? Se vuelve a envenenar.

 

Se alejó unos pasos de la mesa.

 

- Comienza.

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Mientras escuchaba pocas veces intercambió miradas con el Arcano. Mantenía su vista firme en el cuerpo inerte y los objetos que el último iba apareciendo alrededor, debían ser de necesarios más tarde. Todos le resultaron familiares, había adquirido suficiente experiencia en San Mungo como para conocer gran cantidad de instrumentos con los cuales tratar daños físicos. Las pociones fueron las más raras, de esas no tenía ni la más mínima idea, pero ansiaba comprobar su utilidad.


Asentía lentamente aprobando todo lo que escuchaba, lo analizaba también en caso de tener dudas. Colocó el delantal sobre su ropa, la aparición de la prenda le indicó que las cosas se pondrían un poco sucias. Continuó atento hasta escuchar “ni vivo ni muerto”, aquello le recordó lo peligroso que era tratar con la Nigromancia, mucho más siendo principiante. Él todavía no había elaborado un plan macabro para utilizar la habilidad para beneficio personal, lo cual era ventajoso para no intimidarse con las historias de lo que podía pasarle. Continuaría su entrenamiento abierto a las enseñanzas que se le dieran, atreviéndose a explorar mínimamente en presencia de su maestro por si perdía el control. No le gustaba subestimar a la muerte.


—Me gusta que el conocimiento me cambie, de eso se trata — acotó dándole toda la razón —. Sería aburrido atravesar este tipo de prácticas sin que nada suceda en mi interior aparte de dominar la habilidad. Me abro al cambio, lo tomo muy bien, de hecho. Siempre y cuando no afecte mi trabajo, todo en orden — esa vez no se refería a su puesto en el Ministerio, era lo de menos, sino a su desempeño como alto rango de la Marca Tenebrosa. No quería pensar que podía pasar el resto de sus días atormentado por espíritus malignos, mucho más que él.


Cuando se le indicó su tarea centró toda su atención en ella. Se trataba de un joven rubio, de cabello corto, mentón pronunciado, nariz perfilada y labios carnosos. Trabajaría con una escultura de la naturaleza, de esas pocas atractivas que se veían por ahí. Sin embargo, a pesar de su belleza post mortem, el resto de su cuerpo sí estaba en muy mal estado. Dada la desnudez, pudo evaluarlo rápidamente para luego centrarse en cada uno de los daños individualmente. Tenía que buscar, entre tantos, cuál había sido el causante de su muerte.


En definitiva las quemaduras en sus piernas no pudieron haberlo matado, pero sí lo debilitaron lo suficiente como para no poder huirle a su villano. Zack asumió que fue entonces cuando impactaron las flechas en su pecho, las perforaciones circulares a la altura de sus pectorales se lo indicaron, a pesar de que ya no estuvieran esos objetos. Poco más abajo, donde debería haber un bonito abdomen, múltiples laceraciones decoraban la pálida piel. Seguramente no vio venir ese sectusempra, debió estar distraído con los otros dos dolores.


—Me atrevería a decir que fue asesinado con un Avada Kedavra — sí, quizás alguno de los suyos lo hubiera hecho —, ya que no se ve rastros de algo tan fuerte como para matarlo. Las heridas de sectusempra se ven muy superficiales, quizás fue uno de los últimos daños en recibir. Con las flechas pudo vivir un rato más, aunque sus piernas debieron ser las culpables de la estocada final, las quemaduras debían arder como el demonio a cada paso que daba — se imaginaba toda la escena mientras la contaba —. Entonces, al no poder seguir huyendo…— hizo una pausa para tomar al cadáver por el costado y darle la vuelta, dejándolo boca abajo.


—Exacto, veneno de basilisco — dijo chasqueando los dedos al mismo tiempo que le guiñaba un ojo al Arcano —. Debió tener un contrincante fuerte, no cualquiera controla una bestia de esas — añadió antes de acercarse y ver los colmillos de la peligrosa criatura marcados en la espalda del joven. Por eso el viejo había hecho el comentario final respecto a morir envenenado, un detalle que Zack no sabía. Necesitaría ayuda en ese tema en particular.


—¿Por qué se volvería a envenenar? — Cuestionó con el ceño fruncido mientras daba vuelta al cadáver para ir tratando las heridas que notó inicialmente. A través de un hechizo curativo que aprendió con los Uzza, solo necesitó una imposición de manos para cerrar las heridas causadas por el sectusempra y por las flechas en todo el torso. Reconoció un envase junto a las pociones y lo abrió tomando la pomada naranja para aplicar en las quemaduras de las piernas. Una vez hizo contacto con la piel aparecieron pequeñas nubes del mismo color que al disiparse dejaban ver la zona totalmente sana.


—¿Hay alguna forma de extraer el veneno después de muerto? — Para ese entonces el líquido ponzoñoso ya debió haber pasado por cada milímetro de su cuerpo, por lo que no sería buena idea drenarle toda la sangre al pobre —¿Por cierto, él sabe que estamos haciendo esto? — dijo mirando a todos lados en la habitación —, quiero decir, la parte de él que se fue a algún lado, ¿sabe de esto? — formalizó la interrogante preguntándose si el espíritu los estaría acompañando.

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- Piensa otra vez ¿Cómo se curan los venenos?

 

El joven había hecho buenas observaciones y había enumerado con facilidad las causas de sus heridas y los posibles ataques recibidos. Sin embargo había hecho una pregunta sencilla a la que podía responder por sí mismo si observaba la bandeja. A veces la solución era más simple de lo que pensábamos y estaba frente a nuestros ojos, y esa vez, entre las pociones se encontraba una pequeña piedra: un bezoar.

 

- Si alcanzó a eliminar el veneno de su cuerpo antes de morir no tendríamos que preocuparnos por él. Al volver a la vida, la sangre estará limpia. De lo contrario, si quedan restos del veneno de basilisco, cuando despierte encontrará otra vez la muerte a menos que hagamos algo. Supongo que no querrás hacer todo el esfuerzo de traer su alma a este mundo para perderlo por ese detalle.

 

Le acercó la bandeja. Enseguida se ató la barba al cinto y sacó la varita. La temperatura comenzó a bajar, la habitación perdía grados con rapidez y el frío hacía que se cristalizara el vapor sobre la vieja piedra. Un leve y casi imperceptible susurro los rodeó. El tuerto hizo caso omiso y continuó con su perorata.

 

- Es fundamental trabajar con precisión y delicadeza aunque sea un cadáver. En el momento en que lo devolvamos a este mundo, el cuerpo resentirá cada cicatriz, cada costura, cada hueso roto. Mientras más más intervengamos, más dolor sufrirá al volver. Será como salir de una operación. Claro, si lo que te interesa es hacerle placentero su renacimiento.

 

Hizo una mueca bajo la espesa barba, algo similar a una sonrisa malévola.

 

- La maldición imperdonable no deja huellas físicas, es cierto. Lamentablemente hace nuestro trabajo casi imposible. Elimina la chispa de la vida, o alma, como quieras llamarle, casi en su totalidad. La separa completamente del cuerpo y la hace añicos -suspiró mientras abría los párpados del cadáver-. Ese enlace entre el cuerpo y la vida, el alma o la esencia, es lo que nos permite regresar a alguien a este mundo.

 

Jamás diría que algo era imposible. Su propia vida estaba orientada en hacer de lo imposible, posible. Si no ¿Qué hacía enseñando una disciplina como esa? Todo podía suceder, solo que a veces significaba realizar sacrificios que podían acabar en la propia muerte, o lo que era peor, en el descenso irremediable a las sombras.

 

- Si ese puente se rompe, parte de la esencia se pierde. Más cuando la causa de la muerte es la maldición asesina, que provoca no solo la ruptura entre cuerpo y alma, sino que ataca directamente el alma. Los trozos se reparten como granos de arena en un mar infinito. ¿Se puede reparar? ¿Será posible revertir el daño tan terrible de esa maldición? ¿Qué crees?

 

Le indicó a su aprendiz que utilizara el bezoar, bastaría con ponerlo en su boca para que hiciera el efecto esperado.

 

- ¿Sabe que estamos observando sus heridas y reparando el daño que le infligieron? Es probable ¿Has notado el frío que recorre tu espina dorsal? ¿El olor a flores que ha reemplazado el olor a descomposición? Son señales inequívocas de que no estamos solos, pero aún no sabemos quién nos observa. Puede ser él, ansioso por regresar. Puede ser alguien más...O algo más.

 

Añadió con seriedad y voz de ultratumba.

 

- Has hecho un buen trabajo con el cuerpo. Pero se nos ha hecho tarde y me temo que lo que se aproxima a través del portal está lejos de lo que podrías manejar por ahora. Retomaremos la clase mañana a la misma hora y descubriremos si su alma está intacta o ha sido aniquilada por un Avada Kedravra.

 

Tapó el cuerpo con la sábana de lino y acompañó a su alumno hasta la salida. Debía irse, el Arcano tenía que reparar el manto que separaba los mundos antes que aquella cosa acabara colándose en un cuerpo vacío.

Editado por Báleyr
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Casi pudo sentir una bofetada espiritual por parte de Báleyr al preguntar cómo curar el veneno al muerto. Era obvio que para alguien vivo sería efectivo un bezoar, pero el estado del joven que tenía sobre el mesón le hizo pensar que había otra forma de tratar el caso. Sintió que debía regresar a Hogwarts y devolver todo su poder por ese est****o detalle. Sin embargo, procuró no intimidarse por su pregunta tonta, aunque un ligero rubor en sus mejillas lo fuesen delatado.


—Pensé que el bezoar sólo actuaba en organismos vivos — trató de excusarse mientras tomaba el mismo de una bandeja. El arcano lo ignoró aceptando su equivocación como un error insignificante y continuó explicando. Le gustaba que fuese participativo, que no todo se basara en órdenes sino que se tomara la libertad de explicar con paciencia el proceso. Si bien lo conocería realmente cuando le tocara avanzar a la prueba, hasta ahora podría dar fe de que eran más rudos los entrenamientos con los Uzza. Consideraba que estaba obteniendo gran información teórica y pronto experiencia práctica.


Zack tomó al cadáver por la mandíbula sintiendo cómo una extraña descarga eléctrica le atravesaba la espalda. Se retorció ligeramente mientras le abría la boca e introducía el bezoar en ella, empujándolo para que pudiera tragarlo. No sabía si el contacto físico le había hecho experimentar esa sensación, o si sucedía algo más en el entorno, referente a la pregunta que dejó al aire segundos atrás. Fue entonces cuando el maestro tocó el tema explicando que las alteraciones en el ambiente simbolizaban la compañía de un ente. Eso despertó una nueva duda en el vampiro.


—¿Es posible que atraigamos un alma que no le pertenece? ¿Cómo saber que es la correcta? — mientras hablaba podía sentir una presencia a su costado, pero no había nada más que el vacío. Al otro lado el Arcano lo miraba con cierto misterio dándole a través de la mirada el calor que contrarrestaba la manifestación del espíritu — Supongo que pueden haber otros ansiosos por un residente, ha de ser peligroso el momento en que muchos de estos se reúnen a sabiendas de que hay un cuerpo libre, vacío, a punto de regresar a este mundo — le era inevitable sentir que otros le escuchaban, eso lo obligaba a desplazar la mirada lentamente por la habitación.


—¿Perdón? — dijo bruscamente en cuanto el Arcano le cortó el inicio de su sensibilidad por percibir a los otros. Llevaba escasos minutos con él y ya lo había despachado dando por concluida la clase del día. No se le advirtió que serían experiencias reguladas, cosa que inevitablemente lo hizo enojar. Suponía él que al final de la tarde saldría de ahí pudiendo presumir con sus colegas de bando las habilidades con los muertos. Idealizó la situación a tal punto que la desilusión lo pateó al otro lado de la puerta.


—Será…— manifestó después de chasquear la lengua y abandonar el recinto.

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La clase comenzará a las 23 horas, junto al Caldero Envenenado.

Sé puntual.

 

Báleyr.

 

 

Firmó la nota con un extraño símbolo rúnico, selló el pergamino con lacre negro y lo anudo en la pata de una vieja lechuza. Se acercó al ventanal de la lechucería del ala de Arcanos, la zona en la que residían la mayoría de los sabios y decrépitos profesores que enseñaban las diferentes habilidades. Una vez el ave se fue volando en busca de Zack Ivashkov, el tuerto se acercó al marco de barro cocido. Unos pocos rayos de luz del atardecer iluminaron su pálido rostro e hicieron que el profundo azul de su ojo refulgiera. Los surcos de unas profundas arrugas le recorrían la piel, perdiéndose entre cicatrices y manchas cetrinas. Pero nada destacaba tanto como el hueco del ojo que había perdido hacía tanto tiempo.

 

Lo llevaba descubierto a pesar de las insinuaciones y delicadas indirectas de sus compañeros. Lo llevaba como quien lleva una advertencia, una forma gráfica de dar a entender que la Nigromancia dejaba cicatrices visibles e inevitables. Y una de las primeras cosas que debían aprender era justamente a aceptar todos esos peligros, a mirar al Arcano a la cara, sin miedo ni condescendencia.

 

También, en cierta manera, le divertía ver a algunos alumnos mirarse los pies cuando hablaban con él. Le había ocurrido esa misma mañana, mientras salía de la biblioteca un grupo de chicas desviaron su camino horrorizadas al encontrarse con él de frente, como si fuera la peste o algo peor. Sabía perfectamente que no era agradable de ver, pero tampoco entendía que algunos solo se fijaran en esas cosas. Jamás comprendería la superficialidad y la banalidad en la que vivía gran parte del mundo mágico en esos tiempos. El mundo estaba en un estado deplorable.

 

Paso las horas que le quedaban en su despacho, ultimando los detalles para la clase de esa noche. Envolvió el cadáver en gasas limpias, guardó las pociones necesarias en un pequeño bolso de piel de dragón, y escogió algunos textos de su propia biblioteca. Zack esa noche necesitaría de toda su ayuda para adentrarse en el portal por primera vez.

 

A las once menos cinco se puso su sombrero puntiagudo y desapareció.

 

Un leve gritito le indicó que estaba en el lugar adecuado. Un joven de aspecto insulso lo miraba boquiabierto desde el otro lado de la acera. No podía dejar de mirar el hueco que había pertenecido a su ojo.

 

- ¿Te gusta? ¿Quieres uno igual muchacho? -gruñó y se ubicó bajo la luz de una farola, para darle más dramatismo a las cicatrices que cruzaban todo su rostro.

 

El chico, de unos once años hizo una mueca de espanto y se marchó apresuradamente, sin mirar atrás.

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