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Nigromancia


Báleyr
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—Por supuesto —sonrió en respuesta a las palabras del Arcano, complacida. Sí, era lo que había esperado.

 

La sala contigua a la que lo siguió era menos especial de lo que habría querido, ya que se parecía demasiado a las cosas que se podían encontrar en las mazmorras de Nurmengard y lo único que llamaba su atención era la piedra labrada, la que asumió que usaría en adelante. Y como podía esperarse de una clase donde iba a trabajar con muertos, lo primero que hizo que reaccionara fue el olor que despedían los frascos aún cerrados, pero mucho más cuando un corazón cayó de la nada en la palma del anciano. Nauseabundo y penetrante, por más que quisiera demostrar fortaleza, no pudo evitar dar un paso hacia atrás en cuanto Báleyr le acercó el órgano a la cara.

 

Era un olor horrible, pútrido, capaz de desestabilizarla. Y llenaba toda la habitación. La sonrisa del hombre delató su diversión y ella, algo contrariada por semejante neutralidad ante algo tan fuerte como el olor de un corazón podrido, se quedó mirándolo como una tonta por un minuto entero. ¿De verdad no sentía nada? Llevó la mano a su boca, tapando a la vez la nariz, pero ahora el olor estaba impregnado en su piel también. Un dolor punzante empezó a martillarle la sienes en cuanto retiró la palma, pero tomó asiento delante de él y trató de no pensar en ello, aunque era complicado.

 

—Memoria Aeterna —repitió en voz baja, asintiendo para sí—, entiendo.

 

Cerró los ojos un momento, intentando escuchar lo que decía la extraña voz, si es que eso era, pero sólo escuchó algo similar a un susurro. Torció el gesto. Sería difícil hacerlo con tan poco información y sólo aprender a usar el hechizo le llevaría una buena parte de tiempo, por lo que se alegró en cuanto escuchó que tenía hasta la mañana siguiente para empezar. Sus manos titubearon un momento antes de tomar el primer frasco y girar la tapa, lo que hizo que un olor mucho más fuerte invadiera la sala y que su mente perdiera el hilo.

 

Sería una larga noche.

 

 

Desde que el Arcano le había dado las instrucciones hasta el momento habían pasado dos horas y aún no se acostumbraba al olor. Cada tanto tenía que parar, dar una vuelta y volver a sentarse, guiada por la necesidad de no defraudarse a sí misma. Había logrado sacar solo un par de órganos de sus frascos, el que parecía una serpiente y el que parecía un gato, colocándolos uno al lado del otro con las manos desnudas. Cada vez que se manchaba -todo el tiempo-, pasaba las manos por una parte relativamente limpia de la roca y trataba de secarlas, para que esto no le impidiera abrir otro frasco.

 

Pero más allá de eso, no había tenido avances en realidad.

 

Era un proceso largo y frustrante que seguramente el hombre estaría mriando, a no ser que se hubiera aburrido de su aparente desinterés por las manchas. ¿Y si decidía que no tenía lo que necesitaba? Inhaló profundamente, cosa que no ayudaba a sus náuseas, y se encerró dentro de su mente para no prestar más atención a cosas sin importancia. Sus dedos alcanzaron el frasco del chacal y lo abrió, luego el del toro, posteriormente el águila y así, uno a uno, los fue abriendo sin detenerse ni un minuto a pensarlo. Uno olía peor que el otro, pero cuando no estaba pensando en ello era mucho más sencillo.

 

Diez frascos quedaron detrás de diez órganos. Tenía un par de pulmones, un hígado, un riñón, un corazón, una vesícula, un cerebro, un intestino delgado que olía especialmente mal, un ojo y una lengua. Como Medimago, sabía las diferencias que había entre un cuerpo femenino y uno masculino, así que separó los órganos por sexo y luego por nivel de putrefacción. Los pulmones pertenecían a un hombre, el riñón era demasiado pequeño para un hombre, y estaba demasiado "nuevo" para haber pertenecido a la misma persona. El ojo por su parte sólo parecía un ojo porque conservaba parte de los nervios, así que se fue atrás junto con el intestino, la vesícula y la lengua quedaron delante con el corazón y el hígado.

 

El reconocimiento de los órganos le llevó suficiente tiempo para que, ocupada en hacer su trabajo, olvidara que estaba tocando partes de diferentes muertos en estados de descomposición muy avanzados. Limpió el sudor de su frente alzando el brazo y rozando la cabeza con la tela de su túnica antes de proseguir, cosa que jamás había hecho, dando señales de estar sumida en la tarea más allá del asco. Tanteó los órganos nuevamente, buscando daños exteriores pero no los encontró a excepción de algo inusual en el corazón, así que tendría que usar el hechizo. Y en vista de que se había concentrado de verdad, había establecido un lazo entre ella y los órganos.

 

Su varita se matearealizó en su mano de solo pensar en ella. Primero limpió su zona de trabajo, que había acabado completamente desagradable y después sus manos, lo que le permitiría un mejor manejo de los utensilios que tenía a la mano y los órganos en sí. Pero antes, tenía que trabajar en el hechizo. Como estaba verdaderamente centrada y ya había canalizado su energía con tantas habilidades diferentes, encontrar un punto neutral para enfocar su magia no le costó demasiado. Sin embargo, la Nigromancia requería una gran resistencia para el hechizo y lo descubrió tras el primer intento, que la mareó más que el mismo olor de la sala.

 

Decidió intentar con el órgano en mejor estado, sería más fácil escuchar algo que no se hubiera perdido en el tiempo. Acercó la vesícula hasta tenerla lo bastante cerca como para ver sus detalles a pesar de que había empezado a ser afectada por el tiempo y la apuntó con la varita. La primera vez no pasó nada. La segunda vez unas chispas salieron de la punta de almendro y la rubia, contrariada con su avance nulo, decidió que era momento de dejarse de rodeos. Si iba a trabajar con muertos, tendría que poner un poco de la magia negra que solía usar todos los días, algo que era parte de sí. Y solo así funcionó.

 

Memoria Aeterna.

 

El ojo se comprimió y luces titilaron como lo había hecho antes el corazón de Báleyr, lo que pronto produjo un sonido ténue que dudaba que alguien más que ella hubiera escuchado. Era la voz de un hombre y solo escuchó una palabra "Flecha". Entrecerró los ojos. Era un hombre que había muerto por una flecha. Viendo los órganos vitales que tenía en la piedra, descubrió que el corazón tenía un agujero. Lo tomó, examinándolo y detalló mejor el corte, no era un agujero en sí, era una ranura irregular que llegaba hasta la parte de atrás en un ángulo extraño. Una flecha. Y estaban en el mismo nivel de descomposición, según los había clasificado. Era mucho más que un avance.

 

 

—¿Arcano Báleyr?

 

Hacía una hora había amanecido y por ende, estaba justo a tiempo. Las sombras azuladas en sus ojos ya no eran disimulables, estaban tan marcadas que no podría decirle al hombre que llevaba más de dos noches sin dormir, pero dudaba que se lo preguntara. En la piedra estaban todos los órganos colocados según la persona, junto con una pequeña reseña de qué había pasado con ellos y a quién les pertenecían.

 

El corazón, el ojo y el hígado pertenecían al mismo hombre, de nombre desconocido, que había muerto por una flecha.

 

Los pulmones y el riñón pertenecían a una mujer y no había dado con la causa de muerte en sí, puesto que no había sido tan fácil como con el corazón y el ojo. Sin embargo, había descifrado que no era la misma mujer porque una había tenido malos hábitos y la otra no, lo que se podía ver por el estado de los órganos. Además, la dueña del riñón -que era la que bebía demasiado-, había susurrado algo similar a muerte únicamente, como si hubiera fallecido por causas naturales. La otra podría haber muerto de algún tipo de cáncer.

 

La vesícula y la lengua habían pertenecido a un hombre que había sido colgado. Y el intestino delgado a un niño, hacía mucho tiempo, que había sido víctima de una exploción. Esto lo descubrió por un "BUM" que le habían susurrado. El cerebro por su parte había sido de una niña, una bebé, que simplemente había muerto. Ella tampoco se lo supo decir. ¿Podría haber muerto al nacer? Posiblemente, era la única explicación que había encontrado lógica y era lo que había escrito en el papel. Estaba cansada, sucia y a la expectativa, pero no esperaba haber hecho todo perfecto. Sólo esperaba haber hecho todo lo posible para que el Arcano quisiera enseñarle todavía.

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Pudo detectar en el tono de voz del Arcano que ya había dado por concluida la clase hasta que su pregunta lo abordó. Tan solo habían pasado dos días practicando un arte completamente nueva para Zack, por supuesto que tenía muchas dudas. Incluso si pasaba la prueba final las tendría. Claro que de ahí en adelante ya le correspondía explorar por su cuenta, aunque nunca descartaría la idea de volver a molestar al tuerto si le inquietaba una situación en particular.


El joven escuchó con atención mientras asentía con su cabeza. El viejo podría no tener razón, pero sonaba convincente. Cuando escuchó una pregunta retórica quiso interrumpirle, pero sabía que el hombre se respondería a sí mismo. El hecho de que nombrara a Voldemort no le sorprendió. Aquél líder fue conocido por partir su alma en y esconderla en diferentes objetos, el único en lograrlo hasta la fecha. En eso, Leah irrumpió en la habitación y Báleyr la recibió con un saludo muy… él.


—De un Ivashkov a otro. Parece que alguien no ha tenido mucha suerte esta semana — bromeó intercambiando una mirada de complicidad con su prima. Ni siquiera se atrevería a ver al tuerto, a ver si algún encantamiento del más allá lo terminaba condenando de por vida siendo víctima del ojo azul. Se hizo a un lado para que la fémina pudiera iniciar su entrenamiento pero no los siguió, en lugar de eso se desplomó sobre un asiento cercano. Le vendría bien descansar un poco antes de enfrentarse a su prueba, podría ser más agotadora que la primera experiencia.


—Me quedaré aquí hasta que decida iniciarla, será mejor reponer energías mientras pueda — aseguró esperando que el Arcano estuviera de acuerdo, pero éste no le respondió. Avanzó con Leah hasta el otro espacio donde él mismo había curado los daños de un cadáver y a los pocos minutos el ambiente volvió a ponerse denso. Zack le restó importancia al asunto y cerró sus ojos esperando el momento indicado. Como vampiro no podría dormir, pero sí que le servía para despejar su mente. Sin embargo, fue lo que menos hizo. No paraba de imaginarse los difíciles retos que el anciano pondría en el camino.

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- Bien.

 

Repasó los órganos, perfectamente separados y agrupados según sus antiguos propietarios. En viejo maestro se llevó una mano a la espalda y leyó entre dientes el trozo de pergamino que Leah le había dejado, moviendo la cabeza de vez en cuando. Al acabar, dedicó unos minutos a dar vueltas al rededor de la habitación, con semblante meditabundo y reflexivo.

 

- Bien- volvió a decir en ese tono grave y suave que parecía esconder algo más detrás de cada sílaba- Buen trabajo, Leah. Ahora podremos seguir

 

La estancia se iba iluminando de a poco con rayos pálidos. De pie, su nueva alumna lo seguía con una mirada cansada, pero que aún detrás de sus ojeras, no podía esconder el interés y la expectativa que despertaba en ella el resultado de su arduo trabajo.

 

- Has tenido errores, algunas causas que llamas naturales pueden ser el resultado de algún hechizo o de un problema en otro órgano. Sin embargo, para ser tu primera vez has obtenido más aciertos de los que me esperaba. Es normal que te cueste en un comienzo establecer un vínculo con las víctimas o muertos, requiere un trabajo constante y conocimientos.

 

Báleyr le hizo una señal para que lo siguiera hasta la habitación contigua, donde se encontraba Zack dormitando.

 

- Ve a casa y descansa. La clase de mañana por la noche será mucho más exigente. Si quieres seguir siendo mi alumna debes cuidarte. Un Nigromante necesita energía para poder realizarse.

 

El viejo Arcano le mostró la puerta impasible, sin mostrar un ápice de compasión por su nueva alumna, cansada y sucia. Para él la clase había acabado y por mucho que le gustase la idea de enseñar todo en el mismo día, tenía muchas cosas que hacer antes de medianoche.

 

 

-----

 

Báleyr tomó la sábana de lino y la deslizó con cuidado sobre el cuerpo desnudo de un hombre. El cadáver yacía sobre la piedra labrada, la misma que anoche había servido a Leah como mesa quirúrgica. Era un cuerpo joven aunque maltrecho. Le faltaba una oreja, tenía la cuenca de los ojos vacías y el pecho lleno de profundas y oscuras cicatrices.

 

Bajo la tenue luz, su piel lucía grandes áreas negras donde la piel parecía resquebrajarse por la presión del pus. El Arcano acabó de tapar los despojos y fue hasta la puerta de madera. Le había mandado una nota a Leah pidiéndole que llegara a medianoche, por lo que no tardaría en aparecer.

 

- Señora Ivashkov, la estaba esperando.

 

Saludó en cuanto vio asomar el perfil de su alumna por la puerta.

 

- Espero que la clase de hoy sea interesante. Buscaremos la forma de revivir a este hombre.- El tuerto cruzó los brazos a la espalda e hizo que la bruja lo siguiera hasta la mesa de piedra-. Como podrás ver, trabajaremos con un cadáver, que es una de las formas más fáciles de traer a la vida a alguien. Quiero que prepares este cuerpo, reparando sus tejidos, reconociendo aquello que lo mató, cerrando heridas hasta que hayas cubierto cada centímetro.

 

El mago hizo aparecer una bandeja de peltre llena de instrumentos y pequeños frascos con pociones.

 

- Cuando regrese a la vida necesita tener un cuerpo en buenas condiciones, o al menos, un cuerpo sin problemas letales, como venenos u objetos extraños como podría ser una flecha.

 

Con un golpe de su varita hizo aparecer 3 de los frascos que tan bien conocía Leah.

 

- Corazón, ojo e hígado... - señaló - Tendrás que volver a ponerlos en au sitio ¿Por qué crees que tener el cuerpo nos hace má fácil traer a la vida a alguien?

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Verlo dar vueltas de un lado para otro, revisando su progreso, la ponía un poco nerviosa. No lo conocía lo suficiente como para saber leer sus expresiones, saber si estaba a gusto o no con su trabajo, así que era entendible que empezara a impacientarse con el paso de los minutos. No obstante, Báleyr ese único "Bien" después de un rato y el peso en sus hombros se fue disipando hasta desaparecer por completo.

-Gracias, Arcano Báleyr -inclinó la cabeza ante el anciano en señal de respeto antes de seguirlo a la sala una vez más.

Antes había encontrado todo maravillosamente atractivo pero, en cuanto puso un pie dentro, lo único en lo que reparó fue en Zack y su cómoda posición en un mueble que le parecía confortable de una forma particular. El hombre esperaba su prueba y ella solo lo envidiaba por su tranquilo y descansado semblante. Estaba agotada, sus músculos se lo recordaban con cada movimiento, y todos parecían notarlo.

Báleyr había sido amable, para su sorpresa. En un principio se había mostrado reacio a enseñarle y ella lo comprendía, puesto que los celos por algo que sabes era algo comprensible, pero sabía que podía ganarse la ensaña a con un poco de tiempo y dedicación. Y falta de sueño. Se decepcionó un poco cuando el Arcano la envió a casa, no pudo evitar demostrarlo, pero se decepcionó un poco más consigo misma cuando se sintió aliviada.

-Un Nigromante necesita energía para poder realizarse -repitió con un asentimiento y salió del lugar-. Hasta luego, Arcano Báleyr.

Cuando llegó a casa, se metió en la cama despuès de sacarse la ropa sucia y darse un baño rápido. Se acomodó junto a su esposa y durmió durante largas horas, sin soñar, sin inmutarse por nada.


Las manecillas del reloj marcaron las doce cuanto ella ya estaba junto al Arcano, siempre puntual. Había bajado el lujo de sus ropas de forma considerable, cambiando sus túnicas por una vestimenta mucho más cómoda, algo que le permitiera moverse mejor al trabajar en la habilidad. Ya no tenía colores llamativos, ahora portaba un gris oscuro como un aprendiz y junto al anciano, miraba con ojo crítico el cadáver tendido en la roca.

Tenía que reparar el cuerpo y en cuanto sus ojos dieron con la mesa de peltre, llena de utensilios y botellas de cristal con pociones mágicas, supo que sería una actividad conocida. Escuchar al hombre hablar con tanta seriedad, educándola con sus amplios conocimientos, era tan refrescante como el largo día de descanso que había tenido. Esta vez, por una precaución personal, había llevado un par de guantes de látex y deslizó las manos dentro antes de responder.

-Sí, Arcano Báleyr.

Se acercó al cuerpo y la miró atentamente durante un segundo, antes de empezar a palpar la piel mallugada del muchacho.

-Son puñaladas, aunque no son puñaladas normales -señaló el ángulo y la oreja faltante-. Todos los cortes van hacia el mismo lugar y son limpias, son heridas producidas por un Sectusempra. Eso explica la oreja faltante, la que no podrá regresar; por eso no es una de las partes que tengo que regresar al cuerpo, es irrecuperable. Los órganos faltantes, aquí y aquí -señaló los lugares-, fueron retirados después, los cortes son burdos y zigzagueantes, hechos por una persona.

Sacó la varita de uno de sus bolsillos y la pasó sobre el cuerpo desnudo del joven, retirando la manta para ver lo que hacía. Cuando acabó, ya no parecía tan sucio como antes, la visión de los cortes era mucho mejor que antes. Si bien la noche anterior había tenido errores, lo estaba reparando con sus conocimientos en primeros auxilios y sus experiencia como Medimago. Estiró la mano hasta la mesa de peltre, tomó un fórceps y unas pinzas y enarcó una ceja hacia el Arcano, no con altanería, sino porque sus ojos estaban puestos en el cuerpo y querìa hacerle ver que lo escuchaba.

-Porque es más fácil traer un alma al mundo de los vivos si sabemos a dónde pertenece, Arcano. Reparar el cuerpo es sencillo, encontrar uno no y no creo que se pueda fabricar uno a la medida.

Separó la piel de un corte muy grande e irregular a la altura del torso con ayuda de los fórceps y metió con seguridad el hígado en su interior. Una vez dentro, aplicó la curación aprendida con los libros de hechizos y eliminó los rastros de daños tanto en el órgano como en sus alrededores. Con las pinzas, lo colocó mejor, y luego lo unió al cuerpo con magia. Cuando terminó, aplicó una poción y las infecciones desaparecieron. Pensó en un Episkey, y la herida se cerró lentamente.

Todo el proceso le llevó solos unos minutos y cuando siguió con el resto, demostró la misma facilidad para los temas de las curaciones. Cerró el pecho después de reparar el esternón y la costilla que había cedido ante una ruptura violenta, le quedaba solo los ojos. En esa ocasión fue más complicado. A la inversa, eliminó los daños del ojo antes de introducirlos a las cuencas con ayuda de la levitación y una vez dentro, que le costó ubicarlo sin volver a dañarlo, unió los nervios a los nervios cortados y aplicó una nueva curación.

-También creo que es màs fácil establecer un vínculo con el cuerpo y su dueño, esté donde esté. No debe requerir el mismo esfuerzo para un Nigromante -agregó, volviendo a tomar la varita.

A simple vista, el cuerpo estaba bien, pero aún le faltaban detalles. Apoyó la varita en el pecho desnudo del muchacho y luego colocó ambas manos sobre ella, colocando los dedos de la mano derecha entre los de la mano izquierda como si pretendiera hacerle RCP. Cerró los ojos, inhaló profundamente y dejó que parte de su magia pasara de ella al cuerpo, cosa que emitió un resplandor azulado muy potente entre sus manos y el muerto corazón. El efecto durò solo unos segundos y cuando retiró las manos, apartándose para que el Arcano pudiera mirar, el cuerpo del joven estaba en un estado perfecto de conservación.

-He terminado, Arcano -guardó la varita y aguardó, colocando las manos tras su espalda.

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Báleyr dejó que su nueva alumna comenzara su tarea. Se alejó del cuerpo lo suficiente como para poder supervisar el cuerpo sin ser un estorbo, estaba ahí para guiarla, no para hacer todo por ella. Así que se dedicó a mirar en silencio y a pasear por la estancia, que se iba volviendo cada vez más fría. De vez en cuando podían escuchar una voz susurrar algo apenas audible. Las primeras veces se podía confundir con el murmullo del viento a través de la puerta, pero cada vez sonaba más clara y cercana.

 

- Muy Bien. Revivir a alguien nunca es fácil. Requiere conocimientos que no están al alcance de todos y un poder que pocos tienen, además de que es magia muy oscura que siempre, siempre, está ligada a sacrificios. Incluso el ritual más simple va a pedir algo a cambio. ¿Por qué quieres estudiar esta habilidad?

 

Báleyr posó su azul ojo, eléctrico, sobre el rostro de Leah. Luego, se acercó al cuerpo y lo inspeccionó con detenimiento, sin mostrar el más mínimo gesto de aprobación.

 

- No estamos jugando con simples encantamientos, tenemos que estar dispuestos a ver el rostro de la muerte y pagar el precio que nos pida -El Arcano no levantó la vista del cadáver-, por eso es más simple revivir a alguien si tenemos su cuerpo, y será mucho más simple si podemos establecer una conexión con el alma, si lo conocemos o sabemos algo de su muerte.

 

Se enderezó y sacó su varita. Con un gesto la varita se convirtió en un bastón de cristal negro con el que se acercó a su alumna. El Nigromante de pronto pareció más alto e imponente tras el simple gesto, como si se hubiese quitado un peso de encima. En un abrir y cerrar de ojos, golpeó el suelo con su bastón produciendo un ruido seco que hizo vibrar toda la habitación, enseguida, las paredes y los muebles comenzaron a desvanecerse en un oscuro manto negro que no parecía tener fin. Todo lo que los rodeaba, los libros, los instrumentos, el cuerpo, los ladrillos, todo, se fue disolviendo como fina arena en un mar de oscuridad.

 

Estaban solos iluminados solo por el brillo que se desprendía del bastón. El frío era casi insoportable y la sensación de angustia crecía, incluso en el propio Arcano, como si el aire se fuera haciendo cada vez más difícil de respirar y fueran observados por cientos de ojos. Había invocado una magia muy oscura y antigua que le permitía acceder al otro mundo junto a su alumna. Parecía simple, pero jamás lo era.

 

- Tenemos suerte, en esta ocasión esta alma no se encuentra muy lejos.

 

Alargó el brazo y con la punta de la vara de cristal cortó con pulso firme el aire, produciendo que se desprendiera parte del manto oscuro que los cubría. Frente a ellos comenzaron a materializarse sendas rocas y las suaves curvas de las dunas de arena bajo la noche estrellada. Estaba en los terrenos de la Universidad, alejados del pequeño pueblo y las salas de clase.

 

- Hay ciertos lugares en los que establecer comunicación con las almas es más simple. Puedes atravesar el portal donde quieras, pero es un mundo de los muertos es infinito ¿cómo sabes dónde buscar? Por lo que acudir al sitio de su muerte, o los lugares que solía habitar suele ayudar en esa tarea.

 

El Arcano hundió sus botas de cuero en la arena y sacó una pequeña bolsa de terciopelo. De ella sacó un gran y pesado libro y se lo tendió a Leah. Enseguida, hizo aparecer el cuerpo que antes había reparado.

 

- Este es un Grimorio, una copia básica de los conocimientos de Nigromancia. A lo largo de la historia en todas las culturas ha existido una obsesión por poseer las armas para detener y controlar la muerte, algunas con más éxito que otras. Sin ir más lejos, los magos egipcios hicieron avances asombrosos. Todo eso está resumido en estas páginas, cada ritual en sus idiomas originales.

 

Báleyr sacó una daga y un caldero y los puso en el suelo. Había tantos ritos y canciones para tantas cosas que era imposible abarcar todo ese conocimiento en una sola vida, ni siquiera sus años le permitían acercarse a el poder que tanto anhelaba.

 

- Realizarás el ritual de Ereshkigal, diosa babilonia de los muertos. Para conjurar el portal y establecer la conexión con el alma, usaremos cabello del cadáver -Báleyr arrojó un mechón dentro del caldero, y una llama azul lo consumió-, y un poco de tu sangre.

 

Le tendió la daga. El Arcano cerró el ojo y comenzó a recitar en un extraño idioma un cántico mientras su alumna vertía una gota de su sangre en el caldero, para que la llama consumiera el pago.

 

- Continúa recitando y veamos hasta dónde nos lleva. Se abrirá un portal, busca el alma y convencela para regresar. Es más difícil de lo que suena. Ten cuidado, es un mundo de sombras y te pueden engañar. Cuando regreses doblegaremos el alma juntos. Adelante.

 

Tomó la vara y esperó, sabiendo que ahora faltaba lo más importante. ¿Sería capaz de atravesar el portal, encontrar el alma y doblegarla? Doblegar un alma requería dar algo a cambio ¿qué haría Leah en ese caso?

 

 

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Ver al Arcano tan cerca, con su ojo fijo en ella y el bastón en mano, la hizo apretar un poco las manos entrelazadas en la espalda y tensar los músculos. Era un hombre viejo y afectado por la cantidad de magia que había usado en su vida, lleno de conocimiento. Pero hasta el momento no se había sentido tan intimidada como verlo en todo su esplendor. Llegó a relajarse únicamente cuando la sala se distorsionó, haciendo que todo quedara sumergido en una oscuridad más densa de lo que esperaba.

Llevó por pura curiosidad los ojos hacia abajo, buscando sus pies, su cuerpo o el de Báleyr, pero nada era visible en semejante penumbra. Era consciente de dónde estaba cada parte de su anatomía, por supuesto, pero llegó a dudar por un segundo en sí estaban no presente de forma corpórea en el nuevo tiempo y espacio en el que estaban como visitantes, si se le podía llamar así. Pestañeó cuando el Arcano apartó una parte de la oscuridad como si fuera un manto y entornó los ojos para acostumbrarse a la luz otra vez.

-Es la Universidad -dijo contrariada, ¿era un estudiante? ¿Un profesor?

Tomó el libro con seguridad, sosteniendo su peso con una dedicación especial, como si fuera un bebé antes de reparar en que el cuerpo había aparecido ante ellos. Un Grimorio era de las cosas más importantes que podía tener un mago, un tomo lleno de páginas e información tan valiosa que podía pasarse de generación en generación dentro de una familia y nunca perdería su poder inicial. No estaba segura de sí pertenecía al Arcano en sí o si había pertenecido a otro mago antes de llegar a sus manos, pero tenerlo entre sus dedos en ese momento, aunque fuera temporal, resultaba tan maravilloso como impactante.

-Ereshkigal -repitió como una tonta, embelesada con la tapa dura del grueso y pesado libro, empezando a buscar con un cuidado excepcional.

Lo encontró varios minutos después de que Báleyr empezara con el ritual. Recargó el peso del libro en su antebrazo derecho para poder tomar la daga y realizar un corte rápido en la palma de su diestra, haciendo un ruidito de dolor. No había sido lo más grave que hubiera recibido, pero los cortes en las manos resultaban particularmente molestos. Vertió la gota en el interior del caldero, lo que provocó que las llamas volvieran a alzarse y volvió a sostener el libro como era debido, siguiendo las órdenes del Arcano.

Era la primera vez que recitaba un ritual y lo demostró al principio, cuando usó un tono muy débil para la invocación del portal. Pero pronto las palabras empezaron a cobrar verdadero sentido en sus labios y la magia, ligada al vínculo de sangre que acababa de establecer con el caldero, empezó a fluir con naturalidad cuando pasaban los segundos. Poco a poco fue pronunciando cada oración y cuando acabó, la figura difuminada de un óvalo empezó a crecer ante sus ojos.

Regresó el libro al hombre y sin titubear esta vez, se adelantó al portal. No rebosaba en valentía, simplemente estaba tan vinculada con lo que acababa de hacer que no podía pensar dos veces en lo mismo. Sorprendentemente, logró hacerlo a la primera, solo que el portal le quitó gran parte de la energía que había logrado recuperar en el día y cuando apareció en medio de la oscuridad profunda del mundo de los muertos, le costaba respirar. Inhalaba despacio y exhalaba con menos constancia de lo normal, para no forzar a los pulmones.

El camino era infinito e indefinido, simplemente andaba, guiada por una sensación especial que la hacía avanzar despacio hacia un destino que desconocía. Cada paso la cansaba un poco más y por si fuera poco, el oxígeno parecía más denso, quizás porque un muerto no necesitaba respirar. Cerró los ojos, recordando lo que había sentido con el cuerpo al repararlo e intentó algo que no había pensado hasta entonces. Sacó la vara de cristal del color de la sangre y cerró los ojos.

-Memoria Aeterna

Sabiendo dónde estaba el cuerpo y teniendo un vínculo, logró invocar la luz en el cadáver y escuchar el susurro, que escuchó muy cerca. Algo difícil de interpretar. Se acercó y poco a poco distinguió una especie de sombra, un atisbo extraño de un Aura, un alma en su estado puro, una bruma que flotaba en el aire como si fuera parte de este.

-Aemos -dijo en voz baja y la sombra, que si bien no tenía cara, pareció girar hacia ella.

El nombre que había pronunciado era lo que había entendido. Su mente había volado al Torneo de los Tres Magos, pero no era la misma persona, por supuesto.

-Ven conmigo, Aemos.

-No.

Frunció el ceño y guardó la vara de cristal.

-¿Por qué no? No voy a hacerte daño -usó un tono dulce y aún así obtuvo una negativa por parte del alma-. Vine a buscarte.

Vio algo de curiosidad y prosiguió.

-Creí que te gustaría ver el mundo otra vez, los colores, sentir el olor de las cosas y la sensación del aire -se encogió de hombros-. Creí que te gustaría sentirte vivo.

-No -dijo de nuevo, con voz pastosa, esta vez algo dudoso.

Asintió.

-Regresaré entonces. Hasta luego Aemos, descansa en paz.

Sus palabras lograron mover algo en el alma, quizás porque le había recordado que estaba muerto, porque ya estaba regresando cuando algo frío y denso apareció a su lado, muy lento, con parsimonia. Aemos la seguía y lo hizo hasta el final en completo silencio.

-Estaremos bien -aseguró, al cruzar el portal de vuelta con Báleyr junto con él. Para un muerto no había mayor consuelo que saber que no se estaba solo. Cuando vio al Arcano, inclinó la cabeza ante él-. Arcano Báleyr.

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"Ahí viene"

 

Si en el mundo existieran los dioses ¿se parecerán a ellos? ¿Acaso utilizaban esas mismas artes para satisfacer sus caprichos? Doblegar la muerte y manipular la vida para servir solo a sus instintos y deseos, incluso cuando eran anhelos aparentemente inocuos y elevados como mantener con vida a un amado o poseer el entendimiento sobre la vida y la magia. ¿Qué estarían dispuestos a sacrificar por unos años más de vida? ¿por más conocimiento? ¿por un ejército? ¿por el poder? Báleyr conocía el precio de la práctica de la nigromancia y todos sus alumnos lo aprendían tarde o temprano.

 

El cadáver exhaló con un ruido grotesco justo después de que Leah saliera del portal. Lo había conseguido. No había tiempo que perder, todo la calma y normalidad que habían gozado sus clases estaba a punto de acabar. En Londres había tenido que cambiar su cátedra para no poner en peligro en ningún momento, al menos de forma intencional, a sus alumnos. Sin embargo, no había forma de enseñar secretos tan oscuros y una magia tan antigua sin correr riesgos, cada vez que realizaban un ritual se adentraban en un terreno donde las leyes de la naturaleza se torcían por completo. No podía controlar todos los ejercicios y era algo que sus alumnos debían tener en cuenta. Se ubicó junto al cadáver, respirando con tanta fuerza que los pelillos blancos del bigote se movían de forma brusca con cada inspiración y exhalación. Esa noche obtendría respuestas.

 

- Has aprendido a controlar un alma. Cada alma es diferente, así que cada una supondrá una exigencia distinta.

 

¿Podría confiar en Leah? El arcano la observó con el rostro altivo y su ojo centelleante, clavado en su alumna como una flecha. Mantuvo la mirada durante varios segundos con una dureza propia en él. Después de lo que pareció una eternidad, se giró hacia el hombre que comenzaba a abrir los ojos.

 

- ¡¿Qué hiciste?! -la voz del Arcano sonó como un látigo en el silencio.

 

Báleyr tenía la varita en la mano, fuertemente apretada entre sus delgados y machados dedos, apuntando la sien del hombre que había regresado a la vida. En ese momento el tuerto parecía un hombre amenazante, mucho más joven e imponente que durante sus clases, con un ojo terriblemente azul y las horribles cicatrices profundas surcando su pálida piel.

 

- A...Arcano, esperaba que me encontraras - la voz del hombre era rasposa, parecía que le costase hablar y respirar.

 

Báleyr bajó la varita.

 

- Te hice una pregunta.

 

El tuerto estaba frente a esa clase de hombres que repudiaba. Era un antiguo alumno que había pasado por su clase hace demasiados años y que no había logrado acabar la prueba.

 

- Fue un experimento que salió mal. Otro nigromante ¿Agua? Necesito agua, tengo un dolor muy fuerte...

 

- Leah te ha traído a la vida, y no para quejarte. Sigue, habla.

 

- Quería dividir su alma, yo era su ayudante. Salió mal, el trozo del alma no se adhirió al objeto y fue...-tosió y escupió sangre.

 

- Fue a adherirse a una monstruosidad, una amalgama de almas. ¿Qué pasó con el nigromante?

 

- Murió...lo...lo maté- El experimento salió mal y la división lo sumió en una peligrosa locura, su cuerpo ¡Perdió la mitad de su cuerpo!

 

Báleyr mantuvo el rostro imperturbable ante la confesión. Lo esperaba, solo necesitaba una confirmación como la que estaba obteniendo para trazar un plan. Finalmente se giró para hablar con Leah.

 

- Vamos a volver a las mazmorras. En ese sitio el velo que separa los mundos se ha ido debilitando por las prácticas necrománticas que se han realizado durante todos estos años. Puede que el traslado a Londres haya acabado con la frontera natural, convirtiendo esa habitación en un portal permanente que comienza a ser un peligro.

 

Convirtió su varita en el bastón y golpeó la arena. En un abrir y cerrar de ojos, volvían a estar en la habitual sala de clases, con sus antorchas titilantes sobre las paredes de barro, con las estanterías de libros y frascos con partes de cuerpos momificados. Pero ahora eran tres, uno de ellos medio moribundo, recuperándose de las heridas que lo habían matado hace unas semanas.

 

- Leah, te va a tocar ser mi ayudante. Lo que buscaremos no es un alma tranquila y débil como la que has traído a la vida. Es algo muy diferente. Y digo algo porque perdió todo signo de humanidad, es una sombra que repta en las profundidades desde la antigüedad, se comporta como un imán de trozos y restos de viejas almas que han sido tocadas por las artes oscuras, como si se alimentara de cada gota de maldad. ¿Qué quiere? Pasar a este mundo, al menos es lo que creo.

 

Se ajustó el anillo y miró de reojo a su antiguo aluno, que se había acuclillado en una de las esquinas, sumido en dolor.

 

- Probablemente la parte del alma del nigromante se haya adherido a la sombra, despertándolo con un nuevo propósito. No tiene cuerpo, pero podría volver a partir de restos de alguno de los cuerpos que le han pertenecido a lo largo de la historia.

 

Y los restos del cuerpo del Nigromante todavía podían servir. Un hueso, parte de su piel y un sacrificio.

 

- ¿Estás lista? Haz un portal a partir de runas antiguas.

 

El Arcano se hizo a un lado y dejó el espacio suficiente para que Leah dibujara un círculo en el suelo con la varita y realizara un conjuro escrito en runas antiguas, como en el Grimorio. Mientras, él se prepararía.

 

 

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Había recibido miradas de muchos tipos a lo largo de su vida pero ninguna había tenido la intensidad de la mirada de Báleyr. Se quedó quieta, más que todo porque se estaba sintiendo irremediablemente pequeña delante del Arcano. No sentía seguridad, ni siquiera cuando tenía todas las cualidades para poder convertirse en una Nigromante, no cuando la miraba de esa manera. Sin embargo, el hombre encontró algo en ella que no estaba sintiendo en ese momento o que, quizás, había olvidado bajo la atenta mirada de su único ojo. Pero ni siquiera había llegado a respirar de nuevo cuando la sorprendió con una voz potente.

 

En un principio pensó para ella y, algo aturdida por el viaje que acababa de hacer, dio un salto involuntario hacia atrás como una chiquilla. Sólo que no le hablaba a ella, le hablaba al hombre que había traído a la vida. Todo lo que acababa de hacer, sus heridas, la forma en que se había negado a seguirla en un principio... todo cobraba sentido con el intercambio de palabras entre el hombre y su maestro, que cada vez más enfadado enfatizaba ciertas sílabas para darle más peso a lo que decía. Pestañeó una sola vez desde entonces, hasta que el Arcano se dirigió a ella y tuvo que volver a la realidad.

 

¿Volver a dónde? Volvió a pestañear, notando un ligero mareo y asintió, cerrando los ojos en el momento justo para no ver el cambio de dimensión, si se le podía llamar así, y terminar de derrumbarse. De vuelta en la sala de la Universidad donde Báleyr impartía clases, metió la mano en uno de los bolsillos de su vestimenta y buscó hasta dar con un tubo de ensayo típico de quienes trabajaban en un laboratorio, el cual destapó aún sin ver y bebió de un trago. La última experiencia del día anterior la había vuelto precavida, así que bajó la poción Herbovitalizante con un suspiro de conformidad y se puso en marcha con lo que tenía que hacer.

 

—Estoy lista.

 

Se hizo con el Grimorio con una expresión de concentración más grande que cualquier otra cosa, ajena a los alaridos ahogados que daba el hombre muerto de dolor en una esquina de la sala; había visto demasiadas personas agónicas en su vida como para que el lamento de un único individuo le moviera una fibra. Ella tenía una misión y no le correspondía hacer preguntas innecesarias. Las páginas que necesitaban llegaron a ella en cuanto abrió el libro y cuando sacó la varita, ésta ya no era de madera sino que se había transformado en una vara de cristal tan larga que podría haber sido un pequeño bastón.

 

La estructura del color de la sangre, el color de su vara, soltó un destello cuando un halo de luz captó el movimiento de la muñeca de la Ivashkov, dibujando las runas dentro de un círculo que los envolvía a ella y a Báleyr. Acompañado a esto, iba recitando pequeños versos de una especie de cántico en lengua común. Algunas frases iban en un idioma antiguo, lenguas muertas que había estudiado antes, así que no paró en ningún momento de invocar el portal a pesar de que podría haberla tomado por sorpresa de no haber estado preparada. Cuando dibujó la última runa, cerró el libro y lo guardó dentro de su túnica de aprendiz, dando un pequeño golpe seco en el centro según decían las instrucciones.

 

Todo se sumió en oscuridad antinatural, algo que en realidad no esperaba que pasara, cosa que la hizo decepcionarse de su propio ingenio. ¿Qué otra cosa iba a pasar? Inhaló con fuerza el aire que la rodeaba, justo antes de que una energía más grande que ella los absorbiera a ambos llevándolos hacia el lugar que Báleyr había mencionado. A diferencia de lo que había pasado antes, éste lugar era mucho más parecido a un limbo. No había frío, ni calor, ni olores o nada alrededor. Sólo había oscuridad, el aire escaseaba al punto de hacerle doler la nariz y no había ruidos.

 

¿O sí había?

 

Se concentró un segundo en lo que escuchaba y notó que en realidad sí había un sonido, uno ténue y casi imperceptible, uno que deseó no haber escuchado en cuanto lo captó. No era una respiración, tampoco era tan fuerte y constante como un latido. Lo único que se percibía es que, lo que fuese eso que los rodeaba, estaba vivo. Quizás no era oscuridad como pensaba su mente débil e inexperta con los muertos. Quizás era eso mismo, muertos. Sus almas podrían estar rodeándolos, pegándose a la negrura como fragmentos de un imán, tal como había dicho el anciano. Tragó saliva y volteó a mirarlo, no muy segura de cómo era que lograba divisarlo en la penumbra.

 

—Después de usted, Arcano Báleyr —aunque estaba asustada en lo más profundo de su coraza de valentía, adquirida con los años y una seguridad enorme en sus propias habilidades, no sonaba aterrada en realidad.

 

Se estaba poniendo a las órdenes del Arcano, dispuesta a hacer todo lo que le pidiera, como la ayudante que era.

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Deslizó los dedos por la barba al repasar los frascos de la estantería. Hacía mucho tiempo que no se enfrentaba a un criatura como aquella, se comenzaba a acostumbrar a aquella vejez en calma y dedicada solo al ámbito académico, casi puramente teórica adornada de vez en cuando por algún extraño experimento o sus propias investigaciones. Tal vez se había dejado consumir por esa vida pacífica de los últimos años, acostumbrado a los días tranquilos y seguros, los paseos por la biblioteca, las clases y las asesorías al Ministerio de Magia. ¿Estaría olvidando lo que era la acción? Un Arcano como él no podía dejarse vencer por la monotonía de los días y la rutina diaria, menos cuando la Nigromancia en ninguna de sus formas era algo como para dar por sentado.

 

Hizo acopio de algunas pociones y se acercó a Leah, quien ya había comenzado a realizar el conjuro que los llevaría hasta su enemigo. Báleyr desde que había comenzado su camino como Arcano había cambiado su misión, dejando de lado esa visión egoísta tan presente en sus primeros años. Se sentía responsable de las atrocidades que sus propios alumnos cometían. Él les entregaba conocimiento y aunque ellos decidieran realizar horribles, pero a la vez grandiosos, actos ¿podía hacer algo? Apretó los labios al ver la negrura apoderarse de toda la habitación y dio un paso para ubicarse en el centro del círculo de runas.

 

La habitación desapareció como si los muebles y las paredes se volvieran humo en un fondo negro, allí donde había estantes, ahora había una extensión infinita de oscuridad llena de voces y gritos que se clavaban en la sien con un toque gélido, era un sitio donde se podía respirar el olor putrefacto de la muerte y se saboreaba el miedo y la amargura. Habían viajado hasta lo más profundo de un mundo que no era natural para ellos, no podían perder el tiempo o sería fatal. El Arcano sacó su varita y la convirtió entre sus dedos en la vara de cristal, cuyo extremo resplandecía con una tenue luz.

 

- ¿Preguntas?

 

Su alumna hasta ahora había demostrado una destreza y conocimientos dignos de un buen estudiante, sabía escuchar y progresaba a pasos agigantados, pero no sabía si tenía dudas sobre todo lo que estaban viviendo. Le hizo un gesto con el rostro surcado de cicatrices y le indicó que lo siguiera.

 

A cada paso, los gritos y las estridentes carcajadas eran más claras, como si se acercaran a la fuente. Sin embargo, a pesar de la luz del bastón, parecían caminar en un mundo vacío que no tenía fin, no había puntos de referencia ni nada que les indicara el camino. Solo frío y voces. Muchas voces. El viejo Arcano se abrió paso sin dificultad, a pesar del aire enrarecido y el frío que comenzaba a ser insoportable.

 

De pronto, una carcajada estalló junto a una llamarada que rompió con la oscuridad frente a ellos, y el suelo bajó sus pies tembló con una fuerza increíble que casi los tira al suelo. Ante la rojiza luz de las llamas, apareció una espantosa mole oscura, hecha de jirones y partes deformes pegadas a unos ojos centelleantes como dos soles. Media casi cinco metros de alto y avanzaba con desesperante lentitud hacia ellos, mientras no dejaba de reír y hablar a la vez a través mil bocas deformes.

 

Báleyr apretó el bastón entre sus dedos nudosos y lo sostuvo en alto, dirigido a la monstruosa criatura hecha de trozos de almas perdidas y en pena que habían olvidado su propia esencia al unirse.

 

- Podremos destruirlo si logramos desintegrarlo. Cada parte, cada alma está atada porque ha sido corrompida hasta tal punto que se comportan solo como una, con un único fin: volver a la vida como una entidad única. Para eso van a buscar tus debilidades para manipularte y utilizarte.

 

Las voces le taladraban el cerebro como aguijones, cada una contando su propia historia. Y ahí la vio, en un abrir y cerrar de ojos, como un espejismo de belleza entre tanta oscuridad. Como una pequeña luz de esperanza al final de sus días, un bálsamo dulce para su cansada vista y rígido corazón. Dejó de hablar y dejó de prestarle atención a Leah, viajando a otro mundo y a otro tiempo.

 

Los álamos bailaban al son del viento, danzando con sus hojas plateadas al sol mientras la risa infantil calentaba su corazón. Allí en la hierba se volvía a sentir joven y vivo, ilusionado como un adolescente embelesado ante el primer amor. Todo parecía simple gracias a esa pequeña risueña que jugaba entre las flores, aprovechando el corto verano. Aquel último verano de su vida.

 

- Podríamos regresar y jugar otra vez.

 

El viejo sonrió ante la niña de ojos azules que le hablaba con una infantil y fría voz.

 

- Podríamos, pero no serías ella jamás. Y yo ya no soy aquel.

 

- Podríamos volver, podría perdonarte.

 

- Podríamos, pero no tienes nada que perdonarme ¿quién eres?

 

- ¿No te acuerdas de mí? -unas gordas lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas sonrosadas. El cielo de verano se oscureció-. Soy lo único bueno que tuviste en tu vida, soy...

 

- ¡No te atrevas a decir su nombre! -la voz del Arcano rompió como un trueno el cielo. Los álamos desaparecieron y la dulce niña de ojos azules comenzó a reír con una voz atronadora.

 

- Viejo est****o, jamás te perdonaría el daño que me hiciste.

 

- Dime tu nombre.

 

Elevó el bastón con fuerza y lo esgrimió ante una deforme criatura que se desprendía del costado de la mole de oscuridad. No dejaba de sonreír ante la mirada fría del Arcano.

 

- Beyacid.

 

- Beyacid -una vieja alma perdida, una parte de lo que alguna vez fue un asesino.

 

Baleyr pronunció unas palabras en un extraño idioma con una voz profunda y calmada mientras presionaba la punta de su vara contra los ojos de la criatura. Una menos si el cántico la hacía desaparecer. Lo había hecho otras veces, la última lo había hecho cuando tuvo que encargarse de los últimos rastros de Voldemort.

 

- ¡Leah, vamos!

 

 

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El vampiro observaba la pared de aquella habitación. Había tomado una decisión y no volvería atrás, quería ser el más poderoso de todos, aunque sabía que con más poder venían más responsabilidades y enemigos, ya había visto un fragmento de su futuro en el pasado, uno donde se veía sosteniendo la lanza maldita que había terminado con la vida de su tío, un futuro que fue re escrito y que no se dio. El cainita amaba y adoraba el poder, mandar y sentirse inmortal pero en aquel viejo fragmento se vio cambiado, observo que no era merecedor de tal cosa, que el poder se le subía a la cabeza, la tentación siempre había sido parte de él y esta había ganado, le estaba costando su alma, sin embargo, ese futuro cambio y no se dio.

 

Respiraba de manera entrecortada como si hubiera corrido un maratón, pero por su habilidad vampírica era imposible que sintiera aquello. Movió sus níveos dedos mientras sostenía la varita y la guardaba en su lugar. Podía sentir el peso de su Katana Garras de Fuego en su espalda, una que había sido forjada especialmente para él, solo que allí, en aquel lugar no podía usarla, mas aun después de haber bajado de rango su poder había menguado, claro estaba, a menos que viajara nuevamente a Grecia, allí seguía manteniendo su poder.

 

Ladeo la cabeza, no era el momento para rememorar todo aquello, si, estaba marcado y había fallado, había roto promesas y se había traicionado a sui mismo, a sus creencias y a los ideales por los cuales buscaba ser el más poderoso, pero ahora tenía que luchar para mantener todo eso en el fondo de su alma y hacerlo mejor, si tenía una nueva oportunidad, por ello era que había escogido aquel camino. Se había debatido entre muchas posibilidades, pero a la final tomo la más obvia, le haría honor a su nombre, iría al mismísimo inframundo y saldría vivo, claro estaba si los demonios que se encontraban allí que le odiaban y deseaban su cabeza no lo mataban antes, luego le haría honor a su tía.

 

“Nigromancia” había anotado en aquel pergamino que le había entregado al mismísimo director en sus manos, ¿Por qué no se lo había entregado a su hermana Anne?, la respuesta era fácil y sencilla, ya era suficiente con los peligros que tenía que correr a cada rato como para que la chica se estuviera preocupando por él, de todos modos sabía que si desaparecía, no le extrañarían. Suspiro mientras se levantaba, sus músculos estaban agarrotados, había estado demasiado quiero por mucho tiempo, quizás días o semanas esperando que de una vez por todas fuera aceptado. En aquel momento tenia la notificación en sus níveas manos, era hora de dirigirse al lugar indicado.

 

***************

 

Aquella zona del castillo era extraña, el Ragnarok no recordaba haber estado allí, o quizás si, en sus principios como profesor de duelo básico donde se encargaba de buscar los lugares más recónditos, extraños y terroríficos para enseñar el fino arte de la varita a sus jóvenes pupilos. Recorría con la mirada el lugar iluminado por antorchas, podía sentir el frio colarse por las rendijas de las paredes y aun así, aunque había un glacial silencio no le importaba ni le molestaba, era como si el calor hubiera salido corriendo de aquel lugar para darle paso simplemente a los amos y señores del sitio, a los muertos.

 

Un brillo apareció en la mirada del cainita cuando llego a la puerta, debía entrar de una vez o quizás lo mejor seria esperar a ser invitado.

 

-Pensándolo bien esta última es la mejor opción, al menos quiero que el arcano piense que soy educado –susurro para sí mismo el cainita- fue lo que me sucedió con la de metamorfomagia, asi que dudo que con este sea diferente.

 

Toco 3 veces en la puerta y espero, quizás quien sería su profesor, aquel que se hacía llamar Báleyr no se encontraba allí.

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