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Nigromancia


Báleyr
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Ver al Arcano tan cerca, con su ojo fijo en él y el bastón en mano, la hizo apretar un poco las manos entrelazadas en la espalda y tensar los músculos. Era un hombre viejo y afectado por la cantidad de magia que había usado en su vida, lleno de conocimiento. Pero hasta el momento no se había sentido tan intimidado como verlo en todo su esplendor. Llegó a relajarse únicamente cuando la sala se distorsionó, haciendo que todo quedara sumergido en una oscuridad más densa de lo que esperaba.

Por supuesto —sonrió en respuesta a las palabras del Arcano, complacido. Sí, era lo que había esperado.



Ingresando.


¿Qué era lo que lo esperaba dentro del Tártaro? según contaban las leyendas muggles, era el reino donde el dios mitológico de la muerte y el inframundo vivía. Odia aprender muchas cosas sobre él en su corta instancia dentro del mundo paralelo. Llevó por pura curiosidad los ojos hacia abajo, buscando sus pies, su cuerpo o el de Báleyr, pero nada era visible en semejante penumbra. Era consciente de donde estaba cada parte de su anatomía, por supuesto, pero llego a dudar por un segundo en si estaban o no presentes de forma corpórea -Matthew y su revivido- en el nuevo espacio tiempo que se había generado tras atravesar el umbral de la puerta trasera a su despacho.

Pestañeó, cuando con su mano apartó una parte de la oscuridad como si fuera un manto y entornó los ojos para acostumbrarse a la luz otra vez.

Era menos especial de lo que habría querido, ya que se parecía demasiado a las cosas que se podían encontrar en las mazmorras de Nurmengard, lo único que llamaba su atención eral a piedra labrada, lo que asumió que podría ser usada más adelante. Como podía esperarse de un lugar tan escalofriante, lo primero que lo hizo reaccionar fue el olor que despedía el lugar, pero mucho más cuando un corazón cayó de la nada a los pies del gitano. Enarco una ceja en un perfecto arco y observó a quien había llamado Marcio -el cadáver viviente- creyendo que éste le había jugado una broma y declarado su repentino amor.

Emprenderemos un incomodo y poco largo viaje hacia el interior del infierno, ¿deseas saber como moriste? preguntó por sobre su hombro sin mirar a Marcio, eso demostraba quien tenia el poder y que su liderato era incuestionable en aquella travesía. A muecas ahogadas e intentos de palabras inaudibles, Matthew tomo sus gestos como un y solo resoplo con una risa escurridiza mientras agacho su cabeza frotando su frente.

Son puñaladas... Aunque no son puñaladas normales señaló el ángulo y la oreja faltante . Todos los cortes van hacia el mismo lugar y son limpias, son heridas producidas por un Sectusempra. Eso explica la oreja faltante, la que no podrá regresar; por eso no es una de las partes que tengo que regresar al cuerpo, es irrecuperable. sintió por un momento como si estuviera dándole cátedra de anatomía a un muerto.

¿Que debía recuperar exactamente del Tártaro? no lo sabia, pero asumía que algo referido a él.

Fuiste asesinado por un ser mágico, y efectivamente estamos en el lugar correcto. frenó y levanto su oscura mirada hacia el cartel que decía "Valle de los Lamentos" con cadáveres fundidos en el. Ahora estaba seguro, debía encontrar su órgano faltante, y por consiguiente, a la persona que lo ha asesinado.


Habían transcurrido tres horas desde que ingresaron al mismo infierno, su reloj de bolsillo aún estaba en funcionamiento y Báleyr aclaró que solo durarían seis horas en pie.

Marcio se quedo perplejo al ver a un mago de cabello oscuro hasta la cintura, sus arcaicos trapos demostraban que llevaba muchos años dentro, sus facciones completamente consumidas y sus ojos amarillos por la exposición al azufre. Matthew se acercó a él y lo increpo pregúntale cual había sido la razón de que mató a Marcio, lo miró de arriba a bajo y le dio la sensación de que lo quebraría si ejercía un poco más de fuerza en él; hasta que finalmente le contó su historia y decidió terminar con su miserable sufrimiento dejándolo caer desplomado al suelo como un saco de basura.

Tomo el hombro a su muerto viviente y le sonrió, se había simpatizado por alguien que ya no volvería y estaba próximo a dormir eternamente. Le ordeno que tomase su oreja y salieran de allí en busca del tuerto nuevamente.

Moments later.

Hemos regresado.

Fueron todas las palabras que salieron de su boca, observando que se encontraba en compañía, su semblante se mantuvo serio, la acritud de sus palabras era más que evidente, había aprendido algo muy importante, y justo en medio de su interna reflexión, Marcio se desplomo en el suelo, y la poca vida que albergaban sus ojos, se apagó.

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Momentos más tarde, la puerta se abrió con una fuerza y una cadencia tal que sugerían magia de por medio. En efecto, Nathan no pudo divisar alguien del otro lado del umbral hasta segundos más tarde, cuando la figura de un señor de avanzada edad se abrió paso hacia él. Por una fracción de segundo, el Weasley contempló sus ojos desiguales y se perdió en el azul intenso que adornaba uno de ellos, a la vez que reparaba en la densa cicatriz que se abría paso en su rostro en medio de un mar de arrugas. Era el retrato de una vida entera: de aventuras y desventuras, de aciertos y desaciertos. Como primera impresión, estaba seguro de que estaba frente a alguien que tenía mucho para enseñarle y mucho para depositar en su mente, algo que condecía con las construcciones que rodeaban la idea de los Arcanos de habilidades.

 

Las palabras del Arcano tomaron por sorpresa al Weasley; quien lejos de esperar cordialidad o una cálida bienvenida, al menos hubiese esperado una propia introducción. Podía percibir el deje en la voz del Arcano que expresaba irritabilidad, y quizá incluso molestia ante la presencia del mago en sus premisas. Sus palabras mostraban que había tenido una experiencia insatisfactoria con alumnos previos, y a pesar de que no se permitiría a sí mismo dar otra cosa que lo mejor de sí mismo, no tenía certeza alguna de que su potencial performance estuviese por encima de la media de alumnos que había tenido antes. Procuró que ni su sorpresa ni su incertidumbre se plasmasen en su rostro, que efectivamente permaneció impasible, antes de proceder a responderle al arcano.

 

- ¿Qué tal? Buenos días. - dejó salir, inicialmente, no de manera desafiante sino simplemente bajo la intención de mantener las cortesías de rigor al menos de su lado. - Pues, a decir verdad, soy un tanto conservador en ese sentido. El maestro es usted, y el aprendiz soy yo; no soy quién para objetar o rechistar a sus comentarios. - admitió, sencillamente, haciendo un ademán de resignación con sus manos - Es más, lo insto a corregirme e instruirme en cuanto más pueda. Merlín mediante, mis travesías con la Nigromancia irán mucho más allá de mis sesiones con usted, así que prefiero iniciar este camino de la mejor manera posible.

 

Nathan permaneció estancado del otro lado del umbral: inseguro acerca de si correspondía insinuarse dentro de los habitáculos del Arcano o mantener una posición expectante a la espera de alguna orden por el Arcano. Quizá fuesen preconcepciones erróneas, pero estaba bajo la impresión de que convocar y jugar con los menesteres de la muerte ocurría en ámbitos muy dispares a un día soleado donde el calor del verano que aún permanecía lejos de doblegarse azotaba a los inhabitantes del hemisferio norte. Esperaba, al final de la clase, encontrarse en una posición donde pudiese realizar dichas disquisiciones; no tenía ni idea de qué era lo que le esperaba, pero estaba seguro de que sería revelador.

 

- La muerte me ha enseñado mucho más que cualquier maestro, y me ha mostrado cosas de mí que hubiese deseado no conocer. No tengo intenciones de faltarle el respeto. - agregó, secamente, pero con suma sinceridad y esperando que el momento de revisitar viejos demonios (el cual sabía llegaría) no estuviese a la vuelta de la esquina aún. - No planeo dominarla, ni siquiera busco entenderla. Quizá peque de bajas expectativas, pero lo único que busco llevarme de usted es una forma de viajar por la vida sin tenerle miedo a algo que, para otros, no es más que la próxima aventura. Cualquier otra cosa que usted pueda enseñarme, o sea suficiente en su reemplazo, me bastará.

 

Mantuvo su expresión inmutada mientras se aseguraba de hablar con cuanta calma y humildad podía convocar en su estado de resaca. No quería darle signo alguno al Arcano de estarle faltando al respeto, y quería que entendiese que su decisión de estar allí hoy, frente a él, era todo menos premeditada.

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LA PREGUNTA

El Arcano resopló.

Cuando la segunda figura apareció torció los labios y entrecerró su ojo bueno. Matthew había tardado más de la cuenta, considerando su nivel de fanfarria desde que cruzó el umbral de su mazmorra. La muchacha que ingresó con él al Tártaro ya estaba a punto de finalizar su prueba, más no se precipitó como en ocasiones anteriores a encasillar a su alumno pues éste mismo podría sorprenderlo más adelante, cosa que solo sabría si formalizaba el comienzo de la parte difícil de la habilidad.

—Me alegra verlo regresar en una pieza señor Triviani.

Fue todo lo que se limitó a decir pues no quería retrasarlo demasiado. Fuera la noche por fin había caído, porque evidentemente el mago había perdido la noción del tiempo tras cruzar el portal hacia la tierra de los muertos, y necesitaría descansar si quería presentarse al día siguiente donde Báleyr le indicaría a continuación. Invitándolo a regresar a su cómoda silla, rebuscó su pipa y caló profundo el humo hasta impregnar sus pulmones de éste, llevaba horas sin fumar y las hierbas lo relajaban bastante a la hora de probar el conocimiento de sus pupilos.

—Dígame joven, después de todo ésto y... aquello ¿Cree estar listo para presentar respetos hacia la habilidad?

Si la respuesta de Matthew resultaba afirmativa no tendría más que marcharse para reponer fuerzas y regresar a los colindes del lado que partía el ateneo en dos, al día siguiente, cuando el sol recién estuviese saliendo —para tener mucho más tiempo que el día ya perdido— para encontrarse con el hosco Arcano y sobrevivir las pruebas que éste decidiera era idóneas para su persona; una vez llegase a la tan ansiada pirámide, todo dependería de él y lo aprendido.

Tamborileó sus dedos en la rodilla cruzada. Había dos almas más esperando a por él, una a punto de morir y la otra en miras de aprender sobre aquello.

 

 

 

PARA NATHAN WEASLEY (@Nathan A. Weasley)
—Siempre me ha parecido de muy mal gusto cruzar palabras en el umbral de una puerta.
Soltó el Arcano sin mucho preámbulo. Haciéndose a un lado permitió que, si así lo deseaba, el pelirrojo ingresase a la fría mazmorra que le servía de vivienda. Su vida era humilde, o desaliñada, dependiendo el ojo de quien la mirase. El cuarto carecía de muebles, aunque sí tenía los necesarios, sus paredes —cosa curiosa— eran gélidas y viejas pero no estaban húmedas; los libros que rodeaban a los dos personajes como una coraza literaria del más puro conocimiento hubiesen sido los primeros en sufrir consecuencias de no tener hechizos anti moho todo el lugar. Aun así quizás Nathan dudase de que Báleyr leyese alguno de todos esos tomos, primero porque poseía un solo ojo bueno y segundo porque allí la iluminación se basaba en un par de antorchas estratégicamente colocadas para crear monstruos de las sombras y tres pobres candeleros.
—Quien sabe qué ráfaga de viento pueda llevárselas, o incluso a dónde.
Finalizó su explicación cerrando por fin la puerta tras de sí. Matthew se había marchado segundos antes, por un pasillo completamente diferente así que una vez más se sumía en la tranquilidad que solo dos magos a la vez le producían. Dejó atrás al hombre para acomodarse en un viejo sofá, cruzar una pierna sobre la otra con decoro y llevar la característica pipa a sus finos labios. Le causaba cierta molestia tener ante sí a un individuo poco seguro de lo que quería o al menos de lo que le interesaba sobre la Nigromancia, como si pensase cada palabra antes de hablar buscando las adecuadas para contentarlo. Nada le irritaría más que soltar al mundo un Nigromante que titubeara al tener un corazón muerto entre las manos, por lo que, tras soltar el humo de una calada, lo invitó a sentarse.
Sería franco.
—Existen tres sendas fundamentales dentro de ésta mancia. Quien la practique debe conocerlas íntegramente o podría cometer errores fatales. Muchas personas creen que el orden no importa y, déjeme decirle, lo equivocados que están.
>La Senda del Osario se ocupa principalmente de los cadáveres y de los métodos por los que las almas muertas pueden regresar al mundo de los vivos, temporal o permanentemente. Y La Senda de las Cenizas permite a los nigromantes observar las tierras de los muertos e incluso afectar a los objetos y criaturas que las habitan. Ésta última se considera ciertamente más peligrosa, pues cuanto más contacto tiene un Nigromante con la tierra de los muertos más vulnerable se torna a los entes como fantasmas, entre otros.
Hizo una pausa por si Nathan quería agregar o preguntar algo y cerró la idea apoyando los brazos en su regazo.
—Y por último está la Senda del sepulcro, que permite ver, invocar y dar órdenes a los espíritus de los muertos. Por consiguiente ésta ocupa el primer puesto dentro del aprendizaje. Si yo le dijese a usted ahora mismo que pretendo enviarlo al tártaro sin más conocimiento que la Senda del Osario y de las Cenizas ¿Cree que podría superar cualquier adversidad?
Alzando una mano y agitando el dedo índice en dirección a las bibliotecas extensas logró que un pesado tomo volase hacia ellos. Esperaba que Weasley fuese lo suficientemente ágil porque de lo contrario el libro golpearía su cabeza. Luego, sin verguenza, reposaría en sus piernas abriéndose en el capítulo que repetía lo que acababa de oír. Si era conocimiento todo lo que buscaba, entonces podría marcharse contento con la parafrasería que Báleyr soltó ante él.
Editado por Báleyr
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El tártaro

 

Me perdí en la neblina.

 

Seguí los graznidos del cuervo aun cuando oía que alguien más me llamaba. Aquella estridente melodía me tenía hipnotizada. Se que di más o menos cuatro pasos hasta que alguien me tomó por el codo y me hizo voltear con la delicadeza de una bailarina. Elvis y yo bailábamos entonces al ritmo de la muerte, aunque en mis ojos apagados podía notarse quién seguía los pasos más acorde que el otro. Le sonreí, estaba contenta de verle y a diferencia de horas atrás —pues allí abajo el tiempo parecía no correr— lo demostré estrechando una de sus manos, la que me asió, entre las mías con suavidad. Sentí un espasmo de calor en todo el cuerpo que me sacudió, volví a sonreír y me toqué la garganta encogiéndome de hombros, Circe poseía mi voz ¿Pero qué más me había quitado?

 

"¿Serías tan amable de venir conmigo?" Lo escuché.

 

Asentí dispuesta a regresar, si Báleyr le hubo enviado por mi quizás no estaba preparada para visitar el mundo de los muertos, pero mis pies no se movieron de lugar. Miré hacia abajo y el pánico se adueñó de mi, las raíces de alguna planta nativa había confundido mis piernas con un palo guía para crecer fuerte hacia el inexistente sol. Abrí los ojos horrorizada e intenté zafarme más cuando más tirada más crecía. Gryffindor, sin inmutarse me preguntó si debíamos tomar una barca, había olvidado que detrás mío discurría el río de las almas en pena. No daba crédito a su falta de solidaridad para conmigo, viéndome en tal desesperante situación.

 

Más tarde comprendería que todo ello sucedió solo en mi mente y el mago simplemente me veía observando mis pies como una traumada, temblando un poco y poniéndome cada vez más blanca.

 

Luego de lo que me pareció una eternidad las raíces se marchitaron como todo en derredor. Alcé una vez más mis ojos hundidos, grises como el tono más llamativo de aquella fauna, carente de verde vida, y busqué a Elvis por diestra y siniestra pero él ya no estaba allí. Se había marchado sin mi ¿Y yo? lentamente comenzaba a tomarle gustito al aire gélido del tártaro, al silencio de sus brisas susurrantes, a los clamores de las almas que se ahogaban y luchaban por salir de su pena a orillas más.

 

—¿Disculpe, se encuentra bien?— Preguntó alguien tras de mi. Di un respingo quedándome sin aire aunque sentía que tenía años sin respirar.

 

—C-creo que estoy perdida— Le respondí, dubitativa.

 

Una hermosa y excéntrica mujer se presentaba a menos de dos metros. Un fino halo de luz azulina se desprendía de su piel de porcelana, con los ojos color almendra más grades que jamás había visto y una media sonrisa por la que incluso yo le bajaría la luna. Vestía camisón, como siempre soñé que se verían las personas después de morir, y con la mano izquierda sostenía el extremo de una cuerda quemada que alguna vez perteneció a una horca.

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No lleva mucho tiempo frente a él, y ya le sorprende la excentricidad del carácter del Arcano. Momentos atrás, ni siquiera se molestó en saludarlo y ahora insiste en gestos de cortesía para que el mago ingrese a su hogar. Nathan se limita a asentir e ingresar en la pequeña morada de Báleyr, para luego seguirlo dentro de una habitación en donde la temperatura parece haber descendido unos cuantos grados en cuestión de segundos. Allí, las paredes están repletas de estanterías con volúmenes que delatan su edad por lo maltrechos que están: la mayor parte de los encuadernados están descascarados, y las letras escritas en los lomos han perdido su brillo luego de tanto tiempo. Cada cierto intervalo, una antorcha emana un fuego que ilumina la habitación y parece constituir la única fuente de calor.

 

El Arcano toma asiento, y si bien no recibe una orden directa para hacerlo el también, le parece aún más extraño permanecer de pie. Se acomoda en el sofá directamente en frente al suyo y, por unos segundos, reina el silencio. Tiene la impresión de que Báleyr lo está engañando o, incluso más, juzgando. Tiene la impresión de que hay algo que éste quiere decirle pero, por alguna razón, no procede. La falta de honestidad le es irritante: ¿no se supone que esta gente es inmune a aquellas absurdas conductas que tanto tergiversan las relaciones humanas? ¿no se supone que su edad los hace más sabios? Hubiera esperado, al menos, que el Arcano tuviese la deferencia de ser honesto con él. Una vez más elige guardar silencio, y esperar a que éste hable, sea con la total verdad o no.

 

Finalmente comienza a hablar y, como esperaba, se zambulle directamente en los contenidos teóricos. Se asegura de mantener su rostro impasible mientras se concentra en lo que le está explicando.

 

Creo, de hecho, que no tendría chance. – responde, luego de un rato, tras haber meditado la pregunta que el Arcano le hizo. – ¿Acaso no es el Tártaro un lugar de sufrimiento eterno? ¿el lugar a donde van a parar todas las almas que serán castigadas por la eternidad? – pregunta, no de manera retórica, sino esperando que Báleyr confirme lo que para él hasta ahora son creencias mitológicas potencialmente extrapolables gracias a los dominios más arcaicos de la magia – De ser así, imagino que esos espíritus están llenos de rencor y sed de venganza; independientemente de ser capaz de manejar las otras cosas, con ellos en mi contra y sin forma de comunicarme con ellos, ¿cómo puedo evitar que se pongan en mi camino?

 

Larga un suspiro cargado de desilusión. Sabía y había escuchado que Báleyr era un experto de las Artes Oscuras y que la Nigromancia caía dentro de ellas. No había venido aquí con falsas expectativas esperando ver cosas ajenas a la parte más despreciable de la muerte, pero a decir verdad había tenido la esperanza de que el Arcano le enseñase a ver la muerte más allá de esas consideraciones y, en toda honestidad, ni siquiera había hecho una introducción. Sin embargo, había prometido no quejarse y seguir las directivas de él. Tal y cómo había dicho, él era el Arcano y Nathan su pupilo. A lo sumo podía esperar una sorpresa al final...

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—Inteligente su contra pregunta, precipitadas sus conclusiones señor Weasley.


El tomo había golpeado bruscamente el hombro derecho del mago sentado frente a él. Báleyr enarcó una ceja esperando al menos un sonido que denotara queja o dolor, molestia, el libro era tan pesado y albergaba tanto conocimiento que podría haberlo esguinzado. Una segunda calada a su pipa hizo que su ojo bueno se entrecerrara mientras intentaba anticipar la siguiente palabra de su pupilo, pero éste no habló, de cierta manera se mostraba alicaído. Había relajado los músculos de la espalda y al soltar el humo de sus viejos pulmones el Arcano pudo deducir por su postura que se encontraba, de alguna manera, desencantado.


Del centro del libro abierto en dos emergió una burbuja cristalina que no parecía en lo absoluto frágil.


Perfectamente podía verse una mínima y algo borrosa proyección del averno. Un personaje de sexo femenino, algo confundido pero acompañado, se dirigía hacía el centro del recinto. El anciano tuerto por primera vez en mucho tiempo sintió una punzada de pánico, algo de incomodidad, jamás había perdido un alumno desde que los Directivos de Hogwarts convocaron tanto a Arcanos como a Guerreros Uzza, pero no hubo forma de hacer regresar a la señorita Macnair luego de cruzar el portal, guiada por Circe, el fantasma que solo deseaba engañarla y quedarse con su cuerpo.


—Le contaré algo que no suelo hacer con mis alumnos, de hecho creo que jamás lo hice en todos los años de vida que llevo respirando. Pero, he de confesar también, que me encuentro en un aprieto— se enderezó en el sillón y dejó la pipa sobre una mesita a un lado —El Tártaro no es solamente un sitio de pena y sufrimiento eterno, a menos que tu paso por el mundo terrenal así lo dictamine, pues, nadie se va de aquí sin pagar por lo que hizo, sea bueno o malo su proceder.


La esfera levitó hasta detenerse unos cuantos centímetros antes del pecho de Nathan.


—Lo cierto es que una vez allí, al sitio que los antiguos griegos conocían como El Hades, se debe transitar por un caudaloso río que se divide en otros más modestos. Éstos convergen creando el río Aqueronte. Según quién hayas sido aquí, según quién haya sido usted señor Weasley y cómo haya obrado mientras vivía será el rumbo que Caronte le mostrará; efectivamente allí las almas en pena, las oscuras, las malignas sufrirán eternamente transitando el río Estigia. Pero si ha actuado con bien, si su alma es pura hasta el final de los días, entonces Caronte solo le cobrará el paso hacia un lugar mejor, donde no sufrirá y podrá reposar en paz.


Suspiró. Arya podía verse ahora muy bien en esa proyección.


—Más para toda ésta preparación, para la decisión de qué río tomar, de hacia dónde ir, se debe estar completamente seguro de quién eres y quién fuiste. Si un Nigromante pierde esa noción su alma puede ser corrompida por cualquier ser que desee regresar al mundo terrenal, podría perderse para siempre. Esa jovencita es un claro ejemplo de lo que le digo, acudió a la invitación de un espíritu maligno creyendo que dominando dos de las tres sendas sería capaz de regresar aquí y está al borde de la locura. El tiempo allí abajo, señor Weasley, es relativo.


Inclinándose hacia delante cerró el tomo con manos firmes y como un reflejo la biblioteca desde donde éste salió volando se movió hacia la izquierda dejando entrever un pasadizo oscuro que daba a unas escaleras descendentes. Nathan podría recorrer los mismo pasillos que su alumna recorrió momentos atrás, intentando memorizar lo leído acerca de la senda del Sepulcro y los encantamientos en lengua muerta que le permitirían dominar ánimas y otros posibles obstác.ulos. Allí abajo, en una modesta y vacía mazmorra se toparía con un Gromorio, el mismo que Manair abrió pero no sería Circe quien la recibiera sino el mismísimo portal.


—Si usted logra regresar el alma de mi alumna aquí, al menos casi cuerda, le prometo demostrar que no todo lo competente a la Nigromancia es oscuro y apesta a muerte, no siempre se trata de ínferis y almas en pena hambrientas por cuerpos de carne y hueso. La Nigromancia también puede liberar, limpiar, purificar, curar... ¿Qué me dice señor Weasley, se cree capaz de hacerlo?

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¿Pero qué m...? >> soltó, irritable.

 

Al parecer, los efectos de la botella de tequila de la noche anterior aún eran patentes en su organismo: nunca vio el pesado tomo de literatura que se acercaba a él a una velocidad alarmante hasta que fue demasiado tarde. Sus reflejos, así mismo, estaban atenuados y la única razón por la cual el libro no golpeó en su cabeza fue porque alcanzó a erguir su espalda de manera que acabó recibiendo la totalidad del impacto en su hombro derecho. Instintivamente se llevó la mano hacia el y se frotó el lugar mientras hacía lo posible para esconder el dolor y que éste no fuese evidente en su rostro: no quería enseñarle más debilidades a Báleyr de las que fuese necesarias a sabiendas ya del centenar de prejuicios que tenían los arcanos normalmente para con los magos europeos.

 

Por fortuna, el libro flotó hasta disponerse entre medio de ambos y se abrió justo en el medio para dar nacimiento a una suerte de esfera de cristal que levitó entra ambos y palideció hasta formar una imagen. Y por suerte lo hizo, porque Nathan no pudo sino quedar boquiabierto ante ella, el dolor ahora expreso en su rostro de una manera menos tangible pero igualmente potente. No reconocía las inmediaciones donde ella se encontraba – aunque estas mostraban suficiente desidia como para asumir que era el infierno – pero su rostro se veía tan claro y reconocible como si no más de una semana hubiese transcurrido desde la vez en que ambos estuvieron de la mano bajo un manzano en los jardines de la Vieja Academia. El dolor amenazó con dominarlo, y ciertamente lo paralizó, dado que para cuando notó que Báleyr le estaba hablando ya se había perdido una parte de su perorata.

 

Arya – había susurrado él, apenas audiblemente, pero con el peso de su nombre en sus labios que de pronto se encontraban secos. Su susurro, sin embargo, se perdió entre las palabras del Arcano.

 

Nathan escuchó el resto con mayor detenimiento; sólo recordaba algo de 'aprietos' y a juzgar por lo que veían sus ojos Arya parecía estar en problemas. Había algo en el rostro de la pelirroja que lo inquietaba, que no debía estar ahí, que opacaba la belleza que normalmente la caracterizaba como un rayón accidental de pintura en un lienzo hasta entonces perfecto. Podía ver incluso su abdomen abultado, fruto de la pasión con otro hombre que no era él pero que Nathan encontró, aún así, le preocupaba. Efectivamente estaban... sí, los dos >> ...en problemas. ¡Por supuesto que se hubiera venturado aún sin tener el dominio de las tres sendas! ¡Era Arya de quien estaban hablando! ¿En qué demonios había estado pensando Báleyr en permitirle hacer una cosa así? ¿Acaso no era su función como docente reconocer las limitaciones de sus alumnos y exponerlos a desafíos progresivamente en función de los mismos? ¿Qué sentido tenía enviarla en una misión que él sabía iba a fallar?

 

Inconscientemente, había cerrado sus manos en puños que presionaban hacia abajo contra los apoyabrazos del sillón en el que él estaba sentado. Aquella ira no era propia de él, pero la irracionalidad del Arcano lo indignaba... ¿y ahora él, un mago europeo como cualquier otro de los que despreciaba en una jornada normal, tenía que ir a buscarla? ¿acaso él, nigromante de décadas sino siglos, no podía ir al tártaro y comandar fuerzas a su albedrío para que la liberasen? ¡La audacia del hombre! > pensó, súbitamente ... ¿sabrá Báleyr de alguna manera lo que Arya significa para mí? >> Aquello tenía sentido, aunque a la vez no: ¡por supuesto que él la rescataría: escalaría cada montaña y nadaría cada océano en el mundo por ella si fuese necesario! ¿pero cómo lo sabría el Arcano? No había descuidado su oclumancia en ningún momento hasta ahora, no podía haberlo visto en su mente. ¿Era posible que Arya lo hubiese revelado, de alguna manera?? >> Era poco probable. La mujer había dejado bastante en claro que él ya no era una parte de su vida, y cómo surgiría su nombre en una clase espontáneamente, Nathan no se podía imaginar.

 

Negó con la cabeza. Nada de eso importaba. Sólo importaba rescatarla.

 

Sí, por supuesto, haré lo que haga falta. – dijo, con una convicción que tenía para muy pocas cosas, mientras se ponía de pie aferrando su varita con fuerza. Desde el momento en que Báleyr había cerrado el libro, había salido de su ensimismamiento con un único objetivo: ponerla a salvo, al diablo con la clase, habría tiempo para eso después. Levantó la mirada hacia el pasadizo que se había abierto hacia un lado de él, donde momentos antes había estado una biblioteca.

 

No le dirigió otra palabra al Arcano, por alguna razón estaba tan molesto con él que no podía ni mirarlo, aunque otra parte de sí le decía que él también estaba siendo irracional al comportarse así. Quizá su enojo estaba dirigido más bien hacia Arya, por venturarse en lo que parecía una misión suicida, o hacia él mismo por haberla dejado ir años atrás o estar recriminándole ahora por seguir lo que sabía eran los cabales indomables de su corazón. Después de todo, él ya no era nadie para juzgar las acciones de la Macnair, y demasiada agua había pasado bajo el puente desde la vez que lo fue. Mientras descendía los peldaños de la escalera que lo llevaban a lo que asumía era un sótano, las antorchas de fuego eterno atestiguaban el par de lágrimas que resbalaban por sus mejillas mientras intentaba secarlas con vehemencia. Si eran de ira o tristeza, aún no sabía, pero no debían estar allí. Debía concentrarse.

 

Eran, en verdad, difíciles aquellos tiempos en los que la virtud le tenía que pedir perdón al ocio.

 

Al pie de la escalera encontró una habitación espaciosa, iluminada por antorchas idénticas a las de la escalera, espaciadas entre estanterías empotradas sobre piedra grisácea y húmeda. En el centro de la recámara había un atril de madera caoba oscura, sobre el cual reposaba un libro que Nathan reconoció de inmediato. Jamás había visto uno más que en fotografías, pero lo reconoció por la energía que éste emanaba: energía tan oscura como el lugar al que le daría acceso, que reconoció gracias a la magia del clan de los Oscuros al cual la Orden del Fénix le había dado acceso recientemente. Aún no se acostumbraba a hacer disquisiciones entre las graduaciones más finas de la energía que los objetos normalmente emanaban, pero el afluente de aquel Grimorio era tan oscuro que él, aún en sus estadios más tempranos de entrenamiento en el Clan, pudo reconocerlo.

 

No sabía mucho más acerca de los grimorios que cualquier otro lego, pero sí sabía que su encuadernado no cedería como el de cualquier otro libro. Los grimorios requerían pagos a cambio de enseñar sus secretos, y Nathan no tenía mucho más para ofrecer que su sangre, por lo que esperó que aquello fuese suficiente cuando usó su varita para perpetrarse en corte en el antebrazo, del cual comenzó a emanar un fino hilo de sangre roja rutilante que, al caer sobre el encuadernado del grimorio, fue absorbida de inmediato. Unas cuantas gotas bastaron para que la portada se despegase del papel que protegía, y Nathan lo abrió aleatoriamente a la mitad del libro para comprobar la sospecha que, de alguna manera, ya tenía dentro de su mente: el libro no era más que un intermediario entre él y el portal que, ante el visto bueno del Grimorio, se materializó de la nada misma a unos metros de él.

 

Por unos segundos, Nathan se quedó estático, batallando un tira-y-afloja entre la necesidad de ayudar a Arya y la realización de que sus conocimientos sobre la Nigromancia no eran muchos, por no decir nulos. ¿En base a qué se adentraría en el averno para ayudar a la muchacha? ¿qué herramientas tenía él para hacer frente a los espíritus que, resolutivamente, le harían la vida imposible? No tenía nada, era cierto, pero tampoco tenía opción. Tanto si quería ayudar a Arya como si quería continuar su formación, debía atravesar el portal y venturarse en el infierno rogando que, ésta vez, el juicio de Báleyr fuese acertado y que, cualquiera fuese la formación y el entrenamiento que tuviese de antes, le bastase para ir y volver ileso, por no mencionar vivo. Suspiró, resignado por lo desalentador de su pronóstico, y atravesó el umbral del portal dejando que la magia del mismo lo enterrase en sus fauces.

 

*****

 

Sólo para co-existir con el nerviosismo que aquel desafío le significaba, Nathan se repitió en su cabeza lo poco que sabía sobre la Nigromancia.

 

Hay tres sendas. Osario es resurrección de las almas. Cenizas es el control de los objetos y criaturas del tártaro. Sepulcro es el control de las almas y espíritus. >> sabía que era una versión simplificada de las cosas y que detrás de la extrapolación que el hacía para calmar sus ansias, había kilómetros metafóricos de terreno explorado y no explorado sobre los alcances de aquella magia negra. Hay tres sendas... >> una y otra vez se lo repitió mientras, a paso tímido pero progresivamente más decidido – aunque fuese por convicción más que por confianza en su pertenencia allí dentro – avanzaba dentro del averno.

 

Y así caminó. Caminó, caminó y caminó. No pasó demasiado tiempo hasta que las palabras que repetía en un sinfín hartante perdiesen significado, más le valió de recurso para las tantas instancias en que alguna que otra criatura o espíritu se le acercaba para hacerle inquisiciones acerca de su razón de estar allí, su ofrenda indecente de ayuda en su propósito o, más importantemente, sus amenazas de tortura. Parecía que ignorarlos era suficiente, al menos por el momento, pero dudaba que aquella estrategia le sirviese para siempre. ¿Dónde estaba Arya? Era menester encontrarla... estar allí le hacía sentir sucio y, extrañamente, lo forzaba a pensar en los grandes errores de su vida y las cosas que, normalmente y en la tierra de los vivos, se concentraba con todas sus fuerzas en ignorar.

 

Caminó...

 

Tiempo.

 

Caminó...

 

Segundos.

 

Caminó...

 

Minutos.

 

Caminó...

 

¿Horas? ¿Dónde estaba....?

 

¡Arya! – exclamó, al verla. Su nombre ya había salido nuevamente de sus labios cuando supo que hacerlo fue un error.

 

Macnair no estaba sola. Un fantasma la acompañaba y, pudo ver (o saber... de alguna manera lo tenía claro), la presencia del Weasley no era grata para él.

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El espíritu ahorcado


—¿Perdida? Bueno, veamos qué podemos hacer por ti


La mujer no poseía brillo en sus ojos pero aun así existió un efímero refulgir en ellos. Un par de cuencas oscuras que no reflejaban más que el alma mórbida de una persona que no deseó más su vida cuando la poseía, que cuando finalmente la perdió. Parecería ilógico, pero así sucedía con la mayoría de las personas que no se atrevían a verse cara a cara con Caronte, individuos tristes que no disfrutaban del respirar e intentaban por todos los medios acabar con un sufrimiento infundado, terminar la lucha contra unos fantasmas inexistentes; consiguiendo aquello era que comprendían cuán preciado tesoro se habían arrebatado, ahora, junto a Arya, el espíritu ahorcado buscaba renacer.


La condujo por el borde del río de las ánimas, en sentido contrario al embarcadero donde el guardián de barcazas aguardaba por los recién llegados. Su vestido blanco carecía de bolsillos ¿Dónde entonces tendría monedas para pagarle? aquella había sido siempre su excusa, la falta de ofrenda para el secuas de Hades, además de conocer perfectamente cuál rumbo tomaría su bote, sufriría, aun más que en la tierra.


—Resulta que conozco a un amigo. Es más bien amigo del amigo de un conocido, aquí después de un tiempo todos se vuelven familia ¿Cómo me dijiste que te llamabas?


La muchacha le respondió algo confundida. Estaba pálida, pero era un pálido enfermizo, no muerto.


—¿Arya uhm? Bonito nombre ¿Y cuánto tiempos llevas aquí perdida, Arya?


Gwendolyn, como se llamó en algún momento, sabía perfectamente que si la muchacha que ahora estaba a su izquierda llevaba años en el Tártaro, perdida y confundida no le serviría de envase ni mucho menos. Cuanto más reciente hubiese sido el contacto con el mundo terrenal, mejor. Pero no consiguió una respuesta, ni tampoco llevarla donde su "amigo" pues alguien interrumpió, y no de una manera sutil sino más bien gritando el nombre de la fémina a todo pulmón. Allí abajo existían distintos personajes, buenos, malos y no tan malos pero si algo era sabido, que en ninguno se podía confiar.


El espíritu ahorcado había oído sobre un Nigromante que pasaba muchos más tiempo allí abajo, lucrando con los fantasmas en pena, que arriba. Por lo tanto, una persona con tamaño poder y conocimiento, cobraba una parte de tu alma por entregarte el cuerpo de cualquier alumno desprevenido de algún otro colega, o de adolescentes tontos y curiosos que llegaban al lugar por mera casualidad. Al momento de toparse con la pelirroja desorientada, aquella idea cruzó su mente perturbada, pero ahora alguien truncaba sus planes en pañales.


—¿Lo conoces?


Le susurró.

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Impaciente y ansioso de obtener los conocimientos de la nigromancia, dudaba de esperar hasta la mañana siguiente. Cabizbajo y apoyado por mis puños en un rústico mesón de madera que se empotraba en un grueso tronco de un árbol en el castillo de los Black, observaba la máscara mortífaga que parecía incitarme a obtener el conocimiento por la fuerza. Sabía que los arcanos eran seres de vasto poder, pero tras mi reciente salida como ministro de magia, conocía de su pacto y del cómo no podrían negarse a dar las enseñanzas correspondientes a quienes fuesen en su búsqueda una vez cumplidos ciertos requisitos de los que ya me jactaba. Por otra parte, era un mago de prácticas tenebrosas, con ideales supremacistas que me habían puesto a la cabeza de dos grandes bandos, los volderistas y los grindelwalistas, así que no veía del porqué no asistir a la obtención de la Nigromancia con la identidad genuina de mis principios.

 

Una gota de mi sudor había caído sobre la frente de la rústica máscara platinada; elevé la mirada hacia el oscuro y frondoso bosque que custodiaba el castillo y luego de absorber la identidad mortífaga como humo entre la palma de mi mano, crucé la varita ligeramente sobre mi semblante para que la misma se aferrara a mis facciones. Asistiría a las enseñanzas de Báleyr bajo el seudónimo que labraba mi arduo camino por el mundo mágico, el cincel, Caelum Black. No fue sino hasta que ajusté las mangas del traje oscuro y pulcro que llevaba, que me consumí entre llamaradas de fuego oscuro para formar una voluta de espesa niebla negra con la que surcaría los cielos hasta el famoso ateneo.

 

Era de noche y mi esencia se mezclaba con las larguiruchas nubes que anunciaban el Otoño sobre Londres, de pronto, me concentré en Mahoutokoro, lugar al que había asistido ya una vez pero en distintas circunstancias y desaparecí tras un apagado sonido que dejó un vórtice inalcanzable, desconocido para quien haya decidido seguirme.

 

***

Tras visualizar el punto más alto de la isla volcánica, lugar recóndito y escondido entre pomposas nubes, se visualizaba el colegio de magia y hechicería japonés; en su ateneo, se impartirían otras habilidades, distintas a la que buscaba en mi afán de conseguir más poderío y una vez que burlé la seguridad, ingenuo del poder al que me debería enfrentar, descendí cuan ave rapaz hasta las estancias de los arcanos. Cuestión que se podía visualizar fácilmente desde el cielo. Allí, al norte y aisladas del resto, una puerta de oscura madera parecía llamarme de tal forma que me hizo dudar de si ya conocía todo mi destino. ¨Pero más fue mi sorpresa cuando se abrió a centímetros de tocarla, dándome paso a una recepción tan pulcra como avejentada, una estancia perdida en el tiempo.

 

- Veamos que tienes por acá, anciano...- susurré en un siseo distorsionado producto de la máscara que ocultaba mi identidad.

 

Preso de la admiración hacia los conocimientos que el arcano pudiese otorgar, manos enguantadas, deslicé los dedos por algunos libros de la estantería, recorriendo la pequeña salita hasta dar con otra puerta escondida bajo la sombra de otros muebles y estantes cargados de todo tipo de sabidurías. Luego de intentar abrirla con numerosos hechizos, me di por vencido, volviendo a las primeras estanterías para buscar algún objeto que pudiese servirme en la creación de mi próximo horrocrux.

 

De pronto, se oyeron unos pasos...

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Tártaro

 

—Arya

 

Le respondí, me sentí aturdida por un momento, cuando su mano fría se aferró a mi antebrazo para guiarme por los lindes del río Estigia. No sabía si su amigo me iba a ayudar, tampoco entendía la relación o siquiera donde estaba, al momento de pronunciar mi nombre éste me resultó confuso, ajeno y a mi alrededor los segundos comenzaron a morir. Olvidé qué hacía allí y por qué había llegado en un primer momento, también olvidé, por consiguiente de dónde provenía. Me llevé ambas manos al vientre, éste me dolía terriblemente y ¡Dios mío! era enorme, pero no como si se tratase de un golpe o hinchazón normal, sino más bien de un avanzado estado de gestación ¿Cómo podría haberlo pasado por alto?

 

Me detuve, miré a la mujer que me acompañaba, estaba tan pálida y su tristeza me cortaba las entrañas, desbordaba amargura por aquel par de ojos oscuros y hundidos. Pero lo que ciertamente me perturbó fue la soga que pendía de su mano libre, la que no me estaba afincando las uñas.

 

Le sonreí mientras me contaba sobre el "amigo de su amigo" oyendo con absurdo interés, aquel Nigromante sabio que residía en el Tártaro desde hacía algunos años. Tal hombre había encontrado el vacío legal en las clausulas de un Grimorio, el de las almas para ser precisos. Ahora realizaba pactos con los muertos que anhelaban volver a la tierra, ellos deberían proveerle un alma que pendiera de un fino hilo entre la vida la y el más allá, entonces el podría simular un ritual en donde las ánimas en pena se apoderaban del envase y el propietario de dicho cuerpo acababa cediendo sus posibles próximos años de vida al Nigromante.

 

Él solo quería ser eterno, ya que se rumoraba que la piedra filosofal había sido destruida.

 

De pronto alguien gritó. Me estremecí de pies a cabeza, las aguas del río se alteraron y todo el suelo bajo nuestros pies se removió. Gwendolyn me preguntó si lo conocía, más por mucho que intentara cuadrar al pelirrojo en mis recuerdos, una inmensa pared mental no me lo permitía. Hice una mueca de disgusto ante la situación, quise caminar hasta él pero la fémina no me lo aconsejó "Aquí existen almas malignas que querrán apoderarse de tu cuerpo, Arya, eres un nexo con el mundo terrenal, sígueme si quieres vivir" fueron sus palabras.

 

Había ingresado al averno sin ser capaz de dominar las tres sendas a la perfección. Sin estar segura de mis debilidades, miedos y carencias, sin ser capaz de controlar la pizca de tristeza que aun guardaba muy dentro mío. Había sido una pésima idea, sí, pero quizás la presión me llevase a ser una buena nigromante a fin de cuentas, si despertaba de aquel letargo tétrico y gélido.

 

—P-pero conoce mi nombre...

 

Le respondí, enarqué una ceja pues ella misma lo acababa de pronunciar y si nosotras no nos conocíamos solo podía significar una cosa: Lo había aprendido de mi, y yo comenzaba a olvidarlo.

 

—¿Quién eres y qué quieres?

 

Tenía, por fin, la varita en mi diestra. Miraba a Nathan directamente a los ojos y el corazón me latía como un loco, eran puñetazos de boxeador buscando quebrarme las costillas, no me dejaba respirar.

 

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