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Libro de los Druidas


Badru
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¿Es que estábamos en el pasado...? Vagamente, mientras atraviesa el portal creado por Badru, recuerda las notas al pie de la página sobre el encantamiento fulgura nox. Un mago erudito en Historia de la Magia y Runas Antiguas, es capaz de abrir portales al pasado; un Vidente, portales al futuro, y un Nigromante, portales al mundo de los muertos. Pero ella no posee ninguno de esos conocimientos ni ninguna de esas habilidades, así que tiene que conformarse con hacer portales en el mismo tiempo, en la misma dimensión.

 

Aquella familiar sensación vuelve a invadirla, mas desaparece más rápidamente que la vez anterior. Madeleine supone que ha de estar acostumbrándose a usar aquel encantamiento para moverse y que, en algún momento, al igual que Badru, parecerá inmune a sus efectos secundarios. De un momento a otro, dejan atrás el caos del mundo antiguo y regresan a la plaza donde comenzaron las enseñanzas. Mientras se recupera, puede escuchar crujidos rocosos. Frente a ella y al guerrero, aparecen tres estatuas de piedra, encantadas para moverse. Las varitas los apuntan amenazadoramente; se preocuparía, de no ser porque está convencida de que no pueden realizar magia. Son sólo marionetas.

 

Badru le da unas indicaciones, que la dejan perpleja. ¿Las estatuas me van a atacar? ¿Cómo es eso posible? Sin embargo, como cosa rara, decide no cuestionar y en cambio, actuar. Cada vez está más interesada en los hechizos de aquel libro, a diferencia de las experiencias anteriores que le parecieron, a decir verdad, aburridas. Así que alza la varita.

 

Con el primer movimiento, una ligera vibración musical se escucha en el aire. Una melodía bajísima, que distingue más bien por la sensación en la mano que sostiene la varita, que por sus oídos. La primera estatua hace un movimiento, y unas intensas luces la abruman por un momento. Reconoce aquel hechizo: es un strellatus, uno muy potente. Sin embargo, sus ojos se mantienen a salvo, gracias al cantar del eléboro, como habría de esperarse. Así que aquella es una práctica, un poco más obvia, sobre los encantamientos del libro.

 

Nuevamente, realiza un movimiento de la varita. Ésta vez, el polen de lirios de fuego cae sobre ella, y es absorbido por sus poros y las fibras de sus ropas. Cuando la siguiente estatua se mueve también, puede ver unas intensas llamas, apestosas a magia negra, forman un fénix que vuela hacia ella con las alas extendidas, como si intentara abrazarla. Siente un ligero calor, pero el fuego desaparece y Madeleine permanece intacta. Ése es el efecto del ignea, uno que le será muy útil cuando las batallas vuelvan a ser el pan de cada día...

 

Finalmente, conjura a su alrededor un cerco de materia luminosa; éste forma un potente escudo, de un brillante color rojo. La última estatua realiza una floritura, y lo que Madeleine ve aparecer frente a ella es una enorme criatura con un enorme cuerno. No es un erumpent, por suerte, sino un rinoceronte, que corre hacia ella buscando clavarle el cuerno. Pero no la alcanza a ella, sino que éste se hunde en el escudo y lo hace desaparecer. La criatura, sin más órdenes, se mantiene inmóvil...

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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  • 2 semanas más tarde...

Mel se había esmerado con el libro anterior pero tenía la impresión de que había sido más fácil porque lo había llevado dos veces. Es decir, la repetición de los conocimientos había hecho que los hechizos se impregnaran en su cerebro. Usualmente, las cosas no se le quedaban tan rápido y eso le daba dificultades.

 

Debido a su última experiencia con clases en la universidad. Mel estaba vestida con unas sandalias gladiadoras y una túnica blanca con capucha. Sobre ella, llevaba cruzada un morral con los cachivaches Uzza, así como el pesado volumen que le serviría para poder aprender aquella magia todavía desconocida. Su destino era la plaza del árbol del fuego, pero no sabía si por error suyo o por intenciones ya establecidas del arcano, no apareció allí mismo. Tuvo que caminar todavía un corto trecho para poder alcanzar el lugar.

 

En varias oportunidades, tuvo que echar mano de su varita y el pellejo de agua que había llevado. Consumiéndola y llenando otra vez la cantimplora. Se sentía agradecida porque no estaba sola. Al enterarse de que también cursaría el Libro de los Druidas (algo casi completamente fortuito, en opinión de Mel, pero que se había dado gracias a la feliz casualidad de que Richard se la había presentado hacía no mucho) había llegado en compañía de Bel. Una de las brujas que, a pesar de ser inglesa, había conseguido caerle milagrosamente en gracia.

 

Cuando llegaron a la plaza no encontraron a nadie pero tampoco parecía que hubiese habido persona alguna en mucho tiempo. Mel se preguntó si era cosa habitual de las clases, tener que esperar como una estatua bajo el sol abrasador, o si se trataba de un percance sui generis, debido a que quizá Badru se encontraba ocupado. Sea como fuere, Mel esperaba que no demorase mucho o de otro modo, pronto tendría que ir a buscar un baño en el desierto.

 

La sola idea era espeluznante.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Estaba segura, sin que P-ko hiciera el comentario en voz alta, de haber sentido más alegría cuando recibí la notificación de la certificación de mi último libro, que con la llegada del mensaje que confirmaba mi inscripción para el siguiente. No recordaba ya a cuantas personas se lo había dicho (eso pese a estar lejos de ser una persona social) pero llevar aquellas clases la sentía más como una responsabilidad autoimpuesta a mi condición de Alto Rango en el bando, que a un verdadero deseo de aprendizaje "por amor al conocimiento".


Ni las fiestas navideñas o el año nuevo habían mudado ese razonamiento.


Por lo demás, nada era más raro que salir con esas ropas veraniegas (apenas una blusa de estampados de flores amarillas y un short de drill) y sandalias atadas con una delgada correa en pleno invierno londinense. La parte buena era que la desaparición la haría desde el cálido ambiente de mi habitación directo al lugar en el que recibiríamos las clases, y que según me habían informado, era un auténtico infierno.



- Todo listo P-ko, muchas gracias por la ayuda- dije a mi elfina una vez comprobé que todos los amuletos y libros se encontraban al interior de mi inseparable morral- prometo volver sana y salva.


Le di un beso en la frente a mi sonrojada elfina, y cogiendo la varita cerré los ojos, concentrando mi poder en aquel punto que sería mi destino. Pronto, la incómoda sensación de un gancho tirando de mi estómago me indicó que la desaparición había iniciado. Cuando abrí los ojos de nuevo, la imagen de Melrose fue lo primero que distinguí.


Si algo me consolaba era el hecho de que compartiría clases nuevamente con esa muchacha. Era verdad que resultaba rarísima (como casi todos los Moodys), pero era amable y bastante más tratable que Madeleine por ejemplo.


- Creo que se quedaron cortos con la advertencia de las altas temperaturas.


Llevaba medio minuto allí ¡medio minuto! y ya por su frente diminutos puntos de sudor comenzaban a emerger y deslizarse. Sacando un pañuelo del morral los limpié rápidamente, y comencé a observar en todas direcciones la llamada "Plaza del Árbol de Fuego", mientras sentía la arena bajo mis pies como lava ardiente.


- No hay nadie, pero de seguro no tarda en hacer alguna entrada grandilocuente ese tal Badru- solté en dirección a Melrose que parecía desconcertada de que no hubiera nadie- solo espero que lo haga antes que este termine achicharrándome la piel.


Mala cosa haber olvidado el protector solar...

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- ¿Así comienzan su entrenamiento - hablé claramente cuando atravesé el portal de regreso de la prueba final de la anterior alumna - quejándose?

 

Los magos y brujas ingleses en verdad que tenían el ego demasiado alto, confiándose de los conocimientos que tenían... lo que no lograban razonar era el hecho de que sus "superiores" se habían acercado a nuestro pueblo para que les brindáramos un entrenamiento superior para mejorar sus habilidades. Eran muy pocos los que llegaban con humildad ante mi presencia, el primero de muchos guerreros que brindamos nuestro tiempo para entrenarlos.

 

Era una completa lástima, la primera lección y habían fallado.

 

- No necesito presentaciones, - proseguí - conforme avancemos surgirán todo tipo de dudas y necesito que las aclaren si es que quieren llegar a la prueba final. No me interesa lo diestras que sean con su varita, prefiero que se equivoquen mil veces pero que entiendan a la perfección el manejo de cada hechizo en vez de ver como se levantan el cuello por las batallas que se han enfrentado antes.

 

Con un simple movimiento de mi varita hice aparecer dos estatuas de guerreros Uzza a unos seis metros de distancia de cada una de las aprendices y, sin mayor aviso, ambos lanzaron ataques directamente a las brujas indicándoles que la charla introductoria había terminado. Un strellatus de nivel demon hunter había sido el primero de los conjuros que afectaba a ambas, mientras que, el segundo, sería un fuego maldito -dos llamaradas de fénix que impactarían en cada mujer- después de ver la respuesta ante el primer ataque.

 

- El libro de los Druidas es un libro defensivo, utilicen sus secretos con coherencia.

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Es gracioso, porque en realidad, Mel no ha dicho nada. Puede rebatir a Badru, el uzza, poniendo de ejemplo su propio proceder, iniciando tal como según él, ellas han iniciado: con un error, es decir generalizando. Sin embargo, Mel ha notado, debido a la naturaleza de la magia Uzza que no parecen ser personas que discutan amenamente. Mel encuentra las discusiones interesantes pero nunca cuando se trata de enfrentarse sin encontrar en la otra persona el mismo disfrute o si es que aquellos a quienes observa hacerlo no poseen argumentos convincentes. Así comprende que es inútil discutir e intenta separar las palabras directas y útiles del Uzza, de aquellas que no necesita.

 

Presentaciones: no. De acuerdo, eso le va bien. Equivocaciones: sí. Eso también le va perfecto, en cuanto que aún tiene dificultad para ejecutar fregotegos. Luego, la aparición de contrincantes; Mel lo adivina al instante porque fue el método utilizado también por la primera bruja que le dictara la clase del libro de la fortaleza, un procedimiento similar con blancos algo retorcidos, que replicaban el ataque recibido en la persona que lo lanzaba. Nota también que en esta oportunidad existirán ciertas diferencias, debido a que lo primero que percibe es un terrible ardor en los ojos. Sorprendida, se da cuenta que han utilizado un hechizo de bando contra ella ¿pero por qué habiendo tantos en los libros del pueblo de ese tipo? No alcanza a comprender al Uzza, que tan orgulloso parece de su propia gente y sus conocimientos. No está segura de cuál podría ser la mejor manera de proceder a continuación, por lo que tarda un rato en reaccionar.

 

Por supuesto, ha echado un par de ojeadas al libro ese en casa. Es decir, al menos desde que asegurara la inscripción y supiese por tanto que no le quedaba otra alternativa que mostrar algo de interés por aquello que Richard desea que aprenda y para lo cual se ha tomado la molestia de financiarla. Entre los hechizos conoce uno que puede librarla de la ceguera. Por suerte, había alcanzado a calarse todos los amuletos y anillos antes de la llegada de Badru, aunque sospecha que no van a ayudarla mucho a salir de esa. Así, con la certeza de conocer su única alternativa, susurra:

 

―Cantar de Eleboro.

 

El hechizo hace entonces lo que se supone que debe hacer, aunque la propia Melrose había dudado de su efectividad o de si realmente alcanzaría a concretarlo. No sería la primera vez que fallaba en sus intentos por realizar los hechizos de aquellos libros. Sus ojos vuelven a ver, en el preciso instante en que su estatua realiza una segunda floritura. Apresurándose a reaccionar, teniendo en su mente las palabras de Badru acerca de lo importante que es el libro para defenderse, se decide más bien por un hechizo más genérico, sin haber descubierto todavía la naturaleza del ataque pues la estatua se encuentra ejecutándolo. Sus pensamientos se concentraron en una sola palabra:

 

―Obsistens.

 

Enseguida, una materia luminosa se hace presente alrededor de Mel. Es de un tono verde claro agradable, como una mata en la flor de su vida. El fuego en forma de fénix no alcanza a dañarla entonces, debido a que éste llega a ella cuando el cerco ya se encuentra interponiéndose.

 

Mel suspira todavía intacta pero pendiente de la estatua ¿debe destruirla? ¿esperar otro ataque? Lamenta ahora haber usado el obsistens puesto que el fuego podría haberlo parado con igual efectividad con el ignea. Después de todo, el hechizo está diseñado para ello.

Editado por Melrose

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Badru hizo su aparición en ese momento. Era el primer guerrero uzza que veía y la primera impresión me dejó claro que el tipo no se andaba con rodeos. Sus palabras estaban dirigidas a mí, pero lejos de molestarme, aprecié su sinceridad.


Nada me irritaba más que la gente hipócrita.


¿Levantar el cuello por una batalla? Negué con la cabeza. De seguro que le había tocado lidiar con personas así antes pero yo estaba casi en las antípodas de aquel pensamiento. Pocas cosas detestaba más que un campo de batalla, el lugar a donde se llegaba cuando las palabras y el entendimiento fallaban para solo imponerse con fuerza bruta, cual animales. ¿Qué honor o deseo de vanagloriarse podía haber en ello?


Ya que las presentaciones sobraban, cargando ya todos los amuletos y demás objetos Uzza, alcé la varita lista para lo que sería una lección rápida y directa, sin elementos teóricos previos. A seis metros de Melrose y de mí, Badru había creado una estatua para cada una, el elemento con que sin duda practicaríamos en toda la clase. Lo que no esperaba es que sin indicación alguna, ambas comenzaran su ataque.


El ardor en los ojos inmediato, la visión borrosa. Conocía bastante bien los efectos del strellatus y comprendí al instante que era eso lo que nos habían lanzado. El reto sin embargo era poder hacerle frente a ese ataque usando los hechizos del Libro del Druida, que en palabras del uzza, resulta fundamentalmente defensivo.


- Cantar de Eleboro- recité recordando el único hechizo efecto del libro. No había hecho más que leer las descripciones, así que confié en que pronto todo saliera correctamente. El alivio fue inmediato y mi vista dañada por el potente flash de luz del strellatus se recuperó por completo, a la par que algo que podía en algún sentido ser llamado "música" resonaba en mis oídos.


La estatua ya estaba lista para lanzar su siguiente hechizo, nada menos que un fuego maldito, por lo que rápidamente sin dudarlo más, conjuré un ignea , en los escasos segundos que tenía antes de que el fuego recorriera la distancia que me separaba de quien lo había invocado. Nerviosa, suspiré de alivio cuando una lluvia de polen de lirios de fuego emergió de la punta de mi varita me cayó encima, como una suerte de "polvo de hadas" que en lugar de hacerme volar, evitaría (y efectivamente así fue) que ese fuego, o algún otro de su clase, me atacase.


Una mirada de reojo a Melrose me bastó para comprobar que ella seguía a salvo también. No sabía si era un buen momento para exponer dudas, o si todavía más ataques nos esperaban por parte de aquellas estatuas, pero supuse que el conveniente silencio de Badru al respecto podía venir de la idea de que nosotras decidiéramos por nuestra cuenta el siguiente movimiento a hacer.

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Observé de cerca los movimientos de ambas brujas mientras reaccionaban ante el avance de la clase, notando la resistencia de la primera, Melrose, y la sumisión de la segunda, Bel, un contraste interesante en esos momentos y que se vería reflejado en la manera en que responderían en el entrenamiento.

 

Lamentablemente seguían perdidas en el uso de los conjuros.

 

- El cantar de eleboro se puede usar para proteger a uno mismo y a un acompañante, - dije mientras realizaban su segunda defensa cada una, con hechizos diferentes - deben de entender que en una batalla, cualquiera que sea, tienen que apoyarse de sus compañeros para mejorar su estrategia. ¿Acaso ninguna pensó en utilizar dicho conjuro para ayudarse mutuamente? Tómenlo en cuenta.

 

Apenas terminaba de hablar cuando las estatuas nuevamente lanzaban sus movimientos en esos momentos, complicando la situación al aparecer a cada lado de ellas un cíclope invocados por las fuerzas del caos, poderes que se aprendían en el siguiente libro y que tenían que saber defenderse con los conocimientos ganados hasta ese momento porque, era cierto, en una situación real nunca podías conocer por completo el poder de tus rivales hasta que estuvieras en medio de la confrontación.

 

Ambas estatuas lanzaban un cinaede después de que sus fénix fuesen anulados, mientras que los mercenarios lanzaban un fuego maldito cada uno en forma de basiliscos para impactar de lleno sobre sus torsos; como segundo movimiento lanzarían un absorvere de nivel tempestad directamente en cada mano de las brujas con las que sujetaban sus varitas mientras que, por su parte, las estatuas creaban un detritus a su alrededor, para protegerse de algún contra ataque.

 

Sería interesante conocer ahora sus reacciones con una desventaja tan marcada.

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  • 2 semanas más tarde...

Lo cierto, era que Mel no había pensado en la posibilidad de ayudar a Bel al utilizar el cantar de eléboro. Su rápida revisión del libro de texto ―mejor dicho, libro de los Uzza― no había sido suficiente para que retuviese aquel importante trozo de información. Por supuesto, muchos días después, daría con las pocas palabras que indicaban que efectivamente, Badru había tenido razón y habría podido echarle una mano. Mel decidió que recordaría siempre aquello expresamente, en un intento por enmendar el error.

 

―Eh... Evans, lo siento, juro que lo olvidé por completo ―fue lo que soltó algo avergonzada.

 

El ataque no se detuvo ahí mismo, tal y como Mel había sospechado que pasaría. Después de todo, estaba empezaba a acostumbrarse a recibir palizas en aquellas clases; ya se había hecho a la idea. No sólo era la constante lucha si no que además los libros eran un incordio, a pesar de que los había encantado para que fuesen ligeros como plumas. Eran muchos amuletos y cosas encima además de los hechizos, por lo que intentar recordarlo todo para encontrar la mejor posibilidad hacía que sintiese un dolor de cabeza terrible.

 

Cuando vio que el cíclope aparecía, retrocedió un par de pasos alertada. Habían surgido de la nada luego de que las estatuas hiciesen algo extraño (después de todo, ella no entendía aún nada del libro del caos), así que Mel desconfió enseguida de lo que fuesen a hacer. Estaba segura de que había alguna clase de trampa en todo aquello y por supuesto, no se equivocó. Los cíclopes poco tardaron en atacarlas, cosa que denotaba que no se trataban de criaturas o seres normales, ya que los cíclopes regulares no hubieran sido capaces de lanzar un fuego maldito jamás.

 

La criatura de fuego era colosal, por lo que Mel realizó su torpe floritura casi a la desesperada, sintiéndose extrañamente vulnerable y pensando con todas sus fuerzas.

 

―Salvaguarda mágica

 

En aquella oportunidad, su cuerpo se tornó intangible por unos momentos, de manera que fue traspasada por el primer ataque del cíclope, el basilisco de fuego maldito. Sin embargo, aunque sólo había sido por un instante, el gas que poco antes apenas había parecido una ligera niebla ahora había penetrado con toda su fuerza en sus vías respiratorias. Era un cinaede, Mel estaba casi segura, puesto que no había podido articular palabra, sintiendo la clara asfixia. Sin embargo, con el fuego maldito ya habiendo impactado en el suelo tras ella sin dañar a nadie y con los ataques aún llegando, decidió que debía deshacerse de ello lo más rápido posible si quería seguir en pie.

 

Notó como de su muñeca provenía un terrible sonido a la par del cúmulo de dolor que amenazaba con hacer que soltase la varita, por lo que cambiando de mano, volvió a agitar el arma pensando en un anapneo. Enseguida, pudo percibir como volvía a respirar con normalidad, sin ningún tipo de mella o daño permanente a sus vías respiratorias. Por supuesto, aún le quedaba curarse la muñeca y ese cíclope todavía era un dolor en el trasero hasta que desapareciera o viese la forma de deshacerse de él pero estaba viva y prácticamente indemne.

 

Sabía también que podía haber vuelto a usar el obsistens pero dado que, según recordaba, sólo podía utilizarlo dos veces debido a la energía mágica que drenaba, prefería guardárselo para un caso más desesperado que aquel, en el futuro inmediato.

Editado por Melrose Moody

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No sabía si admitir en voz alta que desconocía la capacidad del hechizo para proteger a alguien más, así que callé, bastante avergonzada de haber cometido semejante error y solo asentí ante la disculpa sincera de Melrose. Al parecer, a diferencia de otras ocasiones, estar frente a un verdadero guerrero uzza conllevaba tener en cuenta que éste sería capaz de reconocer los mínimos fallos de estrategia o de ejecución de un hechizo.


No solo por su meticulosidad, sino porque para él y su civilización bien podían haber sido la diferencia entre la vida y la muerte.


Sin embargo, no había tiempo para lamentaciones. A las estatuas volvían al ataque, se sumaron en el escenario un par de cíclopes de horrible apariencia, que sin embargo poseían un caminar torpe y todavía parecían poco familiarizados con el ambiente que tenían alrededor.


Las estatuas lanzaron un cinaede que hizo efecto al instante, envolviéndome en ese gas invisible a la vista pero de penetrante olor a la par que los cíclopes optaban por enviar un fuego maldito con forma de basilisco. Aterrada ante la idea de ser quemada, pensé en un obsistens que enseguida creó un cerco luminoso de un amarillo fulgurante, el cual absorbió las llamas y también el gas que tenía alrededor. El hechizo había salido poco antes del segundo ataque del cíclope, y fue una suerte porque entonces el dolor de mis propios huesos quebrados por causa de un absorvere, me obligaron a cambiar de mano la varita y de esa manera conjurar un anapneo con el cual descongestioné mis vías respiratorias.


Estaba a salvo por ahora, quitando el hecho de mi muñeca inutilizada, lo cual podía traerme serias desventajas a futuro (más de las que ya suponía tener a la estatua con un detritus encima y al cíclope en perfectas condiciones). Así que, tratando de ignorar el punzante dolor, pensé en una curación que al instante sanó el daño provocado por el absorvere del cíclope.


Había sido una mortal combinación de ataques, pero todavía me mantenía viva. Y hasta me sentía satisfecha de ello, cosa que rara vez me sucedía en un campo de batalla. Quizá lo único malo era que por segunda vez, apenas había sido consciente de la suerte de Melrose.


Tenía que trabajar seriamente en lo del compañerismo en batallas.

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El calor no era alentador.

 

Cuando Jank entró a la Plaza del Árbol de Fuego, quiso sacudir a Libra ochenta veces para aniquilar la aridez de la arena y convertirla en una pista de hielo que nutriera la naturaleza de sus poderes. Por el contrario, apenas el calor del suelo penetró sus pies descalzos, supo que se trataría de una ineludible experiencia. Después de todo, su padre siempre había promulgado que las cuatro elementos estaban en constante conexión, mediante todas sus presentaciones, por lo que una vez que se hallara el punto donde todos se unían, se empezaría a sentir como si se tratara de uno solo. Al menos ese pensamiento contribuyó a que no abandonara la plaza antes de que el Guerrero si quiera notara su presencia.

 

A lo lejos pudo notar dos figuras femeninas y al guerreo que impartía la clase, lo que le dio tiempo para analizar el terreno. Si bien mucho se especulaba acerca de aquel lugar, Jank no había quedado del todo descontento. De todos los guerreros y Arcanos recién incorporados a la vida londinense, era el primero que se mantenía firme a sus tradiciones y no acondicionaba su espacio a la comodidad de los aprendices. Eso sumaba puntos, pues desde niño amaba la historia de los gladiadores muggles y los mágicos, combatientes que con armas convencionales o conjuros olvidados se enfrentaban días tras día a la muerte. Era cruel, por supuesto, y si existiera en su actualidad habría tratado de derrocarlo, pero no dejaba de resultarle fascinante. La elección del Uzza, entonces, le dio una idea de por dónde iría encaminada su manera de instruir.

 

Cuando escuchó un chispoteo distante y el viento trajo el olor a fuego recién encendido, supuso que las brujas estaban en plena faena. Se preguntó por un segundo quiénes serían y qué tan bien les iba. La última incursión que le había enseñado los interesantes misterios que encapulsaba el Libro del Equilibrio había sido, para él, un trago amargo olvidabla. Incluso hasta ese día no se explicaba cómo, al final, la Universidad terminó por aprobarlo. Suerte o destino, le dio el chance para seguir su entrenamiento más temprano que tarde.

 

Sobre su cabeza llevaba una visera marrón que lograba protegerlo del inclemente sol. Las altas temperaturas incrementaban sus ganas de ponerse en marcha a pesar de que significara una reducción drástica de sus estrategias, puesto que la mayoría estaban basadas en el control masivo del agua, el hielo y sus formas de ataque o defensa. Por lo general le iba bien en cuanto a elementos se tratara; la tierra servía como puente para no dejarse llevar por el aire y el fuego, a veces, podía ser su arma favorita. Pero las lenguas indiscretas decían que no se trataba de un libro particularmente ofensivo, cosa que aumentaba su curiosidad.

 

El Libro del Druida lo llevaba guardado dentro de su confiable koala alrededor de su cintura. El bolso tenía los suficientes compartimientos para guardar todo lo que pensaba necesario: agua embotellada (de meses atrás), varias barras rancias, el libro en su edición de bolsillo hasta ser extraído, algunos explosivos de camuflaje por si llegaba a presentarse una emergencia y, lógicamente, a Libra, su varita de Ginkgo preparada para ser empuñada nuevamente. Jank la sacó de repente, cuando consideró que llevaba bastante esperando por el Uzza. Si quería aprender lo tenía que hacer antes del anochecer, ¿no?

 

- Hey - aplicó un Sonorus para hacerse escuchar desde su posición - ¡Es Jank, he venido a.. ! Bueno, es obvio - bajó la varita enseguida. Aunque no le molestaba esperar varios minutos más con tal de no interrumpir el aprendizaje de otro (esperanzado de que tuvieran el mismo respeto con él) quizá una señal de vida sería lo más indicado para que el Guerrero supiera de su llegada.

 

<<¿Se acordará de mí? >> - se preguntó al final sacudiéndose la arena de las bermudas, mientras recordaba la primera y última reunión junto a los demás Uzza, donde les habían instruido a él y Mónica los misterios del Libro de la Fortaleza antes que todos los demás. Había disfrutado las primeras clases, pero.. - <<Espero que no>>.

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