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Libro de la Fortaleza (#4)


Mael Blackfyre
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Nunca había hecho uso del anillo ni de sus poderes, por lo que los efectos del mismo le sorprendían el doble. Se sentía como si estuviera volando él mismo, por su propia cuenta, porque el control que tenía sobre el hipogrifo era tal que apenas necesitaba estirarse para virar o esquivar copas de árboles grandes. No estaba seguro del tiempo que poseía antes de que la criatura recupere su propia posesión del cuerpo, pero tampoco preveía él la velocidad del vuelo.

 

A medida que se fue alejando de la concentración forestal, la luz cobre se fue atenuando y en su lugar, un poco más atrás, apareció otra pero que destilaba tonos plateados. Liam supuso, o más bien estuvo seguro, de que a ella tenía que acudir para la segunda prueba y hubiera llegado sin ningún problema de no ser porque a mitad de viaje el animal sobre el que volaba comenzó a girar y retorcerse en el aire, descendiendo con rapidez. Esto lo pudo prever gracias al anillo de entendimiento, así que centímetros antes de estrellarse contra el suelo, volvió a aplicar el Orbis Bestiarum y recobró altura.

 

—Menudo carácter, eh —exclamó, estando consciente de que el bicho le entendería.

 

Una costa rodeada por un lago apareció un par de aleteadas más, así que el descenso esta vez fue intencional y luego de eso ambos quedaron libres, independientes el uno del otro. Al instante un chirrido demasiado fuerte e irritante se esparció por sus oídos, siendo esto intensificado gracias al vampirismo que Liam poseía. Presionar sus orejas con ambas de las palmas fue el primer auto reflejo que tuvo mientras analizaba lo que estaba sucediendo.

 

No le costó entender que alguno de sus nuevos anillos sería el culpable, aunque no recordaba cuál hacía qué cosa, pero seguramente era una señal de lo que requería para saltear al siguiente nivel. No había criaturas, no había objetivos, era obvio que necesitaban encontrar algo para continuar el desafío. Primero quitó un anillo, pero el insoportable sonido continuó, hasta que sacó uno segundo, el del medio, y todo se calmó de repente. Suspiró pausadamente y retomó su postura, empezando a caminar con el anillo en su mano. Era imposible que continuara de pie si un chillido así lo aturdía.

 

Accio... cosa —Mala idea, nada se movió. Entendió entonces que primero debía saber lo que buscaba.

 

Caminó diez pasos y volvió a colocar el anillo en su dedo; el sonido disminuyó. Volvió veinte pasos para atrás y otra vez pasó el anular por la circunferencia de oro; esta vez se percibía más alto pero no demasiado. Repitió el proceso hacia el costado y lo que se transmitía hacia sus oídos era tan ensordecedor que tuvo que retirarlo al instante. Estaba cerca, pero, ¿de qué?

 

Analizó el territorio minuciosamente prestándole atención hasta a la más insignificante marca en la arena, pero nada. Se estaba empezando a molestar. Respiró hondo y tomó el anillo, señalando con él hacia cualquier parte, hasta que en un momento justo cuando estaba apuntando hacia el cielo, el metal brilló y otra cosa más a lo lejos le continuó el brillo. Liam achicó los ojos para enfocar la vista, pero solo vio un árbol, un árbol con la copa brillando. Y una caja en la copa brillan...

 

¡Accio caja! —Y efectivamente, la caja contenía lo que le permitiría continuar, porque cuando volvió a colocarse el anillo el silencio se mantuvo.

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— ¡Auch...!

 

Rouvás se llevó la mano a la cabeza justo en donde una rama de árbol había impactado al momento de ser trasladada por el pergamino sobando imperiosamente para apaciguar el mínimo dolor que esto le había causado. Previo a eso, apenas había alcanzado a dar una lectura rápida a la misiva enviada por la Universidad, de modo que solo logró guardar dentro de una pequeña mochila el preciado libro adquirido en el Magic Mall junto a una botella con agua. Lo demás, los anillos iban ocultos en uno de los bolsillos de sus vaqueros. <Más a la mano> había pensado, y Niké, su varita de siempre que iba por el interior de la manga de la camisa.

 

Sus vestimentas aquel día no eran nada fuera de lo común. Unos jeans gastados en las rodillas, una camisa a cuadros sobre una sudadera blanca, y zapatillas. Por alguna razón, pensó que le darían más comodidad a la hora de correr, claro si es que llegaba a existir dicha acción. Ir a algo desconocido significaba eso, ir preparada para las eventualidades, y aquellas ropas le brindaban comodidad y flexibilidad.

 

Cuando alejó la mano de la sien se permitió observar el terreno en todo su esplendor. El bosque ya lanzaba largas sombras mientras el astro rey moría en el oeste, lo que daba un aspecto un tanto solitario, eso sumado al olor a tierra mojada que le llenaba las fosas nasales. Sin duda allí la humedad era elevada, suerte que se había atado en cabello en una trenza o ya estaría siendo una versión poco agraciada del rey león.

 

— Bosque, bosque, y más bosque.— Era todo lo que se observaba a donde quiera que mirase.

 

Por supuesto ella no tenía más campo de visión al estar en un terreno más plano, y al tapar los árboles la explanada.

 

Se decidió por dar un ligero recorrido, a ver que encontraba, o con quien más se encontraba ya que el grupo parecía comenzar a dividirse en diversas direcciones que seguramente los llevarían a todos a una misma meta. Fue así como algunos rostros más conocidos que otros le hicieron esbozar una repentina y fugaz sonrisa, pese a que estos comenzaban la búsqueda de sus propios métodos.

 

De cualquier manera no podía perder demasiado tiempo allí, era un bosque desolado, antiguo y que de seguro en la noche estaba lleno de ruidos que pondrían los pelos de punta a cualquiera. Bajo esa convicción fue que comenzó su marcha procurando esquivar ramas, arbustos, raíces, baches y desniveles varios que el suelo ofrecía con bastante más regularidad de lo esperado.

 

No se había equivocado, por cada paso que daba las ramitas o las hojas crujían, o algún ave poco conocida emitía sonidos que hacían que la chica sintiese escalofríos. Por supuesto dejó que la varita se deslizara a hasta su mano diestra; se había vuelto realmente experta en aquel movimiento.

 

No supo cuanto caminó, solo estaba consciente de que cada vez la luz solar era menos potente, y las sombras alcanzaban nuevas dimensiones dejando espacios en una penumbra más densa. Según ella, sería noche en quizás poco más de una hora, y no había ni rastros ni pistas de que seguiría. Eso hasta que una especie de luz la encandiló por unos segundos.

 

Cerró uno de sus ojos intentando ver de donde provenía, una reacción lenta pues todo parecía indicar que tan rápido como vino desapareció.

 

— ¿Qui-quién anda ahí?

 

Se volteó velozmente al reconocer una hoja romperse a un ritmo diferente a los pasos que ella llevaba, pero nadie contestó, por lo que tragó saliva con dificultad.

 

— ¡Salga ahora mismo! — Expresó con más valor del que de verdad sentía.

 

Primero vio una especie de pico aparecer por entre los troncos, luego unos ojos ambarinos que le recordaban mucho la cara de un águila, solo que de un tamaño mucho mayor. Lentamente se fue mostrando ante ella lo que fue reconociendo como un hipogrifo, un animal salvaje en toda la extensión de la palabra.

 

Su primera impresión fue la de dar un par de pasos hacia atrás, tomar distancia, quizás huir lejos muy lejos... Pero esa fue una idea que nunca llegó a llevar a cabo. Era la primera vez que tenía a una criatura así frente a los ojos, y pese a los nervios no podía menos que apreciarla, un poco, pues era magnífica e imponente. Respiró muy hondo intentando recordar todo lo que sabía en general sobre aquella especie en particular, el reloj estaba marcando en contra.

 

— Demonios... — Intentó murmurar bajo.

 

Un árbol había sido su piedra de tope, también la alarma para que el hipogrifo fijara toda su atención en ella y de ese modo la respiración, el aire se volvieran más densos de lo habitual ¿cómo rayos tendría que actuar?

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La llave que había en el interior de la caja le permitió abrir el candado que amarraba a la costa uno de los botes restantes, así que sin mucho cuidado libró a la construcción de madera rancia para subirse encima. No necesitó remos ni magia para conducirlo, porque en el momento que puso un pie dentro el bote emprendió viaje, haciéndolo caer hacia atrás gracias al impulso del movimiento.

 

Cuando se acomodó, aun con la varita en mano, mantuvo su mirada fija en el lago. Exactamente no se veía nada al frente, ni al costado ni atrás, porque todo lo que lo rodeaba era agua y en el aire predominaba un olor peculiarmente asqueroso, lo que era indefinido porque ni Liam ni —probablemente— alguno de sus compañeros sabían de dónde provenía. ¿Sería la cuarta prueba?

 

De lo que sí estaba seguro era de que había seguido los pasos "correctamente", porque en el fondo del horizonte una luz dorada destellaba indicando que hasta allá debía navegar, lo que a la vez era contradictorio porque no era él quien manejaba el bote. Literalmente, nadie lo estaba manejando. No obstante, la pequeña embarcación se detuvo cuando su parte baja tocó tierra y el vampiro no tardó en bajarse y apuntar con la varita mágica a todas las direcciones.

 

Hubiese sido mucho más fácil llegar hasta allá con el hipogrifo, un total desperdicio del Orbis Bestiarum.

 

Al asegurarse de que ningún peligro lo estaba amenazando bajó un poco la retaguardia y continuó camino, buscando qué cosa debía hallar ahora entre la arena, pero antes de siquiera poder fijar la vista en la nada misma que lo rodeaba algo transparente lo atrapó desde el estómago, retorciéndolo, creando una sensación similar a cuando se viaja mediante traslador. Comprendió, a los pocos minutos, que dejarse llevar era la mejor opción por la que optar, así que dejó que la extraña magia lo llevara.

 

Como si no hubiera tenido suficiente mala suerte, apareció nuevamente en el lugar de inicio. Pero algo estaba cambiado, algo era diferente esa vez y lo pudo comprender en cuestión de segundos: allí estaba él. De manera abstracta, o concreta, o lo que sea, pero estaba él y él también. El Hawthorne quedó bastante sorprendido al encontrarse frente a lo que parecía ser una proyección de sí mismo repitiendo todo lo que necesitó para deshacerse de las pruebas propuestas por Zack y Elvis.

 

—Podría haberlo hecho mejor —comentó, realizando una mueca, dudando de si alguien lo escucharía.

 

Después de observarse a él mismo realizando todas las mismas cosas que había acabado de hacer horas antes, una puerta apareció frente a él y su ambiente se transformó rápidamente en la base de una montaña pedrosa. Liam frunció el ceño y presionó la varita mágica entre los nudillos, sintiendo sobre el brazo el rocío de la noche que cada vez iba afianzándose más.

 

No tenía manijas, tampoco paredes que la sostengan, ni mucho menos podía ser hechizada de alguna forma. Era de suponerse si se observaba con detenimiento las talladuras de runas que poseía la madera como único detalle además de no tener nada consigo. El rubio entendió con agilidad lo que debía hacer y lo hizo sin mucho preámbulo, no era nada de otro mundo producirse un corte en la mano izquierda, tan solo uno, mientras que a diario recibía muchos más en las batallas o incluso en aquella clase misma, gracias a uno de los hipogrifos.

 

Sin embargo, la herida no sanó. Él esperaba que el vampirismo surtiera el mismo efecto que había sanado el rasguño de hipogrifo, pero por el contrario lo que la daga había abierto en su mano seguía ahí, derramando sangre sin indicios de sanación. Le llevó bastante tiempo y bastante pérdida de sangre comprender entonces que su amuleto en forma de sol tenía algo que ver con el desafío, ya que poseía los mismos colores destellantes de la esfera de luz dorada.

 

Pensó en la curación de su mano, presionando ambos párpados con la imagen de su mano abierta fija en la mente. Y al instante sucedieron dos cosas; su herida se cerró y la puerta se abrió, abduciéndolo a la cima de la montaña.

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Solo le restaba cruzar la puerta para comenzar a subir la empinada pendiente hasta llegar a aquel lugar donde se suponía que encontraría algo más. La montaña se veía inclinada, bastante empinada, por lo cual Jessie no estaba segura de como o quienes serían sus profesores, pero si uno de ellos era mortifago debía de fingir no conocerlo en caso de conocerlo o podría delatarse y aunque no le importaba mucho en realidad... las apariencias lo eran todo en esto días.

 

Aferro el libro de la fortaleza en su mano derecha mientras comenzaba el ascenso por la empinada montaña. Sabía que sería difícil pero no esperaba que fuera a este nivel. Aun con sus botas, resbalaba cada dos por tres, maldiciendo internamente mientras volvía a iniciar su marcha.

 

Estaba cansada, la prueba había sido dura pero sabía que apenas era el comienzo pero aun así no estaba segura de que esto fuera lo peor que fuera a encontrar este día. Si al llegar a la pendiente se encontraba a alguien conocido terminaría golpeándolo, las cosas que había echo hoy aunque fueron en cierta parte nuevas, pudo haber realizado las coas más sencillas y con mayor estética utilizando solo sus propios dones y conocimiento.

 

Ademas de que el dolor causado por la curación con sus nuevos dones no cesaba y comenzaba a serle un tanto insoportable. Comenzó a centrare en su respiración mientras subía la montaña intentado así mitigar el dolor un poco y al parecer comenzaba a funcionar.

 

Sin darse cuenta debido a lo concentrada que estaba, llego a la cumbre de la montaña donde estaban dos hombres al parecer esperando por ellos, bastante distanciados, cosa que no le sorprendía mucho si como sospechaba el otro chico que no reconocía más que como director de la universidad, fuera alguien ajeno a la marca tenebrosa.

 

-¿Llegue a tiempo?- preguntó dejándose caer frente a ellos para descansar un poco pensando en como su respiración había ayudado a mitigar el dolor- este libro... tiene más que ver con nuestro carácter, nuestra fuerza interna, más que en la física y los conocimientos que podamos llegar a adquirir... por eso es que cuando comencé a respirar para calmar el dolor... funciono ¿verdad?

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El hipogrifo se irguió en todo su porte sobre las patas traseras, dándole un tamaño descomunal. En realidad, era su tamaño promedio, pero todo en aquel lugar parecía más grande lo que realmente era. Athena no pudo evitar dejarse caer con la espalda apoyada en el tronco del árbol anteponiendo los brazos para recibir rasguños o golpes que jamás llegaron. Era evidente que aquella bestia era un cazador, que olía el miedo y nerviosismo de sus víctimas. Si es que Rouvás podía calificarse como algo así. ¿Qué comía un Hipogrifo?

 

Era increíble el poco conocimiento que poseía, o mejor dicho lo mucho que le estaba costando recordar cosas tan sencillas y básicas. Sherlyn estaría decepcionada si la viese en una situación en donde la bruja podía buscar métodos que la hiciesen conseguir su objetivo.

 

Recordó, entonces, que ella llevaba una especie de misión. Todo había transcurrido tan repentinamente que no se había puesto a pensar en ello, podía ser que hubiese cierta conexión entre la luz de unos instantes atrás y la aparición de la criatura. Y el libro... ¡el libro!

 

— Como tan... olvidadiza, caray. — Se regañó a si misma.

 

Recordó a los segundos que la voz tan alta podía resultar un agravio para el Hipogrifo por lo que se apresuró a llevar las manos sobre su boca para no vociferar nada más. No fuera a ser que terminara quedando malherida allí. El animal le tenía la vista fija encima, pero no daba señales de querer amenazarla, ¿estaría esperando el momento oportuno para atacar? Dudaba mucho que fuese así.

 

De todas maneras, se apresuró a intentar recordar lo poco que consiguió leer en el Libro de la Fortaleza antes de que la clase comenzara. Hasta ese preciso momento la mayoría de los pasajes había sido meros jeroglíficos sin sentido, con alguna que otra runa de las cuales no tenía ni la más remota idea que podían significar. Cerró los ojos, los apretó con fuerza, en un intento de recordar más rápida y efectivamente.

 

Le estaba costando demasiado.

 

Sin saber a que más recurrir metió una de las manos en los bolsillos y solo entonces se percató de los anillos. Con extremo cuidado los sacó y los fue colocando en diferentes dedos.

 

— Ya no sé que más hacer, ¿por qué no me das una oportunidad?

 

Mentó con delicadeza en dirección de Hipogrifo, esta vez mirándole a los ojos. Hizo ademán de levantarse, siempre con la cautela que quizás el decidiera atacar, pero no fue así, aunque claro eso no le hacía abandonar la actitud adusta para con la joven. Con sumo cuidado Athena fue valiéndose de la ayuda que ofrecía la madera hasta encontrarse sobre sus propios pies, desde allí observó a su acompañante.

 

No podía creer que hubiese olvidado algo tan simple como realizar una reverencia algo que fue correspondido por la criatura.

 

— Creo que nos juzgamos demasiado rápido. No te haré daño, descuida, en todo caso, creo que tu me hubieses enviado a San Mungo antes de que siquiera lograse alzar la varita. — Se permitió bromear.

 

Se mantuvo unos segundos así, esperando que el Hipogrifo se acercara por voluntad propia; hasta que sucedió, le permitió que le tocara parte de la cara. Athena alzó la mano hasta rozar débilmente parte del pico. Tuvo que esforzarse por contener las ganas de simplemente montarse encima para planear en su lomo.

 

— Necesito que me lleves, hasta... hasta donde sea que se metió esa luz que andaba por aquí. Quizás si me llevas en la espalda podría conseguir ver algo.

 

Su voz tenía una cuota de desesperación por conseguir su objetivo, y aquella era la única solución que se le ocurría. Continúo acariciando la cara del animal hasta que este se acostumbró a su presencia cercana. ¡Si que le había tomado tiempo! Pero ya luego de unos quince minutos por fin conseguía subirse en su espalda. Por supuesto con el cuidado de no golpearle las alas con sus pies, ni tampoco de jalar sus plumas. No quería ser una mala carga que le hiciese desear al hipogrifo lanzarla al vuelo en pleno aire.

 

Para su suerte, la bestia parecía haber comprendido el mensaje pues comenzó a escarbar en la tierra tal cual hacen antes de alzar el vuelo. Athena suspiró un poco más aliviada.

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Vio pasar a una muchacha pero la ignoró por completo. Conocía esa melena pelirroja y prefería tenerla lo suficientemente lejos como para no ser reconocida, ¿aun sería prometida de Vladimir?, se había apartado tanto de hombre que la crió que no tenía noticias de su vida actual. Pronto ésta partió y le siguió una sombra que se paseó delante de ella cual pavo real, Macnair alzó la vista y así mismo una ceja, ¿quién era aquel muchacho?, algo en él le llamaba la atención como hacía tiempo no le sucedía más debía concentrarse en la prueba a superar que en una cara bonita.

 

La brisa acariciaba sus mejillas y movía las hojas que tanto se afanaba en detener, segundos después acabó dándose por vencida y guardó el libro sin mucho más conocimiento de que ya tenía y un profundo dolor de cabeza, posiblemente las alturas no fueran lo suyo pero no era la primera vez que montaba un Hipogrifo, jamás había tenido ese zumbido molesto que no la dejase siquiera oír sus propios pensamientos. Masajeó sus cienes pero no funcionó y el cosquilleo en su mano se sumaba a la lista de cosas por las que odiaba estar a la intemperie.

 

¿Sería su desborde de magia?

 

Al otro extremo del lago, justo en la orilla, una luz dorada bailaba risueña en su campo visual, burlándose de ella. En su mente el zumbido comenzó a volverse murmullo, un extraño susurro, alguien clamaba su nombre, alguien quería ser encontrado. Repentinamente se incorporó y dando un par de zancadas se acercó al bote que tenía en frente, buscó la varita en el morral y lo apuntó apretando la mandíbula, ya estaba irritada de tanto esperar; todos los músculos de su cuerpo se tensaron y su rostro se volvió pálido de un momento a otro pero flaqueó y no fue capaz de empuñar a Sombra como en antaño, temía volar en pedazos la única herramienta que tenía para cumplir su meta, o peor aun, acabar ella sin un brazo.

 

—Piensa, Arya, piensa— Pero en lo único que podía pensar era en Athena y Kassandra, ¿por qué no las esperó?.

 

Se acercó a la orilla guardando la varita en el morral y extrayendo el relicario con la fotografía de su hija y su difunto esposo, los observó y sonrió, no importaban las circunstancias ellos siempre le daban fuerzas donde estuviera. Entonces se dio cuenta que había sido egoísta, no quería irse a ningún sitio sin sus compañeras así que decidió caminar sin alejarse demasiado para esperar si arribo, confiaba en que no demorarían demasiado. >Yo no soy así, no soy ermitaña se dijo para sí golpeándose con una roca sobresalida por no mirar donde pisaba.

 

—Auch, auch, auch, auch— Se quejó dando pequeños saltos y en su cabeza se suscitaba al unísono —aquí estoy—.

 

La bruja permaneció estática en su sitio mirando lentamente a su alrededor, —¿hola?— llamó alejándose de la orilla y centrándose en la superficie rocosa, —¿quién está ahí?— preguntó con moviéndose con sigilo pero la única respuesta que obtenía era la misma "aquí estoy" una y otra vez, ni siquiera las pocas criaturas que rondaban por ahí se alteraban al oír aquella voz. Por un instante creyó estar enloqueciendo. Entonces y solo entonces comprendió de qué se trataba. Aquel anillo que había escogido casualmente de entre los que correspondían a los libros adquiridos parecía otorgarle una audición extremadamente minuciosa.

 

—¿Dónde estás?— Le preguntó a vaya saber qué cosa y tropezó con ella.

 

Parecía ser una pequeña caja de madera lo suficientemente grande y pesada como para que las ondas del lago no la arrastrasen aguas adentro pero tan pequeña como para caber en la palma de su mano. Si la sacudía cerca de su oído notaba que algo había en su interior; por consiguiente los murmullos y zumbidos cesaron. Arya respiró aliviada y el dolor de cabeza disminuyó notablemente permitiéndole pensar. Abrió la caja estrellándola contra una roca cercana y una pequeña llave dorada surgió de la colisión.

 

>>¡Apresúrense muchachas!

 

Quitó el candado y la cadena que detenían el bote y se sentó en el borde balanceándose de un lado a otro con parsimonia esperando a ver esa melena dorada y esa sonrisa tan simpática característica de Kass. Guardó la llave en el morral y tarareó una canción de cuna que solía cantarle Rouvás cuando no era más que una niña pequeña para que se durmiera y poder marchar a batalla. Podía oírlas, estaba casi segura que eran ellas pero al notarlo estaba más lejos de la orilla cada vez, posiblemente el bote estuviera encantado y una vez abierto el candado se echaba a andar sin más. Que rabia

 

Más allá la luz dorada, como las dos anteriores, brillaba cada vez con más fuerza, a medida que el bote se acercaba a la orilla cual faro en medio del mar. No demoró en encallar y automáticamente puso un pie en tierra se sintió mareada y tuvo que abrazar su abdomen para no vomitar lo que había desayunado por la mañana; cayó en el bosque, voló en Hipogrifo y viajó en un bote inspirando aire puro. Vomitó, no pudo contenerlo todo dentro.

 

Una vez café y tostadas estuvieron desperdigadas por todo el suelo se limpió la boca y tosió, —¿qué diablos fue eso?— preguntó esperando tener a sus profesores en frente ya, pero en lugar de ello se topó con una puerta de madera perfectamente tallada. Aquellas eran runa antiguas, no estaba segura de querer atravesar esa puerta ni mucho menos hacer lo que el ambiente indicaba pero parecía ser una prueba más. El destello dorado se colocó sobre la daga que tenía a un lado y todos los sonidos se concentraron en sus oídos cuando la tomó y abrió la palma de su mano izquierda casi por cuarta vez en su vida para herirla.

 

Todos sus sentidos se agudizaron cuando la fría hoja metálica hizo contacto con su piel y mientras una pequeña chispa se apoderaba del corte transversal a su alrededor la naturaleza parecía más vivida, más despierta, más presente. Lo que hizo a continuación fue por mera inercia o reflejo, sentía un dulce cántico en su cabeza y éste la llevó a colocar la palma de su mano en la superficie de madera y dejar su huella carmesí impregnada donde antes hubo otra; >>Estoy herida pensó llevando la mano al pecho y sintiendo el relieve del amuleto que llevaba en el cuello aun, ¿se lo había vuelto a colocar?, incluso en el bote ya todo era confuso.

 

Al atravesar la puerta ya había conjurado de forma mental la sanación que se desharía de la herida en su palma. El aire, ya más fresco, golpeó sus mejillas y sopló con fuerza en sus oídos, parecía estar casi en la cima de una montaña y por ello su ritmo cardíaco había disminuido gradualmente, esperaba no morir en la clase, como para recobrar las viejas costumbres. Y al alzar a vista allí estaban, por fin, Arya sonrió relajando todos sus músculos creyendo que allí acababa la fiesta, más una parte de si sospechaba que aquello estaba recién comenzando. Buscó estar cerca de Elvis pero no tanto y lo suficientemente apartada de sus compañeros como para que nadie la viera.

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Mientras los pupilos se aseguraban de sortear cada una de las trabas del camino para llegar a ellos, ambos profesores les miraban desde lejos asegurándose de su bienestar en todo momento. Por más que los pusieran en situaciones incómodas o complicadas debían ser vigilantes de su buen estado físico y mental, ya que trabajaban con magia y cualquier cosa podría pasar. Lo ideal de cada obstáculo era que supieran utilizar los recursos del libro para sortearlos, pues ellos se los facilitarían. Sin embargo, algunos prefirieron hacerlo por sus propios medios, como por ejemplo, intentar domar a un hipogrifo salvaje.


Zack asintió frente a quienes consideraba estaban aprovechando las oportunidades de su entorno para salir de esos pequeños problemas, y se mantuvo con el rostro inexpresivo otras ocasiones. De cualquier manera, durante toda la clase, los pupilos debían demostrar que tenían buen dominio del libro junto con sus anillos y amuletos, pues sólo así aprobarían el adiestramiento. Y para ello, los guías de la clase se asegurarían de darles diferentes tareas esperando que ellos pudieran asociarlas con el instrumento a utilizar, o con algún hechizo de las hojas mágicas de cada ejemplar.


Para cuando el primero de ellos llegó a la cima de la montaña, el vampiro curvó sus labios formalizando el gesto en una amable sonrisa casi encantadora. Decidió no intercambiar palabras con Liam hasta que se dirigiera al resto de la clase, pero en todo momento lo recorría con la mirada para asegurar su permanencia cercana. Una vez llegaron las otras chicas, dio un paso al frente.


—Bienvenidos al adiestramiento del libro de la fortaleza — Dijo manteniendo la flexibilidad en sus facciones para parecer accesible ante sus pupilos —. Aunque crean que ya han atravesado la introducción, esto apenas comienza. Todavía tienen un par de actividades más por delante que esperamos sean de su agrado y disfrute — aseguró antes de que alguien pensara que se sentarían ahí a conversar y nada más —. Sin embargo, esta es la parte más sencilla, pues lo único que les vamos a pedir — dijo intercambiando miradas con Elvis —, es que se presenten ante la clase en general— A él sólo le bastaban los nombres, para saber cómo dirigirse a ellos durante el curso, pero también podrían explicar sus trabajos en el ministerio como era habitual.


—Para hacerlos entrar en confianza y evitar que nos odien más por las trabas del camino, comenzaré yo — a esas alturas todos debían estar lo suficientemente cansados como para querer tumbarse en el suelo y recobrar fuerzas, pero por supuesto no se lo permitirían —. Mi nombre es Zack Ivashkov y trabajo en la asamblea del concilio de mercaderes. Y por acá, como ya todos han de saber, tenemos al director de la universidad y de Hogwarts, Elvis Gryffindor como profesor acompañante — pronunciar su nombre le hacía recordar el suceso en su castillo, crecían en su interior unas ganas voraces por atacarlo hasta su muerte.


—Bien, eso es todo. Esperamos por ustedes — Finalizó a la expectativa de quien fuera el siguiente en presentarse. Su mirada se desplazó inconscientemente hacia Liam, a quien ya conocía, pero al ser el primero en llegar, quizás podría ser el primero en presentarse también. Tenerlo ahí sería una distracción, pues no era tan fácil concentrarse en guiar una clase teniendo tan cerca a la persona que más le importaba en ese entonces.

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Kassandra observaba las aguas calmas como si en cualquier momento fueran a desatar alguna especie de monstruo. Remaba con calma y ritmicamente mientras calculaba la distancia que faltaba para cruzar al otro lado. Ciertamente, ya no era mucha y eso le animaba a apresurar su paso. Llegó sin problemas y desmontó la barca, agradeciendo haberse calzado las botas pues el agua apenas había entrado a sus zapatos. Paso dos, check.

 

Observó a su al rededor tratando de encontrar el algo que le iba a dejar continuar a través de las pruebas. Ya le habían puesto bestias, así que no se esperaba aquello. Pero tampoco bajaba la guardia, solo por si acaso. Le habían dicho que esa magia iba mucho más allá de aprender a ser diestro con la varita, por lo que Kassandra hasta el momento había tratado de hacer uso de la lógica más que de la magia. Hasta entonces le había funcionado.

 

Sus ojos rodaron con detenimiento a través del paisaje, llamándole la atención algo que parecía una puerta. Del tamaño de una puerta normal, se apreciaba su madera de roble ricamente tallada con algo que parecían runas. La Weasley se dirigió hacia allí sin perder ni un segundo más, alejándose de las orillas del lago. Miraba el cielo con nerviosismo cada vez a sabiendas que ya estaban a minutos del anochecer, pues la luz que le guiaba se había atenuado. Si de algo estaba segura, es que no quería estar libre por allí al anochecer.

 

Llegó finalmente a la puerta distinguiendo que la misma no tenía ningún tipo de pomo que girar. Ni picaporte ni nada, parecía que la puerta iba a probar su ingenio una vez más. Kassandra se detuvo por breves segundos analizando lo que haría a continuación. Las runas eran complejas y parecían evocar un lenguaje antiguo, así que empezó por ahí, observando los detalles. Sus delgados dedos empezaron a recorrer el labrado de la puerta, tratando de distinguir algo inusual, y descendieron con lentitud hasta el centro de la puerta, donde una marca de lo que parecía ser sangre apenas era distinguible a lo lejos por el tono rojizo de la madera. No le tomó mucho llegar a la conclusión de que ella debía pagar un tributo de sangre para poder pasar.

 

Observó la palma de su mano derecha, que estaba iluminada de manera curiosa por el resplandecimiento de la esfera dorada. Al contrario de lo que pudiera esperarse de una lycan, Seraphine no tenía cicatrices, exceptuando aquella que era casi perceptible en su rostro. Extrajo a su fiel compañera, Astrithr y se apuntó la palma diestra, haciendo un corte preciso a lo largo de la misma.

 

¡Aughh! —Se quejó, observando la sangre brotar casi de inmediato. Posó la palma herida en el centro de la puerta, manchando con renovada frescura de sangre roja. Casi de inmediato la puerta se abrió con un chirrido, permitiéndole cruzar al otro lado. Deseó poder cesar el ardor que sentía por la herida, y mientras caminaba sintió que un calorcillo cruzaba de entre su pecho, al la palma herida. Cuando tuvo oportunidad de mirar, observó con satisfacción que estaba curada.

 

Haciendo una última revisión del espacio, encontró que estaba en la cima de una montaña. No había sido la primera en cruzar, pero tampoco había sido la última. Zack habló, pidiéndoles que se presenten. Dio el ejemplo, y aguardó. Kassandra observó a su al rededor, vio a Arya, vio a Elvis, pero aún no reconocía ningún rostro familiar. Decidió encabezar la ronda de presentaciones.

 

Mi nombre es Kassandra Weasley, trabajo en el ministerio como defensora del mago. —Hizo una pausa, para posar la vista de un tutor a otro. —Soy maestra de Magia Avanzada en Hogwarts, también. —Guardó silencio. Habían pedido solamente una presentación, por lo que las palabras debían ser concisas. Sintiendo una brisa fresca golpearle el rostro, esperó por los demás.

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El hipogrifo mantuvo el vuelo como planeando, y en realidad no iban a una velocidad que le causara nauseas o similar. En ese punto prefería confiar en lo que la bestia hiciera que ella intentando manejarlo a antojo, era bastante diferente a cabalgar sobre un caballo. Además, eso le permitía concentrar sus objetivos en buscar nuevamente la esfera, o algo que le sirviese de guía para continuar el camino. Los demás de seguro le llevaban mucha ventaja, y no deseaba quedarse sola en aquel bosque.

 

La búsqueda le llevó hasta cerca de un lago, debido a la cercanía de la noche se vislumbraba oscuro y tenebroso, aunque lo más probable era que no tuviese más que un par de metros de profundidad; eso quería creer. Tampoco era tan grande de extensión, al vuelo quizás le tomara un par de minutos atravesarlo.

 

Al acercarse a la orilla contraria un sonido provino de algún sitio cercano. Le daba la sensación que el sonido estaba dentro de su cabeza en vez del ambiente, probablemente era la magia del anillo Uzza, el que se había acomodado en el dedo índice de la mano izquierda. Intentó por inercia tapar sus oídos sin conseguir ningún resultado óptimo. Quizás lo mejor era bajar a tierra, hasta apaciguar aquella molestia.

 

— Vamos... hipogrifo... —No se le ocurrió ningún apodo que ponerle. — A la orilla. —Fue una orden muy sutil, pero suficiente para que el animal descendiera hasta alcanzar la orilla del lago.

 

El sonido allí era bastante más profundo allí.

 

Una vez que hubo desmontado caminó por entre las piedrecillas buscando el origen del sonido, era mejor que intentar alejarse. Hasta que dio con un cúmulo de piedras, tierra y algunas raíces, y un poco enterrado algo que parecía ser a todas luces un cofre metálico bastante oxidado. Con las manos escarbó un poco en la tierra húmeda hasta sacarlo, el sonido fue cesando hasta que ya no hubo rastros de el.

 

Rouvás se limpió un tanto las rodillas de sus vaqueros luego de ponerse de pie. Examinó la caja, y para su sorpresa abrió sin necesitar ningún tipo de conjuro, llave u objeto.

 

—Vaya... Esta para qué será.

 

Solo una llave había en el interior. Supuso que su siguiente objetivo era buscar a que cosa pertenecía la llave. A lo lejos se veían algo flotando sobre las aguas, lo más probable es que fueran embarcaciones. Tendría que probar suerte, así que regresó junto al hipogrifo pero para despedirse, desde allí podría seguir a pie. Al llegar a su lado acarició su plumaje, y finalmente pasó la mano cerca del pico.

 

—Gracias, por haberme ayudado a llegar hasta aquí. Espero que volvamos a vernos.

 

Las despedidas, aunque fueran con criaturas no eran lo suyo, así que decidió comenzar la travesía sin mirar hacia atrás, apurando en paso. Le tomó largos minutos llegar a las embarcaciones. Mientras probaba en una de las naves pensó en Arya y Cassandra, y en los otros rostros de los chicos que había visto al inicio de la clase. ¿Habrían pasado por allí?

 

Fue en el segundo navío que la llave giró para ponerse en marcha. El vaivén del agua hacia que Athena se aferrara con fuerza a los contornos para no caer, pese a eso era un llevar tranquilo. Cuando hubo avanzado un poco se atrevió a usar los remos para apresurarse un poco más; no sin antes asegurarse que todas sus pocas pertenencias seguían en el interior de la mochila que luego acomodó en la espalda.

 

Hubo un momento en que se desvió un poco pues sentía que estaba volviendo sobre su anterior marcha, pese a que todo el contorno de arboles era igual donde quiera que mirara. Giró un poco al sur, que era la siguiente orilla más próxima.

 

La barca se estancó casi al final por lo que tuvo que meterse al agua para salir airosa, no le quedaba tiempo para detenerse a secar un poco la ropa, a la vista, al frente, había una especie de puerta. ¿Sería ese el final? Se acercó a examinarla, no había ningún domo, o rasgadura que indicara que se podía abrir. La examinó con cuidado, pasó sus dedos por los costados, mecionó algunas palabras, pero nada sirvió. Hasta que notó algo, una pequeña mancha roja seca.

 

— ¿Sangre?

 

¿Entonces era necesario un sacrificio? Sintió escalofríos, pero si era lo que faltaba no tenía más remedio que hacerlo. Buscó a Nike y se apuntó en la muñeca, esperaba que no quedara ninguna cicatriz posterior. Cerró los ojos al momento en que la varita cortó la piel, y por supuesto dejó escapar un quejido de dolor.

 

—Espero que valga la pena.

 

Acercó la muñeca a la puerta para dejar su pago. Mientras veía la puerta abrirse posó la mano con la varita sobre la muñeca sangrante deseando en verdad curarse aquel malestar. Al momento en que atravesó el portal ya no había rastros de piel herido, ni de sangre goteando por la palma, eso era...inesperado. Tanto como lo fue darse cuenta que había llegado a la cima de una montaña al pasar al otro lado.

 

Pestañeó repetidamente observando a los presentes. Por supuesto ella llegaba tarde, eso no era novedad. Se acercó al grupo que conformaban los docentes y alumnos. Estaban presentándose por lo que iba entendiendo. Esperó a que Kassandra terminara con lo suyo antes de hacer lo propio, brevemente.

 

— Athena Rouvás, un gusto. —Recordando lo que algunos mencionaban, también decidió mencionar su empleo. —Soy empleada en el Cuartel de Aurores.

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Zack se había alejado algunos pasos. Debía admitir que de ésa forma, no estaba todo el tiempo pensando que cuando girara la cabeza, lo iba a encontrar por atacarme. Sabía también, que era demasiado responsable bajo la plantilla del Ateneo, era uno de los mejores de hecho, así que ambos podríamos trabajar juntos. El joven mago estaba observando desde una punta y yo de la otra. Aproveché un movimiento de mi varita y una especie de esfera plateada se remolinó delante de mis narices. Centelló una o dos veces y me mostró algunas imágenes.

 

No están haciendo el uso de los poderes como creíamos —no estaba seguro si me iba a responder o si estaba de acuerdo con aquel punto de vista, porque al parecer no observaba detalladamente a cada uno. Aquel comentario había sido más un pensamiento en voz alta. Los chicos estaban demasiado acostumbrados a usar la magia cotidiana, al parecer no estaban tan ansiosos por los poderes guerreros. Buscaban la caja con un simple Accio. Convencían a los hipogrifos con los habituales protocolos y otras cosas más. Disipé aquel especie de espejo gaseoso con la mano. Los chicos avanzaban.

 

Caminé un par de pasos mientras el sol empezaba a descender. Los chicos de a poco se iban acercando hacia la cima para encontrarse con nosotros. Estaba seguro que a más de uno le habría gustado vernos y que les explicáramos como una clase normal pero los Guerreros Uzza nos tenían prohibido eso. De hecho estábamos allí por algo más, algo que debíamos hacer y que aprovechábamos a usar la clase para ello. Todo se resumía a cómo se desenvolvían en la clase y como se enfrentarían a la prueba, si es que llegaban. Ambos profesores nos mantuvimos en silencio, esperando que traspasaran el umbral de la puerta. Y así lo hicieron.

 

Faltaban algunos chicos por llegar, pero estaba seguro que si nos veían que nos íbamos acumulando, se apresurarían. ¿Ninguno había usado los anillos aún? Había mucha magia contenida en esos aros de metal e iban a formar parte de su vestimenta si pasaban exitosamente la prueba. Claramente que cualquiera que flaqueara, tendríamos que borrar todos los recuerdos de ése momento. Los Uzza nos habían enseñado a permitir que leyeran los poderes de los libros que no eran suyos y sacar los pensamientos de los que no se lo merecían. Zack me presentó. Y algunos lo iban haciendo.

 

Es un gusto verlos a todos aquí —no iba a decirlo, pero me encantaba que varios rostros conocidos, y más que queridos, estuvieran por allí. Eso no podía comentarlo tampoco, pero la Orden del Fénix se hacía más fuerte si nosotros los miembros, íbamos mejorando cada día. Caminé algunos pasos. Eché un vistazo, aún algunos les faltaba la última parte—. Primero debo advertirles que lo más importante de los libros, es la prueba final. Éste encuentro es importante porque van a aprender a usar los poderes. Hasta tienen un margen de error. Pero deben transcurrir algunas cosas para llegar a la prueba y luego, enfrentarse a ella. Asi lograran demostrar que tienen fortaleza y así podrán vincularse con el libro.

 

Estaba tan claro como el agua que me refería a los obstácul0s que habían pasado. No los habíamos puesto porque nos gustaba como quedaba, sino porque así veríamos en que posición actual se encontraban para con el libro. Algunos portaban los anillos y amuletos pero no habían recurrido a ellos. Otros estaba seguro que ni habían leído los nombres de los poderes. Pero los que se habían animado, debíamos incentivarlos y contagiar al resto. Miré a Zack, de una manera cómplice porque ésa era la señal. Él debía encargarse de lo que seguía, y estaba seguro que nos odiarían por lo que venía. Después de tanto trabajo para subir...

 

Luego de las presentaciones, proseguiremos —exclamé guardando mi varita. Zack estaría arriba y yo abajo. La lección no estaba arriba, sino entre el bosque. Se rumoreaba que cerca de allí, estaba el Corazón del Bosque. Eran solo leyendas para los muggles, pero nosotros teníamos otra información—. Es tu turno, Zack. Chicos... los espero allí —hice un gesto con la cabeza a mi compañero. Luego dirigí la mano para señalar al otro lado de la montaña, el lado contrario. Allí las rocas parecían incrustadas a la tierra. Eran grandes y pequeñas y algunas, demasiado deformes. Pero lo importante era abajo. Donde se juntaba una especie de lago, que acariciaba los pies de aquella elevación.

 

Cerré los ojos y desaparecí. Materializándome justo en la base. Los chicos estaban demasiado alto. ¿Se animarían a la próxima condición?

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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