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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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Con su máscara, siempre era complicado saber a dónde estaba mirando. Similar a un casco, su estructura de plata cubría la mitad de la cabeza de la rubia hasta la boca, la única parte de su rostro visible. No tenía abertura para los ojos, ni para la nariz, porque estaba hechizada para que sólo ella pudiera ver y respirar desde adentro. Los demás sólo veían una serie de arabescos que más que hermosos, tenían la intención de intimidar a los enemigos y de establecer una idea clara, a pesar de que sólo fueran diseños en el metal; ella no se andaba con juegos, ella era el peligro. No obstante, la túnica blanca de batalla relucía con tal pulcritud que incluso los miembros de la Orden del Fénix sentirían envidia o, quizás, un enojo tremendo con semejante ironía.

 

Lo importante era que en ese momento, a pesar del detalle de la máscara, tenía el cuello echado hacia atrás lo que dejaba en claro que estaba mirando con cierto interés el cielo de Southern Uplands, su amplitud y la limpieza del aire, la forma en que las estrellas brillaban sobre ella y Mía como si estuvieran expuestas al mismísimo espacio exterior. A diferencia de Londres, donde la contaminación hacía de las suyas, aquél pedazo de tierra parecía ser tan natural que el castillo de los Moody salía de la nada como un impedimento para interrumpir la hermosura del entorno. Era un estorbo, casi tanto como los miembros de su familia.

 

Pero la mortífaga no estaba afuera, como podía creerse. Estaba de pie en la planta inferior del torreón más grande, el torreón familiar, de frente al camino de piedras que conducía a la muralla exterior, la que separaba al mundo de la familia de magos que habitaba dentro del castillo. Al bajar la cabeza, sus ojos dieron con esos límites y una sonrisa divertida torció sus labios, como si algo le hiciera muchísima gracia. Y la verdad es que así era. ¿Paranoicos? ¿Los Moody? ¡Por favor! Solo que... no tenían hechizo anti-aparición.

 

―Sus métodos de seguridad con su falta de juicio a veces me hacen preguntarme si realmente ponen atención a lo que hacen ―dijo a Mía, extendiendo el brazo izquierdo.

 

Hincó la punta de la varita de almendro en el tatuaje azabache que pintaba su piel blanca y entonces, el llamado a los mortífagos encendió su piel con un doloroso ardor que tanto ella como Mía y el resto del bando sintieron a la vez.

 

―¿Qué te apetece hacer primero? Tengo curiosidad de ver sus habitaciones, me pregunto qué cosas secretas tendrá Madeleine debajo de su cama.

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La Fortaleza Oscura, una de las edificaciones más antiguas y mejor conservadas del mundo mágico. Como era lógico, tan valiosa edificación tenía que estar en manos de personas que supieran darle valor y en ese caso no podían ser otros más que los mortífagos, por lo que lo habían convertido en su sitio de reunión por excelente, uno al que únicamente podían entrar las personas que tuvieran tatuada la Marca Tenebrosa.

 

Sentada en la taberna, visualizó el momento preciso en que arribo a Leah, la mujer que estaba esperando desde hacía algunos minutos. Tenían planes para esa noche y no dejaría pasar la oportunidad de cumplir en ese mismo instante, por lo que abandonó su lugar y se acercó hasta la mujer, a la que miró fijamente a los ojos durante algunos segundos, captando de inmediato su mensaje.

 

Con un movimiento de su diestra cambió su apariencia por una sencilla túnica negra y su rostro lo cubrió con una máscara plateada, la cual cubría por completo su identidad. Estaban listas, por lo que no dudo en tomar la mano de la Ivaskov, para que esta la guiará hasta el lugar elegido, el cual era Southern Uplands, la localidad sobre la que se alzaba el castillo de la familia Moody.

 

Al observar en donde habían aparecido exactamente, soltó una risotada bastante sonora. Se encontraban en el torreón más grande de la propiedad, el que contenía por lo que podía ver las habitaciones de la familia, y si bien, le gustaba la idea de comenzar los destrozos allí, no era eso precisamente lo que la tenía feliz, no sino la ironía de la situación.

 

Los Moody, siempre jactándose de ser sumamente precavidos y en tener la previsión de nunca permitir que intrusos estuvieran entrando como Juan por su casa, pero al parecer en esa ocasión, algo les había fallado en sus flamantes medidas de seguridad, las que su antepasado siempre había cuidado.

 

—Destruyamos todo… —sonrió lentamente.

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¡Por fin! Lo había sabido desde hacía unos días. Algo le había dicho que el momento llegaría esa noche estrellada. El llamado de un Ángel Caído para comenzar una invasión hacía zigzaguear la Marca Tenebrosa grabada en su brazo izquierdo y le provocaba aquel escozor placentero que tanto le había gustado sentir en su juventud. Sin pensarlo demasiado respondió con su varita pegada en el brazo e hizo aparecer su túnica negra característica de los mortífagos.

 

Tapó sus facciones con una máscara plateada que tenía, sobre el ojo izquierdo, desde la frente hacia el pómulo, una fisura apenas profunda pero que no dejaba ver nada debajo de ella; era exactamente del mismo tamaño que la cicatriz que llevaba en su rostro. Aprovechó la capucha negra que la túnica le ofrecía y cubrió sus cabellos dorados, asegurándose de que ninguno escapara de la cobertura de la misma y por seguridad aplicó un conjuro sobre su pelo, cambiándolo a color negro por unas horas.

 

Preparada para la acción desapareció en un instante para aparecer donde se le había pedido: Dentro de la mansión Moody, en Southern Uplands, Gran Bretaña. Más precisamente en la torreón más grande, el familiar. Se veía claramente la intensión de molestar a las personas que vivían en el lugar, y aquello no le desagradaba. Sonrió con ganas y una vez allí, saludó a la persona que comandaba con un pequeño movimiento de la cabeza y desenfundó la varita, lista para comenzar.

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La llegada de Mahia sucedió casi tan rápido como tenía previsto que llegara alguien. Siempre había alguien que respondía con fidelidad y ella lo agradecía con el mismo respeto que tenía por todos sus compañeros de bando, bajando la cabeza de forma educada para responder el saludo. Aún tenía las palabras de Mía rondando en la cabeza y aunque estaba de acuerdo en que había que destruir todo, sólo para dejar su huella por ahí, la verdad era que sí tenía curiosidad en ver qué podían encontrar en las habitaciones de los Moody.

 

―No nos apresuremos, tenemos toda la noche para dejar todo en los cimientos y me temo que, otra vez, nadie va a venir a darnos la bienvenida. Una pena, algo de rojo le sentaría bien al suelo soso que se gastan.

 

Como era de esperarse, había más habitaciones de las que podían revisar, de modo que mientras una abría una puerta, la otra hacía exactamente lo mismo. No le importaba si tomaban algo, rompían alguna cosa o si simplemente pasaban de ella, ella estaba buscando algo más novedoso, algo que la hiciera reír. Por las dudas, aunque lo menos que podía sentir por un miembro de aquella familia era miedo o a lo sumo preocupación, había desenvainado la katana y la llevaba apuntando al suelo, lista para proyectar el primer corte en quien tuviera no solo la valentía, sino la poca materia gris para enfrentar a las tres mortífagas.

 

―Vaya, vaya ―soltó un silbido―. Parece que aquí guardan su comida y hay que darles crédito, tienen más de lo que pueden consumir. No me sorprende, la última vez que vi a uno correr no llegó demasiado lejos.

 

No podía decir con toda certeza que no había llegado lejos por exceso de peso, podía asegurar con más fuerza que no había llegado lejos porque había muerto antes. Aún así, rebuscó en una estantería y se hizo con un bocadillo, esperando que si alguno aparecía, la vieran comiendo de su propia alacena y se ofendiera lo suficiente como para intentar hacerle algo. Darle un discursillo sin sentido al menos.

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—Vayamos a ver que tiene escondido Madeleine entonces, ¿tienes ide de cuál es su habitación? —preguntó a la ángel caído— De no saberlo, tendremos que revisar habitación por habitación y dejando un poco de decoración nueva.

 

Mirando las puertas que tenían delante, sintió en ese preciso momento aparecía una persona más. Girando lentamente, identificó a Mahia, uno de los miembros de la familia Black, a la que pertenecía por ser hija de Alyssa. Saludando con una cabezada, le indicó a la bruja que tenían que seguir a la mortífaga que había iniciado el camino de abrir todas las puertas que tenían delante de ellas, el interior de cada una era diverso, por lo que tendrían que buscar un poco.

 

Sin embargo, cuando pensó que les quedaría una larga noche por delante. se paró de golpe en el instante en que habían encontrado la despensa. Comida y más de la que podía haberse imaginado que ellos tendrían, ¿por qué? eran pobres, y los pobres normalmente no tienen comida, o al menos eso era lo que le decía su lógica, pero al ver que se equivocaba, ingresó y soltó una risotada.

 

Buscando entre las bebidas que había en ese sitio, se encontró con una botella de whisky de fuego, sonriendo la tomó entre sus manos y la abrió. Tomando un sorbo disfrutó de la sensación de quemor, mientras la ofrecía a sus compañeras, de ese modo al menos podrían disfrutar un poco más.

 

—Vamos, quiero ver un poco de fuego por este sitio. —sintiendo dcomo en esos momentos su varita mágica le pedía que la usará, la tomó entre su diestra y apuntó a una de las puertas cerradas del lugar, flechas de fuego, unos filamentos de fuego salieron de su varita mágica y comenzaron a viajar lentamente por la dirección de las puertas, las cuales comenzaron a arder en cuestión de segundos.

 

Sí, el castillo comenzaría a disfrutar de un poquito más de calor y diversión, la noche estaba iniciando.

 

—¿Creen que den la cara? ¿O se quedarán ocultos en algún lugar extraño de la casa? Aunque dudo que vengan, nos temen tanto que prefieren ver arder a lo que llaman hogar a dar la cara. —la ironía era obvia en su voz.

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– Es que se ha perdido el respeto - Mahia negó con la cabeza un par de veces, desilusionada al escuchar que nadie llegaría a recibirlas. Con lo bella que se había vestido para la ocasión. Aunque ya se lo había esperado, tenía la esperanza que las cosas hubiesen cambiado. Los de la Orden del Fenix llevaban tanto tiempo de huelga que ya no debían recordar el por qué lo hacían.

 

Siguió a Leah y Mía hacia donde estaban las habitaciones y se separaron por unos momentos. La Black ingresó a la más cercana, pateando la puerta para romperla en vez de abrirla, observando cómo las astillas salían desprendidas hacia el interior. No le dieron vergüenza sus modales, de todas maneras estaban allí para eso.

 

Se adentró con pasos tranquilos, disfrutando del tiempo que tenía y observó bien la alcoba. Era bastante amplia, pero prácticamente no tenía mucho que ofrecer. Se notaba habitada, ya que había un mueble que hacía las veces de mesa sobre el cual se podían observar un par de pergaminos y una pluma con un tintero que aún conservaba su líquido en el interior. Una pequeña chimenea en la pared izquierda contenía sobre ella algunas estatuillas de porcelana y una cama de gran porte se encontraba en el centro, cubierta por un edredón de un color blanco añejo, casi llegando al de la crema batida. Aquella cosa debía tener más años de los que la bruja misma tenía.

 

La rubia pasó su mano sobre la chimenea, tirando todo lo que había sobre ella al suelo y escuchó con placer cómo se hacían añicos. Luego apuntó su varita hacia la cama y con una sutil floritura y mencionando el hechizo Incendio logró prenderla fuego. Un hermoso fuego que pronto consumiría todo el lugar.

 

Salió de allí y se volvió a encontrar con Mia, quien le ofrecía un poco de whisky de fuego. Lo tomó y le dedicó una sonrisa que ella no podría apreciar por la máscara.

 

– Nah, son cobardes. Quizá ya hayan huido todos. O podemos probar tirando abajo la mansión entera y luego volviendo a ver si encontramos algún cadáver. Algo así como la búsqueda del tesoro. Suena divertido – Le dijo sacando un trozo de papel de su bolsillo y agrandándolo con la varita.

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Al haberse separado de sus compañeros, continuó con su andar por los pasillos del torreón. Necesitaba encontrar algún lugar que le agradara y al no hacerlo, blasfemó por lo bajo, comenzaba a aburrirse, por lo que movió nuevamente la varita mágica y continuó quemando todo lo que encontraba a su paso. Al menos sentía un poco de calor en el lugar, y eso llenaba el vacío que se había cernido sobre él, en el preciso instante en el que habían aparecido los miembros de la Marca Tenebrosa.

 

Confringo —siseó apuntando a una de las paredes, mientras veía como explotaba en mil pedazos, dejando al descubierto un par de camas y otros artefactos que pertenecían a la decoración de una habitación.

 

No estaba segura de que más podía hacer, por lo que salió del torreón y se encaminó hasta el jardín de la propiedad. Una vez allí, comenzó a prender fuego a todo lo que encontraba, a la vez que tiraba una botella de whisky por unos arbustos, lo que genero que el fuego se incrementaraun poco más. Sí, el fuego comenzaba a hacerse por diversas partes de la propiedad, por lo que esbozó una sonrisa.

 

Apuntando al cielo, lanzó un hechizo, que logro que una carpa apareciera, con las siguientes letras.

 

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Si, el lugar se veía un poco más decorado, estaban haciendo un buen trabajo, lo que genero que en su mente apareciera la pregunta, ¿qué hacían sus compañeras? seguirían en la propiedad o estarían rumbo a un lugar mucho más cómodo. No lo tenía claro, pero tampoco le importaba demasiado.

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Se dirigió hacia el living de la mansión, ya casi terminando con los destrozos en las habitaciones. Mia había hecho un gran trabajo quemando todo a su paso y el humo empezaba a hacerle lagrimear los ojos, pero aquella sensación le gustaba. Con un simple hechizo sobre la bandera que había agrandado la hizo levitar sobre el lugar para que, si sobrevivia alguien o algo de la estructura quedaba en pie, pudiesen ver el hermoso arte de la Marca Tenebrosa.

 

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Hecho esto se giró nuevamente hacia sus compañeras y saludó con la mano, agradeciendo la invitación. Siempre disfrutaba de esos momentos, pero hubiese sido mucho mejor si pudiesen haber jugado con algún odefo perdido que hubiese llegado al lugar por error. Se ajustó la máscara y desapareció del lugar.

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—Nunca tuvieron muchos modales —respondió después de tragar un pedazo del bocadillo y al final se encogió de hombros—. No hay mucho que podamos hacer aquí, vámonos. No sin antes quemar todo, claro está.

 

Mía utilizó las flechas de fuego y Mahia, un poco más recatada, se limitó a un Incendio. Pero ambos tenían la misma intensidad rodeados de objetos que quemar y pronto las llamas se propagaron casi como si hubieran repartido algún combustible por las superficies, logrando que el trío echara para atrás y observara el lugar arder. Era hermoso. Lo único que era una lástima era haber quemado sus reservas de comida, debía admitir que había cosas buenas, lo que le recordo los licores y casi se inmediato dio media vuelta, haciendo una seña tanto a Mía como a Mahia. Era tiempo de irse.

 

Por suerte, Black era rápida y no se había demorado demasiado en salir. Mía a su vez, esperaba por ella, porque habían quedado en ir por Aries a la Fortaleza Oscura. Por ello, le tendió su mano para que la aparición conjunta funcionara. Pero antes, apuntó al cielo y realizó un floreo con la muñeca mientras la magia, usando la varita como herramienta de dibujo, hacía de las suyas. El mensaje, junto con los otros dos se quedaría en el cielo hasta que alguien lo quitara, con bastante esfuerzo. Y antes de irse.

 

—¡Morsmodre!

 

La Marca Tenebrosa empezó a brillar en el cielo junto a los carteles y Black Lestrange e Ivashkov ya no estaban ahí.

 

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Nunca le gustó que le revolvieran el cabello de aquella manera, pero por una vez en su vida dejó que Richard lo hiciese sin protestar nada; tal vez a modo de "agradecimiento" al contarle su historia. No tenía cómo saber si era cierta, (demasiadas mentiras le conocía) pero no quedaba más que confiar por una vez. Si no era así, el tiempo se encargaría de sacar lo real, pero por ahora iba a quedarse con lo que estaba a mano.

 

Se reclinó un poco, lentamente, hasta que la espalda chocó con el respaldo de la silla. Había muchas cosas que digerir e intentar comprender.

 

—Tal vez vayas a reírte, pero. . . ¿tengo algo de ti? —Su gesto era una mezcla de confusión y el roce del temor. —Quiero decir, aparte de la sangre.

 

¡Cielos! Iba a explotarle la cabeza de unir y desunir ideas.

 

Su pregunta apuntaba a si esa condición de robacuerpos también la afectaría a ella. En su mente cruzó los dedos por una respuesta negativa, contrario a lo que muchos desearían, y tomarían como un don, a ella le parecía un poco terrible. Vivir tanto era agotador, a veces, a sus cortos 19 años ya le parecía haber vivido una eternidad y eso que apenas comenzaban a aparecer cosas nuevas en el horizonte. Ni siquiera lograba imaginar conservar la memoria de cinco siglos y más. Tal vez para Richard ya todo era tan monótono que no se sorprendía con nada. ¿Conservaría algún sentimiento por tanto tiempo?

 

No podía, no quería quitarle la vista de encima.

 

—Hay algo más que siempre he querido saber, mamá nunca quiso hablar demasiado del tema. Supongo que por lo mismo no tenía idea que eras mi padre —la última palabra salió casi como un susurro. — hasta que me lo contaste. Ehm. . . ¿Cómo fue que ustedes dos terminaron juntos? Mamá parecía odiarte en serio cada vez que yo preguntaba, y mis abuelos ni siquiera permitían que lo hiciese.

 

Y pese a que convivía por muy poco con Moody todavía sus abuelos tenían la esperanza de que Rouvás se fuese a su lado en donde estaban viviendo en la actualidad, pero ahora Athena tenía demasiadas cosas por las que quedarse; había sumado una más en el último tiempo.

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