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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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-Pff ¿oíste eso Madeleine? Ahora resulta que no sé leer. Me parece que les faltó algo de... coordinación. Pero descuide, he captado el mensaje.

 

Observaba a la bruja pelirroja manteniendo el aplomo al ver la situación de Madeleine. Tenía que admitir que si bien había dicho mucho más de lo que había planeado en primer lugar no tenía nada de extraño y se sentía más bien culpable por estar disfrutando de la entera situación. Sin embargo, había algo que no iba a permitir y eso era que pasaran por encima de sus propias indicaciones.

 

Podía tomar las notas que se le antojaran y plasmar en papel algo que una persona con la mitad del ingenio de un ser humano normal se habría tomado el trabajo de constatar el día en que había gritado a los cuatro vientos más verdades juntas que las que se podía soltar en una conversación junto al fuego. Digo, por algo se había llamado todo "revelación". No había absolutamente nada que Catherine pudiera agregar a los comentarios que había vertido aquel día. Nada que pudiera inculparla más.

 

-Por supuesto, en el plazo de cuarenta y ocho horas señalado, estaré encantada de recibirla para proceder con la revisión correspondiente -señaló con calma, indicándole a Richard con un gesto que hiciera sentar a Madeleine mientras ella agitaba el documento que la bruja acababa de entregarle, para indicarle a las claras que sólo seguía lo que allí figuraba.

 

Mas cuál no sería la sorpresa que se reflejara en sus ojos al notar que la taza de la que ahora bebía su hija no era la de té si no la de Richard, que hasta hacía unos minutos había estado rebosante de vino criado en barrica de roble. Negó con la cabeza casi imperceptiblemente pero con genuino pesar intentando por todos los medios controlarse. La situación era tan desgraciadamente hilarante que una sonrisa afloró a sus labios y estuvo a punto de estallar en incontrolables carcajadas, tal cual había sucedido con la visita previa en donde habían perdido los estribos ante las narices de Stabolito. Tenía que controlarse, lo sabía...

 

Con Richard con bastante vino encima, Madeleine borracha como una cuba y ella misma más achispada de lo habitual casi presentía que Black tendría que esperar una hora antes de que pudieran continuar hablando si empezaban con la ronda de risotadas.

 

Freya se acercó entonces hacia el interior adivinando, como siempre lo hacía, las intenciones de Catherine antes incluso de que ella las expresara en voz alta.

 

-Acompaña a esta buena dama a la salida, Freya -señaló Catherine que, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía borrar de su rostro la desafortunada sonrisa-. Volveremos a verla en breve, supongo.

 

Hizo una venia en su dirección y entonces volvió el rostro, desestimándola por completo, mientras la elfina se acercaba hacia ella con claros ademanes de despedida, para indicarle el camino por el pasillo hacia el exterior de los muros del castillo de los Moody. Catherine, mientras tanto, colocó una mano en el rostro de Madeleine, para percibir la temperatura bajo una suave mata de su desordenado cabello, mientras intentaba por todos los medios agitar lo menos posible el cuerpo, aprovechando que tenía el rostro vuelto, de forma que la bruja no notase que estaba a punto de desternillarse en el suelo de la forma más indigna posible.

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—Y no olvides que te están llamando loca y paranoica —añade Madeleine—, y en tu propia casa. ¿Qué clase de trato es ese, oh, querida madre? —habla con la voz aguda, imitando el acento "sofisticado" de los londinenses, para luego darle un pequeño sorbo a la taza de té más cercana, obviamente manteniendo el meñique en alto—. ¿Quieren información acerca de los mortífagos? Bien, en Shadowhunters estaba Ernest Macnair hace un par de días. No sé si les suena el mago que se reveló como mortífago en el Atrio, e incluso admitió haber estado en un ataque. Ah, ¿ya mencioné que una de las propietarias es una Inquisidora? ¿Y que la socia de ésta estaba defendiendo al criminal y amenazando, en nombre de la ya mencionada Inquisidora, con encarcelarme? Ese sí que es un escándalo. Pero qué demonios, es mejor ir a por los que luchamos la Buena Batalla, los que hacemos algo por detener a ese montón de nazis.

 

>>Ah, y claro que tengo en claro mis funciones. Tanto como Auror como miembro de la Orden del Fénix. Mis compañeros y yo haremos nuestras propias investigaciones, que no le quepa duda. Sin embargo, tú y los tuyos también deberían mover el trasero. Se supone que el cuartel de Inquisidores "mantienen el orden" y "persiguen delincuentes y organizaciones ilegales". ¿O es que los mortífagos están registrados en el Ministerio? Pero no se preocupe, no llene su linda cabecita con esas preocupaciones. Como siempre, nosotros haremos el trabajo sucio y seguiremos manchando y dañando nuestra imagen. Usted, por otro lado, puede irse de compras al Diagón o... Usted es una Black, ¿no? Toujours pur —conoce bien ese lema, pues es el mismo que está en la vieja casa de los Black, que ahora funciona como Cuartel General de la Orden del Fénix. Sería bastante gracioso decirlo, pero es un secreto muy grande y ella, que no es la guardiana, no puede revelarlo—. Puede ir a pasar el resto del día con su correcta y pura familia. Quizás eso le "purifique" de haber pasado tanto tiempo con squibs y traidores a la sangre.

 

Mientras bebe de su "té", Nymeria, se sube al sofá y se recuesta sobre las piernas de Madeleine. Pero antes de que pueda hacerle un cariñito a su mascota, la criatura con apariencia de gato comienza a bufar en dirección de la Inquisidora. A pesar de que sería hilarante ver a su cruce de Kneazle no sólo derramar el té, sino arañar a la mujer, en el fondo, muy en el fondo sabe que en realidad no le divertiría; en cambio, maldiciendo por lo bajo, la socorrería. Porque así de tonta es. Así que abraza al gato y se apresura a acariciarlo y arrullarlo para que se tranquilice. No es que sirva de mucho, pero por lo menos la criatura es obediente, y aunque sigue bufando se queda quieta sobre el regazo de la muchacha.

 

Por fortuna, la visita ministerial acaba ahí. No alcanza a ver si la mujer se ha ido o no, pues Catherine se atraviesa. Por algún motivo le acaricia la cara. Madeleine aparta su mano como puede y alza la mirada hacia ella.

 

—¿Qué demonios es tan gracioso? ¿Es que te alegra tener tiempo de lavar tus calzones para cuando la señora esa venga a revisarlos?

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La Black sonrió con sorna ante el vano intento de aquella bruja, tratando de deshacerse de ella para así evitar el cateo. La Triviani jamás había sentido verdadero odio hacia los de dicha calaña sino más bien desprecio, siempre los había visto como vagabundos que se pasan la vida mendigando por un poco de atención, patéticos y condenados a una vida sin sentido. En aquel momento sin embargo experimentó algo completamente nuevo: pena. Viéndolos allí, borrachos, desvariando, queriendo aferrarse a una dignidad inexistente, le provocó un profundo sentimiento de pena mezclado con un poco de vergüenza ajena.

 

- Estamos dentro del plazo de las 48 horas, señora Stark – sentenció la Triviani como quien le explica algo obvio a un niño – Verá, dicho plazo comienza a correr desde el mismísimo momento en que se le hace entrega de la orden, que fue hace minutos atrás por si no lo recuerda. – esbozó una condescendiente sonrisa aunque luego fingió una expresión de inocente preocupación - ¿O es que acaso se está resistiendo al cateo? ¿Está tratando de ocultar algo a los ojos del Ministerio de Magia, señora Stark? Dudo que ese sea el caso ¿no es así? Probablemente le estoy malinterpretando. – Torció el gesto ligeramente y sus ojos brillaron divertidos – Lo repetiré una vez más ¿procedemos con el cateo, señora Stark?

 

La niña que tenía a su lado continuaba con sus pataletas dando discursos que solo ella escuchaba, la mortífaga tenía su atención puesta en Catherine ya que al fin y al cabo era ella por quien había acudido ese día, y la joven Madeleine no dejaba de hacer ruido tratando de interrumpir a los mayores. Alyssa desvió su mirada hacia la infante por unos segundos reprimiendo una risa, pero la sonrisa no pudo ocultarla; negó sutilmente con la cabeza y regresó su atención al pergamino que tenía en sus manos dejando allí nuevas anotaciones, luego alzó la vista hacia Catherine aguardando a por su respuesta. Sería interesante sin duda lo que podría pasar si aquella bruja se resistía al cateo, como si estuviera declarando abiertamente su oposición al Ministerio, probablemente ni siquiera requerirían de un interrogatorio para poder llevarla a juicio.

 

- ¿Y bien? – Interrogó la Black nuevamente - ¿Qué será, señora Stark? ¿Será tan amable de acompañare en la realización del cateo o se negará ante una orden ministerial?

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Cuando escucha de nuevo la voz de la Inquisidora, comprende por qué Nymeria sigue tan tensa. La mujer está decidida a hacer el cateo de inmediato. Si bien a Madeleine le da igual, el hecho de que Catherine haya manifestado su deseo de hacerlo dentro de dos días es, de cierta forma, importante para ella. No comprende por qué (y ya la interrogará), pero no la contradecirá. Ellas muchas veces están en desacuerdo, mas ahora deben estar del mismo lado. Así que antes si quiera de que Catherine se vuelva, toma la palabra.

 

—El pergamino dice claramente "cateo ejecutable EN 48 horas", así que ahorrate el intento de maquillar la redacción —musita. Si bien Madeleine no leyó el pergamino entregado a su madre adoptiva, por las palabras de Alyssa (y las observaciones de Catherine con respecto a la redacción) supone que es el mismo que, semanas atrás, Jessie le entregó. Es por ello que se permite hablar con tanta confianza—. Si tienes quejas, ve a llorarle a Stabolito —le dice, encogiéndose de hombros. Si mal no recuerda, todas esas citaciones y órdenes de cateo están firmadas por ella. No entiende cómo es que no tienen el sello de la directora, pero bueno, tampoco les conviene que el foco esté sobre alguien que, ante la ley, es una criminal también.

 

De inmediato, llama a Lucy, para que ayude a Freya a escoltar a la mujer a puerta. Sería muy fácil confundirla para que olvide el asunto o incluso aturdirla para arrojaría por la Red Flú. Pero Madeleine, por el bien de los Aurores y su familia, no puede darse el gusto.

 

—En fin, Cath, si la tipa está nos deja en paz... Bueno, ya sabes, hay que hacer el inventario. Le diré a Lulú que prepare algo de café.

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Había tenido la intención de mantenerse incólume y no volver la vista nuevamente hacia ella. Sus nervios y espasmos de hilaridad estuvieron a punto de traicionarla pero logró contenerse lo suficiente como para notar algo que le devolvió el aplomo e hizo que la risa se esfumara de repente de su interior.

 

-Lo hará, Madeleine -suspiró con voz repentinamente cansada.

 

El motivo de tan súbito cambio había sido el rostro de Richard y un sólo vistazo fue suficiente para que empezara a controlarse. Su hermoso, divertido hermano, jamás se veía amenazador frente a extraños, de hecho ni siquiera lo estaba en ese momento. No, no era eso lo que había congelado la sangre en sus venas: era su sonrisa, abierta, radiante. La careta del ladrón, la fachada del apostador; una expresión que no podía denotar más que aprecio, algo acogedor, pero que aún así distaba tanto de su habitual naturaleza burlona y escéptica, con un constante aire de decepción que no podía inflingirle si no algo absolutamente distinto a la tranquilidad: el miedo. Un miedo que nacía de conocerlo por tanto tiempo, a diferencia de la bruja pelirroja, y entender que no se trataba de algo natural en él y que debía existir una intención subyaciente.

 

Al cuerno la inquisidora, Richard era allí lo genuinamente amenazante pero pudo ocultar su temblor. Lo hizo de manera realmente convincente, mientras Madeleine señalaba a Black su pequeño error. Catherine había planificado decirle algo infinitamente peor pero respetó las palabras de su hija con un pasivo silencio. No esperaba que la bruja alcanzara a entender la dimensión del gesto, después de todo ¿dónde podría conocer Black a alguien como Madeleine? ¿Su alegría? ¿Su rabia? ¿Su infinita complejidad devenida de su frágil humanidad? No, alguien criada en pasillos forrados de plata y espejos del suelo hasta el techo jamás comprendería la sabiduría intrínsecamente imperfecta, plagada de errores, de su más amada hija adolescente. El conocimiento de ese dolor, su dolor, que era vivir y morir y seguir siendo simplemente humanos, la dicha de estar juntas en esos pasillos manchados de "traición a la sangre", eso ella jamás lo comprendería de la misma forma que no entendía a nadie distinto de ella ¿no era acaso ese el principio de la intolerancia? ¿No acababa de demostrarlo con sus arrogantes modales? Tan obtusa que sólo seguía siendo la misma persona por años y años, todo el tiempo, sin cambios ni arrebatos ni mancha alguna en su porte. Catherine no podía imaginar una existencia más aburrida y plana que esa.

 

-Ya oyó -convino por fin, con un gesto.

 

Había vuelto el rostro y movió la diestra con gesto expeditivo a la par que sus ojos denostaban su característica hosquedad. Freya y Lucy, sumados al más que amable Richard formaron la comitiva, llevándola fuera de las murallas y cerrando los portones de las murallas tras ella. Catherine mientras tanto, tenía la vista fija en su hija, extrañada de que no estuviera hipando todavía.

 

-¿Sabes Madeleine? -dijo entonces por fin, en la soledad compartida por ambas en la sala- Cualquiera diría, con la molestia que se tomaron en venir a esta residencia, que al menos habrían averiguado bien mi apellido.

 

Y,sin poder evitarlo, soltó por fin una sonora carcajada.

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Madeleine y Catherine estallan en carcajadas al mismo tiempo. Si bien son madre e hija, la escena en realidad es bastante extraña, teniendo en cuenta la larga y agridulce historia entre ambas. Así que hay dos opciones: o el alcohol en su sangre hace que la broma sea endemoniadamente graciosa... o simplemente le permite reírse frente a ella, sin preocuparse por mantener ninguna máscara (pues a pesar de que confía más en la que ha reconocido como su madre adoptiva, su naturaleza cautelosa le obliga a veces a disimular sus pensamientos y sentimientos).

 

—Ja, ja, vamos, Cath —dice todavía entre risas. Con la inquisidora se había esforzado en hablar detenidamente, pronunciando bien cada palabra para que no se notara lo alcoholizada que estaba en realidad, pero ya que las elfinas y su tío se la han llevado del salón, desecha todo eso. Si bien se entiende lo que dice, al escucharla cualquiera se daría cuenta de su estado. Y ella lo sabe y no le importa. Ya no—, si el día que visitaron Winterfall ni siquiera te reconocieron. No les exijas tanto, créeme, veo sus tonterías todos los días —cuando piensa en los Inquisidores, breves recuerdos de lo sucedido en la mañana aparecen su cabeza. Sí, por eso había estado tomando antes de ir a casa; por algún motivo no quiere recordar, pero las palabras se le escapan—. Maldición, si Stabolito hacía unas preguntas vacías y para nada provechosas. Al parecer, es tan ingenua y tonta como parece... —suspira, sacudiendo la cabeza. Al sentir la habitación dar vueltas, se arrepiente de ello.

 

Luego de terminar de beberse el vino (por algún motivo siente que debe seguir ingiriendo alcohol), deja caer la taza sobre el mueble y entonces deja caer la cabeza contra el respaldar. Los sonidos parecen lejanos, todo se mueve suvamente a su alrededor y es obvio que se esfuerza para mantener los ojos abiertos.

 

—Pensé que nunca se iría —habla recuperando el tono ronco y amargo, mientras observa el techo de piedra. Sobre su regazo Nymeria, tranquila debido a que la Inquisidora ya no está, esconde la cabeza en el interior del codo de Madeleine. Su pelaje le da cosquillas, pero no se ríe—. Maldición, no los soporto, Cath. A ninguno de los lacayos de... de... ehm, ya sabes, el Ministro... ajá, Crazy Malfoy. Esos modales exagerados y fingidos... Esa condescendencia con la que nos tratan... Esa... esa maldita perfección, ¿sa...bes? —bosteza, con la mirada perdida y escuchando lejana su propia voz— Es que, je... je... ¿la viste? ¿Los has visto a todos ellos? ¡Todos son... son... son perfectos! Todos tienen el cabello perfecto, rasgos perfectos, piel perfecta. Qui... quizás estoy loca, pero, maldición, eso me da escalofríos. Cuando... cuando estoy con ellos, no siento como si estuviera con un humano —susurra, como si las fueran a escuchar. Como si la conversación, protegida por el Anillo de salvaguarda contra los oídos indiscretos de Madeleine, pudiera ser percibida por alguien. Es imposible, puesto que en la zona de un metro cuadrado donde están madre e hija actúa aquella magia Uzza.

 

>>Cuando estoy con ellos, no siento como si estuviera con una persona.

 

Apenas se da cuenta de que ha cerrado los ojos, vuelve a abrirlos. No puede quedarse dormida. Tienen que subir al laboratorio.

 

—Lulú —llama, somnolienta. Para obligarse a mantenerse despierta, se pone de pie —, tráeme un café. Y... ahm... un emparedado. Y un suéter...

 

Entonces se echa a andar hacia la puerta que lleva al patio. Sus pasos dibujan una extraña línea sin una forma específica, pero, por lo menos, termina en la puerta.

 

—Vamos, pues. Y... no... No olvides traer tus calzones. Est... están manchados de traición a la sangre, ¡sucia!

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-Jajajaa tan tonta como parece, vaya crueldad...

 

Se limpia con disimulo una fugaz lágrima mientras se sostiene el estómago. No había sospechado que su hija podía liberarse a tal punto con el alcohol; no puede evitar cuestionarse si es sólo cosa de la bebida o es también una cuestión personal. Después de todo, apena hacía un tiempo relativamente corto que compartían esa irregular cercanía, esa proximidad que hacía de su relación una genuina conexión familiar, algo que iba más allá de lo amical y el trabajo compartido en el bando: era su complicidad.

 

-No dejes que te quite el sueño -suspiró Catherine. Ella misma se había sentido de forma parecida en innumerables ocasiones sin embargo y especialmente desde que su cuerpo se tornara mucho más desgastado y cansado, había encontrado que su edad y arrugas en lugar de ser una carga, se habían convertido en su alivio-. Yo tampoco lo entiendo pero toda esa fachada no puede hacerle bien a la mente de nadie.

 

Niega con la cabeza. Le gustaría poder expresar algo más profundo pero no hay mucho que decir en realidad. Sus caídas, la persona que es y todo su conocimiento devienen de cada problema y cada terrible experiencia que ha superado, incluida el maltrato directo y traumático a su alma de parte de un ente oscuro. Madeleine, por supuesto lo entiende y su inquietud no es más que la juventud en su interior gritándole que todo ese entorno forrado de muñecas y figurillas de cera, no es normal.

 

-Lo importante es que sin importar cuan amenazada o triste o fría puedas sentirte, tú, sigues siendo humana Madeleine. Nadie, nadie puede quitarte eso.

 

Toma la taza de la mesilla pero es inútil: su hija ya lo ha tomado todo así que no tiene ningún sentido quitárselo. Luego de llevarla al exterior, Richard está de vuelta también por lo que Madeleine, al parecer con alguna clara intencionalidad (momentáneamente, ha olvidado las pociones) se dirige hacia la puerta del patio.

 

-¿Qué estás haciendo? -preguntó luego de reír disimuladamente al verla caminar casi en zig zag. Ella misma no estaba mejor pero por lo menos sentía que aún mantenía cierto dominio-. Enviemos a los elfos a revisar eso.

 

No era de las personas que usualmente encargara o siquiera tuviera la idea de delegar esas tareas en la servidumbre pero no se encuentran precisamente bien y a pesar de que fue ella la que lo sugirió al inicio, busca otra opción. No sin cierta resistencia de su parte, conduce nuevamente a Madeleine a la sala. Incluso antes de haber esperado cinco minutos, Freya regresó en un estado cercano al pànico, haciendo que Catherine pensase lo peor. Lo que informó, sin embargo, la cogió completamente por sorpresa:

 

-Ama, han robado... ¡han robado todas las reservas de pociones de limpieza de Freya! -chilló la elfina con un nerviosismo en su tono que Catherine nunca antes había detectado y que se sintió terriblemente culpable de encontrar curioso- ¡Ni rastro de ninguna!

 

De pronto, se mesaba las manos y su labio inferior temblaba. Catherine intentaba ser lo más empática posible pero realmente le costaba porque ¿desesperación por falta de pociones de limpieza? ¿Era en serio? Tuvo que volver a echar mano de la cara de póker que al parecer para el final de ese día iba a quedar terriblemente desgastada.

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Madeleine trata de sacudirse del agarre de su madre, pero siente las extremidades de gelatina, por no mencionar que es un alivio tener algo en qué apoyarse.

 

—N-no —protesta entonces, pronunciando cuidadosamente cada palabra para demostrarle a Catherine lo bien que está, con la voz desafinando cada tanto—. Tenemos que ir nosotros —inquiere, haciendo énfasis en el "nosotros". No sabe por qué es tan urgente que sean los patriarcas quiénes verifiquen las pociones, pero sigue insistiendo, aún cuando Lucy les ha llevado tazas de café y aún cuando ella misma, ya sentada de nuevo en un sillón, está tomando de una de ellas—. Tenemos que verificar cada una de las pociones, cada uno de los ingredientes, y los instrumentos...

 

Todavía está parloteando acerca de lo importante y necesario de ir al laboratorio de pociones, cuando Freya irrumpe en el salón con la terrible noticia. Parece estar al borde del llanto y, por un momento, a Madeleine se le contagia aquel sentimiento. Sabe lo mucho que la elfina disfruta de los quehaceres y lo emocionada que estaba por encontrado cajas y cajas de pociones de limpieza en el edificio. Pero entonces se da cuenta de lo tonto que es preocuparse por ello. Y no puede evitar soltar aquella estruendosa carcajada que rebota en las paredes y resuena por todo el salón.

 

—¡JA, JA! ¡Se llevaron pociones de limpieza! —se ríe, haciéndose un ovillo en el sofá. Ya puede imaginar la cara de los mortífagos al encontrar tan poderosos e importantes elixires y soluciones. Está tan ensimismada en su risa y aquellos pensamientos hilarantes, que no se da cuenta de que los ojos de la elfina se llenan de lágrimas— ¡Cajas y cajas! ¡Oh, oh, qué asustada estoy! —mientras se seca las lágrimas, lanza una mirada a Catherine. Al ver la expresión seria en su rostro, casi puede sentir el alcohol evaporándose. Y entonces, por fin, observa a Freya— Yo... yo... oh... lo siento tanto, Freya. De verdad lo siento —habla, como quien arrulla a un bebé.

 

Pero es muy tarde. Aquellos enormes ojos castaños están llenos de lágrimas, sus orejas están más caídas de lo normal y su labio inferior tiembla.

 

—No... no... Freya, Freyita... Te prometo que voy a hacer un montón de pociones para ti, Freya. En serio. Voy a llenarte cinco, seis... ¡siete cajas!

 

No parece oírla. Entre sollozos, la elfina desaparece con un sonoro ¡crac!

 

—Oh, maldita sea —masculla por lo bajo, y le da un gran trago a su café—. No era mi intención... yo... es que, vamos, es hilarante... o, bueno, en mi cabeza lo era...

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No, sabe que no debe sentir ninguna empatía por su hija por lo que acaba de suceder pero ni siquiera ha pasado un par de segundos desde que la elfina se ha retirado cuando su cuerpo empieza a agitarse con la risa contenida. Sabe que no está bien burlarse de la elfina y la "tragedia" pero no puede evitarlo. Es una irresistible mezcla entre exasperación y alivio.

 

-Oh, vamos, se pondrá bien.

 

Desestima el arrebato de su elfina agitando la mano mientras toma un sorbo de café. La situación por fin parecía estar tomando un buen cariz para ellas así que no había motivos para arruinarla. Además, lo que Madeleine había dicho era cierto. Podían hacerle más poción rápidamente, cualquiera de las dos, en cualquier momento. Era cierto que los habían dejado un poco cortos de ingredientes pero eso no era un impedimento, aún tenía algo de oro, aunque ya no sobrara como antes.

 

-Relájate, cachorra.

 

Richard, que hasta entonces sólo se había dedicado a comer unos bollos mientras ellas conversaban, habló por fin.

 

-Bueno, ya está, se ha ido ¿qué harán ahora?

 

Catherine lo miró como si saliese de un sueño. Miró a Madeleine, de nuevo a él, se miraron todos y Catherine sonrió.

 

-¿Qué opinas Richard? ¿Qué tan malo puede ser?

 

Para alivio de Catherine, cuando su hermano le devolvió la sonrisa, su habitual diversión, mezclada con la dosis adecuada de desprecio, dotaba de naturalidad a su rostro.

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—No me importa lo que ellos creen que tengan —musita, recogiendo las piernas y subiéndolas al sofá, ignorando por completo el hecho de que usa una falda. Con el mentón sobre las rodillas, bebe en grandes sorbos el café; fuerte y caliente, escaso de azúcar, le deja un gusto amargo pero agradable en la boca. Mientras habla sus párpados amenazan con cerrarse y su voz es lenta y pausada, por no mencionar que su pronunciación es bastante floja, aunque entendible todavía—. No voy a ir a Azkabán —dice con seguridad. No piensa dejarse encarcelar e, inconscientemente, sabe que Catherine tampoco le permitirá; aunque, claro, mientras su madre lo hace para protegerla, Madeleine más bien lo haría para no abandonar la Buena Batalla. Tendrían que matarla si piensa que dejará de luchar—. No vamos a ir a Azkabán —rectifica luego de unos momentos.

 

Esa determinación está viva en ella desde aquella misma mañana, cuando se dirigió al Cuartel de Inquisidores sin nadie que la obligara a hacerlo. ¿Por qué demonios lo hice?, se pregunta entonces, apretando los labios con fuerza para que el pensamiento no se le escape por la boca. En la reunión en el Moon River, dijo hacerlo para que escucharan la verdad. Y sí, así fue al principio. Como una niña tremendamente tonta e ingenua, ignoró todo lo que piensa acerca de los Inquisidores, tuvo en secreto la esperanza de que alguno fuera una persona honesta y honrada. Creyó que cuando escucharan la verdad (pues Madeleine nunca les mintió en el interrogatorio) se darían cuenta de que la Orden del Fénix no es el enemigo, Creyó que cuando les dijera que sus manos estaban limpias, que no es una vándala ni una terrorista, que lo único que quiso hacer siempre fue ayudar, dejarían caer la venda de los ojos...

 

Si ahora se pregunta por qué lo hizo, es porque tiene en claro que fue una tontería. Todos son iguales, todos o son mortífagos infiltrados o por lo menos comparten ideales. Todos quieren hundir a la Orden del Fénix. Por lo menos no dije nada que no hubiera dicho antes, o nada que no se supiera, piensa.

 

Cuando observa a Catherine y a Richard, percibe la tranquilidad que emanan sus sonrisas. Ahora que lo recuerda, no le dijo a su madre que acudió al interrogatorio ni tampoco lo que pasó. Aunque a decir verdad, fue porque no quería recordarlo. Le gustaría poder desahogarse, incluso con su tío ahí. Les gustaría que ellos sepan la verdad, antes de que la noticia invada Londres. Pero los recuerdos son difusos luego del escándalo provocado por ella y por Bastian, y no se siente capaz de mirar a ninguno de los dos a los ojos sin ponerse a llorar. Sí mentí, se da cuenta.

 

—¿En la mañana irás al interrogatorio, entonces? —musita Madeleine— Deberías llevar un termo con te de manzanilla. Las preguntas que hacen... no sé cómo no le clavé una varita a Stabolito en el ojo. Y bueno, en cuanto a lo que dices, ellos sólo escuchan lo que quieren (y les conviene).

 

>>Yo sé lo que dije en el Moon River. Esa basura de hacernos escuchar, de demostrar que no ocultamos para. Pero, ¿honestamente? Estoy comenzando a pensar que no vale la pena —masculla, bajando la mirada a su café. No sabe si es la bebida o la situación; como sea, se siente repentinamente sobria—. Yo conozco tu historia, Cath. Por lo menos lo suficiente. Y no.... no sé, sólo no me gustaría que te obliguen a decirla y luego la usen para j0derte. Porque eso es lo que harán con todos nosotros. Mira, a mi la tipa esa me preguntó por qué me uní a la Orden del Fénix. Estoy segura de que a los demás también. Y se lo dije, claro, ¿qué mas iba a hacer? Y bueno, la usó en mi contra, de la forma en que pudo. ¡Maldición, la desgraciada quería que invocara un patronus! —suspira, sacudiendo la cabeza— Eso es algo importante, no sólo un conjuro que uno hace porque sí y ya...

 

>>En fin, lo que quiero decir es que no nos ven como a personas. Para ellos, somos, no lo sé, ¿cosas? Lo único que quieren es exprimirnos y usar lo que saquen en nuestra contra. Y es horrible, especialmente cuando no tienes otra opción y además todo es por tu culpa —dice, recordando cómo pidió el Veritaserum en un ataque de ira e indignación. Su único consuelo es que fue un arma de doble filo—. Sólo... sólo no quiero que te usen así.

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