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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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No podía creer el mago la suerte que tenía, desgracia tras desgracia, infortunio tras infortunio habían perturbado su viaje que hasta esos momentos eran de investigación y estudio, ahora se trataba de supervivencia. La noche era fría con algunas nubes sobre el cielo pero aún así la luz de luna era muy notoria. Aquel mago se encontraba en un bosque en la región de Kent, un lugar que consideraban los locales como maldito, antes les juzgaba de locos pero ahora el mago se volvía un creyente. En ese lugar el mago sólo se podía percibir siluetas entre los árboles altos y antiguos. Encender una luz era como dar a gritos su ubicación.

 

El mago se llamaba Kritzai. Vestía una gabardina ajustada a su cuerpo, de un color vino. E su espalda llevaba una mochila de viaje con todo lo necesario de uno. Ahora sólo Kritzai jadeaba buscando aire para sus pulmones debido al gran esfuerzo de correr sin parar. Se detuvo detrás de un gran roble analizando sus opciones, no eran muchas salvó ocultarse y pelear lo más que pudiera si era necesario. La neblina era visible en el suelo dificultando el donde pisar. Había ruidos de insectos y aleteos esporádicos de aves pero aun así el castaño sabia que allí estaban.

 

Las personas del pueblo decían que quien osara entrar al bosque sería su condena, ya que los valientes desaparecían sin dejar rastro. Pero Kritzai sabía el verdadero motivo de las desapariciones; hombres lobo. Era una región donde kilómetros de bosque los ocultaban fácilmente, además el castaño temia que fueran docenas de ellos, el ministerio jamás había podido ni dado con ellos ¿él si?.

 

Ahora el joven castaño yacía en medio de ese bosque rodeado por aquellos licántropos. Tenía su varita lista para pelear, pero él sólo no podía contra todos ellos, eran un ejército. Se maldijo cuando pensó en su motivo de su viaje, su condición propia de un licántropo que deseaba curar.

 

Sabia de la leyenda que mencionaba la cura de su enfermedad. Era una misión suicida pero aún así estaba dispuesto a ella, estaba desesperado. Ahora luchaba por su vida, cuando había iniciado su viaje y llegado al bosque no imagino las artimañas del enemigo. Ellos le habían hecho trampa con magia muy antigua, un método antidesaparición.

 

Por ello se maldecia, no tenía método de escape salvó la magia que había empleado aunque no tenía muchas esperanzas, su mensaje había sido su patronus pero para cuando llegara y fuera escuchado tal vez no quedaría nada del castaño.

Editado por Kritzai

 

 

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—¡Por supuesto! Odio todo este lujo —replica, alzando los brazos como si tratara de abrazar todo el salón. A pesar de que el castillo no está en las mejores condiciones, y menos con el ataque, a Madeleine le sigue pareciendo un lugar demasiado lujoso como para que se sienta a gusto en él. Preferiría mil veces, por primera vez, vivir en una pequeña y sencilla casa; y la cabaña a las afueras de Ottery, escondida en el bosque, es el lugar perfecto. Además, duda que los estirados empleados del Ministerio tengan muchas ganas de caminar por el fango y exponerse a las picaduras de mosquitos—. O sea... el castillo de tu familia es muy lindo... pero no es lo mío —se encoge de hombros.

 

>>Ya te dije por qué. Quiero retirarme en algún lugar donde no me j0dan. Por eso quiero saber si ellos saben que es propiedad de los Moody, para que cuando vengan aquí y no me encuentren, no sepan a dónde más ir.

 

Mientras su madre se distrae con el gramófono, Madeleine termina de devorar su desayuno y tomar el café. No sabe qué demonios le echó Lucy, pero se siente mucho mejor; por lo menos, no tiene ganas de echarse en el suelo a morir.

 

—Estaba pensando en que podría ir y colocar algunos hechizos, para qu...

 

—Madeleine, quiero pedirte que me dejes unos instantes.

 

Extrañada, vuelve el rostro hacia Catherine, pero no alcanza a ver el de ella puesto que está de espaldas, como si en la pared desnuda hubiera algo interesante.

 

—¿Qué? —pregunta, pues no está segura de haber entendido bien.

 

—Por favor, déjame sola.

 

Madeleine, con el ceño fruncido, se pone de pie. No sabe qué demonios le pasa, pero tampoco le interesa; ¿qué pasa si no quiere irse del salón? ¿Qué pasa si no quiere quedarse sola? Además, fue ella la que se mostró interesada en lo que estaba diciendo... ¿de repente no importa nada? Quisiera poder decirle todo eso, pero su orgullo es más grande, así que recoge la vajilla del suelo y se echa a andar hacia la cocina.

 

—Como quieras.

 

Al llegar, deja el plato y la taza sobre el mesón y agita la varita para que se limpien y se guarden en su lugar. Piensa en ir al Ministerio, a pesar de que no tiene nada qué hacer en la oficina, o convocar alguna reunión en The Hunters. Sin embargo, la voz que de repente habla la toma, con mucha razón, de sorpresa. Rápidamente, se vuelve hacia el umbral que separa la cocina del salón, y observa un patronus que nunca antes ha visto. El mensaje parece ser de ayuda, y aunque no da nombres, sí menciona un lugar: Kent. Madeleine no tiene ni idea de dónde es eso, así que se ve obligada a volver con Catherine.

 

—Hey... creo que un compañero está en problemas —le dice desde el umbral—. No lo reconozco, pero al parecer está en algún lugar llamado Kent. ¿Sabes dónde queda eso?

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Bridget Wenlock
Servicios Administrativos del Wizengamot
Empleada


Con el sol escondiéndose detrás de los lejanos cerros de Ottery se vio terminando su breve jornada del día. Desde que había sido contratada por los servicios administrativos del Wizengamot se había visto quizás un poco más corta de tiempo libre que lo normal, pero aquello era renovador para su cuerpo y su mente, que habían estado entumeciéndose sin actividad. Sonrió ante su último pensamiento mientras oía el repicar de sus botas sobre el asfalto de la calle. Pipoca continuaba trotando detrás de ella, jugando a pescar su capa en el aire cuando el viento la agitara muy cerca de su rostro gris y arrugado.

Este es el último por hoy —dijo la pelirroja, cortando el silencio que las envolvía. La criatura levantó el pálido rostro entumecido para mostrar una especie de sonrisa torcida a su ama—. Vas tú —le dijo Bridget, divirtiéndose a costa del sufrimiento que estaba pasando la elfina en medio de la ventisca de invierno que las perseguía por las calles de Ottery.

Repitiendo el movimiento de las anteriores dos ocasiones, sacó otro de los pergaminos que se le ortogaron para entregar y dejó que la criatura se hiciera cargo una vez más. Observó los artificios de su elfina para enviar el pergamino volando a través de los árboles que decoraban el Castillo de la familia Moody. Era interesante conocer la variedad de viviendas que la rodeaban en aquél momento, unas más extravagantes que otras, ninguna se parecía en nada a las demás.

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Por fin respiró tranquila y se alejaron a su hogar en el Castillo Black, para tomar un café caliente frente a la chimenea.

SemperFidelis

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Gritos, el gramófono roto, gemidos y Catherine agitando los brazos como una desquiciada, lanzando vajilla hacia un rincón del salón. Eso es lo que encuentra Richard al llegar directamente allí, cuando su alarma biológica parece clamar "¡Problemas!" y su instinto hace que incluso olvide dejar el gabán en la entrada y vaya directamente junto a ella.

 

Sólo coge a su hermana adoptiva, intentando no dañarla pero es difícil. Rasguña, patea y sólo quiere lanzarse hacia la esquina en donde Richard sabe que mira algo que él no. No esta seguro de que esté imaginándoselo pero de cualquier forma es lo que parece. Él sólo le sujeta los brazos pero ella es más fuerte que él, así que tiene que usar magia: agita las manos y antebrazos con suavidad, la ata y Catherine queda entonces aprisionada, en el suelo, deshecha, con las rodillas juntas y las piernas dobladas en ángulo hacia afuera. Sus manos son como dos arañas, trepadas con las patas extendidas, sobre su cabeza. Es entonces cuando él tiende el brazo y lo descubre hasta la altura de su codo de la extraña manga, parte del gabán de terciopelo dieciochesco que lleva puesto por alguna razón misteriosa. Se acuclilla a su lado clavando una rodilla en tierra, con la carne desnuda mostrada ante ella. Catherine aprisiona entonces su brazo con ambas manos a cada lado, clavando las uñas con fiereza, como si se tratase de un trozo de costilla de la cena; muerde de forma salvaje y sus dientes en la carne blanda de su hermano, poco a poco, parecen hacerle recobrar la calma... o la cordura.

 

Richard cierra los ojos soportando el dolor sin un sólo gemido y cuando el ritual secreto que de alguna forma han terminado practicando termina pues Catherine abre la boca soltando a su presa, vuelve a cubrirse el brazo ensangrentado con la manga. El labio inferior de ella tiembla, el brazo de él también. El terciopelo es de un tono rojo como esa sangre que disimula y los ojos de Catherine vuelven a estar enfocados. De alguna forma, oculta la herida, olvidado el agravio, todo parece haber vuelto a la normalidad. Catherine ni siquiera se inmuta; como si por algún motivo, no fuese consciente de lo que Richard ha hecho por ella. Richard no dice nada. Las tiras de seda que la atan se desvanecen y su hermano la ayuda a incorporarse. Acomoda su cabello peinándolo con innecesario esmero y es entonces cuando ella misma coge su varita para reparar los platos rotos, que vuelven a la mesa de noche. Mas el gramófono, sin importar cuantas veces agite su varita, no parece tener arreglo.

 

Entonces lo cubre con un trozo de tela; igual que la herida de Richard, mientras no lo ve, parece que nada ha sucedido.

 

La voz de Madeleine le llega desde muy lejos pero la oye y entonces vuelve la vista. Richard mientras tanto, ha sacado una caja de rapé, del que esnifa un poco sin inmutarse. Su voz, la de Madeleine, delata urgencia, una urgencia que por unos instantes se le antoja ajena. Hasta que todo vuelve a la normalidad, hasta que su voz vuelve a ser su voz y puede decirle que va a ayudarla.

 

-Sé dónde es Kent -dice, asintiendo y mirando de reojo a su hermano-. Aunque Richard tendrá que pasarse vomitando unos cinco minutos.

 

Él se limita a asentir, como si estuviesen hablando de hacer un picnic ¿desde cuándo ha sido tan dócil?

 

-Toma mi mano -añade, extendiéndola hacia Madeleine y clavando la vista en ella. Quizá es en ese instante en donde se hacen evidentes sus profundas ojeras-. Vamos para allá.

 

Así es. Desaparecen apenas ella ha tomado su mano y aparecen en un bosque, que Catherine está segura de jamás haber visitado por lo que no tiene sentido que hayan llegado allí sanos y salvos. Apenas "aterrizar" puede oír los pasos apresurados de Richard y el sonido característico de los vómitos, mientras él se inclina en un árbol cercano. Catherine mientras tanto, no para de mirar alrededor, casi olvidando a Madeleine ¿por qué demonios han aparecido allí?

 

-¿Dónde diablos estamos...?

 

Pero ni siquiera puede terminar la pregunta. Otro sonido característico además de las arcadas llega a sus oídos. Un profundo aullido.

Editado por Catherine.

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Justo antes de desaparecer, se da cuenta de que algo no está bien. Las manos de Catherine están frías y un poco sudadas, y las ojeras en su rostro están mucho más marcadas que de costumbre, moradas. Cuando le suelta la mano, es muy tarde; están en la mitad de un bosque, y la alerta que le envía su anillo detector de enemigos. Estamos en peligro, piensa, pero no sabe si debe protegerse a ella, a Catherine y a Richard, o a... a quién quiera que haya enviado el patronus. Sin embargo, ahora que lo piensa, ¿ese amuleto Uzza no le alerta solamente acerca de ella misma y su familia?

 

La voz de Catherine hace que se distraiga.

 

—Tu fuiste la que nos trajo acá —replica, esforzándose para no mantener la atención en lo demacrado de su rostro. Si ella sabe que se ha dado cuenta, seguramente trate de ocultarlo. Maldición, no tuve que haberle dicho, piensa. De repente, es como si todo sucediera de nuevo... su madre parece enferma, incluso consumida, y ella no para de exponerla al peligro. ¿Cuántas veces tendrá que suceder para que tome escarmiento?

 

Una vez.

 

Una de las cosas que más odiaba, la primera vez que comenzaron a llamarla "alto rango", era tener que ponerse en el papel de comandante, principalmente porque siempre los odió. Sin embargo, si ahora asume su papel, Catherine no tendría que esforzarse tanto; incluso, podría convencerla de que puede encargarse sola (porque puede... ¿no?) y se iría con Richard a tomar té, escuchar música vieja o algo por el estilo.

 

Entonces, por encima de las arcadas de su tío, escucha un sonido conocido. Ese aullido es diferente al de los lobos; es algo que aprendió no sólo en el "postgrado" de Defensa Contra las Artes Oscuras, sino en su propio trabajo.

 

—Hombres lobo —musita, mientras empuña la varita con fuerza. Es entonces cuando se da cuenta de que, a comienzos del invierno, está descalza y lo único que usa (además de la ropa interior, por supuesto) es un suéter de lana gris que le llega hasta las rodillas. Por lo menos, ya su cabello está seco. De haber sabido, antes de vestirse, que tendría que salir a una misión, por lo menos habría cogido una capa de viaje de piel. Y ahora que lo piensa, tampoco trajo a Melle. Pero bueno, ya se ocupará de eso; primero, deben encontrar al compañero que pidió ayuda—. Uhm... ¿los mortífagos siguen usando a los hombres lobo como peones? —le pregunta a Catherine, pues siempre que está en peligro, ellos son los primeros culpables en los que piensa— ¿Quizás los enviaron a atacar?

 

>>¡Allá! —susurra entonces, usando su varita de ébano para señalar hacia un pequeño claro, bañado por la luz de la luna llena. Desde allí, puede ver las monstruosas figuras rodeando algo... o a alguien— Bueno, son demasiados como para ponernos a pelear. Así que vamos a buscar a quién quiera que esté ahí, y listo.

 

Madeleine toma la mano de Catherine para desaparecer, pero cuando lo intenta, no funciona. Al principio, se lo atribuye a las tres fastidiosas D's. Así que lo intenta de nuevo, concentrándose en cada una de ellas, mas por mucho que lo intente no funciona. El lugar, no sabe por qué demonios, tiene un hechizo antiaparición.

 

Bueno, vamos a usar la artillería pesada.

 

Esta vez, alza la varita y la agita frente a ella, al tiempo en que susurra un corpus patronus. El patronus que sale de ella pronto se vuelve corpóreo, tomando la forma de un hipogrifo. No quiere demorarse mucho, puesto que seguramente la brisa pronto haga que los licántropos perciban los nuevos olores, así que apresura a Catherine y a Richard (que todavía tiene una apariencia enferma, y el aliento le apesta a vómito) para que, tras ella, se suban al lomo de la criatura. Ya que es una creación de Madeleine, no es necesaria la "formalidad" que un hipogrifo de verdad exigiría.

 

Cuando se elevan en el aire, puede ver a quiénes rodean los hombres lobo. Es un mago que no cree conocer, pero, no sabe por qué, se trata de un compañero de la Orden del Fénix. Al estar sobre él (los hombres lobos se distraen un poco mas, quizás sabiendo que no los pueden alcanzar, le prestan más atención al joven), Madeleine hace que de su varita salga un látigo de color azul neón, lo suficientemente largo como para llegar al suelo.

 

—¡Sube!

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<<Recuerdo de un pensadero...Bosque de Puckley, Kent, Inglaterra>>

 

 

Sostuvo fuerte su varita esperando a cualquier movimiento, sonido o figura oscura acercándose, más si estaba en cuatro patas. La exhalación en sus pulmones era visible por la baja temperatura en el bosque. Kritzai esperaría la ayuda enviada por su patronus que era un cuervo, pero sólo para poder escapar de alli, enfrentarse a ellos era una locura. Por un segundo creyó ver unos ojos en un arbusto muy junto a un gran árbol. Enfocó su vista más claramente para poder distinguir si era una criatura cuando sus sentidos le alertaron.

 

Entre los árboles detrás del suyo emergieron cuatro figuras en cuatro patas. Se giró el castaño para poder ver salir a los hombres lobo. Su piel era alargada de un color grisáceo, pero con mucho vello. Su hocico goteaba con su saliva y su mirada asesina erizaba la piel. Todos avanzaban muy sigilosamente en dirección al mago, gruñendo vivamente. Alzó su varita hacia ellos pero él sabía que eso no los detendria.

 

Kritzai se había olvidado de los ojos en los arbustos, ahora revelaban a otro licántropo, en todo el momento lo habian estado acechando entre las sombras.

 

El hombre lobo en su espalda arremetió contra el castaño, este a su vez se giró rápidamente para lanzar un hechizo.

 

--¡Fulgari!-- Grito el castaño y de su varita mágica salieron disparados tres luces que se enredaron en el cuerpo del licántropo. Parecian dos cables luminosos que lo ataron de sus pies, manos y torso haciéndolo caer al suelo gruñendo y ladrando.

 

El infierno en la tierra se habia desatado contra el muchacho. Los demás lobos ahora detrás de él salieron disparados hacia el castaño. Este rápidamente salió corriendo lo más que podía. Lanzaba hechizos de parálisis hacia los licántropos pero los esquivaban cubriéndose con los árboles o saltando a un lado. En ese aspecto eran muy ágiles.

 

Cuando creía que todo estaría perdido, cuando sentía sus alientos detras de su espalda y sus ladridos y gruñidos a unos pasos, el joven mago salió de entre unos árboles para toparse en un claro pero entonces escuchó un aleteo y un grito en el cielo, había dos brujas y un mago encima de él montados en un hipogrifo brillante.

 

Tuvo varias emociones, la primera era de sorpresa, al ver tan subitamente a las brujas en el aire, la segunda de emoción al saber que su patronus había llegado con la ayuda posible, y la tercera de terror porque tenía en los talones a los licántropos.

 

--¡Maldicion! Gritó el castaño a ambas brujas mientras se giraba por un segundo a lanzar hechizos--¡Stupefy! ¡Desmaius! ¡Fulgari! los lobos cuán ágiles esquivaron los hechizos impactando en uno de los lobos dejándolo desmayado, ahora sólo quedaban tres. Los tenía tan cerca...

 

¡Ascendio!Se elevó del suelo de golpe como si fuera un salto de cuatro metros, lo suficiente para poder tomar un látigo mágico, lo sujetó con sus manos mientras se elevaban. los hombres lobo le ladraban y gruñian a la vez que aullaban, puedo observar en el aire que abajo docenas de ellos se juntaban con los tres que habia dejado abajo. Se volvió a las brujas mientras les Gritaba --¡Gracias!--

 

 

@Catherine.

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La odisea del Myrddin para entregar todas aquellas tarjetas aún no terminaba, pero mientras mantuviera el ritmo al que iba, estaba seguro de terminar su labor a tiempo.

 

-Hm... ¿Qué es lo que sigue ahora en la lista?- Murmuró, mientras consultaba la lista de familias a las que debía de hacer llegar la invitación. Hacía unos segundos había empezado su labor, y sólo llevaba dos invitaciones entregadas -Ahora es turno de la familia Moody-

 

Al cabo de unos segundos, llegó a la entrada del imponente castillo perteneciente a los Moody. Sin detenerse a detallar la construcción, avanzó hasta la puerta y la tocó. Al cabo de unos segundos, un miembro de la familia le abrió la puerta.

 

-Um... Buenas tardes, lamento interrumpir lo que haya estado haciendo en estos momentos, sólo vengo a dejarle esto. La familia Myrddin los invita cordialmente a su celebración- Acto seguido sacó algo del morral que llevaba y lo extendió hacia la persona que lo recibió. Era un sobre, en el cual estaban escritas las siguientes palabras

 

Los decendientes del mago Merlin te invitan: Para familiares y amigos... un reencuentro con viejos y nuevos...Para una navidad de reencuentro.

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-Le agradezco mucho su tiempo- Dijo, haciendo una leve inclinación, una de las pocas costumbres que le quedaba de su tiempo en Japón, y se marchó corriendo a seguir entregando aquellas invitaciones. Aún faltaban muchas por entregar, y si quería terminar a tiempo, debía apresurarse

Todo puede suceder en Arcadia...

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-¡Dame la maldita poción!

 

Catherine se la pasó por encima del hombro, mientras iban subidos al hipogrifo. Richard tomó el vial de sus manos con rapidez y se bebió el contenido tan rápido que no se atragantó por muy poco. El efecto fue casi inmediato, su expresión volvió a ser la de siempre y el mal olor desapareció. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que estaban rodeados por licántropos y de que un joven se encontraba en medio del bosque, rodeado por ellos. Catherine no estaba segura porque no mantenía mucho contacto con los nuevos miembros de su bando pero podría haber jurado que semejante conexión, como para hacerla aparecer en un lugar que ni siquiera conocía, no podía ser simplemente de una referencia vaga.

 

Madeleine había hecho todo el trabajo así que Catherine se limitó a ayudarla. En el momento mismo en que el muchacho había ascendido cuatro metros y había alcanzado a tomar el extremo del látigo azul neón, Catherine vociferó:

 

-¡Corpus patronus!

 

De la punta de su varita emergió aquella masa plateada que terminó materializándose en otro hipogrifo. La orden que le dio fue simple: llevar a aquel mago sobre sí y sobrevolar junto a ellos. Así lo hizo, aunque no fue tarea fácil, teniendo en cuenta que los hipogrifos no planeaban suavemente como una escoba.

 

-Mi patronus no durará tanto como el tuyo -masculló entonces en dirección a Madeleine, mirando de reojo al muchacho. Entonces, se atrevió a decir- ¿quién demonios eres y por qué estamos aquí?

 

No era como si tuviera derecho a tratarlo de esa manera cuando había sido ella la que por cuenta propia había acudido allí sin pedirle mayores explicaciones a Madeleine pero en ese momento todo lo que podía pensar era en que no podían perder el tiempo, que debían alejarse lo más posible de la manada que aullaba bajo sus pies y que la forma más rápida de saber qué estaba pasando era preguntarle a él directamente.

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<<Bosque de Puckley, Kent, Inglaterra>>


Debajo de los pies del castaño se podía ver las siluetas de aquellos hombres lobo persiguiendolos en el bosque. El castaño se mantenía sujeto de aquel látigo mágico mientras el hipogrifo surcaba por los aires. Sabía que su peso cobraría revancha en la varita y fuerza de la bruja. Para su gran alivio apareció otro hipogrifo brillante a su lado, se posicionó debajo de Kritzai y este entendió que era para él. Saltó en la criatura patronus y se elevó a la par del otro hipogrifo.

Aquel hombre que iba con las brujas parecía estar débil o enfermo mientras las miraba con su pelo castaño moviéndose por el aire. Escuchó el grito de una de ellas sobre su identidad y del porque estaba el castaño en este bosque. Sonrío a las palabras de la bruja, más significativo era que le habían salvado la vida.

--¡Me llamo Kritzai! ¡Y este es el bosque de Puckley, en la región de Kent¡ ¡¿quienes son ustedes tres!?-- Tras sus palabras recordó el porque su cuervo patronus llegó hasta ellas.

--Soy miembro de la orden del fénix como ustedes-- El objetivo de su mensaje patronus era buscar al miembro de la orden más cerca y ellas habian sido destinadas.

-- Me han salvado la vida y por ello merecen que les diga todo... Vaciló un segundos mirando a los tres magos en aquel hipogrifo -- Soy un hombre lobo como aquellos... Y aquí esta su guarida, y esta también la cura de esta enfermedad lobuna... Mi enfermedad Recordaba Kritzai como se había infiltrado y a punto de tomar aquel corazón petrificado, pero luego había sido descubierto y perseguido a muerte. No sin antes llevarse aquel objeto ta preciado.

Lo malo de esto... Es que ustedes si pueden desaparecer... Yo no Antes de salir victorioso había sido puesto sobre su cuerpo esa magia antigua para no poder escapar tan fácil. El corazón petrificado yacia en sus bolsillos con magia para derribar cualquier cosa voladora como el hipogrifo que volaba el castaño, parecía a punto de desaparecer.


@Catherine.

@Madeleine.

Editado por Kritzai

 

 

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—¡Entonces busquemos un lugar donde aterrizar! —le responde a Catherine, esforzándose para hacerse escuchar por encima del rugido del viento—. Encuentra un área despejada, sin enemigos, donde estemos a salvo, campeón —ordena entonces al hipogrifo que montan, pues está a las órdenes de su creadora—. Cath, asegúrate de que el tuyo nos siga.

 

>>Para ser un miembro de la Orden, eres un perfecto desconocido —replica Madeleine, una vez que el muchacho, que se presentó como Kritzai, termina de hablar. Es joven, aunque quizás un par de años mayor que ella misma, y no parece tener nada especialmente extraordinario más que lo que menciona como una enfermedad. Lo observa con desconfianza unos momentos, pero al recordar el patronus que llegó a ella, se ve obligada a aceptar sus palabras sin cuestionarlas. No es el mejor momento para ello, después de todo—. Yo soy Madeleine, ella es Catherine y él es Richard (él no es uno de nosotros, pero... eh, le gusta colaborar).

 

Al sentir que el hipogrifo comienza a descender, ahoga un gritillo, pero se tranquiliza cuando distingue un claro, junto a lo que parece ser una cabaña abandonada. El hecho de que su anillo detector de enemigos no le alerte de ningún peligro sobre ella o sus compañeros, la tranquiliza.

 

Mientras que su hipogrifo desciende con elegancia e inclina la cabeza para dejarles bajar, el que había invocado Catherine simplemente se esfuma a un metro del suelo. La caída es pequeña y el césped y la nieve seguramente hayan amortiguado el golpe, por lo que no se preocupa, aunque no tiene la suficiente confianza como para burlarse.

 

—No parece muy saludable que lo veas como una enfermedad —replica, mientras agita la varita para realizar un homenum revelio no verbal. No hay señales de más personas, además de ellos, por lo menos en el pequeño claro. Ahora, en los bosques... mejor no adentrarse tanto—. Pero, en todo caso, no sabía que había una cura. De hecho, hasta donde sé, lo mejor que se puede hacer es controlar el asunto con la Matalobos —comenta con los ojos entrecerrados, aunque esforzándose para no dejar que la desconfianza vuelva—. ¿De verdad estás seguro de que eso de la cura en la guarida es cierto, y no sólo una leyenda urbana o algo por el estilo? Porque, bueno... —no quiere ser dura con el muchacho, más apenas conociéndolo, pero por la manera en que habla y la misión en la que parecía estar, Madeleine está segura de que necesita un poco de cruda verdad. El que ella no sepa pensar con la cabeza fría, no significa que deba pregonar su mal ejemplo— suena como una trampa.

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