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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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Viste como es usual en él...completamente de negro, inclusive esta vez dejo su camisa verde esmeralda para vestir una negra bastante brillante que no coloca corbata pero se coloca un antifaz en los ojos de color negro con alusión a "El zorro" pues lleva sus dos espadas (parece que el zorro llevaba otra clase de arma, no se aclara porque unos dicen que era un latigo y algunos afirman que su arma es un florete)


Acompañado esa noche en una tradición en otro país...petición de calaverita:


--- ¡Mi calaverita tiene hambre, mi calaverita tiene hambre! ¿hay un dulce por aqui?


Apenas menciono esa frase y desaparezco entre llamas verdes...


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-No lo harán Madeleine -replica entonces, repentinamente lúcida.

 

Había escuchado con pasividad la sorda y genuina indignación de su hija. Porque sí, no sabe en qué momento, no sabe cómo ni cuando pero ahora es su hija, un lazo que ya no se puede romper. Richard aún sonríe a pesar de la conmovedora escena que Madeleine acaba de ejecutar aunque ni siquiera haya sido consciente de lo sensible y vulnerable que se veía de pronto. Para Catherine es casi como un aviso: de hecho, es consciente de que Madeleine ha enfrentado ya lo que ella con escepticismo no es capaz de asumir.

 

-¿Eres consciente de que declaré en el atrio ministerial que había asesinado mortífagos en nombre de la paz en las calles por su nulo arrepentimiento y avenimiento a negociar? ¿Que hice mofa de los inquisidores por no apresarme en ese mismo instante? -Richard ríe, recordando el hecho-. Pero verás, ellos vienen a buscarme ahora, tratando de sonsacarme declaraciones la mitad de efectivas o un desacato inexistente. Es una verdadera lástima. Por un angustioso momento creí que realmente iban a sorprenderme y movilizarse usando el cerebro pero me siguen decepcionando.

 

Era lo que realmente sentía. Incluso habría sido mejor eso que el tedio que le causaba la máscara que ahora adoptaban ante la sociedad. Algo tan podrido que no le quedaba esperanza alguna de poder limpiarlo del todo. Como una corrupción que iba acechando desde los rincones, volviendo su medio vulgar y desagradable, más que temible. Catherine estaba no sólo cansada si no además asqueada.

 

-¿Comprendes lo que intento decirte? -suspira por fin mirando hacia Madeleine- Si requirieran un caso ya lo tendrían entre manos sin necesidad de venir a visitarme -explica entonces, incorporándose-, no, no tengo dudas a ese respecto. Sólo quieren venir a sorprenderme para ***** a mi familia. Pero se equivocaron conmigo -vuelve entonces la vista hacia Richard- ¿Debería entregarme hermano? -el "hermano" lo dice más bien en un tono que indica más camaradería que familiaridad- La verdad es que no tengo ganas y su citación pueden guardársela donde les quepa... mas seamos honestos. Necesitamos limpiar un poco todo ese desastre y necesito ocultar algunas pociones con las que he estado experimentando -mira de reojo a Madeleine-. Siempre me pareció raro que acá pudieran revivir a los muertos -confiesa por fin- así que por eso buscaba la manera de averiguar... cómo hicieron esa poción ¿sabes? Ni aun ahora aunque trabajé como sanadora, sé de dónde las consiguen.

 

Ah, pero se había desviado de tema.

 

-Sólo ayúdenme a limpiar y trasladar todo eso y veamos después. Quiero escuchar que tienen para decirme respecto a ese juicio.

 

Se incorpora y efectivamente mira a ambos, especialmente preguntándose si no debería más bien hacer dormir a Madeleine. Richard se encoge de hombros. Entonces, en su lugar, agrega.

 

-Vengan, tomemos todos un poco de poción mentolada para despejar la mente. Eso y unos encantamientos estimulantes deberían valer a lo menos cinco horas de sueño.

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—Sí, sí, está bien...

 

Sabe que no es propio de ella demostrar su preocupación, más por alguien a quién pasó mucho tiempo detestando y que apenas está comenzando a considerar una madre, a pesar de que Pandora así lo había decretado en su lecho de muerte. Si bien las reacciones de Richard y Catherine no fueron muy notorias, de todas formas se siente no sólo avergonzada, si no un poco tonta. Odia sentirse así. Ella ya no es la Maddie pequeña y miedosa que llegó a Londres... pero entonces, ¿por qué baja la mirada? ¿Por qué le tiemblan ligeramente los labios? No, no eres así, se dice. Déjalo.

 

—Cualquier estudiante de cuarto año sabe que lo mejor es una poción herbovitalizante —le dice, sacudiendo la cabeza—. Oh... bueno, yo fui sanadora de la Orden por mucho tiempo, pero nunca "resucité" a nadie. Me refiero a que generalmente estaban inconscientes, al borde, mas nunca del otro lado. Mucha de esa poción y hechizos animadores solían funcionar a la perfección. Ahora, no lo sé. Quizás sea magia Uzza, la misma del collar... —susurra, aunque al recordar que se supone que no puede hablar mucho de ello, sacude la cabeza— No lo sé —suspira finalmente.

 

En unos momentos, llega Freya con una bandeja plateada y algunas botellitas de poción en ella. Madeleine toma una cuyo contenido es de un verde brillante, y le da un trago. El sabor, aunque desagradable, es familiar, lo cual lo hace fácil de pasar.

 

—Bien, vamos a limpiar tu desastre, Cath. Aunque luego ese dichoso cateo será bastante aburrido.

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Catherine asiente sólo para no llevarle la contraria; ella y las pociones herbovitalizantes no se llevan bien. Si bien es cierto no sabe tan horrible como otras pociones que ha probado es más bien cuestión de hábito ¿cansancio? Poción herbovitalizante ¿Borrachera? Menta.

 

Se incorpora, bebe de su vial, tuerce la cara y se encamina hacia el cuarto de elaboración de pociones. Todo arrimado, tirado y algunas cosas rotas, en suma, un desastre. Richard la mira con un tedio infinito.

 

-Ya me pongo a ello -rezonga de mala gana.

 

Es una tarea lenta y laboriosa. Clasificar, etiquetar, cambiar, mover, sacar. Finalmente, cuatro cajas enteras quedan debidamente empaquetadas con todos los enseres de su proyecto, incluida una tétrica mano humana flotando en un tarro.

 

-No sé dónde voy a guardarlo -suspira cansada- ¿Grimmauld Place?

 

Sin duda, en cuestión de seguridad los terrenos de la Orden ganan pero no quiere que alguno de sus compañeros se encuentre por accidente con sus experimentos.

 

-Quizá enterrarlos o algo... -masculla encogiéndose de hombros.

Editado por Catherine Stark

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La tarea no sólo es aburrida y monótona, sino que parece eterna. Madeleine no tarda mucho en pedirle a Lucy que traiga un poco más de café, sin preocuparse por los posibles efectos que puede tener el mezclar cafeína con las pociones herbovitalizante y mentolada. De momento no le importa, sólo quiere tomar algo para no quedarse dormida sobre las repentinamente tentadoras cajas de cartón viejas, echadas en el suelo.

 

El mayor trabajo lo hacen Richard y Catherine, aunque Madeleine no se da cuenta de ello. Aborrece tanto aquello, que cuando las cuatro cajas con la "basura" de Catherine están empaquetadas, siente como si ella misma hubiera hecho por lo menos tres de ellas.

 

—Es peligroso dejar esto allá —dice, haciendo memoria de la variedad de incidentes que han ocurrido en el Grimmauld Place #12, varios de ellos provocados por su excesiva e irracional curiosidad—. Pero enterrarlo... no lo sé, eso no suena bien —comenta, aunque cuando piensa en una alternativa nada le viene a la cabeza—. Quizás... ¿en las mazmorras? Le ponemos algunos hechizos desilusionadores o algo por el estilo. Eso, o hacemos un encantamiento Fidelio —musita, como si realizarlo fuera cualquier cosa—. O podemos buscar alguna cueva bajo el lago y esconderlo allí.

 

>>Oh, espera, ¿acaso no tienes una bóveda trasero? —inquiere, pues de repente es demasiado obvio— Se supone que son muy seguras, y dudo que los Inquisidores puedan ir a husmear allá.

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-Sí... bueno, esperaba no tener que acudir a ese lugar. No me fío de los duendes.

 

Es verdad. A pesar de que en ningún momento Gringotts o algún duende haya dado señales de estar coludido con el ministerio, Catherine empieza a desconfiar del entero sistema. Sin embargo, poco después agrega que lo pensará y más adelante ha enviado ya el paquete para allá, simplemente porque no se le ocurre una alternativa mejor.

 

 

Es al día siguiente que Freya vuelve para anunciarle que ya lo ha depositado allí.

 

-Sabes, tengo la impresión de que una vez consigan una excusa, van a revisármelo todo -masculla con ferocidad.

 

Despacha a su elfina con un "buen trabajo" y observa alrededor. Los tres habían quedado dormidos, totalmente fulminados no sabe si por tanta mezcla o por el alcohol previo a eso, sobre la cama de techo alto, estilo princesa con adornos barrocos y doseles, de la habitación de Richard. De no ser por el raso azulado y gris, nadie hubiera adivinado que allí podía dormir un hombre; sin embargo era tan espaciosa y cómoda que Catherine empezaba a plantearse con seriedad la idea de adoptar sus costumbres costosas.

 

Verlo dormir era como sentirse una pervertida, observando su rostro bien delineado, un cuadro a cuerpo completo de Boticelli, desprovisto de toda su maldad. Ah, pero debía dejarlo así: ya había visto lo sanguinario que podía ponerse cuando era despertado de buena mañana. Ni siquiera ella misma estaba segura de querer levantarse.

 

Así que cuando escuchó el sonido de la puerta que indicaba que la elfina se había retirado, mandó al cuerno al Magic Mall y se tumbó sobre la cama dejando caer sus brazos a los lados, para seguir durmiendo.

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Aquel extraño calor hace que se despierte. Como una niña pequeña, Madeleine se sienta en la cama y se frota los ojos. Tiene un horrible sabor en la boca y siente en la garganta unas terribles ganas de vomitar, la cabeza le duele y tiene los músculos tensos, acalambrados. Por un momento está en blanco; no sólo no reconoce la habitación ni las personas que duermen junto a ella, sino que tampoco comprende por qué se siente así de mal y por qué aquella opresión en el pecho casi no la deja respirar.

 

Catherine se sacude y masculla algo incomprensible entre sueños. Richard yace boca abajo, con el torso desnudo, y, gracias a la tenue luz del sol, Madeleine aprecia las alas tatuadas en su espalda. Por un momento todo a su alrededor le da señales de que no hay nada de qué preocuparse, que todo está bien, que está exager...

 

¡Maldición!

 

Se cubre la boca para no gritar, y se muerde los labios y aprieta los ojos con fuerza para no llorar.

 

Los recuerdos de la noche, la visita de la Inquisidora Black y la "limpieza" son difusos, pero los de los interrogatorios... en una milésima de segundo, revive todo de nuevo. Está sentada frente a Jessie, quien alguna vez fue una compañera infantil e inocente, pero ahora usa una máscara (y, probablemente, en las noches otra). Está observando cómo Bastian le ayuda a defender su mentira. Está escuchando la revelación de las grabadoras, y piensa en lo tonta que fue la Inquisidora que la interrogó, por haber malgastado energía y tinta. Está burlándose de que, a pesar de que no la obligaron a tomar el suero de la verdad, todo lo que dijo no puede ser llevado a juicio. Está recuperando su varita, está escapándose del cuartel de Inquisidores...

 

No tiene miedo de las "autoridades", pues duda que vayan a hacer algo. Y si acaso la buscan en su hogar, ¿qué harán? ¿Dónde la encerrarán, si Azkabán no funciona desde hace tanto? Y claro, se siente sucia por haber mentido. Pero más que nada, siente que defraudó a Bastian. El día anterior, no supo más de él.

 

Maldición, ¿cómo lo voy a ver a los ojos? Lo dejé con el desastre montado...

 

Súbitamente, también se da cuenta de que está en la cama de su tío, con él y su madre. Su relación no es así de íntima. Así que se apresura a salir de la cama antes de que alguien más se despierte y aquello sea más incómodo de lo que ya es. Recoge rápidamente sus zapatos y la capa de viaje, desparramados en el suelo, y los lleva bajo el hombro.

 

Una vez sale al pasillo, se encuentra con Lucy. Duda que aquello sea una coincidencia.

 

—Lulú, por favor, ¿puedes prepararme algo de comer? —susurra— Algo así como un sándwich de pollo y panceta, con bastante grasa, pero también con cosas como lechuga y tomate. Y unas papas fritas. Y un café bien negro, sin mucha azúcar... y, ahm, hazle algo a Cath y a Richard también —trata de pensar, aún con dolor en cabeza. Y se da cuenta de lo mala hija que es, por no saber cuál es el plato favorito de su madre—. No lo sé, algo bueno y saludable. ¿He recibido alguna lechuza? ¿Alguien ha venido?

 

—Sólo llegó El Profeta, Ama Madeleine...

 

—Sólo Madeleine, por f...

 

—Ama Madeleine —insiste Lucy—. Vaya a bañarse, por favor, Ama Madeleine. ¡Luce terrible!

 

—Gracias por tu sinceridad, Lulú. Bajo a la cocina en unos momentos.

Editado por Madeleine.

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  • 3 semanas más tarde...

-Tienes una pinta terrible.

 

La voz de Richard es melodiosa y divertida. Lleva un abrigo sobre la camisa y los pantalones de cuero, ramatados con las botas de hebillas y remaches plateados pero es el abrigo lo que llama la atención de Catherine. Hay algo sobresaliendo de uno de los bolsillos.

 

Se despierta de golpe.

 

-¿Es eso un reloj de bolsillo?

 

Richard asiente de forma indiferente y lo oculta en las profundidades de sus bolsillos.

 

-Un regalo reciente .

 

Catherine se viste preguntándose en qué demonios puede andar metido su hermano. Sus ojos castaños parecen estar muy lejos de allí, sus respuestas son ligeramente inconexas.

 

-Bajaré.

 

Encuentra unos sándwiches fríos pero no tiene ni idea de qué hora es. Desde el gramófono, en lugar de ópera esta sonando Frank Sinatra. Catherine llama el nombre de su hermano pero no obtiene respuesta así que se mete en el salón sin estar segura de qué esperar.

 

Sólo cree ver a Madeleine pero ¿habría puesto ella esa música?

 

"You do, something to me..."

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A pesar de que el agua caliente la había reconfortado ligeramente, todavía le duele todo. Se siente con ganas de tirarse en la cama y morir, a ver si con eso el malestar se va, pero el hambre y las ganas de tomar un café son más fuertes. Arrastra los pies descalzos hasta la cocina, sabiendo que en su rostro y sus ojeras se adivina fácilmente su estado. Lo único que usa es un suéter de lana gris que le llega hasta las rodillas, como un vestido; su cabello cae lacio, debido al agua, a ambos lados de su rostro, tocando los hombros. Es cuestión de tiempo para que se transforme en la melena de siempre.

 

Luego de tomar el plato con su comida y la taza de café que seguramente le dejó Lucy, arrastra los pies ahora en dirección al salón. Simplemente se deja caer en el suelo frente a la chimenea, con la vista fija en el emblema de la familia. "En defensa, nadie me provoca con impunidad". Mientras come y bebe, se queda observando la pulcra caligrafía tallada en el roble. Siente la mirada de los antiguos Moody de los retratos sobre ella, mas finge no darse cuenta.

 

Maldición, ¿cuándo demonios me voy a sentir cómoda en mi propia casa?

 

Escucha la voz de Catherine, pero no la llama a ella, así que no le hace caso. Sólo cuando escucha unos pasos acercándose, vuelve el rostro.

 

—Buenos días —musita, luego de limpiarse las migajas de pan de la boca; habla sin muchas ganas, pues su propia voz le taladra en las sienes. Volviendo en sí, se da cuenta de que hay un hombre cantando en el salón, pero como suena como la música que disfruta su madre supone que fue ella la que accionó el gramófono. No lo dice en voz alta, porque no quiere que sepa qué tan mala es la resaca, pero ¡maldición, ¿por qué no callan a ese tipo?!—. Una pregunta. ¿El Ministerio sabe acerca de esa cabaña, en las afueras de Ottery? ¿Eso cuenta como propiedad de los Moody? Me gustaría pasar allí... no lo sé, un tiempo, pero no quiero que me j0dan.

Editado por Madeleine.

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-Lo es -replica de buena gana- ¿es que acaso lo prefieres por encima de este lugar?

 

Quiere pensar que no, porque eso las haría demasiado parecidas. En un primer momento, al firmar los papeles de la herencia, había creído que aquella casa de dos plantas era todo el legado que poseía y se había alegrado de por fin poder retirarse a la vida frugal que deseaba. Claro que había creído que dicha casa, la de dos plantas, se encontraba en los Southern Uplands y entonces todo habría sido perfecto. Habría podido construir una que otra cabaña anexa, algún cobertizo y quizá una casita del árbol. Hasta habría tenido una excusa para despedir a su elfina, si no se volviese una criatura tan patética cada vez que hablaba de libertad. En un lugar como ese, en cambio, parecía encajar bastante bien y tener mucho de qué ocuparse.

 

-Bueno, no te culpo si es así -masculló simplemente a modo de explicación mientras tomaba una tartaleta de manzana que había aparecido de quién supiera donde sobre una bandeja hecha de alguna aleación barata- pero me da curiosidad saber por qué lo preguntas.

 

De pronto, cayó en cuenta de que había algo que la había estado preocupando desde hacía un buen rato. Ella habría jurado que Frank Sinatra seguía cantando pero no era así. El disco seguía terminando y la aguja seguía girando, haciendo un ruido irritante que poco a poco parecía volverse ensordecedor en su cabeza. Se incorporó, caminó hasta allí y con un seco movimiento de la mano, tiró un manotazo sobre el gramófono. La aguja se rompió pero el disco siguió girando por lo que, aún más irritada, lo detuvo a viva fuerza.

 

Entonces, cayó en cuenta de que una pareja bailaba al fondo de la sala.

 

Catherine ni siquiera había tomado una ducha por lo que al inicio pensó que seguía dormida pero luego de unos momentos era imposible negar que la pareja, fuera producto de su imaginación o no, estaba allí, envuelta en sus capas negras de siempre, con el rostro cubierto y haciendo su grotesca danza, que hacía que se le erizaran los vellos de la nuca en una mezcla de sentimientos en donde el miedo pugnaba con el asco a ganador, por lo que sabiendo que no podría fingir más delante de Madeleine masculló.

 

-Madeleine, quiero pedirte que me dejes sola unos instantes.

 

No se le ocurría nada más qué decir. Si seguía así, con ella presente, comenzaría a gritar y Madeleine tarde o temprano descubriría hasta que punto estaba loca de remate ¿Dónde demonios estaba Richard? Lo necesitaba, desesperadamente. Su hogar estaba siendo asaltado, Catherine no sabía por qué pero si no hacía algo pronto, los desplazarían... no, no era eso ¿entonces era el baile? ¡Sí! Era simplemente horrible. Quería matarlos, quería desmembrarlos, quería que desaparecieran pero a la vez tenía miedo de tocarlos. Se quedó petrificada, con la vista fija en el rincón y repitió su pedido:

 

-Por favor, déjame sola.

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