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Calles de Londres


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13 de marzo, de madrugada

Rumbo al Centro de atención de emergencia " Sangre de Cristo"

 

Rory está seguro que es la providencia y no una mera casualidad, que en la confusión reinante en la capital de Inglaterra, hayan dado con una conocida de aquel desconfiado vampiro. Y como también para él, ha sido una potente señal de alarma ver a esos dos magos estrellándose contra el edificio, es que se permite intervenir nuevamente.

 

Son tres cuadras las que nos separan del Centro de atención de emergencia. Poco podemos hacer en este lugar, sin que nuestras vidas se expongan innecesariamente. Estoy convencido que allí ya han de tener un plan más elaborado de qué medidas adoptar, y en su caso— centrando la mirada en el extraño hombre que se había convertido en su compañía de esa noche, se permitió una leve sonrisa— un refugio seguro para esta madrugada.

 

Ajustando el agarre de su maletín, se echó a andar, mientras con la mano libre empuñaba la varita listo para responder ante cualquier ataque. Era extraño, como a pesar de todas las luces, provenientes de postes de luz muggles y de hechizos en el cielo, sentía a flor de piel la misma clase de temor de sus días de infancia, cuando su madre le explicaba con poca paciencia todos los peligros de que en la escuela muggle descubrieran su condición de mago.

 

Y es que ese era el problema de fondo en todo ese asunto. Quebrar una ley tan sagrada traía una consecuencia más grave de fondo, que Rory se preguntaba si habría sido tenida en cuenta por el ministro. Hasta donde él había notado en su (todavía corta) estadía en Ottery, las grandes familias mágicas como de la que Black provenía, vivían en una burbuja de confort, con ideas de superioridad cimentadas en una visión vetusta de los muggles, tan desfasada que ignoraba los altos grados de sofisticación que su tecnología había alcanzado.

 

Entonces ¿Realmente el ministro estaría consciente de que ese avance, en varios campos, anulaba a la magia? Eso por no contar la reacción del resto de países, que suponía el mago, no tardarían en pronunciarse y tomar acciones ante la descabellada medida. O incluso, los bandos ilegales de la marca tenebrosa y la orden del fénix, que también, suponía él, tendrían sus propios intereses en juego por todo ese accionar.

 

Rory Despard, predicador de Ottery St Catchpole y representante de la asamblea litúrgica de Devon, en compañía de dos almas necesitadas de protección y abrigo — pronuncia delante de una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, dibujada en la pared de un callejón, a donde han llegado tras esa caminata que en realidad, ha resultado menos accidentada de lo que se imaginaba.

 

Para quien no conociese del sistema con el que operan los refugios, sería raro verlo allí, pronunciando únicamente eso. Pero no pasan ni 5 segundos, antes que bajo sus pies el suelo tiemble, y una trampilla aparezca. Rory se inclina y tira de la cadena que sobresale para activarla y acceder a unas escaleras algo empinadas, por las que se desplaza con la facilidad de quien las ha recorrido continuamente.

 

Dentro, lo primero que llama su atención es la enorme cantidad de gente presente. Una larga fila se ha instalado delante de la farmacia que administra pociones calmantes y de primeros auxilios, y otra más en la de enlace con el ministerio, que cotidianamente, atiende los asuntos de migrantes que desean salir de Inglaterra o adquirir una residencia allí. Él, sin embargo, está buscando al padre encargado del lugar, y tras un barrido rápido con la mirada, lo encuentra conversando con un hombre que ya recuerda haber visto antes, nada más y nada menos, que en el castillo de los Evans McGonagall.

 

¿Pero cómo es que se llamaba ese muchacho? Solo cuando el párroco Bletchey lo presenta formalmente a él y sus acompañantes es que lo recuerda, y se limita a asentir con efusividad cuando el hombre revela el porqué de su presencia en el refugio.

 

Bendito sea, joven Ironwood, al menos parece que en Estados Unidos tienen autoridades sensatas— replica él mientras le estrecha la mano— claramente Dios nos ha puesto una dura prueba con el gobernante que tenemos hoy en día aquí. Soy hombre de fe y no sé de estas cosas pero...¿esas medidas de las que habla cuentan con apoyo de algún funcionario del ministerio de Londres? ¿aparte de la evacuación se están pensando otras medidas?

 

Rory no quiere agobiarlo, pero esas son apenas las preguntas más urgentes de muchas que siguen formándose en su cabeza.

 

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13 de marzo, 00:05 AM.
Mansión Di Médici.

Antes de proseguir, Lucrezia decidió detenerse en un comentario que había dejado pasar para priorizar sus ideas. Concederle características positivas a Sagitas se había convertido en el último tiempo en una costumbre incómoda para su ego. En este caso, debía aceptar que la Potter Blue tenía una capacidad de percepción más que notable. “Todo aquel que no cumpla con los deseos que tienes planificados de antemano, te estorba.” ¡Había dado en el clavo! De hecho, no se sonrojaba al aceptar su irrenunciable búsqueda del beneficio propio y su egoísmo en detrimento de los demás; por el contrario, era una bandera que enarbolaba con orgullo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al concluir que Sagitas la conocía bastante bien.

 

- El rompimiento del Estatuto es solo la gota que rebalsó el vaso, una gota muy gorda. - dijo, consciente de que aquel vocabulario no le era propio - ¿O acaso ha traído algo bueno a la sociedad inglesa? Solo trauma por la guerra, muertes, familias separadas y recesión. Hasta tú como ministra hubieses hecho un trabajo mejor.

 

Observó cómo su interlocutora jugueteaba con uno de los cristalinos tapones que reconoció audazmente como perteneciente a la botella de whisky de fuego escoses, elaboración 1922. La blonda italiana nunca había bebido ni un pequeño sorbo de aquella bebida, que solo utilizaba como un recuerdo ornamental de sus lazos con varios países del mundo. Los obsequios configuraban un recurso importante para la diplomacia y ella había sacado ventaja de ello, conformando una formidable colección de bebidas propias de distintos países, joyas de gran manufactura y bienes varios. Con ello aun en mente, volvió a centrar su mirada en el semblante animado de Sagitas y descartó frenar el manipuleo de aquella pieza de cristal.

 

- Ya te había informado de mi pertenencia circunstancial a dicho grupo. - espetó con recelo, preguntándose si el horario estaba afectando la memoria de la Potter Blue - Puedes saberlo, mientras no te dejes atrapar por un auror que quiera extraer algo de tu mente.

 

La joven aristócrata dejó reposar su copa de vino nuevamente en la pequeña mesa ratona y apoyó ambas manos en los brazos del sillón. Suspiró con actitud renegada, sabiendo todo lo que quedaba por delante aquel día tan particular. Consciente de que no podía escapar de su deber, tomó buen impulso y se incorporó con elegancia. El jarvey se despertó repentinamente ante el movimiento inesperado de su dueña y decidió, al ver la posibilidad de que su fuente de calor se alejase, treparse por su brazo hasta colocarse en su hombro. Lucrezia se acercó a la chimenea y dejó que su mirada se perdiera en el baile de las llamas mientras su cabeza funcionaba como una aceitada maquinaria. Pensaba y repensaba todo lo que había planeado para llegar a Aaron Black Lestrange.

 

- Desconozco quien es Amya pero bienvenido sea su aporte. - comentó, disfrutando de ignorar abiertamente a quien Sagitas había mencionado - Estoy segura que Aaron se recluyó en el Ministerio, más específicamente en su despacho. Estará acompañado de su custodia personal de aurores. Las entradas generales están selladas incluso para los trabajadores. Habrá gente patrullando los accesos y pasillos principales. Es necesario evitarlos para no lamentar enfrentamientos innecesarios.

 

El chispeante fuego se proyectaba en sus ojos y permitía contemplar con lujo de detalle su vestimenta, que había permanecido bajo un manto de misterio debido a la oscuridad reinante en el salón. La aristócrata no llevaba uno de sus tantos vestidos de corte clásico que gustaba de utilizar para remarcar su origen de alta alcurnia ante el resto de la humanidad. Aquella noche su estilizada figura era cubierta mayormente por una larga túnica de un verde apagado que recordaba al utilizado por Salazar Slytherin para inmortalizar su casa. La lujosa tela con la que se había diseñado aquella pieza poseía pequeños relieves que respondían a figuras de pequeñas flores. Llevaba la túnica abotonada, por lo que apenas lograba verse la parte inferior del pantalón de vestir de la misma tonalidad verdosa. Completaban aquel conjunto unos tacos de lustroso cuero negro, cómodos para moverse con facilidad. Cómodos para pelear.

 

- Me alegro que estés dispuesta a colaborar conmigo una vez más. Acompáñame.- le requirió a la bruja, invitándola con un ademán de su mano izquierda a seguirle los pasos.

 

Al apartarse de su posición frente a las llamas, la copa de vino a medio beber que había dejado sobre la mesa se elevó en el aire y levitó hasta posicionarse a su lado, acompañando su elegante caminar. Atravesó una de las dos puertas que ladeaban la chimenea y accedió a uno de los sendos pasillos laterales al patio interno de la mansión, donde el lazo del diablo danzaba a la luz de la omnipresente luna que observaba desde el firmamento. A diferencia del salón que acababan de abandonar, en aquel lugar las antorchas proveían una iluminación que todo lo cubría. Ambas pasaron por delante de una imponente puerta de madera de roble con figuras de serpientes talladas con suma pericia que correspondía a la habitación de la matriarca; el grave rugido de la dorada esfinge que custodiaba aquella entrada, vedada para todos, interrumpió el silencio de la noche.

 

Lucrezia colocó su mano sobre el dorado pomo esférico de la puerta contigua y lo giró, dejando que la puerta se arrastrase sola. La blonda italiana había conducido a su invitada a la gran biblioteca. La vasta colección de libros propiedad de los Médici impactaba por su incalculable valor, una variedad que saltaba a la vista y una apabullante cantidad. Las estanterías de madera llegaban hasta el techo, el más alto de toda la mansión por dicha razón. Allí se resguardaban tomos de enciclopedias de siglos pasados, literatura de literalmente cualquier país registrado y libros de toda forma, extensión, temática y tamaño ordenados con perfeccionismo y detallismo por la misma Lucrezia. En el centro había dispuesta una mesa redonda bajo un colgante candelabro de cobre; sobre ella destacaban cuatro libros apilados uno sobre otro, cuyo color de lomo permitía reconocerlos a simple vista como los legendarios grimorios de los fundadores. Distribuidos alrededor de ellos se observaban también los libros Uzza, abiertos en los capítulos de hechizos.

 

- Me estuve preparando para esto. - anunció, rozando con la yema de sus dedos el lomo del libro de la sangre. - Debo serte sincera, Sagitas. Estoy dispuesta a arriesgar todo por el bien común aunque te cueste creerlo. No hay espacio para improvisar o echarse atrás. Estamos por hacer algo que quedará grabado en la consciencia de los magos y brujas o terminará en el olvido, como otro intento de magnicidio y con nosotras en Azkaban, exiliadas o muertas. Antes de irnos, quiero asegurarme de que entiendes lo que haremos y las consecuencia que tendrá. No quiero meterte en algo que puede perjudicarte sin tu consentimiento. Aunque no lo creas, siento algo de empatía por ti. A alguien debo dejarle mis criaturas...

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Matt Ironwood.

 

13 de Marzo

Centro de Atención de Emergencia "Sangre de Cristo", Londres.

 

 

Se encontraba hablando con el pastor Bletchey, el encargado de aquel centro cuando la llegada de tres personas interrumpió su conversación. El castaño observó al trio compuesto por dos hombres y una una mujer, dos de ellos completamente desconocidos pero al tercero lo conocía.

 

Desmond, el predicador irlandés, aquel curioso mago que conoció en una de sus visitas al castillo Evans McGonagall, ahora que lo pensaba no era tan extraño encontrarselo en aquel lugar. - Padre Desmond - saludó al mago mientras estrechaba la mano del religioso.

 

-Me alegra encontrar una cara conocida en estos momentos - le sonrió al pelirrojo antes de proseguir presentandose ante el mago y la bruja que lo acompañaban.

 

Escuchó la opinión del Padre sobre las desciciones que creía su gobierno estaba tomando, el Ironwood sabía que debía ir con cuidado en lo próximo que iba a decir, mientras el MACUSA no oficializará la evacución ni ninguna otra medida, todo lo que hacía el castaño se debía mantener en las sombras, despues de todo supuestamente su visita a Londres era meramente ociosa, no se encontraba como un agente activo.

 

-La evacuación es una de las medidas que se estaran barajando en Nueva York, pero nada ha sido avisado todavía - comenzó diciendo Matt mientras acomodaba sus pies entorno a su malentin que se encontraba en el piso.

 

-Pero soy conocido del embajador y al enterarse que acaba de llegar al pais me pidió si podia visitar unos de estos centros y encontrar ciudadanos que podrían estar en problemas, generalmente los americanos que acuden a estos lugares son los mas dificil de ubicar para nuestros diplomaticos - se aclaró la garganta mientras observaba a los tres ciudadanos que aguardaban junto a la entrada - las puertas de la embajada y los distintos consulados estan abiertas para lo que se nos ofrezca en estos momentos dificiles - recitó con naturalidad.

 

-Siento que mi visita al país no podía haber sido en peor momento - se lamentó el hawaiano.

 

-¿Has sabido algo de los Evans? - inquirió observando al irlandés - Estaba de camino a Ottery cuando recibí la llamada del embajador - explicó el castaño.

 

 

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La hora que mas me gustaba merodear libremente durante toda mi vida, y en aquellos momentos, seguía siendo la medianoche. Era uno de los momentos para inspeccionar y recolectar información sin que nadie estorbara. Y con estorbar, podía considerarlo en varios aspectos. Tenía miles de maneras para pasar desapercibido, pero en aquel momento, no tenía ganas, porque solamente era eso: revisar los alrededores e ir buscando información. Tenía varios contactos pero la mitad, los había perdido.

 

¿Qué había encontrado hasta el momento? Un ministerio destruido, una guerra con Bulgaria, varios cambios dentro del bando y al parecer, había reelecciones nuevas, ya que los desafortunados Malfoy se habían alejado de aquellos puestos. ¿Era bueno? Para nada, era mucho mejor tratar con quienes conocía a enterarme quien llegaba. Era información que en ése momento, pasaba a un segundo plano. Dentro de la Orden del Fénix, todo estaba un poco solitario, así que tenía que de alguna manera ir a sitios fructíferos.

 

La noche estaba invadiendo las calles de Ottery. La mansión Gryffindor había estado ya totalmente revisada y me había puesto en contacto con algunos familiares. Debía admitir que ahí era el único lugar que no había existido ningún tipo de cambio. Levanté la varita y de ella salieron una media docena de esferas plateadas, que salieron expulsadas como flechas en distintas direcciones. Aumbraban con una luz fuerte en su recorrido e iba desaparecieron a medida que se alejaba.

 

Calles tranquilas. Antes hubiera sido digno de alarma. Ahora parecía que aquello era lo normal.

 

No guardé mi varita. Solo me limité a observar a mi alrededor. Algunas mansiones parecían estar aún despiertas.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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El vampiro dejo atrás el incidente con aquel hombre y espero que este se fuera de una vez por todas, aquel no era el momento ni el lugar para estar jugando. Poso los ojos en Alessandra y luego observo a Arya como si la hubiera visto por primera vez en aquella sala, porque si, aquella figura extraña y oscura que había captado era la chica. Movió la cabeza como si quisiera quitarse las imágenes anteriores de encima para luego escuchar lo que la mujer le estaba diciendo.

 

Entrecerró los ojos y captó lo suficiente como para entender lo que la Macnair le había dicho. Luego, ya podría saldar cuentas con ella a causa de haber sido quien matara a su futura esposa y madre de su hija, por ahora, había algo más importante que atender, y aunque fuera un mortifago, uno de los más oscuros y peligrosos también estaba el hecho que amaba San Mungo y ayudar a los enfermos. Si, aquello era una completa locura o una bipolaridad extremadamente grave.

 

-Tienes razón –dijo parando la transfusión- hay que actuar de otra manera –dijo a la Macnair.

 

Sabiendo lo que debía hacer ahora el Ragnarok comenzó los preparativos para ayudar a la chica. Escucho en aquel instante la pregunta de Arya y observó la sala rápidamente, nada había cambiado por lo que en un instante encontró lo que buscaba.

 

-Allí encontraras todo lo que necesitas –dijo señalando una pequeña puerta casi escondida que solían conocer los sanadores, medimagos y enfermeras ya que muchas veces no podían perder tiempo al atender a los pacientes y si debían asearse o cambiarse en caso de emergencia allí podían hacerlo. Aquello no estaba cuando Anna ni Bodrik eran las directoras y encargadas, aquel había sido su idea y al menos estaba funcionando como quería.

 

En aquella habitación Arya podría encontrar una ducha, artículos personales y batas nuevas por lo que podría estar lista y preparada para regresar y atender las emergencias en caso de necesitarse.

 

-Espero tu regreso por si tienes alguna idea de ¿Qué es lo que puede estar pasando con ella?, yo la mantendré estabilizada mientras tanto y estudiare el caso para saber cómo actuar –le dijo a la Macnair.

 

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Centro de Atención de Emergencia "Sangre de Cristo"

13 de marzo, madrugada

 

 

Lo último que vi al reemprender la marcha hacia el destino que sólo el hombre a quién me había confiado plenamente, aunque sólo fuera por aquella noche, sabía, fue la tapa de la alcantarilla a mitad de calle saltar por los aires y algo parecido a un tronco espinado aparecer por la abertura circular del suelo. Dos hombres parecían estar al cuidado de la situación, así que giré la vista dejando aquella imagen atrás y seguí al padre Despard. El refugio efectivamente no resultó estar más allá de las tres siguientes manzanas, y gracias a que toda la atención era acaparada por las revueltas en el aire y entre las azoteas de los edificios, pudimos llegar sin ningún altercado. Ni siquiera me extrañó la facilidad con la que accedimos al lugar; debía ser un hombre influyente, aquel hombre de Dios. O quizá simplemente había que darse a conocer en aquella red de protección bélica.

 

Fuera como fuese, estábamos dentro. Yo necesitaba un respiro y a ser posible un buen trago, aunque aquello sería más difícil de conseguir, sobre todo en un lugar como aquel. No era un espacio muy grande, pero estaba bastante bien organizado. Había magos y brujas esperando frente al mostrador de un espacio donde una especie de botica operaba, repartiendo toda clase de instrumentos y tratamientos sanitarios básicos; no me extrañaría nada que Santos Mangos estuviera implicado en algo así. Al otro lado, otra fila se extendía hasta un espacio donde un par de brujas con atuendos ministeriales permitían el paso a dos chimeneas, las cuales intuí que estaban conectadas mediante Red Flú al Ministerio.

 

¿Cómo era posible que hubiera gente que pudiera acceder? Lo había intentado hacía una semana, y no había podido de ninguna de las maneras, ni siquiera como empleado ministerial. Mi oficina no era fundamental en tiempos de guerra, ya había sido informado previamente del cese de la actividad de la misma cuando todo comenzó, teniendo que suspender todos los eventos programados y el Festival Internacional de Teatro Mágico, que curiosamente aquel año se iba a celebrar en Italia. Por lo visto ni mi rol como posible diplomático era necesario. Así que si aquella gente podía entrar, debía ser con algún motivo inevitable, y tenía que descubrir cuál. Necesitaba entrar en el Ministerio. Por supuesto, no para trabajar. Eran otros motivos los que me movían.

 

Fui a preguntarle al padre Despard sobre aquello pero tuve que contener y retraer mis labios frundiéndolos un poco al final al descubrir que éste ya saludaba a otro hombre, llevando a cabo las pertinentes presentaciones. Correspondí al saludo en silencio, sin siquiera dar mi nombre y atendí a la conversación. Entonces fue cuando caí en la cuenta de que no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Había aparecido en todo aquel escenario perseguido por magos que intentaban darme caza para evitar que siguiera investigando acerca de mi padre, por lo que toda la conversación que mantuvieron entre sí los hombres parecía estar bajo un código secreto que yo no entendía. ¿Qué pasaba con "el gobernante que tenemos hoy en día aquí"? Lo único que logré colocar en su sitio, en parte también por su acento, es que el hombre con el que Despard hablaba era americano, seguramente algún agente de seguridad del MACUSA.

 

- Señores, disculpen que interrumpa la conversación en este preciso instate --me aventuré a decir justo cuando el americano preguntaba por los Evans al religioso--, pero... ¿Qué ha ocurrido? --Entonces recordé todo lo visto en las calles de Londres--. ¿Por qué ahí fuera no se estaba teniendo ningún tipo de cuidado para no dejarse ver?

 

No sabía muy bien por qué, pero sentí que había dado en la clave.

 

 

 

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Editado por Adrian Wild

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✤ Viajero de la noche ✤

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Lo había visto todo. Fue testigo del enfrentamiento y de la huida de cierto personaje que tenía fama de llevar el fénix en su espalda, hasta que se le perdió de vista en unos edificios, dentro de una zona con la que no estaba muy familiarizada. Desapareció en medio de una multitud aún sorprendida por lo que acababan de presenciar. No, aún no había usado magia pues no desapareció de forma literal, sino más bien que se escabulló hasta un oscuro callejón en el que, sí, he allí la ventaja de tener sangre mágica. No quería llamar demasiado la atención, no estaba en sus planes destacar tan pronto, pues sabía lo que había pasado. Aaron se los había "advertido".

 

Candela se materializó en la puerta de la mansión Di Médici, hubiese querido hacerlo dentro de ella, pero su sentido común le dictó una de las normas sociales que poco usaba. Suponía que, para encontrar a Lucrezia, debía empezar a buscarla en su propia casa. Se sentía en desventaja, claro, sobre todo desde que supo que su hija, Zoella, había concurrido a la rubia, vaya uno a saber en busca de qué. ¿De su padre? Pff... Esas eras cuestiones de las que la gitana entendía poco; quizás porque ella misma no había buscado nunca a su padre y se conformó con tener un sustituto. De hecho, su madre estaba desaparecida desde hacía mucho y ni se tomó la molestia en averiguar si se encontraba bien.

 

La Triviani se tocó la salamandra en la nuca, su sello maldito, con la punta de la varita; eso sería suficiente para llamar a alguno de sus hijos y no permanecer enteramente sola en ese lugar. No, no le tenía miedo a Lucrezia. Pero el no tenerle miedo no significaba que debía ser descuidada y entregarle la garganta para que la pudiese rebanar si hacía falta. Menos aún, sin tener la certeza del papel que la Di Médici había tomado en la huida de Aaron, en el extraño cumplimiento del acuerdo de Piero. Un acuerdo que la zingara intentó burlar. Así que, ¿consideraría una traición el que Lucrezia la hubiese delatado -era la única que podía hacerlo- o lo tomaría como un mano a mano, dadas las circunstancias?.

 

Toc toc...

 

Sus nudillos golpearon contra la puerta, en el momento justo en el que sintió una aparición a sus espaldas. Tal vez eran dos, no podía estar segura, pero sabía que se trataba de sus hijos.

 

 

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Ridcklaud de hoya...

 

Ese sitio parecía un mar de gentes hacia rato que habían superado sus límites, pero no podían abandonarlos, había de toda clase de personas, algunos eran muggles, el mundo se estaba viniendo abajo y si el señor Dick sacrificaba su vida, sus mejores amigos no podían abandonarlos y es por eso que tanto elfito como gusteu estaban ahí atendiendo a cuánto herido pudieran, tuvieron que recurrir a otros elfos para poder solventar la comida y atender las camas, fue entonces que miro como los hipogrifos regresaban de sus caza trayendo diversos animales del bosque...

 

--Elfito... Necesitamos ayuda!!! La señora Sagitas no se encuentra en su casa, la familia Lockhart no está disponible... Nos estamos quedando sin espacio--

 

Entonces suspirando elfito le acercó una silla mientras mandaba a otros elfos a buscar los conejos y prepararlos inmediatamente en un estofado, no sería mucho pero al menos de hambre y frío no pasarían... Por lo que volviendo a gusteu suspiró mientras sacaba una pequeña libretita debajo de su gorrito...

 

--El señor Dick hizo un número de emergencias para estos casos con otra manciones comenzaré a solicitar ayuda-- mientras tú busca a la señora Sagitas!!--

 

Gusteu estaba sorprendido... Ese era elfito?... Nunca lo había visto de esa manera... Tan seguro de si mismo, era sencillamente abrumador por lo que viendo irse en un hipogrifo, gusteu hizo lo mismo ocupando un trozo de tela que provenía de alguno de sus vestidos se lo dió a oler a Ginny y está inmediatamente comenzó a emprender al vuelo hacia donde quiera que estuviera sagitas...

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Matt Ironwood.

 

Centro de atención de emergencia "sangre de cristo", 13 de Marzo.

 

Su charla con el Padre Despard fue interrumpida por uno de los acompañantes del irlandés, el otro mago que hasta el momento había guardado silencio. El castaño no pudo menos que sorprenderse con la pregunta que acaba de formular, ¿Cómo era posible que hubieran personas ajenas a tamaña situación? -

 

-¿No lo sabes amigo? - inquirió el ojiazul mientras observa a al vampiro - En Londres ha sucedido una grave violación al Estatuto Internacional del Secreto, y vuestro Primer Ministro, el honorable Señor Black no ha hecho más que declarar que no solo no moverá un dedo para controlar la situación, sino que la abraza, incitando de manera inexorable a que mas locos se muestren - la situación le seguía pareciendo una pesadilla de las más retorcidas pero repetirla en voz alta volvía la amenaza muy real, tangible y no se podían quedar de brazos cruzados.

 

-Todo el mundo habla de esta insensatez, el señor Black ha desatado una bomba sobre nuestro mundo - no podía creer que una persona como aquel mago hubiera sido elegida como líder de una nación, no es que su país tuviera las páginas de la historia libre de manchas pero escoger a un abierto seguir de los ideales de Grindelwald como cabeza de un país era una sentencia a la autodestrucción ¿Que pensaba el pueblo británico cuando fue a las urnas?

 

El mago observó a sus tres compatriotas que aguardaban a unos metros de la fila de extranjeros. Debía llevarlos a la embajada, tenían que evacuar a todos del país, ponerlos a salvo en suelo americano. No podían perder más tiempo, la situación no haría otra cosa que agravarse y los desquiciados y monstruos no tardarían en salir.

 

Y nuevamente se preguntó cuales serían sus próximas funciones, instintivamente dio una leve mirada al reloj en su muñeca, aquel nuevo aparato se había vuelto el comando de sus próximos pasos y una oleada de incertidumbre recorrió su cuerpo, estaba seguro de que no solo hablaría pero solo el destino y su gobierno sabía que le depararía el futuro.

 

 

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13 de marzo, 00:10 AM.
Mansión Di Médici.

 

La madera crujió en el silencio de aquella noche. El eco de los golpes contra la puerta atravesó el pasillo hasta llegar a la biblioteca, expandiéndose como la ola expansiva de una bomba que llegó hasta la misma Lucrezia. Si algo había realmente explotado en ese momento era la prisión mental donde la aristócrata había encerrado todas sus dudas respecto al plan que con tanto detalle había elaborado. Giró bruscamente sobre su propio eje para observar la puerta, pese a no ser esa la que las inesperadas visitas habían golpeado ¿Quién se atrevía a interrumpir la paz de su hogar en plena medianoche y luego de la caída del estatuto del secreto? Sin dudas, la improbabilidad de intenciones amistosas resultaba un mal augurio.

 

La blonda italiana se volteó súbitamente para observar nuevamente a Sagitas, con una pequeña esperanza de encontrar en ella una respuesta. Sin embargo, no encontró en ella una respuesta o al menos una tan expeditiva como requería la situación. Debía actuar. Escabulló su mano en el interior del bolsillo de su túnica y extrajo su morado monedero de piel de moke, que lucía saturado de objetos y a punto de estallar. Sosteniéndolo con la palma de su diestra desató la dorada cuerda que lo mantenía sellado y comenzó una rápida exploración de su interior guiada por su tacto. Al percibir el frío del metal lo tomó con cuidado y lo sacó a la luz: un espejo comunicador. Se lo entregó directamente a Sagitas apretándolo en sus manos para transmitir la seriedad con la que encaraba la situación.

 

- Quédate aquí, ocúltate si es necesario. No estaba esperando ninguna visita. Nadie puede saber que estás aquí. - advirtió con frialdad, clavando su mirada en la mujer y guardando nuevamente el monedero - Ojalá no necesites defenderte.

 

La mortífaga afirmó con la cabeza y se apartó de la Potter Blue. El golpeteo en la puerta volvió a resonar entre las paredes de la aristócrata mansión. Dejando a Sagitas a sus espaldas salió de la biblioteca y cerró la puerta con llave. La homicida conspiración contra el Ministro de Magia inglés debía esperar. Debía liberarse lo antes posible de las visitas, aunque tuviese que utilizar métodos de discutible ética. Aunque no le gustase aceptarlo, la seguridad de Sagitas también le resultaba de importancia, no solo – aunque si principalmente -por ser una pieza fundamental de su plan sino por que comenzaba a apreciarla genuinamente ¿Serían las fuerzas del ministro quienes la esperaban del otro lado de la puerta?

 

Mientras caminaba sin perder su elegancia hacia la entrada de la mansión la joven aristócrata fue interrumpida por Passepartout. Su elfo doméstico, aquel delgado y pequeño ser vestido con un pintoresco trajecito negro hecho a medida, se acercó a ella corriendo. Lucrezia lo notó ligeramente agitado, una señal inconfundible que confirmó su temor. Su caja torácica se expandía y se contraía con un ritmo vertiginoso. El siervo se inclinó para intentar recuperar su ritmo cardíaco y esperó unos segundos para dirigirse a su ama. Una vez normalizada su respiración, el elfo le concedió una respetuosa referencia a la italiana y dirigió su mirada directamente a la puerta. Su rostro grisáceo y extenuado expresaba una preocupación nítida.

 

- Señora Lucrezia, son los Triviani ¿Libero al runespoor, como me indicó en ese caso? - susurró para que nadie más allá de la Médici lo escuchara - Puedo tener listos otros métodos de contingencia del manual de defensa de la propiedad.

 

- Solo ocúpate de proteger mi habitación y la biblioteca, donde está Sagitas. - indicó con un tono severo - Lo único que necesito es que traigas un vino para hacer…más amena la velada. Sabes exactamente cual traer.

 

Le regaló a su elfo personal una sonrisa en busca de tranquilizarlo, pues del cumplimiento de sus ordenes dependía su primera idea de cómo librarse de las poco convenientes visitas. Le resultaba curioso que justo en aquel momento, cuando confabulaba contra el progenitor de algunos de ellos, los Triviani se hicieran presentes en sus terrenos. Reafirmó en su fuero interno que aquello no era una casualidad, sino que respondía a la más obvia causalidad ¿Alguien podía ser tan necio de interpretar como una coincidencia todo aquello? ¡Si el incumplimiento del trato con Piero la había empujado a mancharse ella misma las manos con la sangre de Aaron!

 

La aristócrata debía ser medida en el trato con los Triviani fuese cual fuese la razón de su visita. Debía hacer una elección quirúrgica de sus palabras y de las mentiras que estaba a punto de sostener, sobretodo si entre la comitiva se encontraba Candela; la inteligencia y el instinto natural que aquella mujer tenía habían dejado una buena impresión en Lucrezia pese a que en ese particular contexto resultase perjudicial para sus intereses. Había encontrado en la líder de la mafia italiana una guerrera de un espíritu fuerte, imprevisible e incontrolable. La mortífaga no había propuesto el nombre de Candela Triviani por sus lazos con Aaron sino por lo difícil que resultaría para el propio Piero manipularla. Pese a su rivalidad, que consideraba natural entre mujeres que disputaban poder, Lucrezia sentía por ella un profundo respeto. Esperaba no verse obligada a arrebatarle la vida aquella noche.

 

La aristócrata atravesó el salón principal, que permanecía casi completamente a oscuras, y colocó su mano sobre el picaporte, deteniéndose unos segundos antes de abrir la puerta. Podía percibir las presencias al otro lado, bajo el manto del nocturno firmamento. Inhaló un poco del fresco aire que lograba filtrarse por las rendijas y adoptó su característica postura elegante. Ocultó con éxito todo rastro de preocupación que pudiese expresar su rostro. Había superado a los Triviani una buena cantidad de veces y aquella no sería la excepción, o al menos eso intentó reafirmar su voz interna. Giró con extrema lentitud el pomo y entornó la puerta apenas lo suficiente para poder encontrarse indefectiblemente con el familiar rostro de...

 

- Candela, que sorpresa verte por aquí…¿Qué necesitas?¿Unos huevos? Creo que tengo un par en la heladera - ironizó con tono soez, enfrentando a la matriarca de una familia que había resultado una molesta piedra en sus zapato.

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