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Librería "La Hermana Quisquillosa" (MM B: 98425)


Xell Vladimir Potter Black
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-Okei, okei... solo respira - le dije a mi madre mientras agarraba sus manos rogando al cielo que pasara rápido la contracción. Sus palabras no me habían pasado desapercibidas pero no sabia si era el feto o mi madre la que hablaba, solté una mano de mi madre y serví un vaso de agua fría que reposaba junto al tatami, se lo puse en la boca y moje sus labios con el vaso esperando que se diera cuenta que era agua y bebiera.

 

Tenia que mantenerla hidratada, alimentada, controlada su calor corporal y su respiración y ritmo cardíaco, cualquier cosa podía pasar con el uso de esa poción y esperaba que nada fuera de lo normal fuera a pasar, no quería tener que llamar a ningún sanador o a nadie mas.

 

-Ya pasara, vamos calma... ya casi va a pasar lo peor - no tenia en claro si después de la primera hora iba a pasar lo peor o si solo iba a comenzar pero tenia que llenarla de esperanza de que esto era lo peor que pudiera pasar, acaricie la melena de mi madre y traté de mantener mis manos estables hasta que la alarma del cronometro volvió a sonar, me sentí mal por tener que obligar a mi madre a beber un vaso mas pero tenia que hacerse.

 

-Vamos, falta un vaso mas y podrás descansar una hora

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  • 3 semanas más tarde...

El calor fue decreciendo poco a poco y dejé de aguantar la respiración. Empecé a temblar de nuevo, de frío, en cuanto la temperatura cambió bruscamente en mi cuerpo. El dolor no se había ido aunque parecía que podía aguantarlo mejor, al menos hasta la próxima contracción. Al menos eso funcionaba. Significaba que mi cuerpo iba a expulsar el ocupa que tenía dentro.

 

Y ya sabía lo doloroso que iba a ser cuando decidí hacerlo. Cuando pude respirar, agradecí el agua que mi hija me ponía en la boca. Tenía los labios resecos y aquel néctar me supo a gloria. La tragué porque sabía que el próximo trago que tomaría sería un infierno. Respiré varias veces, sin poder agradecer a mi hija todo lo que hacía por mí. Perenela estaba a mi lado continuamente sin desfallecer a pesar que lo debía de estar pasando tan mal como yo.

 

Recuperaba la calma, tal vez Pere tenía razón y lo peor ya había pasado. Sé que me autoengañaba pero necesitaba saber que no iba a doler más. Casi lo consigo, hasta que oí el sonido odioso de aquel cronómetro que anunciaba una nueva toma. Gemí y el dolor reapareció de golpe y más agudo.

 

-- ¡No, no, no...! No quiero más, no quiero más...

 

Sabía que era inútil protestar. Ahora que había empezado la ingesta de aquella poción, o la acababa o el resultado podría ser mucho peor. Aún así, imploré.

 

-- No, quiero, por favor, Perenela, no me obligues, no me ob...

 

Aguanté el aliento de nuevo. El retorcijón en el bajo vientre se hizo insoportable y, por primera vez, sentí que algo se descolgaba y noté un líquido bajar entre mis piernas. Aún quedaba mucho pero había empezado el proceso. No podía retroceder ya.

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Aproveche el retorcijòn y empuje un vaso mas de la poción garganta abajo con una mano mientras con la otra trataba de que estabilizar la cabeza de mi madre, la cubrí de nuevo con la manta al ver sus piernas temblar y su piel erizarse y no la solté hasta que el contenido del vaso se hubiera acabado. serví un vaso de agua tratando de evitar que se notara el temblor de mis manos y puse de nuevo otro vaso de agua en los labios de mi madre.

 

-Vamos, ahora vas a poder descansar una hora - sentí la viscosidad en mi mano y volví a mirar la parte baja del cuerpo de mi madre, las manchas de sangre se estaban extendiendo, abrí los ojos y aparte las cobijas para mirar, la parte interna de las piernas estaba llena de sangre, tome un respiro profundo y quite la compresa que había puesto debajo de ella para cambiarla por otra. Aunque sabia que la sangre era escandalosa se me hacia mucha la sangre que había en el paño de lino, pero no debía preocuparme, estaba preparada para esto, mire a mi madre por encima de sus piernas y le dije:

 

-Ha comenzado, el proceso ahora si empieza, si tienes hambre, sed, incomodidad, dolor, frío o calor... cualquier cosa que sientas necesito saberla ¿ok?

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  • 3 meses más tarde...

De repente, odié a Perenela por obligarme a beber aquella pócima que yo misma había hecho para que ella me la proporcionara. La odié, el dolor era demasiado intenso y quería morirme en aquel instante. Algo me decía que debía hacerlo. Lo que estaba haciendo era un crimen y me merecía lo que me pasara. Me sentía vulnerable porque no lo había buscado pero yo lo estaba haciendo. Tenía que ser consecuente con lo que sucedía: no era culpable de lo sucedido sino víctima, pero optando por aquel acto, me convertía en culpable.

 

Perenela toqueteaba en mis interiores pero apenas lo notaba, tal era el dolor que sentía. Tragué por no vomitar y, de repente, se hizo el silencio, la ausencia de todo, como si no hubiera nada más, como si hubiera un impass en la que no podía sentir, moverme, hablar... Pero aquella calma era tan atractiva... Deseé seguir así, quieta, por siempre jamás, hasta que me di cuenta que sólo era un momento de inconsciencia. No podía seguir en él así que me forcé en volver a la voz de mi hija, a pesar que ello significaba volver al dolor lacerante que me devoraba las entrañas.

 

Gemí.

 

-- @@Perenela Arya Grindewald Potter Blue, sí, siento... Siento ganas de matar a quienes metieron ésto en mi interior. Juro... por los Dioses... que lo haré... Mataré a todos y... a cada uno de ellos...

 

Ni llorar podía... Apretaba los dientes de tal manera que casi sentía que se iban a partir en cualquier momento. ¿Un Episkey? ¿Algo que impidiera el Dolor...?

 

Y las vi. Había sacerdotisas a los pies de mi cama, seres de luz que me miraban, con cara preocupada. Una de ellas era una Suma Sacerdotisa con su hábito claro. Oraban por mí. Creo que fue eso lo que me enfadó. Me puse de rodillas y un mejunje sanguinolento fluyó entre mis piernas y se esparció por el suelo, mientras gateaba hacia ellas.

 

-- ¡Tenía que hacerlo! ¡No podéis juzgarme! ¡No sabéis lo que es ésto! Tenía que hacerlo.

 

Me fallaron las fuerzas y me tumbé allá, en el suelo, llorando.

 

-- ¡Tenía que hacerlo! ¡No podría soportarlo! ¿Lo entendéis! ¡¡Tenía que hacerlo!! -- grité, para hundirme de nuevo en aquel estado de quietud y calma adolorosa en la que quería refugiarme para siempre.

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Miré a mi madre con preocupación cuando se desmayo, pero no podía desatender lo que sucedía en la parte baja de su cuerpo, lo mejor era que ella se perdiera en esa inconsciencia mientras cambiaba los paños, limpiaba la sangre de su cuerpo y palpaba en la parte interior para ver el tamaño del desgarro, pase saliva y empece a buscar las pociones restablecedoras de sangre, no podía hacerle episkeys porque aunque pararía el flujo de sangre también arreglaría la rasgadura y eso era contraproducente para lo que queríamos hacer. Lo mejor era que la naturaleza siguiera su curso y mas bien controlar todo para que nada fuera a quedar a merced del destino.

 

busque una de las palanganas con agua y limpie lo mejor que pude la sangre y lave los paños hasta que pasaron de un rojo vivo a un suave salmuera, luego a un ligero tono rosáceo pero era lo mejor que podía conseguir aquí, los puse a secar cerca de la ventana y me senté al lado de mi madre contemplándola suavemente, su rostro tenia lineas de preocupación que antes no había advertido, su cabellera violeta que había adquirido un matiz opaco sin vida y sus ojos cafés revoloteaban dentro de los parpados cerrados, apoye la cabeza sobre las piernas mientras la contemplaba esperando que la inconsciencia fuera un alivio para ella.

 

Me espabilé cuando la oí gemir, oí sus palabras y no supe que decirle, pero me asuste muchísimo cuando la vi desvariar, cuando la vi caerse en sus propios pies y rogar entendimiento a quienes no estaban allí. Me asusté y la agarré de los brazos evitando que se golpeara en el rostro, la acomodé de nuevo en el futon y acaricié su cabellera:

 

-Los Dioses entenderán y no te culparan por esto. - le puse sobre los labios la poción restablecedora de sangre - vamos has perdido sangre no puedo dejar que te descompenses... bebe

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Me revolví entre los brazos de mi hija, quien me cogía del suelo y me llevaba de nuevo hacia el colchoncito. Jadeé por el esfuerzo. Ni oponerme a ella podía... Sentí que la rabia crecía y crecía a la vez que sentía que me vaciaba de nuevo y que una masa viscosa resbalaba entre mis piernas.

 

-- ¡Suéltame! He de decirles que yo no tuve la culpa. ¡Déjame!

 

Me dejó tumbada y el aliento de escapaba de entre mis labios entrecerrados, sin volver a mis pulmones. Me ahogaba. Me dejé reposar, sin moverme, sin hacer ningún movimiento, dejando que mi cuerpo acallara sus dolores sobre el confort del futón. Intenté apretar los ojos pero aún veía ese resplandor hiriente que me perforaba. Eran ellas. Lo sabían. Seguían rezando por mi alma.

 

-- No lo necesito, no lo necesito, no lo necesito -- empecé a murmurar. Tenía mucho calor en las mejillas, ruborizadas por la vergüenza de que mis hermanas sacerdotisas me estuvieran viendo así. Yo pretendía que nadie lo supiera. -- No necesito público. Fuera... ¡Fueraaaa!

 

Mi grito estalló con rabia en aquel desván y me incorporé de la ansia de echarlas de mi lugar privado. No quería que estuvieran a mi lado.

 

-- ¡¡No os necesito!! -- Intenté apoyarme en uno de mis brazos mientras con el otro les amenazaba con el puño. Se dobló, quizá en mi arrogancia olvidaba que no tenía fuerzas para mantenerme en pie. Mi frente chocó contra el borde del colchón y golpeó, después, contra el suelo. Gemí, dolor y vergüenza unidas para dejarme sin fuerzas para enfrentarme a aquello. -- No fui yo. Fueron ellos. Yo no fui. Fueron ellos. Ellos fueron...

 

Su oración, sin embargo, se mantuvo y me puse a llorar. El dolor volvía tan fuerte que sentía que se me rompía algo dentro. Me agarré el bajo vientre y arañé, con fuerza, para que saliera todo, para que se fuera, para no tenerlo... Pero no pude seguir porque se me iban las fuerzas... Las sacerdotisas rezaban, implacables, por mi alma. Lloré. Sí, lloré, pequeñas lágrimas aisladas que apenas salían, se evaporaban en el aire sin llegar a ninguna parte. Rechacé aquello que mi hija me metía en los labios para que tragara.

 

Me moría desangrada y mis hermanas de la luz no tenían piedad para mí.

 

Rezaban por mi hijo no nato muerto.

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-¡Oh por todos los Demonios del Averno! - exclame al ver a mi madre levantarse de nuevo del futón y ponerse a pelear con seres que no estaban allí, estaba desvariando y la locura empezaba a verse en sus ojos cafés que estaban agrandados por el pánico de sentirse juzgada por lo que fuera que estaba viendo, sus lagrimas me acongojaban el corazón y vi mas sangre corriendo por entre sus piernas, manchando el futón, la ropa y la vi escupir la poción restablecedora de sangre, me iba a enojar con ella por hacer mi trabajo mas difícil cuando colapso en el suelo.

 

-¡Oh Merdé! - la recogí como pude y traté de buscar el pulso en sus muñecas y cuello, apoye mi oído en su pecho tratando de sentir a su corazón latir pero no había ni un solo sonido en su pecho, me entro el pánico pero lo rechacé, ya hiperventilaria después cuando la hubiera estabilizado. Alargue la mano hasta que agarré un par de bolsas de sangre tipo O y una paquete de agujas de canalización que había robado de la clínica. Me temblaban tanto las manos que por poco rompo la bolsa y como pude la conecte a la vena del brazo, rogando que el flujo de sangre me ayudara a estabilizar el corazón.

 

Empecé a hacerle la tecnica de resucitación cardio pulmonar que habia aprendido en la escuela muggle tratando de no hacer demasiada fuerza para no romperle alguna costilla, no me di cuenta que las lagrimas estaban corriendo por mi rostro hasta que senti la humedad en mis manos, le grité al cuerpo inconsciente de mi madre:

 

-¡NO TE PUEDES MORIR! ¿ME OYES? ¡SI TE MUERES VOY AL INFIERNO Y TE PATEO! ¡VAMOS REGRESA!

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Estaba siendo juzgada. Lo noté en cuanto me vi de pie, con el saco marrón en medio del grupo de sacerdotisas, formando un círculo, mirándome con aquella mirada crítica. Me sentí muy vulnerable y bajé la cabeza. No soportaba que me miraran de aquella manera. Pero soy orgullosa y no duré mucho con la mirada baja. Elevé la barbilla y me estiré levemente, devolviéndoles la mirada.

 

-- ¿Y vosotras qué sabéis cómo es mi vida para juzgarme? -- me enfrenté a ellas.

 

Ninguna contestó. Roté sobre mis pies, contemplando sus rostros. Me eran desconocidas pero todas eran como yo, sacerdotisas de la Luz Eterna que me miraban como su hubiera roto mis votos con la Orden de mi clan. La mandíbula me temblaba.

 

-- ¿Por qué os creéis aptas para juzgarme? -- les grité, apretando los puños con rabia. ¿Ellas qué sabían de lo dura que era mi situación en aquellos momentos?

 

Una de ellas avanzó un paso y me señaló, después retrocedió el paso y volvió a ocupar su sitio. ¿Por qué me señalaba? Me miré y vi la sangre que emanaba por debajo del saco, dejando una mancha rojiza que yo iba extendiendo con mis pies desnudos. Sentí vergüenza al ver aquellas huellas, era imposible negarlas.

 

-- Era necesario -- susurré. No me salía la voz. -- No podía... dejar que... creciera...

 

Mi voz se apagaba. Intenté mostrarles los recuerdos de cómo se había producido, procuré que entendieran que no había amor sino sufrimiento, que... Avanzaron. Se movieron hacia mí tan bruscamente que retrocedí, asustada. No me creían. No me entendían. Me juzgaban culpable y me desterraban. Una de las sacerdotisas lloraba. La reconocí. Era mi cuñada. Empecé a negar con la cabeza y a implora su clemencia.

 

-- Tienes que entenderlo. No fui yo, no lo busqué, no quise nunca tenerlo. Sólo quería olvidar. No podría olvidar si... se le dejaba dentro. Por favor, por favor, entiéndeme...

 

Pero ninguna mostraba piedad. El dolor de mi vientre volvió y otra oleada de fluidos salió a borbotones. Sentí que me acuchillaba por dentro y ninguna de ellas hizo nada por ayudarme. Agaché la cabeza y junté mis manos, implorándoles que sintieran lo que yo sentía, que me entendieran. Pero, en vez de eso, extendieron sus brazos y volví a retroceder, con miedo a que me tocaran. Detrás de mí, un agujero demasiado parecido a una tumba, se había abierto.

 

Caí de espaldas. Noté el sabor de la tierra que me caía a la cara. Mis hermanas sacerdotisas me enterraban. Viva. Para purgar mis pecados. Grité.

 

-- ¡Nooo! ¡No, cuñada, noooo! No lo hagas, créeme...

 

Levanté mis dos manos pero no sé bien si para cubrir la cara de aquella tierra que me lanzaban o para pedir que me sacaran. Lloraba. No quería morirme pero... Tal vez...

 

Lo merecía...

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Me sentí muy feliz cuando mami me dejó quedarme con el negocio de la librería. Inicialmente había sido mío con una antigua compañera de la Academia, Valent, que había desaparecido del pueblo. Así que volver a tener la librería en mis manos me hacía sentir muy bien, era como recobrar parte de mi pasado, no lejano, por cierto, no era tan mayor.

 

Entré en el negocio y me sorprendió que los elfos lo tuvieran cerrado. Iba a darle vuelta al rótulo que ponía "OPEN" pero lo repensé. Tal vez estaban haciendo limpieza en el local, era mejor preguntarles si estábamos listos para abrir.

 

No encontré a nadie. Luces a oscuras, todo en silencio... Al menos no había polvo. Todo estaba listo como si hubieran cerrado sólo para ir a comer. Me encogí de hombros y me fui a mirar el listado de los libros de las estanterías. Era un buen momento para hacer inventario. Así que no abriría hasta que acabara. Me puse una batita blanca encima de mi ropa de calle, para no mancharla de polvo. Con la varita, alcancé una escalera y me subí para empezar por el primer pasillo y el estante más alto.

 

Llevaba un rato allá cuando levanté la cabeza. Por un instante, había sentido un grito, un dolor interno... Pero iba más allá de la librería, lo había sentido en mi mente... Sonreí. Eso de estar sola a veces daba miedo. Seguí limpiando y apuntado los libros que estaban en venta. Entonces sentí un ruido. Miré hacia la puerta y vi al elfo de la tía Sagitas. Harpo me miraba con pavor.

 

- ¿Harpo, qué sucede?

 

El elfo se tapó la boca con las dos manos. No dijo nada pero siguió mirándome fijo.

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-¡VAMOS! - grité con rabia al sentir que su corazón no quería reaccionar - ¡Oh sagrados Dioses! ¡NO ME QUITEN A MI MADRE! - Le di un par de golpes en el pecho a ver si su corazón volvía a latir, estuve tentada a crear un par de descargas con la varita a ver si eso le ayudaba pero temía quemarla, así que seguí con el RCP - ¡Bastante les aguante con que me quitaran a mi padre no voy a permitir que me la quiten a ella!

 

Sentía mucha impotencia al ver que ella no reaccionaba, la bolsa de sangre que le había puesto ya estaba a punto de acabarse y tendría que detener el RCP para conectar otra bolsa, como pude puse un par de compresas entre sus piernas para absorber la mayor cantidad de sangre mientras seguía con el masaje cardíaco. Sentía la burbuja del pánico subir por mi garganta y cerrarla impidiéndome respirar, las manos me temblaban sintiendo la impotencia subir por mi garganta y romper en un grito que contenía todas mis emociones bullendo mientras retomaba el masaje cardíaco.

 

-¡Oh Dioses! No te la llevéis, haré lo que quieran, asumiré su Karma por este acto, venderé mi alma, haré lo que quieran... Solo no te la lleves, deja que ella siga siendo la misma sacerdotisa amorosa y entregada que ha sido - las lagrimas corrían ya libremente y un tono azul empezaba a recorrer mis manos y brazos, temía que una transformación impusiera mas fuerza al masaje pero no lo detuve solo me concentre en hacer que la sangre siguiera fluyendo, un frío empezó a apoderarse de mi y mi esencia demoníaca empezó a proyectarse en un lugar fuera del ático.

 

Estaba con mi esencia dividida, mi cuerpo humano intentaba salvar a mi madre manteniendo el ritmo de las pulsaciones en el corazón y mi esencia demoníaca estaba en una tumba rodeada de una cantidad inusual de almas con el mismo brillo que mi madre tenia, que miraban fijamente el hueco donde mi madre estaba siendo enterrada, el pánico que sentía se convirtió en rabia y una determinación férrea se apoderó de mi, lanzándome a sostener las manos de mi madre tratando de sacarla del hueco donde estaba. Una mano brillosa se poso sobre mi hombro impidiendo mi avance, haciendo que me moviera una milésima por minuto, grité hasta que oleadas de calor se extendieron por mi piel azul rechazando la mano y tomando las manos frías de mi madre y jalándolas hacia mi.

 

Así como todo había empezado, todo se detuvo igualmente rápido, la bolsa de sangre se había acabado, mis manos seguían haciendo el masaje cardíaco sin una sola marca de azul en mi piel, pero el pulso de su corazón empezaba a revolotear, los brazos me ardían, cambie como pude la bolsa de sangre y saqué las compresas de entre sus piernas intentando limpiar la mayor cantidad de sangre posible. una piedra con forma de frijol pero de un vivo carmesí estaba apoyado contra la entrepierna, se sentía cálida al tacto, casi viva como una semilla, la lavé con mis manos temblorosas y la puse a un lado de mi madre. Como pude retiré todas las prendas llenas de sangre poniendo ropa limpia y mirando el pecho de mi madre subir y bajar por si solo cada minuto para convencerme de que estaba viva. Me envolví las piernas temblando esperando a que despertara... rogando a que despertara

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