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Librería "La Hermana Quisquillosa" (MM B: 98425)


Xell Vladimir Potter Black
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Hoy:

 

Contemplé la escalera que subía en el interior de la trastienda de la librería. Ahí empezaría todos. Los elfos abandonaban la tienda, como les había ordenado, tras informarme que todo lo que contenía la lista que había escrito mi hija, ya se encontraba en aquella habitación. Suspiré. Sabía lo que iba a suceder en cuanto entrara. Y no me refería a la muerte que iba a provocar sino a mi propia muerte como sacerdotisa. Iba a dar un paso hacia la oscuridad de la que tanto nos advertían en Avalon. ¿Merecería la pena?

 

-- Lo merece -- dije, levantando de forma orgullosa, la barbilla.

 

Recordaba bien las palabras de mi hija. Con el tiempo había aprendido a aceptarlo. Yo nunca lo haría. Nunca lo haría. Nunca aceptaría lo que sucedió y mi deseo de venganza era lo único que me permitía levantarme cada día. Nunca olvidaría a aquellos deleznables, nunca olvidaría que yo no me defendí, nunca olvidaría que seguí viva a pesar de todo. Así que la Oscuridad que me iba a producir aquel asesinato del no-nato no me preocupaba del todo. Yo ya era oscura desde hacía mucho tiempo, mucho antes que la violación. Sólo me había permitido enterrarlo en pliegues ocultos en mi mente y, ahora, iban a resurgir de nuevo.

 

Subí un escalón y miré de nuevo la puerta. Subí el segundo y suspiré. ¿Merecía la pena?

 

-- Sin duda -- dije, aún con voz altiva.

 

Subí el resto de escalones de forma seguida para no dudar. Pero lo hice, en cuanto mi mano tocó la madera. Sentí un pinchazo en el corazón. Aún estaba a tiempo de dar media vuelta...

 

Las manos... Aquel contacto estremecedor... Aquella pérdida interna en mí misma... Aquella persecución que duraba generaciones y que intentaban matar a mis descendientes... No podía seguir siendo buena, seguir siendo una seguidora de la Luz.

 

-- No lo quiero -- reafirmé y abrí la puerta. No habría vuelta atrás. Mi destino había cambiado el día de aquella múltiple violación. Hoy decidía aceptar que la venganza era el camino a seguir. Sin Eso.

 

La cerré tras de mí.

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Matt me había retrasado, aun así había conseguido todo lo que necesitaba y había dejado a SJ dormido y a buen recaudo de mi hermano que se iba a encargar de cuidarle mientras estaba de "viaje". No era del todo una mentira ya que si iba a hacer un viaje, tal vez un poco arduo, tal vez un poco cansado y ajetreado de lo que esperaba o quería. Pero todo esto era por mi madre.

 

La puerta del negocio estaba cerrada, al parecer todo el personal ya se había ido, hice una mueca e iba a tocar cuando un elfo rezagado abrió la puerta, sonreí:

 

-¿Mi madre ha llegado ya? - el elfo asintió bajando la vista y atusándose las orejas, le hice un mimo en la cabeza gacha y sonreí con tranquilidad y amabilidad - ¿Hay alguien mas acá aparte de mi madre?

 

-No Ama, ya todos se han ido.

 

-Bien, cierra con llave, pon el cartel de cerrado.

 

-Si, la ama Sagitas ya nos dio instrucciones - asentí, no podía ser de ningún otro modo, mi madre siempre estaba en posición de lo que íbamos a hacer, respiré profundamente y acomodé mi maleta en la espalda. Subí las escaleras pensando el paso a paso de lo que íbamos a realizar:

 

-¡Amados Dioses! - hice una oración antes de abrir la puerta - Pongo toda esta situación en tus divinas manos, ayúdenme a realizar esto del mejor modo. -No era una persona religiosa, sabia que existían ángeles, Dioses, sacerdotisas... (Vamos que mi madre era una) pero aun así yo como demonio debía de estar en contra de toda expresión de divinidad, aun así el haber sido criada por mi madre me hizo entender que aun cuando tenia una naturaleza dominante en mi podía escoger en que creer, ser mas que un simple demonio.

 

Abrí la puerta: mi madre ya estaba en el ático de pie delante de mi mirando los tatamis que ya estaban preparados para nuestra estancia, había una única ventana que había dejado abierta para que se ventilara los días que estuve aquí previamente para preparar las pociones y al lado de la ventana, el caldero con la poción que tenia una semana preparando: aun recordaba el horror en la cara de mi madre cuando la mota de algodón tenia un color verde y la hora que pase tratando de calmarla.

 

Había preparado un circulo de sal, alrededor de los tatamis, el incensario colgaba de un gancho sobre la ventana apagado y un pequeño altar con una vela blanca estaba en una esquina: sabia la reminiscencia que ambas teníamos con la llegada de ese embarazo, no por eso tenia que ser un asesinato sin sentido: quería entregar el alma de ese bebe sin culpa, a los Dioses, era lo mínimo que podíamos hacer por él.

 

-Hola madre ¿Estas lista? - abrí la mochila y acomodé la ropa de recambio que había traído junto a las vendas y las piezas de tela que tenia para contener las hemorragias y todo lo que pudiera pasar, encontré el paquetico que Harpo me dio:

 

-Harpo te mandó esto, dijo que son tu desayuno... come, vas a necesitar las fuerzas.

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Me quedé inmóvil mirando las camas japonesas que mi hija había preparado en el local. De repente, sentí unas ganas locas de llorar, de huir, de negar la situación, de dejar todo a la suerte, de... Mi pecho sollozó por dentro y boqueé, aturdida por aquel sentimiento inesperado de debilidad. Llevaba semanas haciéndome la fuerte, soportando y aguantando todo tipo de presión para que nadie supiera lo que había sucedido, lo que estaba por suceder y, ahora, la tensión me hacía fallar en aquel momento, en el momento que más necesitaba de mi temple.

 

Sentí frío y noté que la ventana estaba abierta. Allá, las nubes habían cubierto el cielo que había estado soleado hasta el momento en que había entrado en la librería. ¿Iba a llover? ¿Me acompañaría el tiempo en aquella terrible decisión que había tomado? Quité la mirada del exterior para no sentirme más culpable aún aunque fue peor. Contemplé el círculo de sal, el incensario y el altar improvisado que había preparado y volvieron las ganas de llorar de nuevo. No había pensado en aquel detalle. Era sacerdotisa y no... no había pensado en qué hacer con la prueba de mi delito que estaba a punto de cometer.

 

Jadeé al sentir su voz. Su pregunta era fácil y, sin embargo, me costó contestarla, al ver que ella sacaba ropa y enseres domésticos, colocándolos a mano. Negué con la cabeza y, cuando me di cuenta, asentí con la cabeza.

 

-- Sí... No... Quiero decir... Vamos a ello...

 

Me saqué la ropa. Era la de calle y era mejor ponerme en camisón blanco. Sentí frío de nuevo pero esta vez era interior, de ese frío que se siente en las entrañas cuando tienes miedo y sigues adelante, no sé si con valor o con tozudez ante el camino elegido. Miré con angustia el paquetito de comida y sentí nauseas. Me asusté. Tenía nauseas, por primera vez en aquel embarazo. Era una confirmación más de que aquel fruto indebido estaba en mi interior. Me puse la mano en la boca y aguanté, mirando al frente hasta que me calmé.

 

-- No sé qué hacer ahora -- confesé, mi voz sonó a la de una niña pequeña perdida que necesitaba que la guiaran.

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-Bien, esta todo bien, los dioses nos perdonaran - le dije sintiendo la batalla interior que mi madre enfrentaba en estos momentos. le tome las manos después de que ella se cambio y me senté en la cabecera de uno de los tatamis. La inste a sentarse a mi lado y respire profundo:

 

-Primero que nada, respira, concéntrate en todo lo bueno que tienes y en todo lo que tienes por vivir, quiero que siempre en tu mente tengas cosas positivas, cosas buenas... olvídate de la culpa, el odio, el enojo por un momento y si tienes que llorar, pues llora. Aquí entre estas cuatro paredes puedes hacerlo con libertad, solo estoy yo y nadie mas te vera... Estas a salvo

 

Acaricie la melena violeta de mi madre y solté el moño dejando que las ondas cayeran libres por sus hombros y espalda tratando de calmarla, me levante y encendí la vela que tenia en el altar, cerré un poco la venta porque no quería que la lluvia ni el frío calara muy profundo en la habitación, lleve una jarra de agua y puse el paquete de comida que mi madre no había tocado a un lado del caldero, serví la primera copa de la poción que burbujeaba fría, me temblaba ligeramente las manos, respire profundo y me senté al lado de mi madre, se la tendí:

 

-Bebe - guié la copa a sus labios y empine un poco la copa, era amarga, tenia un regusto raro y seguro que no iba a soportar mas de un trago pero estaba preparada para eso, en cuanto abrió la boca incline la copa hasta el fondo para que el liquido fuera todo de una vez de golpe, mire con preocupación a mi madre pero no le dije nada, solo acaricie su melena. Quería quitar la preocupación de su rostro y de su corazón por lo que me puse a cantar de un modo bajo y tranquilo una de las canciones que me había enseñado y me había cantado cuando estaba triste o abrumada, empece en un tono bajo solo para sus oídos:

 

--...Hoy quiero entregar mi dolor, mi amor y mi ser a ti mi Diosa, hoy quiero entregar mi fe a ti mi señora, hoy quiero darte mi amor, mi perdón y mi alma a ti... Soy imperfecta, soy mundana, soy tuya y en esta luna me acerco a ti, temerosa de mi - empecé a tener un poco mas de confianza en que mi voz no se quebraría, empece a acariciar su rostro mientras acomodaba su cabeza en mi regazo esperando que los primeros estertores del dolor llegaran, continué cantando:

 

-Tengo miedo y mi fe es lo único que me acompaña, tengo nervio y el agua me calma, te veo mi Diosa, mi señora, te entrego el fruto de mis manos y de mi vientre, llévalo a ti, te lo entrego a ti... No puedo con las cargas, necesito un descanso, te entrego mi ser, llévalo a ti...

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No esperaba menos de Perenela. Mi hija me tomó las manos e intentó tranquilizarme. Supongo que entendía bien lo que pasaba por mi mente, si eso era posible, pues yo a veces ni me entendía. Por ello, me dejé llevar y me senté en aquel tatami. El contacto con la cama me hizo estremecer de nuevo. Intenté sentarme de forma cómoda pero no me fue posible. No estaba nada cómoda en aquel momento.

 

-- No puedo hacer eso, Perenela. Si me concentro en cosas positivas, no lo haré. No... No puedo echarme atrás. Ahora no que... Que sé...

 

Sí, lo sabía... Por mi mente pasó como un rayo el recuerdo de la otra poción que también había preparado mi hija. Demostraba una gran capacidad en Pociones y, en otro momento, me hubiera sentido muy orgullosa. Aquella poción había funcionado a la perfección y había confirmado mis sospechas. Estaba embarazada. Sentí aún el recuerdo en el que no pude llorar, sólo mirar horrorizada la prueba en mis manos de que todo podía ir a peor. La rabia... Necesitaba esa rabia para continuar.

 

-- No me digas que piense nada positivo, por favor. Ahora no. Tal vez más tarde...

 

Tomé con manos temblorosas la copa y la olisqueé. Horrible. Si sabía igual... No sé porqué cerré los ojos; tal vez por eso no vi el gesto a traición que hizo que me tragara todo de golpe. Me atraganté por el sabor y por la sorpresa pero, después del asco inicial, me di cuenta que Perenela había hecho bien. Aquello estaba asqueroso y no lo hubiera tragado de haber obrado con mi propia mano. Ahora era saber si podría seguir tomándolo, sabiendo lo mal que sabía.

 

Aunque ahora no había vuelta atrás. Ya había empezado. Ella cantaba y, sin darme cuenta, había buscado refugio en su regazo y escuchado su rogativa a la Diosa Madre. No la escucharía. Tras aquel primer trago, estaba maldita. No dije nada, sólo la escuché, pensando en sus ruegos, en silencio...

 

Hasta que llegó el primer dolor que, no por esperado fue menos fuerte. Respingué y elevé la mirada hacia ella. Era el primero y ya me sentía morir... Aguanté un poco la respiración hasta que no pude más. Después le pregunté, entre dientes, con miedo a abrir más la boca para no chillar.

 

-- ¿Cuándo es... la segunda toma?

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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Me entristecía el hecho de que mi madre siguiera empeñada a cargar con la rabia, el miedo y el dolor: lo entendía pero también sabia que si seguía con esto ella iba a terminar perdiendo su luz, su alma, lo que la hacia pura y bella: no por el acto que estábamos tratando aquí, no, eso lo iba a perdonar nuestros Dioses, sobretodo porque ellos sabían que no fue un hecho tomado por amor y que yo estaba tomando la acción por mi mano, yo llevaría todo el karma. Las lagrimas se desgranaron una a una y cayeron en la melena violeta de mi madre: lloraba por ella, por todas las lagrimas que no había derramado y en ningún momento deje de cantar mientras esperábamos:

 

-Hoy entrego mi fertilidad a ti mi señora, te entrego mi amor por servir, soy tu alma y tu ojos aquí en este mundo de hombres oscuro y vil, déjame llevar tu luz, tu amor y entregarlo a todos con fervor, perdona mis culpas y si siento odio o dolor, liberalo de mi corazón... Te llevo en mi ser, déjame servir, te entrego mi vida, permiteme ser feliz mientras vuelvo a ti...

 

Me detuve cuando el primer retorcijon llego, vi el respingo de mi madre y empece a acariciar su melena un poco mas, tratando de calmarla, entre mas calma estuviera mas pronto cesaría todo pero todo era relativo, todo dependía de la constitución de la mujer pero aun hacia falta un par de horas mas para que empezara a sangrar, agarre su mano:

 

-En 15 minutos, las primeras 4 tomas son una cada 15 y a partir de allí una cada hora hasta que empieces a sangrar, en cuanto sangres seran una cada dos horas... - apreté su mano levemente - estoy aquí y no me voy a ir a ningún lado... si quieres gritar, si quieres apretar mi mano hazlo, pero debes estar tranquila, calmada entre mas calmada mas rápido sera

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El dolor cedió un momento y tuve un respiro. Me eché encima de aquel colchón al estilo japonés y jadeé un poco. Acabábamos de empezar, no podía derrumbarme ya, así que cerré los ojos y controlé la respiración en un ejercicio de autocalma, para prepararme. El próximo no tardaría en llegar.

 

Sonreí a Perenela en cuanto pude fijar los ojos en ella. Había llorado. O seguía llorando. No estaba segura. Lo mejor era distraernos, si aún tenía que pasar quince minutos para la próxima toma.

 

-- Vale, hija. Quince minutos... ¿De qué quieres hablar? Esto no lo había preparado. Pensé que estaríamos en silencio pero... Veo que es mejor pasar el tiempo de otra manera. ¿Qué ingredientes tiene? ¿Es la misma durante todo el proceso de... ingestión?

 

Normalmente, no tomaba pociones que no hubieran sido hechas o inspeccionadas por mí. Esta era mi primera excepción a mi regla de autoprotección. Pero es que me hubiera sido imposible concentrarme por el fin de la misma, así que lo había dejado en sus manos, como demostración de lo que confiaba en ella.

 

Sentí frío.

 

-- ¿Hay alguna manta? Necesito sentir el calor en mis hombros, taparme, como si... -- como si tuviera que esconder al aire lo que estaba haciendo. -- Como si el calor me diera más fuerzas -- acabé la frase.

 

El dolor reapareció de repente, pillándome desprevenida. ¿No había dicho Perenela que tardaría quince minutos...? ¡No, demonios! Era la bebida lo que me daría cada quince minutos. Las contracciones eran personales y vendrían cuando le dieran la gana, y cada vez más fuertes y cada vez más cercanas.

 

Me encogí y gemí un momento, con los ojos cerrados.

 

-- El feto no quiere irse -- dije, con los dientes apretados. Acababa de llegarme esa visión de resistencia. ¿Es posible que algo tan pequeño tuviera conciencia de estar vivo y que no quisiera morir? Gemí, ahora no por el dolor sino porque era consciente de estar cometiendo un asesinato. -- No quiere morir...

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Sonreí sabia que mi madre no aguantaría la situación en completo silencio, era difícil incluso para ella, trate de limpiar mis lagrimas aunque sabia que ella las notaria respire profundo y la arrope con una de las mantas que había traído, decidí no cerrar del todo la ventana del ático porque iba a tener calor en momentos y frío en otros y seguro que era mas fácil taparla y destaparla que abrir y cerrar la ventana.

 

Encendí el incensario con una mezcla de mirra y sándalo para relajar y alejar el mal, sabia que el olor calmaría a mi madre porque era la misma mezcla que usaba en el confesionario pero entre las mezclas del incienso deje extracto de perenne y ajenjo para que todo alrededor estimulara las contracciones:

 

-La poción - carraspee para aclararme la garganta- la poción la hice cociendo ruda fresca, poleo seco con una muestra de tu sangre y dos porciones de agua destilada eso tenia que cocerse a fuego bajo por una hora y agregarle cinco gotas de extracto de Perenne y la redoma de algodón verde del resultado de la prueba.

 

Me asegure de que mi madre estuviera bien cubierta, fui a los pies de su tatami y tome una de las piezas blancas de lino y quite la cobija de la parte baja de su cuerpo, subí su camisón hasta la cintura y coloque la pieza debajo de ella para recolectar la sangre en caso de que empezara a sangrar antes, volví a cubrirla:

 

-Macere la raíz de moldo y la integre con el tallo de bolle, y lo agregué después de la hora y lo deje cocinar a fuego medio por 6 horas mas, donde tenia que agregar mas agua destilada y dos piezas mas de ruda fresca, y cinco gotas del extracto de perenne. - me detuve cuando mi madre gimió y cerro los ojos, le agarre la mano y tome el control de su ritmo cardíaco, apreté los labios cuando me hablo de la resistencia del feto:

 

-Pues el no se manda solo... - puse una mano en su vientre y le hable no como hablaba con mi madre, sino como hacíamos los demonios cuando queríamos influir a alguien, en un susurro incitando a que fuera su idea y no nuestra, eso consumía energía pero haría cualquier cosa para ayudar a mi madre y eso le ayudaría a disminuir el dolor.

 

-Si quieres que te duerma, tengo poción para dormir, tu solo dime y yo te despierto cuando ya todo este hecho. - la pequeña alarma del cronometro me asusto y me apresure a llenar otra copa de la poción, se la puse en los labios y apure de nuevo el consumo como con la anterior.

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Me di cuenta que me ahogaba. No me había dado cuenta que estaba aguantando la respiración mientras otra contracción recorría mi pelvis y el dolor se concentraba en la zona de los riñones. Esta vez no gemí pero sentí como la sangre se me revolvía en un sentimiento de asco y vergüenza que se mezcló con unas naúseas repentinas. No debería haber preguntado por los ingredientes. Saber que allá estaban gotas de mi sangre y... aquella redoma... todo diluido... Apenas contuve las ganas de vomitar y sentí mucha calor.

 

Perenela me había tapado pero la sensación de ahogo me hizo manotear hasta que arranqué aquella manta de mi cuerpo. El fresco de la ventana aligeró un poco aquel golpe de calor que me había dejado casi sin fuerzas. Ni sentí que mi hija tocaba mi camisón y lo retiraba, me movía y , después, me dejaba como antes. La sentí murmurar y aquellas palabras casi ininteligibles me dieron miedo. O tal vez todo me daba miedo en aquellos instantes. Mi mirada se vidrió un poco y miré al techo, fijamente. Engarfié las manos en la sábana bajera y encogí las piernas, gimiendo.

 

A lo lejos, como un eco, una alarma. La mano de Perenela poniéndome algo en la boca y obligándome a tragar. Negué con fuerza pero su fuerza fue más fuerte que mi negativa a beber. ¿Cuánto llevaba? ¿Dos, tres contracciones en quince minutos? Sentía que me moría y aún quedaba mucho por delante.

 

-- Quema... Me quema... -- Mi respiración se descompensó y jadeé de nuevo. -- Me quema por dentro -- sollocé, pensando que aquel ser intentaba evitar ser expulsado de mis entrañas, vengándose de la madre que no quería serlo. -- No, dormir no... Es mi castigo y mi penitencia. Dormir no.

 

Dormir no...

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Niño prodigio, joven y talentoso, luego adulto y cansado. Dovakhin rememoraba su vida, aquellas experiencias de antaño que lo supieron llenar de emociones y de objetivos, sus viajes por el mundo, los dragones... Hubieron tantas cosas que disfrutó sin darse cuenta que ahora todo se volvía un poco más triste. Se estaba despidiendo a su manera pero de alguna forma sentía que no había dejado un legado, se sentía vacío de alguna manera. Por esa misma razón había decidido esconder sus escrituras, sus memorias, en algún lugar seguro donde alguien más pueda encontrarlas y aprender todo lo que él escribió allí durante tantos años.

 

Contemplaba la librería de aquella esquina desde la vereda de en frente, su libro estaba oculto debajo de la túnica y listo para ser guardado en secreto. Se adentró al lugar y se dirigió directamente a la zona donde se podían encontrar los mejores libros de los magos más famosos. Allí puso el suyo y se dispuso a retirarse, sin embargo una muchacha lo detuvo confundiéndolo con un trabajador de la librería y le preguntó dónde podía encontrar Los cuentos de Beedle el Bardo sin embargo Dovakhin no le supo contestar y la muchacha siguió su camino.

 

Al hacer dos pasos vio en una de las filas y filas de libros, uno gris, era justamente el que buscaba la joven pero al voltearse para avisarle no la vio mas por lo que tomó el libro, lo abrió y comenzó a leerlo allí parado. Se detuvo para toser y continuó su lectura.

"El mago y el cazador Saltarín

Había una vez un anciano y bondadoso mago que empleaba la magia con generosidad..."

Ya había leído todos aquellos cuentos cuando niño, sin embargo ahora de adulto su mensaje era aún más claro que antes.

 

A medida que leía más líneas del libro, más recordaba su pasado con añoranza, sin embargo cuando cayó en cuenta de que estaba leyendo un libro en medio del paso de la gente levantó la cabeza y vio de frente a un sujeto bastante atlético de cabello castaño, aparentaba su edad o quizás un poco más. Su condición de demonio parecía dejarlo exento de la vejez pero no de las enfermedades, aquello le daba más dolor de cabeza todavía ¿cómo podía ser que alguien terminase así por una enfermedad? él, que había hecho de todo en su vida, que se había enfrentado a muerte con tantos magos y brujos excepcionales logrando salir airoso de cada enfrentamiento muriendo enfermo, era inaceptable. Aún estaba invicto en enfrentamientos, nadie nunca le pudo ganar un duelo, sin embargo parecía que el cáncer le rompería el invicto. Eso lo llenaba de Rabia.

 

Extendió el libro con el brazo al hombre, de apariencia era más joven, sin embargo Dovakhin tenía muchos más años de vida de los que aparentaba. —Toma niño, lee algo interesante— Exclamó con seriedad.

 

@@Matthew B. Triviani

 

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