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~ Mansión de la Familia Malfoy ~ (MM B: 100774)


Crazy Malfoy
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*como un niño que se habia extraviado el no sabia como habia llegado a aquel lugar tan magestuoso del que solo habia oido de historias... las mismas historias que su padre le habia contado * este lugar es ... simplemente impresionante * dijo mirando como el moviliario se movia por propia voluntad mas en el fondo de su ser el sabia que algo le esperaba ahi dentro adentro de esa enorme mansion que parecia un lugar estoico a los embates del mismisimo tiempo *

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Y de nueva cuenta regresaba patrisia a la familia , u.u no cabe dudar que era sus raises bueno estamos aqui , pasando la puerta decidio tomar un repiro totalmente profundo y emprsar nuevamente a retomar lo que dejo sus votos y su escasa esperansa , muy bien aqui estamos , tomando la mano de su prometido taison murmuraba en su oido espero que te agraden en si... son muchos y luego te cuento , al poner un pie en casa pandora ssludo como si nada hubiese pasado

 

Me comen los nervios u.u chaves holaa

Saludo al elfo domestico de la familia , pues tenia noticias que dar , Familia , aaaa que desastre familia les presento a mi .... sudando frio por fin dijo todo les presento a mi prometido y futuro esposo , el es taison mi amado prometido ammm esta bien que les parese

http://i.imgur.com/108nu8F.png

u.u nunca mas un juntos para siempre

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Culpabilidad, como si de una losa se tratase, el sentimiento de culpabilidad resultaba inamovible. De su mente, de su cuerpo. Era como lodo, un lodo que se había adherido a su piel y del que no podía librarse ni con una interminable ducha de las que solía darse cuando la pesadez y el cansancio lo invadían. El mortífago, cabizbajo, meditaba con su fuero interno, sentado sobre el borde de la cama con doseles que caracterizaba su dormitorio. Sus manos optaban por frotarse entre ellas y, de cuando en vez, pasaban por la nívea piel de la cara del londinense, que seguía sumido en un bucle de emociones.

 

Ya eran varias semanas. Muchas semanas. A decir verdad, cinco años apartado del mundo mágico, en los cuales no había logrado ni por un segundo olvidarse de todo lo que había dejado atrás con un único propósito: olvidarse de Gatiux. Lograr olvidar el amor. Lograr aceptar el desamor. Y sin duda lo había conseguido pero, ¿a qué precio?

 

Volvió al mundo mágico. Estaba de vuelta. El cariño y el buen recibimiento en el interior del bastión tenebroso se habían hecho vigentes cuando se le confió una serie de trabajos y cargos que no le venían grandes dada su amplia experiencia del pasado pero, aún así, aún a pesar de todas aquellas muestras de cariño e inmensas bienvenidas, no estaba lleno. No estaba al cien por cien. Era un alma libre, pero sus ataduras sentimentales, sus más altos instintos paternos, seguían sin ser cubiertos.

 

Echaba de menos a su estirpe. Echaba de menos su mansión, su anterior castillo, su lugar de meditación. Echaba de menos todo aquello que había compartido con la banshee pero, que al fin y al cabo, era lo que había dado sentido a sus años más gloriosos. Si echaba la vista atrás, aunque sólo fuese por un momento, era capaz de comprender el valor de todo aquello de lo que había sido partícipe. Aún a pesar de haber sido un alto rango dentro de su bando, aún habiendo sido también profesor de la Academia, de haber regentado negocios y demás... Lo único que prevalecía y permanecía, lo único que aportaba sentido a sus días, era la familia.

 

¿Y qué había sido de esta? La había dejado de lado. Sus hijos. Su hijo e hijas. Sus puntos de apoyo, sus razones por las que seguir adelante. Sangre de su sangre. Y para un Malfoy -- o al menos para Nathaniel Malfoy Black -- aquello era innegablemente importante. Suspiró, sin poder evitar derramar un par de lágrimas que se perdieron en sus fríos pies, para finalmente descansar sobre la alfombra de pelo violáceo que protegía el suelo de madera de su guarida.

****************

 

Pasó la mano por la pared. Cerraba los ojos y podía sentir cosas que hacía tiempo que no sentía. Aquellas grietas, aquel recorrido... Creaba una electricidad estática de la que no podía desprenderse. Inconscientemente, una sonrisa iluminó su blanquecino rostro cuando hubo abierto los ojos para observar su apartado en el árbol genealógico de los Malfoy.

 

Aquella era una habitación un tanto peculiar, que se hallaba en las partes más recónditas y menos visitadas de la mansión. Sólo algunos de los miembros más antiguos, honoríficos tal vez, acudían a ella para recordar cosa o simplemente para gozar de la intimidad que no lograban tener en algunas otras inmediaciones. Allí estaban todos ellos: Cher, Valentina, Majo, Shedder, Vito... O así los recordaba él. Todos ellos tenían su propio nombre escrito en la historia de los Malfoy, todos ellos tenían también motes afectivos con los que él se refería a ellos. Todos aquellos retoños, todos aquellos hermanos que se habían visto separados por una mala gestión del patriarca de los Malfoy Black. El licántropo ahogó un sollozo y tragó una buena bocanada de aire, mientras seguía acariciando todas y cada una de las letras que componían los nombres de sus respectivos descendientes.

 

Había optado por la vía fácil; también la cobarde. Había elegido huir cuando todos ellos necesitaban sus consejos, su sabiduría y sobre todo, su apoyo. Pero el egoísmo por olvidar a Gatiux, el egoísmo por volver a ser feliz independientemente de las mujeres, lo habían hecho apartarse de lo que lo había hecho llegar a donde había llegado. Ahora, el Tempestad, estaba de vuelta. Y estaba dispuesto a tragarse el orgullo, a pedir todas las disculpas que hiciesen falta y obviamente, a recuperar el tiempo perdido con su familia.

 

- Ojalá tuviese tan sólo una, una única oportunidad de recuperar todas sus sonrisas... - musitó. Ya iban dos meses y medio desde su regreso, casi tres. Casi doce semanas en las que no había cesado en su búsqueda de los hijos que había perdido. Pero que recuperaría. Al fin y al cabo, la magia siempre se conservaba, la magia siempre envolvía Ottery.

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Abrió los ojos. No había nada en el cielo estrellado esa noche, que hiciera sospechar las cosas extrañas y misteriosas que irían a suceder pronto, mientras los confiados muggles dormían, él se incorporó en la cama de golpe, sintiendo que una fuerza potente se revolvía en su interior. Tanteó en la oscuridad en busca de sus anteojos y su varita; encontró los primeros, mas no lo segundo. est****amente se levantó y caminó hacia lo que él creía que era el interruptor de la pared, lo alcanzó, lo accionó y el bombillo de una vieja lámpara se encendió, parpadeando, dejando ver las telarañas que él nunca se había molestado en limpiar.

 

Podía haberlo hecho con magia, de un toque, en un movimiento, pero casi había olvidado cómo hacerlo. Casi era un muggle más, un squib. Pero esa chispa mágica que tenían todas las personas que conocía y amaba no se había perdido, no, él también la poseía y, guiado por esta, posó la mirada sobre un cúmulo de botellas verdes, de vidrio, en el suelo, algunas echando un líquido que se perdía entre el sucio suelo de madera.

 

Ella estaba allí, su varita. No recordaba el material, los centímetros o el núcleo. El poderoso instrumento estaba clavado en la boca de una de las botellas, a modo de corcho, mojada. No la había usado en años. Pero esa noche era diferente, era especial, porque lo que había sentido hacía unos minutos significaba algo. Caminó, pues, hacia las botellas y tomó su varita. Qué bien se sentía, qué bien le sentaba, aquel aire que recorrió su cuerpo desde sus pies descalzos y sucios, hasta su cabello desordenado y mugriento.

 

La observó unos instantes y la levantó hacia el cielo. La agitó en dirección a la luminaria y el foco estalló, la agitó hacia las botellas y se hicieron añicos ruidosamente. La apuntó hacia las gafas que ya llevaba sobre la nariz y murmuró aquel conjuro que, se suponía, las arreglaría, pero no ocurrió nada. Lo intentó de nuevo y pronunció claro: los cristales se limpiaron y el marco se arregló. La magia seguía allí, era innegable. Pero él quería más:

 

Accio, zapatos— dijo, y las cochinas Nike volaron a su mano libre. Una se guindó de un dedo, la otra de otro.

 

Eso estaba bien, para empezar. Pasado un momento se vistió y se marchó de la choza en la que vivía, una posada de gente sin magia, a cuyo dueño le debía todas y cada una de las pensiones, pero siempre lo maldecía para que lo olvidara. ¿Era un delito? Sí, pero de algún modo siempre escapaba de la autoridad, y esto le convertía en un nómada, sin hogar, de aquí para allá, de ciudad en ciudad, de país en país, de continente en continente.

 

No tenía hogar, ¿verdad? Sí, sí lo tenía, lo tuvo alguna vez. Tuvo varios, formó varios, formó muchas cosas y todas las dejó. El último de sus objetos que dejó en la habitación polvorienta lo indicaba: un periódico de hace cuatro años. Cuatro años habían pasado desde que su vida se había cambiado en algo que nunca debió ser. Ahora su única compañera era la bebida (una de las pocas cosas buenas que encontraba en los muggles).

 

Estos muggles sucios, desastrados, inútiles. Se había acostado con cientos muggles femeninas, que conocía en los bares, a las cuales siempre encantaba, quizá por magia, quizá por su aspecto pura sangre. Habría de tener alguna miserable cría mestiza por allí, preguntándose dónde estaba su padre. Sí, quizá, probablemente. No le importaba un ca***o pese a que era exactamente la misma historia que había vivido él con su propio padre. Porque Shedder Malfoy Black tenía un padre, y lo odiaba con cada célula de su corazón.

 

Shedder Malfoy era huérfano de madre y no conoció a su padre hasta que tuvo 20 años. Ahora tenía 26, era un mago alcohólico, desempleado, ladrón y prófugo de la ley mágica, y su padre había formado parte de su vida apenas unos meses. Pero no lo necesitaba, no, nunca le hizo falta, y menos ahora, sin importar cuán patético se viera, sin importar cuán manchados estén los apellidos más importantes de la magia británica, sin importar que aquel tatuaje que llevaba en su brazo izquierdo estuviera casi invisible. Pero aún así lo buscaría, de nuevo.

 

Y ya estaba en Ottery, en su hogar, con una maleta que le perseguía mágicamente y la varita empuñada. El exempleado ministerial, exmortífago, exmago, volvía a casa. Y no resultaba en una experiencia feliz. Simplemente era la única cosa que el alcohol no había borrado de su mente: aquella cuenta pendiente, el clavo que nunca se sacó, la mirada que nunca cambió. Tenía que hablar con él, escupirle en su cara, y por eso estaba parado frente a los portones de la Mansión Malfoy.

 

Cada paso que daba dentro del lugar reafirmaba lo que había sentido hacía un par de semanas entre muggles. El sentimiento en su interior le indicaba una cosa. Nathaniel Malfoy estaba ahí, había vuelto al lugar del que se había marchado, dejando atrás toda su vida y a su familia, tal como el propio mago de ojos verdes había hecho un par de años atrás. Es que él sabía que la magia actúa de manera misteriosa y que quienes aman jamás abandonan, siempre estarán allí y siempre el destino los vuelve a juntar.

 

Pero allí no había amor, no, había un lazo sanguíneo y, más importante, un asunto sin resolver. El hombre lobo estaba allí, sí, en una habitación poco visitada, observando un algo que, realmente, le importaba un nabo. Lo observó unos instantes y avanzó hacia él, diciendo:

 

—Debí suponer que estarías aquí, padre.

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Shedder Malfoy, 7 años en el foro~
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Lo único que Cherryl amaba del mundo muggle era poder conducir su Mustang 67 sin temor hacer mal vista, de hecho muchos de ellos la miraban con envidia o admiración. Un automóvil como ese no era cualquier cosa, al menos no en ese mundo. Disfrutaba su tiempo al volante así que su lugar de trabajo y el de residencia estaban muy retirados el uno del otro. De vez en cuando eso le causaba problemas y llegaba tarde.

 

Este día llevaba 20 minutos de retraso y están alegra que Armand el dueño de la cafetería donde trabajaba no se lo perdonaría. Ya le había perdonado demasiados retrasos, tazas rotas y cafés derramados. La bruja del cabello violeta era la peor mesera incluso en el mundo mágico y con ayuda de su varita. En realidad era torpe para todo trabajo, y era normal dado que creció en una mansión con todos los lujos y elfos a su disposición.

 

Pero esa vida había quedado en el pasado, en Ottery junto con su poderosa familia. Aunque aún era parte de una pequeña comunidad mágica nunca mencionaba su apellido o su pasado. En este lugar solo era Cherryl la peor mesera del mundo, que tenía que trabajar para pagar el mantenimiento de su automóvil.

 

-No otra vez- Dijo la bruja mientras aparcaba. Un niño de piel oscura le sonreía desde la acera.

 

-De nuevo tarde ...- canturreo el pequeño al ver que Cherryl bajaba del auto y se ponía el bolso al hombro. Son 10 dólares continuó James fingiendo que tocaba el violín

.

-Soy mesera James, no tengo 10 dólares. Además este lugar no es tuyo- respondió la bruja mientras avanzaba tan aprisa cómo podía.

 

-Pero evite que alguien más aparcara ahí. Así que solo tienes que caminar una cuadra hasta la puerta esa donde desaparece la gente como tú-

 

-¿la gente como yo? Cherryl se detuvo

 

-No soy tonto, las chicas normales no tienen en cabello y los ojos violeta y tampoco trabajan en un edificio abandonado. Ya entré y ahí no hay un restaurante- finalizó James señalando el viejo y mugroso edificio en el que la bruja entraba.

 

-vaya que eres listo. 10 dólares y tienes que cuidarlo el auto con tu vida . Ah! Y nunca hagas preguntas sobre la gente como yo- respondió tajante Cherryl. Buscó en sus ajustados jeans el billete, lo entregó al niño y siguió su camino.

 

Apenas había cruzado la puerta que separaba al mundo mágico del muggle cuando una lechuza arrojó sobre su pálido rostro una carta. Pero que ...- Enmudeció al ver el sello de la familia Malfoy. ¿como habían dado con su paradero? Aunque la verdadera pregunta era ¿ Había alguien interesado en buscarla?

Abrió la carta con cautela.

 

Padre llora.

 

Chávez.

 

Leyó varias veces la carta y no lograba entender. ¿El padre de quién lloraba? ¿ De ella o de Chávez? Era la carta más absurda y confusa que había recibido nunca. Nathaniel llevaba 5 años desaparecido y sin procurar acercamiento con su hija así que si algún padre lloraba no era el de Cherryl.

 

-Elfo idi***- Gritó sin importarle los magos y brujas a su alrededor. Pero antes de seguir despotricando contra el elfo. Una segunda lechuza lanzó un objeto de un azul brillante sobre ella. Te odio Chávez!- maldijo al darse cuenta que tomó el traslador cayendo en la trampa del elfo.

 

 

 

Entró a la mansión hecha una furia. En busca del odioso elfo, tenía que hacerlo pagar por haberla traído de vuelta de esa manera. Pero cambio de idea al percibir el peculiar perfume de su padre, no le fue difícil encontrar la habitación donde el mago estaba.

 

-¿Te has vuelto sensible, Padre?- Le preguntó sin poder ocultar su alegría al verlo.Shedder el mayor de los hermanos también estaba en la habitación, Cherryl se acercó a él y le palmeó el pecho.

 

-relájate hermano, o te vas a arrugar pronto- le dijo.

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Él se dio cuenta, pues, del inconfundible sonido que hacía un traslador cuando traía a alguien desde cualquier punto perdido del plano terrestre. Quizá fuera asunto de magia, que ya había inundado aquel día, lo que permitió que sus oídos alcancen a escuchar desde tan lejos. Después del pequeño estallido, vinieron los pasos que, al acercase a donde estaban los Malfoy Black, quebraron la tensión del aire… ligeramente.

 

Cabello violeta, actitud relajada, magia en el ambiente. No la había visto en 5 años y podía reconocerla tan fácilmente como si apenas hubieran pasado 5 minutos. Cherryl Malfoy Black, su medio hermana, compartían padre mas no madre. Shedder no pudo evitar sonreír ante su presencia. La mujer le palmeó el pecho y le advirtió que se arrugaría.

 

Pero él ya estaba arrugado, sí, la bebida había tenido mucho que ver en el asunto, el alcohol y la vida bohemia que arrastraba. Aún así, era lo de menos, en su opinión, envejecer. Para cualquier otro de su misma edad, seguramente, perder elasticidad en la piel sería pena capital; no obstante, después de vivir lo que ya había vivido, una raya más, una cana más, no harían ninguna diferencia, no aportarían ni mermaría nada. Además, los magos eran de roble, para que alguno muriera de viejo, tenían que pasar cien años.

 

Y eran tres, entonces, quienes formaban el cuórum de aquella audiencia improvisada. ¿La había traído Nathaniel o había llegado ella por su cuenta? ¿Por qué ahora, por qué en ese momento? Cosas extrañas y misteriosas, confirmó, estaban sucediendo. Pero Cherryl no tenía la culpa, en lo absoluto. No la conocía muy bien y poca idea tenía sobre la relación de la bruja con el lobo que lideraba la sala, pero sabía que ella era ajena a los problemas del hombre de ojos verdes.

 

¿Qué te ha traído por aquí en este apacible día, hermanita? —le respondió, bajo, esperando que Nathaniel no le oyera.

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Valentina Malfoy Black

La monotonía en la vida de Valentina resultaba casi agobiante, tanto así que cada tercer día tenía que convencerse de que su cuerpo producía magia porque inclusive a ella le parecía algo difícil de creer. Tenía diferentes métodos para ello, un pequeño encantamiento por aquí y por allá, una pequeña poción tal vez, ir a Hogsmeade y comprarse una rana de chocolate, solo para ver como la golosina daba un salto para luego perderse en las calles del pequeño pueblo mágico, o hasta que se desintegra, lo primero que pasara antes.

Salvo por esos pequeños momentos llenos de magia, la vida de la joven era, para su muy particular punto de vista, muy tranquila. Se despertaba todos los días a la misma hora, los domingos un poco más tarde, desayunaba siempre lo mismo, cereal y café, para luego irse al trabajo en un pequeño estudio creativo en Shoreditch , como artista plástica. La chica solo tenía un talento, solo uno y ese era el poder crear piezas de arte.

Para la gente cerrada de mente Valentina tenía la perfecta pinta de artista, un poco insolente tal vez. Cabello castaño y ojos tan oscuros que rozaban el negro, si piel sin embargo hacía perfecto contraste, pálida. Blanca a excepción del brazo izquierdo que estaba cubierto a su totalidad por tinta. Su forma de vestir era monocromática, siempre. Y pensaba que para una persona cuya vida giraba alrededor de la combinación de colores, era abrumador tener que pensar también en combinar y coordinar prendas de vestir.

Así era la rutina de la Malfoy Black, tranquila y sin complicaciones. Hasta el día en que esa carta llegó a sus manos, debió de haberse dado cuenta que algo no estaba lleno conforme al plan cuando una lechuza voló directamente hacia ella para dejar caer el sobre en sus manos.Su ceja izquierda se alzó violentamente al leerlo. Las cosas solo se pusieron más raras cuando esta vez una lechuza se acercó con un rollo de papel periódico.

¡Que caraj...!— Si se hubiera esperado un traslador hubiera recordado caer con gracia, pero por supuesto eso no pasó. Menos mal vestía de negro y no blanco porque caer en un jardín no era lo más elegante y limpio que se podría esperar. Valentina entró la Mansión que tenía años sin pisar, lo más rápido que pudo.

La joven tenía una capacidad extraordinaria para pasarse los asuntos importantes por el arco del triunfo, vulgarmente conocido como valer madres. No se tomaba las cosas con seriedad por lo que en momentos como ese podía resultar una gran ventaja puesto que no se enojaba, alteraba o se sacaba de sus casillas.

Entonces… los rumores eran ciertos.— dijo mientras se acercaba a un pequeño grupo de gente que estaba reunido en el lugar exacto que aquel elfo malhumorado le había indicado.—Volviste.— Valentina se acercó a su padre, aquel mago pelirrojo con quien lo único en común que compartía era aquella palidez en la piel. La chica no salía como sentirse al respecto, después de todos esos años de ausencia el mago era un completo desconocido para ella, al igual que ella lo era para él.

Al parecer hoy hay reunión familiar.— dijo levantando una ceja de forma divertida, mientras desviaba la atención a sus hermanos. Tenía unos buenos años sin ver a Cherryl a quien le lanzó una mirada cómplice.—Cher.—Sin embargo cuando miró a su hermano no pudo evitar hacer una mueca mientras escaneaba al mago de los pies a la cabeza y luego asentir en su dirección. Shedder parecía haber entrado a la crisis de la edad, no solo se veía mal, el hombre olía a borracho.—Entonces ¿Ya es hora de la sesión de preguntas y respuestas? O eso viene después de la cena familiar y los abrazos.

Editado por Marijo Malfoy Black

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Nada había salido como esperaba. Con sinceridad, podría haber afirmado que no se esperaba toda aquella reunión que había tenido lugar en la mansión Malfoy. Sin duda alguna, alguien había contactado con sus hijos y todas las pistas apuntaban a Chávez. Aquel elfo había sido siempre tan servicial... Pero no era momento de pensar en esos asuntos. El londinense no ganaba para movimientos de ceja, pues se iban sucediendo de cuando en vez al ver aparecer a todos sus hijos en escena.

 

¿Qué había sido de todos ellos? Por un lado, Shed, quien ya era un hombre, lucía más viejo que su propio padre. No viejo, sino desgastado. Demacrado. Y su olor a alcohol se hacía vigente: nadie podría negar sus raíces. El mortífago había pasado por todos aquellos movimientos de joven alocado que no tenía ninguna atadura, hasta que tomó las riendas de su vida un día bastante memorable. Posó sus orbes en Valentina. Tan bella como siempre. Su otra hija, Cher, estaba allí, con la dulzura más característica que podría haber recordado de su vida ya pasada.

 

No iba a ser él, no iba a ser él quien se pusiese a preguntar por sus vidas paralelas pero ajenas. Se había ganado todo el odio que ahora sus familiares más directos y puros proyectaban hacia su persona. Apretó con rabia el puño de la mano derecha, dejando que las uñas se clavasen en su propia palma.

 

- Bien, sinceramente... - comenzó. Su voz se veía trastocada por el tiempo que había pasado sin emitir algún sonido. Carraspeó para poder continuar. - ...no me esperaba esta reunión. Yo no os he convocado. - añadió. Pudo ver alguna que otra mirada atónita de sus hijos y algún que otro gesto despectivo, o dubitativo.

 

- Me gustaría explicar todo lo que ha pasado en este tiempo. Todo lo que me llevó a dejar lo que más quiero... Pero me gustaría hacerlo con calma. Y me gustaría poder también hacer todo lo posible porque regreséis, porque seamos una familia unida de nuevo... - las palabras iban sucediéndose, en un estado de evasión del ex-Nigromante, que no era capaz de mirarlos a los ojos y por ello simplemente estaba cabizbajo.

 

- ¿Os importaría que cenásemos juntos? - sentenció. Su cabeza, ya erguida, recorría las facciones de todos sus retoños. Los Malfoy Black estaban de vuelta.

 

 

@@Marijo Malfoy Black

@@Shedder Malfoy

@@Cherryl Nathalie Malfoy

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El sol brillaba en lo alto, las calles de Ottery estaban rebosantes de vida como la última vez que las visito, las calles no habían cambiado para nada y eso la hacía sentirse más cómoda, sobre todo porque se dirigía hacia la Mansión Malfoy para reunirse nuevamente con su familia, no sabía que le esperaba en el lugar, pero si estaba segura de que tenía que ir a como diera lugar.

 

No supo cuanto estuvo caminando, pero para ella fue una eternidad, su interior estaba en un conflicto, había miedo y emoción mezclados, miedo por la reacción de su familia y emoción pues por fin los volvería a ver después de tanto tiempo.

 

Sin darse cuenta cómo o cuando llego la chica comenzó a apreciar la mansión mucho más cerca y de un momento a otra ya estaba caminando por el sendero angosto, flanqueado por matorrales salvajes que conducían directamente a las verjas de hierro forjado que marcaban el inicio de los terrenos de la mansión Malfoy. Una vez frente a la verja la chica pudo apreciar como las barras se retorcían dibujando asi aquel rostro que una vez en el pasado la atendió y una vez más le pregunto por el motivo de la visita.

 

-Vengo a ver a mi madre- aquel rostro la miro un instante y después cedió el paso a la pelinegra quien suspiro un poco y se adentro a los jardines para poder llegar a la puerta principal de la mansión.

 

Mientras caminaba pudo apreciar que los jardines de la mansión seguían igual de majestuosos como la primera vez que los vio, desafortunadamente no pudo apreciarlos mucho mas pues poco después la chica emprendió su viaje, afortunadamente por fin había regresado y esta vez pretendía quedarse.

 

Al llegar a las enormes puertas de roble se detuvo y las admiro por unos instantes, sin duda nada parecía haber cambiado desde aquella última visita que hizo a la Mansión, pero eso le alegraba, pues no le gustaría que las cosas cambiaran tanto en su ausencia, sin miramientos tomo unas de las elegantes aldabas y sin miedo llama a la puerta esperando a que alguien la atendiera.

@Beltis

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Nuevamente se oyó a lo lejos el sonido de alguien que acababa de ser arrastrado hacia la Mansión por traslador. Entonces supo de inmediato que allí se estaba cociendo una reunión familiar muy inusual, de hecho, tan inusual que no ocurría en 5 o 6 años. Alguien los había llamado. No pasó ni un minuto desde el estallido cuando Valentina ingresó, también, a la pequeña sala del hogar de los Malfoy, saludando a los presentes como si tuviera todo bajo control... Menos a Shedder, claro.

 

A Shedder Malfoy, su hermana de otra madre le dedicó una mueca. Con cierto desdén, ¿quizá? Sí, era claro. No le sorprendió en lo absoluto el ademán; lo que sí le sorprendió fue darse cuenta de cuán acostumbrado estaba a recibir el mismo gesto en muchos y diferentes lugares, tiempos y situaciones: cuando su presencia traía incomodidad, casi siempre por la bebida. ¿Desprendía su ser aquel aroma a alcohol que su propia nariz no percibía por estar ya habituada? Él se había aseado, por supuesto, cada uno de los catorce días que le tomó llegar hasta allí desde su antigua posada (no era una gran distancia, pero la recorrió a paso lento). No obstante y seguramente, ese último sorbo de su petaca de plata con absenta, par de horas antes de llegar, le delataba.

 

El objeto metálico, con su contenido, reposaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón. Por lo general lo llevaba en la chamarra, en el bolsillo interno del mismo lado, pero como se la había quitado al entrar en la casa, lo cambió de sitio. Entrando estaba ya el invierno, así que, a la sombra, llevaba un suéter y, debajo de éste, una camisa. Todas sus ropas eran negras, incluyendo sus zapatos de cuero y exceptuando la prenda bajo el jersey, que era blanca.

 

Su padre empezó la cháchara afirmando que él no era el responsable de convocarles hasta allí, sin embargo había escuchado claramente cómo sus hermanas llegaban por traslador. Un traslador que él no recibió. ¿El responsable de la cita familiar olvidó al mago? ¿Se extravió su traslador? ¿Mentía el hombre lobo? Todo eso ya no tenía relevancia. Lo que sí importó fue lo que después dijo Nathaniel. Habló sobre calma, quietud, paz, cena, felicidad, armonía, relajación, unidad... Cosas absurdas para Shedder, que nunca vio a su padre reflejar nada de eso.

 

El Malfoy-Black avanzó rápidamente hacia su padre, clavándole verde la mirada, al mismo tiempo que sacaba su varita mágica del bolsillo derecho. Le rodeó con su brazo izquierdo, atrayéndole hacia él como en un medio abrazo padre e hijo, pero colocando, con su mano derecha, la varita fuertemente contra su esternón, en posición vertical, apuntando a la mandíbula de Nathaniel. Todo en segundos. Acercó la boca al oído derecho de su padre e inesperadamente le dijo, no tan alto como para aturdir su sentido de la audición, ni tan bajo como para que sus hermanas no le escucharan:

—Está bien, vamos a cenar.

Y le soltó. Y se alejó, en busca de un salón adecuado. ¿Qué había querido dar a entender con ese pequeño teatrillo? Muchas cosas y ninguna a la vez. Se hallaba dispuesto a ajustar cuentas con su padre, pero no lo haría ante sus hermanas, ni en ese lugar, pues seguramente tratarían de intervenir. No quería presencia externa, tampoco mediadores u observadores. Además, estaba completa y definitivamente seguro de que no se encontraba ebrio, aquellos síntomas se los quitaba con magia cuando no quería tenerlos; los dejaba cuando sí. Simplemente, Nathaniel no lo compraría con palabras bonitas y una comida, después de 25 años de abandono.

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