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~ Mansión de la Familia Malfoy ~ (MM B: 100774)


Crazy Malfoy
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Enarcó una ceja. La reacción de Shedder, podría dividirse en dos partes: la primera, una falta de respeto que ni el antiguo ni el actual Nathaniel permitiría -- y mucho menos delante de gente -- y la segunda, una reacción esperada de alguien enfadado. Sin embargo, el licántropo había esbozado una sonrisa. Cuando su hijo se echó a andar, no logró en carraspear.

 

- Muchacho, si no quieres venir y hablar las cosas como adultos... Si no estás dispuesto a escuchar lo que me gustaría decir, si tampoco estás interesado en que nos reunamos como gente normal y adulta, puedes irte. No hay ningún hechizo reteniéndote a desgana. Y controla esos impulsos, que soy tu padre, aunque no haya ejercido como tal. No me hagas aplicarte correctivos a estas edades... - bramó, desde la distancia.

 

Ante todo, no iba a permitir que carne de su carne, sangre de su sangre, se sublevase de tal manera en un recinto familiar. En la Malfoy, su primera casa. Podía notar cómo su puño se cerraba con enfado, mas se relajó de inmediato. No quería que la cosa tuviese mayor importancia.

 

Indicó con un gesto a sus hijas para que siguiesen a ambos hombres. Éstas, boquiabiertas, avanzaron tras el ex-Nigromante.

 

- No os preocupéis por nada. Vuestras habitaciones permanecen intactas donde las habéis dejado. Id a cambiaros y bajad en un rato, cuando la cena esté lista. - susurró. Instintivamente se había parado frente a ellas y las había acariciado por los hombros, sonriendo con calidez. Volteó su mirada hacia Shedder.

 

- Y tú, haz lo mismo si es que te quedas. Y lávate, apestas a alcohol barato. - espetó. Lanzó sus pies hacia las escaleras que conducían a los pisos superiores, para perderse en los pasillos. Chávez los avisaría de la cena ya encargada.

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http://i.imgur.com/BBktfMm.gif guess I'm a sucker for you


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Pocas veces había estado en una reunión familiar tan incomoda. No tenía idea de lo que tenía que hace, había tanto que reclamarle a su padre que no le alcanzaría la noche para hacerlo y era evidente que no era la única.

 

-Chávez.- respondió rápidamente a la pregunta de Shedder, alejándose discretamente de él. ¿cuánto tiempo llevaba el mago sin asearse?

 

-Me alegra verte...-

 

Apenas se había acercado a Valentina, cuando su padre empezó con el peor discurso que nunca había dado. Era obvio que no había convocado a sus hijos, pero tampoco tenía que decirlo tan crudamente. Cherryl estaba aún más decepcionada.

 

Se cruzó de brazos escuchando atentamente cada palabra y ninguna de ellas explicaba el porque los había abandonado. Parecía que la situación hacía sufrir al mago, carecía del valor para ver a sus hijos a la cara, eso para la bruja era una señal de arrepentimiento.

 

Tenía que dejar el drama para otro día, estaba cansada para enfrascarse en una noche de preguntas y respuestas. La cena era una buena idea, no era el mejor momento para nadie pero los alimentos nunca estaba de más.

 

-Los veo en unos minutos. No empiecen sin mi- pidió la pelivioleta alejándose rápidamente, le pareció ver a Shedder abrazando a su padre, algo que le pareció sumamente extraño pero continuó el camino hacia su habitación, necesitaba arreglarse adecuadamente para una cena familiar.

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Estaba casi saliendo por el umbral de la puerta cuando se detuvo en seco, escuchando lo que había dicho su padre. Por las palabras de Nathaniel, Shedder sintió que había dado a entender correctamente el mensaje trasmitido con aquel extraño gesto. No obstante, al Malfoy le hicieron gracia varias de las cosas que su progenitor estaba diciendo, mas nadie pudo ver su expresión facial, porque seguía dándoles la espalda desde el adornado marco de la Mansión.

 

—Estoy, de hecho, dispuesto a darte una oportunidad —dijo, girando levemente la cabeza hacia la derecha, para verle con el rabillo de un ojo. —No te equivoques, me refiero a una oportunidad para que te expliques, porque, en lo que a mí concierne, poco o nulo derecho tienes de hacerte llamar un padre y, por lo tanto, poco o nulo derecho tienes de reprenderme.

 

Entonces se giró por completo y le plantó cara nuevamente.

 

—Tengo la intensión de intercambiar ciertas palabras contigo después de la supuesta cena, espero que tengas los pantalones suficientes como para no largarte de nuevo.

 

Entonces el mago empezó a sentir algo que estaba fuera de sus planes aquella noche: decepción. Le decepcionaba darse cuenta de que el hombre lobo ni siquiera tenía la vergüenza suficiente como para dejar de creerse el padre de Shedder. No le cabía en la cabeza cómo podía darse esas licencias. ¿Acaso no era consciente de que su primogénito estuvo fuera de su vida durante veinticinco años? ¿No se daba cuenta de que habían intercambiado cuatro palabras la primera, única y corta vez que convivieron, cinco años atrás? Nathaniel, pensó el ojiverde, era un desconocido para él y él un desconocido para Nathaniel.

 

Y sin embargo estaba allí, tratando de demostrar autoridad. ¡Por Merlín! A duras penas se sabían los nombres. De ese modo, la decepción empezó a convertirse en asco, un asco mayor al que sentían todos por su aroma a aguardiente (debía estar muy potente la absenta; se palmeó el bolsillo para sentir la petaca). Concluyó que la rabia que sentía hacia el sujeto no era por el abandono sufrido por él, que nunca le había necesitado realmente, sino por el sufrido por su madre, que tuvo que luchar enferma y sola con un pequeño. ¿La había violado, acaso?

 

—Guardaré respeto, por el momento, porque mi libertad termina cuando empieza la tuya; no porque seas el dueño del esperma que fecundó a mi madre. Espero que tengas eso claro.

 

Luego posó la mirada sobre sus hermanas y les dedicó una mirada afable pero seria, a modo de saludo, y les dijo:

 

—Agradecería que dejaran de confundir suciedad corporal con aliento a aguardiente. Aquí hay un ambiente muy tenso, dejen que me relaje con un trago que, por cierto se giró hacia Nathaniel— es absenta, no alcohol barato. Anunciaros cuando empiece la cena.

 

Y salió definitivamente del lugar, hacia el salón, a esperar.

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Shedder Malfoy, 7 años en el foro~
Regreso de la familia Malfoy-Black~
Primer firma que pedí~

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  • 3 semanas más tarde...

Nius.

Elfo de Aaron Black

 

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- Para la señorita cabellos de maíz, no no, para la señorita Felicia Malfoy, no no...- Nius aparecía en la verja de la Mansión Malfoy, nervioso por no recordar el destinatario, comenzó a darse con la cabeza en la corteza de un árbol viejo- ¡Felicity!- exclamó feliz de terminar con aquél martirio.

 

Sus huesudas piernas se encaminaron hasta pararse frente a frente con los hierros que comenzaron a enmarañarse hasta formar un rostro quizás cuatro veces más grande que el elfo, quién tembloroso, acercó el pergamino hasta las cuencas vacías que aquella figura mostraba como ojos.

 

>>¿Qué quieres?- soltó en una voz de ultratumba.

 

-Malfoy, Black, Malfoy... Black, soy un elfo de los Black- comenzó a susurrar- ¡Soy un elfo de los Black! y no me asusta un poco de magia de los Malfoy- sostuvo Nius casi dudoso de haberse puesto tan altivo. El rostro gruñó- ve... vengo a ver a la señorita Fe... Felicity Malfoy- titubeó un poco mientras escondía nuevamente el pergamino tras su espalda.

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  • 2 semanas más tarde...

Bridget Wenlock
Servicios Administrativos del Wizengamot
Empleada


Era la primera vez que se daba el lujo de vagar por esos lados, pues era conocida las diferencias que existían entre su familia y la de aquella imponente Mansión que se encontraba delante de ella. Frunció los labios convirtiéndolos en una fina línea. Su cabello rojo se agitó feroz sobre su rostro pálido a causa de la brisa helada que soplaba el invierno. No tenía tiempo que perder. Del hombro le colgaba uno de sus bolsoso de cuero, que con ayuda de un hechizo expansible había llenado de los pequeños aviones violetas, que actuarían de mensajeros para la futura festividad navideña que se celebraría en su nuevo lugar de trabajo. Pipoca la seguía de cerca, por si acaso necesitara ayuda inesperada.

Pipoca, haz los honores —le dijo a la elfina, mirándole sobre su hombro con una sonrisa irónica, mientras extraía del bolso uno de los pergaminos teñidos de púrpura y delicadamente doblados. Soltó el artefacto en al aire al tiempo que la criatura levantaba las manos y lo impulsaba por medio de magia por todo el jardín Malfoy, hasta que chocara con la inmensa puerta de entrada, desapareciendo después en una nube de humo negro. Esa era la señal de que la invitación había sido satisfactoriamente entregada.

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SemperFidelis

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Apareció en medio de la sala, todavía envuelta en una capa de viaje de lana en tonos verdes en la que seguían brillando costras de hielo y nieve. Se quitó la capucha y dejó que las llamas de la chimenea entibiaran sus pálidas mejillas. Se fue acercando al fuego a medida que se iba desabrochando la capa, al principio casi con temor, lentamente, con los ojos grises abiertos de par en par como un cervatillo asustado. Aún podía sentir el peso sobre su pecho y el corazón arrebatado, la respiración acelerada y el jadeante ruido de sus pulmones cada vez que inspiraba. Durante unos segundos solo reconoció el fuego como algo familiar, mientras todo lo demás le parecía borroso y extraño. Sentía que seguía en medio de la nada, congelada en la soledad de un páramo sin final, intentando con sus últimas fuerzas obtener algo.

 

Parpadeó varias veces, ya sin la capa, con las dedos amoratados de frío de las manos extendidos hacia el calor de la chimenea. De a poco volvió a escuchar. No era el apabullante aullido del viento entre las colinas gélidas, tampoco el crujir del hielo bajo sus pies ni su cada vez más débil respiración. Era el sonido de voces, el dulce sonido -quién lo diría- del trajín de una casa, de un sitio vivo, vibrante y colorido. Se dejó caer sobre las rodillas, frente a las llamas volviendo en sí, saliendo del estupor en que la debilidad la había sumido durante los últimos días. ¿Dónde estaba? qué importaba, sentía el calor regresar a su cuerpo rígido, y su mente comenzaba a aclararse ¿qué más daba dónde estaba? Pediría algo para comer, tal vez ropa de abrigo una cama para descansar.

 

- ¡Mi varita!

 

Ese pensamiento le encogió el corazón de pronto. ¡Su varita! ¡Claro, tenía una varita y con ella podía hacer cosas! La bruja comenzó a buscar entre su ropa y entre la capa con renovadas fuerzas, con una mezcla de desesperación e ilusión, con ojos de loca sin saber muy bien cómo era su varita. Si hubiera sabido antes que tenía una varita y que con ella podía hacer cosas habría encendido una hoguera, o habría hecho algo más que deambular en busca de algo que ya ni recordaba entre el hielo. Se quitó las botas, todavía húmedas, y de una de ellas cayó una especie de palo de madera fino y flexible, con un delicado mango tallado con runas. Se quedó mirándolo sin atreverse a cogerlo ¿eso era? ¿y ahora que tenía que hacer? Acercó una mano pero se detuvo a mitad de camino.

 

- Señora.

 

Una aguda voz llamó su atención a su espalda. Se volvió lentamente y en vano intentó no abrir la boca ante lo que veía. Un ser extraño y verdoso, con ojos saltones y orejas puntiagudas la miraba con reverencia desde el otro lado de la sala, junto a una enorme puerta acristalada. Cerró la boca sin encontrar palabras. Algo de eso se le hacía familiar ¿había visto alguno antes? Alguien tenía que decirle que era feo de...

 

- Yo no quería entrar, pero -¿cómo había llegado ahí?-, necesitaba un poco de calor -dijo en voz baja sintiéndose inexplicablemente ridícula.

 

- Señora, tiene visitas. Su hija la está esperando ¿La hago pasar?

 

El duendecillo no parecía preocupado por la irrupción de la mujer en la sala. ¿Qué pasaba? ¿la confundía con alguien más? Miró alrededor para asegurarse de que estaban solos en la habitación. Realmente le estaba hablando a ella, a la intrusa.

 

- Pero ¡Claro! Tengo una hija -recordó de pronto, como un viejo sueño-. Tengo una hija y una varita.

 

¿Por qué estaba tan perdida y confundida? Volvió la vista a la varita y luego al duendecillo mal hecho. ¿Era su casa? Tal vez no estaba en una mansión cualquiera ¿había dado con la casa indicada? El ser verdoso la observaba extrañado, con sus enormes ojos como pelotas.

 

- Sí, hazla pasar ¿me traes algo de comer? -añadió. Estaba famélica.

 

 

 

 

 

@ @@Yara Sarahi

 

 

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Solo habían pasado unos cuantos minutos desde que se había anunciado y había pedido ver a su madre, pero claro se sabía que la pelinegra no contaba con mucha paciencia, por lo que ya se estaba comenzando a desesperar, solo esperaba que no le dijeran que su madre no se encontraba porque entonces si comenzarían a rodar cabezas en el lugar.

 

Estaba a punto de llamar una vez más pero cuando estaba por volver a utilizar una de as aldabas la puerta se abrió despacio, la chica dio un paso hacia atrás, esperando encontrarse con quien había abierto la puerta, no fue mucha su sorpresa cuando sus ojos visualizaron a un pequeño elfo detrás de estas.

 

La pelinegra estaba apuntó de decir algo, pero el pequeño ser fue más rápido que ella, indicándole que su madre la esperaba por lo que la chica solo asintió y se dejo guiar por la criatura hasta donde se encontraba la mujer.

 

Por el camino no pudo evitar admirar todo el exquisito decorado del lugar, no podía compararlo con el decorado de hace años, pues nunca había pasado hasta ese lugar, o por lo menos la pelinegra no lo recordaba, pero seguro que era igual de hermoso por aquellos días, si no es que era exactamente lo mismo, no supo cuándo ni cómo pero el elfo se detuvo frente a una puerta y la toco un par de veces anunciándose.

 

La chica miro hacia atrás y vio que no había sido mucho el tramo caminado, asi que supo que ella había entrado a ese lugar en su última visita, pero extrañamente no recordaba nada, apenas y recordaba el rostro de su madre, miro una vez más hacia la puerta y vio como el elfo se hacía a un lado para dejarla pasar.

 

Sin esperar mucho la chica entro casi corriendo al lugar y con la mirada busco a su madre, encontrándola cerca de la chimenea y sin importarle nada se abalanzo hacia la mujer propinándole un abrazo.

 

-Te extrañe mucho madre- sus palabra se escuchaban como susurros pues eran amortiguadas por el cuerpo de su madre.

 

Sabía que aquello era muy repentino, pero a esas alturas la chica ya estaba más que desesperada por tener contactó con la mujer que al parecer estaba bastante sorprendida por la muestra de cariño espontanea.

 

@Beltis

Editado por Yara Sarahi

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Eran tantas las noches que habían pasado desde la última que había dormido en aquella casa que nisiquiera lograba recordar cuando había sido. A pesar de que todo estuviera igual que como cuando era una niña, era obvio que algo que iba más allá de lo físico había cambiado; no eran los aromas ni el como todo permanecía pulcramente ordenado como siempre, tampoco eran los colores de las paredes ni los cuadros... lo que había cambiado era la gente, incluida ella.

El paso de los años había convertido a los niños de aquella otrora numerosa familia en adultos independientes, había hecho a los adultos envejecer y mucho de estos se habían retirado a lugares espirituales, mientras que los más ancianos habían marchado para no volver nunca más. El tiempo hacía estragos en las personas y aún así habían quienes seguían manteniendo el nombre de la que había sido una de las familias más importantes del Londres mágico todo lo alto que sus posibilidades le permitían.

Mónica era una de esas personas o al menos lo intentaba, aunque lo cierto era que con sus ya más que acostumbradas desapariciones estaba convirtiéndose en alguien ya olvidada por la sociedad mágica. Eso no era algo que le importara demasiado desde hacía algún tiempo, pues aunque nadie o no muchos se hubieran dado cuenta, estaba cambiando. O mejor dicho, ya había cambiado.

- Ayúdame – su voz sonó impaciente en medio del sepulcral sonido de la noche. No eran ni las diez y aún así no se escuchaba ni un alma merodear por la vieja mansión-. Tienes que llevar todo eso a la torre.

La última frase la había dicho señalando un montón de libros que había estado apilando sobre el escritorio y justo dos segundos después la pequeña figura de un elfo salió de debajo de la cama con una caja que era más grande de la cabeza. La sostuvo en alto durante un rato y parpadeó un par de veces esperando a que su dueña dijera algo, aunque se atrevió a hablar cuando vio que ella había vuelto a meter la cabeza entre los libros de la estantería.

- Piero ha encontrado lo que el ama Mónica buscaba, o eso cree – la voz aguda del joven elfo le llamó la atención, no por la duda implícita en sus ultimas palabras, si no por lo que había dicho al principio.

- Dámelo – exigió-. Y llevate lo demás.

La criatura puso la caja sobre la cama y ella pasó a su lado casi tirándolo al suelo, gesto que no hizo de forma consciente. Él tomó como pudo la torre de libros mientras que Mónica abrió el recipiente cuadrado y empezó a rebuscar en el interior; el sonido de pequeños objetos de cristal y metal repiqueteando al chocar entre sí la avisó de que tendría que ir con cuidado, hasta que finalmente dio con lo que estaba buscando. Cuando lo sacó ya se encontraba sola en la habitación.

Le echó una ojeada pero cuando llevaba apenas leídas las dos primeras paginas decidió que quería bajar al salón. Así que para apartar el polvo que los viejos libros habían desprendido se pasó la mano libre sobre el vestido negro de falda larga y luego salió del cuarto dejándolo todo tan desordenado que no había ni un asiento que no estuviese lleno de cachivaches. Dos minutos después se encontraba bajando las escaleras principales sumergida totalmente en las amarillentas páginas, una idea no muy buena para alguien que pecaba de torpeza...

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Conforme los días avanzaban también lo hacia la desesperación que el ojimiel sentía al estar en aquel pueblo. Ottery había dejado de ser aquel sitio en donde uno a uno los magos más poderosos o más ególatras se erguían al andar entre sus calles con ese aire de suficiencia que muchas veces incluso a Lacrimosa, había provocado más de un altercado. Sus pasos en el interior de la mansión Malfoy retumbaban de una forma seca. Llevaba consigo aquella túnica negra que había encontrado en lo que alguna vez había sido su habitación y que en aquel momento, parecía más una bodega llena de polvo con un rincón en donde alojarse hasta que supiera que sería de él y su “divertida” vida.

 

Debajo de la túnica se podía observar un suéter azul marino y una camisa clara con el cuello pulcramente estirado, así como unos pantalones hechos a la medida de color oscuro. Sus cabellos castaños tapaban en ocasiones su visión, cosa que solucionaba con un sutil pero constante movimiento de la mano pasándolos sobre su cien.

 

- Señor, hasta cuándo piensa quedarse en la mansión? – preguntaba uno de los elfos con mucha curiosidad, así como una cautela digna de cualquier criatura que hubiese conocido los años “mosos” del ex mortifago y líder de la marca.

 

- Será hasta que algo divertido, aventurero o de un hermoso escote y sinuosas curvas me haga querer cambiar de opinión, lo primero que llegue. Vivir a cuestas de las riquezas familiares no vienen a mal de vez en cuando… - dijo con un tono relajado y sumamente irónico, mientras entraba en el vestíbulo principal.

 

De pronto un sutil aroma se apoderó del gran espacio. Los sentidos del hombre se tensaron de una forma peculiar, como de aquel que recuerda súbitamente una serie de eventos y al mismo tiempo cree estar en un sueño o peor aún, una mala pesadilla.

 

- Pero… pero señor, no tiene ni donde dormir! – en un impulso, la pequeña criatura alzó la voz creyéndose más de lo que era, un simple sirviente.

 

- Sabandija… - sus palabras se quedaron en el aire, al tiempo que éste giraba sobre sus talones para continuar su andar.

 

Sin embargo, poco duro el trayecto, ya que de inmediato y al pie de las escaleras su cuerpo chocó estrepitosamente contra una mujer. Sus reflejos por más oxidados, aún fueron lo bastante veloces para tomar a la mujer entre sus brazos antes de que ésta lograra tocar el suelo y con ello, llevarse un par de heridas que en aquella familia eran signo de debilidad, aún más si se trataban por torpezas dignas de un Black.

 

Su cuerpo quedó recargado sobre una de las viejas paredes del vestíbulo, mientras que uno de los cuadros caía y el pequeño elfo se las ingeniaba para no permitir que se rompiera. De inmediato Lacrimosa observó la cabellera que tenia cerca del rostro. Cerró un poco los ojos y como si se tratara de una fresca mañana de invierno, inhalo aquel aroma que anteriormente había sentido. Llenó sus pulmones hasta no poder más, dejando escapar un bufido de resignación y alegría la mismo tiempo.

 

- Veo que muchas cosas en esta casa han cambiado, pero no cabe duda que muchas otras siguen igual de torpes. – Una discreta sonrisa se formó en sus labios, esperando que aquella mujer levantara el rostro, lo besara, le pidiera hacerla mujer nuevamente o por lo menos… ofrecer una disculpa por aquel altercado.

 

Sus palabras pese a la sorpresa del momento, no perdían aquel tono suficiente e irónico que a lo largo de los años lo habían caracterizado como uno de los magos más… peculiares del lugar.

Editado por Lacrimosa Malfoy

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No supo muy bien si se había tropezado con su propio pie, si había pisado mal al bajar de escalón o si todo había sido producto del choque que había sufrido con aquel individuo del que aún desconocia la identidad, la cuestión era que si no había acabado despatarrada y tirada por el suelo había sido un verdadero milagro. Claro que el valioso libro con el que se había entretenido más de lo debido no había acabado igual de bien que ella y había ido a parar bajo un mueble a varios metros de donde estaba.

 

- Disculpa.

 

Aún no había levantado la vista para ver el rostro de su misterioso salvador pero aún así había decidido disculparse. Caerse por unas escaleras no era precisamente su principal objetivo, mucho menos acabar lastimada o mal herida, así que fuera quien fuera le debía una. Sin embargo reconoció la voz de quien la sostenía nada más oir el comentario, lo que la hizo contener la respiración y separarse de forma inmediata del cuerpo de Lacrimosa Malfoy.

 

- Y otras igual de insolentes - le dijo entre dientes con un tono quizás demasiado defensivo.- En comparación la torpeza no es tan mala.

 

El cabello le cubría parte de la cara así que aprovechó el silencio para apartarlo y colocarselo detrás de las orejas, gesto que le sirvió para disimular el nerviosismo que la presencia del mago le había ocasionado. Chasqueó la lengua y se mordió el labio inferior sin saber muy bien si decir algo o no, pues después de tanto tiempo sin verse, encontrarselo allí era en lo último que hubiera pensado aquella noche así que intentó estar relajada o al menos parecerlo.

 

- Hacía mucho que no te veía - tenía gana de preguntarle donde había estado y si había estado bien, quería saber como se encontraba en aquel momento... pero sobre todo quería saber si había vuelto para quedarse-. ¿Cuándo has vuelto?

 

A pesar de tener tantas preguntas que hacerle y de querer saberlo todo, creyó que profundidar en aquel tema no sería demasiado bueno para ella misma. Al fin y al cabo ella se había convertido en una especialista de desaparecer cuando la gente que tenía alrededor menos lo esperaba y eso era algo que muchos le había reprochado ¿Sería él una más de esas personas?

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