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•Juan Valdez Café ®• (MM B: 100831)


Tauro M.
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¡Groter! — su saludo la sorprendió y dio un pequeño salto en el asiento, estaba algo paranoica, debía relajarse más —. Hola... hum pedí un café mientras esperaba ¿Quieres algo? Podemos compartir un pastel o algo — le sonrió esperando que aceptara, tenía un poco de hambre.

No sabía si su hermano seguía allí, internamente deseaba que se hubiera ido con aquella chica con la que lo vio charlando, ¿era una nueva conquista? ¿él y Arya habían terminado?. Su lado curioso quería saber más, quizás la estaba engañando, quién sabe.

Y, humm ¿Qué te ha parecido el Departamento de Cooperación? Justo llegaste en un momento incómodo, pero no es así siempre, la mayoría de las veces es super tranquilo, conoces personas de todo el mundo... es interesante — dijo recordando al borracho que había entrado a hacer escándalo —. Además Kassandra es una directora genial, no sé cómo será Catherine.

Se pasó una mano por el cabello rubio y bebió el café que estaba enfriándose, en verdad estaba contenta de tener nuevos empleados en la quinta planta, ser siempre las mismas seis chicas era aburrido y monótono.

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Sonrei escuchando el saludo de la chica, siempre me había causado cierta curiosidad, dado que no pude conocerla cuando éramos estudiantes.

 

- Esa una idea genial, compartamos un pastel. - Sonreí mientras se acercaba la mesera, con una dulce sonrisa me dirigí a la mesera.

 

- Me podías traer un chocolate caliente y.. Un pastel, el que nor recomiendes. - Dije mientras suspiraba, tenia ganas de ese chocolate desde hacia un tiempo.

 

- Me ha encantado el lugar, es sensacional, parece que será una gran experiencia. Catherine... Mi tía es sensacional, seguro llenará todas las expectativas. - Le dije mientras jugaba con mía dedos sobre la mesa, mirándo a la meswra encargarse del pedido.

"Si no quieres entender que hibernando están las brujas, amarrate a una escoba y vuela lejos... "


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  • 3 semanas más tarde...

Arthur Smith

 

Siguió a la muchacha y mientras caminaban por las calles del extraño lugar, Arthur no podía evitar poner cara de sorprendido al ver todas esas cosas extrañas, tal vez porque el era un muggle. Llegaron hasta una elegante cafetería llamada Juan Valdez, Arthur conocía o recordaba algo de ese nombre o de ese lugar, pero en ese momento no sabía que era, era como si alguien le había quitado su memoria. —Tengo un borroso recuerdo sobre este lugar, pero aún no puedo saber lo que es— dijo Arthur respondiendo la pregunta de Molly.

 

¿Que haremos ahora?— dijo Alex cruzándose los brazos esperando una esperanzada respuesta de la muchacha. Todo lo que Arthur quería era poder estar en su normal mundo con cosas y personas normales. —En serio, no puedo recordar nada— dijo volviendo su mirada a la cafetería.

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  • 2 meses más tarde...

Akiza Ravenclaw H.

 

Con tranquilidad, caminaba por las calles estrechas del Callejón Diagon. Las ropas de esta ocasión eran negras cubriendo las curvas de mi cuerpo, mientras que mi cabello estaba recogido en un gran moño, seguí lentamente hasta que encontré el lugar que estaba buscando. El negocio del Juan Valdez, sonreí y me dispuse a entrar a se lugar muy agradable. Estaba en una misión especial de los Guardianes Tenebrosos, para ver si todo el local se encuentra en perfectas condiciones, y si no han recibido la visita de los indeseables.

 

Me propuse a entrar al lugar pero con un poco de nervios, hace mucho tiempo que no realizaba este trabajo ya que tuve que desaparecer por algunos asustos fuera del mundo mágico. Entré y esperé encontrar a los dueños del lugar para ver si todo se encuentra en orden. Miré a todo mi alrededor, era un local muy acogedor, era la primera vez que conocía un negocio cómo este, y luego observé que había los empleados, me acerqué lentamente.

 

-Buenas noches...¿Me puede indicar si se encuentran los dueños del negocio? Necesito hablar con ellos de un asunto importante.- dije tranquilamente.

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Caminar a través de los abarrotados callejones de Londres, era una costumbre que recién había adquirido desde su llegada de Bélgica. El incesante ruido londinense llegaba a convertirse en una especie de droga para la Crowley, siempre reacia a estar donde ni sus propios pensamientos eran escuchados, ahora prefería que se ahogaran en medio de los gritos de los vendedores ambulantes y el aleteo de las lechuzas.

Con pasos lentos, pero precisos, Claudia buscaba el local donde se encontraría con una vieja amiga. El día anterior un mensaje había llegado hasta su hogar. La matriarca Rambaldi exigía su presencia cuanto antes <<Siempre tan exagerada>> no llevaba la cuenta de los meses sin verla, pero sabía que habían pasado muchos desde la última vez que tuvieron un encuentro.

—¿Es aquí?—el siempre soñoliento Hades preguntó.

—Juan Valdez—dijo Claudia a modo de respuesta, con un perfecto manejo del español.

La pelinegra amaba el olor que emanaba del local. Vagos recuerdos de un viaje a Colombia habían hecho que se enamorara del exquisito líquido que ahí vendían. Sonriente, dio unos leves empujones a su elfo, obligándolo a entrar —¿Te acuerdas cuando intenté hacer un poco en casa?—la bruja rió ante la mirada atónita de su compañero. No era usual para él, verla de tan buen humor. Algo que debía atribuirle, y agradecerle, a Roxanne.

—¿Cómo ha ido todo por el castillo?

Veinte minutos era el tiempo que la separaba de su prima. Mientras tanto, ya sentados en una de las mesas más apartadas, entabló con el elfo una variada conversación. Esperaba que la castaña llegara o se encargaría de sacarla a rastras de su oficina en el Ministerio.
Editado por Claudia Rambaldi Crowley

But she said, where'd you want to go? How much you want to risk?

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| Semper Fidelis |

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Había quedado con Claudia a las seis en punto de la tarde, pero a último minuto un cliente pidió su atención, con él ocupo al menos media hora que atraso su salida del ministerio. Era un milagro si la Crowley seguía esperandola en el café. En cuanto estuvo lista salió rumbo a un callejón olvidado, desapareció y apareció en cuestión de segundos desde Londres al Callejón Diagon.

 

Apareció frente al lugar de reunión, el Café Juan Valdez, y luego de alisar su vestido entro buscando a su amiga. La castaña estaba sentada junto a un elfo en una mesa apartada de los demás clientes, pero aún así la pudo encontrar tras echar un rápido vistazo al local. Fue hacia ella lo más rápido que puedo, disculpándose al casi golpear a un mesero que cargaba con una bandeja de cafés. Abrazó a la Crowley por detrás, estrechándola entre sus brazos y obligandola a aceptar sus sonoros besos sobre su cabellera castaña.

 

- Lo siento, de verdad, lo siento.-dijo, a la vez que se sentaba frente a la matriarca.- Un cliente llegó cuando salía y no podía negarme, pero te he traído algo y espero que me disculpes.

 

Puso sobre la mesa una caja de rectangular, envuelta en papel de regalo color borgoña y una cinta de un rojo brillante. Contenía un vino, que en su viaje a Italia había comprado sin mayor motivo, y que la tarde anterior había desempacado para regalárselo a la Crowley. Esperaba fuera de su gusto, pues al menos a la Rambaldi le había gustado cuando visito la viña de donde provenía. Espero hasta que su amiga lo hubo abierto, para apoyar su menton sobre la palma de ambas manos y sonreír emocionada.

 

- ¿Te gusta? Fue una buena cosecha, solo... bébelo con precaución, es algo fuerte.-exclamó a la vez que llamaba a un camarero.- Entonces... ¿Dónde estabas?

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  • 2 semanas más tarde...

Tras moverse lento con mirada apacible y tranquila recorría el camino del callejón Diagón, su mirada analizaba cualquier situación, moviéndose con paso lento mientras su gabardina negra ondeaba sobre su camisa blanca, así con sus pantalones y sus zapatos negros sobre el camino de mármol. Mucha gente decidía apartarse de él y su compañeros Elaena que venia ligero a su lado, ambos por su porte rígido pero con autoridad, con miradas serias que demostraban una cosa, no venían en ese momento con ocio. El sonido de sus pasos resonaban mientras seguía sobre cada persona, sus comportamientos en el ambiente y con ellos, si hubiera algún indicio de actividad sospechosa seria fácil de descubrirlo.

 

El destino era pionero en lo que se refería predecir le futuro, o mas bien hacerlo sin atisbo de error, pues frente a ellos había un tipo, distancia de diez metros que caminaba mirando a su alrededor temeroso, con sigilo, como si no deseara ser visto y ni llamar la atención. Sus orbes avellano se enfocaron en él, Kritzai no despejaba su vista de el por nada del mundo, de momento era su objetivo, este percibió algo, como la intuición dominaba y se giró hacia ellos. La sonrisa se ensanchó en el rostro del Haughton tras ver que se movía mas rápido, caminado tras antes haberse mirado fijamente a los ojos por un segundo. Ese segundo era suficiente para poner en marcha al hombre desaliñado, pelo negro alborotado, su sudadera gris y jeans sin atención en su vestimenta.

 

—Lo ves Elaena, decías que te aburrirías de este paseo. —Se movió rápido pero sin correr, solo caminando muy rápido, evadiendo a los comerciantes del callejón que no se percataban de nada. Esperaba que su compañera siguiera su paso pues el no se detenía por ningún momento.

 

Pero cambio de rumbo, entró a un negocio llamado Juan Valdez, que tenia pinta de ser un café, pero Kritzai no se adentro en el lugar, ni se mostró sobre ventanas que pudieran verlo. En cambio entro a otro lugar donde vendían pociones, su vista escudriñaba rápido todo y cada cosas, hasta encontrar una poción, decía "poción multijugos", salio mientras el vendedor gritaba groserías, ya el castaño se encargaría de él luego. Destapó la botellita mientras caminaba hacia el café, colocó un cabello de un muggle famoso, no sabia quien en si solo sentía transformarse en un segundo a la vista de algún mago que lo veía detenidamente, al terminar ya no era Kritzai si no un muggle de cabellos rubios, diferente y un poco mas bajo. Así cambiado se adentro al negocio y observó al hombre en una mesa alejado, así también a su compañera Akiza, a la cual se acerco mas rápido.

 

—Vaya llegaste antes, bueno te han recibido los dueños.—Decía el Haughton cambiado hacia Akiza.

 

 

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  • 3 semanas más tarde...

La tarde caía lentamente, el cielo se teñía de esas comunes tonalidades, rojizas, anaranjadas, una verdadera obra de arte para la vista, la cálida brisa primaveral acariciaba sus mejillas enrojecidas, enmarañaba su rojizo cabello largo hasta la cintura, y hacía danzar su vestido con tonos marrones, suelto en la cintura, ocultando perfectamente su abultado vientre. Caminaba por el Diagón, a paso tranquilo, observando las fachadas iluminadas por los fuertes rayos de sol, los últimos y más intensos, inspiró profundo el aire dulzón al pasar por un Negocio, levantó la vista, tentada por el contundente aroma a café, "Juan Valdez Café" rezaba el enorme cartel, se dijo para si.

 

Enfiló sus pasos hacia la entrada, al traspasar la puerta, el interior era cálido, el murmullo de las personas condensaba el aire, era un sitio acogedor, sacudió su vestido, caminó hasta el extenso mostrador que se alzaba unos cuantos pasos más adelante, pidió un café con canela e hizo señas para que se lo llevaran a un pequeño sillón, apartado de las mesas donde las parejas se juraban amor eterno, los viejos amigos se contaban anécdotas, y no había una sola persona que demostrara que la soledad no era algo malo, aunque quizás en una joven de 22 años esperando un bebé que no quería, la soledad era mala.

 

Con la mirada perdida en las anaranjadas llamas de una chimenea allí al final del negocio, donde había decidido aislarse, esperó paciente a que le trajeran su café, estiró sus piernas desnudas, y se sumergió una vez más en las abrasadoras llamas, esas que reducían sus problemas a cenizas, pero solo en su mente, puesto que sus problemas cada día eran más tangibles.

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Cual largos dedos naranjas, los últimos rayos del sol se proyectaban por la bóveda azulada que se tornaba oscura, fría, llamando la noche y anunciando el fin de la tarde. Presurosas brujas y afanados magos caminaban de un lado a otro, concentrados en su edición vespertina del profeta o leyendo algún informe del aburrido ministerio. Muchos de ellos rumbo a casa, a descansar con su familia, otros apenas comenzaban su jornada laboral, atendiendo algún bar o en algún hotel de la zona.


Paulatinamente las luces de los locales nocturnos se encendían dando paso a la otra cara del callejón, la cara alegre y libertina y desenfrenada. León caminaba por el costado sur de la calle, admirando precisamente eso; como de día se llenaba de niños alegres comprando libros, madres entregadas al hogar comprando algunos abarrotes y de noche, los cansados trabajadores del ministerio se perdía en licor, o las parejas libidinosas se entregaban a las artes del amor en cualquier discoteca de lugar.


Hacía poco que había terminado sus quehaceres de la academia y, pese a querer descansar, debía darse una vuelta por sus negocios. No porque no estuvieran mal o por que sospechara de quienes lo administraban, pero había que hacer presencia, para que no se les pasara por la mente alguna estupidez. Pudo ir primero a la Tetería que tenía con su anterior pareja, pero antes se le antojaba un café. Se detuvo frente al Juan Valdez e ingresó sin hacer mucho escándalo. La ubicación del local le había gustado incluso antes de haberlo adquirido junto con Taurogirl alguno años atras y siempre que quería despejarse un poco de la sofocante rutina, se tomaba un café. Esta tarde, podía hacer las dos cosas.


—Buenas tardes. ¿Que le puedo ofrecer? —saludó amablemente la mesera que se acercó en cuanto lo vio.


—Un café Irlandés por ahora —respondió tomando asiento lejos de la vista de la oficina administrativa, cerca de una chica solitaria de cabellos rojos—. Gracias.


Con una sonrisa que parecía más un coqueteo, se alejó hacia la barra de bebidas a preparar la bebida solicitada. No eran muchos los lugares que podían preparar un café irlandés correcto y Juan Valdez era uno de esos; la cantidad exacta de whisky, de crema y de café. Si no fuera tan exacta su preparación, tal vez no sería tan exclusivo y no mucho podrían disfrutarlo de la forma en que él la hacía.


Pasaron algunos minutos, en lo que León se dedicó a ver a los cambios que Tauro le había hecho al local, uno de esos, al camarero que, según lo que recordaba, era más trabajador y menos preocupado por su imagen. El chico llevaba 15 minutos mirándose al espejo y aunque su cabello no se movía, él seguía empeñado en arreglarlo. No se había dado cuenta en que momento había llegado, pero la mesera ya había dejado un gran pocillo de café, que emanaba una aroma cálido a canela y...

— ¿Canela? —se preguntó de golpe en cuanto trató de llevarse la copa a los labios. Un Café Irlandés no llevaba canela, y nunca lo llevaría. Si Tauro había cambiado eso también, tendrían una fuerte discusión.


Tomó la copa y se puso de pie, dispuesto a pedir una explicación del porque su café Irlandés no tenía nada de irlandés. Y lo hubiera hecho si en su camino no se hubiera percatado del rostro extrañado de la pelirroja que no estaba muy lejos de él. La copa que ella tenia en frente, estaba adornada en capas, la oscura que llevaba café y whisky en la parte inferior, y en la superior un poco de crema y nata. Era en efecto un café Irlandés.


Resignado por el hecho de que no solo le habían atendido mal a él si no a la otra clienta del local, desistió de su idea original y se acercó sin prisa alguna en dirección a la otra perjudicada.


—Disculpe —saludó el holandés cortando el proceso mental que mantenía la mujer que, ahora que se acercaba un poco más, parecía algo acongojada—. Creo que este Café con Canela es suyo y ese Café Irlandés es mío —dejó el pocillo que tenía en la mano sobre la mesa y tomó la copa.


Hubiera podido irse con su bebida a la mesa que ya había apartado, sin incomodarla o desconcentrarla de sus pensamientos y con la duda de por qué, una mujer con una cara tan armoniosa y unos profundos ojos azules, no sonreía. Pero por el contrario, alejó la silla que tenía frente a ella, con la mesa entre lo dos, presto a sentarse.


— ¿Le importa si la acompaño? —indagó para después extender su mano—. Soy León Crowley, mucho gusto.

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Al cabo de unos cuantos minutos, le pareció extraño que no le hubieran traído su café, no lo veía como una ciencia compleja el hecho de preparar un café, menos si solamente lo había pedido con canela, al ingresar al negocio le había parecido que derrochaba eficiencia, quizás se había equivocado, o solamente una vez más su mal carácter salía a relucir de donde lo tenía mejor oculto, y es que a veces nada bueno recibía al tratar mal a las personas. Acarició su vientre, realmente se le antojaba ese café, se acomodó en su silla apoyó ambas manos sobre la mesa e hizo todo el intento por impulsar su cuerpo y dirigirse hacia el mostrador con su rostro demostrando un enojo inexistente, salvo por la clara molestia de la demora, cuando una simpática mujer llegó a su encuentro, y sobre una metálica bandeja traía consigo, el café con canela.

 

Le hubiera gustado preguntar, pero se limitó a sonreír, y asentir con la cabeza en forma de agradecimiento, volvió a tomar asiento, junto ambas manos en la taza caliente, de un fino cristal grueso, y acercó su rostro para que sus sentidos pudieran llenarse de aquel dulzón sabor que solamente la canela puede dar, y el fuerte aroma de un buen café, junto con el cálido vapor que manaba de la infusión; en vez de eso, un fuerte aroma a alcohol mezclado con café, inconfundible, fue lo único que pudo degustar, con una expresión de sorpresa en el rostro quiso cuestionar a la camarera, pero la situación simplemente la dejo perpleja.

 

¿Es que no se había explicado bien?, !Canela, Canela!, además, una mujer embarazada no podía tomar alcohol, ¿Era que nuevamente otra persona había pasado por alto su vientre abultado?, si era eso, pronto sería una maestra del disfraz puesto que no creía poder ocultar cosa semejante, incluso vistiendo una de las frondosas cortinas de su habitación en el Castillo Lockhart. Se volteó, aun confundida por lo que le habían traído y alzó su mano intentando llamar la atención de la joven coqueta que le había traído su café, al parecer estaba más dispuesta a conseguir una cita para aquella noche que a prestarle atención a la pelirroja, que poco paciente era, se disponía a dar un par de gritos cuando una calmada voz le llamó.

 

Por muy educado que aquel hombre fue, Arya volteó con los mil demonios reflejados en sus grandes ojos azules, -- ¿Si? -- preguntó impaciente, viajando con la mirada de su café sobre la mesa hasta él, pero su interlocutor fue más rápido que ella misma, y antes de que contestara de manera impulsiva le explicó exactamente el porqué se había acercado hasta su mesa; la Lockhart observó el intercambio de bebidas que se realizaba lentamente ante sus ojos, y suspiró sintiendo como sus mejillas se encendían, había sido bastante prepotente con alguien que ni siquiera tenía la culpa de aquella confusión.

 

Volvió a sentarse, ya casi parecía un juego el hecho de levantarse cada dos segundos, -- Gracias -- murmuró, regalándole una media sonrisa y cerciorándose de que aquel era realmente un café con canela, el aroma se lo confirmó, ahora si podría disfrutar de un momento de paz, alejada de cualquier persona que quisiera atosigarla con preguntas sobre su embarazo, lejos del trabajo por un rato, aquel día había tenido una jornada bastante extenuante, no necesitaba que llegaran pacientes a la Sexta para tener que correr de aquí para allá por los extensos pasillos, además, su condición lo hacía ver todo mucho más cansador. Pero lejos de poder hacer tal cosa, el sonido de una silla corriéndose le obligó a levantar la vista.

 

Levantó una ceja, llevando como hacia momento atrás ambas manos a la taza de café, una ligera risa le nació desde dentro, ¿Qué era exactamente lo que aquel hombre estaba haciendo?, le parecía ilógico, sus ojos no daban crédito a tal cosa, no porque le molestara, siquiera porque le incomodara, pero hacia tiempo ya desde la última vez que un extraño había intentado entablar conversación con ella; -- Supongo que no ..-- contestó intentando sonar amable, -- Después de todo es un lugar público -- agregó, con el pasar del tiempo la vida le había obligado a ser desconfiada a veces, la vida y los Mortífagos. Extendió su mano, caliente por el contacto con la taza, dispuesta a corresponder el saludo, después de todo ya se había presentado, -- El gusto es mío. Arya Lockhart -- dijo con cordialidad.

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