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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Castillo Ivashkov

 

Alexander se encontraba algo perdido, a decir verdad había sido idea suya el visitar a su joven amiga, pero lo que no se imaginó es que para llegar a su hogar iba a tener que hacer hasta un viaje, y es que había sido transportado a otro sitio de repente y en ese preciso instante se encontraba en un lugar hermoso que hacían sus ojos dorados brillar maravillado por todo. Desde que había llegado al mundo mágico había visto castillos, mansiones espectaculares todo increíble y a pesar que ya llevaba su tiempo allí no paraba de sorprenderse.

 

Ahora estaba caminando sin perder ningún detalle, imaginando el trabajo que tendría que ser mantener todo en buen estado, hasta que llegó a la elegante puerta donde dudo por un momento si tocar o no. En su mente se preguntó si no hubiera sido mejor invitarle a otro sitio, se sentía fuera de lugar, él no resultaba muy formal y ese castillo parecía de la realeza aunque... la realidad es que ni siquiera en su propia casa se sentía cómodo todavía, pero eso ya era a nivel personal, de igual forma sonrió con tranquilidad para tocar la puerta y esperar ser atendido.

 

En sus manos se encontraba un pequeño regalo, ya que por costumbre, en cada visita siempre iba con algo, era un pequeño cofre de cristal con muchos dulces adentro y un pequeño capullo de una rosa roja, era un detalle sencillo, pero esperaba que fuera de su agrado. Tendría que recordarse comprar dulces, ya estaba bastante agotado por a ver regalado a sus familiares y amigos.

 

-Buenas, ¿se encuentras la señorita Maida Ivashkov? - preguntó cuando la puerta fue abierta mostrándose respetuoso y sonriendo como siempre hacía.

 

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La segunda hija de Lyra se encontraba en el borde de la cama bordando unas cintas de colores azules a un sombrero negro de ala ancha, una actividad que realizaba muy de cuando en cuando, como para recordar las enseñanzas de su padre allá en Bulgaria. Estaba dándole las últimas puntadas a un lazo en la parte trasera, se lo colocó sobre la cabellera lacia y oscura para mirarse a un espejo cuando de pronto, el lefo doméstico apareció detrás de ella haciéndole pegar un brinco.

 

— Un joven viene a visitarla —anunció haciendo que finalmente Maida terminé de caer en la cama.

 

— ¿Un qué? —preguntó confundida y con el ceño contrariado, si era cierto que conocían algunos brujos pero ninguno que supiera exactamente dónde vivía— ¿Cómo es?

 

— Tiene la cabellera muy rara, colorada, y creo que lo vi con usted allá en la Catacumbas, ¿recuerda?

 

La Ivashkov soltó una risotada que sorprendió al elfo, y bueno, finalmente respiró aliviada. ¡Era Alexander! Desapareció casi sin ver al elfo y volvió a aparecer en el vestíbulo del Castillo trastabillando por la falta de costumbre de hacerlo. Aún no se explicaba como había obtenido la licencia, verificó instintivamente sus manos para ver si llegaba completa y como estaba descalza, se acercó por la espalda al mago y se puso de puntillas para cubrirle los ojos.

 

— Maida Ivashkov tiene los ojos ¿negros o pardos? —preguntó divertida.

 

Era extraño, ella normalmente rehuía al tacto con los hombres, sin embargo, había logrado tal confianza con su compañero de clases que no tenía necesidad de usar los guantes de siempre para estar con él. Eso de haber ido juntos al Aincrad había sido una experiencia agradable, aunque claro, de eso ya había pasado un tiempo.

 

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Con Maida, varios días atras.

Podía entender a la perfeccion a Maida. Todas sus inquietudes, pero no estaba segura de ser capaz de darle una explicación sastifactoria. Quizás ella era una de esas demonios rebeldes que no quería seguir órdenes o sentir que hubiera un plan para ella sin haber participado en la elaboración del mismo.

 

-Es normal sentirse rebelde, Maida. Más a tu edad. Sobre Lionel, será mejor que un día platiquen sobre eso, el vendrá cuando quieras para comentarte sobre sus emociones.Yo lo veo seguro y que le gusta estar en las misiones del abuelo, pero quizás el piense de otra forma.- Comenté.

 

Recordaba que no hace mucho tiempo atras había sentido lo mismo o algo similar, cuando descubrí que la familia Ryddleturn no era más que un recuerdo implantado por parte de mi padre. Lo descubri poco a poco cuando mi padre dejo caer esas barreras poco a poco para que lo descubriera yo misma.

 

Desilusión, al final nada sobre esa familia era cierto, de no ser mi hija Eliah. Los demás, si bien eran demonios reales el parentesco y todas las historias eran falsos recuerdos, lo cual no me extrañaba dadas las habilidades que tenía el Rey del Infierno. Me mordí los labios, no era tiempo para contarle eso a Maida y preocuparla.

 

-No podías haberlo sabido antes, Maida. No nos hubieras hecho caso y no porque no quisieras, como tu misma lo has comprobado, el amor es una fuerza muy grande y cuuando uno lo llega a tener, nubla todos los sentidos.- Comenté.

 

Al menos a mi me había pasado eso. Cometí el error de sentir algo por alguien y me enamoré anque la que creia que era mi familia me dijera que no. Después vino la realidad, aunque en parte debía agradecer eso, porque con la desilución empezaron a desbaratarse esos recuerdos implantados. ¿Maida entendería lo de los recuerdos implantados? No estaba segura, por lo que evite decirlo.

 

No me había movido de mi lugar. Desde donde estaba, a la mitad de su cuarto podía ver todos los movimientos que hacia sin moverme demasiado.

 

-Todo es parte de lo mismo, Maida. Cuando amas a alguien, muchas veces se vuelve esa perna en lo más importante. Deberías hablar sobre ese sentimiento con tus tías, te lo explicaran mejor. Si, si me he enamorado, pero lo que vino después, lo que me abrió los ojos fue demasiado doloroso.Pero esa es otra historia.- Intente explicar, mientras sonreia. -Sobre visitar a tu abuelo....¿En verdad quieres al infierno? Eso puede arreglarse, pero con ayuda de tu tía Tau.Ni yo tengo el poder de verlo ahi, siempre lo veo en la mansión que tiene en Londres.

 

Definitivamente no era una cuestión de debilidad, al menos yo no me consideraba una persona débil, pero no sabia como explicarle que ni yo podía ir.

 

-Solo tenías que pedirlo, Maida.Pero como dije, para ir al infierno, necesitaremos ayuda extra.- Explique.-Y el no poder ir al infierno, creo que no me hace débil. Solo son diferentes habilidades.

 

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Visita *sonrisa*

 

Un elfo fue quien le atendió si no mal recordaba era el mismo con quien había pasado la última clase, era normal ya que si no mal recordaba le pertenecía a la femenina, caminó varios pasos, para ver como se iba, seguramente a dar el mensaje que había dicho con anterioridad, caminó curioso por los pasillo, Alexander estaba casi seguro que había sido un gato la vida pasada, su curiosidad no podía ser normal. No tardo demasiado tiempo para sentir unas manos que intentaban tapar sus ojos, quizás por la diferencia de tamaño, pero todavía se permitía ver un poco, sonrió divertido.

 

-Si no mal recuerdo, la señorita los tenía azules... como un hermoso cielo despejado - comentó divertido, para quitarse con delicadeza las manos que tapaban sus ojos - Hola señorita Maida, ¿practicando su aparición? - saludó sonriendo con tranquilidad, se alegraba de ver nuevamente a su amiga y que estuviera con tan buena energía positiva, sabía que la joven era un poco tímida con el tacto, después de todo se habían conocido un poco más en aquel local, pero podía sentir que había más confianza y eso le alegraba.

 

-le traje un regalo, espero le guste es algo sencillo, tenía tiempo que no le veía y quería venir a fastidiarle un poco - comentó con una pequeña risa, para pasarle el cofre transparente, con los dulces y el capullo de la rosa. Miró de verdad con curiosidad todo el castillo, era realmente hermoso y elegante, se preguntaba donde estaban, después de todo no sentía que estaba en londres.

 

-Un bello hogar si me permite decirlo - habló impresionado, para relajarse un poco más, había estado algo tenso debido a la visita, pero se quitó sus preocupaciones de la cabeza, nada iba a cambiar, si metía la pata seguramente sería una historia divertida para contar.

 

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Candela Triviani

Servicios Administrativos del Wizengamot

Empleada

 

Se había aparecido frente a una enorme verja metálica que la separaba a ella de su destino, la choza abandonada que había unos metros más allá. Candela contempló con enojo aquel objeto grande y brillante, y deseó desaparecerlo. Aunque sabía que con deseos nada lograría, no se trataba del mundo de Aladin ni mucho menos. Por lo que, automáticamente, colocó una de sus manos sobre la verja con intención de empujarla para poder ingresar.

 

La Triviani se vio arrastrada en el espacio y en el tiempo (?) hacia otro lugar, había tocado un traslador. Y lo que vio le gustó más, parecía ser el verdadero hogar de los Ivashkov, cosa que agradecía porque si llegaba a entregar un memo en aquella cabaña de antes, pues sería un bochorno.

 

 

 

 

No se detuvo demasiado a admirar los detalles del castillo, así que sacó una invitación de su bolso y se apresuró a deslizarla por debajo de la puerta de entrada. ¿Cómo regresaba a Londres?¿Tocaba nuevamente la verja?

 

Así lo hizo, y desapareció nuevamente. La visita había sido demasiado fugaz e.e

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El vaho que se dispersó de su boca al abrirla después de horas formó una columna de alfileres transparentes que parecían clavarse a su dedo índice, que permanecía inmóvil a centímetros de la verja reluciente. Llevaba así largo rato, incluso antes de que el sol saliese por las colinas donde se aposentaba el castillo Evans, y después de que se ocultara tras las nubes expectrales de una tormenta helada. Evaluar las consecuencias de los acotencimientos que podrían desembocarse ante la acción que estaría apunto de ejecutar sería, para él, tan ridícul0 como marcharse con las manos vacías luego de tan tortuoso viaje a Ottery; así, cerró los ojos y se balanceó con los pies a la par del sutil viento que le rozó el cuello.

 

Jank tuvo que sostenerse el pecho para que su corazón no explotase. El viaje había sido cuando menos lento, pero no le hizo falta más tiempo para comprender que ya no estaba para soportar tales proezas. Se levantó y miró hacia el cielo; las ramas de los árboles cubrían el sol naciente, pero pese a eso pudo deleitarse con el sonido de la fauna a su alrededor. Y aunque el terreno estaba cubierto de una fina capa blanca, pudo sentir una calidez inusual que pronto se fue desvaneciendo a medida que se acercaba al castillo.

 

Extrajo su varita para hacer aparecer un gorro de lana bien tejido que cubrió el desastre sobre su cabeza, no sin antes sacarse la nieve de varias sacudidas. El abrigo gris con botones negros y las botas de piel de castor le recordaron su primer invierno dentro de un castillo, donde las sonrisas y las bromas blancas todavía no habían sido reemplazadas por miradas letales y distancias incruzables. Se metió las manos en los bolsillos para resguardarlas, y no precisamente del frío. Algo le decía que aquella visita terminaría por convencerlo de que el pasado solo existía en el inescrutable baúl de sus memorias.

 

Al pasar como un familiar más por la entrada, se extrañó al no escuchar las alarmas sonar o que alguna criatura se le encimase de repente para sacarle las tripas. Sin embargo, solo lo acompañó el silencio hasta llegar a la puerta principal. Jank tocó el hierro con la yema de sus dedos, pudiendo percibir el poder que protegía. Jamás se había puesto a indagar acerca de los misterios de aquella familia; en cambio, solo había malgastado el tiempo en blandir su arma en contra de lo desconocido. Ya no contaba con el poder mágico ni la autonomía para hacerlo, por lo que dedujo que sería tiempo para abrir los ojos por sí mismo.

 

No transcurrió demasiado para que un elfo con cara de pocos amigos (o quizás, ninguno) abriese la imponente puerta y le preguntase qué se le ofrecía de una manera tan poco cortés que Jank agradeció no estar en Inglaterra.

 

— Busco a Leah — respondió, frunciendo el entrecejo — ¿Aún vive aquí?

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Londres tenía la característica de ser una ciudad fría, lluviosa y algo aburrida por las tonalidades grises haciendo contraste con los edificios cargados de historia e importancia. Pero en Rumania las cosas eran diferentes, sobre todo en aquella época del año, donde las temperaturas bajaban a un punto capaz de estremecer a la persona más fuerte y provocarle estar en casa todo el día. Por lo tanto, los patriarcas estaban en el castillo todo el día, ajenos a sus obligaciones por vacaciones y disfrutando de un ambiente familiar que hacía mucho tiempo no tenían. Sin embargo, aquél día había sido particularmente silencioso.

 

Zack, en su mundo, debía estar en alguna habitación con Liam mientras que su esposa seguía en la Torre Negra de la Fortaleza Oscura junto con Beltis, su suegra, atendiendo asuntos del bando. Lyra estaba en el castillo también, con sus hijos seguramente, pero había decidido dejarle un tiempo a solas con ellos para que arreglaran sus asuntos personales. Así que estaba sola en su estudio, con los pies cruzados sobre el escritorio de caoba y envuelta en una elegante ropa de invierno que hacía su natural calor corporal lo bastante alto para impedir que sintiera frío. En sus manos estaba la edición matutina del diario "El Profeta", el cual evitaba que su expresión estuviera a la vista.

 

Leía un artículo algo insignificante sobre las manchas en la ropa y la poción de una bruja loca que se ganaba la vida vendiendo brebajes para las amas de casa. Así que cuando el Squib tocó la puerta y se adentró en la sala, lo miró por encima del pergamino con un aburrimiento casi abrumador. El hombre estaba muertio de frío en su uniforme a pesar de que le habían permitido cambiar el chaleco por uno de lana, más abrigado que el de seda común, y tenía los labios algo azulados pero ella no pareció notarlo por encima de su expresión, que era de un terror total. Normalmente ella era quien los asustaba hasta ponerlos así de angustiados, por lo que una alarma se encendió en su cabeza.

 

—¿Sí?

 

Su voz sonaba tan normal que era imposible no envidiar su capacidad para obviar la helada ventisca que se colaba por las rendijas de las ventanas. El suéter que llevaba era verde, como sus ojos, aunque en una tonalidad que se asimilaba a las antiguas botellas de vino que reposaban en el bar al final del salón y de no ser porque su mirada afilada en medio de una expresión endurecida por la curiosidad repentina asustaba al Squib, éste habría pensado por un segundo más que casi parecía una mujer normal y corriente. Casi.

 

—La buscan, señora Ivashkov —empezó, tartamudeando un poco, pero corrigió la oración en cuanto vio que una de las rubias cejas de la demonio empezaba a arquearse—. Es un hombre, sé quién es porque lo he visto en varias ocasiones en el periódico. Jank Dayne es su nombre y está...

 

La oración quedó en el aire, ahogada por una inhalación muy drástica del hombre. Como si hubiera habido un resorte en el confortable sillón de la bruja, ésta se puso en pie dejando el diario a un lado y llegando hasta él en un abrir y cerrar de ojos. Toda la imagen tierna y adorable que había pasado por la cabeza del Squib se borró de inmediato. Estaba tranquila, tan tranquila que sintió miedo. Pero nada lo preparó para el siseo que se escapó de sus labios al hablar.

 

—Me estás diciendo que Jank Dayne está dentro de mi casa —como una serpiente hablando en perfecto inglés, así sonaba. La rubia esbozó una ligera sonrisa, mínima, que mostró por un instante una hilera de dientes blancos y relucientes—. ¿Es correcto?

 

—S-sí.

 

—Muy bien.

 

Sin pensarlo dos veces, sabiendo que tenían suficientes Squibs como para deshacerse de uno, la mujer llevó los dedos al interior de un bolsillo en su pantalón y antes de que Alan pudiera hacer algo, el pobre individuo que nada tenía que ver con la intromisión de Jank en sus terrenos, lanzó la maldición asesina directamente a su pecho. Cuando abrió la puerta, el peso del hombre resonó con un golpe seco que acompañó al cerrojo haciendo "click" tras su salida. La sala de la Ivashkov estaba unida al vestíbulo por un pequeño pasillo y vio a Dayne mucho antes de que éste la viera a ella. No había guardado la varita y no lo hizo mientras se aproximaba, atenta a cualquier movimiento en falso del odefo.

 

—Espero que tengas una razón bastante buena para atreverte a entrar a mi casa sin previa invitación —soltó, mirando de arriba a abajo al hombre. Siempre como un adolescente, carente de responsabilidad, todo reflejado en su ropa. Ladeó la cabeza—, ¿no?

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Al fin. El mortífago se encontraba frente a la verja que daba paso a los terrenos del Castillo Ivashkov. Había llegado con las maletas, llenas de todas sus pertenencias, y su elfo personal Shave que lo ayudaría a desempacar y acomodarse a su nuevo hogar. Pocos iban a entender lo que el vampiro hacía allí, él era una de esas personas. No sabía que es lo que había pasado pero ahora, una de las mujeres más reconocidas y renombradas dentro de la sociedad mágica, resultó ser su madre.

 

- Nuestro nuevo hogar, Shave.

 

Siseó con la mirada perdida en al oscuridad de la noche. Subió a la vereda, dando un paso adelante para tocar la verja, al mismo tiempo que su equipaje lo imitaba gracias al hechizo que les colocó. Se caercó a la estructura metálica y, apenas la tocó con sus finos dedos, fue absorvido por algún tipo de fuerza que lo llevó al terreno principal de la Mansión Ivashkov.

 

Temblaba. No era de frío por la fina lluvia que estaba cayendo si no por los sentimientos encontrados que estaba teniendo en ese mismo intante. No iba a poder ocultarlo ni negarlo. Tenía que hacerle frente a la situación e intentar hayar una explicación junto a su madre. Comenzó a caminar lentamente, seguido por su equipaje y su elfo, hasta llegar a la puerta. Llamó a la misma y esperó que fuera la misma Leah quien lo recibiera.

 

Ella ya había sido informada de la mudanza del Mago Oscuro al Castillo por lo que no iba a haber ningún problema con ese trámite.

 

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Editado por Emmet Haughton Gaunt

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Crazy Awards 2018:

7F1CpeC.gif "El Romeo"

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Aunque el roce de los dedos de Alexander fueron delicados al retirarle las manos, no pudo evitar un cosquillero nervioso al sentirlo, pero no se alejó, simplemente su cuerpo optó por ruborizarse un poco mientras él giraba. De sus manos obtuvo una hermosa cajita de cristal con dulces dentro, la tomó entre sus dedos con una gran sonrisa en los labios.

 

— Si, hay que practicar si uno quiere ser más rápido en este mundo lleno de lugares fantásticos por conocer.

 

Observó nuevamente su regalo y reparó en el detalle del botón de rosa, a ella le gustaban mucho las flores, casi de todo tipo. Escuchó con atención lo que comentaba su ex compañero de clases, sobre no haberse visto en algunos días, sobre la elegancia del castillo, era cierto que había tenido que usar un traslador para llegar hasta ella. Que dulce gesto, como siempre, Alexander se caracterizaba por ser un caballero en toda regla.

 

— Muchas gracias por el regalo, no era necesario —acotó agradecida—, pero vamos a disfrutar del castillo un poco más, creo que los jardines le van a gustar mucho más —le dijo con una sonrisa mientras adelantaba un par de pasos y lo conducía por uno de los pasillos laterales—, no estoy muy segura de quién se hizo cargo de la decoración, pero en cuanto lo sepa, le haré llegar sus cumplidos.

 

Fueron caminando por un pasillo dónde distintos cuadros con personajes diversos comenzaban a rumorear, si bien era cierto que ella vivía ahí, el joven pelirrojo que la acompañaba era su primera visita, y la segunda vez apenas, que dejaba sus aposentos. Hasta era de sorprenderse que conociera los jardines traseros, pero si, porque de su habitación podían verse con cierto esplendor.

 

Una vez afuera, una extensa laguna se podía ver a pocos metros, y en el fondo un sinfín de pinos que bordeaban la propiedad. El inicio del bosque que formaba parte de la propiedad, se acercó un poco al borde de la laguna y sacó su varita del bolsillo, con tal fuerza que golpeó el sombrero que aún llevaba puesto. ¡Se había olvidado sacárselo! ¡Vaya bobería! Trató de ocultar sus colores con el hechizo que a continuación hizo aparecer una manta en el césped lo suficientemente grande para que ambos pudieran estar cómodos, unos pastelillos dulces, unas empanaditas y una jarra con jugo de manzana.

 

Se parece mucho a la laguna de Aincrad, ¿verdad? —comentó divertida mientras se sacaba el sombrero y perdía su vista en el montón de agua— tomemos asiento para platicar un rato, ¿le parece? Prometo que aquí no vendrán animales a atacarlo.

 

Tomó asiento en la manta azul que había aparecido, y en seguida casi, el elfo doméstico volvió a aparecer, aunque en su rostro se veía la decepción de ver que casi no era necesaria su presencia.

 

— Si no le gusta el jugo de manzana, estoy segura de que él estaría encantado de ayudarle con eso —le comentó divertida mientras el elfo le mostraba una reverencia exagerada.

 

 

 

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Sonriò gentilmente al escucharla, era una señorita que siempre se esforzaba por todo o por lo menos eso siempre le habìa parecido, le alegro mucho que le gustara el regalo, èl no era muy original pero siempre le habìa gustado dar un presente aunque a veces aquello no le resultara muy facil, pero su mayor recomprensa era cuando podìa apreciar una sonrisa como la que mostraba a joven Maida.

 

-Seguramente seràn geniales, gracias por dejarme pasar – comentò divertido, para seguirle a direcciòn a los jardines, no se separò mucho despuès de todo no deseaba perderse por el castillo, se imaginaba terminando perdido con algùn cuadro hablando por horas, como le habìa pasado en su castillo unos dìas despuès de su llegada.

 

-Increible, pero es cierto se parece – respondiò mientras sus ojos parecìan brillar, era un lugar realmente encantador, se sorprendiò cuando escuchò el nombre de Aincrad, la verdad es que tenìa razòn se asemejaba mucho, pero por alguna razòn lo que tenìa de frente, ahora, parecìa mucho màs grandioso

 

jajaja estarè encantado de relajarme con usted, realmente parece como si estuvieramos en un picnic que genial – hablò con una sonrisa encantadora para acompañarla a su lado aunque cuando se sentò fijò su vista en el elfo que habìa llegado, de verdad que era un ser muy trabajador, recordaba a verlo visto con anterioridad

 

-jajaja puede relajarse – hablò al ver su reverencia, Alexander no era demasiado de formalidades, le habìa ensañado a ser educado, pero consideraba que hacìa su persona no eran importante ser formal - Pues… la verdad si me permite pedir algo, en vez de jugo de manzana se me antoja un poco de limonada – le pidiò amablemente, la verdad es que aquella fruta no le gustaba mucho, le agradaba màs lo citrico

 

pero cuenteme, ¿qué ha hecho despuès de salir de la escuela? ¿se ha encontrado con nuestros demàs compañeros? – preguntò curioso, la habia visto antes de entrar al ùltimo año y era ahora que se encontraba con ella despuès de haber terminado, sentìa interes de saber que habìa sucedido en esos momento.

 

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