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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Guardianes - Mascarada

 

Hacía tiempo que se había retirado de cualquier acontecimiento social que tuviera lugar en Ottery. Nunca había disfrutado especialmente de las charlas insustanciales y desde el momento en el que decidió que los vestidos bonitos no solo eran para las ocasiones festivas, estas se hicieron innecesarios.

 

Y ahí estaba, después de tanto tiempo cruzando el espacio que la separaba de la entrada del castillo Ivashkov. La máscara negra con detalles plateados cubría la parte superior de su cara, dejando solo visibles los dos grandes ojos grises que lejos de estar fijos en un punto, recorrían el entorno. No recordaba si había estado allí antes. ¿Tal vez alguna boda?

 

Alcanzó la puerta principal en el momento en que un elfo doméstico recibía a otros dos invitados que llegaban en ese momento. A pesar de haber controlado el disgusto que le ocasionaban esos seres, una mueca de asco se dibujó en su semblante y aprovechó el momento para colarse detrás de ellos y saltarse al sirviente. Había prescindido de la capa, así que tampoco tenía nada para entregarle.

 

El ambiente era elegante mirase hacia donde mirase. Recorrió un par de veces la sala principal, mirando por si reconocía a alguien con quien charlar o por lo menos al lado de quien ponerse, pero sin mucho éxito. Por su cabeza paso un par de veces la idea de dejar aquella fiesta, pero cada vez que lo hacía, sentía un pinchazo en el brazo, allí donde tenía el tatuaje de su bando, oculto bajo un hechizo mágico. Sabía que no era un dolor, real, solo la culpa que sentía por su descuido. No podía marcharse, estaba ahí como parte de su misión de guardiana, la cual había tenido descuidada durante demasiado tiempo. Como todas las demás misiones.

 

Llevaba cerca de 10 minutos en el salón cuando se percató que un hombre no paraba de mirarla desde una de las equinas del salón. La seguía con la mirada en sus paseos por la habitación y aunque tal vez hubiera debido sentirse halagada, lo único que fue capaz de sentir fue incomodidad. Lamentó haber optado por ese vestido que dejaba sus hombros al aire. Consiguió poner una copa en sus manos y volvió a la búsqueda de alguien con quien hablar.

 

No tardó en encontrar, e la otra punta del salón a una de sus compañeras de bando, con la cual había compartido más de una guardia. No la conocía lo suficiente para llamarla amiga, pero sin duda resultaría hasta desagradable no acercarse a charlar con ella. Pudo ver que no estaba sola, aunque no pudo reconocer a ninguno de los dos que estaban con ella.

 

- Buenas tardes – la más perfecta y ensayada sonrisa acompañando sus palabras. - ¿Acabáis de llegar?

 

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No te acostumbres. Y, para efectos prácticos, ¿tan aterrador soy que sientes la necesidad de huir? Vamos, señorita Yaxley, un simple mortal no debería ser problema.

 

Esbozó una leve sonrisa ante el comentario de Maida, con quién se había encontrado al entrar. Su persistencia en cuanto a recordar las repentinas desapariciones durante breves encuentros que habían sostenido le parecía gracioso. Una en el Parque de las Lamentaciones, otra en un museo, ¿el castillo de los Ivashkov sería el siguiente? Aún no lo sabía, pero se abstuvo de preguntarlo mientras era conducido hacia la Sala de Estar, donde había uno que otro invitado.

 

Debo admitir que estoy sorprendido. confesó el Black Lestrange, girando sobre sus talones para mirar aquí y allá hacia donde su acompañante le indicaba. Nuestro círculo social al parecer tiene un buen muy gusto por la decoración. Y por la ubicación, no niego que el bosque familiar de mi lugar de residencia es fenomenal, pero... se encogió ligeramente de hombros, ante el intento de comparación. A decir verdad no me molestaría vagar por el de la familia Ivashkov.

 

Le parecía un tanto jocoso el hecho de hablar en clave con Maida, sobre todo considerando que había sido muy cauto en cuanto a quienes les hablaba de su preferencia de bando, cuya lista se encontraba vacía: Nadie tenía idea, más que aquellos miembros que ya pertenecían a dicha entidad. Al haberla conocido en cierto local de Diagón, jamás habría imaginado que terminarían en un mismo lugar, ya no digamos, el mismo lado.

 

Sin tener tiempo para emitir palabra alguna, se limitó a observar a su acompañante, quien se había dirigido a una de las invitadas, quien parecía no tener mucho tiempo de haber arribado, como la mayoría en aquel recinto. El detalle floral en el costado del antifaz de la mujer le parecía curioso a Aldrich, quién lo veía como lo más normal dentro de tanta extravagancia. Y eso sólo contando la suya. Asintió ligeramente con la cabeza a manera de saludo, susurrando un Buenas noches más formal que nada, pues no tenía el gusto de conocer a quien Maida había saludado.

 

Se podría decir que hemos arribado a la par. respondió el mago, volviéndose ante una voz que acababa de anunciarse. Los detalles plateados de la máscara le habían llamado la atención. Aunque ella señaló a Maida con la cabeza se me ha adelantado, lo cual me ha tomado por sorpresa.

 

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-¿Y... qué tal?- Preguntó Leah desde el otro lado de la habitación.

 

-Todo bien. Ya sabes la reputación que tiene. Se esfuerza bastante para que todo salga como debe ser. Tiene varios proyectos en mente. De hecho hemos discutido mucho sobre el futuro del escuadrón- Respondió el castaño mientras revolvía los trajes colgados en su armario. Hablaba en voz alta para que su prima pudiera oírle. De pronto la escucha acercarse y se da media vuelta para mostrarle un atuendo que captó su atención.

 

-Tú sabes a qué me refiero- Dijo Leah enarcando una ceja, lo cual provoca una carcajada en el vampiro. Este último eleva la mirada mientras suspira y antes de que pueda hablar recibe un nuevo comentario. -Espero que cuando venga esta noche se diviertan- agregó al tiempo que le arrebataba el traje de las manos y barrió con la mirada su torso desnudo hasta detenerse en el bulto de su ropa interior. Zack sonrió con cierto rubor en sus mejillas.

 

-Me conoces. Está claro que le tengo el ojo desde hace días. Pasar tanto tiempo juntos se ha vuelto... Interesante - Respondió mientras le daba la espalda a su prima una vez más. -Además, el hecho de que tanto él como yo tengamos historias con Gatiux me pone creativo. No paro de imaginar un encuentro entre los tres - a esas alturas, para muy pocos era un secreto que durante sus jornadas laborales en San Mungo Zack se divertía a escondidas con la compañía de su jefa -Pero antes debo tantear el terreno yo sólo- afirmó mirando por encima del hombro con una sonrisa traviesa.

 

-Me pregunto si habrá alguien a quien no le tengas ganas- Dijo en tono de broma mientras acariciaba​ la tela en sus manos. -En algo nos tenemos que parecer, Leah. Compartimos mucho más que la sangre - Respondió el menor de los parientes mientras se colocaba una camisa violeta de mangas largas. -¿Qué tal ésta?- preguntó al tiempo que unía la fila de botones. -No me gusta- agregó la fémina en reproche por el comentario anterior.

 

-Deja la envidia. Nadie te mandó a casarte tan temprano- Dijo pasando al costado y tropezando su hombro. Nunca se cansaría de recordarle sus viejos tiempos, aquellos que tanto disfrutó antes de comprometerse con la líder Mortífaga. Si bien respetaba y apoyaba dicha unión, le gustaba más cuando ambos compartían ese interés por conocer y explorar los cuerpos de las brujas y magos más atractivos de Ottery. Una lástima.

 

-Basta. Y date prisa que la gente está por llegar- Lanzó el traje a la cama y sólo por molestar, el Patriarca le guiñó un ojo. Gesto que acompañó con un beso. Le tenía cariño. Justamente por ese motivo no podía dejar de fastidiarla. Era una misión mucho más seria que cualquiera asignada por el bando.

 

Al cabo de unos minutos, Zack terminó de complementar su vestimenta con una máscara plateada y dorada que se adapta a perfectamente a sus facciones sin necesidad de un soporte adicional. Le tendió un brazo a su prima esperando que juntos bajaran a encontrarse con los invitados. No organizaban fiestas a menudo por lo cual debían lucirse aquella noche.

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Guardianes — Mascarada

 

¿Aterrador tú? —le sonrió bastante ampliamente mientras caminaban— Vamos, humano aterrador, te prometo que si aparecen por aquí los patriarcas, le pediré permiso para volver a recorrer los pasillos y te mostraré cosas fascinantes del lugar. ¡Incluso si tienes suerte, puedo compartirte alguna que otra historia!

 

Ya en compañía de Amelie, quién parecía muy atenta a la puerta, se les acercó una tercera bruja. Una que francamente le quitaría el aliento a cualquiera, para no variar sus costumbres, Maida logró sentirse como una adolescente que puja por parecer mayor, más mujer. Fracasando estrepitosamente, no como aquellas que tenían la feminidad a flor de piel en sus actitud, sin darse cuenta incluso, se había mordido el labio inferior.

 

Lo que dijo él, cosa curiosa, yo he llegado antes que él —le sonrió deshaciendo el mohín de sus labios y se separó del brazo de Aldrich unos segundos para darle dos besos en cada mejilla—. Lamento no reconocerte del todo, sospecho que ya hemos compartido días juntas.

 

A lo mejor de sus tiempos de aspirantes, o del viajecito de fin de año en el tiempo. Aunque era mejor no recordar aquello, y las circunstancias de la velada le permitieron ignorar un poco el asunto. Por las escaleras principales bajaban los primos Ivashkov, los patriarcas de la familia. Maida buscó con la mirada la líder mortífaga, pero no parecía estar por esos lares. Menos mal, era menos gente frente a la que hacer el ridíc.ulo si metía la pata. Volvió a enlazar su brazo al del aspirante y le apretó el músculo.

 

Ahí está mi tía, le preguntaré acerca del paseo que podríamos dar en el castillo.

 

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Bueno, nunca se puede descartar la posibilidad. Digo, hay humanos cuya reputación les precede. concedió el joven con una leve sonrisa. Si bien no se empeñaba en ser lo que uno llamaría aterrador, prefería ser más cauto, enigmático. Sus pensamientos divagaban hacia sus más recientes experiencias. Esperemos que la suerte esté de nuestra parte.

 

El encuentro con algunos de los invitados parecía romper el hielo, al menos para Aldrich, quién estaba disfrutando de lo lindo. No había tenido la oportunidad de conocer a más integrantes de aquel círculo social al que se refería Maida. El círculo dorado, como le gustaba referirse a la Marca en público, o al menos como planeaba hacerlo, ya que no era lo suficientemente tonto como para hablar de ello con la primera persona que se plantara frente a él.

 

Creo que nos nos han presentado se dirigió a la dos jóvenes a las que la señorita Yaxley parecía conocer de más tiempo Mi nombre es Eobard Aldrich Black Lestrange. concluyó, dedicando una leve inclinación de cabeza.

 

Aunque no tuvo tiempo de esperar una respuesta, girando su mirada hacia donde todos lo hacían. Dos personas descendían galantemente por la escalinata, haciendo que los murmullos cesaran de poco a poco. Las presentaciones no habrían sido necesarias, pues el castaño podía casi apostar su antifaz a que se trataba de los patriarcas de la familia. Los Ivashkov. El círculo dorado se ampliaba cada vez más, y esperaba que fuera una oportunidad para estrechar sus lazos sociales.

 

Con gusto. Pero antes de eso, no me molestaría un bocadillo.

 

Sonrió burlón ante su propio comentario. Un paseo por aquellos pasillos y habitaciones le parecía la mejor de las ideas. Siempre juzgaba el buen gusto de una persona a través de los detalles en sus edificaciones, ámbito en el que la familia Ivashkov no lo había decepcionado.

 

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— ¡Ay, perdona! —dijo cuanto escuchó que Eobard tuvo que presentarse a sí mismo— Tengo los modales de una troglodita a veces, demasiado tiempo con tío Orión y Nathaniel.

 

Sonrió a modo de disculpa, y soltó el brazo de Eobard, para no seguirlo incomodando ni nada que se le parezca. A pesar de la inexplicable confianza que sentía cada que vez que se encontraba con el Black Lestrange, no pretendía someterlo a ninguna circunstancia incómoda. Esperaba que pronto se les unieran más personas. Caso contrario, podría interpretarse como una grosería que ambos abandonaran la sala para escabullirse en los pasillos del Castillo.

 

De hecho, Maida se sorprendió a sí misma pensando en cómo respondería su amigo al conocer que en esas mismas paredes ella había pasado los primeros meses de su vida en Inglaterra. Y si era capaz de contarle su historia completa. Aquella que poco a poco de tanto ocultarla, comenzaba a desvanecerse en su línea de tiempo.

 

— ¿Bocadillo? —preguntó estirando un poco el cuello para observar alrededor. No encontró nada. Decidió hacer algo que seguramente la delataría un poco, pero no le importaba, quería complacer a su invitado—. ¡Mushu! —llamó alzando un poco la voz.

 

Segundos más tarde, un elfo doméstico apareció ante ellos haciendo reverencias a cada uno. Finalmente, posó sus saltones ojos en Maida, quién le sonrió como si viera a un viejo amigo. Con eso de que en la Manor los elfos domésticos estaban prohibidos por los entes del lugar. Le había pedido a su elfo doméstico que se quedara rezagado, en su vieja habitación, a la espera de noticias de...ella. Se aclaró la garganta para desenredar la madeja de pensamientos que comenzaban a opacarle la mirada.

 

— Mushu, sé amable y traénos algunos panecillos, copas de vino para brindar o saladito —pidió.

 

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Jefe de Guardianes.

 

Sí, aquello sonaba bien.

 

Nathaniel Malfoy acudía a su primera fiesta o celebración pública en un castillo emblemático: el Ivashkov. Sitio caracterizado por sus increíbles magos y brujas, ostentaba uno de los lugares más privilegiados en el mundo mágico, así como del lujo que derrochaba en cualquiera de sus inmediaciones; los terrenos circundantes, las fuentes, los animales que rodeaban la casa... Una envidia.

 

El profesor de Hogwarts acudía solo a la Mascarada, aunque era bien cierto que había quedado de verse con compañeros y amigos.

 

Tras un primer mes un tanto burocrático y liado en el tema de asumir la potestad de uno de los escuadrones más difíciles del bastión, se estaba adaptando. Alisó las solapas de la chaqueta del traje que portaba. Azul marino, perfectamente conjuntado con una camisa blanca con una sola y delgada línea paralela a los botones blancos marfil. El cinturón negro hacía juego con los zapatos, que brillaban con el roce de los rayos del sol. La pajarita gustaba de motivos blancos y también de la misma tonalidad que el traje y, para finalizar, un pañuelo blanco con puntos rojos.

 

En su cara, la máscara de color escarlata y dorada. No había mucho buen gusto en aquella última elección pero no había gozado del tiempo suficiente para hacerse con una compra decente.

 

- ¿Dónde puedo encontrar a Zack? ¿Y a Leah? -

 

Ya había cruzado el umbral de la puerta si bien justo se había abierto. Le hicieron señas hacia una dirección, pero se hacía difícil distinguir a sus compañeros con los que día tras día tenía mejor relación -- dado que todo el mundo iba bien vestido y tapado por máscaras -- y de aquello se alegraba enormemente.

 

Se hizo con una copa de vino blanco y se dejó apoyar en una de las mesas altas. Ya lo encontrarían.

 

 

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¿Envidia?

La rubia torció una sonrisa pero no dijo nada más, sabía que Zack era consciente del por qué de su decisión y, más importante todavía, de que no sentía envidia alguna. Si bien ellos dos se habían encargado de degustar a todo mago y bruja digno en Londres, ella se le había ido adelante por mucho. Pero no entraría en detalles, mucho menos cuando tenían que bajar a recibir a los invitados y demostrarles por qué ostentaban el título de la mejor familia Mortífaga. Cerró la mano entorno al brazo fornido de su primo tras poner su propia máscara, dorada, sobre sus facciones altivas y juntos descendieron por la escalinata de madera rumbo al salón de baile.

Mientras que Zack portaba un traje elegante que lo hacía resaltar entre los demás como un hombre excepcional, Leah le hacía justicia a su lado en un vestido de gala blanco tan hermoso como la mismísima decoración del castillo. Ninguno había reparado en gastos e incluso los Squibs, sirvientes de la familia reemplazando a los deshonrosos elfos domésticos, parecían salido de un catálogo de la revista Corazón de Bruja. Tan pronto llegaron a la fiesta, uno de los sirvientes llevó un par de copas de champaña a los patriarcas que, a pesar de portar máscaras, no podían pasar desapercibidos. La mujer besó la mejilla de su primo, dejando la sombra de su rojo labial en su piel, y lo dejó solo un momento mientras se acercaba a Maida quien le había hecho un gesto disimulado.

-Sobrina -adivinó, mirando con aprobación su atuendo-. ¿En qué puedo servirte? Uhm, a ti te he visto antes, me parece.

Sus ojos se posaron en el acompañante de la muchacha y con un atrevimiento demasiado sensual para lo que pretendía en realidad, puesto que solo quería ver el rostro del chico, se acercó para retirar un poco su máscara. Cosas de demonios. Sonrió.

-Por supuesto, Eobard -su único estudiante en la clase de duelos-. Me alegra ver que sabes con quién relacionarte -colocó la máscara en su lugar y volvió la atención a su sobrina, asintiendo-. No deberías preguntar lo que puedes hacer aquí, pero lo perdono por ser una ocasión especial. Muéstrale lo que quieras a excepción del invernadero de Tauro, por obvias razones.

Hizo un ademán de brindar por los dos y justo cuando acabó de dar el primer sorbo, una de las sirvientas sin magia susurró algo a su oído, lo que hizo que la Warlock llevara los ojos a una esquina del salón. La máscara no ayudaba a algunos, ciertamente. Se disculpó con los chicos y despidió a la Squib con un gesto de desprecio, yendo hacia el individuo que esperaba en solitario como si no quisiera participar de la fiesta. Ladeó la cabeza al llegar y le lanzó una mirada de incomprensión, posterior a una fugaz vacilación heterosexual que la hizo apreciar su vestimenta como lo había hecho con Zack.

-¿Qué haces aquí solo, Malfoy? -preguntó a Nathaniel-. Tuviste que considerar la idea de teñirte el cabello para la ocasión, la máscara es tan inútil como ocultar el humo de una fogata. Y tomando en cuenta que tienes el incendio en la cabeza... -se sentó a su lado y cruzó las largas piernas con elegancia-. Te ves bien, he de admitir.


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Admito que siempre es un gusto poder presentarme ante otras personas. Incluso si después intentan matarme.

 

Sentenció el Black Lestrange, observando al elfo poner pies en polvorosa para poder cumplir con el pedido. ¿Sería un elfo personal de Maida? Era probable, pues aquellas criaturas tenían una especie de lazo con algunos de sus dueños. Algo así como el que Horace mantenía con el castaño.

 

Más y más personas acudían a la cita, que parecía estar destinada a rememorarse por bastante tiempo. La idea de escaparse por un ratito le parecía tentadora. No porque no le gustara relacionarse con las personas, sino porque en lo personal consideraba una caminata a la luz de la luna como una excelente oportunidad para despejar su mente. Ya no digamos, permitir que su estómago hiciese digestión tras haber consumido algún bocadillo y una que otra bebida.

 

No obstante, sus cavilaciones parecieron interrumpidas ante la llegada de la tía de su acompañante, quién no hizo reparo en saludar a su familiar, ocasionando que el joven les diera algo de espacio, pues quizá de esa forma se sentía el resto cuando él se encontraba con algún miembro de la Black Lestrange, ya sea fuera de la mansión o en algún local de Diagon.

 

Procuro encontrarme en el lugar indicado, a la hora correcta. comentó, después de permitir que la anfitriona observara sus facciones bajo el antifaz. Sabía que en el fondo no tenía mucho caso, pues su rostro era más bien su verdadera máscara. Su trayectoria dentro de la Marca apenas comenzaba, pero estaba seguro de que el camino valía mucho la pena.

 

Era la mejor de las causas y, para alguien que generalmente se preocupaba por su bienestar más que por el del resto, le atraía el defender dichos ideales. Con todo, no evito sentir curiosidad acerca de la facilidad con la que había sido descubierto. Pero era de esperarse, al menos si se trataba de una de sus más recientes mentoras de Duelo en Hogwarts, por lo que asintió al escuchar su breve conversación con Maida.

 

Ya escuchaste a tu tía... Te sigo. rió, pasando una mano sobre su cabello para disimular. Era evidente que, como en toda morada, había zonas de acceso restringido, o terminantemente prohibido, como al parecer era el caso de aquel invernadero. ¿La razón? No le interesaba de momento, simplemente había que respetar las razones para ello. Pero, antes, mi bocadillo.

 

Bromeó, estirando el cuello en busca del elfo, el cual ya se acercaba con una bandeja de plata, donde yacían algunos canapés.

 

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La opulencia con la que se vestía mayoría de mortífagos e integrantes de las familias que usualmente frecuentaba Maida, era algo a lo que aún no se acostumbraba del todo. Cierto era que había cambiado muchísimo su forma de vestirse en cuanto a reuniones de este tipo se trataban y aunque podía apreciar frente a un espejo que no se veía del todo mal, a ratos, hubiera preferido usar una de sus viejas túnicas anchas y andar descalza por el mundo. Si, todo eso se le había cruzado por la cabeza mientras su tía se acercaba a ellos para saludarlos, y distinguir en Eobard, a su alumno. Una grata sorpresa, ciertamente.

 

— Una ocasión especial sin duda alguna, el castillo sigue estando fabuloso —comentó sonriéndole. Volvió a dirigirle la vista a Eobard y asintió con la cabeza lentamente—. ¿Me sigues? ¡Qué chico tan aventurero! —bromeó al tiempo que Leah se disculpaba con el ligero grupo y se apartaba.

 

Fue entonces, que la curiosidad mató al gato. O a Maida. Su tía, se acercaba presurosa a un hombre que tenía la cabellera encendida, que era invitado a una reunión mortífaga, y que obviamente era un Malfoy, el único oscuro con esas características: el mismísimo Nathaniel en persona, y con una máscara bastante fuera de contexto si se veía el atuendo general. La bruja se mordió el labio inferior, como una manera física de reprimir las ganas que tenía de ir a exigirle alguna que otra explicación.

 

Era una de las pocas veces que sentía su sangre bullir dentro de sus venas, de hecho, si sus ojos fueran varitas, el Malfoy habría caído con una maldición asesina. Exhaló pesadamente y se obligó a prestarle atención al elfo doméstico que traía bocadillos para ellos.

 

Toma la bandeja entera —solicitó a su acompañante—, puede que el paseo sea largo, no quisiera que te dé hambre en medio del recorrido.

 

Bueno, si él tenía sus temas sin explicar, ella podía hacer exactamente lo mismo. Frenó el paso de uno de los sirvientes y arrebató una de las botellas de champagne que llevaba, con dos copas.

 

Nos vemos luego, chicas —se despidió con una sonrisa bastante forzada, nada la ebullición de emociones que recorrían su cuerpo en ese instante—.

 

Se apartó del grupo, consciente de que Eobard la seguía y caminó cruzando la sala hasta volver al recibidor. Respiró pesadamente y continuó, ignorando las escaleras principales por las que habían bajado Zack y Leah. Luego de unos casi cinco minutos encontró las escaleras posteriores, dónde ya no se podía oír la bulla producida por el gentío.

 

— Verás, aquí hay una habitación que me gustaría que conocieras —comentó mientras subían a la segunda planta y se adentraba a uno de los pasillos laterales. Tocó las paredes de piedra a medida que se acercaba a una puerta en especial, sabía que la cerradura estaría echada, pero aún así lo intentó—, aquí dormía mi madre —sin pensarlo demasiado, exhaló, y cruzó con la vista el pasillo—, y ahí, dormía yo.

 

Movió los bocadillos en la bandeja que sostenía el aspirante y colocó la botella en medio, con ambas copas. Blandió la varita sobre la cerradura y de pronto, ahí estaba, la puerta abierta dejándole ver lo que había dejado atrás hace algunos meses.

 

Te presento a Maida Ivashkov —dijo mientras lo invitaba a entrar.

 

La habitación estaba exactamente igual a como la había dejado, seguramente obra de su elfo doméstico. Sin dudarlo se acercó a una de las mesitas de noche y de uno de los cajones, extrajo su pasaporte. En una de las esquinas, descansaba una gata blanca, una que se había instalado ahí el mismo día que ella partió rumbo a la mansión Black. El cuarto era bastante austero, las paredes de piedra, al igual que en todo el recinto predominaban. Lo más resaltante podía ser el colgador de sombreros que estaban a un lado de la puerta del baño. Y las ventanas amplias que dejaban que la luz de la luna se colara aquella noche.

 

Se acercó a ellas para apoyarse en el borde, y contemplar como el jardín de la mansión hacía que se mezclaran las luces de la reunión con la pálida luz de la noche.

 

— ¿Brindamos porque una vez más tu apellido brindará honor y orgullo al camino oscuro? —sugirió entonces para espabilar un poco sus pensamientos.

 

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