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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Romina Evans Targaryen

 

Al parecer todo estaba llegando a su fin o eso es lo que se notaba ya que la mayoría había muerto o estaban heridos y seguramente tendrían que curarse. Se acerco hasta donde estaban Mei y Hank y no pudo evitar reírse un poco al verlos colgados de cabeza, después de todo aunque no era un buen momento para reírse tenía que verle el lado divertido a las cosas y sin duda alguna ese lo era o al menos para ella. — Liberacorpus—dijo apuntando con su varita a Hank, haciendo que su cuerpo volviera a su posición original, con los pies en el suelo—. Liberacorpus— repitió el mismo efecto, pero ahora se lo hacía a Mei para que en ese mismo instante volviera a la normalidad.

 

No pudo evitar sonreír, al parecer todo había llegado a su fin y era la primera vez que la chica terminaba una de esas redadas.

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- ¡PLAFF!


Así sonó cuando cayó al suelo, con la cara en la gramilla. Le asintió a Romina en forma de agradecimiento, enderezó su espalda y limpió la camiseta de Rolling Stone (o lo que quedaba de ésta) con la mano.


El sol le pegaba en la cara de frente a esas horas. Aunque en Rumania no se sintiera el calor como en otras partes del mundo, algo en él estaba totalmente descongelado. Habia descubierto un misterio murmurado por muchos durante las últimas semanas, y a la vez, desencadenado una serie de preguntas personales que tardaría en descifrar. Por el momento, le quedaba girar sobre sus talones y admirar el palacio donde se hallaba. Aunque el tornado provocado por él había destruido muchas ventanas y destrozado las fuentes a su paso, se podía seguir apreciando la belleza del sitio. Sin duda, regresaría.


Se acercó sigilosamente hacia donde estaba el cadáver de Leah, encima de unos escombros y con una gran quemadura sobre sus pechos calcinados. Tenía la máscara, pero podía reconocerla. Era su esecencia, su vitalidad. Sabía que era un alma descarriada, que hasta quizá tuviese su alma dividida en objetos, y aún así podía recordarla como alguien relevante. Fue por eso que metió entre su melena una nota escrita por su vuelapluma escondida sobre uno de sus pergaminos de emergencia.


"Coffe Artist mañana, o cuando sea que te curen. Llega al Retratero, te esperará la elfina"


Sólo Leah entendería el lugar exacto. Y si así era, podría tachar otro nombre en la lista.


- Bien, hora de irnos. Ya no hay más misterios; los Ivashkov, protegidos por mortífagos - les dijo a sus compañeras, Mei y Romina, tomándolas de los brazos y pasándole por encima al cuerpo casi morado de Zack. El traslador no quedaba muy lejos, por lo que saliendo del castillo, se perdieron entre las hierbas para pronto aparecer en las finas y tradicionales calles de Ottery, con el compás de victoria que se merecían.


OFF:


Saldos negociados entre Zack por parte de la Marca Tenebrosa y por mi representando a la Orden del Fénix.


Mortífagos


Muertos: Zack y Leah

Heridos de gravedad: Juv


Orden del Fénix


Muertos: Lisa

Ilesos: Mei, Romina y Hank


Victoria de La Orden, me atrevo a decir. ¡Buena batalla! Salu2 :P

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― Oh, pero qué ternura.

Había llegado tarde, eso era obvio, el cuerpo inerte le indicaba que una vez más se le hacia imposible participar en la matanza usual del bando, ¿hasta cuándo? Pues ni siquiera ella estaba segura, escapaba de sus manos ese conocimiento y aún así... arrugó la nota en sus manos, incendiandola poco después, Leah no iba a asistir a ninguna cita dónde su vida peligrara o, peor aún, su estado sentimental. Eso podría jurarlo sobre la tumba de Merlín.

Se agachó por completo, acunando la cabeza de la Ivashkov, recitando poco a poco los hechizos sanadores, era la primera vez que se atrevía a pisar el castillo, en lo más profundo de su ser esperaba que ella no lo viera como una intromisión a su pasado, sólo necesitaba saber de ella, siempre la necesitaba. Y trató de contener el dolor al saberla muerta bajo sus brazos, se sentía igual como aquella vez, descansó su frente sobre la de ella esperando por el primer halo de vida, respira condenada.

― En verdad te digo que si Nathael no existiera, poco me importaría entregarme plenamente a ti ― dijo casi sin aire, embargada por los hechizos y por esa extraña conexión que se manifestaba cerca de la Atkins ―. Claro, Oniria sería un problema también, así que mejor dejamos las cosas como están, ya somos lo suficientemente bizarras. Y ni hablemos de posesivas, en eso se nos va la vida.

Se atrevió a besarla antes de que esta se dignara a abrir los ojos, ya resultaba una costumbre hacerlo y en momentos como ese mucho más, fue inevitable que sonriera, aún más contener el descaro de su mirada al pasearse por la anatomía de la rubia.

― Creo que te harían bien unos cuantos masajes... ― su mano acariciaba trémulamente su voluptuosa cabellera, descendiendo con lentitud―, ya sabes, necesitas recuperar fuerzas.

Volvió a besarla, esta vez con un tanto más de emoción, alzandose junto a la demonio y comenzando a caminar hacia el castillo Ivashkov, había llegado el momento de conocerlo.

― Vamos, preciosa, es momento de que me muestres mi nuevo hogar y a tu cuerpo en el proceso. ― esperaba que caminar no le resultara una proeza a la condenada, aunque podría conformarse con la habitación de Leah, el resto podría conocerlo por sí sola ― Me gusta el servicio completo, ya sabes.

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En su mente continuaban apareciendo las imágenes de los últimos acontecimientos, que tuvieron lugar en su más reciente encuentro con Zack. Comprendía que tarde que temprano tendrían que verse para saber que iba a ser de su relación como amigos y socios en un futuro cercano, por lo que la entrada de una lechuza por la ventana de su habitación, poco o nada la sorprendió. Tal y como lo esperaba, era una carta del vampiro, en la cual le pedía que acudiera a visitarlo a su nuevo castillo lo antes posible, porque tenían algunos asuntos que atender y ella, no solía evadir sus pendientes.

Meditando las posibilidades que tenía de posponer un poco más aquella visita, negó lentamente al darse cuenta que no podía hacerlo, por lo que simplemente se levantó de la cama y se encaminó hasta su vestidor, del cual tomó la vestimenta que hasta hacía algunos meses se podía considerar como la típica en ella, un vestido negro con un pronunciado escote en la espalda y el pecho, mientras que el largo era más arriba de sus rodillas, a juego con unas zapatillas del mismo tono, dándole unos cuantos centímetros más de altura y para finalizar, sus rubios rizos caían sobre sus hombros y espalda.

Al verse en el espejo, se sentía extraña y a la vez un poco desconocida, porque en su afán por dejar atrás parte de su vida, su atuendo había cambiado por completo desde hacía algunos meses, pero sabía que lo mejor que podía hacer para asegurar una reunión pacífica con su socio, era intentar ser la que había sido alguna vez. Comprendía que quizás eso fuese complicado, pero al menos lo intentaría, y eso le serviría para sacar de su mente todos los pensamientos negativos que habían ido apareciendo en su mente en los segundos anteriores.

Era hora departir, por lo cual simplemente dio un medio giro para desaparecer envuelta en una fina capa de humo negro, reapareciendo segundos después a las afueras de una enorme edificación, la cual poseía unan verja que por lo que comprendió, debía tocar antes de poder ingresar. Pensando un par de segundos, tomó una inhalación y tomó entre sus dedos la pequeña cadena, para sentir un pequeño vértigo, lo que le indicó que estaba siendo trasladada a otro sitio, completamente diferente y eso lo pudo comprobar al abrir los ojos. Observó con detenimiento el lugar y comprobó que no se encontraba en Londres, estaba en otro país.

—Hagan saber a Zack que estoy aquí. —sentenció al pequeño elfo que la recibió en la verja, para después permitirle traspasarla y comenzar a guiarla por los terrenos del antiguo castillo ubicado en Noruega.

Estaba un poco nerviosa, pero eso no era algo que iba a permitir se notara en sus acciones y mucho menos en su andar, por lo que inhaló y exhaló, para recuperar la calma y una vez que lo logró, permitió que la criatura mágica la guiará por cada uno de los corredores y caminos que ofrecía la edificación. No prestó demasiada atención a la belleza de la decoración, porque si todo salía bien, ya tendría otra oportunidad de disfrutarlo, lo importante por el momento era saber cómo sería su relación con el vampiro de ahora en adelante.

—Zack... que gusto volver a verte —soltó a modo de saludo, para hacer notar su presencia—, espero que podamos hablar en un sitio completamente privado, donde nadie nos interrumpa. —añadió sin preámbulo alguno, sabía que ser directa era lo mejor.

Porque cada minuto que pasaba, solamente le generaba incertidumbre y necesitaba saber si todo estaba bien entre ellos, más allá del bando al que pertenecían, o de lo que ocurriera de manera externa a su relación.
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~Leah Atkins Ivashkov
―¿Uhm?
La cabeza de la rubia se fue hacia un lado sin que pudiera hacer nada al respecto y el latigazo le lastimó el cuello, logrando que abriera los ojos de una vez por todas. Mármol se movía de arriba hacia abajo continuamente... o al menos eso era lo que veía a medida que su borrosa mirada se hacía más clara. Efectivamente, era mármol saltando. Frunció el ceño, sin comprender qué era lo que pasaba y fue entonces cuando notó un pie moviéndose con firmeza sobre el mármol saltarín. Regresó el cuello a su posición original y se encontró con una barbilla que conocía bien.
Oh vamos, ¿tanto he bebido? ―parecía una broma, pero bien sabía que había sido otro el caso―. Hola, mi serpiente de pradera.
Mil y un recuerdos de la batalla llenaron su mente tan pronto empezó a acostumbrarse de nuevo a la vida, haciendo que un dolor de cabeza punzante se hiciera presente en lo más profundo de su cráneo. Ignoró el asunto lo mejor que pudo, recostando su mejilla en el pecho de su mejor amiga. Se habría sentido avergonzada de tratarse de otra persona, de eso no había duda, pero ella la había visto en suficientes situaciones como para que sintiera siquiera un poco de pena. No, se encontraba más bien cómoda.
Aquí a la derecha, sube al primer piso y sigue recto por el pasillo hasta la primera puerta.
De haberse tratado del castillo Atkins, seguramente no habría necesitado dar indicaciones. Estaba segura de que la vampiro conocía mejor su castillo que ella misma, era parte de él como un cuadro más. No obstante, la familia Ivashkov y su enorme residencia en Transilvania eran desconocidas para la castaña, al igual que su habitación. Se acomodó incluso más en su transporte y suspiró al notar el ardor que había en su piel. La maldita de la líder fenixiana había vuelto a quemarla, hija de su madre.Incluso creyó haberse desconectado de nuevo por unos minutos hasta que sintió su cuerpo caer en la superfcie suave del colchón en su recámara, estaba aún un poco débil.
Le restó importancia al sentarse con las piernas cruzadas y mirar con los ojos entrecerrados a la Black Lestrange, mirándola recorrer el lugar. No era una habitación común. Ésta no la había tocado en lo más mínimo, conservaba los toques de la época antigua y no tenía la más mínima modificación al gusto de su madre; elegante, cuidado y muy recatado, oscuro por las paredes sin adornar y aún así brillante por la luz que se adentraba por las ventanas. Todo era de madera a excepción del suelo, que era de mármol al igual que en el resto del castillo y las sábanas y las ventanas eran rojas. Algo Atkins, algo Ivashkov.
¿Por qué has venido si sabías que hubo una batalla? No es conveniente que andes entrando a zonas rojas sin máscara, a menos que pretendas morir con nosotros otra vez ―rió―. Gracias por revivirme, empiezo a odiar a la idi.ota de la líder fenixiana.

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~Juliene Black Lestrange

 

― Quería verte.

 

Detuvo unos instantes su inspección a la habitación Ivashkov para mirarla a los ojos, transmitiendole la otra parte de aquella oración, la preocupación al saberla en peligro, el miedo a perderla una vez más, desvió la mirada, no podía andar con esas tonterías a tales alturas de sus vidas. Eran mortifagas, morir era parte de su día a día, bien que lo sabía, bufó, a veces simplemente no podía controlar sus acciones, menos con aquella mujer.

 

― Me gusta. ― admitió al fin ― Se respira historia, oscuridad y poder, eso más que nada, mucho poder. Creo que me quedaré aquí... ¿cuál decías que era tu habitación? ― bromeó, sonriendo ― Te ves fatal, compañera, yo pienso que esa fenixiana puede.estar algo frustrada... ¿sabías que iba a casarse o se casó? Estoy algo perdida con los chismes, demasiados viajes, pero si llegue a saberlo, yo quisiera asistir a la boda y dejarla una hermosa nota de felitación. ― había estado apretando el puño sin darse cuenta ― Una cosa es coquetearle a Cillian, otra es tocarte...

 

Hizo sonar su cuello para liberar el estress, era una sensación agradable, conocida, se cruzó de brazos, admirando la figura de la rubia frente a sí, había algo gracioso en sus encuentros, era una constante.

 

― ¿Por qué siempre que nos vemos hay una cama de por medio? ¿Intentas darme algún mensaje subliminal o algo? ― bromeó, tomando su lugar habitual en la cama, viendola ― ¿Es aquí cuando nos descontrolamos y comienzas a probar mi heterosexualidad?

 

Realmente le agradaba aquella habitación, el contraste más que nada, ni demasiado rojo incitante como en la Atkins, ni tanta oscuridad como en su habitación de la Black Lestrange, ni hablar de la elegancia y esa magia antigua que le cosquilleaba en la punta de sus dedos. Llevó las manos hacia su cabellera, amarrandola en una alta coleta, descubriendo su cuello e inclinandose hacía la rubia como en una especie de invitación, estaba loca.

 

― Porque me encantaría verte en tu fase vampirica, princesa.

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~Leah Atkins Ivashkov
―No suelo seguir la pista de sus vidas muggles, tengo la impresión de que no hacen más que comer alpiste y procrear, aunque parece que se le están acabando los buenos chicos. Antes podías divertirte al morphearles la ropa, ahora todos son escuálidos ―como si de verdad le gustaran los chicos.
Movió la cabeza en un regodeo infantil y calmó a la fiera con una sonrisa radiante, aplicándose a sí misma los hechizos necesarios para curarse por completo. Las quemaduras desaparecieron en cuanto recitó el segundo hechizo curativo y, por último, limpió la suciedad que había quedado en su piel pálida. Ahora estaba del todo bien, nada de qué preocuparse. Excepto el cabello. Tardó un poco en deshacerse de los nudos y casi se pierde en la conversación, aunque no fue particularmente difícil retomar la frase con respecto a los hechos. Rió.
Te das cuenta de que siempre termino en una cama por tu propia mano, ¿no? Yo estaba inconsciente y tú me has dejado aquí, tu subconsciente debe haber capatado mis curvas perfectas.
Sin embargo, dudaba mucho poder jugar con su heterosexualidad otra vez. Era una roca dura de roer, eso era un hecho. Sus esfuerzos habían sido más bien adolescentes ―si se tomaba en cuenta que el último había sido hacía unas semanas― y ahora estaba en una fase donde pretendía madurar y dejar sus cosas carnales para otras personas. Encontró una marca en su pierna y la halló lo suficientemente interesante como para no prestar atención a lo que hacía Juliene, hasta que la tuvo encima casi por completo.
Pestañeó un par de veces y miró el cuello de su interlocutora con un dejo de curiosidad. ¿Qué era lo que quería que hiciera con exactitud? Se preguntó si tenía ganas de que la besara o si realmente quería que le diera una mordida, tendría entonces que buscarse unos colmillos de juguete. Sonrió de medio lado y se deslizó por la cama con suavidad, haciendo algo que no era esperado por su mejor amiga. Colocó su cabeza sobre su hombro y la abrazó, cerrando los ojos para dejarse llevar por la paz del momento.
Me gusta que no entres a batallas, odiaba verte caer ―admitió, la verdad se percibía en el temblor de su tono―. Yo puedo hacerlo por ambas, nadie va a notarlo. Además, el hecho de que seas una inmortal moribunda le quita la gracia a todo, mi serpiente de pradera.
No todo era sexo, ¿no lo había dicho ella misma?
La echo de menos ―murmuró, refiriéndose a Oniria sin lugar a dudas. Suspiró, el sentimiento era demasiado para llevarlo con calma―. Parece que volverá pronto, eso debería ser suficiente. Lo es, pero me obligo a recordarlo.

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Touche.

Libido sexual apagado, ganas de molestar echadas al caño, podría odiarla, pero sabía bien que no lo haría, ya era imposible. La estrechó entre sus brazos con cierto aire maternal y de sobreprotección, no soportaba sentirla tan frágil, tan entregada a alguien... ¿no se suponía que era eso lo que había estado esperando durante dos siglos? Leah al fin había sentado cabeza, quizás nunca dejará de mostrarse accesible para otros pues era parte de su personalidad, pero ya no encontraba la misma diversión en el asunto y bien que podía notarlo. Estaba enamorada, era capaz de percibirlo, inevitablemente una parte de sí terminaba herida ante este hecho, ya no era sólo suya, ahora le pertenecía en gran parte a Oniria. La abrazó con más fuerza, anticipándose a una inminente separación, cuando la Haughton regresara sería el momento de dejarlas vivir su romance y distraerse con cualquier otra cosa.

― Es bueno escuchar eso ― aún con todo sonrió, era una buena noticia ―, comienza a hacerme falta ver tu habitación llena de papeles repletos de poesía, me da entretenimiento cuando andan de cariñosas, ya sabes.

Depositó un casto beso en la cabellera de la Atkins, volviendo a permitirle respirar, cerrando ocasionalmente los ojos para controlar la revolución interior que la noticia le había proporcionado, se alzó de la cama, sin dejar de sonreír un sólo instante, deslizando su andar hacia el balcón y sosteniendose con más fuerza de la necesaria a la baranda, quería gritar, pero no podía hacerlo. Estaría mostrándose como una rotunda egoísta y no iba a permitirlo, no iba a molestar el destino de Leah, muchísimo menos su felicidad con sus tonterías, inhaló con profundidad.

Y además si estaba volcando tantos sentimientos hacia ella... sabía lo que tenía que hacer, lo que significaba, negó, esa eran las grandes consecuencias de huir, siempre llegaría el momento de regresar.

― Debo ver a Nathael y lo más pronto posible. ― sentenció, girandose hacía la rubia, seguramente extrañada con su actitud ― ¿Cuándo dices que volverá la muñequita? Exijo esta habitación para mi uso, me gusta, bien pueden utilizar la de la Atkins, esta no ha sido maniatada y eso es lo que más me agrada.

Volvió a la cama junto a la Atkins, abrazandola con más emoción esta vez, realmente era una noticia excelente.

― Juro solemnemente abstenerme de aparecer en los momentos menos indicados, después de todo, siempre habrá más parejas que molestar. ― alzó su mano y la otra se alojó en su pecho ― ¿Es mía entonces?
Editado por Juliene Black Lestrange

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Estando en la cocina el vampiro podía sentir la presencia de cualquiera que estuviera en los límites del castillo. Su olfato detectó el arribo de una fémina a la que conocía bien, o al menos eso creyó hasta que descubrió una parte que lo desconcertó un poco. No pasó mucho tiempo hasta que uno de los elfos de servicio llegara a la cocina junto con Mía, quien vestía un vestido negro con un llamativo escote frontal. Seguramente la conversación que tendrían sería tan tensa como ninguna otra, debían tocar un tema muy delicado e importante.


– Un placer, Mía, como siempre –. Fue lo único que dijo antes de que se encaminara por un largo pasillo esperando que su acompañante le siguiera. El silencio en el castillo era extremadamente notorio, y no intercambiaron palabra alguna hasta que se adentraron en un enorme salón el cual Zack cerró mediante magia y bloqueó gracias a unos hechizos para impedir oídos indiscretos de cualquier visitante en el hogar. Ahí dentro les esperaban algunos muebles rodeando una pequeña mesa en la cual descansaba una bandeja con dos copas de whisky de fuego servidas.


Aclaró su garganta mientras maquinaba cuales serían las primeras palabras que le diría a la Black Lestrange. Sin duda le sorprendió cuando supo que luego de servir a la Marca Tenebrosa ahora se encontraba junto con la Orden del Fénix apoyando y cumpliendo sus ideales. Negó con su cabeza en señal de desaprobación aun cuando ninguno de los dos había hablado, no podía entenderlo, pero ella tendría sus razones.


– ¿Por qué? Nunca te imaginé como uno de ellos. Simplemente no me parece que encajes ahí –. Soltó con un tono de voz más grave de lo normal por todo el tiempo que estuvo en silencio. Sin duda alguna ella sabría a lo que él se refería, no tenía que explicarlo mucho. – No es que me debas explicaciones, sólo me gustaría entender tu punto, o tratar de hacerlo –. Algo le indicaba que podrían pasar toda la tarde debatiéndose y al final no llegarían a un acuerdo. Debían tener presente, a lo largo de toda la charla, la amistad que tenían desde hacía un tiempo.


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La noche era fría, ¿A quién le importaba que fuera Primavera?, cuando el sol desaparecía y la luna lo bañaba todo de plata, un viento gélido te calaba los huesos, pero a ella no le importaba, parada frente a una verja sin más, bastante pulcra para la pocilga que protegía, —Claramente no me esperaba esto, pero que más da— musitó a la nada misma, puesto que estaba sola. Su cuerpo cubierto por un enterizo negro, altas botas negras que no parecían tener fin, más lo tenían, cerca de sus rodillas, y una capa azul oscuro que con cada movimiento parecía desaparecer, pues su interior era tan negro como el firmamento que se imponía sobre su cabeza. Lo único que podía delatar su presencia en el lugar era aquella peculiar cabellera rojiza que siempre llevaba suelta, puesto que incluso la luz que cubría su rostro y protegía su identidad refulgía sin llamar la atención de nadie. Alzándose de hombros, desenvainó su varita y apuntando al cielo exclamó:

 

—Expecto Patronum— Concentrada en un recuerdo no muy lejano, de semanas atrás, notando como al pasear por los jardines del castillo Targaryen, Ámbar se soltaba de su agarre e intentaba correr en dirección a Viktor. Hasta el momento no hubo nada que la enterneciera tanto como eso, le llenó el alma ver como su hija crecía, y como el Atkins la apoyaba.

 

Cientos de hilos plateados formaron ante sus ojos a un hermoso e imponente Lobo albino adulto, no importaba cuanta magia tuviera, o cuando poder recibiera, sus raíces seguían siendo las mismas, y aunque intentase ocultarlo, era del Norte, y el Norte no se olvidaba. El mensaje era simple, se reunirían con ella frente a esa verja bien cuidada, qué, según informantes de buena fe, hacía la vez de traslador, y así llegarían a Transilvania, Rumania, a los terrenos Ivashkov.

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