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Libro de la Fortaleza — Grupo 2


Hades Ragnarok
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-Oh, vamos, déjalo ya. No seas ridícula, Potter Blue.

 

Catherine empezaba a perder la paciencia de veras. Tampoco era que fuese muy difícil hacerla perder la paciencia pero igual Gryffindor y su jefa (sorpresivamente) empezaban a llevarse las palmas. Pero la mujer ya había desaparecido y Gryffindor empezaba nuevamente con su discurso de honor.

 

-Sí, la mayoría ha querido retirarse Gryffindor -estalló por fin frente a la cháchara ridícula que empezaban a montarse entre él y la extranjera- y lo mismo va para ti, mocosa -señaló en dirección a la extranjera- ¿los van a juzgar por ello? ¿qué clase de reto es éste en primer lugar? -los ojos de Catherine llameaban con furia- ¿Qué clase de guerrera eres o qué pruebas est****as los hicieron pasar que encuentran honor en esto? No veo honor alguno en lanzarme sobre un grupo de gente que quiere matarme porque algún daño se le hizo, daño del que ni siquiera estoy enterada y encima sabiendo que para defenderme tendría que hacer algo por mi cuenta, que desestabilice su entorno.

 

Catherine sonrió y su sonrisa poseían una amargura que hablaba de recuerdos funestos y una diversión intensa y oscura. El brazalete en su muñeca quemaba.

 

>>No sé qué motivo te haya impulsado a venir aquí -señaló desestimando a la muchacha y dirigiéndose a su vez a Gryffindor-. En cuanto a ti, hay algo que no nos estás diciendo y no entiendo por qué pero ya va siendo hora de que lo vayas haciendo -luego, dijo a Ragnarok- y si no es él, entonces mejor que seas tu -volvió entonces la vista hacia Gryffindor para continuar-. Esa gente no es est****a, como tu al parecer, así que si quieres que enmendemos el error que aquí se cometió habrá que saber por qué demonios quieren matarnos ¿o acaso piensas que nadie ha notado que algo aquí no funciona como debería? No vengas a hablarme de honor cuando nos conduces mediante el engaño porque nos has traído aquí a un peligro mortal que no estabas esperando<<.

 

Soltó una carcajada. Su expresión sin embargo, era adusta y la risa no denotaba felicidad alguna si no una profunda contrariedad. Volvió entonces a dirigirse a la extranjera.

 

-Qué equivocada estás si piensas que ésto lo han preparado para el bien de tu formación -siguió, sin piedad, con un regusto malsano en la boca, ya algo más apaciguada aunque aun tenía mucho para decir-. El que aprendamos de esta experiencia al poner nuestras vidas en peligro es cosa distinta al hecho de que dicho aprendizaje devenga de la capacidad de quien tienes enfrente y la preparación que éste hizo para ti.

 

Se sentó sobre una de las rocas, con una rodilla en alto y su brazo apoyado sobre ésta.

 

-De aquí no me muevo hasta que brindes dicha pauta mínima y atrévete a moverme y verás. No voy a cometer la misma imprudencia, por demás inútil, que Potter Blue. Saldré a buscarla cuando valga la pena hacerlo. De honor sé bastante, aunque quizá no quieras creerme así que será mejor que me muestres el tuyo si quieres un mínimo de mi respeto, y el del resto de tus alumnos debo imaginar, para poder buscar a una persona que ha cometido tal imprudencia a causa de tu ineptitud.

Editado por Catherine Stark

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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La pregunta de su hermano Bastian era la que probablemente todos habían pensado y nadie se había atrevido a formular. Puso los ojos en blanco durante un segundo y luego asintió mirándole directamente. Luego observó a los demás y, finalmente, se separó de la pared en la que estaba y volvió a caminar hacia el grupo, del que se había alejado un poco antes. Elvis les reprochó por su actitud y el rostro de la licántropa se ensombreció notablemente.

 

Veníamos a aprender a usar los poderes del libro de la Fortaleza, no a experimentar lo que se siente cuando un poblado de indígenas quieren matarte a toda costa —le replicó, perdiendo los nervios más de lo que había previsto—. Y mejor no te cuento para qué quiero adquirir dichos poderes, no vaya a ser que te asustes —añadió, con un deje de desprecio en la voz. Resopló con indignación y luego se pasó la mano por la cara—. Esto no es cuestión de honor ni consiste en huir, sino en que nosotros compramos un libro y nos anotamos a una clase para aprender a usar una serie de poderes por distintos motivos. En ningún momento nadie habló de que vendríamos al Amazonas a salvar a los nativos de Morgana-sabe-qué y que estos, para más inri, querrían matarnos. Si llego a saberlo, créeme que habríais ven...

 

Entonces Sagitas intervino diciendo que ellos eran los culpables del enfado de los indígenas. Y también que iría al poblado a intentar establecer una relación con ellos para apaciguar sus ánimos. Anne abrió mucho los ojos, como si se le fueran a salir de las cuencas, y no pudo ni abrir la boca antes de que la mujer desapareciera del lugar sin dar más explicaciones o dejar opción a que alguien la acompañase. Asuhr habló después, y lo hizo mostrando un gran respeto por los que llamaba Maestros y explicando cómo enseñaban en tierra. La Gaunt suspiró y se masajeó las sienes un poco más fuerte de lo que había planeado al principio, lo que provocó que empezara a dolerle la cabeza. Puso los ojos en blanco una vez más en una mezcla de desacuerdo y resignación y luego miró a la joven uzza.

 

Espera, espera, muchacha...

 

Pero ahora Catherine era la que intervenía, hablando con crueldad a Asuhr para hacerla ver que todo aquello no estaba programado, sino que se habían metido en el lío sin más. Y Anne, que no sabía que pensar, volvió a guardar silencio para escuchar su argumentación. Asintió con la cabeza un par de veces, estaba de acuerdo con parte de sus palabras y no les vendría mal recibir alguna que otra explicación, pero ella ya estaba decidida a lo que haría a continuación.

 

Siento que voy a hacer una estupidez, pero creo que la joven extranjera tiene razón. Estamos acostumbrados a las clases de apuntes y aula y yo, al menos, no me había parado a pensar que probablemente aquí se exigirían una serie de cosas muy distintas —recapacitó, más para sí misma que para sus compañeros. Veía cómo Asuhr comenzaba a alejarse, así que volvió a hablar antes de perderla de vista—. ¿Que no lo tenían preparado? Yo también estoy de acuerdo con eso, pero quizás así aprendamos a usar los poderes del libro, que es a lo que hemos venido. No me importa lo que le pase a Sagitas, porque ha cometido una imprudencia enorme, y mucho menos lo que les pase a los indígenas. Pero... ¿y si realmente es una prueba? Yo no sé vosotros, pero me dan igual las explicaciones y excusas. Voy con la extranjera, a buscar a Sagitas o a lo que sea. Al fin y al cabo, si las cosas se ponen crudas... siempre puedo desaparecer, sin más —les dijo. No esperaba respuesta de nadie, más bien había hecho públicos sus propios pensamientos para comprobar que no sonaban tan descabellados como en su mente.

 

Dicho aquello, dio varias zancadas amplias que no llegaron a ser una carrera real para alcanzar a Asuhr y ponerse a su altura. No le dijo nada, pues ella también guardaba silencio. Pero sí activó el Anillo de Escucha y el Detector de Enemigos que, aunque no le había funcionado un poco antes, esperaba que sí lo hiciera a partir de entonces.

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El Cainita escucho cada una de las palabras que habían dicho aquellos alumnos. Bufo por lo bajo, si aquello les parecía “difícil” a ellos no habían visto nada. Lo peor era ver y escuchar la “desesperación” de algunos miembros de aquel grupo, ¿acaso no habían afrontado ya muchas cosas en todo los años que habían estado dentro del ministerio? claro, en el ministerio solo contrataban personas que sabían usar la pluma y todas aquellas estupideces burocráticas que él odiaba. Miembros de la marca, orden del fénix, esos asquerosos sangre sucias y traidores a la sangre, neutrales, ¿creían ellos que el señor tenebroso no había experimentado cosas aun peores? Apretó los dientes disfrutando de su propia ponzoña.

 

Escucho las palabras de Elvis y por una vez tuvo que darle la razón. Si lo que deseaban era huir pues que se largaran, después no fueran a estar llorando por los pasillos porque no aprendieron ni una mísera cosa.

 

-Déjalos que se vayan si es lo que quieren, pueden regresar por el camino que vinimos, si tienen suerte y se les ocurre como podrían construir una balsa y largarse por el rio, en algún momento saldrán de esta tierra sagrada y podrán desaparecer rumbo a sus casas –le dijo a Elvis- estarán más seguros en la ignorancia y detrás de sus cómodos escritorios, la verdad ni siquiera sé que hacen aquí –comento serio mientras en sus orbes se dibujaba una chispa extraña- no tienen la suficiente fuerza para quedarse a menos que dejen las quejas y quieran demostrar que estamos equivocados.

 

Tomo la varita con fuerza, de no haber sido porque se estaba controlando hubiera provocado algún desastre, hubiera derribado aquella cueva con un solo hechizo y acabado con todo de una vez. El conocía lo que era la cobardía, había perdido lo que más quería gracias a ello, a no tener los conocimientos adecuados, al dudar de si mismo, al romper sus promesas y juramentos cuando estaba en Grecia, se había traicionado a si mismo, por eso es que debía ser aun más duro con aquellos que tenía en frente, para que no tuvieran que pasar por lo mismo que él paso, pero que le importaba, si lo que deseaban era correr, que no vinieran después a quejarse.

 

-<<Todo aquel que ni siquiera lo intente, olvidará hasta su nombre en cuando ponga un pie fuera de la selva>> -retumbo en su mente recordando aquellas palabras que seguramente Elvis recordaría en algún momento- <<Para poder usar esta magia debes conocerla, estudiarla, comprenderla y dominarla, luego será que podrás utilizarla de manera eficaz y con todo su poder>>

 

Pudo sentir como el fuego lo consumía, su mente había viajado a su Grecia, podía ver aquellas runas frente a él, podía sentir el poder de aquella magia ancestral de los Uzzas y lo que le otorgaba el libro juntándose con aquel fuego que llevaba por dentro, con cada una de sus experiencias y todo las pruebas que había tenido que enfrentar en compañía de su maestro. “Intento” calmarse pero que importaba ya. En un descuido había observado a Sagitas partir de allí. Poso los ojos en Elvis y pudo entender que las cosas se habían salido ya de control y que si ahora gozaban de calma era porque estaban en el ojo de la tormenta, luego vendrían cosas aun peores.

 

Escucho las palabras de Asuhr lo cual no le sorprendió en lo más mínimo, ella era mucho más valiente que aquellos otros alumnos y lo había demostrado desde un principio, ella si merecía el conocimiento de aquel libro.

 

-Iré a buscar a Sagitas –le dijo a Elvis- tal vez todo esto sea mi culpa por lo sucedido cuando vinimos a pedir permiso para usar estas tierras –lo miro seriamente sabiendo que él recordaba aquel incidente y que por unos minutos había quedado desorientado, el tiempo suficiente como para que el vampiro hiciera lo que tenía que hacer y maldecir a aquella gente, luego si su maestro se enteraba tendría que pagar un alto costo- la verdad aquí me estoy oxidando –dijo- además no podemos dejar a Ashur sola y a Sagitas menos –volteó para observar a Anne- y bien hermanita, ¿vienes o no? –le pregunto.

 

El vampiro sonrió divertido al escuchar las palabras de Anne, al menos le había salido una hermana valiente, lástima que la marmota salvaje no estaba allí con ellos, pero ya la llevaría a correr aventuras en algún momento, claro estaba, si salían vivos de allí, de todos modos daba igual, el había muerto varias veces, ahora se había convertido en el compañero, guía y guardaespaldas de aquella guerrera y de su hermana menor. Las alcanzo rápidamente y se puso a su lado pendiente de lo que les rodeaba sabiendo que si todo empeoraba tendría que usar magia oscura para salirse de aquello.

Editado por Hades Ragnarok

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Soy dura de mollera, lo reconozco. A veces actúo con la impulsividad de hacer las cosas bien sin pararme a pensar en las consecuencias. Por eso, durante unos minutos caminé hacia delante sin preocuparte de no hacer ruido o de que mis botas pisotearan las ramas y dejara huellas en el terreno húmedo. Sólo después, cuando el furor empezó a bajar y la mente se hizo más clara, me detuve y apoyé la mano en un árbol al darme cuenta que estaba sola, ¡SOLA! en aquel bosque amazónico.

 

-- ¡Sagitas Potter Blue de las malas hierbas! -- me autocritiqué. -- ¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Salvar al mundo? ¿Qué te importan a ti los indígenas enfadados cuando podrías estar en casa, leyendo un libro sobre hipogrifos bebés al benjamín de la familia?

 

Fue sólo un momento, no sé si de debilidad, miedo, confort o todo junto, pero durante uno instante deseé volver a la Potter Black. Hasta casi puedo asegurar que sentí el deseo de Aparecerme en mi casa, en la seguridad de sus muros y con la familia alrededor, dando la lata y armando un bullicio enorme. Pero apreté el saquito de cuero que pendía de mi cuello, aquel que me dio mi Hermana en el Sacerdocio cuando dejé el rango de novicia, con las semillas del fruto original de aquel árbol de Avalon... Ese gesto me tranquilizaba y me impedía hacer estupideces.

 

Así que empecé a pensar. Estaba tan lejos del grupo amigo como del grupo enemigo y, aunque fuera un impulso, seguía pensando lo mismo: al toro hay que agarrarlo por los cuernos y, a falta de toros, buenos son los miembros de esa tribu que estaba persiguiéndonos. Así que sólo tenía que llegar a ellos, preguntarles qué habíamos hecho, solucionar en todo lo posible el mal acaecido y firmar la pipa de la paz (vale, en mi cabeza seguía pensando en ellos como en indios americanos de los que hacen el Baile de la Lluvia, algo que allá claramente no necesitaban, con la humedad que había).

 

Así que avancé, aunque ahora más despacio, haciendo desaparecer mis huellas del suelo. Lógicamente, cualquier buen rastreador podría encontrar rastros de mi paso, pero al menos, con el hechizo Obliteración, se lo hacía más difícil. Caminé entre hierba húmeda y lianas con las que me atascaba a menudo. El camino no era apropiado para mi calzado urbanita. Mejor dicho, no había camino entre la hierba. Pero no sabía hacia donde me dirigía, así que opté por usar uno de los Anillos del libro, el de la Escucha, moviéndolo circularmente en mi dedo anular. No sabía bien si era así como se activaba o si sólo obedecía al deseo de activarse, pero funcionó.

 

Fue una explosión de sonido para el que no estaba preparada. Me puse las dos manos en los oídos, como si así fuera capaz de acallar aquellos fuertes susurros que resonaban en ellos.

 

En un principio sentí voces en un idioma que no entendía; después, a medida que sentía el dialecto fue capaz de entender alguna cosa; mi dominio en idiomas es grande así que por similitudes con uno y otro llegué a entender parte de lo que decía. A grosso modo, y sin asegurar que mi traducción fuera correcta ni al cincuenta por ciento, entendí que había que matar al grupo de extraños que habían intentando matar a alguien, un jefe, o un mago, tal vez el hechicero del grupo, poniéndole enfermo. Por un instante sentí tanta empatía con su convicción que casi pienso que tenían razón, que aquello había sido un ultraje ya que habían sido tratados como amigos durante la visita y que hasta habían compartido comida y agua, un gesto que se hace para demostrar una buena intencionalidad, y que se lo habían pagado atacando a alguien. Por un instante, deseé hacérselo pagar a ese grupo...

 

Hasta que me di cuenta que ese grupo éramos nosotros, los compañeros de clase. Arrugué el ceño. Iba a ser difícil convencerles de que no era conveniente que lo hicieran.

 

También llegaron a mis oídos unos susurros lejanos, esta vez en mi idioma, de mis compañeros. Algunos parecían venir hacia aquí, aunque eso no lo podía asegurar, sus palabras me llegaban muy atropelladas y muy lejanas.

 

-- ¡Homenun Revelio! -- dije, tocando mi varita con la mano, pero sin sacarla del pelo. Ahora que lo había recogido para que no se me enganchara en las ramas de los árboles...

 

Aspiré con fuerza. "Sentí" la presencia de gente delante de mí, muy cerca, casi tan cerca que seguro que si estornudaba , le pegaba el virus a alguno de ellos. Mi corazón latió deprisa, demasiado; no podía perder el control y dejar que el miedo me aturdiera. Lo que pasara en los próximos minutos iba a determinar si seguía viva o me iba para el otro mundo y comprobaba lo que era ser un fantasma.

 

Solté el aire y puse las dos manos delante de ellos, con los brazos extendidos, con la palma hacia el primer indígena que vislumbré a medias escondido tras un árbol. Llevaba una cerbatana en la mano pero, al menos no parecía querer usarla. Habló, no estoy segura de lo que decía, después movió sus manos como si...

 

¡Ayva, como si fuera una paloma o una mariposa!

 

¡Me reconocía! Me llamaba la Hacedora de Mariposas. Aunque eso no sé si era bueno o malo, pero al menos aún no me había lanzado ningún dardo.

 

-- ¡Hola, soy amiga...! -- y puse cara de niña buena, en un intento de alejar cualquier signo de peligrosidad en mi rostro. -- Quiero pedir disculpas por el daño ocasionado en vuestras tierras y vuestra tribu...

 

Ni idea de si había dicho eso en la media jerga que intenté utilizar o si había dicho un insulto, porque vi movimiento y ellos levantaron sus armas.

 

-- Impedimenta -- me apresuré a desviar un dardo que se acercaba. Lo frené a tiempo y di una patada en el suelo. -- ¡Qué vengo de buena fe, leñe!

 

No iba a ser tan fácil como había imaginado cuando tuve el ataque quijotesco de rehacer entuertos... Eso era mejor dejarlo para los libros de aventuras... Aquí estaba en verdadero peligro y no estaba segura de como dominar la situación. Era fue cuando me percaté que realmente estaba sola y que echaba de menos el grupo, aunque no entendiera bien a muchos de ellos.

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Aquello había sido realmente un caos. No por las cosas que decían los alumnos, eran puras tonterias. ¿Cuántos de ellos conocían a los Uzza? ¿Cuantos de ellos habían leido en los libros de historia, sobre las costumbres, los poderes y los pactos? Hice oídos sordos a cada palabra. Parecía que a los magos les gustaba demasiado resaltar lo que habían gastado con sus galleones. Y si no era de la manera que a ellos no les gustaba, enseguida se quejaban. Una y otra vez se retractaban de sus propias palabras. Y se las llevaba el viento.

Ey, tú. Quédate aquí esperando. Tal vez si te da el sol te conviertas en piedra —le comenté mientras le hacía un gesto con la cabeza a Catherine. Estaba seguro que si habría hecho aquel capricho en medio del Grimmauld Place, me habría tirado contra su cuello y me habrían tenido que sacar de a cinco compañeros. Hablaba de honor. Hablaba de respeto. ¿Cómo podría decir eso una asesina? Alguien que se había llevado a una inocente y se aprovechó de un momento de debilidad.

"Cobardes. No son más que cobardes" pensé, negando con la cabeza luego de comentarle aquello a la bruja. Miré a Bastian y a Gatiux, que hasta ése entonces habían estado junto a nosotros y les hice un gesto con la cabeza, por si se querían sumar a la marcha que habían empezado Asuhr y Anne, y habían sido seguidas por mi compañero Hades. Realmente no me importaba. Si querían salir de alli con los conocimientos propios, debían hacerlo.

Sagitas era la primera que había desaparecido. Tal vez era la más imprudente de todos pero era la que había obligado a darle un sentido a aquella clase. ¿Qué hubiera pasado si sería una charla de cómo eran los poderes y puras demostraciones? Estaba seguro que también se quejarían porque era lo único que sabían hacer. Cada libro Uzza representaba algo. Y las Magias Guerreras tenían una característica fundamental. Todos debíamos entregar algo ni bien empezábamos a aprenderlas, era un intercambio.

¿Acaso debían entregarle sus propias fortalezas al libro? Estaba seguro que los guerreros se habían encargado de conservar ése poder, de absorberlo de alguna manera. Nosotros ya habíamos pasado por ése proceso y ya habíamos hecho nuestro intercambio. Ahora les tocaba a ellos y aquella era la mejor manera para hacerlo. »La tribu se encuentra mucho más cerca, creo que es hacia allí. ¿No, Hades?« les comenté, me había acercado con un paso apresurado al resto de las personas que se habían adelantado. No miré hacia atrás por si el resto nos había aceptado. Seguramente a un kilómetros, ya estaría la tribu. Y la acción.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Por suerte, Anne y Bastian se habían mostrado de acuerdo con Gatiux, esto le hizo sentir mejor, ya que al menos no le estaba hablando a las arenas del desierto. No creía poderse desaparecer como había sugerido el mortífago, los profesores solían encantar las clases para que los alumnos no huyesen. Habría sido facilísimo cerrar los ojos y volver frente a la chimenea de su hogar, en lugar de estar corriendo por su vida de un sitio a otro.

 

Cuando creía que nada podía ir a peor, Sagitas decidió cometer la mayor estupidez del mundo: ir a buscar ella misma a la tribu que quería matarlos a todos. Desapareció sin dar espacio a una respuesta por parte de los que allí estaban, o a que alguien se ofreciese para acompañarla.

 

- ¿Nunca ha visto una de esas películas muggles de miedo? El asesino va primero a por los que se separan del grupo. Tienen más posibilidades de sobrevivir si permanecen juntos.

 

Gatiux luchaba por refrenar su lengua, pero en su cabeza habían surgido una enorme variedad de insultos malsonantes dirigidos a la valiente bruja que se acababa de marchar. Las palabras eran tan soeces que hubieran escandalizado hasta a un camionero, por se tan impropias de una dama elegante. Elvis («¡cómo no!») volvió a enfundarse su brillante armadura de caballero blanco, el salvador del día, repitiendo aquellas patrañas grandilocuentes como eran el honor. Estaba bien que lo dijese una vez, pero ahora empezaba a resultar cargante repetitivo, parecía querer quedar por encima de los demás y seguramente él no era una persona tan intachable como quería hacer ver a los demás.

 

El interior de Gatiux rugió de rabia ante la amenaza de Elvis. Ahora todos deberían jugarse el pellejo por la inconsciencia de una persona, ya que si no no recordarían nada al salir de la selva. Si las miradas matasen, el Gryffindor habría estallado en llamas en aquel preciso instante. En opinión de Gatiux, Sagitas debía ser descuartizada y su cabeza exhibida en una pica a la vista de todo el mundo. Alguien así, que ponía en peligro a los demás por no pensar, no merecía ser salvado. Además le importaba un pimiento lo que le ocurriese a la bruja de cabello violeta, no le unía ningún lazo afectivo o sanguíneo.

 

La chica que había atendido a Sagitas anteriormente habló con lógica. Allí, en la selva, intentaban culparlos de un error que no habían cometido. Intentaban matarlos por ello. Y ahora parecían los malos por no querer solucionar un conflicto que no les importaba lo más mínimo. Los profesores lejos de cumplir su función de protectores y brindarles ayuda, les habían dicho que se las apañaran solos. Asintió ante las palabras de la mujer sentada en la roca y las primeras que dijo Anne, hasta que ésta comenzó a seguir a Asuhr fuera de la cueva.

 

- Propongo que nos separemos. Así podremos cubrir más terreno -dijo Gatiux, con evidente sarcasmo- ¡Estoy deseando salir a buscar a la estú... penda Sagitas! ¡Nada mejor para empezar el día que salvar a un cabeza hueca! ¿¡Eh!?

 

Señaló fuera.

 

-También podríamos quemar la Selva del Amazonas, ya que estamos. Ya conocéis el dicho, si quieres encontrar una aguja en un pajar, lo mejor es quemar el pajar. Seguro que así los indígenas nos reciben con collares de flores.

 

La paciencia de la Malfoy había llegado al límite. Se había cansado de correr y ahora tenían que ir a buscar a otra persona (y probablemente seguir corriendo), su parte oscura estaba tomando el control. Pensaba que al próximo indígena que se cruzase acabaría con un Avada Kedavra en el centro del pecho, después de todo el caballero de brillante armadura no les había dicho como proceder y le estaban intentando matar con ahínco. Invocaría su katana y haría correr un río de sangre. Aquellos indígenas acabarían temiéndole y con razón. Adoptó una actitud de falso entusiasmo, dando una palmada y un par de saltitos.

 

- ¡Muy bien! ¡Vamos a buscar a Sagitas! No olvidéis mirar debajo de las piedras grandes, no sea que nuestra amiga se haya escondido debajo de una. No supo aterrizar de forma decente, casi se mata, tal vez no sea capaz de repeler a nuestros enemigos ella sola.

 

Luego puso cara de asco y comenzó a seguir a Elvis, le interesaba el conocimiento por lo que no le quedaba más remedio que jugar a los héroes y seguir a los demás. La banshee pisoteaba la tierra con sus zapatillas, fastidiada. Si le hubiesen dicho que había que recuperar un tesoro de valor incalculable, ella habría encabezado la expedición sin poner una pega. A una persona egoísta como Gatiux Malfoy debías de darle un objetivo mejor, la vida de una desconocida no valía nada.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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El vampiro volteo al sentir los pasos de alguien, no era necesario el anillo de la escucha para saberlo, ahora que sus instintos estaban al 100% sus sentidos estaban a flor de piel, era algo extraño, generalmente no solía usar aquello en el mundo mágico, prefería guiarse por otras cosas y usar la varita, pero por la no nariz de Tom Riddle, era un vampiro y estaba en el bosque, un lugar que con su paz y tranquilidad lo llenaba de fuerza, aunque él era de elemento fuego, era lo que el regia, no podía evitar disfrutar del aire y del cielo, su complemento.

 

-Si estamos más cerca de lo que podríamos pensar –comento el Ragnarok ante las palabras de Elvis- más bien, lo que me extraña es que ya no nos hayan saltado encima o atacado –comento- esto está demasiado tranquilo para mi gusto, esto parece mas una trampa que otra cosa –dijo murmurando- quizás era lo que querían, atraparon a Sagitas y por ello nos están dejando acercarnos más sin atacarnos, para que la veamos morir o para atraparnos nosotros en una emboscada, esto es malo estratégicamente, por lo menos para nosotros.

 

Podía escuchar el murmullo de aquellos guerreros, podía sentir cada una de sus miradas y todas iban en especial a él. Suspiro, el Ragnarok era el culpable de aquella maldición y a él era a quien querían, deseaban su cabeza y colocarla en alguna estaca como advertencia para los intrusos y aquellos que no respetaran las costumbres, derramar su sangre vampírica y quien sabe que más.

 

-Mejor quédense atrás –le dijo a Elvis, Ashur y a Anne- me entregare e intentare que todo esto acabe –dijo- en lo que puedan saquen a Sagitas de aquí, si algo me pasa no me esperen,

 

El vampiro guardo la varita en un lugar seguro, en el único donde sabía que no la encontrarían, tal como aquellos muchos objetos que llevaba. Dibujo una mueca y salió a donde pudieran verlo mostrando las palmas de las manos para demostrar que no llevaba nada. Aquello había sido una estupidez, pero muchas veces solía hacer las cosas sin penarlas muy bien y era lo que más problemas le había traído, aun así en su Grecia había logrado sobrevivir, claro estaba, porque siempre contaba con personas que le ayudaban. En un segundo ya había sido atrapado y atado para ser llevado ante los jefes de aquella tribu de guerreros que al verlo no podían más que sentir alegría, al tener entre sus manos al causante de aquella maldición.

 

-Ya se, ya se –dijo el vampiro en tono arrogante- quieren matarme y todo eso ¿cierto? –sabía que aquello no le iba a ayudar mucho pero no podía mostrarse débil ante aquellos, lo cual, hubiera sido un grave error.

 

Las maldiciones, gritos y demás no se hicieron esperar ante aquel grupo que ya lo tenían rodeado. Estudio la situación con el rabillo del ojo hasta que logro captar la atención de Sagitas. Negó con la cabeza pero no había vuelta atrás. Escucho las fuertes palabras de los jefes guerreros que discutían terminar su vida con rapidez o lenta y dolorosamente. El mortifago en ningún momento bajo la cabeza, los miro con desafío esperando que se decidiera de una vez por todas.

 

-A ver bola de salvajes –dijo para llamar su atención- quizás no vuelvan a confiar en mí pero hagamos algo muy sencillo, ustedes liberan a la chica –dijo el cainita señalando con la cabeza a sagitas ya que se encontraba atado de manos- dejan a todos los que venían conmigo en paz y yo con todo gusto, amabilidad y misericordia toda poderosa accedo a levantar la maldición que ha caído contra su pueblo y a no volver aquí.

 

La reacción de los guerreros nos e hizo esperar, aquellas palabras al parecer habían exasperado al grupo y empeorado todo. El cainita dibujo una mueca de sonrisa mostrando los filosos y ponzoñosos colmillos vampíricos mientras movía la mano intentando tomar su Sai, aquella daga de plata que llevaba en la cintura. Los guerreros negaron y siguieron discutiendo ya sin prestarle más atención al vampiro. Suspiro y carraspeo la garganta para que le restaran nuevamente atención.

 

-vale, ustedes son guerreros y supongo que quieren demostrar que son mejores que los míos y yo –los observo desafiante a los ojos- luchemos, ya los hemos derrotado en todo el tiempo que hemos estado aquí en tierra sagrada, porque no luchamos nuevamente, claro si es que son tan valientes, si ganamos ustedes nos dejan en paz y nos vamos, si ustedes ganan los libero de la maldición y pueden tener mi cabeza.

 

La idea al parecer no les había gustado mucho más que la otra, solo que las palabras del profesor de duelos y del libro de la fortaleza les había dado justamente en el orgullo, por lo cual ellos aceptaron. Ladeo la cabeza y vio como liberaban a sagitas.

 

-lo mejor será que te coloques a mi lado y si tienes algún conocimiento de duelos pues prepárate, esto se pondrá feo en cuestión de segundos –comento.

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Eso del honor estaba muy cercano a hacer que su cabeza reventara. Puso los ojos en blanco cuando escuchó las palabras de aquellos que se suponía eran los profesores de la clase. Más valía que en realidad tuvieran todo en control o de verdad se molestaría. Se acercó a un árbol y arrancó un bejuco un tanto suave, sabrá Merlín el motivo de ello, y se lo ató a modo de cinta en la cabeza. Aquel no era lugar para tener el cabello hasta los hombros. El sudor goteaba por la especie de cerquillo y se le estaba metiendo a los ojos. Quizá con la enredadera levantando su cabellera blanca-plata al menos se refrescaría un poco. Quizá lo más cómodo hubiera sido invocar con magia algo menos pomposo, pero muchas veces sus largos años de estadía con muggles se hacían presentes y controlaban los pequeños detalles de su día a día.

 

Recordó la clase de Conocimiento en Maldiciones que impartió, aquella en donde llevó a sus alumnos a los confines de la oscuridad. Todas las cosas podían salir mal, pero él tenía el control en todo momento. El poder de su propia oscuridad había estado controlando al obelisco la mayor parte del tiempo. Incluso logró que la oscuridad de una de sus alumnas se hiciera presente. Había sido cuanto menos una experiencia enriquecedora. Nadie había estado en riesgo real -al menos gran parte de tiempo- ya que ni siquiera todos acudieron al centro de la isla.

 

Los Uzzas le estaba comenzando a caer como una patada en partes que es mejor ni siquiera nombrar. El honor que profesaban era incomprensible. Habían convertido en honor leyes que en cualquier parte del mundo eran caducas y se consideraban prácticas oscuras de la magia. ¿Acaso no era igual de desagradable matar a todos los squibs que matar a los muggles y sangre sucia? Pues eso hacían los Uzza. Al menos eso decían las leyendas. Adeben, su amigo proveniente de Tierra Uzza, jamás le negó aquella historia. Se limitó a adornar su respuesta, a usar el dominio de las palabras la desviar la conversa a temas menos controversiales. Bastian aquel día había dejado que así lo hiciera, el silencio de una u otra forma habían dado respuesta a su pregunta.

 

—¡Hey, Gatiux! —gritó cuando se dio cuenta que su tía se había unido a la excursión —. Vuela junto a mi. Cuando el honor de aquel pueblo no sea lo suficiente agradable para vida nos iremos con quien sea que así lo quiera —agregó con la voz mucho más baja para que solo el fénix le entendiera. El anillo de amistad acentuó la orden que en ese momento estaba dando.

 

Se supo a caminar con paso acelerado. Cuando se levantó el cabello tuvo el acierto de ocultar las puntas de plata de los dos mechones de cabello que colgaban por el lado izquierdo de su cabeza. Ahora estaban entre la maraña en que se había convertido su cabeza luego de aquella caminata. El más pequeño de sol podía hacer que la plata brillara demasiado. Por ello se sacó el pendiente con forma de colmillo que había estado hasta ese momento adornando una de sus orejas. Se unió al grupo en el que se encontraba Gatiux.

 

—¿Es que no estábamos preparando un motín? ¿Quieres que esta bella ave te saque de aquí cuando el honor valga menos que nuestra vida? Бережёного Бог бережёт—dijo directamente a Gatiux.

 

Él haría eso. Se iría sin más si veía que las cosas se ponían demasiado complicadas. Su vida era muy valiosa. Ya se le presentaría la oportunidad de aprender el libro en circunstancias en donde su "honor" no fuera puesto a prueba de formas tan peligrosas.

 

"Sagitas no haca cosas divertidas, hace cosas imprudentes. Fuiste un est****o al pensar lo contrario" se reprendió mentalmente.

Editado por Bastian S. Malfoy

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Asuhr ya se alejaba en busca de Sagitas, cuando las palabras de la extranjera a la que llamaban Cath la hicieron detenerse, aunque eran tan fuera de lugar que ni siquiera se molestó en volverse a mirarla. ¡Qué gente tan egoísta, prepotente, necia y desapegada! Lo malo no era ya la falta de honor, sino la falta de pasión que demostraban. ¿Les importaría algo aparte de su propio trasero, el de su hombre y los de sus probables catervas de vástagos tan egoístas y desapegados como ellos. ¿Cómo no iba a despreciar a aquellas gentes?

 

Echó a andar sin volverse y sin contestar a palabras tan necias. En la Tierra de Uzza, cuando alguien hacía preguntas de niño, recibía respuestas para niños y, si como tal se comportaba, así mismo era tratado. Sin detenerse, apuntó con su varita a un hormiguero y utilizando el Anillo de Amistad con las Bestias, enseguida supo cuál de todas aquellas hormigas era la hormiga reina. Todas la seguirían. Y eran unas cuantas, todas ellas rojas y de suficiente tamaño para servir al propósito que pretendía.

 

- Orbis bestiarum -pensó, dándole una orden precisa a la hormiga reina- ve y lleva a todas las hormigas al trasero de Catherine, que le pique bastante, pero no intentéis hacer hormigueros donde no procede, ¿eh?

 

Con una sonrisa, siguió andando, aunque lentamente. No quería alejarse demasiado, hasta que la hormiga reina le dijera que su objetivo estaba alcanzado. No tardó en llegarle la noticia, gracias al Anillo de Amistad con las Bestias y a que aún no había recorrido suficiente distancia como para perder la comunicación. Cumplido su objetivo de darle una pequeña lección Uzza a la prepotente extranjera, Asuhr echó a andar más deprisa y escuchó a Anne y después al resto que habían decidido ir a buscar a Sagitas. Se alegró de que, al menos, la mayoría hubiera decidido no huir.

 

Cuando estuvieron cerca del poblado, Hades les mandó quedarse en la retaguardia para sacar a Sagitas ante cualquier eventualidad. Decía que iba a entregarse, pero Asuhr dudaba de que fuera a hacerlo. Aún así, era una orden directa de uno de los Maestros y la chica no podía hacer otra cosa que obedecer, por poco que le gustara aquella orden. Por lo menos los anillos le permitirían no perderse nada de lo que fuera a suceder.

 

Los murmullos de los indígenas eran cada vez más altos y las voces de Sagitas y Hades llegaban con la suficiente claridad como para darse cuenta de que nada iba bien. Ni los indígenas habían aceptado la entrega de Hades ni tampoco habían escuchado a Sagitas. Las cosas se ponían feas y Asuhr no estaba dispuesta a quedarse sin hacer nada. Pero la orden de Hades había sido clara y directa.

 

- Debemos ir con ellos -se atrevió a sugerir, mirando a Elvis.

 

El Maestro no tuvo tiempo de responder. De pronto, su Anillo Detector de Enemigos le alertó de un peligro inminente. El ataque iba a venir de todas las direcciones. Asuhr se giró en redondo, observando. Seguramente, los demás estarían alertados también, si tenían activado el anillo. Pensó una Salvaguarda Mágica un instante antes de que un círculo de indígenas los rodearan y una lluvia de dardos envenenados comenzara a caer sobre ellos.

 

Asuhr echó a correr, tratando de escapar de aquella emboscada. Todavía con forma intangible, atravesó el círculo de indígenas y llegó hasta donde se encontraban el Maestro Hades y Sagitas.

 

- Nos han rodeado y vienen más hacia aquí -anunció- matémoslos ya de una vez, esta gente no se anda con contemplaciones.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Creo que fue la patada en el suelo... Levanté algo de polvo, que no sé de dónde salió porque el suelo era bastante húmedo. Pero se levantó unas pequeñas motas de polvo y me sorprendí al ver que el indígena que estaba delante de mí hacía lo mismo. Fruncí el ceño y le miré a los ojos, sin entender nada. Volví a dar una patadita y repetí el medio-taco que había dicho:

 

-- ¡Leñe!

 

Varios guerreros se juntaron alrededor del primero y estallaron en risas. Sí, creo que aquel sonido eran risas. Le dieron codazos en las costillas (desnudos) del primer indígena y éste volvió a patear el suelo. Más risas y miradas hacia mí. ¡Vaya...! Parecía que no sólo era payasa en Ottery, también lo era en el Amazonas. Pues nada, otra patadita. Pero esta vez los indígenas rieron más fuerte, me agarraron en brazos antes de que pudiera decir mi "pío" a mi varita y elevaron al otro indígena en volandas, como a mí. Lo peor es que nos llevaron así hasta su poblado, sin vigilar las ramas que intentaba evitar agachando la cabeza a cada segundo.

 

El poblado era bonito, he de reconocerlo; simple, sencillo, pero agradable, como sólo podía valorar una sacerdotisa. Nos dejaron en el suelo, uno al lado del otro. Mi visión causó revuelo entre los presentes. Hombres, mujeres y niños empezaron a armar tal alboroto que me quité el anillo que me permitía escuchar hasta el más mínimo cuchicheo en mil metros a la redonda por lo menos, y me dolía la cabeza.

 

-- ¿En qué te has metido ahora, Sagitas? -- pensé, al notar que los hombres se reunían y hablaban entre ellos, de forma muy vehemente. De vez en cuando, alguno me miraba y daba la patada en el suelo, arrancando sonrisas en los niños, que gritaban alegres a mi alrededor, algunos hasta me tocaban y salían corriendo; las mujeres me miraban y también sonreían, pero tapándose los dientes con la mano, como si enseñarlos fuera una falta de respeto. -- Curiosa costumbre...

 

Fuera lo que fuera, seguía allá de pie en algún tema hilarante que no entendía del todo. Que hablaban de mí, seguro, pues mencionaban a la Hacedora de Mariposas. Entonces, uno de los guerreros, con muchos más tatuajes, plumaje y abalorios en el cuerpo, se acercó a mí y me miró por delante y por detrás, caminando a mi alrededor. Me estaba poniendo nerviosa.

 

-- Perdone, pero...

 

-- ¿Tú, Hacedora de Mariposas?

 

Vaya, pues sí que entendía bien la lengua, que hasta parecía la mía. Entonces me di cuenta que aquel hombre hablaba como yo. Sonreí y recordé la costumbre, me puse la mano en la boca. El hombre pareció aprobar este acto y después me pellizco en...

 

-- ¡Eh, oiga, deje mis... mi delantera en paz! -- mi protesta se hizo más fuerte cuando me pellizcó el vientre. Iba a decirle ya una sarta de insultos cuando me levantó un pie (por poco pierdo el equilibrio y me caigo en el suelo) y soltó algo incómodo, más incómodo aún para mí:

 

-- Tú, pies grandes.

 

-- ¡Orale...! Deje en paz mis botas que gasto un 40.

 

-- Tú buena leñe para...

 

Esto me lo perdí, no lo entendí, aunque puedo presuponer que era el nombre del indígena porque todos empezaron a cantar, palmear y vitorear al muchacho. Ahora que me fijaba, era más bien jovencito y se sonrojaba ante las muestras de... bueno, de lo que fuera, de la tribu. Empecé a encajar piezas: tres patadas en el suelo, sonrisas tontas, pellizco en una de mis razones de peso delantera y en la barriga (no tengo michelines), mirada a mis tobillos y exclamaciones de gozo y felicidad... Puse las dos manos por delante y empecé a decir que no con ellas, además de decirlo en alto, casi gritando:

 

-- ¡Hey, no, no, esto... ! ¿Me he prometido con este mozalbete? Pero bueno... Si ya soy una señora casada...

 

-- Tú leñe-- dijo uno de los indígenas, golpeándome levemente con una hoja de palmera mientras después golpeaba a mi supuesto novio.

 

-- ¡Y una porra! -- contesté.

 

Sí, mi mal genio, tal vez también que le devolví el golpe, pero no con la hoja precisamente sino con la mano, y que le arreé una patada en la espinilla a diestro y siniestro, consiguieron que me agarraran entre varios y que acabara atada por las manos, delante de mi marido, mientras aquel hombre seguí repartiendo golpes de hoja de palmera entre los dos.

 

-- ¡Qué no quiero casarme, que ya soy Señora, aunque sea fantasma! No puedo ser bígama... Y no es por ti, en serio, como-te-llames, que eres bien majete pero...

 

Creo que se enfadaron. No es que entienda bien lo que decían pero hablaban de matar a alguien por enfermar a su Jefe. Hasta se armaron de nuevo con sus armas primitivas.

 

-- Bueno, bueno, si hay que casarse me caso, no hace falta que...

 

Pero no me miraban a mí sino por encima de mí, así que me giré para ver a... ¡El profe, bendito sea...! Bueno, tal vez no tan bendito. ¿Pero qué demonios hacía, provocando a los indígenas? Pero si eran simpaticotes, aunque pensaran en casarme así por las buenas con uno de sus mozalbetes. Me estaba enfadando. Vaya... lerdo de profesor que tenía. Pero si... Apreté la mandíbula, disgustada con la clase de diplomacia que estaba usando. Ahora sí que me iban a oír en el Ministerio. Con representantes así de la magos londinenses no necesitamos enemigos. Me soltaron y el profesor Ragnarok me hizo una seña para que me situara a su lado. Le obedecí a regañadientes, pero cuando casi llegaba me dirigió la palabra y escuché lo que decía, con lo que me sulfuré.

 

-- Esto es el colmo... Ellos son buena gente y "alguien" atentó contra sus normas. ¿Y ahora quiere pelear contra ellos? No hay honor en tus palabras. -- Mi mano alcanzó mi pelo y cogió con fuerza la varita. -- Pues claro que sé de duelos. Expulso.

 

Mi varita señaló la hoja de palma que sostenía uno de los indígenas, que la dejó escapar cuando salió de sus manos y se lanzó con fuerza hacia mi profesor. Aún antes de saber si le alcanzaba o no, di otra patada al suelo (es un gesto muy típico de mí cuando estoy enfadada):

 

-- Por estropearme la boda, con lo bonita que iba saliendo...

 

¿Pero no se supone que debiera darle las gracias por ello? A partir de aquí, no sé bien lo que sucedió, pero los indígenas atacaron, o tal vez fueron los otros. Sólo sé que me vi en medio de un fuego cruzado. La Uzza había conseguido llegar hasta nosotros y dijo que los matáramos.

 

-- ¿Matar? ¿Y eso te parece bonito?

 

Sí, soy algo inconsciente y no me doy cuenta del peligro en el que me hallaba inmersa. Sólo sabía que estaba harta de estar rodeado de gente que quería matar en vez de notar la belleza que nos rodeaba. Decidido, aquello sólo podía solucionarse salvando la vida del indígena maldecido. Y eso sabía hacerlo, tenía el amuleto de curación y sabía el hechizo necesario. No querría matar, pero mi religión me permitía salvar la vida. Tal vez era hora de encontrar la forma de acabar con todo aquello. Me Desaparecí (tengo licencia y me sale bastante bien, aunque prefiera la red flu, algo que allá no se daba) y Aparecí dentro de una de las chozas. Aquella no era. Tendría que seguir buscando hasta dar con el enfermo.

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