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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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El egipcio dejó de escuchar la voz de la ministra de Magia y Hechicería británica, por lo cual decidió salir de su escondite, el cual como comadreja o ratón asustadizo se ocutlo, no por temor, sino por otros asuntos, y el que no deseaba que se le vincule con los Black. Y al levantarse, noto como la bruja de aquel recuadro le expresa muy graciosamente, y con cierta ironía.

 

-Suerte caballero.-

 

Y acto seguido se ríe, el hombre lobo no comprende del todo, pero se incorpora a donde se encontraba los demás, pasó su mirada por su sobrina. Y luego por los otros integrantes de aquella velada, deteniéndose en cada uno de los Black, en eso su rostro se roburiso. Y comienza hablar de una forma un poco pausada, pero nerviosa.

 

-Disculpen, pero me perdí en el camino. Quizás, un mapa me hubiera venido bien.

 

Sonríe y cierra los párpados, era muy posible que muchos no se hubieran comido el cuento. No obstante, hace una leve pausa y se cuestiona sobre qué dirección debiera tomar para llegar a su asiento. Y más porque observó, que algunos puestos se encontraban vacíos, quizás estaban reservados para alguien más.

 

-Y nuevamente pido perdón por tanta ausencia. y con ello continua hablando, pero esta vez con cierto tono de preocupación, quizás algo le incomodaba. -Y Sr. Black- dirigiéndose @. -Quizás luego de la velada podemos hablar de esos asuntos algo aburrido, pero sin duda alguna necesarios ante los tiempos que están por venir. Esto lo expresa al estar asociado con el Inquisidor y Santo. -pero que descortés he sido, no le he agradecido su hospitalidad.-

 

Y cierra sus párpados, en eso frente a cada invitado se aparece un pétalo de rosa de una dulce fragancia, allí al tocarle e incluso con un soplido este se transformaría en una carta con diferentes mensajes. Y ante sus familiares sería una declaración de gratitud por animarle en que asistiera, dejándole ver a su sobrina que un cierto cambio se había producido en el mismo. En cambio para el resto era su plena disposición, incluso su gratitud.

 

Sin embargo, el contenido de quien lo había recibido se encontraba en apariencia en blanco, este en cambio le creó un dibujo de un cerezo, con dos frases, la primera era: "Así como el cerezo brota, te deseo pedir mis más sinceras disculpas si en algo te ofendí.", la segunda en cambio era un poco más extraña: "Es curioso cómo eres un lienzo, quizás algún día te pregunte por el significado de cada imagen, debo admtir que soy apasionado por el arte."

 

Y realizado una venia sonríe, al terminar la misma abre los párpados. Aunque por protocolo se queda de pie, pues aún en ese estado de confusión debería resguardar las apariencias.

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Si me disculpan.

 

Matthew solo se levantó de la mesa y se esfumo entre las sombras tenues del castillo, a su mente habían llegado imágenes del dinero que aún no podía obtener, codicioso y mucho más. El divorcio había salido con creces, pero no podía decir lo mismo de lo que a él, le correspondía por eso. ¿Matarlo hubiera sido mejor? quizás así, hubiera podido tomar su porcentaje.

 

Apareció en los tejados del Castillo, en la torre norte del mismo, donde allí tenia una vista periférica del esplendoroso jardín, cuidados hasta el ultimo centímetro y resguardados por un abanico de sortilegios que impedía cualquier muggle se acercara siquiera o pudiera descubrir como lo que parecían ruinas de la morada de los Black, habían resurgido recuperando su belleza. Debía admitir, una fachada estilo gótico, se veía tenebroso e intimidante que cuando los Black rondaban, eran como si un halo de muerte rodeara el lugar.

 

La luz zigzagueante de los primeros rayos iluminaba una y otra vez el cielo, permitiendo visualizar los cantaros de agua que caían sobre Londres, una tormenta estaba en su máximo esplendor a lo lejos de los terrenos de su familia, gracias a los conocimientos en Meteorología pudo proteger todo el recinto de ella.

 

Materializo a Frida y conjuro un antiguo fragmento aprendido en la Nigromancia, y apareció frente a él, un muñeco vudú, de tela, con ojos de botones y unos ropajes modernos. Estaba hecha con los cabellos platinados de la bruja Isabella, estaba bañada en su esencia y le pertenecía, todo lo que él hiciera, ella lo sentiría, hasta el más mínimo susurro.

 

Primero, le tiro de los cabellos, solo por mero placer, para luego susurrar a su oído Ven al Castillo de los Black, estaré esperándote en la torre Norte, sentado como una vieja gárgola, observaré cada paso que des por el camino cargado de sortilegios. Reconocerás mis ojos a través de la mascara. en ese momento un murmuro y la muñeca se despareció, la media mascara de hueso con cuernos del gitano se apegó en su rostro y su vestimenta se cambio a su traje de cuero con media capa negra que recubría su cuerpo como una túnica de viaje ligera.

 

 

 

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Las pesadas gotas de lluvia resonaban al explotar contra su gabardina de cuero, escurriéndose por toda su silueta hasta llegar a la punta de sus zapatos, los cuales estaban cubiertos por una fina capa de lodo producto al centenar de pozos que habían estado escarbando en el jardín, buscando el lugar perfecto para ocultar aquellos cuerpos inertes antes de que alguien los descubriera.

 

—¡De prisa, Hugo! — Mascullaba la figura encapuchada de la mujer que se ocultaba entre las sombras de los frondosos árboles de cerezos de su padre. —El sol está a punto de salir ¡cava más rápido! — Le ordenaba mientras daba media vuelta, dándole la espalda a la criatura que a duras penas podía sostener la pala de hierro entre sus debiluchos brazos.

 

Inclinó su cuerpo hasta recoger una bolsa de tela, tan grande y pesada que la obligaba a mantener su cuerpo encorvado al poder cargarla con ambos brazos; cuando el saco fue movido de su sitio, un pesado y repugnante hedor se desprendió de él, quemándole las narices a Hawthorne quien no dudó en aguantar la respiración. —Debimos habernos desasido de él hace días... —Siseó entre dientes, sintiendo un brusco y repentino jalón en el cabello desde la parte posterior de su cabeza.

 

—¡Criatura inmunda! ¡¿Cómo osas tirarme el cabello?! —Bramó furiosa, al mismo tiempo que tomaba impulso con todo su cuerpo para poder aventar el saco por encima del elfo y permitir que ambos cayeran dentro del agujero. Movió su varita de espino con ligereza, provocando que el montón de tierra floja cayera sobre ambos cuerpos, sepultándolos. Sabía que aquello no impediría que su elfo domestico saliera en un par de minutos, pero aquello era sólo una pequeña demostración de lo que ella era capaz de hacerle si volvía a atreverse a tocarle un solo cabello una vez más.

 

Una espectral ventisca trajo consigo el susurro de una profunda voz, al principio un poco más frívola y áspera que de costumbre, pero con el transcurso de cada palabra el timbre se le hacía cada vez más familiar. —Matthew — Se le escapó en un susurró, rasando con la yema de sus dedos el lóbulo de su oreja, aun sintiendo la calidez de su aliento. Sacudió sus manos llenas de tierra floja y, con una sutil y ligera floritura, desapareció convirtiéndose en un remolino negro que se perdió en la oscuridad.

 

Su cuerpo se materializó al cabo de un instante al lado de quien la había invocado, adaptando una postura relaja cruzando una de sus largas piernas sobre la otra. Observó el perfilado rostro enmarcado por aquella máscara de hueso, deteniéndose en aquella gélida mirada ennegrecida que ocultaba mil y un secretos. Chasqueó la lengua, rompiendo el silencio justo antes de comenzar a hablar: —Hay algo en tu mirada, Black... algo en particular que me advierte que debo salir corriendo... pero a decir verdad — tomó su rostro con ambas manos, obligándolo a voltear su mirada hasta ella y poder apreciar con mayor detenimiento aquel peculiar destello malicioso — debo admitir que me gusta.

 

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Ustedes las Franceses si que saben darle desasosiego a las cosas.

 

Había sonado como una broma, pero siempre se dirigía a la Banshee con un poco de frialdad. Su relación no había empezado bien, la razón era desconocida para Black, aunque lograban tratarse de vez en cuando. Isabella era mucho, mucho, más agradable en cuanto a las relaciones sociales y mucho más agradables cuando estaban juntos. Quizás porque eran muy parecidos o, tal vez, por el hecho de haber compartido un Castillo juntos en una ocasión.

 

Se mantuvo en su posición original, una de sus piernas estiradas, la otra flexionada, y sobre su rodilla, extendido su brazo, con su rostro en alto, cubierto por su sombría mascara de hueso desgastada y teñida con finos hilos rojos.

 

¿Te gusta? preguntó observando la tormenta que se disipaba.

Mil y un recuerdos de batallas llenaron su mente tan pronto la bruja toco el frio rostro del gitano, haciendo que un dolor de cabeza punzante se hiciera presente en lo más profundo de su cráneo. Ignoro el asunto lo mejor que pudo, recostando su mejilla en la palma de Isabella. Se habría sentido avergonzado de tratarse de otra persona, de eso no había duda, pero ella lo había visto en suficientes situaciones como para que sintiera siquiera un poco de pena.

 

Es una molestia constante el hecho de que Mortífagos y miembros de la asquerosa Orden del Fénix utilicen los jardines de Castillos para matarse entre sí. Ya es tiempo de que los encierren a todos. respondió con naturalidad, mostrando gestos de lastima solo para decorar su comentario cargado de descaro. Ya era normal hacer ese tipo de cosas a diario, por lo que no le resulto nada difícil fingir.

 

Su mascara había desaparecido con un movimiento de su mano, sonrió, al menos la Hawthorne había estado consciente.

 

Entrecruzó sus piernas con la de la bruja, dejando entre medio de ellos un pequeño espacio, perfecto para lo que intentaba hacer. Invocar un pergamino cargado de oscuridad, magia profana y de la más peligrosa que la blonda habría podido conocer. Levanto su mirada para observar sus platinados y exquisitos ocelos.

 

Te enseñaré como crear un muñeco Vudú, idéntico al que utilicé para llamarte, eso es con ayuda de la Nigromancia, una habilidad que podrás obtener si llegas al Tártaro y pactas con la muerte en su libro. había algo que le ocultaba, algo que evitaba decirle Básicamente, deberás sacrificar tu alma por la erudición, tal como yo lo hice.

 

La magia era magia, de la más pura, solo aquellos ignorantes que carecían de valor para manipularla, la denominaban oscura. Si estaba lista, abrirían el pergamino y leerían su interior, Malaquías cumpliría todos sus sueños.

 

 

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Editado por Matthew Triviani

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  • 4 semanas más tarde...

Nuevamente me encontraba frente a aquella imponente edificación, según me habían contado perteneciente a una de las familias más importantes, y puristas además, del mundo mágico. Atravesé sin problema la reja principal y seguí caminando por el camino de piedra que llevaba hasta las grandes puertas de madera. Sentía que en cualquier momento alguna criatura saltaría desde los costados del camino para morderme o lastimarme.

 

Crucé un pequeño puente, con miedo debo decir, y seguí caminando un poco más para poder llegar a las puertas de aquél gran castillo ¿Que manía tenían todos en ese lugar de poner las entradas exageradamente lejos de las calles? Si fuera una persona normal llegaría sin aliento a las puertas, o sudando a raudales. Una vez más agradecí mi naturaleza y pedí a los infiernos seguir así por mucho tiempo más.

 

Al llegar a las grandes puertas de madera de aquel castillo pude notar cada uno de los detalles que existían en las grandes hojas de las puertas. Talladas de una sola y grande pieza de madera cada una, trabajada con una precisión y pericia que pareciera que en cualquier momento aquellas vetas podrían cobrar vida. Me quedé observando las puertas por un muy, muy largo rato hasta que decidí que era momento de tocar.

 

Deseaba verla nuevamente, aunque no podría describir si era un deseo o una necesidad. Agudicé mi olfato y pude comprobar que ella se encontraba cerca. Ciertamente no me esperaba y no era mi intención dejarle saber que la visitaba hasta que me tuviera enfrente. Mis cabellos, cómo de costumbre, se encontraban atados en una cola con un vistoso listón azul que hacía juego con mi saco, pero aquél día llevaba puesta una camisa blanca simple, unos vaqueros y unas botas vaqueras, un poco más relajado que de costumbre.

 

En una de mis manos, que se encontraba en mi espalda llevaba un pequeño estuche de color azul marino que contenía un obsequio para Maida; una collar de hechura delicada con algunas rocas incrustadas en el. Amatistas y zafiros... Un poco cursi pero mis ojos eran de un color violeta y sus ojos azules, pensé que sería lindo y divertido que lo tuviera.

 

Toqué la puerta con los nudillos de mi mano libre y esperé algún tipo de respuesta.

 

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Maida se encontraba en su habitación, de casualidad en realidad, porque prometió mantenerse al menos un mes en la Manor Yaxley, pero la ruma de pendientes que tenía ahí la habían ahuyentado en cinco minutos. En fin, que estaba echada en su diván disfrutando su libro, tratando de disipar la mente con una de sus obras favoritas. Seguramente cuando Aaron se dignara pisar el hogar, tendría pendientes adicionales.

 

Señorita Black —dijo entonces Mushu, su elfo personal, asustándola y sacándola de su entretenimiento—, me temo que tengo que interrumpirla, el señor con el que fue a la boda de Cissy Macnair, esta en el vestíbulo. ¿lo dejo pasar?

 

La ojiazul abrió los ojos como platos y cerró el libro.

 

Pues claro, hazlo pasar al jardín trasero, dile que en minuto estoy con él.

 

El elfo desapareció antes que Maida le preguntara qué podía ponerse para la ocasión. Esta vez no era una boda, y lo que reflejaba el espejo era una bruja, casi enana en una túnica gris que no acentuaban ninguna cuerva y que servían solo para contrastar un poco la cabellera castaño-oscuro. Se alisó arrugas inexistentes en la tela y sin dudar un segundo más, desapareció de su alcoba para aparecer en los jardines, justo detrás de él, quién como siempre, lucía impecable, ¿cómo lo hacía? Carraspeó para hacerse notar y escondió un mechón de su cabello detrás de la oreja.

 

¿A qué debemos esta grata sorpresa? —dijo

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El pequeño elfo que abrió las puertas y me introdujo al vestíbulo desapareció un momento para ir a buscar a su ama. Trataba de no husmear, así que clavé la mirada en el suelo y jugaba con la punta del pie haciendo círculos. Cuándo el pequeño ser reapareció me condujo hasta un jardín, muy lindo y verde, que se encontraba en la parte trasera de aquel castillo tan grande. Antes de que el elfo se retirara le di la mano y le agradecí sus atenciones.

 

Me repuse y tomé mi postura habitual, con mis ojos analizando cada flor, cada retoño que había en aquél basto jardín y esperaba que la joven Maida llegara hasta dónde me encontraba. Mis manos permanecían en mi espalda, sujetando el estuche que guardaba el obsequio.

 

Su voz casi hace que se me salga el corazón por la boca y provocó que girara tan rápido que mi cabello golpeó mi cara. Lo acomodé rápido y tratando de guardar la compostura me di cuenta de que me resultaba imposible. Verla ahí, tan linda incluso sin llevar un elegante vestido para una boda, verla cómo se encontraba a diario me hacía temblar y querer salir corriendo, pero mis modales y mi crianza me exigían portarme a la altura de la dama con la que me encontraba aquella tarde.

 

Mi lengua se había anudado y parecía que buscaba esconderse dentro de mi garganta. No necesitaba aire pero resultaba incómodo tener la lengua enroscada para atrás. Las palabras, aunque en mi mente se estructuraban bien, al salir de mi boca era solo un continuo balbucear. -Yo... eh... disculpa... yo...- Obligué a mi cuerpo a calmarse. ¿Sería así cada vez que la viera? Los primeros minutos resultarían sumamente incómodos.

 

-He venido a traerte un pequeño obsequio, para agradecerte la perfecta velada que pasamos en la boda.- Mostré ante ella el estuche y lo abrí para que pudiera ver el collar que le había llevado. -Son zafiros, por tus ojos azules, y amatistas, por mis ojos color violeta. Espero que te guste.- Todo en mi deseaba gritar pero me estaba comportando a la altura.

 

Su olor no ayudaba, llenaba mis pulmones con su dulce aroma y hacían que Rita se pusiera cada vez más inquieta por probar aquella dulce y especial sangre.

 

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La Yaxley intentó no reírse apretando los labios, era muy gracioso recordar al vampiro altivo que había conocido mientras lo tenía al frente casi balbuceando un saludo. De todas maneras le dejó sufrir un rato antes de cerrar los ojos y asentir ante lo que decía, tenía razón. A pesar de todas las cosas que sucedieron en la boda (por si acaso esto xD), había resultado una velada encantadora, como hace mucho ella no tenía. Lo del regalo la sorprendió y la desubicó un poco, ella no utilizaba joyas, aunque sabía lo que representaba para el común de las mujeres. Amó la manera en la que había juntado ese par de piedras preciosas y las razones por las que lo había hecho.

 

Me temo que tendremos que ir a otra boda para que pueda lucirlo con propiedad —dijo con una sonrisa antes de morderse el labio inferior—, lo guardaré como el tesoro que es, te lo prometo, muchas gracias.

 

Caminó haciendo un círculo, acercándose peligrosamente, sabiendo que con la ayuda de la brisa su aroma lo volvería un poco loco, hasta llegar a su espalda.

 

Si llegabas dos horas más tarde, no me hubieras encontrado, pensaba ir a mi otra casa, pero me entretuve leyendo viejas publicaciones del Profeta —comentó antes de abrazarlo por detrás y poner su mejilla contra su espalda—, menos mal que siempre pierdo la noción del tiempo cuando leo. ¿No crees?

 

Maida sabía que estaba jugando con él, pero también sabía que él no le haría daño, que tendría que pelear en el interno o sino, ella terminaría muerta, cosa que esperaba él no quisiera. Lo rodeó acariciando su torso y tomó entre sus dedos la caja con la joya, cerrándola y alzando el rostro sonriéndole. Esos ojos violeta la estaban convirtiendo sin necesidad de mordida alguna, en otros tiempos, Maida jamás habría tenido la iniciativa de acariciarlo o de mostrarse tan desfachatada. Le gustaba, ¿seria capaz de decírselo?

 

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Su abrazo por la espalda me sorprendió pero curiosamente calmo todas mis ansias y dejé de temblar. De pronto mi ser se encontraba en calma y todas mis ansiedades se habían ido. Aunque me encontraba en una batalla interna entre mis instintos y el sentimiento que crecía en mi pecho por la pequeña Maida tenía, imperiosamente, que controlarme. No quería, al menos por ahora, que ella formara parte de mi raza. Deseaba que ella viviera su vida y tal vez en el futuro convertirla en una inmortal, pero no ahora.

 

Cuándo quedó de nuevo frente a mi mis manos entregaron el estuche que ella había cerrado y mis brazos cayeron a mis costados, cómo 2 alfiles que esperaban para poder atacar a la reina. El contacto de su mano sobre mi cara hizo que cada parte de mi se encendiera en llamas. Algo tenía aquella mujer que cada vez me volvía más loco. Había prometido no pasar nunca más por eso y justo así me encontraba ahora, en un proceso de enamoramiento de aquella pequeña brujita.

 

-Supongo que la suerte estuvo de mi lado el día de hoy, igual que el día que te conocí e igual que el día que te besé.- La vida podía resultar una burla pero por cosas cómo las que estaban pasando últimamente valía la pena vivir eternamente. Mis brazos subieron un poco y la tomé por la cintura, juntando un poco nuestros cuerpos pero sin llegar a tocarnos. -Me alegro de que no te hayas ido Maida. Si gustas puedo ayudarte a lo que se que estabas haciendo. Te ofrecería irme, pero es algo que no quiero. Me gustas de una manera extraña en que no me había gustado nadie antes y no quiero separarme de ti.

 

Escuché la risa de Rita en mi cabeza y entendí que habló por mi. Aunque no dijo ninguna mentira me resultaba un tanto bochornoso que Maida supiera ese tipo de cosas tan de golpe. Pensé que podría asustarse, incluso salir corriendo de su propio hogar... Pero ya todo estaba dicho, solo quedaba esperar su respuesta.

 

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Albus buscaba las respuestas en los labios de la bruja, sin conocer que se las había dado con cada gesto, con cada movimiento desde que se habían conocido. A lo mejor era eso lo que lo ponía tan nervioso y a ella tan traviesa, el volver a oír de sus pálidos labios que le gustaba con tamaña intensidad le hacía dudar en si desnudar sus sentimientos o seguir manteniéndolos en privado. Acarició su mejilla con el dorso de la mano inclinando el dorso con ternura, se puso de puntillas y le besó con suavidad, como si estuviera contando muy lentamente hasta diez. No se apartó, ni quiso hacerlo, movió su mano hacia sus cabellos y los sacudió un poco para distraerlo de sus mejillas rosadas, sabía que se le había subido la temperatura, sabía que estaba colorada.

 

Acabas de llegar, en lo que menos pienso es en que te vayas —susurró antes de rozar nuevamente su boca y colocarse de nuevo a su real nivel de altura—, pero no puedes ayudarme, porque estaba en mi habitación y verás...no llegarás a ese sitio del castillo con tanta facilidad, Albus.

 

Bromeó, aunque sabía exactamente la imagen mental que le estaba colocando al vampiro en ese mismo instante. Por otro lado, si tenía algo de temor de cruzarse por el jardín con Mathew, Jeremy o Aaron, cualquiera de los tres era bastante capaz de hacerle pasar un mal rato al aspirante a mortífago, y aunque le gustaba mucho Albus, era una encrucijada en la que de momento, prefería no meterse.

 

Pero, en regreso a tu generosidad por el collar te daré un secreto —dijo sonriente—, también me gusta...pasar el tiempo contigo. Me gustas.

 

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