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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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Mahia dejó que su hermana siguiera hablando, descargando su enojo y frustración. Sus palabras le dolían, pero lograba ocultarlo sin reflejarlo en sus blancas facciones. Se pasó casi todo el tiempo con la mirada baja hacia hacia sus zapatos, levantando un poco las cejas en señal de sumisión hacia quien le hablaba, casi como si de un perro regañado se tratara. 

Mahia, sé que soy buena con la varita, que tengo más libros y experiencia que tú pero ¡Soy humana pedazo de mujer ciega!  - Trató de contener la risa unos segundos, pero no pudo aguantar esbozar una sonrisa al escuchar la risa de su amada. 

Levantó la cabeza. Entendía las preocupaciones de la Delacour. Y, siendo sincera, nunca se había detenido a pensar en los argumentos que la menor de las dos estaba detallando. Para ella, su hermana siempre había sido sinónimo de fortaleza, de bienestar. Sentirla a su lado le hacía pensar que todo iba a estar bien, que nada podría vencerla. Ella era una guerrera de la que incluso muchas veces había temido, incluyendo la situación en la que se encontraban. Por ese motivo, de todas aquellas veces en las que había deseado que su ex novia compartiera esa parte de su vida que no quería mostrar a nadie más, ni una sola vez la había creído incapaz de seguirle el ritmo, muchísimo menos había pensado en la posibilidad de que corriera peligro, puesto que la Black se habría hecho cargo de todo aquello de lo que Gabrielle no pudiera defenderse.

- Por supuesto que no quiero que mueras en el intento... - Dijo en voz baja, bastante segura de que la otra mujer no la había escuchado. 

La vio sentarse a su lado y contuvo la respiración cuando la cabeza de la castaña se posó en su hombro. Sentía la garganta seca de la sed, y el aroma dulce que su ex prometida desprendía le nublaba los sentidos. Apretó la mandíbula, casi al borde de dañar el interior de sus labios con los colmillos, y respiró profundo, tratando de acostumbrarse nuevamente. Necesitaba tener demasiado autocontrol cuando estaba con ella. 

Miró la mano de Gabrielle y alargó sus dedos hasta donde el anillo reposaba, extrayéndolo unos segundos. Giró la cabeza y con un sutil movimiento, besó con amor la coronilla de la otra, sonriendo disimuladamente. 

- Tengo una idea para solucionar este problema, si es que realmente te preocupa. - Tomó la mano izquierda de su mujer y fue colocando lentamente la sortija en el dedo anular de ella, lugar de donde nunca debió haber salido. - Cuando no te tengo cerca siento morir... te he extrañado más de lo que mi mente soportaba. Me sentía desgarrada, destrozada; cortada en pequeños pedacitos que nunca volvían a unirse -

Se giró un poco para poder mirarla a los ojos, tratando de que ella entendiera el dolor que estos emitían. Aquel dolor que seguramente ambas habían sentido, pero que eran demasiado orgullosas para aceptar. Entrelazó sus dedos con los de la Delacour y tiró de ellos, acercándola lo suficiente como para que sus labios rozaran el cuello de esta. Deslizó ambos colmillos superiores por la piel tersa y suave, sintiendo latir la vena yugular, la cual recorrió lentamente con la punta de la lengua. 

Sintió la punzada entre sus piernas y se separó agitada, tragando con dificultad mientras trataba de que la ternura volviera a primar sobre el deseo.

- Hagamos honor a estos anillos. Casate conmigo... y... tal vez, si quisieras... podríamos compartir el mismo destino. - Sintió la poca sangre que aún le quedaba agolparse en sus mejillas, y el calor que esta le brindaba quemaba cada vez más. Señaló sus colmillos con la mano libre - Ya sabes... si no te desagrada mucho... ¿querrías pasar la eternidad a mi lado?

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Matthew Black Triviani.

Sus pasos seguros lo guiaban a través de los terrenos de los Black, donde el rumo de amenas conversaciones lejanas lo tenían sin cuidado, así como todo lo demás. Tenia los ojos fijos en un documento oficial, un pergamino extendido entre sus elegantes manos donde la tinta brillaba tanto que era imposible ver algo mas que el logro del Winzengamot. Él sin embargo veía perfectamente, la tinta en realidad era mate y el contenido insignificante dentro de sus prioridades, pero, tal vez el mundo mágico pensara lo contrario. 

Enrolló el papiro apenas llegar a la puerta de la mansión y dio un par de golpecitos en la superficie de madera que comprendía la puerta. Pasaron, a lo sumo, dos segundos antes de que un elfo domestico abriera la puerta y fijara sus feos y grandes ojos con él. El gitano no reparó él, ni en la reverencia que vino después, lo aparto con un gesto y se adentro al interior con aire de suficiencia. Su túnica negra desplegada resaltaba en el interior más que bajo de la luz del día, quizá porque los detalles estaban hechos para resaltar dentro de los pasillos del Ministerio que en otro sitio. 

Suspiró después de un rato de silencio, no tendría más remedio que comunicarse con el elfo. Una mueca de disgusto se dibujo en sus facciones pálidas. Detestaba a aquellas criaturas, tal vez demasiado.

—¿Tienes idea de donde se encuentra Augustine?—quería gritarle, pero no encontraba el motivo. 

Ruido de zapatos se escuchaban por sobre él, sus extraños ojos negros miraron el techo, como si tuviera la posibilidad de atravesar las paredes del Castillo para observar, pero su habilidad fue nula, por lo que resto completa importancia a lo que otros hacían dentro, se caracterizaba por eso, por no meterse en asuntos ajenos.

Se tumbo sobre el sofá frente a la chimenea. Estiro su brazo y tomo uno de los vasos, levantándolo para que el sirviente lo llenara. 

Tomo un trago ligero, justo lo que buscaba. 

Regreso la bebida a sus labios, aquella vez permitiéndose saborear, la próxima acción fue casi como quemar su garganta para que las palabras duras emergieran, ahora tocaba relajar sus cuerdas vocales para el relato que seguiría a continuación.

—¿Tienes idea de la magnitud que ha tomado tu postura?—reprocho a su padre, quien llegaba por detrás, o al menos creía que era él, su característico aroma era familiar para el licántropo. —Al menos espero que la Ministra este de tu lado, si no será difícil controlar una horda de Mortífagos incontrolables. 

 

@ Aaron Black Yaxley

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Kalevi

-¿Eh?...

La voz de un niño, un joven de no más de trece años se hacía presente en el salón del castillo donde se encontraba el hijo de Aaron. Kalevi Rosier, hijo de Juliette y ahijado de Aaron cruzaba el dintel vistiendo una túnica que le quedaba ¡gigante!; las mangas golgaban a la mitad y los pliegues se alargaban más de metro y medio de arrastre. Era una prenda de su tío, de Black. Quedó de una pieza cuando vio al hijo de la zíngara, pues lo reconocía y lo había visto en otras ocasiones. 

-¿Qué tiene que ver el tío Aaron con los mortífagos?- preguntó el joven mago que jugaba a ser como su padrino. 

-Amo Matthew, amo Matthew...- apareció un elfo medio que nervioso y temeroso de caerle mal al hechicero en cuestión, más que mal, tenía el temperamento de su padre- ... el amo Black no se encuentra en el castillo...- soltó de una y reflejó la túnica del ex mandatario inglés en el joven Kalevi-... amo Rosier...usted...

-Yo la limpiaré- dijo Kalevi sin escrúpulos, observó a Matthew por si creía que el elfo, sirviente mágico, debiese hacer tal cosa y agregó sin cuidado- ... no dejaré que unas manos de elfo toquen las ropas de mi padrino...sí, no lo dejaré...- entonces cuando Triviani no pudo verlo, le guiñó un ojo a la criatura. Se llevaban bien. 

-... este, amo Black... quiere que vaya por el...- lo pensó dos y tres veces-... ¿amo Black?...

Kalevi siguió arrastrando la túnica de Aaron y se sentó algo enredado en uno de los sofá que allí se ubicaban. 

- ¿De qué es ese jugo?...

@Matthew B. Triviani

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La Black contuvo sus ganas de detener el anillo pero dejó que su hermana le tomara, suspiró aliviada al sentir su beso y trató de no abalanzarse a sus brazos, se quedó inmóvil esperando qué traía entre manos la otra Black y sus palabras arrasaron con lo que quedaba de frialdad dentro de ella ¿Cómo estar enojada solo por ser ella misma? Así le había conocido y posiblemente así seguiría siendo por más que las ausencias la destrozaran. 

Correspondió la mirada, notaba que ella también había sufrido la misma separación, posiblemente en menor escala pero ¿Quién era ella para juzgar emociones ajenas? La amaba y amaría siempre y era lo que importaba, lo que siempre iba a importar a pesar de las ausencias, a pesar de las peleas. 

El tirón logró que su cuerpo siguiera las órdenes de su ex prometida y al sentirla cerca su corazón se descontroló por completo al igual que sus pensamientos, todo aquel rush de recuerdos y pasiones dentro del castillo flashearon por segundos por su cabeza; el tenerla cerca de nuevo era más que peligroso, más después de tanto tiempo sin verla y desearla tanto. El sentir el roce de sus colmillos en su cuello le hizo jadear de deseo y apretó su mano fuerte contra la de su hermana, arqueó la espalda y estiró mas el  cuello para ella sujetando fuertemente sus dedos entrelazados. Era química, era natural la respuesta de su cuerpo al de ella, sintió el rubor en sus mejillas y guió la mano de su hermana a sus muslos deteniéndoles con fuerza para reprimir las ganas de tenerla más allá.

Y su propuesta le pegó de golpe dejando de lado aquel deseo para convertirse en ¿Nervios? 

Le miró a los ojos y sonrió, acarició la mejilla de su hermana y asintió con la cabeza mirando de reojo el anillo de nuevo en su dedo, tenía miedo al compromiso, otro golpe así de fuerte sabía que no soportaría pero por ella lo arriesgaba, ella era su todo y su mirada la delataba.

Una media sonrisa se dibujó en sus labios y, poniendo sus manos en los hombros de su hermana, le puso contra el piso, sus piernas rodeaban la cadera de la rubia y sus ojos miel se encontraban fijos en el azul de su hermana que tanto amaba.

- Sí, quiero casarme contigo Mahia solo queda una pregunta...- bajó lentamente sus labios a los de la rubia y, sin perder la mirada, sonrió entre lujuria y altanería.- ¿Luego quién será tu alimento? Digo, amaría compartir la eternidad a tu lado, juntas pero... -rozó sus labios con los de ella y lentamente avanzó hasta su oído derecho no sin antes hacer rozar su cuello con los labios de la vampira.- ¿De quién te alimentarías en la cama después del platillo principal?

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  • 3 semanas más tarde...

Los segundos entre que dijo la preguntas y entre los que escuchó la respuesta se sintieron eternos. Siempre había pensado que el único miedo que ella podía sentir era al carácter de su hermana cuando estaba enojada. Esa explosividad e intensidad que podían aplastarte contra la pared para cortar tu respiración lo suficiente para que te sintieras mareado o atontado. Gabrielle tenía poder. Sólo su forma de mirar podía decir más que los labios de muchas personas.

Pero la realidad era que su peor miedo era que ella se cansara, y simplemente se rindiera. Costaba aceptarlo. Mahia sabía qué hacía las cosas mal. Era un ciclo repetitivo. Se perdía, y al volver ella estaba allí. Pero, ¿Qué pasaría el día que encontrara sólo oscuridad y soledad? No había concepto suficiente de la palabra vacío para describir lo que sería su alma, ni crucio en el mundo que equiparara el dolor que sentiría.

Sin ella…

Los ojos azules apenas llegaron a humedecerse cuando sintió el movimiento de la mano de la Delacour, apoyando la cabeza en su mano mientras disfrutaba de la caricia. Respiró hondo, aunque no lo necesitaba. La costumbre que había incorporado a través de sus años como humana todavía perduraba en ella. La vio asentir y fue suficiente para que todas sus emociones explotaran en su pecho como si de un volcán en erupción se tratara.

-  No tenés idea de lo mucho que te amo… y de todo lo que me importas. – No pudo terminar de decir sus ideas cuando sintió el peso de Gabrielle volteando su cuerpo contra el piso.

No se resistió. Sonrió de lado, dejando entrever sus colmillos con los ojos brillando de deseo. Sólo quería llegar hasta los labios de su hermana para poder besarla como nunca había podido hacerlo. Trató de incorporarse apenas sus oídos recibieron la confirmación por parte de la castaña, despegando los omoplatos del suelo para llegar hasta la boca de la otra mujer. Tenía un hambre voraz. Después de tanto tiempo sin sentirla, sin poder rozar su piel con la yema de sus dedos, lo único que deseaba era que volvieran a ser ellas; volver a ser una sola.

-  … Sólo queda una pregunta… ¿Luego, quin será tu alimento? … -

La Black ladeó la cabeza hacia su hombro derecho, dejando la boca abierta mientras terminaba de incorporar la información.

-  ¡La p*** madre! – No lo había pensado. Por supuesto que ella podía conseguir sangre de otros humanos, donaciones de hospitales en su mayoría de las veces, y hasta de animales. No obstante, el extraer la sangre de su mujer era un acto de lo más íntimo que podían compartir, sobre todo al hacer el amor.

Cuando mordía su cuello o su vena femoral podía sentir su presión… Cada latido que emitía su corazón acelerado por el placer, que aumentaba cada vez más por el dolor de sus mordidas. Y cuando por fin degustaba su sangre, aquel néctar carmesí que fluía por sus venas, era un éxtasis que, conjunto a las caricias de su amada, la llevaban al más puro de los éxtasis.

Era algo que sólo ellas compartían. Que sólo Gabrielle lograba.

-  No lo había pensado… - La miró avergonzada y rió, volviendo a iluminar los ojos de deseo.  – Pero… ¿no te da curiosidad? Si tuvieras una idea… - Acercó su rostro al cuello de la otra Black y deslizó la punta de la nariz por su piel, aspirando profundamente para sentir el aroma de ella. Gimió y levantó la cadera, haciendo presión con una de las manos sobre la espalda de la otra al sentir el arqueo. – Si sólo tuvieras una idea de lo bien que se siente tu aroma… ¿No quisieras saber lo que se sentiría el mío de esta manera? –

 

Mordió una vez que estaba segura de que su colmillo sólo rozaría la yugular, abriendo la boca para dejar entrar una pequeña cantidad de sangre a sus labios, soltando un jadeo de súplica. Su entrepierna palpitaba. Gruñó antes de presionar la herida con la lengua para que se detuviera la hemorragia y en un rápido movimiento cambió de posesión, apartando un poco a Gabrielle sólo para poder incorporarse con ella entre sus brazos, llevándola hacia la cama.

 

-  ¿De verdad no querés saberlo? … Mi prometida… -

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  • 2 semanas más tarde...

Era imposible el negar el amor y la química que la Delacour sentía con su hermana ¿Media hermana?  Daba lo mismo, el amor estaba ahí y a fin de cuentas el lema de la familia era mantener la pureza de la sangre ¿Cierto? 

- Para mi tu esencia es única no necesito agudizar mis sentidos para llegar a ese éxtasis que supongo que me presumes.- musitó orgullosa y al mismo tiempo deseosa al sentirle más cerca.- Pero será lo que tú digas.

Las barreras habían caído en ese instante, como siempre solo bastaba el tacto de la rubia para que Gabrielle doblara las piernas y accediera a lo que fuera, soltó un gemido de placer y dolor al mismo tiempo que su hermana mordía su piel y pegó su cuerpo lo mas que pudo al de ella esperando su contacto, su respiración y pulsaciones eran tan aceleradas que en su cabeza no sabía si era producto de tenerla cerca o el haberse embriagado con la lujuria que le hacía sentir; no era tanto el dolor, era el deseo, el coraje, el haberla esperado por años y ahora así tan sencillo le tomaba en brazos y su dignidad caía al tiempo que la mano de la otra Black rozaba su piel.

- ¡MAHIA!

Frunció el ceño y su mirada miel demostraba el enojo, no tanto hacia la vampira si no hacia ella misma por hacerla tan fácil, una mirada de la ojiazul y con eso tenía para desarmarle. Su mano cubrió el lugar donde la había mordido y trató de detener el deseo de seguir, cerró su puño y se invocó lo que había aprendido del Libro de la sangre para "regresarle el favor" a la mayor de las Black.

Cerró su mano sintiendo materializarse su varita en ella y su mirada miel se fijó en el azul que tanto amaba, no se la dejaría sencillo...

- ¿Así como así, después de días, meses, años llegas y crees que puedes tomar lo que se te antoje?

Sabía la respuesta, la altanería de su hermana era algo que de cierta manera le enamoraba más de lo que podía imaginar.

- Incárcerus - tres cuerdas salieron de la varita de la Francesa atando las manos de su hermana a la cabecera de la cama y las otras a sus piernas a cada esquina de la misma dejándola boca arriba.

Sonrió de lado y pasó su varita por su muñeca izquierda haciendo un corte lo suficientemente profundo para que su sangre corriera, al mismo tiempo la herida apareció en la muñeca de su prometida. Gabrielle miró altanera su muñeca y luego clavó la mirada en los ojos de la mujer que amaba y que ahora le tenía casi indefensa, se sentó sobre la cadera de la vampira y le miró retadoramente mientras inclinaba su cuerpo al borde de rozar su pecho, acarició la mejilla de la Black con su mano izquierda evitando que la sangre le tocara su piel o rozara sus labios solo dejaba que el aroma estuviera cerca y detuvo con ambas manos su rostro.

- ¿Cuánto tiempo soportarás ahora? ¿Otros meses, años?

Esta vez la venganza se servía tibia, sentía su sangre recorrer la muñeca y manchar las sábanas, sus ojos seguían fijos en el azul penetrante de su prometida, era una mezcla de venganza y placer al verla, volvió a guardar la varita y acarició de nuevo la mejilla de Mahia al mismo tiempo que le sonreía altanera. 

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Su voz era la caricia más dulce que podía tener el alma. Miró sus ojos mientras la depositaba tiernamente en el lecho. Su mano derecha se había adentrado más allá de donde era respetuoso tocar si esa mujer no fuese su futura esposa. El deseo se había apoderado de la Black, motivado por el amor y el dulce sabor de su sangre.

Quiso besar sus labios, pero Gabrielle gritó su nombre de tal manera que le hizo frenar en seco. Podía ver cuán consternada estaba. Se le hacía tierno. Sonrió de lado, mostrando su colmillo izquierdo a medida que levantaba una ceja, desfigurando la cicatriz sobre su ojo izquierdo en una mueca que, visto en otro momento, podría haberse considerado como graciosa o altanera.

Sin embargo, el ego le duró poco.

Dio un paso hacia atrás, sorprendida cuando su mujer materializó su varita y cada poro de su cuerpo reaccionó, poniéndole la piel de gallina. Movió la mano para convocar a la suya, pero lo pensó dos veces. Su hermana ya estaba enojada, puesto que nunca antes la había atacado, y no quería que pensara que ella podía ser un riesgo.

Abrió los ojos grandes, cambiando la expresión en su semblante. Seria. No había rastro de sonrisa.

-       ¿Así como así, después de días, meses, años llegas y crees que puedes tomar lo que se te antoje? –

 Podía ver la indignación de la castaña. Sabía que era su culpa después de todo. Asique volvió a sonreír e intentó acercarse, estirando las manos para poder calmar a su mujer. Comenzó a querer explicarse, pero antes de que pudiera decir algo tres cuerdas se habían encargado de maniatarla, dejándola sobre la cama a merced de su hermana.

-       Oh dios… esto es serio – Pensó, dejando la vista fija en el techo. Pese a la pequeña cantidad de sangre que había podido absorber de su amor, se sentía helada. Miedo, creo que le llaman. Tembló sintiendo el sudor frío en su espalda y atinó a mover las manos y los pies, queriendo romper las cuerdas sin sentido.

Escuchó lo que podría haber sido una risa de su hermana. Sabía que le divertía verle luchar contra la magia, y que esta vez no podría ganar. Perder no era algo que hacía todos los días, sino sólo en presencia de Gabrielle.

-       Amor… ya estuvo el chiste. Ya entendí… ¿Me soltas? –

Trató de apelar a su buena voluntad, pero sin embargo estaba consciente de los movimientos que hacía su hermana a su alrededor, y ninguno de ellos le daba la pauta de que cumpliría sus deseos.

Giró el rostro, buscando el de ella. Dios. Era sexy. Ese ego propio de la familia. No… propio de ella que amaba ganar. Recordó a su hermana en duelos. Ese placer sanguinario y la inteligencia necesaria para prologar el sufrimiento y la tortura; provocar súplicas y pedidos de perdón. La Delacour tenía esa facilidad de hacer que el dolor y el sufrimiento del adversario sonaran y se vieran como el aperitivo más antojable. Y lo disfrutaba.

-     ¡NO! ¡GABBS! – Su corazón se detuvo unos momentos. La sangre de su hermana brotaba por su muñeca, cerrando su garganta. Estaba preocupada por ella. Le daba miedo que se desangrara. Movió con más fuerza sus manos para soltarse, logrando que las cuerdas empezaran a realizar hematomas alrededor de ellas.

Gimió, queriendo cerrar las piernas para aplacar el palpitar, pero sus pies estaban atados. Sentia el dolor de la garganta seca, sin necesidad de que un séneca le afectara, y el deseo incontrolable que le llevaba a aspirar más y más rápido en busca del aroma que le llenaba los pulmones.

Musitó el nombre de su hermana con la voz ronca, casi rogando. Su orgullo estaba siendo tan destrozado como su garganta y deseo carnal. Sintió el toque cálido de su mano mientras se apoyaba en su gélida piel y quiso acercarse más. Jadeó. Levantando la mirada hacia la otra Black.

Normalmente tenía mucho autocontrol. Los años de experiencia y el miedo de dañar a su amada le habían permitido contenerse. Pero en ese estado, indefensa, asustada y provocada, la parte animal o monstruosa comenzaba a aflorar. Abrió y cerró la mandíbula, chasqueando los colmillos mientras levantaba los labios para mostrar las encías, cual perro rabioso.

No quería dañarla. No podía hacerlo, pero la sangre corría y se manchaba por las sabanas, por su rostro. Estiró la lengua, hambrienta. Buscaba el alivio de la sangre. Aunque fuera una sóla gota.

Se vio obligada a mirar a Gabrielle a los ojos.

- ¿Cuánto tiempo soportarás ahora? ¿Otros meses, años? –

- Soltame amor – Logró decir, temblando. Su voz de notas embriagantes que sonaban casi como una melodía, ahora era tétrica – Prometo no volver a dejarte así. Sólo… Por favor… Duele…

Podía ver el placer en el rostro de su hermana. Era un sentimiento encontrado. Más allá del dolor físico que le estaba provocando, ver su hermosura y lo sexy que se ponía cuando ejecutaba su venganza le excitaba  a mas no poder.

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Evidentemente la menor de las Black estaba más que empeñada en tener su venganza, su mirada miel que alguna vez demostró amor y ternura ahora era tan solo la ventana a esa sed de tortura y lujuria al ver a su hermana sufrir de esa manera. Sonrió de lado y sus ojos se clavaron en los de su prometida, sabía que tenía el control y aún sin tenerlo su cuerpo vibraba de placer al verla en ese estado.

 

- Sh…- silenció la castaña cuando le escuchó rogarle por su libertad, pasó sus labios por su propia herida, se acercó lentamente al rostro de su hermana para a penas rozar sus labios con los de ella y mojarles con aquel tibio líquido que seguía brotando de su muñeca.- No, no Mahia.

 

Nunca había sentido tanto deseo, tanto poder, amaba torturar y era parte de lo que extrañaba de ser mortífaga pero mezclarlo con lujuria había abierto una parte que ni la Delacour podía controlar. Sus manos apresuraron a quitarle la ropa a la Black y, con la mirada aún fija en los ojos azules de la rubia, bajó lentamente sus labios y manos desde el blanco cuello de la rubia hasta su abdomen dejando un rastro de sangre gracias a su herida.

 

Ya no era ella, era instinto, era deseo estaba fuera de sí, los ruegos e inútiles intentos de su hermana por liberarse solo le avivaron las ganas de continuar. Se detuvo en su entre pierna y pasó su lengua justo en el punto que ella sabía que le hacía enloquecer, su otra mano subía lentamente por el interior de su muslo, jugueteó un poco con su lengua haciendo presión y sus dedos solo se limitaban entre entrar o no en aquel lugar que sabía que le llevaría al éxtasis. Y detuvo sus movimientos.

 

No, aquello era demasiado “premio” para ella. Volvió a acomodar su cuerpo sobre el de ella haciendo que el tirante de su vestido cayera por su hombro dejando ver mas allá que tan solo la clavícula y lentamente bajó su mano derecha para ser ahora ella quien disfrutara del momento. Su mano izquierda detenía con cierto amor y cariño la mejilla de su hermana obligándole a verle a los ojos, mismos ojos miel que ahora solo proyectaban deseo, lujuria y placer, de vez en cuando salía un leve gemido de placer de sus labios y aquel vórtice de sensaciones podía leerse en sus movimientos de cadera.

 

Pasó su mano izquierda por el cuello de la Black de nuevo dejándole un hilo de sangre correr y soltó un último gemido mientras le miraba a los ojos. Un leve mareo le hizo detenerse de los brazos de su hermana dejando su rostro a escasos del de su prometida, cerró los ojos y tomó aire para volver en sí, sonrió altanera y se quitó de encima para sentarse en el piso del cuarto.

 

- Episkey- dijo materializando su varita y curando su muñeca izquierda al igual que su muslo haciendo que de esa manera también las heridas de su hermana curaran de inmediato, Anna apresuró a sentarse entre las piernas de su dueña con un chocolate en el hocico a lo que Gabrielle comenzó a comer de inmediato. - Ah sí…

 

Con un movimiento de varita hizo desaparecer las cuerdas que sujetaban a la mayor de las Black y le guardó como si aquel infierno que había desatado no le diera el más mínimo nivel de importancia; no, no tenía miedo de lo que pudiera pasar y tanto ella como su Matagot estaban preparadas a la reacción de la vampira, sobre todo Anna quien movía la cola ansiosa.

 

- La mayor eres tú pero te recuerdo que la de mayor nivel soy yo, Mahia.- dijo con una sonrisa altanera en sus labios. 

 

 

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El corazón le latía desbocado, generando una opresión en su pecho que le hacía perder el aire y, por consiguiente, esforzarse por respirar. La muñeca le dolía y la soga se incrustaba cada vez más en la herida, desgarrando piel y hundiéndose en la carne. Era una verdadera tortura. No tanto por el dolor, puesto que siendo mortífaga estaba acostumbrada y en ciertos momentos hasta lo disfrutaba, sino por la desesperación.

Levantó el torso un poco de la cama y forzó el cuello para poder acercarse a los labios de Gabrielle, sacando la lengua e intentando con enojo de lamer la sangre que ella había puesto en ellos. Sentía que el fuego en su garganta en cualquier momento podría empezar a derretir su cuerpo si no llegaba a beber algo de ese néctar que su hermana le estaba negando.

Se sintió despojada de su ropaje y gimió alto al sentir el frío contra su piel en contraste con las caricias que la otra mujer empezaba a aplicar en su cuerpo.

-    ¡Gabrielle … esto … es … cruel! Por favor … -

Quería aguantar, demostrarle que no iba a poder con ella, pero su mente y su cuerpo decían todo lo contrario. Se odió. Con el ego destruido levantó las caderas en busca de más, luchando violentamente con sus ataduras, mordiendo sus labios hasta el punto de romperlos, sintiendo cómo una parte su propia sangre empezaba a llenar el interior de su boca y el resto caía lentamente por fuera de esta.

Su cabeza estaba empezando a girar. No podía escuchar nada más que su propio corazón, ni sentir más que el dolor de sus heridas combinado con el deseo tortuoso por la sangre, ese mismo que no podía ignorar, y las ansias por satisfacer el estado de éxtasis al que su hermana la estaba llevando. Estaba a punto de volverse loca. El placer pudo más que su razón y apuró sus movimientos, entregándose completamente mientras dejaba de luchar.

 Estaba tan cerca… sólo un poco más.

-  GABRIELLEEEE – Un rugido ensordecedor salió de sus labios cuando la Delacour paró los movimientos. Levantó el rostro de manera brusca y la miró a los ojos suplicando. – Gabrielle me estás matando. ¡Por favor! ¡No, no, no! –

Quería sentir enojo por el trato que estaba recibiendo, pero en vez de eso un mar de lujuria se apoderó de su cuerpo cuando la vio a los ojos. Era la personificación de todo aquello que podía ser considerado hermoso. Sentada sobre ella su hermana se movía con la sensualidad de una diosa, y el placer que ella misma se proporcionaba liberaba cientos de puntadas en el propio cuerpo de la rubia.

Era demasiado. Sentía que el cuerpo y su cabeza iban a explotar. Giró el rostro hacia un lado, desesperada por dejar de sentir aquella lujuria lasciva, pero se vio obligada a mantener la mirada en los ojos miel de Gabrielle cuando esta le sostuvo la mejilla.

Ya no podía soportar el dolor en su entrepierna. Quiso cerrar las piernas, pero las sogas de sus tobillos se lo impidieron y sus ojos se humedecieron. Le costaba respirar. Gabrielle había llevado la mano desde su mejilla hasta su cuello, pero no era eso lo que la asfixiaba, sino las ganas de poner sus propias manos en el cuerpo de la otra mujer.  

La vio retirarse de encima y cerró los ojos por fin, dando bocanadas para poder dejar pasar el aire a sus pulmones. La escuchó curarse, cerrando así también las propias heridas, pero el dolor no desapareció. Se quedó allí acostada unos segundos, temblando. Las sabanas estaban regadas en sangre, tanto de ella como de Gabrielle y eso hacía que la cabeza le diera vueltas.

Las cuerdas desaparecieron y la Black abrió los ojos, pensando en qué hacer. Debido a la pérdida de sangre no tenía la fuerza suficiente para moverse con la rapidez vampírica que la caracterizaba. Necesitaba comer, en todos los sentidos que aquella frase pudiera significar. Se sentó y miró hacia donde se encontraba su hermana, acomodada en el suelo con su fiel mascota encima de ella, mirando retadora a Mahia.

-  ¿Qué fue eso? ¿Realmente creés que esto va a quedar así? – Se incorporó. Sus ojos siempre azules se encontraban turbulentos, llegando casi a un color índigo oscuro que denotaba su avidez. –

Materializó su varita y gruño, levantando sus labios para mostrar los colmillos a la Matagot, avanzando lentamente hacia ella.

Sabía que el animal no le tenía miedo, y ella no quería hacerle daño. Se detuvo a unos pasos mientras el gato gigante se le acercaba también, posicionándose frente a su dueña y erizando sus pelos para demostrar su postura defensiva.

Se movió rápidamente, buscando evitar al animal con la poca velocidad que le quedaba, pero este la alcanzó en menos de un segundo. Cayó en el suelo con las manos apoyadas a los costados de su cuerpo para evitar golpear su rostro y giró rápidamente para poder ponerse boca arriba. Colocó su brazo delante de su cuello para evitar la mordida y, una vez que las fauces del gato se hubieran clavado en su antebrazo, llevo una pierna hacia adelante para empujarlo, lanzándola contra la cama.

Estaba a punto de abalanzarse nuevamente contra Anna, pero antes desvió la mirada unos segundos hacia su novia, entrecerrando los ojos. Nunca había demostrado su lado animal frente a ella. Y, por otro lado, sabía que, si la mascota y ella continuaban la pelea, una de las dos saldría gravemente lastimada y, en el caso que esa fuera la Matagot, Gabrielle nunca se lo perdonaría.

Suspiró y levantó las manos en alto, mientras miraba fijamente al animal. Bajó lentamente los brazos e hizo aparecer con su varita el anillo de amistad con las bestias para poder darse a entender con Anna. Desvaneció la varita y alargó una mano hacia ella, haciendo un paso hacia atrás cuando la bestia bufó en su contra.

-  Tranquila… Solo voy a hablar con ella… no le voy a hacer daño. No hace falta que la protejas. – Giró su cabeza hacia Gabrielle – Decile que no te voy a hacer nada. Sólo … creo que ya pagué por mi error. Dejame charlarlo con vos.

Levantó ambas cejas en señal de súplica, haciendo caso omiso de la mirada altanera de su hermana y el resto de enojo que aún quedaba en ella. Suspiró. Ni siquiera estando a punto de morir a mano de los aurores había rogado por su vida. Y allí la tenían, evitando una pelea, con lo mucho que amaba ganar, sólo para no seguir con el efecto dominó de errores que venía trayendo con ella.

-   ¡Vamos amor! Nunca le había rogado tanto a nadie… y encima desnuda. ¿Cuánto más patética querés que sea? … - Bajó la ceja derecha, dejando la izquierda arriba. Esa frase había sido un error. Podía sentir el enojo en la mirada de su mujer y su pensamiento casi gritando “retame y verás cuánto”. Nunca se había sentido tan desprotegida y vulnerable - No tengo fuerzas para pelear… Decile que no ataque. -

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La francesa seguía en aquel trance, tal vez un poco más tranquila después de haber soltado todo lo que su cuerpo albergaba y daba mordidas al chocolate que Anna le había traído mientras le acariciaba con la mano libre sin pensar la guerra en la que se había metido.o

Notó su hermana desconcertada, sonrió de lado orgullosa de lo que había hecho, no solo había cruzado la raya, la había dejado kilómetros atrás y aún así no le importaba. Su cuerpo aún temblaba, no sabía a ciencia cierta si era a causa de la sangre perdida o del desenfreno de sadismo y lujuria que ni ella había podido controlar ¿Sería parte de su genética escondida? Su inestabilidad mental era más que evidente, pero al parecer la Delacour tenía más bajo la manga.

Y se desató el infierno mucho antes de lo imprevisto.

Psicosis voló sobre el hombro de Gabrielle, tal vez era su manera de calmarla ante tal desastre y Gabrielle solo veía extasiada a su prometida y su matagot, lo poco racional que quedaba vivo de su cabeza se empeñaba a gritar mudamente que la pelea parara, pero su mirada iba y venía entre ellas. Hasta que sus sentimientos le hicieron entrar en razón preocupándose por la mujer que amaba.

- ¡ANNA BASTA! 

La matagot había golpeado fuerte contra la cama y se notaban sus ganas de seguir la pelea, la castaña se levantó de inmediato, pero aún estaba demasiado débil, sintió un mareo y evitó correr hacia su hermana. Aquella mirada altanera había caído al piso junto con Psicosis y solo veía a su prometida con preocupación… y culpa. Asintió a la orden de la Black y volvió hacia Anna.

- Anna… Elle es l’amour de ma vie, c’est tout bien. Resté mon amie.

La bestia sacudió su cuerpo, bajó la guardia y se acostó sobre la cama con la mirada fija en su dueña. Ahora le tocaba calmar el infierno.

Seguía enojada, eso no podía ocultarlo y de cierta manera le había gustado darle no solo ella una lección a su futura esposa si no el demostrar que no estaba sola, que al menos quienes siempre estaban a su lado, por mas “mascotas que fueran” no le dejarían por nada. Pero toda muralla y dolor que había pasado había caído ante las palabras de la persona que más había amado en su vida.

El ambiente en el cuarto ya era diferente, no había esa tención y hasta podía sentirse los intangibles pedazos del muro de hielo de la Delacour en el piso. Corrió a abrazarle, pasó sus manos por la espalda de su hermana y suspiró, materializó su varita para poder invocar el amuleto de Curación y al tenerla cerca las heridas de su hermana comenzaron de a poco a desaparecer.

En realidad, se sentía culpable, las palabras de su hermana le hicieron volver en sí y despegó un poco su cuerpo del de ella para mirarla a los ojos, pasó su mano por la mejilla de la Black con amor y su mirada lo decía todo…

- Je suis trés desolé mon amoure…- Lo sentía, en verdad le dolía y volviendo a guardar su varita y el amuleto, sujetó con ambas manos el rostro de la mujer que amaba y sus ojos miel en verdad demostraban su sumisión y amor ante ella.- Toma lo que quieras… soy y siempre seré tuya, disculpa… mi comportamiento, no me controlé….

 

 

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