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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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Matthew Black Triviani

La mañana había avanzado más rápido de lo que cualquiera se habría imaginado y el sol se posaba en lo más alto de la cúpula celeste disparando sus rayos directamente sobre el ventanal de la cocina, calentándola. La preparación del almuerzo de la mansión había dado inicio en medio de la discusión y la mezcla de olores y aromas cargaba aún más el ambiente tenso. La botella que había tomado apenas unos minutos atrás se había vaciado casi por completo pero seguía con sed, con la necesidad de refrescarse y de ser posible calmarse. 

Necesito un poco de diversión–murmuró mientras fijaba sus azabaches en la ventana. 

Inmerso en sus pensamientos, soltó una blasfemia en el momento en que gritos provenientes de ese par que tenia como familia llegó hasta él. ¿Qué estaba ocurriendo? no estaba del todo seguro, por lo que negando lentamente, sacó de su mente esa situación y se dirigió hacia el lobi del Castillo para recostarse en el sofá frente a el recuadro familiar, observó hacia las escaleras y escuchó las voces, ¿ellas sabrían que eran medio hermanas? sus ojos negros brillaron. Su vuelapluma comenzó a garabatear algunas cosas en un papel amarillento, extendiendo una invitación para Ryddleturn, ¿para que lo invitaba? esa interrogante cruzo por su mente, luego de que los rumores llegaran a sus oídos, empezaba a detestarlo un poco... Cerro su puño mientras observaba la chimenea,

Maldito Cillian, meterse con un Malfoy... ¡Puerco!–gritó y lanzó la botella, haciendo que el fuego se avivara. 

Chistó e hizo que la nota redactada con la invitación saliera volando. 

Rascó su mentón y aguardó que las campanas sonaran por su llegada, utilizaría ese breve tiempo para meditar, si asesinarlo o ofrecerle algo. Cualquiera pudiera pensar que estaba celoso, pero no, estaba enfadado, había esperado mucho tiempo por él. 

 

 

@ Cillian Ryddleturn

 

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¿Qué era eso?

¿Matthew Black? ¿Qué quería ese hombre de él? Cillian lo conocía de vista, en realidad nunca habían tenido oportunidad de conocerse realmente, pero ahora tenía una invitación de él para visitarlo en el Castillo Black. El Ryddleturn no tenía muy buenos recuerdos sobre ese lugar, creía haber encontrar un hogar en él cuando resulto ser el último Ryddleturn de su rama en el árbol familiar, pero no había sido más que una farsa gracias a la cual perdió casi toda su fortuna. 

¿Sería acaso que aquel mago que lo citaba ahora tenía la misma intención que en su momento lo tuvo aquel que era mejor no volver a mencionar? No tenía caso pensar en ello, sería mejor averiguarlo por su propia cuenta así que apreció a solo un par de metros de los limites del castillo y camino desde ahí hasta la entrada. No se molesto en llamar a la puerta, oficialmente aún tenía lazos con aquella familia aunque no fuera más que un pequeño error administrativo.

— Matteh Black... —el mago se encontraba aún recostado sobre uno de los sofás del lobby y aunque en otro momento Cillian no hubiera dudado en lanzarse sobre él en aquel momento no tenía ojos para ningún otro hombre que no fuera Ludwig. Raro, sí, pero cierto—. ¿Qué es lo que ocupas de mí?

Se acercó hasta el sofá en que el Black se encontraba y se detuvo frente a él mientras lo observa de pies a cabeza. Era bastante atractivo, eso no podía negarlo.

 

@ Matthew B. Triviani

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Matthew Black Triviani

Cillian...

¿Cómo lograste entrar sin necesidad de llamar a la puerta?—se levanto abruptamente del sofá y tomo por el cuello al castaño. —No acostumbro a invitar extraños a mi morada, y me pone nervioso la gente que puede entrar sin algún tipo de permiso—su diestra aferrada a su yugular, movía su cabeza de un lado hacia el otro, en suaves y lentos movimientos, como si observase cada una de sus facciones. 

Lo soltó y giro sobre sus talones, estiro los brazos, parpadeo un par de veces lentamente y acomodo su ataviada bata. Miró hacia el gran ventanal que daba hacia el este, el sol ya estaba a una altura considerable. Sintió el calor proveniente de la chimenea sobre su cuerpo, mientras que sus ojos se ponían como platos al ver el largo manto níveo que se presentaba en todo el jardín. 

Los días fríos son los que traen la calma a un lugar como éste... Aún no comprendo porque mis antepasados escogieron casi el epicentro de Londres para establecer tan maquiavélico castillo. —tomó la botella de Ginebra que estaba sobre ella -la chimenea- y uno de los vasos, los sopló y vertió un poco de su contenido en el. —Bebe conmigo. —ofreció, extendiendo el vaso redondo, disfrutaba ver su sonrisa, su falta de agracia y su sonrisa, aquella que parecía más una mueca de dolor que de satisfacción. 

Me han llegado rumores—hizo una pausa dramática—, de que te has acostado con un Malfoy, no sé si eso es lo que me genera un pequeño problema, o sean los sentimientos encontrados que me provoca aquel apellido. —Eres un chico joven, apuesto y agradable, con quien podría tener una egregia compañía, pero no es solo por eso que te he llamado, si no, que te vengo a ofrecer un hogar. 

Matthew detestaba la amabilidad y el miedo que emanaba Ryddleturn, pero algo, en su recóndita y oscura alma, lo enternecía. 

 

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— Sucede que técnicamente soy un Black aún... 

Cillian nunca había entendido como funcionaba toda aquella burocracia en el mundo mágico y tampoco es que le importara así que lo único que importante en aquel momento es que ese pequeño detalle le había dado un poco de ventaja en aquella reunión inesperada. Matthew nunca antes se había interesado en él y ahora de repente lo citaba en aquel castillo que nunca había sido del todo de su agrado. Aceptó la bebida, no sabía si su repentina aparición había descolocado al Black o no, pero le gustaba pensar que sí.

— Así que la información en el mundo mágico es completamente pública —no es que estuviera ocultando su relación con Ludwig, pero aunque había sido completamente obvio en realidad nadie podía decir que sabía exactamente que había sucedido en la habitación del Ryddleturn aquella noche—. ¿Estas celoso, Matthew?

Dio un sorbo a su bebida y dejo el vaso sobre la mesa para acercarse a Matthew, acortó la distancia entre ellos lo suficiente para que pudieran sentir la respiración del otro. Cillian no haría nada que pudiera dañar su relación con Ludwig, pero eso no le impedía divertirse un poco. Estaba enamorado del Malfoy, sí, pero también le gustaba sentirse deseado. Deslizó un dedo sobre el pecho de Matthew y se detuvo justo antes de llegar a su entrepierna.

— ¿Un hogar? —había perdido su verdadero hogar en un momento y ahora tenía bastantes opciones de donde elegir, quizá la mayoría de las propuestas las había recibido por lástima pero sabía que algunas eran sinceras, por eso es que había aceptado mudarse a la Dumbledore en primera instancia—. Te escucho.

 

@ Matthew B. Triviani

 

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El jefe de departamento de Comunicación y propaganda le había encargado a Ashley realizar la entrega personal de algunos invitados a La Gala de Beneficencia del consulado italiano.

De las invitaciones asignadas a la Ojiverde para repartir ya solo le quedaban pendientes las de la Familia Black, era las últimas y podría ir a buscar un lindo vestido para aquella velada tan importantes para el Ministerio Italiano.

-Toc, Toc, toc - Se escucho la gran puerta - Soy Ashley, aprendiz del ministerio Italiano, vengo a dejar algunas invitaciones. - Dijo la Joven sacando las invitaciones

- Será un honor contar con la presencia del Sr. Aaron Augustine Black Yaxley y de su hijo Matthew B. Triviani - Dijo entregando la invitación. - Al igual que cualquier miembro de esta honorable familia.

La Black Lestrange esperaba contar con la presencia de aquellos magos en el ministerio, se tratarían temas importante como aquel virus que estaba atormentando el mundo entero, y la gala era con que por medio de una investigación pudieran encontrar alguna cura.

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@ Aaron Black Yaxley  @ Matthew B. Triviani

 

Editado por Ashley Emily Black Lestrange M.

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Mientras veía a la representante del ministerio alejarse de la puerta, la sonrisa de cortesía se le iba borrando y un gesto seco tomaba su lugar.

-Ajh... Italia. - No pudo evitar decirlo en voz alta mientras leía la invitación. La muchacha que se la había entregado en la entrada había sido muy amable, pero esos colores...

Volvió a enrollar el papiro, miró hacia un lado y luego a otro, y lo escondió en el bolsillo derecho de su saco de pana. Cerró la puerta del castillo detrás suyo y tomó el bolso que había dejado a un costado. "No pasa que acabo de llegar y tengo que ocuparme de las visitas...", pensó.

Warhol apareció inmediatamente a su lado. Llevaba un moño diferente, a lunares blancos.

- Te queda muy bonito. - Observó.

- G-g-gracias se-señorita y bi-bie-bienvenida! - Respondió el elfo con una reverencia. - Ll-llevaré el bolso a-a-su cuarto...

- Muchas gracias.

Dejó el bulto en el suelo y caminó hacia la antigua cocina del castillo. Se acercó a la mesada, tomó una taza de porcelana color cobrizo de la alacena y se sirvió un poco de café que por su temperatura parecía recién hecho. 

- Todo parece ser un loop. - Tomó un sorbo de su café. - Viajo, vuelvo, tomo un café, me echo en la cama.

Hizo una pausa.

- Luego lloro... - Tomó otro sorbo. - Luego vuelvo a viajar. Y estoy cansada de viajar.

Miró a su alrededor. La misma cocina de hacía tantos y tantos años. La misma donde la tía Luna preparaba sus galletas.

- Tengo que hacer algo...

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- Fuimos, amor.- corrigió respecto al bando mortífago, guiño el ojo a su prometida y prosigió.- Pero entiendo tu punto.

Aquello había sido un error; dejó que su hermana le detuviera y se dejó llevar por el mismo deseo que sentían, respondió el beso y al sentir el roce de sus colmillos soltó un leve gemido haciendo que sus manos sujetaran fuerte la espalda de la rubia, su cadera respondió a la caricia de su espalda y presionó con más fuerza sus manos en ella. De nuevo se perdía ¿Por qué era tan difícil mantener la cordura a su lado? Amor le llaman.

Dejó que su mujer fuera la que hablara en lo que la sangre regresaba a su cabeza y bajara el rubor de sus mejillas, su mirada se mantuvo fija en la Black y se relamió el labio inferior aún con cierto brillo de deseo en sus ojos miel, no le hubiera importado dar una escena, pero al parecer al chico sí.

En su cabeza estaban las ganas de picar el ego de la rubia por lo que sonrió y su mirada la delataba, aun así le seguía sin decir palabra esperando el momento en el que el chico se fue por aquella mercancía para soltar sus pensamientos. Escuchó a Mahia excusarse y la francesa no pudo contener lo que pensaba.

- Nunca me he quejado de que nos vean, no es como que me importe… Por cierto, comerciante ¿Eh? – su mirada pasó de arriba abajo a su prometida, sonrió con descaro y se encogió de hombros fingiendo decepción con una sonrisa de lujuria en sus labios. - Pensé que era el regalo de despedida de soltera, digo, dos por uno… No tengo quejas.

Sabía que aquello podía enfurecer a su hermana y se apresuró a mirarla a los ojos y sonreírle de manera burlona, le robó un beso sujetando fuerte su mano y recargó su cabeza en su hombro para evitar discusiones. De un momento a otro recordó dónde estaban ¿En verdad traficaban con un animal ilegal de esa escala?

Pero su prometida era astuta y sabía cómo desviar el tema.

- ¿Maida y Aaron? Deben estar en el castillo, eran demasiado unidos a esta vida, al bando; Maida puedo apostar que ronda por el castillo o en la pocilga Yaxley al igual que Aaron, el que lo dejemos tanto tiempo solo era más que obvio que terminaría en los brazos del loco de nuestro hermano.

Veneno tal vez, pero sus palabras crudas eran algo que no podía detener, más que crudas era la verdad, su hermano era quien se encargaba de tomar todos los hijos que Gabrielle y Mahia habían tenido sólo por su arrogancia y ganas de aumentar su propia familia. Soltó un bufido y movió la cabeza recordando el tema principal y frunció el ceño viendo los ojos azules de su prometida.

- Amor ¿estás segura? Digo una cosa es tener un gato y un conejo, otra es un dragón que no sabremos dónde esconder mientras crezca… Y en cuanto pueda me caso contigo eso es seguro, me urge ser solo tuya no solo de sangre si no legal con el anillo en el dedo, llámame romántica.

La Delacour giró su cuerpo logrando subirse en las piernas de su hermana y quedando frente a ella con las piernas a cada lado de su cuerpo, pegó su pecho al de ella y le miró a los ojos entre amor y deseo pasando su mano entre la cadera de ambas para presionar la entrepierna de su prometida.

- Digo, no tengo problema con armar una escena pero ¿El chico, qué culpa tiene? - su mano presionó un poco más y su pecho obligaba al de su hermana a irse hacia atrás haciendo que la Black se pegara aún más al respaldo del sillón. - Tik Tok mon amoure, corre el tiempo.

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  • 3 semanas más tarde...

Sabía que Bjorn era bien parecido. Un tipo rubio, ojos azules, de buena contextura en musculatura, con esas manos que hacían pensar que debajo de los pantalones no tenía sólo una pequeña sorpresa y encima carismático. Era un verdadero combo de sorpresas, a decir verdad. Pero Mahia nunca lo había visto de esa manera. Tenía demasiado tiempo sin fijarse en un hombre. El último había sido su ex marido, pero nunca habían consumado realmente su relación ya que ambos preferían amantes de su mismo sexo.

De cualquier manera, entendía que Gabrielle le hubiese puesto un ojo encima, o al menos esperaba de cierta manera aquella carrilla que había recibido por la belleza de su amigo. Lejos de enojarse, sonrió con malicia, aceptando la sonrisa burlona de su mujer mientras trataba de devolverle la broma, aunque aquello podría salirle muy mal.

-   … Podríamos divertirnos un poco con él mon amour – no podía verle el rostro, puesto que la Delacour tenía la cabeza descansando en su pecho. Pero se jugaba el pellejo a que su mujer estaba desconcertada. Apretó con deseo la mano que ella le sosteía y siguió con su juego

Somos dos las que despiden su soltería, cuando vuelva, si te interesa, podríamos proponerle un thresome… Pero que empiece por mí. –

Atenuó la risa con su mano libre y negó con la cabeza. Gabrielle sabía que nunca podría darle su cuerpo a otra persona que no fuera ella, pero así mismo se moría de ganas de verla celosa. Era un escenario que nunca le había permitido ver, y la curiosidad y la ternura que le provocaba el imaginarlo le hicieron soltar un sonoro suspiro.

Se desilusionó un poco cuando su hermana cambió el tema, y su sonrisa casi desapareció, concentrándose en la mejor opción que tenían como sacerdote para su boda. Quizás lo mejor era pedírselo a Aaron. Sabía que en ese momento estaba muy ocupado siendo el líder de la marca tenebrosa, pero se trataba de sus madres.

-   Quisiera que fuese Aaron. Me gustaría decir que le di los valores de familia suficientes para que pudiera dejar todo y acudir al llamado de sus madres, pero… - Torció los labios en un gesto de disgusto y levantó los hombros, moviendo la mano por la espalda de su mujer – no fui el mejor ejemplo de unidad que digamos. De cualquier manera, le voy a enviar una lechuza apenas pueda.

Evitó seguir por el tema que llevaba a Orión. A decir verdad, lo quería mucho, nunca habían sido unidos, y estaba segura de que él apenas la reconocía como hermana, pero eso había cambiado el día que él quiso quitarse el apellido Black por ese insulto que llamaba “Yaxley” o como se escribiere. Ese día un pequeño rencor había nacido en la ojiazul, y no hacía más que crecer en rechazo al hippie de su hermano.

En vez de eso, gruñó con deseo cuando sintió el cambio de postura de la francesa sobre su cuerpo, y sus ojos azules cambiaron automáticamente a un celeste muy claro, creciendo sus colmillos a la par del cambio.

Dejó escapar un pequeño gemido al sentir la mano de su prometida presionar sobre su punto sensible y la agarró de la muñeca, desprendiendo el botón de su pantalón con la mano libre mientras guiaba la de su hermana por debajo de su ropa interior. Levantó la cadera al sentir el contacto y tiró la cabeza hacia atrás un segundo, volviendo luego a ver a su enamorada con un deseo casi palpable. Cada movimiento hacía que la castaña se levantara un poco acompañando el vaivén de las caderas.

-  Si estás segura, creo que puedo con esto… de cualquier manera no creo que le generemos un trauma ¿verdad? Ya está bastante grandecito

Elevó la cadera un poco más y antes de terminar de recostarse en el sillón, giró tomando a Gabrielle entre sus brazos y se puso sobre ella, quitando la mano húmeda de su hermana de donde estaba. Sonrió con arrogancia y llevó los dedos de su mujer a su boca, pasando la lengua entre ellos de manera casi lasciva, pero sin dejar de clavar sus ojos en los de ella.

Hizo aparecer su varita y con una floritura prácticamente carente de elegancia cerró la puerta por donde el muchacho había salido, bloqueándola y encantándole para que, cuando él quisiera agarrar el pomo de la puerta, un rostro monstruoso se dibujara en la madera y le gritara que se apartara.

Agitada, redirigió la punta de su varita hacia la garganta de su novia, deslizándola peligrosamente sobre su vena yugular, moviéndola hacia un lado y hacia el otro como si de una navaja filosa se tratase. Su mirada ya no era la misma. Se podía ver un dejo de aquella Mahia sádica que había sido en su pasado.

Bajó para besar los labios de la ojimiel y movió nuevamente la varita, atando las manos de esta con tres cuerdas lo suficientemente gruesas para que no pudiera desatarlas y con la otra mano las colocó sobre su cabeza.

-   Me preguntaba si querrías jugar… - Le susurró despacito, moviendo la cadera sobre la de la otra mujer con movimientos cortos, pero ejerciendo presión con su centro hacia el de ella. – Te voy a permitir tomar el control… pero sólo mediante la palabra. Vos me decís qué querés que haga… y si me gusta…  te daré una respuesta… pero si no…

Se relamió los labios y decidió hacer realidad sus pensamientos, convirtiendo su varita en una navaja de guerra con una punta bien afilada. La deslizó por la ropa de su mujer, cortándola desde una punta hacia la otra para luego concentrar la punta de la navaja en donde sus entrepiernas se unían, presionando sobre la ropa interior de Gabrielle. Estaba sobreexaltada. Casi no podía controlar lo que pasaba con su cuerpo. La cabeza le daba vueltas y el deseo golpeaba con fuerza en el centro de su garganta y de su entrepierna. 

Gruñó, aquella mezcla entre amor y lujuria hacía un coctel explosivo en su cerebro. Quería más de Gabrielle, y la adrenalina de no encontrarse solas y estar en una casa que no era la de ellas le daban un plus a la situación. Respiró profundo, logrando meter el aroma de su mujer en sus pulmones. Ah... era tan dulce. Un afrodisíaco de lo más potente que podía haber en el mundo. La amaba sobre todas las cosas. Gabrielle era su amor. Su vida. Su prometida. Su complemento. Su placer y deseo. Gabrielle lo era todo para ella. 

-   Esperemos que los gritos de Bjorn no me hagan perder el pulso … -

 

 

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*je t'aime


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  • 3 semanas más tarde...

La bruja había vuelto recientemente al Reino Unido, aunque estaba envuelta en un nuevo torneo de quidditch, las cosas se habían detenido un poco y contaba con unos cuantos días de esparcimiento antes de volver a Francia. Lo primero que hizo fue no pisar la Manor Yaxley o el Castillo Triviani, aunque contaba con habitaciones en ambos lugares, le empeoraba el ánimo regresar a sitios dónde esperaba encontrarse con alguien y continuar viéndolo vacío. En el Castillo Black no le pasaba lo mismo, puesto que la mayor parte de la familia se la pasaba de viaje y no había mucho más que esperar, se metió a su habitación y se dedicó a sus pendientes. Uno de ellos, la sorprendió, su elfo apareció con al menos cinco cartas, de remitentes desconocidos, fue un subibaja de emociones; lo primero que pensó fue que alguno de sus familiares había tenido la decencia de comunicarse, pero luego pasó que siempre no. Que seguía sin noticias y sin nadie que se las brindara de manera directa. Que diferencia con el buzón de Vuelapluma, ahí si que llegaba hasta las cosas de las que no deseaba enterarse. 

Las firmas eran distintas, pero la caligrafía delataba al mismo autor o autora. El contenido además era similar. Aunque no eran los mensajes que había su instinto anticipado, llegado el tercer pergamino, le ofreció una sonrisa. Una que hace mucho no cruzaba el rostro de la Yaxley, se imaginó a Jeremy tratando de descubrir quién se había tomado la molestia de escribirle las líneas y a una Mosquito diciendo que todo eso era un factor de distracción y que debía volver a entrenar. ¿Quién iba a decir que encontraría en alguien tan joven un ser para respetar? Resopló disipando sus propios pensamientos mientras leía la última misiva.

"...sé dónde puedo encontrarte, pero no sé si deseas ser encontrada, te ves tan tranquila ahí, frente a los postes que no deseo importunarte con mi presencia."

Luego había colocado algo como para frenarlo en caso de no querer conocerlo, pero por los tiempos, había sido imposible que la bruja contestara, por lo que, sin pensarlo había aceptado la invitación a por lo menos una conversación entre ellos. ¿Sería él? ¿Sería ella? 

— Lo que es peor, ahora me toca estar lista todo el día, ¿no? —le preguntó a su reflejo.

Aunque casi podía tomarse como una pregunta retórica, porque se estaba vistiendo como siempre, una túnica ancha, el cabello suelto, descalza y sencilla de ver. Esperaba realmente conocer al autor de semejantes mensajes que por lo menos, la desviaban de pensamientos poco gratos. 

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El Quidditch siempre había sido una de sus grandes aficiones, uno de esos pasatiempos que le permitían distraerse durante horas olvidándose de cualquier preocupación que pudiera existir. Ver partidos, leer crónicas deportivas, imaginarse volando en escoba en un estadio lleno de gente… De una forma u otra ese deporte había conseguido que muchos minutos a lo largo de su vida pasasen tan rápido que ni se diese cuenta.  Con las consecuencias buenas, pero también malas, que eso podía tener.

El problema a estas alturas de su vida era que ningún equipo le despertaba especial interés. ¿Qué más le daba que ganase uno u otro? Tenía conocidos en algún equipo, pero esos lazos no parecían suficientes como para decantarse a ser seguidor. Así que un día fue al estadio a presenciar un partido con un objeto que cobraría mucha importancia: un dado poliédrico. Con catorce caras, ese dado especial le ayudaría a elegir a un jugador del cual se volvería completamente fan. El jugador se convertiría en su ídolo. 

Dejarlo todo al azar parecía una idea divertida. Lanzó los dados y la fortuna quiso que saliese el número 1, número destinado al guardián del equipo local. Eso significó que desde ese momento la guardiana que protegía los aros del equipo local sería la que se llevase toda su atención. Desde ese mismo momento, por supuesto, comenzó a animar al equipo para el que ella jugaba. Así comenzó una historia, de la forma más tonta posible. Ese día no se esperaba la importancia que cobraría todo aquello.

Según pasaban los días, las semanas y los partidos, eso que empezó como una tontería para poder tener algo a lo que animar, se volvió real. No puede negar que al principio todo aquello era demasiado superficial e incluso hipócrita, pero con el paso del tiempo se convirtió en un auténtico seguidor. Se emocionaba con cada parada, sufría con cada fallo, celebraba cada victoria y hasta pensaba en cánticos que poder dedicarle.

Por las gradas buscó a otros seguidores de la guardiana, pero no acababa de encontrar a ninguno que se pudiera considerar tan fan como él. Eso lo hizo sentirse mal por ella. ¡Se merecía un club de fans! Así fue como comenzó a escribirle lechuzas con distintos pseudónimos  con la idea de que la mujer pensase que detrás de ella estaba un séquito de seguidores que la apoyarían hiciese lo que hiciese.

En algún momento empezó a verla como aquel amor platónico e imposible que todo el mundo tiene. No sufría con la idea de que las películas que se montaba en su propia cabeza no se cumpliesen nunca, en ese sentido podía decirse que era un hombre con los pies en el suelo. Pero la fortuna quiso que lograse tener una conversación con ella. Y ahí iba, dirección al lugar donde sabía que iba a encontrarla ataviado con una elegante túnica del mismo color que las túnicas que usaban los jugadores del equipo de Yaxley.

Se quedó parado en el comienzo de la propiedad Black. La atmosfera que rodeaba el lugar era de oscuridad. Aquello no lo asustaba, pero teniendo en cuenta que tendría que llegar hasta la colina donde estaba el Castillo y el camino no parecía precisamente sencillo o acogedor, prefirió quedarse ahí esperando. Avisó a su elfo doméstico para que de alguna manera le dijese a la mujer que estaba en la zona, preparado para verla. Esperando que ella fuese a su encuentro.
 

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