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Calles de Londres


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Palacio de Buckingham

- previo al rol de Jank -

Reunión de los "Nuevos" Sagrados 28

 

 

Me había quedado lívida mientras las escenas se sucedían alrededor, en cámara lenta, como una de esas secuencias de películas modernas muggles donde de repente se veían las explosiones cuadro a cuadro y la gente volando por el aire, de forma casi danzarina, mientras llovían escombros, tierra y sangre. Era más o menos así, pero sin ninguna explosión, excepto en mi mente.

 

Me había quedado mirando fíjamente la espalda de Lucrezia, sin perder palabra del intercambio que tenía con Aaron, pero de ningún modo me había esperado que Arya apareciera detrás de éste, apoyando una mano compañera sobre el hombro de Yaxley. ¡Arya y Aaron! No podía creerlo, mucho menos al ver a Juliette acompañándola, un poco indecisa quizá pero no lo mostraría abiertamente, porque el orgullo iba primero y el miedo a morir, después. Macnair, así éramos, tontos por línea de sangre. Fieles también.

 

Casi al mismo tiempo que la marca de Lucrezia comenzó a retorcerse, así lo hizo la mía, pero no por un llamado de un igual sino más bien una advertencia. No tenía idea de que la marca podía señalar a los traidores, si es que eso significaba el nuevo escozor en la piel que evité tocarme, consciente en cada pelo de mi piel que allí había ojos que tenían otro tipo de ideales, lealtades y amistades. Y no me daba vergüenza, tal como decía Lucrezia, mostrarme como seguidora de la Marca Tenebrosa, porque una vez había sido tan valiente como est****a, quitándome la máscara plateada en medio del Atrio del Ministerio, rodeada por varios miembros de la Orden del Fénix... mi sobrina incluída en aquel nefasto grupo. Pero esto era distinto. Yo era distinta.

 

Y no sentí el tirón de Hades sino hasta que me vi a mí misma en el pasillo y tiré de mi mano, para soltarme del agarre de mi prometido.

 

-Lo siento- me disculpé de forma tosca, besándolo efusivamente-. Fulgura Nox- mi varita se movió conjurando el portal y me metí en él antes de que Hades pudiera seguirme, disculpándome con la mirada.

 

Aparecí justo donde quería, siguiendo su rastro como un sabueso, porque a pesar de que ya no era vampiro podía oler el cobrizo aroma de la sangre Di Medici en el aire. La sangre que nos unía sin ser familia.

 

-¡Lucrezia!- grité, ubicándola a unos diez metros de mí.

 

Estaba parada frente a un grupo de magos armados, fuerzas extranjeras... cientos. Me quedé muy quieta en mi lugar. Quizá con mis habilidades podía enfrentarme a una docena de soldados magos italianos... en mis mejores condiciones. Pero me llevé una mano a la barriga, protectora.

 

-Lucrezia- repetí.

 

Ni siquiera sabía por qué la había seguido ni por qué había comenzado a acortar la distancia entre nosotras, varita aún en mano. El mago que me había apuntado estaba con ella y no lo perdí de vista, pero tampoco me importaba, sabía que podía matarlo en menos de lo que dura un parpadeo y no era eso para lo que había ido hasta allí. ¿Para qué había ido hasta allí?

 

-Espera- murmuré, ya más cerca.

 

Esperaba que no me atacara. Ni que los soldados lo hicieran. La miré, clavé mis verdes esmeraldas, frías ahora por la secuencia dentro del Palacio y por las palabras que Aaron había dicho. Traidora. Sí, eso era ella, pero no quería creerlo, no ahora. Quería poder hablar con ella. Apenas habíamos tenido contacto, unas pocas veces habíamos hablado pero no éramos unidas. ¿Por qué hacía eso? ¿Por qué estaba allí?

 

-Geminio- dije, apuntando a Shember hacia el anillo con el emblema de los Macnair que adornaba el dedo corazón de la mano derecha. Los soldados se tensaron al verme levantar la varita pero no hicieron ningún movimiento para impedírmelo. Me mordí la yema de un dedo, haciendo que sangrara y rocé el metal sobre él, luego lancé el anillo hacia Di Medici-. Úsalo para entrar en la Mansión Macnair- le pedí, súplica en mi voz.

 

<<Úsalo, Lucrezia>> pensé con fuerza, apretando los labios.

 

-Fulgura Nox- abrí otro portal y me metí en él, de vuelta a los brazos de Hades.

 

 

@@Hades Ragnarok @@Arya Macnair @@Lucrezia Di Medici @@Juliette Macnair @

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Palacio de Buckingham

Antes del Roll de Jank

 

El vampiro estaba atento a todo lo que pasaba, se había iniciado el caos y el Ragnarok tenía la misión de sacar a su prometida de aquel lugar, por su bien y por el bien de la pequeña Kore. Había tenido que desmayar a una de aquellas mujeres que le habían impedido el paso, de haber sido por él la hubiera matado pero en aquel momento tenía una prioridad mucho mayor. Cuando la Macnair se soltó de su mano y lo beso pidiéndole disculpas el mundo se vino abajo sintiendo que como años anteriores había fallado en proteger a su amada y a su hija. Ahora estaba viviendo la misma pesadilla otra vez.

 

Una vez que la Macnair cruzo aquel fulgura no pudo detenerla, aquel portal se había cerrado sin dejar paso al hijo de la noche y más aun, sin saber a dónde demonios había ido la Macnair. Sintiendo la ponzoña en su boca sabia que todo aquello era culpa de Arya y su maldita idiotez de hacer aquél espectáculo. Antes había querido matarla lenta y dolorosamente pero Cissy lo había detenido, ahora con aquello definitivamente no seria lenta y dolorosamente, seria instantáneamente y son dolor, un avada bastaría para ello.

 

Estaba arto de toda aquella situación, era solo cuestión de pensarlo y Cerberus volvería a la vida. Allí estaba él, esperando. Aquel mortifago con mascara blanca y dibujos negros el cual había tenido innumerables batallas contra la orden del Fénix y contra su enemiga mortal Leafa quien era la líder de la misma. Después de que él la matara aquel mortifago sangriento se había retirado para ser una persona “respetable” pero con todo lo que sucedía en el palacio, lo de Arya y la actitud de la Macnair de ponerse en peligro de aquella forma en verdad estaba pensando en que su alter ego reapareciera solo por una vez más.

 

Levanto la varita y un segundo después apareció un nuevo portal escupiendo a la Macnair a sus brazos.

 

-Macnair tu… -dijo tomándola por los hombros entre furioso y aliviado- olvídalo, vamos a largarnos de aquí antes de que a ti, al ministro, a estos estorbos y a tu familia se les ocurra alguna otra cosa peor –dijo realizando el fulgura Nox que los llevaría lejos de allí, a un lugar donde no pudieran encontrarlo y sobre todo donde pudieran hablar.

 

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Afueras del Palacio de Buckingham

Mañana del 14 de marzo


El ejército italiano seguía apostado en los jardines de Buckingham Palace, mientras que el ejército de Bulgaria y sus aliados se había situado en Hyde Park. Entre ambas huestes cubrían prácticamente el centro de Londres. Los barrios de Kensington, Knightsbridge, Westminster, Mayfair y Covent Garden estaban tomados por las fuerzas enemigas de Inglaterra, a quienes parecía importarles muy poco que los muggles pudieran ver a las tropas mágicas, con sus varitas y sus imponentes dragones. Por no hablar de cuernos ancestrales, indumentarias estrafalarias, animagos transformándose sin ningún pudor delante de la multitud, criaturas tan fantásticas o más que los dragones, invocadas a golpe de varita y hasta algún ocasional dementor.

Para Mackenzie Malfoy, que se había pasado toda la noche sin dormir, lo más extraño era la impasibilidad de ambos ejércitos, que llevaban apostados allí largas horas, sin que hasta el momento se hubiera producido el ataque que, a todas luces, no tardaría en llegar. Quizás estuvieran dejando que la batalla de Guernsey calara en la mente de todos, muggles y magos. Más extraño aún que la demora del ataque a Londres, era el hecho de que ni búlgaros ni italianos ni ingleses estuvieran haciendo gran cosa por desmemorizar a los muggles. Entre británicos era comprensible, puesto que había sido Inglaterra quien levantara el Secreto de la Magia de forma unilateral y sin contar con el resto de naciones. Pero que esa misma fuera la actitud de Bulgaria, Italia y sus aliados ante el problema muggle, llenaba a la Malfoy de asombro. Tal vez fuera una táctica más de guerra: puesto que habían sido los británicos quienes habían levantado el secreto, que el problema muggle se hiciera más grande, únicamente debilitaría a los ingleses frente a la comunidad mágica internacional.

No obstante, Mackenzie había podido observar hechizos desmemorizadores aquí y allá, como si los preocupados civiles muggles pudieran parar aquello sin el apoyo de las instituciones gubernamentales. Incluso, a primera hora de la mañana, la bruja había visto un Ave de Trueno tratando de emular la gesta de otra de aquellas criaturas a principios del siglo pasado, cuando Newt Scamander la envió a conjurar una tormenta con un vial de veneno de Swooping Evil para borrar los recuerdos de los No-Majs de una devastada Nueva York. De poco había servido el frugal intento. En aquellos tiempos muggles, donde las comunicaciones lo dominaban todo, un Ave de Trueno con un poco de veneno desmemorizador poco podía hacer contra las avalanchas de información sobre magos y magia que eran constantes en la radio, en la televisión y en todas las redes sociales.

 

Las emisiones sobre lo sucedido en el Canal de la Mancha eran constantes. Desde la noche anterior, la mayoría de emisoras repetían una y otra vez la imagen de la embarcación hundida por el fuego de los dragones. Se repetían los especiales sobre los valientes Nadine, Nathaniel, mártires de una nueva época, que habían dado su vida mostrando al mundo la verdad: que la magia era real, que los magos existían y que eran unos seres malvados, depravados y sin alma ni corazón.

 

Mackenzie había preferido no alejarse del Palacio de Buckingham. Era un riesgo estar precisamente en el ojo del huracán, pero se había propuesto sacar a todos los muggles de la zona cercada por ambos ejércitos mágicos. Era una tarea difícil. Por más que los muggles más precavidos y, en opinión de la bruja, los más inteligentes también, ya se hubieran marchado de un lugar a todas luces peligroso, los muggles que seguían allí eran una numerosa multitud. Algunos se habían quedado meramente para curiosear. Otros, en cambio, pretendían emular a los héroes de la noche, Nadine, Nathaniel , tratando de grabar todo lo que allí ocurría para que el mundo fuese testigo directo de lo que fuera a suceder.

 

Acababa de dispersar a un numerosos grupo de estudiantes, después de tres intentos fallidos con otros tantos grupos y se sentía satisfecha. No era gran cosa, pero era algo. Aún así, ver las miles y miles de personas que seguían merodeando por los barrios tomados por los ejércitos de Bulgaria, Italia y sus aliados, era descorazonador.

 

Unos gritos surgidos entre la multitud sobresaltaron a la bruja, que se giró en redondo y se quedó muda de espanto al ver a cerca de medio centenar de magos abriendo portales y trayendo a través de ellos a millares de muggles. ¡Por las barbas de Merlín! ¿Estaban locos? ¿Cómo se les ocurría...?

 

—En fila, basura muggle —decía un mago a un hombre mayor que peinaba muchas canas ya.

 

—¡Vamos, camina! —Gritaba un mago de aspecto amenazador a un chiquillo de no más de diez años.

 

—Tu también, sangre sucia. A la fila. —El hombre al que interpelaba aquella especie de guardia era a todas luces un mago. Seguramente un mestizo.

 

Mackenzie estaba horrorizada. Aquellos inútiles supremacistas estaban trayendo muggles a propósito a una zona que no tardaría en estallar como un polvorín.

 

—¿Qué hacen? ¿Se han vuelto locos? —Interpeló a uno de los guardias, apuntándolo con la varita.

 

—¡Apártese usted si no quiere correr su suerte! —Fue toda la respuesta que recibió, antes de que el supremacista añadiera con su potente vozarrón —¡YA!

 

Mackenzie Malfoy no se arredró.

 

—¿Adónde los llevan?

 

—A Buckingham Palace, por supuesto. Si esos búlgaros e italianos atacan, éstos serán los primeros en caer.

 

—¿Qué...? ¿Se han vuelto todos locos o es que....?

 

No pudo terminar las palabras. El medio centenar de supremacistas pareció ponerse de acuerdo, todos a una, para lanzar cuerdas a la antigua Viceministra de Magia, que en milésimas de segundo se vio envuelta en gruesos sogas que le impedían cualquier movimiento. Ni siquiera podía hablar o ver.

 

Alguien le lanzó un hechizo y supo que iba a perder el sentido.

 

Fue lo último que pensó antes de despertarse minutos más tarde junto a una multitud de millares de muggles, todos ellos atados y amordazados, hacinados en algún lugar de Buckingham Palace.

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Las cosas se estaban agitando en el mundo entero tras la caída del secreto de la existencia de los magos y brujas auspiciado por el loco ministro de magia inglés, porque no existía otro calificativo para tal acción después de décadas de sigiloso silencio.

 

La guerra era solo una parte de ese gran todo al que se sumaban persecuciones, matanzas y por supuesto, cada cual trataba de sacar la tajada más grande y jugosa posible. El pequeño poblado mágico no escapaba al nerviosismo de esta nueva realidad. ¿Cuantas matriarca o patriarcas en ese momento estaban intentando tomar decisiones para proveer seguridad y estabilidad a los suyos? ¿Cuantos pensaban abandonar Inglaterra? o ¿Cuantos se sumaban al desquiciado levantamiento de Aaron Black Lestrange?

 

Ela Karoline, por su parte como nueva matriarca de los Lockhart, no pensaba huir a ningún lado, se quedaría y daría la cara, si los muggles venían por ellos intentaría razonar y si no se podía comenzaría a moverse para evitar dañarlos, después de todo ¿quien no le teme o considera amenazante lo desconocido? y eso eran los mágicos para los muggles.

 

Absorta en sus pensamientos no supo en que momento un gato de Birmania, de patitas blancas hacia su aparición, entregando elegantemente un mensaje:

 

Grimmauld Place, con la primera luz del alba. Tenemos mucho trabajo que hacer y poco tiempo

Sorprendida aún de la magia que podía desplegar un patronus intentaba en vano reconocer la voz del emisario, pero era nueva y no conocía a todos los miembros de la orden. No importaba, lo que si, el mensaje, era un claro llamado a asistir uno de los lugares seguros de la Orden del Fénix. Consulto su reloj de pulsera y aún le quedaba tiempo para asistir, aunque prefería llegar temprano y no retrasada. Busco su varita, la capa de viaje negra y el bolso de cuentas, donde bajo un hechizo expansor mantenía un sinfín de cosas necesarias en caso de tener que pernoctar o ir en alguna secreta y excitante misión.

 

Justo entonces un pergamino chocó contra el cristal del ventanal medio abierto y empezo a deslizarse, antes que cayera al vacío lo tomo y examinó su contenido, bufo, lo enrollo y guardo en el bolso para luego desaparecer. Minutos más tarde estaba en la plazoleta cerca de su destino, examino los alrededores para evitar miradas indiscretas, pensó en el número 12 y cuando la propiedad emergió ella rápidamente ingreso cerrando la puerta tras de sí, estaba oscuro, un poco de luz no haría mal y evitaría que alguien perdiera los dientes.

 

Hizo una floritura aunado a cierta concentración y una solitaria esfera de suave luz apareció disipando la penumbra, el sonido de voces la guió hasta la cocina donde ya habían varias personas, reconoció de inmediato a tres, el tío de Cye debió ser el creador del patronus.

 

---Espero no llegar tarde-- dijo al tiempo que se desabrochaba la capa de viaje y la dejaba sobre el respaldo de una de las sillas vacías, ---Señor Gryffindor es un placer conocerlo, mi prima Cye lo respeta y admira mucho-- claro que no iba a confesarles que sabía todo esto por un álbum que la Lockhart le había legado a Ela, con fotos y notas a pie a modo de guía, para que se integrará más fácilmente.

 

--Señoritas-- hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo.

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Centro de Atención de Emergencia " Sangre de Cristo" .

Madruga del 13 de marzo.


— ¿Qué haces aquí, pequeño? —indagó la bruja al ver un Micropuff escondido detrás de una de las patas gruesas e la mesa.


Intentando ser cautelosa se acercó despacio y tomó con ambas manos a la criatura pequeña y azul. Sus características le causaba ternura, tanta que le causó distracción. Sentía la necesidad de llevárselo a su casa, huir e esa situación tan aterradora. Se concentró en los ojos grandes del animal y fue cuando se dio cuenta que debía pertenecer a alguien de la comunidad mágica, esas criaturas pertenecían a la comunidad mágica pero no estaban localizados ahí ellos en ese momento.


— ¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar, pero esta vez su sorpresa de notó en su tono de voz.


Estaba claro que la criatura no le respondería debido a que no tenía esa capacidad, así que sin esperar respuesta la guardó en el bolsillo de su vestido. Se arrepentía de no llevar una túnica ya que le hubiera sido de más utilidad en esa situación. De pronto, comenzó a pensar, sólo había encontrado un Micropuff azul entre esa multitud y en ese preciso lugar, pero podría haber más criaturas mágicas dispersas en otras localizaciones y ,eso, era preocupante y merecía de su atención.


Se había olvidado que había llegado a ese lugar junto con el procurador y Wild, y que los había perdido de vista. La última vez que los vio, estaban hablando con un hombre, aunque había olvidado si estaban los dos juntos hablando con un hombre o si estaban separados y mantenían conversación con dos hombres diferentes. No lo sabía, de lejos sólo podía reconocer a Adrián porque habían trabajado juntos pero al procurador sólo lo había visto una vez, antes de que comenzaran a estallar cosas en las calles de Londres.


— ¿Adrián? —lo buscó sólo con la vista, en diferentes direcciones y lo único que pudo encontrar era gente. Tenía la sensación de que era aún más gente de la que había al llegar. — ¿Adrián?


Sin embargo, él era a la última persona que le pediría ayuda; pero, a pesar de la desconfianza sabía que también él intentaba mantener una buena imagen para ocultar un probable historial delictivo y podía ser capaz de ayudar. El procurador tampoco estaba por allí. Se arrepentía de no haber puesto atención en el momento en que se presentó. Trató de hacer memoria y se le vinieron algunos nombres a la cabeza, pero no estaba segura.


Caminó hacía la puerta cuando se dio cuenta que seguían entrando y saliendo personas. Muchos de ellos eran niños y personas mayores, lo que le provocaba angustia. Y Adrián no aparecía. Siguió buscándolo y a la vez observaba todo, cada detalle de la escena. Al parecer afuera se había producido un incendio en uno de los edificios. Quizás, ese centro de atención no demoraría en estallar también. Cerró sus ojos al visualizar la escena. Qué cosas más malvadas pensaba. Era terrible la situación, pero debía mantener la cordura.


Quizás, una petición a la Orden del Fénix era una alternativa, si es que aún no la habían solicitado primero ellos. Suponía que debían estar al tanto de la situación. Además de un miembro más el bando y empleada del Ministerio de la Magia, tenía sus propias capacidades para intervenir. Salió del establecimiento, aún con el Micropuff en su bolsillo y con la preocupación de que más criaturas podían estar en Londres.

Editado por Sherlyn Stark

 

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Palacio de Buckingham

Al salir de la reunión.

 

Había rastreado a Ariane a unos pocos metros del punto en que ambas habían dividido su camino; sin embargo, el estado en que se encontraba distaba mucho de aquel momento sucedido apenas minutos atrás, que su mente había vivenciado como largas horas. La Dumbledore estaba tirada en aquel suelo aun cubierto por el polvillo que las paredes del palacio habían desprendido debido a la explosión que habían anticipado su interrupción a la reunión que encabezaba Aaron. Lucrezia, habiendo guardado el cuerno de erumpent en su bolsa de piel de moke, corrió sosteniendo uno de los pliegues de su falda para no tropezar con la delicada tela que rozaba peligrosamente el piso. Su corazón bombeaba sangre con una intensidad inusitada, superior incluso al acelerado ritmo cardíaco que había experimentado al enfrentar cara a cara al Yaxley.

 

En aquel instante, haciendo un esfuerzo monumental para bloquear en su cabeza la acechante amenaza de ser perseguida por las fuerzas del ministro, un solo pensamiento la azotaba una y otra vez como látigo golpeando sin pudor su cráneo: Sagitas había estado en lo correcto antes, en el establo de su mansión que había terminado reducido a cenizas. En la persecución de su objetivo, aquel que le traería gloria y le evitaría una muerte segura por romper el trato con Piero, la aristócrata había puesto en peligro la vida de Ariane sin detenerse siquiera un minuto para pensar todas las posibilidades que podían escaparse de sus manos. La sola idea de perderla dolía más que darle públicamente la razón a la Potter Blue, siendo este el peor castigo que podía sufrir en su vida. Por eso, al agacharse a su lado, lo primero que hizo fue extender su dedo índice y corazón sobre el cuello de Ariane para percibir su pulso. Estaba viva. Sus latidos eran regulares; solo había sido víctima de un desmaius. Suspiró con palpable alivio.

 

- Passepartout. - exclamó invocando la presencia de su fiel elfo doméstico, quien conocía por demás a Ariane por haber estado otrora bajo el mando de su esposo.- Necesito que lleves a Ariane fuera de los límites del Palacio, donde los funcionarios italianos. Preséntate y la auxiliaran.

 

La mortífaga se incorporó nuevamente y dirigió su expeditiva mirada a su siervo, que había hecho acto de aparición a su lado mientras dictaba su orden con tono de autoridad. No dudaba en darle tamaña tarea a un elfo que había demostrado en más de una oportunidad su intachable eficiencia y su perfecta tasa de éxito. Las fuerzas de Piero le proporcionarían a Ariane la seguridad que se había ido diluyendo paulatinamente dentro de Buckingham hasta, llegado aquel punto, su total desaparición. Pese a no tener conexión directa con ellos, solo juzgando el creciente bullicio que provenía del exterior, la blonda intuía que el ejército italiano había decidido el avance de sus filas para rodear todo el perímetro del palacio y así acorralar a los ingleses en su interior. Sin duda, el General había apostado por desgastar a Aaron antes de ejecutar un enfrentamiento hostil y abierto; una estrategia de amenaza tocando la puerta para afectar la racionalidad de sus decisiones. En el justo instante en que Passepartout, previo chasquido de dedos, se desmaterializó del lugar Lucrezia recayó en algo que había pasado de ser una posibilidad a una realidad cierta: la batalla entre las dos potencias era inevitable.

 

Continuó caminando con aire despreocupado, con la naturalidad que le asignaba al hecho de haber recorrido palacios como aquel durante toda su vida como integrante de una familia de alta alcurnia ¿Qué la llegada de los inquisidores de Aaron era inminente? Claro, pero poco le importaba al saberse cubierta por la custodia de las fuerzas italianas que la auxiliarían en caso de una emboscada. Además, era consciente de otra realidad que adjetivaba como incuestionable: el ministro la quería viva para ejecutar con sus propias manos el fatídico castigo por un desacato tan impactante, tan público, tan desafiante…¡Ahh, como esperaba repetir su encuentro en medio de la batalla que se avecinaba, cuando sus filas de súbditos mermasen y su propia habilidad mágica de la que tanto se ufanara se convirtiese en su única herramienta para mantenerse con vida! Finiquitar con sus propias manos la existencia de aquel nefasto error de la política inglesa se convertiría en su mayor orgullo. Sin embargo, no tardó en descubrir que el ministro tampoco se andaba con chiquilinadas…

 

>>¡Brujas y magos!...Lucrezia Di Medici ha de ser la fugitiva número uno de todo el Reino Unido, si alguien sabe de su paradero, que lo diga. Si alguien esconde información, que lo diga. Si alguien pretende darle refugio...que lo diga...¡no hoy!, pero tendrán dos semanas para ello. Si luego de los catorce días, alguien le ha proporcionado ayuda, será ejecutado sin derecho a apelación...<<

 

- MERDA. - exclamó a viva voz en un arranque del su más puro instinto temperamental, sin profundizar demasiado en lo que aquello significaba- Avada Kedravra.

 

Sostenía su blanca varita con tal ligereza entre sus delgados dedos que resultó increíble que la potencia con la que el maleficio se había disparado no la desviara hacia cualquier parte. El haz de luz, cuya verde luminosidad cubrió abrazadora todo el pasillo, atravesó el aire con devastador impulso hasta encontrar su destino en el pecho de un inquisidor de parca vestimenta que había doblado por una de las esquinas sin la más mínima idea de lo que estaba a punto de acontecer. Al impactar de lleno a pocos centímetros de su corazón, la maldición imperdonable acabó súbitamente con la fuerza que mantenía al hombre de pie. El golpe de su robusto cuerpo contra el suelo fue opacado por las voces de quienes abandonaban el lugar a toda prisa, gritos e indicaciones que por la distancia se volvían inentendibles. Sus caucásicas facciones, su última expresión al encontrarse de un segundo a otro frente a las fauces de la muerte…todo quedó oculto al impactar su rostro contra el impoluto mármol sobre el que se proyectó su último aliento, débil y efímero. Una existencia nimia, condenada a quedar en el olvido entre las víctimas que la escalada de la guerra traía consigo. Lucrezia apenas le dedicó una fugaz mirada al pasar a su lado, restándole toda importancia a la vida que había quitado, una que en realidad nunca la había tenido…no para ella.

 

Luego de cruzar despreocupada los mismos pasillos que había atravesado con anterioridad en busca de la reunión de los veintiocho, por fin se encontró con el ancho arco que llevaba al exterior del palacio. Su azul mirada recorrió todo lo que podía acaparar, haciendo un rápido paneo de la situación que se vivía en los alborotados jardines palaciegos: los italianos se habían acercado al majestuoso palacio más de lo que ella había previsto, conformado un grueso cordón de hombres armados con sus varitas alrededor de todas las posibles salidas del lugar. Eran decenas, quizás cientos, de funcionarios ministeriales con entrenamiento militar similar al que llevaban a cabo los muggles, comandados por el General desde algún punto estratégico y bien oculto que no era capaz de adivinar por más que conociese las bases con las que aquellas fuerzas estaban preparadas para actuar. Sin embargo, una figura se destacaba cerca de la primer hilera de militares simplemente por distanciarse del monocromático uniforme -negro, por supuesto- de éstos. Bueno, en realidad era el cabello violeta lo que siempre hacía resaltar la presencia de la mujer, tanto como los vestidos antiguos resaltaban la propia.

 

- ¡Sagitas, aquí! - la llamó apenas elevando su tono de voz mientras se disponía a llegar a su lado.

 

Sin embargo, antes de que pudiera avanzar mucho más, una voz inmediatamente reconocible llegó hasta ella, apenas audible entre las sonoras distorsiones de la atmósfera que producían las desapariciones de quienes huían del lugar. El tono suplicante de Cissy Macnair al murmurar aquel “espera” se volvió una deliciosa música para sus oídos que se reprodujo en su cabeza una y otra vez por el solo hecho de disfrutarla ¿Había comprendido al fin el error del hombre en el cual cuya confianza había depositado por mero instinto? Aquello sabía a una pequeña pero vital victoria frente a Aaron. Elevó su mano y la dejó suspendida unos segundos sobre la altura de su hombro en una clara indicación a las fuerzas italianas que no atacaran. Cuando se cercioró que cada una de aquellas personas había interpretado su pedido, la blonda italiana giró con único movimiento grácil para encontrarse a unos pocos metros su par de la Marca Tenebrosa. En esos verdes ojos, que no dudó en segundo en enfrentar, se reflejaba la desventaja en la que se sentía frente a un ejército que no dudaría en desarmarla ante el más mínimo intento de atacar.

 

La forma en que Cissy se mordió el dedo para que la sangre brotara le resultó a Lucrezia bastante indecorosa para una dama de su alcurnia ¿No era mucho más elegante hacer un pequeño corte con una daga de plata, como en los rituales de sangre a los que tan acostumbrados estaban las clases altas del mundo mágico? Sin dudas, tendría muchos aspectos que enseñarle a la mortífaga sobre comportamientos sanos si el futuro no las encontraba a ambas muertas luego de aquella guerra. Sin embargo, no sopesó demasiado ese tema, no por ser algo irrelevante en medio de aquel contexto bélico sino por verse a sí misma en la obligación de atajar aquel anillo que Cissy le había lanzado con cuestionable precisión. Lo colocó en la palma de su mano izquierda y se tomó unos segundos para observarlo: de exquisita manufactura, aquel anillo con el emblema familiar de la mujer resaltaba por su metálico brillo en medio de la oscuridad que cubría con su manto aquellos jardines.

 

- ¿Pero para qué quieres…? - preguntó tratando de exteriorizar su confusión, aunque sus palabras quedaron en el aire ante la abrupta desaparición de la Macnair.

 

Decidida a atrasar momentáneamente la aceptación de la invitación de Cissy para priorizar su reencuentro con Sagitas, la blonda italiana guardó dentro de su prominente escote aquel anillo ensangrentado. Atravesó el corto tramo que le restaba para llegar hasta la Potter Blue y la observó. Aunque su instinto dictaba que no debía dirigirle la palabra luego de su desplante de la madrugada previa, su consciencia había tomado completo control de sus acciones e incluso de su repentina expresión amigable. Sagitas era la natural y lógica candidata a ocupar el sillón de Aaron una vez éste muriese, no solo por haber sido su competencia en las elecciones sino también por representar ideales completamente contrarios a los del desquiciado ministro. Una vez lo inevitable de la caída del Yaxley se materializara, en una búsqueda por volver a la normalidad, la gente se decantaría por la elocuencia y la racionalidad que la Potter Blue siempre había demostrado en sus muchas labores. Por más que en aquel momento la detestara con todo su ser, la realidad la convertía en su más valiosa…

 

- Alleata. - exclamó hacia el primer grupo de militares italianos, que depusieron inmediatamente sus varitas - Estás conmigo, puedes estar tranquila. Piero solo quiere a Aaron, sus militares no le harán daño a tu familia ni a tus compañeros mientras estén en tierra inglesa. Me rompió el corazón - se lamentó con notable sarcasmo - que no estuvieses junto a mí para presenciar mi encuentro con el señor ministro que, vale la pena aclarar, sigue vivo.

 

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LA BATALLA DE BUCKINGHAM


El documento para formar parte de la sagrada familia de sangre pura era un pacto, uno de sangre, pues solo bastaba una gota como rubrica para que el papel se consumiera en sí mismo hasta esfumarse; varios lo firmaron, otros no lo hicieron, más todo fue inmediato para escapar de un enfrentamiento que estallaría en cualquier momento. Fuerzas italianas rodeaban el palacio de la reina, mientras que el ejército de inquisidores siempre había apostado filas varias manzanas a la redonda. La alarma fue absoluta y general, solo bastó un silbido para que se propagase, de tal manera que varios supuestos civiles comenzaron a vestirse con la túnica inquisitorial por el arte de la magia, transformando sus prendas con el distinguido azabache de mangas en diversos colores para diferenciar sus rangos. La melodía parecía ser una frecuencia aterradora.

El salón se veía cada vez más vacío, Sybilla no se hallaba por ninguna parte o al menos yo no le encontré. ¿Y Arya?, la bruja estaba observando por un ventanal que logró visualizarse luego de que las paredes se fuesen descascarando en los memorándum que se habían firmado, a su lado se encontraba la joven Juliette. Candela aún estaba allí dentro, dando ordenes a un par de inquisidores que asintieron hasta desaparecer ¿qué les había ordenado? ¡ni idea!, había apostado por su confianza. Matthew y Jeranne me observaban a lo lejos, mientras que la inquisidora que me había informado sobre el elfo de Sagitas, traía a tres jóvenes consigo, una chica y dos muchachos; ambos reverenciaron la mirada en cuanto su superior les ordenó cuadrarse ante mí. La bruja más joven traía a la criatura amarrada a un lazo mágico para impedir que ésta desapareciera o atacara.

-¡Matthew, Jeremy!- les llamé, alzando la mano a mediana altura para pedirles que se acercaran. Una vez estuvieron cerca puse ambas manos encima de sus hombros- muchachos, hijos míos, son lo suficientemente adultos como para comprender que nuestras vidas no están compradas a raíz de todo ésto ¡pero la causa es mayor! y si yo no temo enfrentar mi destino... ¡el que sea!... espero ustedes tampoco...-dí unas suaves palmadas en sus mejillas y desenvainé mi varita para que el lazo mágico que ataba al elfo pasase a mí y luego a la primera varita que se ofreciera por parte de los hijos de la gitana- éste es el elfo de Potter Blue...

La criatura no era capaz de mirar a los ojos, no sabía si por temor o ...seguí la dirección de sus ojos, asombrados y cautos de que no pillasen lo que estaba observando ¡un collar! con el símbolo de la rosa azul, distintivo particular de la "Ojo Loco". Haberme criado en los cuarteles de investigación y seguridad mágica me habían dado la información necesaria de cada familia en Ottery.

-¡Esp!...espera...- sostuve a un joven y esbelto inquisidor que se acercaba hasta nosotros. La punta de su pie por poco y pisa el colgante- Accio...- susurré enarbolando mi arma mágica hacia el objeto, suspendiéndolo en el aire, sin tocarlo en son de precaución. Lo hice estallar en una implosión de ahogado sonido- que curioso que alguien de la Ojo Loco asistiera ésta noche, ¿no crees?...Harpo...- aumenté la tensión del lazo mágico por un par de segundos, luego me dirigí a mis descendientes- ¿quién quiere sacar información ésta noche?, los elfos guardan muchas conversaciones en ...esas...cabezotas...- sostuve entre dientes- de seguro y siendo tan precavida, tu dueña resguardó a su gente... espero cooperes elfo, de lo contrario deberías comenzar a idear un plan de escape, aunque a decir verdad, no creo que Jeremy y Matthew te lo dejen fácil...-pasando el lazo mágico, de varita a varita, a cualquiera de los dos. Comencé a encaminarme hasta el umbral de la puerta, no sin antes haberle pedido al otro que me acompañase- ¿viste dónde se metió la presidente de la confederación internacional?, búscala... y si alguno de mis hombres le ha hecho daño, mátalo. Mackenzie Malfoy es de mi confianza...El castillo Black será nuestro punto de encuentro al medio día de mañana.

Por ahora, pensé; Habiendo encargado ambas tareas- la de interrogar al elfo y la búsqueda de la hija de Mistfy- me encaminé a paso dominante por los pasillos del palacio con un séquito de inquisidores y tal vez alguna de las Macnair (que de seguirme, de seguro me alcanzarían), mientras el centenar de inquisidores terminaba de desalojar las instalaciones reales de Buckingham para dejarnos solamente a nosotros y al famoso ejército de Piero en el exterior... me envolví en una voluta oscura para estallar un ventanal y materializarme frente a un pelotón que se mantenía fríamente erguido, rodeando el frontis del lugar.

-¿Qué esperan?...-cuestioné alzando ambos brazos, armado y dispuesto a matar a quién se atreviese a levantar la varita. Estaba frente a frente con parte del gran ejército italiano. Hombres de rudas facciones y portes intimidantes que me observaban sin soltar palabra alguna- ¡¿Qué esperan?!... me tienen aquí ante ustedes, dispuesto a enfrentarles por mantener en pie mis ideales....- acerqué la varita hasta mi cuello para aplicar un Sonorus- ...¡Dispuesto a acompañar a mi gente! ¡brujas y magos que lucharían hasta la muerte por lo mismo que yo!...¡LA LIBERTAD! ¡EL DERECHO!- el efecto del amplificador mágico había abarcado lo suficiente- ¡el mismo que les corresponde a ustedes!... el mismo que les ha sido arrebatado...- sopesé con una genuina melancolía en el tono de mi voz-...

-Expe...

-¡Silencius!- exclamé a un joven del ejército opositor que intentó desarmarme. El clima aumentó la tensión, más sabían mis hombres que no deberían atacar si yo no daba la orden explícita de hacerlo, así lo hubiese pedido Candela o quién fuese en su lugar. Ésto estaba planeado desde un principio- ¡¿Dónde está Piero?!, ¡Dónde está el flamante Ministro Italiano! ...- el silencio fue acompañado por la llegada de más Inquisidores que tan solo esperaban que alguien elevase una varita para que les diese la libertad de atacar.

El palacio de Buckingham era inglés, yo era inglés y no solamente amaba la pureza de la sangre, sino también mis raíces, mi tierra. No dejaría que nadie destruyese un icono de nuestra cultura a pesar de lo muggle que fuese. Los símbolos de nuestra historia nos unían en una paradoja constante, con la diferencia que yo veía a los no magos como una infesta a nuestro mundo.

-¡Ustedes no tienen un líder!, ¡Ustedes tienen un cobarde que no les acompaña hoy! ¡NI LO HARÁ MAÑANA!. En cambio, yo les ofrezco redimirse tal y como lo hice hace unos instantes con Lucrezia Di Medici...- proseguí, envolviéndoles como una serpiente a su presa sin siquiera ser hablante de pársel. El cotilleo entre ellos fue inevitable, pues la bruja era una eminencia en su país. Algo de razón tendría-... y aunque siento decirles que la bruja no ha aceptado, les advierto que los rodeados no somos nosotros sino ustedes mismos. Mis hombres están estratégicamente posicionados varias manzanas a la redonda y el gobierno Ruso ha decidido apoyarnos...- me encogí de hombros con indiferencia-... soy mi propio anzuelo muchachos...

Y era verdad. La desvinculación con el estatuto del secreto no había sido una decisión a tontas y a locas, pues y muy adherente al bien común, ésto iba por sobre mis propios anhelos, aquellos que radicaba solamente en el poder que se me había concedido. Primero el haber sido Ministro, cuestión con la que Gellert no había contado en aquella ocasión y con la que el Señor Tenebroso, a pesar de haber obtenido tanto, no había logrado organizar, cobrando importancia el viejo adagio del que mucho abarca poco aprieta. El segundo punto radicaba netamente en la caída del velo mágico, puesto que en medio de una inminente guerra, no podríamos habernos mantenido escondidos de los fastidiosos muggles. ¡Aquello no era la batalla de Hogwarts!, ¡era una guerra entre naciones!. Y tercero, que con ello probaría al mundo mágico que no éramos nosotros los que comenzaríamos el conflicto bélico, una táctica asolapada y encubierta para luego arrasar con todo y así, finalmente, apoderarnos del mundo tal y como debió haber sido desde un principio.

Un Inquisidor apareció a un costado de mi posición, con el primer Ministro muggle sujeto por el cuello. El tipo expelía un genuino temor de lo que estaba presenciando, a tal punto que cualquier vampiro y hombre lobo podría haberlo notado ¡a cuadras de distancia!. Sonreí mientras daba unas palmadas en la espalda de Charles, mi hombre de confianza, para luego revolver el cabello del mandatario muggle.

-¡Está aterrado!...-exclamé mientras soltaba una que otra risa est****a, casi bufada- pero así como él, hay otros de éstos individuos que comandan ejércitos y que ahora están bajo un simple maleficio de control, ¡uno que también sería muy útil para ocupar sus fuerzas contra ustedes!...- solté un agudo silbato, uno que se propagó entre mis adeptos, surgiendo así otros tantos más a la espalda del cordón conformado por las filas italianas-Pero yo no quiero eso, mis hermanos, hermanas...Lucrezia no hubiese venido sola, como ella sabría que yo tampoco lo estaría .¡Ha sido valiente! se lo concedo...- proseguí mientras rodeaba a Charles, quien mantenía una penetrante y fría mirada ante los soldados italianos-...y como era evidente, debía tomar las precauciones...- los murmullos se hicieron notar. El discurso era tentador, pero como en todo bando, habrían traidores y perseverantes a su causa.

Algunos Italianos guardaron sus varitas y dieron un paso hacia adelante- hice un gesto a Charles para que desapareciera junto con el primer Ministro muggle- y ahí fue allí cuando todo estalló. La mayoría de los ataques se dirigieron en mi contra, pero unos cuántos fortificum y otros efectos se interceptaron para detenerlos; enarbolé mi varita exclamando un vitae para un farol de unos cuatro metros de alto y uno de ancho, dándole vida a una serpiente metálica lo suficientemente apta para enrolarse a mi alrededor y detener cualquier ataque en mi contra. Bombardas, otros rayos destructores, efectos que se expresaban con un sonido en off, animales, etc... El frontis de Buckingham se había convertido en un campo de batalla del que yo era parte. Italianos contra italianos, Ingleses contra italianos, sangre contra sangre...

-Mie.rda...- un corte se abrió en mi hombro izquierdo, ramificándose por parte del pectoral. Había sido alcanzado por un sectusempra.

Lancé un par de rayos más hacia unos tipos que me apuntaban desde diferentes flancos para luego aplicarme un episkey. De pronto recibí una patada en la parte baja de mi espalda, lo que me hizo irme de bruces al suelo, me voltee y no dudé en lanzar la maldición asesina a un tipo que cayó muerto sobre mí; lo lancé hacia un lado jadeando un tanto por su peso. Sentí como se me fracturaba la muñeca por algún efecto, no sin antes lanzar un puñetazo a otro tipo que se lanzaba sobre mí,a fin de cuentas logrando ponerme de pie...

-¡Sáquenlo de aquí!...- Charles volvía después de haber escondido al primer Ministro muggle en una locación que solo él, Arya y yo, sabíamos.

-¡No!...¡Avada Kedavra!...- dicté con el áspero acento de mi voz a otro mago que veía, me apuntaba, al cabo que me envolvía en una voluta de humo al igual que todos allí. Apareciendo y desapareciendo por diferentes posiciones para atacar o defender- ¡no me iré de aquí sin antes saber dónde está Piero!...

-¡Sáquenlo!...

-¡No!- volví a exclamar, mientras blandía la varita para protegerme y contraatacar otro par de rayos. Un látigo alcanzo mi pierna, otro inquisidor lo cortó. Sentía las heridas, las punzadas, pero la adrenalina era cada vez más fuerte.

Fue entonces cuando sentí que me jalaban del ombligo...¡flap!...desaparecí junto con alguien. Rodé por el césped con una estela de la voluta que se iba difuminando, en un lugar donde a su vez no se oía ningún hechizo. Aún me aferraba a mi varita, tosí y volví a toser otra vez, la segunda vez con sangre en mis manos; me inundó un pitido agudo de sien a sien. De rodillas golpeé al suelo con ambos puños (sí, con la muñeca quebrada)... elevé la mirada y observé unos tacones, piernas de mujer...


Días después. (En concordancia con el rol de Jank).
En paralelo a la llegada del ejército búlgaro a Londres

Aún no anochecía. El día anterior habíamos tenido una velada en la Botica Macnair, luego de que las fuerzas inquisitoriales lograsen vencer a parte del ejército italiano; No sabía nada del paradero de la blonda italiana. Mucha gente había perdido la vida aquella noche, colaboradores a la causa y opositores. Azkaban había vuelto a ser útil, al menos de momento, y por las calles de Londres brujas y magos se conglomeraban, tanto para conocerse como para repudiarse- siempre había gente que no toleraba a otra gente- entre ellos un grupo de italianos que eran amedrantados por unos jóvenes ingleses. Inquisidores llegaron al lugar para poner orden, pues yo había dispuesto ciertos albergues para resguardo de aquellos que se adhirieron a la libertad que les prometía. Jamás había sido un tipo que no cumpliese su palabra.

Casi era hora de cenar, mas yo me encontraba en curaciones por un par de enfermeros mágicos en un salón del castillo Black, sentado en un sitial que en algún momento habían ocupado los antiguos patriarcas del famoso y criticado lema: Toujours Pur. Movían mi cabeza de un lado a otro mientras sujetaban mi mentón, me pedían que mirase tanto para arriba como para abajo por un derrame que me tenía uno de los ojos enrojecido. Estaba a torso desnudo, con vendas mágicas que cruzaban mi hombro izquierdo y parte del pectoral. Nadie podría haber salido ileso si es que se había dispuesto a enfrentar al ejército de Piero- odiaba decirlo- digno. Me puse de pie lentamente, aguantando uno que otro quejido que solo atenuaba la parquedad de mi rostro.

-Señor...-un brujo intentó sujetarme del brazo, mientras que con su varita en mano realizaba algunas florituras para crear un cabestrillo.

-No utilizaré esas payasadas...- dicté con el áspero tono de voz y el genuino acento inglés que me caracterizaba.

-Debe hacerlo, señor...

-¡Enough!- determiné con una extensión de mi brazo, un movimiento que me provocó un dolor intenso. Solté un gruñido.

Alguien entra corriendo al vestíbulo donde nos encontrábamos mientras otra persona me acercaba una bandeja con tres copas que contenían distintas pociones para mejorar lo más rápido posible.

- ¡Son los búlgaros! ... han destruido todo en Guernsey. Contuvieron al coloso y ahora están apareciendo por todo Londres...

>> Son los Bulgaros, Todo Guernsey destruido.... el coloso...Bulgaria...la guerra...la guerra ya estaba aquí...<< En mi mente la frase se repitió una y mil veces, en fracciones de segundos que terminaron por lograr que reventara la copa que había tomado. Una de las enfermeras sacó su varita para limpiar todo de una vez mientras su colega buscaba otra vez el tónico.

-¡Ministro Black!...- exclamó el mismo brujo de antes, observando como la sangre comenzaba a gotear desde mi mano empuñada-...señor...yo..señor...lo siento...- en un par de segundos el tipo se había quedado en silencio, pues la mirada de mis eternos ojos grises, uno entintado en rojo, no había sido para nada amigable.

-Contacten a Sybilla... - ordené mientras todos allí en la habitación se observaron las caras queriendo delegarse la función- ¡ahora!....

OFF: Quien quiera unirse, en el Castillo Black son todos bien recibidos (?)... ojo con los traidores a la sangre jaja. A veces, cuando escribo, me gusta oír música. Comparto los soundtracks que me inspiraron (?) xDD. Saludos gente! A disfrutar el rol y a ¡masacrar en la guerra!... ¿tienen miedo?... yo también :rolleyes:

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Centro de Atención de Emergencia "Sangre de Cristo"

13 de marzo, mañana

 

 

 

Cuando vi a aquel hombre de los cuerpos de seguridad americanos salir disparado hacia la puerta del refugio presentí que algo no iba bien. Apenas terminábamos el desayuno -por mucho que lo odiara, me había bebido aquella sangre metida en recipientes opacos de plástico, como si fuera alguna clase de batido; no podía ponerme exquisito tras días sin probarla y sentí la mejora casi al momento-, sumidos cada cual en nuestros propios pensamientos. A nuestro alrededor se formaban vagas y desanimadas conversaciones, todas sobre desgracias ocurridas, llenas de impotencia y deseos de que aquello acabara; pero ahora, con la caída del Estatuto del Secreto Mágico, aquella guerra, a pesar de haber comenzado meses atrás, no había hecho más que dar sus primeros pasos. En realidad, en todo aquel tiempo no había ocurrido más que una preparación, un entrenamiento de cada país implicado para concienciarse de lo que se avecinaba, de la verdadera guerra. Contemplé cómo Matt Ironwood desaparecía entre la gente que se agolpaba en la recepción del lugar.

 

Pasaron cinco minutos cuando me levanté, tras excusarme al padre Despard, y me acerqué a la fila donde magos y brujas esperaban para usar la Red Flú, con vía directa al Ministerio.

 

- ¿Por qué hacen fila? --pregunté a uno de los jóvenes magos a mitad de fila que parecía nervioso por que le llegara el turno.

 

- Necesitamos arreglar nuestra visa para poder ser repatriados. Llevo toda la noche esperando, hay muchos controles y sólo pasamos de dos en dos.

 

- Las chimeneas, ¿os llevan a las oficinas del Departamento de Cooperación Mágica Internacional?

 

- No lo sé, señor.

 

'Señor'. Si a algo me había acostumbrado en todos aquellos años era a la comodidad que me aportaba mi apariencia física y que la gente me tratase en función la misma, por lo que no era frecuente que usaran aquel denominativo. Lo dejé pasar. Mostré un leve gesto de agradecimiento y me di la vuelta, para toparme con un par de brujas alarmadas que corrían hacia la puerta hablando muy rápido y mencionando algo sobre un incendio. Por la agitación e incredulidad de las mujeres pude suponer que aquel incendio no había sido un accidente. El ambiente comenzó a alterarse. Miré a la puerta por donde todavía muchos entraban y salían, aunque ahora parecían ser más los que ingresaban al lugar y luego a las chimeneas que conducían al Ministerio.

"Ah, maldita sea", pensé, preso de mi propia curiosidad. Ahora ya sabía por qué aquel hombre había salido tan deprisa y sin desaparecerse.

 

Fuera reinaba el caos y la parte superior del edificio de enfrente estaba en llamas. No, claro que no formaba parte de ninguna de mis presponsabilidades crear un casco-burbuja alrededor de mi cabeza e internarme en aquel lugar, pero lo hice. ¿Desde cuándo hacía sólo las cosas que me competían? Las primeras plantas estaban vacías y la tercera parecía no tener rastro, aunque una de las puertas estaba completamente abierta y al fondo un hombre y una mujer agarraban con fuerza a un niño, tensos y bañados en lágrimas, señalando sin poder articular palabra al charco de sangre que había en el suelo, casi a la entrada del apartamento, junto a una puerta. Me acerqué con cautela y al asomarme por la puerta, con cuidado de no pisar la sangre fresca cuyo olor me hizo olvidar que ya había tomado aquella asquerosidad en el refugio, vi a un niño temblando de los pies a la cabeza, con una pistola apenas sujeta en su mano derecha que caía a lo largo de su delgado cuerpo. Miraba fijamente el charco de sangre, sin siquiera percatarse de mi presencia. Sin embargo, los padres lograron gritarme un "¡no te acerques a él!", completamente despavoridos. El hombre, haciendo acopio de toda su valentía, traspasó la puerta que llevaba al balcón donde se hallaban, manteniendo tapadas boca y nariz con su mano.

 

- E-es-es... Es mi hijo, no te acerques.

 

Ante las palabras del padre el niño pareció reaccionar. Dejó caer la pistola al suelo y, corriendo hacia el hombre comenzó a llorar casi sin aire. Todavía desconcertado alcé mi varita para conjurar un casco-burbuja que protegiera a ambos de la inhalación de todo aquel humo que comenzaba a dificultar la vista. Pensé, a juzgar por el horror de sus caras al verme agitar a Dror, que iban a tirarse encima de mí, pero al sentir aislados sus conductos respiratorios del peligro que suponía respirar allí dentro, el padre pareció serenarse y correr de nuevo con su hijo al balcón.

 

- ¿Qué ha pasado? --pregunté una vez reunido con ellos y cerrando la puerta tras de mí--. ¿De quién es esa sangre? --Cerrando la puerta además había logrado evitar olerla.

 

- Fue otro... Otro como usted... --"Ya estamos, ¿qué demonios pasa hoy?", dos veces en apenas unos minutos que le trataban como alguien mayor, pero, ¿y qué narices le importaba a él en aquella situación? La mujer estaba casi histérica--. Mi hijo... Ay, ¡dios! Estaba muy asustado, ¡estaba muy asustado! Ellos... Des... Desaparecieron --terminó de decir mirando al lugar donde se encontraba la sangre.

 

- Está bien, tranquilícense. Les voy a bajar --dije observando de nuevo el horror en sus caras--, sí, con magia, pero dudo que tengan ninguna pega si desean sobrevivir. En cuanto estén los cuatros en el suelo, vayan a un lugar seguro.

 

No tardé en ver a través del cristal a más equipos muggles y magos, llegando al lugar para solventar el incendio que seguía propagándose por las plantas superiores. Parecía que discutían para ponerse de acuerdo, pero uno de los magos usó algún hechizo, que temí fuera un Imperius y el jefe de bomberos empezó a seguir sus órdenes. Negué con la cabeza, suspirando, pero no era momento de entrar en debates sobre el uso de la magia ahora que sabían de nuestra existencia.

 

- Agárrense a mí, ¡vamos! --indiqué visualizando la distancia que había desde donde estábamos hasta el centro de la calle.

 

No solía hacer apariciones conjuntas, pero no lo pensé demasiado. La distancia era corta, así que debía funcionar. ¡Chas! Suspiré aliviado al abrir los ojos y observar el balcón desde abajo. El tiempo apremiaba. Intuí que Matt había sido trasnportado por algún compañero a San Mungo, pero no sabía si era buena idea ir con él. El hospital estaría hasta los topes y yo debía averiguar cómo hacer para colarme en el Ministerio. Al darme la vuelta para encaminar mis pasos de nuevo al refugio e informar al padre Despard del paradero de su amigo, me topé cara a cara con Sherlyn, que tras haber desaparecido entre la gente del refugio parecía haber salido a corroborar el panorama. ¿O estaba buscando algo?

 

- ¡Sherlyn! Por fin aparecer. ¿Ocurre algo?

 

En ese preciso instante, un sobre de pliegos rojo y amarillo llegó volando hasta mis manos. "¿Pero qué?", me sorprendí al comprobar que parecía en toda regla un Howler. Tenía el sello del Ministerio de Magia Español. Miré desconcertado a la muchacha, y preocupado de que el mensaje no pudiera ser escuchado por ella. Tampoco quería que nadie más lo escuchara, aunque la gente a nuestro alrededor estaba muy ocupada en gritar, horrorizarse, curiosear y participar en la inverosímil escena que se desarrollaba en aquella calle del centro londinense.

 

- Espera, ven --le dije casi arrastrándola conmigo a una calle menos transitada, doblando la esquina donde se encontraba el acceso al Centro de Emergencia.

 

Abrí el sobre sin más dilación, y la voz empezó a formarse en el aire, no muy alto para mi fortuna.

 

 

"A Adrian Wild, español residente en territorio enemigo.

Debido a un inconcebible acto de irresponsabilidad cometido por el Primer Ministro de Magia Inglés con el levantamiento del Velo, y tras la increíble inacción en la Confederación Internacional de Magos en su última sesión, el Gobierno Español ha decidido declarar la Guerra al impío Imperio Británico y repatriar a todos sus súbditos a nuestra soberana Patria. Su familia y Usted serán recogidos a las 21'30 horas en el lugar establecido. Sólo pueden traer dos maletas por persona, ampliable a tres si cargan a infantes menores de 6 años.

A partir de esta hora, todo ciudadano español quedará a su suerte en territorio enemigo y considerado en paradero desconocido. Esperamos contar con usted para regresar a terreno seguro antes de que empiece el enfrentamiento bélico entre ambas naciones y las que apoyen su insensato mandato.

¡Viva España!

Sr. Juan González García

Primer Ministro de la Nación Soberana de la España Mágica.

Nota: Este mensaje se autodestruirá a los cinco segundos de haberse escuchado.

Cinco... Cuatro... Tres... Dos..."

 

Una citación para repatriar a todos los españoles residentes en Inglaterra. Aquella confirmación de la unión del Estado Mágico Español a la alianza en contra de los ingleses había llegado en el peor de los momentos. "Todo ciudadano español quedará a su suerte en territorio enemigo y considerado en paradero desconocido". Pero no podía irme, dejar todo, mi investigación a mi familia... Sagitas. Sagitas era española. ¿La habría recibido?

 

- Maldita sea, ¡pero cómo se les ocurre implicarse! No se podían mantener al márgen, no... ¡No puedo marcharme! No, claro que no. --¿Y la familia y los niños? ¿Cómo narices iba a poder ponerme en contacto con mi hermana en aquella situación? No, debía decidir, solo--. Está bien, ¿paradero desconocido? Bueno, pues ya me encargaré de volver a aparecer cuando todo esto pase.

 

Si es que todo aquello pasaba. Miré de nuevo a la joven que tenía delante, apoyando la espalda en la pared tras las vueltas y aspavientos que había hecho en toda aquella disquisición.

 

- ¿Qué hacías aquí fuera? --dije, intentando retomar de nuevo la pregunta que le había hecho.

 

 

 

OFF ROL

Sé que va mucho más avanzado, pero @@Sherlyn Stark me ha dado un buen reenganche y a ver si conseguimos irnos acoplando a la línea temporal donde estáis xD Que tampoco quería hacer un rol de una página entera. Así también le damos la oportunidad a @@Rory Despard por si quisiese reenganchar. Amo leer sus super roles <3

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✤ Viajero de la noche ✤

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Madrugada del 14 de marzo

 

En medio de todo aquel caos de soldados, al fin distinguí a mi cuñada. ¿Pero es que no acababa de oír la estridente voz del Ministro pidiendo su cabeza. ¡Insulso cretino! Me refería a Aaron, por supuesto. Si creía que iba a delatar a Lucrezia y pretendía ejecutar a cualquiera que le ayudáramos, iba fino. Intenté llegar a ella. Imposible. Soldados por un lado, muggles huyendo por otro, fuerzas de seguridad del Palacio (muggles, por supuesto) por el otro e Inquisidores en marcha para cumplir alguna orden del Ministerio (no, me negaba que pillaran a Lucrezia. A esta mujer sólo yo tengo derecho a gritarle por sus excentricidades y a defenderla porque era de la familia).

 

Además, era muy de noche, tanto que se apagaban las luces de las farolas. Levanté la cabeza y me quedé alelada mirando cruzar...

 

-- Pero... ¿Qué... demonios... de...?

 

... dragones por encima de Londres.

 

-- ¿Estamos locos?

 

Ahora no podía negarlo: se nos había escapado de las manos. Dragones en Londres en plena... ¡en plena vista de todo el mundo! Y por mirar a los alados, perdí de vista de nuevo a mi cuñada. Amanecía y tenía una cita con la Orden. Casi me desmaterializo en ese momento para acudir al cuartel cuando sentí el agarre de Lucrezia. Jadeé al darme cuenta que, por poco, me presente en Grimault Place con ella del brazo.

 

-- ¿Pero estás loca? ¿Cómo que esté tranquila? -- De reojo, vi que los soldados italianos se habían movilizado todos a una para amenazarme con sus varitas. Arqueé la ceja. -- Excelente, ahora pensarán que estoy a favor de la invasión italiana. ¿Y esos quiénes son? Los de los dragones. ¿Son búlgaros? ¡Demonios desdentados, Lucrezia! Esto es un asedio, ¡una declaración de guerra!

 

Bueno, creo que ya había habido una, ¿no? No estaba metida en temas de política desde que Aaron había levantado escudos en el ministerio ante sus políticas externas. Impenetrables. Y eso que yo me enteraba de casi todo de aquella ciudad...

 

-- ¿Cómo que no he estado? Estuve sólo que tú no te fijaste en tu cuñada; tú sí que me rompiste el corazón cuando pasaste de largo... -- Eso me recordó de nuevo a Harpo. Por supuesto, no le iba a contar mi aventurilla con la Reina de Inglaterra; no se lo creería. O tal vez sí pero no era momento de alardear de mi presentación en la Alta Sociedad. -- Sigue vivo porque estás loca. ¿Un cuerno de erumpent? Te dije que te ayudaba a matarle pero no a volar media ciudad, mujer, que se te fue un poquito la amenaza, ¿no crees?

 

Sí, yo ahí, echando bronca a mi cuñada en vez de hacer tantas cosas que quedaban pendientes. El alba se adelantaba. Tenía que acudir al Cuartel de la Orden. Sin embargo...

 

Mi anillo empezó a moverse. Vale, mal explicado. En el momento en que yo criticaba a Lucrezia sus acciones, mi anillo empezó a mostrarme de nuevo imágenes en movimiento. Mi medallón había sido girado y, por fin, podía ver de nuevo... ¿a Harpo?

 

-- ¡Maldito cara de Ghoul! ¡Cómo toques a Harpo te mato!

 

Sí, la gente ya sabe que estoy algo ida en mis comentarios y supongo que volverían a pensar lo mismo al dirigir esos comentarios a mi manos. ¿Lucrezia sabría lo bastante de la magia de los Uzza como para saber que acababa de ver la cara desenfocada de Aaron mirando el medallón que inicialmente lucía Babila-yo y que me había mantenido informada de todo lo sucedido en el interior del Salón del Trono? Las imágenes se movían de forma oscilante, sugiriendo que el collar se mantenía en alto. Hasta que desapareció. Gruñí por lo bajo. Aaron Black Lestrange iba a pagar caro lo que había hecho y no me refería a la destrucción de mi camafeo de la flor azul. Tenía muchos en la mansión.

 

-- Juro que lo mato por secuestrar a Harpo. ¿Cómo quieres que lo matemos? -- Así, en voz alta y sin esconderme se lo pregunté a Lucrezia, de lo furiosa que me había puesto. -- Pero no ahora. Tengo una cita ineludible. Nos vemos al medio día, usa a Pasteur para encontrarme. Y no seas loca. Sobrevive...

 

Desaparecí rumbo al Cuartel de la Orden, con la duda de si habría dicho bien el nombre de su elfo, esta vez...

 

 

 

OFF: Me salto el posteo de Aaron y lo incluiré en otro posteo. Pero te quiero mucho aunque te ignore... Y el de Adrian miraré cómo mencionarte también, mano.

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Grimmauld Place Nº12

Lugar seguro de la Orden de Fénix.~

 

Lunática y Zahil habían sido las primeras (y las únicas) que por ahora se habían presentado a aquella antigua Casa para intentar ver qué podíamos hacer. Había demasiados miembros del bando que aún no habían dado señales y esperaba que al menos tuvieran la delicadeza de pensar en todos los problemas que teníamos que enfrentar y que a ellos los afectaba. Negué con la cabeza. Aquellos tiempos cambiaban

 

Una voz de muchacha hizo que girara la cabeza al ver que otra femenina hacía su aparición. No la conocía, ni muchos menos sabia de ella. Pero de alguna manera me alegraba que hubiera respondido ante el llamado. Si había algo que importaba dentro del bando era que todos eran importante y que cada uno era un granito de arena que se sumaba a una gran causa. Asi que su varita nos sería de mucha utilidad.

 

¿Cye? ¿Era prima de Cye?

 

¿Cye? ¿Qué le pasó a Cye? no pude evitar preguntar sobre mi sobrina querida. Aunque fueran diferentes, el brillo de sus ojos era similar. Aflojé mis facciones, no podía interrogarla asi. Llegas justo a tiempo. Elvis, un placer conocerte extendí mi mano para estrechársela, esperando que me dijera su nombre y me dijera al menos no noticias tan malas de mi sobrina. Luego me di la vuelta.

 

Un fogonazo en medio de aquella cocina nos sorprendió a todos. Era un rollo de papel, grande y viejo. Y al lado tenía una notita, con la letra que pude reconocer como la de mi esposa. Era un ejemplar del Profeta.

 

 

 

 

______________________→ El Profeta ←______________________

NOCHE CON DRAGONES

¡Noticia de último momento! En los últimos minutos,

hemos recibido el aviso que se han avistado

apariciones de dragones, magos y brujas extranjeros

y muggle cercanos al Palacio de Buckingham.

[...]

Incluido aquellos ejércitos de magos provenientes

de paises como Bulgaria, italia, Alemania, Francia,

entre otros.

Se cree que un grupo de londinenses se encuentran

dentro del Palacio, en peligro, rodeados por...

[...]

... la ex vice-ministra fue vista entre la multitud

enfrentándose a otro grupo de magos...

[...]

Un crucero muggle fue destruido por dragones en...

{más en paginas 4-5-6}

______________________→ El Profeta ←______________________

 

Levité con mi varita aquel ejemplar para que las chicas pudieran observar las noticias que el Profeta había emitido a modo de emergencia. No estaba seguro si había sino una noticia o una enciclopedia de las peores noticias ocurridas dentro de la comunidad mágica. Era una noticia peor que la otra, y de alguna manera no sabía cuál podía ser la primera en recurrir. Guerra, dragones, personas en peligro.

 

Y eramos tan solo cuatro. ¿Cómo ibamos a hacer? ¿Qué ibamos a hacer?

 

Miré a Lunática, Zahil y Ela.

 

@ @@Ela Karoline @

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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