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El Hipogrifo Asustado (MM B: 105757)


Reena Vladimir
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El niño miraba ahora el árbol de navidad que todavía se encontraba en una de las salas de la guardería. Faltaba tiempo para que se mantuviera allí. Todavía poseía su verdor especial, como recién cortado.

 

Mira que lindo Argi - le dijo la ojimarrón al pequeño Potter Black.

 

Las mejillas del niño ya no encontraba coloradas por llorar mucho. Reía como si nada hubiera pasado. Sin embargo, el niño no tenía las suficientes ganas de jugar. Parecía que necesitaba dormir un poco más.

 

Vamos a tu cuna – comentó al bebé.

 

A Sunar le gustaba hablarle como si fuera Argentus a responderle. Volvió sobre sus pasos a la habitación de los pequeños. Pero vio que la bruja de cabellos violetas se encontraba allí y que un elfo cargaba otros pequeños.

 

-Qué pasó? - le preguntaba mientras traspasaba la puerta.

 

El cuarto no parecía el mismo que minutos antes que saliera. Era más como estar en un paraje nevado, pero sin nieve. Todo se sentía frio.

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Me había quedado de cristal al ver como los niños aceptaban las condiciones que ponía mi tía, sin rechistar. No salía de mi asombro, era tan raro y nuevo para mi que no tenía ni idea de cómo encajarlo en mi mente. Para mi, fue sorpresa que todos comenzaran a ayudar. Era increíble lo buena madre que era mi tía.

 

-¿Qué ha pasado? ¿Tía?

 

La vi salir de la habitación, seguida de un elfo, ambos parecían preocupados pero hasta que no los seguí y vi la habitación de los bebés. Todo estaba congelado y miré acusadoramente a los niños. su hubieran desaparecido cosas, tal vez se lo hubiera atribuido a Akira, pero ni era el caso ni el pequeño estaba en el local.

 

-¿Quien será al que le gusta el frío?

 

Ante una mirada de mi tía entré y saqué la varita para poder mover a varios bebés a la vez, de forma delicada y sin despertarlos. Salí y seguí a un elfo hasta una habitación un poco diferente, pero allí los dejamos alejados del peligro que eran los carámbanos, pues como se cayeran tendríamos un serio disgusto, muy serio...

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-- Cuidado, Sunar, no entres. Lleva a Argentus con los otros, sigo al elfo.

 

No hacía falta explicar nada más. Aquel hielo ahora empezaba a deshelarse y se hacía aún más inestable y peligroso.

 

-- Si el niño se duerme, déjalo en la cuna. Si ves que le cuesta dormirse, ve con Jesse; está contando cuentos, y eso le gustará al niño. Pero sobre todo, no os acerquéis por aquí hasta que limpiemos todo ésto.

 

Empezaban a caer gotas. Me extrañaba que aquello se hubiera formado en la habitación. Teníamos la calefacción puesta para que los niños no tuvieran que abrigarse allá dentro. Era lo que estaba haciendo que se licuara el hielo. Fruncí el ceño.

 

-- No sé a quien le gusta el frío, Reena, pero esto es... inusual. No creas que tenemos estos problemas todos los días.

 

Sonreí para que no se sintiera preocupada por dejarnos a Akira. Entonces mi mente tuvo una lucecita y miré a Sunar y al niño.

 

-- A veces los niños pequeños desarrollan sus habilidades y nos sorprenden. Pero tenemos a gente capacitada para darles soluciones. Ya sabes, yo soy genial y puedo con todas las sorpresas.

 

Y dije a los elfos que se prepararan para lavar el suelo de la sala. En minutos allá habría un enorme charco de agua.

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En aquellos momentos no me fiaba de mi tía, estaba claro que aquellas cosas no solían ocurrir, si estuvieran acostumbrados no creo que los elfos tuvieran con aquellas caras tan de susto... Me parecía tan raro, que ni sé porqué me sorprendía yo. Terminé de mover al ultimo bebé que tenía al alcance y volví con Sagitas.

 

-Tía ¿con el deshielo no se caerán los chupiteles?

 

A mi mas que la posible inundación, me preocupaba que pudiera caerle a alguien una de aquellas cosas puntiagudas. Eso podría causar mas de un problema...

 

-Bueno dime como lo hago y yo me encargo del agua, pero no me dejes sola con tantos niños, da igual que estén dormidos.

 

No sé porqué de repente me había venido a la cabeza una frase hiriente de mi tía, la había dicho allá por navidad, mientras descubría como se jugaba al burro con churros, pero eso de suspender como madre no quería probarlo con otros niños, no mientras pudiera poner en peligro el negocio y yo estuviera sin supervisión autorizada y competente.

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-- ¿Los qué...? -- pregunté, confundida.

 

Vi que señalaba los carámbanos del techo. Le sonreí, divertida.

 

-- Naaa, con la velocidad de licuación quedará antes como agua helada que como algo compacto. Como mucho, nos hará un chichón si nos caen encima, ten cuidado -- le dije, melodramáticamente.

 

en verdad, Reena tenía un problema de seguridad con los niños, se ponía tensa y se ponía casi a hiperventilar. Ya un niño, su hijo Akira, le daba mucho respeto y temblaba con la responsabilidad, pero el pensar que tenía que hacerse cargo de más niños parecía ponerle los pelos de punta.

 

-- Caray, sobrina, tú tienes miedo a los bebitos. Mira que la responsabilidad es mucha pero la alegría que dan la rebasan. Has de aprender a disfrutar de todo lo que nos enseñan estos enanos.

 

Le señalé a Jesse, que a lo lejos estaban contando cuentos.

 

-- Mira como ella se los gana. Los niños saben quienes les temen, y son crueles, así que nunca le demuestres que les tienes miedo. Has de ser más rápida que ellos y sorprenderles. Sólo así te dejarán que contactes con ellos y les dejes estar a su lado y obedecerte.

 

Su cara de susto me hizo compadecerla y accedí.

 

-- Vale, vale, tú te quedas a fregar el suelo con los elfos y yo me voy con los niños y con Sunar a atenderles.

 

Sonreí porque sabía que había salido ganando con el cambio.

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Toda la habitación se encontraba con un aspecto a congelado, lo que sorprendió a la joven madre. Miró a su pequeño tan inocente e indefenso, que no pido creer que él niño fuese capaz de algo así.

 

Sacándola de su asombro, Sagitas le indicaba que no dejara al bebé en el ese lugar y que lo llevara a otra habitación para que descansara.

 

- Tienes razón, lo dormiré y me iré al trabajo. - explicó la chica de ojos marrones.

 

Dejo atrás a Sagitas junto a la joven Rosier que ayudaba con los demás pequeños. Llegó al otro cuarto destinado a los pequeños de la guardería. Sentándose en una mecedora y con el vaivén de la misma durmió al peliazul. Le atinó un beso en su frente antes de levantarse para depositarlo en la cuna. Lo cubrió con una manta y salió de allí.

 

Iba de camino al cuarto congelado cuando se encontró con su tía.

 

- Debo irme, dejé el trabajo y necesito ir a realizar una inspección. Dejé al niño dormido y los demás que Reena llevó. - comentó.

 

Sunar le dio un beso en la mejilla a su tía y partió al Ministerio.

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Aún riéndome me acerqué a la habitación en la que habíamos evacuado a los niños. Estos niños... Dormían como si nada hubiera pasado. Antes de llegar, Sunar me atrapó, cuando ya volvía de arropar a su hijo para que siguiera descansando.

 

-- Gracias por pasarte, Sunar, me alegra que hayas podido encontrar un hueco para ver a Argentus, eso les ayuda mucho a los niños para normalizar la situación en la guardería.

 

Es que era importante para los niños ver a sus padres con normalidad a esa edad, para que les pareciera bueno estar allá y que los padres lo apoyaban, no como un castigo sino como algo necesario.

 

-- Que tengas una buena tarde, sobrina -- aún me dio tiempo de despedirme.

 

Después de comprobar que los niños estaban bien, viendo que Jesse estaba aún contando cuentos y que los elfos ya estaban preparando el patio para la guerra de globos, volví a por Reena.

 

-- ¿Qué, sobrina? ¿Se te ha pasado el susto o aún tiemblas y prefieres dejar el niño en la mansión hasta que le salga barba?

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Escuché las burlas de mi tía y me quedé callada. Como una niña tímida, lo único que quería era que me dejaran en paz, eso de hacer pataletas era mas cosa de mi gemela. Por eso me esforcé en recoger el agua, en ayudar a los elfos, callandome las ganas de decirle a mi tía que no era lo mismo cuidar de un niño al que se conoce como la palma de mi mano, que cuidar de varios, cuando ni los conozco ni son iguales...

 

Vi marchar a Sunar y no tardé en escuchar la voz de mi tía que continuaba un poco mas con la guasa.

 

-Tía...

 

Me volví para pedirle de forma muda que dejara de reirse de mi pero la vi sonriendo y entonces me reboté, me dio la vena rebelde e infantil. Guardé mi varita de forma metódica y respiré profundamente.

 

-Pues sí, en la mansión se va a quedar, hasta a ambos nos salga barba.

 

Me crucé de brazos y levanté la barbilla a la vez que daba un pisotón en el suelo. Luego me giré y busqué una habitación vacía, la clase que acabábamos de secar era la mas cercana. Entré en ella y esperé a que salieran los elfos, me siguiera mi tía y cerré.

 

-¿Esto es un castigo porque te pedí la custodia de Akira?

 

La miré a través del silencio que nos rodeaba y esperé respuesta, pero antes de que comenzara a hablar la corté y seguí yo de nuevo.

 

-¿Te das cuenta de que soy madre primeriza? ¿De que sufro viendo a Akira dolorido por los dientes que le nacen? ¿De que me angustio con que solo estornude?

 

No sabía como expresar mi frustración sin herirla, si tomaba mi gesto como serio, era lo mejor. Si me tomaba a broma no sabía si podría medir mis palabras. Lo único que necesitaba era que me enseñaran, que fueran comprensivos conmigo, que me dieran un margen de adaptación... Quería pedir perdón por mis palabras pero no me salían, rompí la tensión con lágrimas. Me tapé la cara con una mano, para llorar tan en privado como pudiera, si me volvía podía tomarlo como un insulto y eso era lo ultimo que quería.

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Vale, no me esperaba que Reena se lo tomara tan en serio. Y la creía capaz de cumplir su amenaza.

 

-- Pe... Pero Reenaaaaa... No puedes hablar en serio. Tú misma sabes, por ser la directora de los Servicios Administrativos del Wizengamot, que es obligatorio que vaya a clases como mínimo a partir de los seis años.

 

La patada de mi sobrina en el suelo, con fuerza, me sorprendió y di un pasito hacia atrás.

 

-- Pe... Pe... pero....

 

Ella se fue con un paso tan firme a la habitación que acababa de secar que la seguí, indecisa, sin saber bien qué decirle para que no se tomara en serio mi broma.

 

-- ¿Que qué...? ¡Nooo! No tiene nada que ver con...

 

Pero no me dejaba acabar la frase y ya me atacaba con algo más.

 

-- Sí, sí... Claro... Eres... Sí... Per... Pero... Reena... Es normal que... ¡Por Merlín, déjame hablar, mujer!

 

Y se me puso a llorar. Un nudo en el estómago me impedía hablar de momento. Aquel trabajo me iba a causar una úlcera. Mira que era difícil tratar con las madres, siempre estaban ansiosas y con los nervios a flor de piel. Era mil veces más duro tratar con las madres que con los niños.

 

Y peor aún, era mi sobrina.

 

-- Calma, cielo, calma... No te preocupes. Lo estás haciendo maravillosamente, no pasa nada... Anda... Vamos a beber un poquito de agua y a sentarnos en el despacho y hablamos de todo, Reena. Ya verás como todo te parece más fácil...

 

Y aunque me daban ganas de zapearla para que se le pasara la histeria, la apoyé en mi hombro hasta que dejara de hipar.

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Estar con los peques era una maravilla, me encantaban y más que nada parecía que yo a ellos por igual. Sonreí cuando termine de contarles el quinto cuento por el que íbamos y aunque me pedían a gritos que les contara otro, ya sabía yo que era mucho por un día. Me encantaba que a los peques les gustaran las historia, eso decia que les gustaría leer, igual que a mi, pero de eso a no dejarles jugar aunque sea un rato, era otra cosa.

 

-Ya fue mucho por hoy- exclamé dejando el libro a un lado mientras me ponía de pie-mejor vamos a unos de los salones de usos multiples a jugar algo divertido, se que les gustara

 

Y formando una fila con los peques, los encamine a un aula vacia y grande, donde los pondría a jugar como yo recordaba hacerlo de peque cuando estaba tranquila y mamá me dejaba salir. Sonreí a los niños, si desde peque hubiera sabido, como ellos, que tenia ciertas habilidades, las de problemas que me hubiera evitado.

 

-Ya se que todos somos magos, pero eso no quiere decir que no podamos jugar como niños, las varitas y esas cosas... a la larga te aburre, para serles sincera- sonreí mientras me inclinaba para quedar a la altura de los chicos- hay un juego muggle que en lo particular me gusta mucho y se que a ustedes tambien les gustara. Se llama escondidillas.

 

Veía la cara de asombro de los niños, sabiendo que no me entendían del todo, ya que habían sido criados en su mayoría que dependian enteramente de la varita para sus actividades diarias.

 

-Es facil de jugar, lo unico que se tiene que hacer es esconderse de la persona que esta contando y esperar a que esta termine de contar y corre lo mas rapido que puedas sin que el que cuenta se percate de ti y decir, salvad al tocar el lugar donde el chico halla contado- explique lo mas sencillo que pude, era un juego facil, pero con niños magos... sería interesante verle-para que sea mas fácil yo cuento esta vez mientras ustedes se esconden. Si llego a atrapar a alguno de ustedes ese al que atrape contara a la siguiente. ¿De acuerdo?

 

Veía las caritas sonrientes de los niños, ansiosos por comenzar el juego. Uno que otro estaba confundido por lo que hacer, pero en cuanto me gire para comenzar a contar, los escuche a todos correr por el lugar buscando un buen lugar donde ocultarse.

 

-Listos o no, allá voy- sonreí al darme la vuelta con lentitud.

 

Escuchaba sus risitas picaronas por todo el lugar y veía a la mayoría de los chicos. Haciendo como que no les veía comenzaba a buscarlos por todo el lugar, pasando justo al lado de ellos sin que ellos sospecharan que yo ya les había visto. Escuchaba sus risas traviesas correr hacia el pilar donde había contado y luego gritar Salvado mientras un coro de risas y aplausos se escuchaban por el lugar.

 

Al final tuve que volver a contar por que no había encontrado a nadie

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