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►—Castillo Crowley—◄ (MM B: 96477)


Claudia Crowley
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Y ahí estaba de nuevo. De pie y solo frente a la imponente estructura del Castillo Crowley, solemne, melancólico. Era tarde ya, los últimos rayos del astro rey bañaban con de naranja oscuro las puntas de las torres, como un fino glaseado de naranja en una torta de chocolate. Las estrellas se asomaban tímidas en una bóveda que tornaba del celeste inmaculado de la tarde al azul oscuro impenetrable de la noche. El viento del norte mecía uniformes las copas de los abedules y nogales que rodeaban el castillo. Toda la escena, en conjunto, lograron conmover a León, que dibujó una sonrisa en sus labios.

Avanzó sin mucha prisa, pasando las manos por la estatus de sus ancestros, como acariciándola, palpándola, reconociéndola. Parecía que se hubiera tomado treinta minutos en cruzar el jardín, porque cuando llegó a la puerta, ya el destello del sol se había perdido por completo y la luz del castillo era lo único que iluminaba. El enorme portón de Cedro negro, impenetrable e imponente se alzaba ante él, obstaculizando su paso. Para cualquier otra persona, incluso ante los propios de la familia, se hubieran visto en la necesidad de esperar a que un elfo para que abriera la puerta, pero para el mismo patriarca que abrió la puerta por primera vez, no era problema.

—"Sic Itur Ad Astra" —susurró colocando una mano sobre la coyuntura de las dos puertas, de la cual emergió un inusual brillo escarlata y se abrió, con suavidad, como si obviara que cada puerta pesaba casi tonelada y media.

Atravesó el portal sin mucha prisa, había sido un viaje largo y si bien no estaba cansado, puesto que había pasado la noche en la mansión Riddle, si se encontraba un tanto débil como para aparecerse inmediatamente en su alcoba. Ya suficiente trabajo le había costado volver desde Hungría sin aparición haciendo alarde de su animagia y del diestro uso de la escoba. Adentro del castillo, la brisa había desaparecido y el hostil frío de la noche se veía opacado por las enorme chimenea, ubicada al fondo de la sala de estar justo al lado derecho de la recepción, que brindaba el suficiente calor como para dar una agradable bienvenida.

Avanzó en su camino hacia la habitación, rebasando la sala y el acceso al sótano para ser sorprendido por la piel morena de las piernas de su hermana Goshi. Aún dormida, la mujer se perdía en lo alto de la escalera en dirección seguro a su habitación que se encontraba justo al lado de la del patriarca. León la siguió con los ojos hasta cuando pudo, para volver hacia el punto de origen. Estaba tan concentrado en llegar a descansar que se olvidó por completo que no había comido nada desde que salió de la Riddle. Modificó su rumbo hacia la cocina cuando una voz, tierna y mínima, lo sacó de sus pensamientos.

— ...extraño cuando cazábamos juntos en las montañas...

La voz, suave y delicada como un susurro, pero firme como una orden, provenía de una de las salas principales, de hecho, de una de las cuatro salas que rendían tributo a cada linaje de Mathias Crowley y en la que reposaba un cuadro de cada uno de los representantes de ese linaje. Si hubiera provenido de otra sala, tal vez no se hubiera interesado tanto, algún hijo perdido de Andres o de Ruyk, el fantasma de la familia, o incluso, una sobrina de Claudia. Pero las palabras venían de la sala de los ancestros de León. Se acercó un poco más para encontrar la silueta perfecta de una señorita cubierta por un vestido celeste. Cabellos oscuros ondeaban, hasta la parte media de su espalda.

—...cuando me mostraste como usar esta varita con seguridad...

Las palabras emanaban de los labios de la mujer tan fluidamente que fue imposible el siquiera pensar interrumpirla. León no se había fijado aún a quien le recitaba tales palabras, a cual de sus antepasados le extrañaba y le guardaba con fidelidad y recelo casi envidiable. Él nunca había hecho nada para que alguno de sus hijos le hablara con tal amor, con tal ternura. No por que no lo quisieran ellos, sino porque él no había hecho lo suficiente para ello. Siempre se preocupaba por su familia, si, pero era duro, estricto y derecho y era eso lo que quería para su descendencia. Cuando al fin levantó la mirada, se vio a si mismo, serio e impenetrable como siempre lo había sido.

—...extraño charlar contigo.

El golpe fue tan certero que tuvo que tomarse algunos minutos más para asimilarlo; era a él mismo a quien le estaban dedicando esas palabras, esos sentimientos, a León Crowley. No la reconocía, no sabía quien era esa persona que tenía tales recuerdos. Nunca había enseñado a ninguno de sus hijos a usar una varita, mucho menos a una de sus hijas, eran porcelanas para él. No lograba su percibir del todo su esencia, sentía una innegable linea familiar, pero no era suya. Un miedo se apoderó de León. Un miedo que no podía describir ni explicar. ¿Había perdido algo más que años en su viaje? ¿Acaso Balphomet, el demonio que habitaba en él, le había robado recuerdos? ¿Quien era esa chica y porqué no lograba recordar todo lo que ella recordaba? Ya extrañaba charlar con ella y no recordaba nunca haberlo hecho. Lleno de calma su propio ser, acercó la mano al hombro de la chica y por primera vez en muchos años, décadas incluso, no supo que decir.

 

—Hola pequeña. Son unas hermosas palabras esas. ¿Estás segura que son para mi?

 

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Tan absorta estaba, tan inmersa en esas aventuras que solo existían en la fabrica de su imaginación, que no percibió la rápida incursión de una de las habitantes del castillo, ella que debido a la extrema miopía había desarrollado sus otros sentidos al máximo, afortunadamente era un familiar somnoliento que buscaba algo de comer, de otra forma su guardia habría sufrido un humillante descalabro. Desde que se entero que aquel maestro de la universidad era él, su deseo por conocerle creció, como la espuma que desborda las copas del champagne, así desbordaba su inquietud, había crecido carente de amor maternal, pero la figura existía, habiendo suplido Ariadne mucho de ese amor que Monica no pudo darle.no así la figura masculina, aprendió a amar la memoria de su padre, a admirarle y a desear ser como él, pero siempre deseo tener uno de verdad.


Su carácter caprichoso rebelde, a veces demasiado visceral, se desprendía de la falta de guía paterna, acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo, bajo la mirada impotente de tutores, institutrices y elfos, quizás cada travesura, cada desastre, cada terrible acto, lo único que significaba era ese grito desesperado y silencioso de una cría sin padres; inconscientemente deseaba una reprimenda, una llamada de atención, o un consejo. Que mundo terrible era ese, de padres ausentes e hijos tirados a la deriva, dejados al cuidado de nanas, elfos y servidumbre, pero ahí le toco vivir y había sacado lo mejor de si para sobrevivir, y gracias a ello, era la bruja que era, hábil con la varita, luchadora imparable, osada e irreverente.


Fue el tibio tacto sobre la desnudes de su hombro, lo que la regreso a la realidad, de manera tan abrupta que del sobresalto, casi pierde el equilibrio, por breves segundos creyó que la imagen del cuadro había bajado a jugarle una broma, ahí estaba frente a ella, ese hombre que tanto deseaba conocer, y ahí, de pie frente a ella, se veía aun mas imponente que en la pintura del cuadro, que a decir verdad, no le había hecho justicia alguna, la Húngara adquirió junto a su abuelo, un aspecto mas diminuto aun debido a su baja estatura, tuvo que levantar el rostro para poder ver sus ojos, brillantes y profundos, llenos de esa sabiduría y nostalgia, como si él también extrañase algo.


Se compuso del sobre salto y adquirió una postura solemne, no tenia idea de como presentarse ante él, quien a pesar de su apariencia fuerte, tenia una voz dulce y aterciopelada, sintió arder las mejillas, la había escuchado y tal vez pensaría que era una loca hablando sola, sin embargo, de sus labios no surgió la maraña de ideas agolpadas en su cabeza en ese instante, fluyo la voz de su interior, de su corazón, la que pocas veces lograba expresarse con libertad - Son para ti efectivamente, puede extrañarse también lo que necesitamos mas, aunque no se higa experimentado realmente - dijo quedamente, enrojeciéndose mas, al escucharse a si misma decir cosas tan absurdas, como lo era el descubrir que extrañaba a alguien que apenas podía conocer, Debió haberlo soñado miles de veces, solo así se podía explicar.


- Buenas noches, soy Galery, Grindelwald, hija de Ariadne, es para mi un honor, y un gusto enorme poder conocerte - dijo posando en el sus orbes claras y brillantes de emoción, y sin poder detener sus piernas y brazos, se descubrió a si misma, casi corriendo y estrechándolo fuertemente. Que bien se sentía ahí, que seguridad desprendía el tibio regazo de León Crowley, y ni siquiera sabia si se molestaría por tal atrevimiento, pero esos segundos los atesoraría en lo mas hondo de su corazón, pues era el primer abrazo, de lo mas cercano que tenia a un padre.


@León Crowley

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Abrió los ojos nuevamente. No habían pasado ni veinte minutos de haberse quedado dormida, por lo que mordió la almohada y gruñó. El insomnio la aquejaba todas las noches. Arrojó las sábanas a un lado y de un salto se levantó de la cama dejando caer las pantuflas a unos metros de sus pies.

 

Terminó de vestirse, se ató los borcegos y alzó su pelo en una gran coleta atada con un moño de cinta verde en la cima de su cabeza. El flequillo le caía hacia un costado cubriendo en parte su ojo derecho y las mangas arremangadas de la camisa dejaban a la vista la basta cicatriz de su antebrazo.

 

Salió del cuarto cerrando la puerta sin cuidado alguno y bajó las escaleras a zancadas. Al llegar a la sala pegó un chasquido con su mano derecha. Casi de forma automática, Warhol, el elfo de la Crowley apareció sin necesidad de ser nombrado con una franela colgando de su hombro derecho.

 

-Mi Go-go-goshi...

 

La criatura hizo una reverencia esbozando una sonrisa tan débil que daba lástima.

 

-Warhol... -Alzó una ceja con un dejo de desprecio en su rostro.- Quiero que cuando termines de colaborar en la limpieza de la biblioteca y de clasificar mis libros hagas esa tarea especial que te pedí.

 

El rostro del elfo empalideció de golpe y sus labios empezaron a temblar más de lo normal.

 

-Si-si-s-si mi Goshi. -Movió los labios nuevamente pero sin emitir sonido alguno.

 

Al notar su expresión la ojiverde se cruzó de brazos frunciendo los labios. Al resoplar el elfo cerró la boca y se quedó mirando a su ama a los ojos, como si estuviera a punto de largarse a llorar.

 

-Explícame, ¿qué tan difícil es remendar una chaqueta?

 

El elfo bajó la mirada al suelo.

 

-Warhol quie-qu-quiere saber... -Volvió a mirar a los ojos a Goshi.- Wa-wa-warhol quiere... quie-qu...

 

-No es necesario. -Lo interrumpió cortante.- La quiero impecable para mañana por la tarde, sin preguntas.

 

La criatura volvió a dejar caer su mirada y desapareció sin más.

 

-Elfo est****o...

 

Resopló y desarmó su coraza dejando caer los brazos a ambos de su cuerpo. Al dar media vuelta, sus ojos se detuvieron en el crepitar de las cortas llamas que encendidas iluminaban con luz tenue los alrededores de la chimenea. Caminó hacia ella, con pasos lentos, atraída por la sensualidad de las lenguas de fuego que se movían de un lado a otro, y apenas llegó a encontrarse frente a frente se agachó hasta quedar de cuclillas de cara al fuego.

 

Acercó su mano izquierda, sintiendo el calor apropiarse de su piel y cerró los ojos mientras sus dedos danzaban.

 

Su lenta respiración la empezó a llevar de a poco a un estado de ensueño. Por detrás de sus párpados miles de llamas giraban en círculos, dibujaban figuras extrañas, indescriptibles. Parecían monstruos, pero de aquellos que más que miedo causaban fascinación.

 

Cuando abrió los ojos la mano le ardía. La acercó a su rostro, sintió el calor de la misma en su mejilla y sonrió.

 

Aquel día en que su chaqueta se vio arruinada, corrió a las afueras del castillo como si no recordara su condición a pleno mediodía. Su pecho había ardido como nunca antes lo había sentido y su ropa se prendió fuego al instante. Tuvo la suerte de haber sido atajada antes de tiempo por su hermano, de lo contrario no recordaría siquiera aquel suceso, y sería capaz de repetirlo.

 

Su mente le jugaba trucos nuevamente, como hacía varios años. Sólo de algo estaba completamente segura: extrañaba el sol.

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Tanto tiempo era que no venía por este castillo que temía me hayan olvidado, y de seguro que sí. Situaciones no me habian ni siquiera dejado tomar la academia aun, pero ya estaba aqui, esperaba que estuviera alguien o que me encontrara a alguien para poder explicarle la situación.

 

Me adentré por los sitios del castillo y enfoqué mi caminata directo hacia este. Esta vez llevaba una ropa un poco más clara: Polera amarilla mostaza, jeans y unas zapatillas de montaña, ya que por un buen tiempo vesti solo con tonalidades negras.

 

-Ojalá estuviera Ariane, quien me adoptó, asi me ahorro una buena explicación de quién soy-murmuré un tanto nervioso, aunque si bien decidido a que tenia que internarme de una vez por todas con la familia que me habia aceptado a mi llegada en este mundo mágico. Èxitos, Aleister, busqué mi varita en mis bolsillos por si acaso.

***** º *****

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Eran las cinco de la mañana de un día cualquiera. Llevaba doce horas de guardia y a pesar de estar cansada, el deber para con la orden me mantenía en pie. Hacia frio, llovía y la niebla perjudicaba la visión de cualquiera. Al costado oriental de la emblemática calle Ottery, justo sobre la colina que colinda con el bosque negro londinense, con la luz puesta sobre el rostro y la determinación en la mirada, buscaba algo que me hiciese entender a la sociedad.


A cincuenta metros de la verja de entrada a los terrenos de la familia Crowley, los consejos de Mei volvían a tomar fuerza en mi mente. Era una guerrera, mi vida estaba en los campos de batalla. Eso lo tenía claro. La estrategia era parte fundamental de mí día a día. Cada cateo, cada misión, cada ataque era un paso adelante en aquella guerra milenaria. No habia temor en mi alma, no obstante, debía mantener la calma y razonar por si las cosas se salían de control, que con los mortifagos era lo más probable.


- Expecto Patronum – Conjure, sintiendo como la esencia de la Delacour, los recuerdos con Xell y el rostro de mi madre eran los impulsores de aquello.


Un bello hipogrifo, altivo y fuerte, hizo acto de presencia frente a mi persona. Le regale una reverencia, como siempre sucedía y después de que este me la devolviese, acaricie su lomo. En sus ojos podía leerse el honor y la lealtad de tan bella criatura. El poder que poseía era igual al mío. Mire hacia el cielo y le ordene que fuese en busca de mis camaradas. El cateo, el último de la noche, daba comienzo.

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La noche había trascurrido muy tranquila aquella vez, solo algunos ululares proveniente de los alrededores llegaban por la ventana del myrddin, serian algunos búhos y lechuzas que se entregaban a la casa como lo hacían cada noche en los terrenos de aquel castillo.

Sin pegar un ojo daba vueltas de un lado a otro,el frio de la noche venia lentamente pronosticando una leve llovisna, la mañana estaba muy próxima.

De pronto vió a lo lejos una figura plateada que volando poco a poco se fue acercando, no había duda, era un patronus, entonces entró por la ventana y dio la información.

—Al castillos cronwley será— rápidamente y sin perder ni un segundo se levanto y cambió sus ropajes de dormir por algo mas casual.

Un jean y su túnica marron de sacerdote era lo único que utilizaría aquella mañana, y con su varita en la mano colocó aquella luz cegadora que cubría sus facciones para no ser reconocido.

Y sin esperar mas tiempo salió de su castillo para ir al lugar a donde su prima le había dicho…

Al costado oriental de la emblemática calle Ottery, justo sobre la colina que colinda con el bosque negro londinense

 

ahi esta el castillo crowley…y lugar justo donde apareció el castaño…justo a cincuenta metros antes de los hechizos anti-aparición. Miró con detenimiento y ahí donde estaba la verja estab su prima lisa, la niebla por el frio nos cubria, incluso podía ver el vao de la respiración de los compañeros que uno a uno comenzaban a llegar gracias al llamado. El cateo seria todo un éxito eso esperaba y con algunas gotitas callendo sobre sus hombros se hacerco a lisa—Hola compañera, veo que ultimamente no descanzas—Y le sonrió sabiendo que ella podia ver bajo su luz magica….

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La habitación se iluminó. ¿Serían las cinco de la madrugada?, bufó ligeramente, llevaba más o menos dos horas leyendo información sobre antigua magia negra, prontuario de Mortífagos conocidos, evidencia, el cuartel general era su refugio esa noche, no estaba en casa, por ello le sorprendió la presencia de aquel majestuoso Hipogrífo. Incorporándose dejó a un lado la taza de té que calentaba todo su cuerpo y haciendo una reverencia educada a la criatura, comprendió el mensaje que la voz de Lisa transmitía mediante su Patronus, asintió y de un jalón tomó una capa de viaje color vino tinto que colgaba de uno de los percheros. Cerró los ojos, "Eres su Knight" se dijo con una sonrisa en el rostro y girando sobre sus talones desapareció.

 

Instantes después una distorsión en el aire que rodeaba a los presentes frente a la verja del Castillo Crowley, le permitió materializarse. Elegante, con un enterizo negro como la misma noche, botas hasta la rodilla con tacón, su capa vino tinto y el cabello recogido de forma extremadamente tirante en una prolija cola de caballo. Arya era una sombra entre las sombras, lo único que delataba sus intenciones era la blanca luz que ocultaba sus facciones, estandarte de La Orden del Fénix, símbolo de su lealtad y devoción.

 

—Buenas noches— Saludó a Lisa y luego a Lestat, más no dijo una sola palabra. Esperó unos segundos y se abrió paso cuesta arriba por un camino de piedra gris hacia el interior de los terrenos. No había tiempo que perder.

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Sonreí al Myrddin. Hacía tiempo que habíamos vuelto a poseer esa confianza que nos brindó el destino en la academia de magia. Le brinde un asentimiento no verbal, pues era cierto; descansar no era parte de mi trabajo. Avance hasta la verja, la cual abrí y di paso al resto de camaradas que ya comenzaban a llegar.


El verde césped me dio la bienvenida. El castillo de la familia Crowley, claramente perteneciente a la marca, se hallaba imponente en su sitio; en lo alto de la pequeña colina. El jardín era extenso y en medio de este poseía una fuente, una que sería perfecta para transformar si las cosas se ponían peligrosas.


La capa roja que portaba se movía al compás de mis movimientos. Las botas de piel de dragón dejaban huellas en el barro que se iba formando. La niebla nos cubría. Salude con una mínima reverencia a la Macnair, quien llego instantes después. La lealtad de aquella chiquilla hacia mi persona en batalla me hacía querer seguir adelante.


- Lealtad y sacrificio – Profese el eslogan del bando y mis ideales en voz alta - Tened cuidado, vamos a tomar un poco mas de informacion - Les indique a los dos chicos.

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Era un día lluvioso nada agradable, aunque sin duda muy clásico en esas zonas Ottery, la Ravenclaw caminaba por el asfalto a paso veloz. Y la hora no podía ser más inoportuna.

 

Cinco de la mañana.

 

Bien había pensado que las horas no tendrían mucha importancia, pero para una persona acostumbrada a horas de sueño extensas, era algo fuerte. Sin embargo, ahí estaba, caminando hacia el Castillo Crowley luego de haber recibido un patronus de Hipogrifo de Lisa. Ah, linda vida que le tocó. Bueno, nunca había sido aficionada de los cateos, pero tenía que admitir que le generaban cierta emoción e interés.

 

El vestuario, gracias Merlín, era algo de lo que no se podía preocupar. Llevaba una túnica oscura y unos zapatos prácticos. Su cabello estaba recogido en una coleta, y no llevaba elementos adicionales que entorpecieran la misión. Claro que la luz no contaba como un elemento que entorpeciera la misión.

 

***

 

Una vez pasado un buen lapso de tiempo, pudo divisar el Castillo Crowley, tan imponente como todos los castillos que se imponían en Ottery. La rubia, avanzó hasta llegar a los cincuenta metros, donde yacían Lisa, Lestat y Arya.

 

—Buenas... —saludó.

 

No dijo más. Nunca había sido una buena oradora.

 

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//Familia Evans M. ♥// //Familia Ravenclaw ♥//


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Tras varios minutos de caminar, se detuvo frente a una imponente imagen en concreto, estatuas, de varias personas, pero solo una le era lo suficientemente atrayente. Sonrió, extrajo a Sombra de la parte interna de su capa y apuntó a la estatua de Mathias Crowley sin titubear, sin vergüenza alguna separando sus labios lentamente y dejando escapar un siseo que disfrutó desde la primer hasta la última sílaba. —Piertotum Locomotor— desde sus comienzos dentro de la Orden había soñado con hacer dicho encantamiento, se sentía como niña pequeña dentro de una dulcería. Al instante, la figura en en concreto ensillada, cobró vida, es decir, aquella era una acción, montar a caballo, por lo que ahora le seguía un sujeto con su fiel corcel para protegerla, con velocidad incluida.

 

—Adelántate, protege el frente, camarada— Le ordenó como si fuese el capitán de un barco.

 

Más antes de que se alejara demasiado, apuntó por segunda vez y pensó —Irrompible— para qué, de ser necesario, su estatua soportara más de la cuenta, aunque sabía que todo aquello no era más que pantomima. Entonces fue que notó la presencia de Meight, se acercó a ella, le sonrió a través de la luz, posó una mano sobre su hombro y murmuró, —Tú te quedas cerca mío muchacha—.

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