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Libro de los Druidas


Badru
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Por fin había llegado aquel momento. Si había algo que podía agradecer a Agatha era eso, el dejarme con los conocimientos para poder comenzar los estudios más avanzados de la magia Uzza. Las clases, a partir de este nivel, serían impartidas por los propios guerreros, miembros de aquel milenario pueblo.


Aún no comprendía del todo por qué motivo habían aceptado enseñarnos aquella magia que cuidaban con tanto recelo. Percibía el modo en que, cada vez que cruzaban a magos de Ottery, nos miraban como si no se tratase de magos dignos de estar siquiera en su presencia. Pero eran respuestas que no esperaba hallar, que de seguro quedarían entre los Uzza y nuestros Ministros.


Me había costado dormir, ansiosa. Así que estuve en forma pronta preparada para partir. Mi cuerpo iba cubierto por una larga túnica blanca, que apenas dejaba a la vista mis manos y mi pies, calzados en sandalias del mismo color. Llevaba el castaño cabello recogido en una larga trenza que llegaba a mi cintura y se balanceaba con cada movimiento.


El tiempo pasó, por momentos demasiado lento, por momentos muy apresurado. De pronto me vi de pie en la plaza. Frente a mí, Bardu se encontraba de espaldas. Más allá de él, un árbol que ardía, y que parecía captar por completo su interés. A mis lados, quienes serían mis compañeros en esta nueva misión.


Los minutos parecieron estirarse, como si tratasen de volverse eternos. El Guerrero no demostró saber sobre nuestra presencia. Me moví incómoda en mi lugar, pero sin atreverme a interrumpir sus cavilaciones.


Cuando por fin volteó hacia nosotros, su mirada nos recorrió con frialdad, antes de que su voz rompiese el silencio. Sus palabras fueron un golpe seco, preguntas que no se respondían fácilmente. Por fortuna no fui la primera en responder. Miré de reojo a la joven que hablaba y asentí apenas terminó.


-Estoy dispuesta a poner en esto todas mis fuerzas, hasta que ya el cuerpo y la mente no puedan soportar… no voy a rendirme sin poder aprender lo que tiene para enseñarnos…- dije con firmeza, volviendo a clavar en Bardu mis verdes ojos.

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No podía evitar sentir un poco de nostalgia cuando atravesaba las callejuelas de la universidad. El aire cálido, la suave brisa y el sol resplandeciendo en un infinito e inmaculado cielo azul, enmarcando un pequeño pueblo de casas bajas de ladrillo cocido eran como restos de un viejo recuerdo. La arena tibia bajo sus babuchas verdes y el ambiente tan ¿calmado? ¿diferente? tan especial le hacían añorar las largas temporadas que pasó durante su juventud en las tribus del desierto o en derruidas ciudades de medio oriente, donde había aprendido, y en cierta forma, había encontrado un hogar. Por poco tiempo, cierto, pero habían sido pequeños refugios durante aquellos años tan turbulentos de su vida. Pero no se iba a engañar, esos años habían quedado atrás, al igual que aquella adolescente que los había vivido.

 

Después de un largo y lento recorrido llegó hasta la Plaza del Árbol de Fuego sumida en viejas memorias y sin prestar demasiada atención a los presentes. Había perdido la ilusión durante la primera clase de libros, cuando se encontró con grandes dificultades para acceder a los conocimientos que tanto quería. Ahora no esperaba demasiado, tal vez seguir el ritmo que habían marcado los profesores anteriores y poco más. Volvía, otra vez, solo porque al menos al finalizar podría obtener los conocimientos plasmados en los libros. ¿Los Guerreros Uzzas serían diferentes? Por lo que sabía de ellos, deberían serlo y en el fondo eso esperaba. Que fueran no solo hábiles sino que tuvieran la capacidad de llevarlos al límite para aprender. Solo se podía adquirir conocimiento real cuando queda en evidencia la propia ignorancia, es el momento de las preguntas importantes.

 

Se acercó por detrás hasta una de sus compañeras de bando, sin llegar a adelantarse del todo. Se ubicó en silencio envuelta en un kaftán de lino crudo que le caía hasta los tobillos. Allí, bajo el ardiente sol, su cabello blanco resplandecía completamente fuera de lugar. El Uzza se dio media vuelta y los observó desde su sitio, frente al grupo de alumnos. Pero Beltis no se amilanó en lo más mínimo. Sus ojos grises y fríos recorrieron al alto y joven guerrero con cierta aprehensión. Una sombra de duda se cernió sobre ella ¿Acaso un mocoso le enseñaría algo? No ponía en duda su ferocidad o sus conocimientos. Dudaba de su capacidad para traspasar esos conocimientos. Mantuvo el semblante imperturbable mientras juzgaba a su nuevo instructor como si fuese ella la que debía decidir si aquel merecía o no darle alguna lección.

 

Disparó la primera pregunta y enseguida los demás comenzaron a responder. Ella, en cambio, guardó silencio ¿Qué podía decir? ¿Quería escuchar que daría todo lo que tenía, incluso tomaría vidas si eso significaba aprender? ¡Oh! ¡Claro que sería capaz! de eso y de dar vuelta medio mundo o de doblegar leyes si fuese necesario. Si no estuviese abierta al sacrificio ¿hubiese estado donde estaba? Miró de reojo a un lado y a otro, pero no habló. Había cosas que se decían con actos y no palabras. Además ¿estaba segura de que él sabía o conocía todo lo que ella deseaba aprender?

 

En apariencia era así. Un guerrero Uzza, joven, pero con la fuerte tradición mágica de su pueblo corriendo por sus venas. Una clase de magia que había permanecido bajo un halo de secretismo durante tantos años ahora a disposición de Beltis a través de Badru. Si tenía que convencerlo no sería con palabrería barata.

 

 

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Sentía la brisa recorrer mi cuerpo de una forma que pocas personas eran capaz de experimentar. Descendía, planeando, usando el viento como una herramienta. El sol calentaba las negras plumas y me sentía parte de la naturaleza, envuelto en aquel poder mágico que recién había aprendido a dominar.

El olfato del cuervo era sensible y de un útil que nunca pensé llegar a pensar. Desde la distancia podía saber quienes serian mis compañeras de clases, aunque nunca me había detenido a… olerlas. En cambio, un olor diferente y un poco viejo provenía de la figura del mago frente al Árbol de Fuego. Debía ser el Guerrero Uzza que impartiría la clase. Esperaba que, a diferencia de los anteriores, diera una lección en donde me enseñara la magia que encerraba el libro y no descubrirla por mi cuenta.

Descendí de golpe cuando bajo a muchos metros abajo de mi estaba el pequeño grupo de la clase. Maldije a saber que posiblemente era el ultimo, pero no me arrepentí, la experiencia de viajar con ese tipo de magia era única. Cuando estuve a pocos metros del suelo me concentré en la forma humana y dejé ir al animal dentro de mi, cayendo de pie entre Beltis y mi hija.

—Hola —las saludé en voz baja para que solo ellas me escucharan, aproveché ese momento para acomodarme el cabello tras el vuelo y escuchar lo que decía el guerrero.

¿Que seria capaz de dar para los conocimientos? No debía detener idea a lo que era capaz de hacer, los límites eran pocos cuando se trataba de alcanzar algo. Lo sabía y él, como los demás Uzzas, seguro lo sabían. Conocían bastante a cada alumno, más de lo que uno pensara. De todas formas supuse que debía exponerlo.

— Haría cualquier cosa menos tocar a mi familia y amigos —respondí, era sencillo y no necesitaba más explicación. Hice silencio y reposé mi peso sobre el pie izquierdo, dandole un pequeño empujón con el hombro a Beltis antes su carencia de respuesta. Ella no necesitaba palabras para demostrar lo que era capaz de hacer.

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Más de un año había pasado desde que había iniciado su formación para aprendes las habilidades que entrañaban los Libros de Hechizos, y el momento de por fin conocer a uno de los Guerreros Uzza había llegado, no más clases con profesores elegidos y poco capacitados. El momento de demostrar que todo lo aprendido estaba grabado en su mente había llegado, eso y el deseo de terminar de cobrar viejas deudas con algunos de sus ex compañeros de clase.

 

En cuanto recibió la carta de la Universidad, en donde le informaban que había sido admitida para cursar el Libro del Druida, en sus labios apareció una media sonrisa, estaba a minutos de conocer al controversial Badru, el guerrero más joven que formaba la planilla de profesores. Sin pensarlo demasiado, se colocó una sencilla túnica gris a juego con un par de botas del mismo color, mientras que los amuletos y anillos que poseía de los libros anteriores iban todos juntos en una cadena.

 

El color de su vestimenta, lo había elegido por las pensando en las elevadas temperaturas que poseía el área del campus destinado a los Uzzas; sitio asemejado al pueblo original del que provenían con la única finalidad de hacerlos sentir más cómodos y que indudablemente ponía a prueba las capacidades físicas de los londinenses. Pero poco o nada le importó, porque en el momento justo en que arribó al campus, guardó entre los pliegues de su túnica su varita mágica y comenzó el camino hasta el árbol del fuego, el lugar de reunión para la clase.

 

Cuando le faltaban unos diez metros para arribar, pudo notar la presencia de unos cuantos magos y de un hombre de edad joven con una mascada en parte de su rostro, ¿ese sería Badru? suponía que pronto lo descubriría, por lo que tomó la elección de acercarse lo más posible a ellos, esto con tota la precaución del mundo, hasta que reconoció a tres mortífagos Pik, Nymeria y Beltis, y a otra bruja que no recordaba haber visto antes.

 

Desviando la mirada de la figura del guerrero, buscó con la mirada a dos magos con los que recordaba había clase y al no encontrarlos, casi se sintió desilusionada, porque ni Nathan ni Niko, estarían allí para alegarles la clase dejándose maltratar un poco y poniendo las cosas más interesantes de lo normal. Volviendo la atención a las personas que sí se encontraban en la sala, meditó un par de segundos las palabras de Badru.

 

—Mejor díganos, ¿qué tenemos que hacer para conseguir que nos trasmitas tus conocimientos? —cambió la pregunta que le habían hecho, mientras sentía como los amuletos y anillos de los otros libros que había aprendidos colgaban en una cadena que parecía pulsera en su diestra— ¿Hasta dónde crees que seríamos capaces de llegar? —sabía que quizás sus palabras fuesen tomadas a mal, pero era lo que pasaba por su mente.

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Los Uzza le inspiraban mucho respeto, el Warlock conocía bastante bien sus métodos por todo lo que había podido leer y observar durante su trabajo así que tenía respeto y quizás un poco de desconfianza. No obstante, debía hacer caso omiso a dichas cosas al menos en gran parte para poder tomar las clases y comenzar a adquirir más conocimientos mágicos, en particular sobre los libros de hechizos. Hasta ahora todo había sido relativamente sencillo, pero sabía que los Uzza le pedirían mucho más y tendría que esforzarse mucho más que en las clases anteriores.

 

El Tonks estaba listo para su primera clase con un Guerrero Uzza, había decidido llevar la ropa que más le agradaba junto con los artefactos de los libros anteriores. Igualmente, llevaba todo lo necesario para aprender el Libro del Druida, lo había comprado unos días antes en el Magic Mall y aún no había tenido tiempo de revisar qué era lo que guardaba en su interior pero sabía que eran poderes muy interesantes por lo que había podido escuchar.

 

- Espero tener suerte - Dijo antes de salir, solo sus elfos pudieron escucharlo pero con eso era suficiente para él. No sabía si necesitaría algo más para la clase pero en dado caso sus habilidades mágicas le ayudarían en algún momento, aunque no tenía claro si los Uzza y los Arcanos llevaban una buena relación pero quizás no y lo mejor sería no utilizar su forma animaga o aprovechar su metamorfomagia a no ser que no tuviera otra opción.

 

Al llegar al lugar en el que se encontraba el Uzza notó que se encontraba mirando hacia el otro lado, suponía que dirección al Árbol de Fuego y le daba la espalda a los estudiantes - No es un muy buen detalle - Pensó, no era la llegada que esperaba pero tampoco podía pedir más y prefería mantener callado para evitar problemas. En el lugar se encontraban otros alumnos que podía reconocer fácilmente entre ellos algunos de sus compañeros de bando.

 

De un momento a otro el Guerrero se giró y los miró. Su mirada decía mucho, no necesitaba hablar para decir lo que pensaba. Además, el poder se podía notar en sus ojos así que sabía que tendría que tener mucho cuidado con cada una de sus respuestas dado que probablemente su poder le permitía conocer detalles únicos de cada uno de los magos que se encontraba en dicho lugar. El Knight guardó silencio durante unos minutos para pensar en su respuesta, aunque tenía bastantes claros sus límites y nunca permitiría que los cambiaran.

 

- Rendirme nunca, pero siempre respetando mis creencias - Era una respuesta clara, pero nunca estaría dispuesto a matar o a ir en contra de lo que pensaba. Si aprender dichos conocimientos implicaba violentar lo que siempre había hecho y pensado, entonces preferiría abandonar la clase. No obstante, si no ocurría eso, sería muy persistente y haría todo lo posible para lograr reunir los conocimientos necesarios para dominar los poderes del libro.

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Finalmente el momento había llegado. No más intermediarios. No más misterios. Luego de varios meses de la primera vez que había tomado una clase de los Libros de Hechizos, se le permitiría conocer a uno de los Guerreros Uzza, quien sería el que le impartiría la clase en esta ocasión y quien determinaría su valía para la adquisición de los poderes que el libro era capaz de otorgarle. Era incapaz de ocultar la emoción que aquello le generaba, a tal punto que no podía dejar de temblar mientras sostenía la carta que la Universidad le había enviado citándolo para la clase en cuestión.

 

Desde luego, no podía ser ingenuo ni engañarse a sí mismo; el acceder a una clase con un Guerrero Uzza implicaría un criterio de evaluación muchísimo más exigente del que venía manejando hasta ahora. No sabía demasiado sobre las circunstancias que justificaban la estadía de aquellos guerreros

en los terrenos de la Universidad; sin embargo, los rumores en la comunidad mágica eran inequívocos y siempre versaban lo mismo: eran personas sumamente exigentes, por lo que sus clases debían ser tomadas con mayor seriedad que una clase normal.

 

Los terrenos de la Universidad lo vieron hacer acto de presencia aquel día, vestido con una túnica azul marino por encima de una ropa lo suficientemente cómoda para el tipo de actividades que involucraban aquellas clases. Llevaba una mochila colgando de sus espaldas, donde tenía el Libro de los Druidas y una bolsa con todos los amuletos y anillos que le venían a juego. De su cuello pendía un colgante con aquellos anillos y amuletos de los libros pasados, los cuales había traído más a manera de precaución que otra cosa.

 

Llegó al punto de encuentro en cuestión de minutos; el Árbol de Fuego ya estaba rodeado de varias personas que supuso serían sus alumnos quienes rodeaban al profesor. Se colocó junto a uno de sus compañeros de la Orden, Niko, a quien saludó con un simple asentimiento y escuchó la pregunta del profesor. Arqueó las cejas, casi involuntariamente, siendo que de alguna manera había esperado que las primeras palabras del hombre hacia ellos fuesen más... extravagantes, por así decirlo. Dedicó una rápida mirada al resto de sus compañeros y distinguió a Mía entre ellos, con quien conectó transitoriamente la mirada y aprovechó para sonreír levemente.

 

El calor era extenuante, más el Weasley se concentró en escuchar las palabras de sus compañeros en respuesta al Guerrero. Las palabras de Niko le parecieron las más elocuentes respecto del resto del grupo.

 

- No tengo demasiadas certezas, pero sí puedo asegurarle que mi punto de inflexión está bastante alto. Siempre y cuando no vaya en contra de mis principios, haré lo que haga falta. - contestó Nathan, en cuanto sintió que fue su turno, mirando fijamente a Badru. Mantuvo una expresión sería aunque lejos de ser soberbia, luego asintió levemente a manera de conclusión.

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Uno a uno respondieron a su pregunta, pero ninguna que valiera la pena ser escuchada. Las únicas que llamaron ligeramente su atención fueron la que guardó silencio, y la que decidió invertir el interrogante para volverlo contra el Uzza; su oscura mirada se detuvo en ella por una prolongada pausa, sin pestañar, sin articular palabra o manifestar expresión alguna. No terminaba de determinar si es que esta era el tipo de actitud que esperaba ver en sus alumnos, o si por lo contrario debería tacharla por insubordinación y conducta irrespetuosa. Paseó sus ojos por cada uno de ellos analizando a las personas que comenzarían aquel viaje con él, tratando de dilucidar quienes tendrían la fortaleza necesaria y cuales sucumbirían en el intento; ninguno destacaba bajo su amena impresión y la pesadez del aburrimiento junto al desinterés cayeron sobre él sofocando una vez más las escasas esperanzas que tenía de encontrar allí alguien que mereciera ser su discípulo.

 

- La Magia de los Druidas encierra un poder ancestral, salvaje en ciertos casos, y que escapa a la compresión pues su alcance va más allá del entendimiento, desafiando las normas de la lógica. Fracasarán estrepitosamente si lo que buscan es dominarla, ninguno de ustedes tiene la capacidad para eso. Lo que pueden hacer, y es lo que pretendo enseñarles, es aprender a canalizarla; en la medida justa, con las palabras correctas, un gran autocontrol y fortaleza, podrían llegar a canalizar los usos de este poder. – la profunda voz de Badru resonó entre los presentes filtrándose a través del pañuelo que cubría la mitad inferior de su rostro, el silencio se asentó en la plaza donde ni siquiera el viento osaba interrumpir.

 

>> Comenzaremos con las propiedades del Polen de los Lirios de Fuego. Útil si se les usa en su justa proporción, mortal si se abusa de ellos con imprudencia. Su principal característica es la habilidad de resistir ante altas temperaturas, aunque es según el tratamiento que se le dé al Polen la propiedad que nos puede otorgar. Desde inmunidad al fuego y altas temperaturas, o incluso localizar fuentes de calor…, es sin duda un ingrediente poderoso y muy útil.

 

Sus manos, hasta entonces aparentemente vacías, realizaron un complicado movimiento en el aire acompañadas por la varita azabache que siempre acompañaba al guerrero; esta se transformó en un despliegue de oscuridad y sombras hasta adquirir su forma como Vara de Cristal, completamente negra y opaca a pesar de los fulgurantes rayos del sol. Con ella atravesó el aire formando un tajo suspendido en medio de la nada, expandiéndose gradualmente hasta formar un espiral cuya densa nebulosa transmitía ligeros destellos.

 

- Espero que hayan tenido la viveza de leer el libro antes de asistir a esta clase, necesitarán de sus conocimientos para lo que les espera allí dentro. – espetó Badru indicándoles hacia el portal en un claro gesto que les invitaba a pasar por él.

 

El joven Uzza se apoyó en su Vara de Cristal mientras que observaba a sus alumnos atravesar el portal. Les tomó un buen pellizco de su tiempo hasta que uno de ellos tuvo las agallas necesarias como para ser el primero en cruzar, pero ni aun así los demás abandonaron el recelo que les acompañaba al momento de adentrarse en aquel pasaje cuya salida desconocían. Una vez que todos hubieran desaparecido hacia el futuro incierto que les esperaba, Badru cerró el portal para luego crear uno distinto para él; lo atravesó sin inmutarse, casi que aburrido, para reaparecer segundos después de pie sobre el estrecho borde que lindaba el burbujeante cráter del volcán Etna.

 

Si en la plaza del Árbol de Fuego hacía calor, aquel lugar era un verdadero infierno. El rugiente monstruo que se erguía sobre la costa este de Sicilia, Italia, les recibía con su voracidad habitual ansioso por devorar entre sus mareas de lava a las siete figuras que caían sin remedio directo hacia sus fauces. El portal les había soltado en el vacío, a varios metros de altura sobre el cráter del Monte Etna; sus conocimientos sobre los libros anteriores podrían ayudarlos a salir de esta situación, pero solo el uso del Polen de los Lirios de Fuego les salvaría de una muerte segura.

 

- ¡Los Lirios de Fuego crecen en el interior de los cráteres de los volcanes! – exclamó Badru haciéndose escuchar a través de la distancia y el rugido del viento en el oído de sus alumnos - ¡Sin embargo su color es tan similar al de la lava que suelen pasar desapercibidos! ¡Su tarea consiste en recolectar algunos de ellos y traérmelos a mí!

 

El Polen de los Lirios de Fuego era un bien muy preciado dentro del mercado negro. Los austeros lugares en los que crecen y la dificultad para conseguirlos los volvía escasos, y por tanto exageradamente caros. Una ligera sonrisa cruzó los finos labios del Uzza, aunque oculta tras su pañuelo sería un secreto del que nadie más sabría.

 

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Nathan había juzgado su respuesta como demasiado escueta, lo cual había sido validado por la indiferencia del guerrero hacia la misma. En un momento, había considerado permanecer en silencio, más no quería que aquello fuese confundido con desinterés por la clase, como ya le había ocurrido en ocasiones anteriores. De todas formas, la pregunta que el hombre había hecho era por demás difícil de contestar y dejaba ver que él y el Uzza tenían acercamientos distintos hacia la docencia, dado que el Weasley siempre había sentido que era él mismo el responsable de hacerle conocer a sus alumnos cuales eran sus límites. Después de todo, el autoconocimiento era una virtud no muy fácil de adquirir.

 

Había algo en la personalidad del hombre que a Nathan no dejaba de llamarle la atención, y no estaba seguro de si era el porte o la particular selección de palabras que hacía. Estaba seguro que no era el aire de autosuficiencia con el que se manejaba el Uzza (después de todo, tenía atributos y cualidades suficientes como para utilizarlo), sino que era algo mucho más hondo, algo que hincaba en los límites del temperamento. Había escuchado a base de varios rumores sobre el pasado difícil que aquellos guerreros tenían, por lo que se abstuvo de juzgarlo y, en cambio, se concentró exclusivamente en lo concerniente a la clase.

 

Luego de una breve introducción teórica al polen de los lirios de fuego, sobre los cuales había leído en el Libro de Hechizos antes de acudir a la clase, el guerrero invocó una vara de cristal y con ella zanjó el aire para materializar un portal de aspecto nebuloso que resplandecía gracias a los breves destellos que emitía en toda su extensión. El guerrero los invitó a pasar por él, y al ver que ninguno de sus compañeros tomaba la iniciativa, Nathan se aventuró al frente de la clase y, tras dedicarle una última mirada a Badru, atravesó la nebulosa. Sintió unos cuantos sacudones acompañados de vorágines de viento, y luego...

 

Calor.

 

Más fuerte de lo que nunca lo había experimentado.

 

Su primer instinto, mientras sus compañeros se materializaban a su lado, fue quitarse la túnica que llevaba por encima de sus pantalones de jean y el sweater, guardando ambos en la mochila junto al libro. Luego, se puso de pie y se quedó completamente boquiabierto por lo impresionante del paisaje que lo rodeaba. No tardó demasiado tiempo en comenzar a sudar, más sabía que ni toda el agua del mundo lo salvaría de deshidratarse si no se hacía con ese polen de los lirios de fuego para protegerlo de aquellas temperaturas.

 

En efecto, mientras el Weasley contemplaba el paisaje del volcán (cuyo estado de actividad le daba un poco de miedo), Badru les instruyó que su primera tarea era encontrar el polen de los lirios de fuego. No tenía mucha idea de como lucían, lo único que había visto eran unas cuantas ilustraciones en el Libro de Hechizos y sabía, por base teórica, que eran similares a la lava y fáciles de confundir. Tendría que prestar suma atención, dado que en ese momento no solo estaba en juego que pasase la clase, sino también su propio estado de salud.

 

No bastó decirle más para que Nathan se aventurase por un camino rocoso que descendía cerca del volcán. Era consciente de que a medida que se acercaba al mismo su peligro aumentaba exponencialmente, pero así también lo hacían sus posibilidades de encontrar aquel codiciado polen.

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El calor del lugar al que habían llegado tras atravesar el portal era de cierto modo un tanto sofocante. Lo que le indicaba a la Malfoy que no había visitado aquel lugar antes de ese momento, y estaba segura que no lo haría de manera posterior. Los lugares de clima cálido no eran sus favoritos, la onda de calor solo le provocaba sentirse mareada, pero no por eso iba a dejar de dar lo mejor de ella para poder ser considerada para la prueba.

 

[…] Su tarea consiste en recolectar algunos de ellos y traérmelos a mí —esas habían sido las últimas palabras del Uzza después de una explicación sobre los Lirios de fuego, uno de los elementos que venían en las páginas del libro de la Druida. No tardo más de dos minutos en captar la petición de Badru.

 

Ay no, ahí estaba de nuevo ese loco queriéndolos matar. ¿Cuántas veces iba a tener que soportar a aquel guerrero y sus ideas locas? No lo sabía, pero si quería llegar a la prueba para conseguir los poderes del libro, debía hacer lo que el guerrero le pidiera. Miro primero a Pik, su padre, y después a Mia con la que compartió una sonrisa sin dejar de ver al Weasley que empezaba a tomar la delantera.

 

Mia… —llamo la atención de la demonio. —Sería interesante si culminamos ese rescate a la bandera en este lugar, ¿No? —aquellas palabras quizás solo tenían sentido para las personas que habían compartido el libro del equilibrio con ella. Pero sus palabras iban más al hecho de hacer las cosas más emocionantes. Aunque no estaba segura si a Badru le agradaba la idea de que su clase fuese tomado como un juego.

 

Y mientras seguía al mago por el mismo camino que esta había decidido usar para bajar al interior del cráter, su varita apareció en su mano derecha. La movió.

 

Canto de Eleboro. —siseo.

 

Solo esperaba haber pronunciado correctamente el hechizo para que aquella pequeña vibración musical que salía de su varita, sirviera para que sus sentidos y los de Mia Black Lestrange quedaran protegidos y así pudiera hacerse de unos cuantos lirios que salían de la lava. Al momento de estar cerca del primer lirio, cerró los ojos y con mucho cuidado arrancó el primer Lirio sin sufrir quemadura alguna a pesar de haber tocado la lava con sus manos.

 

Al parecer aquel encantamiento estaba bien ejecutado, así que siguió recolectando un poco más de lirios. Sin dejar de preguntarse, si el guerrero quería instruirlos o matarlos.

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Cruzó las manos a la espalda mientras Badru les hablaba y entrecerró los ojos para enfocar bajo ese sol cegador, raspando el suelo arenoso con las zapatillas al balancearse hacia adelante. Lo miraba fijamente sin estar completamente convencida del todo. Esperaba que en cualquier momento les saltara una bestia enfurecida y maldita para ponerlos a prueba, para que utilizaran a la fuerza y sin explicación alguna unos hechizos que no conocían. Ya había pagado el libro y la clase así que no iba a dar marcha atrás, además, lo que más quería era abrir su libro y no encontrarse páginas en blanco.

 

Sin embargo, algunas de las palabras del guerrero le hicieron sentido. Como si estuviera cavando en su mente y repitiendo sus pensamientos sobre el poder y la magia. La mayoría de los magos que conocía iban sobrados de confianza en sí mismos, cayendo en tópicos absurdos alimentados por esa extraña sociedad que solo se miraba el ombligo. O se les daba muy bien aprender nuevos hechizos y adquirir poder, o ella era irremediable torpe. Tal vez era eso, era un poco más lenta y por eso veía con respeto, o cierta reverencia, conocimientos como los de los Uzzas.

 

O tal vez simplemente era que su capacidad para asombrarse seguía intacta. Se llevó una mano a la frente para mirar a Badru manejar la varita con movimientos precisos y estudiados. Rasgó el aire con el extremo de la vara de cristal, creando una línea que se fue abriendo ante ellos, un corte en el tiempo y el espacio que haría de puente y los transportaría hacia otras épocas. Beltis abrió los ojos enormes y grises siguiendo cada movimiento, absorta en el portal que tenía ante sus ojos. Evitó ponerse de puntillas y se mantuvo firme para no quedar en evidencia, pero cada centímetro de su cuerpo se volvía loco por entrar. Si estuviera sola se habría abalanzado sobre el guerrero para que le enseñara a hacer uno.

 

Pero no lo hizo. Se aclaró la garganta y avanzó con simulada paciencia y compostura, como si estuviera acostumbrada a ver portales todos los días. No fue la primera en pasar, naturalmente. Nadie parecía sorprendido ni entusiasmado ante la idea de traspasar las leyes que los regían. Y si sentían algo, lo ocultaban muy bien. Beltis en cambio no resultaba del todo convincente, podría ponerse a correr para suplicarle a Badru que le enseñara.

 

Otra vez no lo hizo. Badru les dio una última explicación antes de que Beltis cruzara.

 

- ¿Leer el libro? -dijo algo contraria después de escuchar a Badru- Pero si el libro está en blaaaaaaaaaa

 

Fue lo último que dijo antes de poner un pie al otro lado del portal y que su estómago diera un vuelco. Para su sorpresa lo que se encontró no fue tierra firme, sino aire. La nada. Salió al otro lado del portal despedida y en caída libre, adquiriendo a cada segundo más velocidad. El cabello se arremolinaba hacia todos lados y le impedía ver hacia donde se dirigía como una bala. El kaftán se batía con el fuerte viento ¿Se había puesto bragas? Claro que sí, de las nuevas y bonitas.

 

- ¡PIK! ¡NO SE TE OCURRA MIRAR! ¡TE MATO SI MIRAS!

 

Gritó sintiendo las ráfagas de aire colarse por la boca. Bufó y apretó los labios para luego utilizar los brazos y las piernas para, al menos, intentar manejar su cuerpo durante la caída que solo giraba y daba vueltas sin control. Hizo un esfuerzo para alcanzar la varita que llevaba al cinto, oculta en un bolsillo y sacudió la cabeza para liberarse de los mechones blancos que le impedían ver. Abajo la esperaba el cráter de un volcán activo, con su fondo rojizo y vivo a la espera de engullirlos a todos.

 

Cerró ambos brazos y ambas piernas, pegándolos con fuerza para convertirse en una bala humana. En segundos adquirió mayor velocidad, una casi imposible de soportar. El aire golpeaba con furia el rostro, así que se vio obligada a entrecerrar los ojos. Estaba cerca del volcán. Cada vez más cerca. Se llevó la mano libre al cuello para buscar uno de los amuletos que llevaba bajo la túnica de lino. Comenzó a ver las rocas con mayor claridad, a distinguir sus formas entre la montaña. Y más abajo, la vegetación.

 

Apretó el amuleto con sus dedos a metros del suelo. Centró la magia para planear sobre el cráter del volcán antes de estrellarse, utilizando la velocidad para impulsarse un buen rato hasta decidir donde aterrizar. Extendió los brazos para dirigirse hasta que vio un saliente en la roca, arriba del todo, de cara al cráter. Fue descendiendo hacia esa zona hasta posar los pies suavemente sobre la piedra granulosa y negra. Tragó saliva ante el calor sofocante y un olor a azufre que llegaba a aturdir los sentidos.

 

Oteó el cielo para ver a sus compañeros. No sabía si los demás habían caído directamente en el volcán. Caminó hasta el borde del volcán para encontrarse con Badru, el aire caliente subía con fuerza desde su centro, tan ardiente que era difícil saber cuánto tiempo podría aguantar ahí sin algo de ayuda mágica. Pero no estaban ahí para admirar el paisaje o planear sobre el volcán. Tenían que buscar lirios de fuego.

 

- Supongo que en esto estaremos solos...

 

Apretó los labios y extendió los dedos de las manos en vano intento para no parecer exasperada, para evitar rodar los ojos hasta ponerlos en blanco y lanzar a todos volcán abajo. En cambio, respiró y se acercó al borde a ver si distinguía algún lirio. Alguna cosa que pareciera un liro, pero rojo, como lava. Mientras observaba, sacó el dichoso polen de lirios de fuego y comenzó a esparcirlo sobre sus extremidades y rostro. Luego inspiró un poco para proteger sus vías respiratorias de las quemaduras. Hizo aparecer una cuerda y ató un extremo a una roca y el otro a su cintura.

 

Así, algo mejor equipada, comenzó a descender cuidadosamente. Primero por un pequeño camino entre las rocas, luego saltando entre salientes cada vez más pequeños. Cada centímetro que descendía parecía adentrarse en un infierno cada vez más insoportable. Llegó un momento en que tuvo que aferrarse con manos y pies en las rocas, ardientes, escalando hacia lo que a ella le parecía un lirio de fuego. Oculto en las sombras largas que proyectaba la lava rojiza.

 

A esa altura respiraba de forma agitada. Si pudiera, hacía un portal y se iba a su casa. Pero no podía, así que tuvo que esforzarse un poco para estirar un brazo hasta alcanzar el lirio. Si realmente lo era.

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