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Mansión "Ojo Loco" Potter Blue (MM B: 78439)


Sagitas E. Potter Blue
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-- Sigo teniendo pesadillas por lo que pasó -- le dije al aire.

 

Xell, Harpo y Perenela ya habían abandonado mi cuarto y estaba completamente sola. El suspiro salió de dentro y agaché la cabeza. Sí, los recuerdos de mis pecados, como la muerte de su padre, se sucedían en múltiples ocasiones, sobre todo cuando estaba en una situación de sensibilidad extrema. Como lo era actualmente. Después de lo sucedido en la Librería de Xell, mis malos pensamientos cumplidos me perseguían como si me obligaran a cumplir una penitencia.

 

Apreté la mandíbula y observé mi rostro desdibujado en aquel espejo del tocador. Perenela había dicho que siempre me seguiría, estuviera donde estuviera... Era una declaración de amor de hija a madre que pocos podían decir que tuvieran. Esa chiquilla... Era más adulta de lo que me gustaba confesar. Abrí el cajoncito de la derecha del tocador y saqué una sencilla bolsa de terciopelo marrón. La sopesé en la mano y miré de nuevo mi reflejo en el espejo.

 

Me decidí.

 

Abrí el armario y me vestí con el hábito marrón de saco de mi Clan de Sacerdotisas de Avalon: sencillo, cinturón de cordón en el que até el saquito de terciopelo, sandalias abiertas... Sentí que alguien llamaba a la puerta pero no quería interrupciones. Debía hacer algo.

 

Desparecí de mi cuarto y aparecí en los inmensos jardines de la Mansión Ojo Loco. Tomé el saco y lo apreté contra mi pecho. Tenía una semilla en el interior muy valiosa que tenía que plantar en algún sitio y... No sabía donde.

 

Tenía que elegir.

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Me quedé un buen tiempo en el marco de la puerta, no podía salir, no podía entrar, mi pecho subía y bajaba tratando de hacerle llegar aire, tratando de no temblar, tratando de no reaccionar, tratando de hacer que el cuerpo me obedeciera a mi consciencia y no a mi corazón. Estaba al borde de tantas emociones contenidas, poco a poco el silencio volvía a reinar en la mansión y sentía que cada vez tenia menos escapatoria, apreté los labios para no pronunciar palabra y me mordí el labio inferior, volví la vista para mirar a Sean que estaba sentado en el sillón de la chimenea mirándome:

 

-¡Al garete! - musité devolviendome sobre mis pasos y plantándome delante de él, me puse a su nivel doblandome por la cintura y tomándole el rostro entre mis manos estampe un suave sobre sus labios, un roce que calentó totalmente mi piel, tenia miedo de profundizar el beso, no quería moverme, no quieria nada mas que quedarme allí.

 

-Escogeme Sean... - murmuré despacio

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Al parecer el nerviosismo era contagioso, porque el hecho de que s le callera el vaso, justo cuando sonreia no presagiaba mucho para mi equilibrio mental y ese intento de mantenerme centrado en mi busqueda. Cuando casi se va, manejando la escusa de buscar a SJ....senti tal vez que pasaria todo, pero no se detuvo en el marco de la puerta, como repensando las cosas, esto no estaba viendose bien, concentracion Sean...concentracion!!!. Cerre por un momento los ojos y respire profundo, me parecio escuchar algo por parte de Perenela pero mejor no centrarme tanto en ella....Meditar....Concentracion....la tranquila vista de las montañas del Tibet.....el agua callendo de una cascada.....el vaiven de las olas....

 

Si....todo paz y tranquilidad......hasta que senti las manos de Penerela en mi rostro...abri los ojos y la vi demasiado cerca....y ahi en mi cabeza comenzaban todos los sentimientos en forma de muñecos asustados ante la constante señal de ALARMA!!!!...ALARMA!!!!...nervios..nervios...y me beso...despues de algo que me parecio...COGEME Sean...ALARMA!!!!...ALARMA!!!..ALARMA!!!...taquicardia....y si......aunque odiaba admitirlo me desmaye.

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A la bruja le brotó un enorme tic en un ojo cuando salió su sobrina casi en un ataque de panico y nervios, con una sonrisa que hizo que la vampiro diese el mayor de los saltos por la intensidad de su fuerza

-Ehhh!?

Soltó antes de sentirse arrastrada por su sobrina hacia el interior, terminando por abrir los ojos como platos por todo lo que la chiquilla decía

-Ah, ah, espera Xell!!

Pedía Hayame

-Me vas a arrancar el brazo mujer!! A qué te refieres con todo esto, cómo que Perenela y Sagitas se han peleado? ahora porque se estan arrojando de maldiciones esas dos? que mi cumpleaños ya pasó y todavía no llega a ser Halloween... ah!!

Dió unos cuantos trompicones para luego, ruborizarse hasta la raíz del cabello cuando escuchó lo otro

-Que Sean está aquí?... el Spinner de la familia?

Inquirió para después cerrar los ojos y hacer una mueca para rascarse la mejilla con la punta del dedo de la mano libre

-Pensé que el y Perenela si estaban peleados... me vale, yo como quiera le pienso cobrar sus comisiones a esa mujer... MUJERES!! por eso luego dicen que no sabemos lo que queremos- resopló- no deberían de dejarlos solos. en fin... a donde esta mi hermana? -le preguntó a Xellita buscando con la mirada a Sagitas

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Abrí mucho los ojos cuando perdió la consciencia y varios sentimientos pasaron por mi cabeza y mi rostro al verlo allí desmayado en el sillón, sentí los colores subirme por el rostro y sentí que le calor inicial del bochorno y el nervio se torno en un vivido rojo de vergüenza, puse mis brazos en jarras mirando el atado de hombre que era Sean en estos momentos, la garganta se me cerraba, el aire no pasaba por mis pulmones, la rabia y la ira se iba acumulando en mi cabeza junto con toda una serie de pensamientos poco agradables. Tenia ganas de colgarlo, matarlo, socorrerlo pero la rabia me impedía moverme:

 

-Arrggggg - gruñí saliendo de la habitación de la chimenea y subiendo a trompicones uno a uno de los escalones para ir a mi habitación, pase por el lado de Xell y de mi tía Hayame sin mirarlas a ninguna y rogando a todo lo divino que no se evidenciara demasiado mi cara de humillación, entré en mi habitación y cerré la puerta de un golpe tan fuerte que seguro se escucharía hasta en los jardines. Fue todo un milagro que SJ no se despertara, me acerque a mi hijo y acaricie su cabello para darme cuenta que Kiwi había puesto un par de tapones de oídos, con razón el niño seguía dormido.

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Me di cuenta que tironeaba de la tía Hayame cuando la sentí protestar y pedir que esperara. Estaba tan nerviosa para que dejara la puerta de entrada que no me paré a preguntarle si ella quería entrar.

 

- ¡Ay, tía Haya! Lo siento, no quería arrancarte un brazo. No sabría volvértelo a poner en su sitio. - Le solté el brazo y sonreí de forma tímida para que no se enfadara.

 

La tía Haya y la tía Sagitas son las dos brujas de la familia con más conocimientos y agallas que nunca había conocido y nunca hay que hacerlas enfadar. Son de armas tomar cuando se enfadan.

 

- Sí, se han peleado, por Sean, creo. Ambas se gritaban en la habitación. Aunque tuve la sensación que había algo más, algo más antiguo, algo más profundo. Pero sí, se pelearon por la presencia de Sean en la casa.

 

Apreté mis manos, sin entender bien qué estaba diciendo.

 

- No, Sean Spinner no. Sean di Spinetto, el papá de SJ - le contesté. también a su pregunta. - Dejé a la tía Sagitas arriban en su habitación, nos mandó salir a todos de allá. Creo que quería llorar sin que nadie lo supiera. ¿Por qué es tan boba? No demuestra debilidad llorando. Sabemos que es fuerte y que es humana. Llorar no le quita autoridad.

 

No entendía bien a los mayores. Yo aún me sentía aprendiza en todo. Un gruñido crujiente nos interrumpió. La prima Perenela pasó a nuestro lado como un huracán, subió las escaleras y dio un portazo por allá arriba.

 

- Las dos son tal para cual, ¿verdad, tía Hayame? ¿Era así de explosiva la tía Sagitas, de jovencita? - Entonces noté que el primo Sean no salía de la habitación. - Ay, no lo habrá matado, espero que no... ¿Vamos a verlo? Tendremos que esconder el cadáver si lo ha hecho...

 

Me acerqué con cuidado y asomé la cabeza por la puerta que acababa de abandonar mi prima.

 

- ¿Sean? ¿Estás vivo? - pregunté a la figura del hombre, en aquel sillón. Con las sombras no le veía la cara.

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Caminaba despacio por los jardines, pisando con mucha cautela, sosteniendo aquella bolsita entre las dos manos y sintiendo (intentando sentir, más bien) el poder que tenía aquella semilla. Intenté imaginarme qué tipo de planta sería. Sólo la había visto una vez, cuando la Suma Sacerdotisa me la dio y me dijo que la plantara. Era verde, pequeña, indefensa pero, a la vez, poderosa. Pero no sabía más, no veía nada de ella.

 

No sabría lo que era hasta que creciera.

 

Mi sandalias caminaban, pisando casi de puntillas en el césped, entre los parterres de flores. Enseguida supe que las Rosas Azules no eran su lugar. No me despertaba nada en mi interior. Vi un trozo de jardín que estaba raído, como si hubieran rastrillado y aún no se hubiera plantado nada. Tal vez allá...

 

Pero no sentí nada. Me mordí los labios y seguí avanzando. Llegué hasta los juncos del estanque y por allá tampoco supe encontrar su sitio. Me desesperé. Por mucha humedad que tuviera entre los algodones húmedos en que la había envuelto, la semilla debía crecer en tierra o moriría.

 

-- No puedo matarte por segunda vez -- dije en voz baja al saquito. Sí, puede que quien me viera pensara que estaba loca. Al fin y al cabo, eso lo pensaban muchos, fuera y dentro de la familia. -- Incluso Perenela.

 

Me dolió recordar la pelea que acabábamos de tener en mi habitación. No se lo merecía. Había hecho mucho por mí, más de lo que cualquier persona haría. La última vez incluso había peleado con las sacerdotisas de mi propio Clan para salvarme la vida. No podía pelearme con ella.

 

-- Nunca más. No por su padre...

 

Sentí calor en mis manos y aparté el saquito de mi pecho, extrañada. ¿Qué había dicho?

 

-- Su padre...

 

Otra oleada de calor. Me asusté. No, ahí no. No podía... El frío volvió a mis manos. Me quedé petrificada y miré a lo lejos, allá donde estaba el laberinto y... donde estaban enterradas las cenizas de Reiven.

 

-- ¿Por qué allá? -- pregunté en voz alta. Apreté el saquito de nuevo y avancé unos pasos hacia allá. Volvió el calor. Claudiqué. -- Está bien.

 

Caminé, primero poco a poco y después más rápido, hasta llegar a la entrada del pequeño laberinto. Sabía el camino, lo hacía muy a menudo, en uno de los recovecos. Allá, junto a un altar lleno de flores, la pequeña lápida de mármol nueva (la antigua la había roto Perenela hacía tiempo en una de nuestras conversaciones) y, debajo, los restos de mi antiguo casi-marido.

 

Suspiré y me senté en el banco de piedra labrada.

 

-- Entiendo... Una vida sesgada... Una planta que la mantendrá viva... Pero...

 

¿Por qué...? ¿POR QUÉ...?

 

Sabía la respuesta:

 

-- Tengo que hacer penitencia por mis pecados, más allá de lo permitido en el Clan de las Sacerdotisas.

 

Era mi castigo. Haría crecer una planta y la regaría cada día, la mantendría viva. Recordando...

 

-- Recordando y arrepintiéndome de las dos muertes que he cometido.

 

¿Dos? Muchas más. No sé porqué la Suma Sacerdotisa quería que recordara toda mi vida estas dos, precisamente... Sabía lo que tenía que hacer pero... Aún no me atrevía a cavar en aquella tumba.

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Empecé a pasear por la habitación consumiéndome en la rabia que sentía por culpa de Sean, ¿como era posible que se desmayara? ¿Por un beso? ¿tan fea estaba? Seguí dando vueltas alrededor, sintiendo cada vez mas la rabia crecer y aumentar, al punto que quería bajar de nuevo a la sala de la chimenea solo a ver si ya había despertado para sacarlo a patadas de la casa, quería gritar pero no quería darle la satisfacción de que supiera cuanto me afectaba en realidad. Decidí salir de mi habitación e igual que como subí, baje hecha una furia y me asome a la sala de la chimenea a ver si había despertado, Xell y mi tía Haya estaban allí, las miré con el ceño fruncido y les pregunte:

 

-¿Se ha despertado? Cuando despierte, tía haya, tienes todo el permiso para matarle si quieres... ¡Diviértanse! - les gruñí con una mezcla de rabia y sarcasmo mientras les daba la espalda y salí de la mansión, sentí el calor del sol en mi piel y suspiré tratando de que las acciones de sean no me afectaran pero tratar de convencerme de eso era casi tan imposible como decir que no le quería, me quedé allí como una tonta en la entrada y no quería estar presente cuando Haya sacara a Sean de la mansión así que empece a caminar por los jardines rumiando. llamé a kiwi y en cuanto apareció le dije:

 

-Estate pendiente de que mi tía Hayame no se vaya a pasar con Sean y no dejes que Sean se vaya sin haber visto a SJ, puedes llevarlo a la habitación a verle siempre que yo no esté allí ¿Entendido? - cuando la elfina despareció con una reverencia me decidí a ir hacia la tumba de mi padre, mis pies hicieron el camino por si mismos y cuando iba a empezar a gritarle a la lapida de papá me detuve viendo a mi madre allí mirando la lapida como si tuviera que traer a mi padre del infierno, su expresión en el rostro me desarmó, me acerqué a ella y le abracé:

 

-¿Porque las mujeres no podemos ser inteligentes a la hora de enarmorarnos? ¿Porque no puedo enamorarme de un hombre rico, millonario, galante, sexy, que me trate como una reina? No tuve que enamorarme de Sean, soy una tonta...

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Aún no me decidía. El ardor de la mano se hacia más fuerte cada vez. Tenía que hacerlo. Si no plantaba aquella semilla pronto, la misma ardería y desaparecería. ¿Qué podría ocurrir si sucedía eso, si me negaba a enterrar aquel fruto de mis entrañas? Sentí tierra en la boca y un ahogo que me hizo tambalearme; me hicieron recordar que me habían enterrado viva. Todas. Todas aquellas sacerdotisas. Mis Hermanas. Todas... Apreté los dientes con rabia. ¿Por qué tenía que claudicar a su deseo? Ellas no me habían perdonado, Ellas no me habían cuidado, Ellas no me habían permitido volver a la vida. Había sido mi hija. Una Demonio. Mi hija había arriesgado su vida para sacarme de aquella tumba.

 

¿Por qué iba a hacerlo? Ellas no eran nadie para mí desde que habían intentando matarme.

 

Apreté con más fuerza aún la semilla, como si quisiera triturarla entre mis férreos dedos. Apreté. Y apreté.

 

La voz de mi hija me sacó de mis pensamientos destructivos y solté el saco, que cayó sobre la tumba de quien yacía bajo el altar. Respingué por lo que había estado a punto de hacer. Yo era Sacerdotisa. Yo merecía el castigo. No podía cruzar esa línea. Para bien, para mal, defraudada, degradada, no caería en eso. Seguiría siendo una Sacerdotisa y cumpliría con lo que me habían impuesto.

 

Abracé a Perenela.

 

-- Tú enamórate, cielo. El Dinero, los Modales y la Galantería se los daré yo, aunque lo tenga que aprender a golpes de varita.

 

Le besé en la frente y después volví a abrazarla. En el suelo, la semilla brillaba dentro de aquel saquito.

 

-- ¿Me ayudas? -- me atreví a preguntarle. No me atrevía a hacerlo yo sola.

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-En todo lo que necesites madre -¿Que necesitas de mi ayuda?- besé sus manos y le abracé, no me gustaba estar molesta con ella, no me gustaba para nada estar enojada con mi madre de por si era todo mi mundo, dejé que ella me besara y me abrazara, brindándole yo también mi afecto, demostrándole que también le amaba como a nadie, le sonreí y miré el paquete que lanzaba un leve resplandor a través de la tela, me incliné a tomarlo y lo sentí caliente como cuando lo saque del cuerpo de mi madre:

 

-¿Porque brilla? - lo sopese en mi mano sintiendo caliente y pulsante, como un feto, como si estuviera aun conectado a un vientre, me entro un escalofrío pero no lo deje caer de nuevo, miré a mi madre sintiendome confundida pero gracias a su expresión cambie de tema:

 

-¿Puedo enamorarme de quien quiera? ¿Aun si es Sean? - baje la mirada volviendo a sentir la molestia que me acompañaba - No se porque le quiero, pero no puedo negarlo... le quiero, me trae de cabeza y no debería, ni siquiera se que le vi al ladronzuelo ese... pero le amo y eso me enoja

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