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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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La vida de un fan era complicada. Muy complicada. Después de presenciar el partido en su país natal donde el equipo al que animaba había salido campeón, tenía la esperanza de pasar un rato con su ídola. Era una grandiosa oportunidad para que conociera la ciudad donde había pasado tanto tiempo. No pudo ser posible. Teniendo en cuenta todo lo que habían vivido durante la celebración de Halloween era normal que hubiese querido volver a Inglaterra antes de lo que se dice 'Quidditch'.

Aquello podía resultar demasiado... ¿agobiante? Esperaba que no. Esperaba no parecer un acosador, porque no lo era. Sin embargo, iba de nuevo a su hogar para poder disfrutar con ella de lo sucedido en el partido. Hablar del resultado, celebrar el bicampeonato y comentar el partido que, sin duda, había sido frenético. No había ninguna duda de que había hecho muy bien en comenzar a animar a ese equipo y a esa guardiana. Por supuesto, se sentía parte de la victoria. Siempre había sido un hombre afortunado y estaba convencido de que parte de la victoria se debía a que les había contagiado esa suerte.

Su medio de transporte fue un traslador. Rápido, seguro y limpio. 

Llevaba puesta la misma ropa que la primera vez que había acudido allí. La misma ropa con la que había ido al partido. Era una ropa que tenía los colores de su equipo preferido. No hacía falta decir que entre medias lavaba la ropa, no vestía siempre igual. Incluso estaba pensando en comprar varias túnicas de ese mismo color. Había que añadir que en el pecho, bordado, estaba el escudo del equipo. Era como si fuese prácticamente del equipo, pero sin ser jugador. 

No se le olvidaba que también tenía que agradecerle el detalle que había tenido con él.

Llegó al castillo. Antes de que se diera cuenta un elfo doméstico se acercó y le pidió que le acompañase. Sin dudarlo, siguió la indicación. Le estaba guiando por el interior de la propiedad, como si quisiera llevarle a algún sitio. No le hizo falta preguntar para ir dándose cuenta de que seguramente le llevaría hasta los aposentos de la jugadora.

Vaya, ya me tratan como si fuese de la familia. En mi casa los elfos no me ayudan tanto. —bromeó. Luego se dio cuenta... ¿qué hacía hablando con un sirviente? Su costumbre de tener siempre algo que decir le hacían hablar en todo momento. Le hizo unas señas que debía seguir y caminó hasta una estancia que tenía la puerta abierta. Se imaginaba que la chica sabía que estaba llegando, que estaba ahí y por lo tanto ni siquiera se molestó en llamar a la puerta. Entró como lo que había dicho, como si fuese de la familia...

En su cabeza empezó a cantar ¡Campeones, campeones!

—A Yaxley vamos a coronar. —saludó con una sonrisa a la Reina del Quidditch. La única guardiana que tenía dos campeonatos. La guardiana que parecía un pulpo cuando estaba delante de los aros, porque lo paraba todo. La guardiana que parecía poder leer la mente, siempre prediciendo el disparo. La guardiana que parecía que volaba en una nube por la forma que tenía de moverse, tan sutil a ojos del francés. La guardiana que seguramente tenía un cepillo para su escoba, pero no un peine para su cabello.

Posó donde pudo un cofre muy similar a aquel donde se guardaban las pelotas necesarias para jugar quidditch, dentro tenía una sorpresa. Lo había estado llevando bajo el brazo durante todo el trayecto. Era de un tamaño pequeño, lo suficiente como para poder llevarlo sujetado bajo el brazo.

¿Quieres ver qué he preparado para ti? —preguntó antes de darse cuenta de que le faltaba preguntarle algo más importante aún. —¿Tienes hambre? —sí, lo que había llevado era comida, pero un tanto especial. 

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La bruja estaba decidida a volver a su habitual ajetreo en la ciudad, es decir, el período de para mental al parecer, tenía que dejarse atrás. Tenía que tener más amplitud de resiliencia, o al menos eso era lo que esperaba, a lo mejor fue por eso que luego de ver su reflejo desaliñado, optó por no priorizar su arreglo y si verificar que los bocadillos llegaran a tiempo, aunque no tenía dudas de la eficiencia de los elfos domésticos.


La voz de James la alertó, pero lo recibió con una sonrisa, aún no se acostumbraba a esas bromas que el soltaba con respecto a su posición en el equipo. Se cruzó de brazos fingiendo una especie de enojo por la algarabía que él mostraba pero claro, al no llegar ese gesto a su sonrisa, se perdía todo el efecto amargo. 


— Si Cubias te escuchara, se resentiría mucho, fue él quien se esforzó por las snitches del campeonato —dijo de pronto, antes de acerca a darle un beso en cada mejilla e invitarlo con la mano a que termine de ingresar y se acomode donde mejor le pareciera. Ella pos su parte, tomó asiento en un puff forrado en piel de durazno que le había regalado varios cumpleaños atrás—, debí descubrir el quidditch mucho antes, me habría servido muchísimo más saber que era medianamente buena para algo así.


Sus ojos no se perdieron el movimiento del hombre mientras dejaba un cofre con muchacho cuidado, pero cuando lo oyó hablar, asumió que su contenido era algo para ella. Arqueó las cejas un tanto confundida, después de todo, la anfitriona era ella, era raro que sea él quien ofreciera comida o preguntara por ella. Lo que sucedió luego fue gracioso, como si sus últimas palabras fueran un hechizo invocador, apareció el elfo al que había dado la orden con una bandeja de piqueos y bebidas, la guardiana no pudo evitar reírse un poco mientras tomaba el vaso entre sus dedos.


— Si sabes que no te invité por un regalo, ¿verdad? —y esta vez si puso un poco más serio el gesto, era verdad que se habían conocido por esta seguidilla de cartas que él había enviado y por su supuesta admiración, cosa que Maida no creía ni por asomo porque, no era vanidosa ni nada por el estilo, había encontrado en él alguien amable con quién compartir sin tener que pensar en las complicaciones políticas de la vida mágica— Los viajes largos, aunque se acorten por las modalidades mágicas, suelen provocar hambre, sí. ¿Te quedaste festejando mucho rato el campeonato? Yo desde el pitazo final ya soñaba con estar de vuelta en casa. 


Giró la cabeza hacia la ventana, apenas y estaban en mitad de la tarde, el brillo se veía muy fuerte desde el interior, pero la ojiazul pensaba en lo mucho que la incomodaba cuando el sol iba muriendo y la luz se tornaba naranja y muy intensa. Movió la varita y cerró las cortinas, el futuro problema tenía una solución sencilla. 


— ¿Crees que logremos un tricampeonato? Seguramente Aedis, Darla y Jeremy ya andan pensando en eso. 

 

@ James Fleamont Potter

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Se movió lentamente, buscando con la nariz olisquear los cabellos de su amada. No sabía a ciencia cierta en qué momento se había quedado dormida. Lo último que recordaba era haber sentido una inmensa ternura y un cálido abrazo que le había hecho olvidar sus preocupaciones. Había querido curar las heridas de Gabrielle, pero sabía que ella era una mujer fuerte y si no deseaba las curaciones por algo sería.

Apretó los ojos al no poder sentir el olor de la otra mujer, estirando el brazo para buscarla a ciegas. Su corazón empezó a latir con fuerza. ¿Se habría enojado? Pero, ¿Por qué? No recordaba haber hecho nada malo.

-  “Sólo el hecho de llevarla a otro país en medio de un bosque con un noruego enorme que vendía dragones ilegales. ¡Bravo Mahia Black! – Pensó para si misma, tratando de relajarse antes de abrir los ojos.

También estaba el hecho de las heridas que le había causado a la Delacour, pero así era su relación, así eran sus gustos, su manera de sentir el placer en todo su esplendor. Aunque si esa fuera la razón…

Tembló, siendo consciente de repente de un pequeño peso en su pecho, acompañado de un calor bastante particular. Se sintió descolocada y llevó la mano hacia el lugar, abriendo los ojos de repente al sentir un suave pelaje entre sus dedos.

Lo que vio la dejó helada:

Un conejito. El más lindo conejito blanco que había visto en su vida, yacía extendido en su pecho. No obstante, de blanco realmente le quedaba poco. Instintivamente la Black lo tomó entre sus dos manos, saltando de la cama en un suave movimiento. El pequeño animalito estaba cubierto de sangre seca.

-  ¿Qué ca***o? ¿¡Maté un conejo estando dormida!? – Se llevó una mano a la nuca y se rascó con ansias, tratando de pensar. Caminaba casi en círculos, yendo de una punta de la habitación a otra con un paso acelerado con la respiración acelerada y claramente desesperada - ¿Por eso se fue Gabrielle?

¿Qué iba a hacer ahora? Su esposa amaba los conejos. Hasta su mascota preferida era uno… ¡Y ella lo había matado y llevado a su cama!

-        ¡La p*** que me parió! – Gritó, pasando la mano de la nuca a su frente para golpearla.

Se detuvo en seco a mirar al animalito nuevamente. Su brusquedad había desencadenado otro movimiento en su mano, una clara señal del conejito de que su sueño estaba siendo alterado. Lo vio abrir los ojos lentamente y llevar una de sus pequeñas patitas a sus orejas.

No supo en qué segundo pasó, pero sus piernas empezaron a correr antes de que su cerebro diera la orden, y su boca a gritar el nombre de su hermana incansablemente. Salió del cuarto con prisa, sujetando el animal herido de la manera mas suave posible. ¡No lo había matado! Aún tenía tiempo de recuperar a su mujer.

-  ¡Gabrielle! Gabrielle, ¿Dónde estás? ¡No lo maté! – Su voz resonaba en todo el castillo, sin importarle los demás convivientes. Abrió rápidamente la puerta del antiguo cuarto de la Delacour, decepcionándose rápidamente, ya que ella no estaba allí.

Corrió hacia la cama, quitando el polvo del edredón con la mano libre mientras dejaba al conejito suavemente en el acolchado mullido y cálido.

- ¿Y ahora qué hago? ¡Soy un vampiro! ¡Un depredador! No estudié veterinaria. ¿Cómo lo salvo? – Lo miró angustiada e hizo aparecer su varita, quedándose perpleja cuando este terminó de abrir los ojos.

Conocía de memoria esos orbes de color miel. Los veía cada mañana, en sus sueños y al despertar… podría reconocerlos donde fuera. Giró el cuello hacia su nombro, notablemente confundida. No podía ser…

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“¿Qué está pasando?” pensó al escuchar a distancia la voz histérica de su hermana; entreabrió los ojos y por instinto acarició una de sus orejas que cubría parte de su pequeño rostro. En su estado animal era demasiado sensible a cualquier cambio en las personas ¿Instinto de supervivencia? Notó el nerviosismo de su prometida, pero, al estar aún a medio dormir y un poco débil, prefirió no darle importancia.

“¡Soy yo… Suéltame!” sus pequeñas patas traseras empujaban las manos que le sostenían, comprendió al instante que con la fuerza de su futura esposa recién alimentada y siendo ella tan pequeña no había posibilidades de que le notara a lo que tan solo se resignó a quedarse quieta entre sus manos.

El escuchar el nombre de Gabrielle por todo el castillo había alebrestado a las dos mascotas de la Delacour; Psicosis había apresurado sus aleteos detrás de la Black y Anna le seguía sigilosa, Mahia nunca había dejado de ser una desconocida para ella.

La puerta de su antiguo cuarto se había abierto de par en par y el corazón de Gabrielle galopaba entre ansiedad y desespero.

“¡Súeltame Mahia Black, no estoy muerta vampira despistada!” pero por mas fuerza que aplicaba en sus patas traseras parecía que la Black estaba demasiado ensimismada en lo que acababa de pasar. Trató sin éxito de escapar de sus manos y entre lo que le dejaba ver sus dedos notó a Psicosis y a Anna “Oh no, esto terminará mal… Odio este cuarto, Mahia ¡Bájame!”

Como si su hermana pudiera oírla al fin le dejó sobre la cama, su respiración estaba agitada entre los nervios de estar en su antiguo cuarto lleno de recuerdos y el verla asustada. Antes de poder transformarse a su estado humano ya tenía a su pequeño conejo alado frente a ella.

Los ojos del conejo estaban fijos en ella, se acercó lentamente uniendo su nariz a la de Gabrielle y la Black respondió lamiendo su nariz “Ja, hasta que te dejas dar muestras de cariño, desgraciado” brincó en la cama para tratar de seguir molestando al pequeño pero él respondía de manera diferente: Por primera vez se dejaba dar muestras de afecto acercándose para buscar su calor y lamer la frente de su dueña.

“¿Qué te pasa maldito loco?” dejaba que Psicosis le demostrara el cariño que por años nunca le había demostrado… hasta que Anna rompió el silencio.

La mirada de la matagot estaba fija en Mahia mientras caminaba desafiante hacia la cama, se subió con elegancia a la misma y, aun con la mirada fija en la hermana mayor de la Delacour, olisqueó a su dueña haciendo que Gabrielle se levantara en dos patas para lamer la mejilla de su fiel compañera.

“Ca va bien, merci” pensó mientras olisqueaba parte del cuerpo de su animal; tenía que comenzar a tranquilizarse o tanto Anna como Mahia terminarían en una fuerte pelea en caso de que la felina no lograra entenderla en su modo animal. Ambas mascotas le conocían a la perfección; Psicosis se dedicó a acicalar el cuello de su dueña y Anna se mantenía de pie sobre la cama protegiendo ambos conejos.

El ronroneo de Anna era inusual, saber que podía entender mejor a su dueña le daba placer y a la vez estaba más que atenta a los movimientos de la vampira.

“¿Veterinario?” sus ojos miel se clavaron molestos en su prometida, sabía que ella no podía “entenderla” pero sí posiblemente notara que era ella… Se acercó poco a poco haciendo que la Matagot se acercara junto con ella, como si ella fuese su protectora, a fin de cuentas, nunca había terminado de querer a la ojiazul.

Se detuvo al borde de la cama y estornudó sin querer al notar tanto polvo, movió sus orejas y limpió su rostro por instinto volviendo la mirada a los orbes azules de su prometida, la amaba así desesperada, emocionada, en todas sus etapas; al quedar cerca de ella se alzó en dos patas para quedar cerca de ella, se detuvo cerca de sus labios les rozó con su nariz y dio una leve mordida en su labio inferior para separarse y volverla a ver a los ojos ¿Se daría cuenta?

Tenía que calmar sus nervios y, sobre todo, recuperar energía y concentración para transformarse, tenía hambre, pero no voz; giró su cabeza hacia Psicosis clavando su mirada en él y comprendió de inmediato alzando el vuelo ¿Mahia habría entendido? Volvió a ella “Sigo viva, mi novia salvaje.” Parpadeó varias veces y se paró en dos patas de nuevo para alcanzar su mejilla y dio una leve mordida “Qué se siente ¿Eh?” se alejó brincando al centro de la cama y volvió a estornudar debido al polvo, se paró en sus patas traseras ladeando su cabeza para que su hermana notara las cicatrices “Tengo hambre”, sus dos patas delanteras golpetearon el colchón tratando de hacer que se acercara y Anna solo se dedicó a sentarse moviendo la cola atenta a cualquier ataque. 

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¿Cuándo descubriste el Qudditch? —preguntó con curiosidad. —¿No jugabas cuando eras pequeña? —siguió haciendo preguntas. Se acababa de dar cuenta que no conocía demasiados datos de la historia de su vida. Si quería considerarse un buen seguidor de la jugadora tenía que saberlo absolutamente todo. A lo mejor todo era una exageración, pero sí gran parte de su vida merecía saber. Tanto de la personal como de la deportiva. Las estrellas del deporte eran más que simple jugadores que entretenían a la comunidad mágica. Tenían que ser referentes.

Tomó asiento en el primer lugar que encontró libre. Por supuesto, ignoró cualquier mención al compañero de la mujer. No quería decirlo ahora que estaban en plena celebración del título, pero tarde o temprano sería adecuado comentarle que todo el éxito del equipo era gracias a ella. No le cabía ninguna duda de que si la guardiana cambiaba de equipo los campeones del campeonato serían otros y no los TT. Tal vez debería pedir un aumento de sueldo. O un vestuario privado para ella sola.

¿Segura que no? —bromeó. Sabía que no le había invitado por un regalo, pero eso no significaba que el joven mago francés no pudiese hacer los regalos que considerase oportunos. Lo que trajo el elfo doméstico parecía demasiado apetecible, eso nadie lo podía negar. Sin embargo, lo que había dentro del cofre era mucho más delicioso. Se esperaría unos minutos, no quería aún estropear la sorpresa de lo que llevaba dentro. Esperaba que le gustase. Quería dejarlo para el momento adecuado, para que eso que había dentro del cofre se llevase todo el protagonismo. 

La verdad es que no demasiado. Me sorprendió verte marchar tan rápido. Casi he tomado como una ofensa que quisieses escapar tan rápido del país. —dijo con una sonrisa. Evidentemente no lo decía en serio, pero por otro lado sí que le hubiera gustado que disfrutase más tiempo de la capital francesa y de todo lo que esta tenía que ofrecer. Ya se imaginaba que no era muy amiga de las celebraciones o de las fiestas, de lo contrario... ¿Por qué iba a tener tantas ganas de volver a casa? Pero ahí estaban ambos. Aún podían celebrarlo.

Se levantó del lugar donde se había sentado y, como si estuviese en su casa, abrió de nuevo las cortinas que la mujer acababa de cerrar con ayuda de su varita.

¿Bromeas? ¿No sabes que ahora el cielo comenzará a ponerse de un naranja intenso y maravilloso? —comentó mientras la miraba. —El naranja es mi color favorito. —explicó para que entendiera. Sabía que la luz podía molestarles, pero el atardecer era tan bonito...

Volvió a tomar asiento sin saber si comenzarían una guerra. Ella abriendo la cortina, él cerrándola. Era bastante obvio que ella debería ganar pues se encontraba en su Castillo, pero el francés se sentía como en casa y con tanto derecho para decidir sobre esa cuestión como ella. Era un hombre al que no le hacía falta decirle que se pusiera cómodo, agarraba confianza con las propiedades de los demás bien rápido.

¿Y tú? —respondió preguntando antes de dar su opinión. ¿Qué opinaba ella? ¿Serían capaces de ganar el tricampeonato? ¿Qué tanta ambición y confianza en sí misma poseía? La miró con atención y curiosidad mientras colocaba el cofre sobre sus piernas. Sí, estaba queriendo provocar que le preguntase por ello.

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Ya era muy tarde el Black, hacia demasiado tiempo que no caminaba por esas calles, mucho pero mucho, pero aquí anda de vuelta volviendo nuevamente a la rutina, volver a todo como los viejos tiempos, si había salido del país  había salido de Londres. Tomado unas pequeñas vacaciones que con el tiempo ,se fuero alargando he alargado   más de lo necesario , más del tiempo cuadrado pero bueno las mejores cosas son la que uno he no espera, he ese viaje que hizo le sirvió de mucho, no solo para el sino para su esposa que también había decidido viajar con él , para recargas pilas salir de la rutina pero también en plan luna de miel ahora .El demonio caminaba por las calles de donde se encontraban los enormes castillos, las estructuras imponentes he elegante una más que otra porque eran las casas de las familias mágicas.

 

Unas más importante que otras, algunas nuevas familias que se formaban pero otras que pasaban tiempo he tiempo he ahí estaban, ahí se mantenían como si el tipo no pasara en ella-Tranquilo, Kanon ya vamos a llegar-dijo el mago a su mono ,que estaba en su hombro moviendo manos ,tocándole el hombro a su mano. Por qué Otto tenía un mono en su hombro, bueno era una larga historia pero el no busco el mono el mono lo busco a él, además Jess su esposa no tenía problema alguna  en que lo tuviera, como si fuera su hijo o su bebe. Ahora el moreno se detenía de golpe, viendo la reja  oscura un poco oxidada por lo vieja que era, pero el mago miraba el escudo de la Familia Blak en el medio y como abajo decía el lema familiar-Ves te dije que ya  íbamos a llegar, te prometo darte comida cuando entremos-dijo sonriéndole a la criatura, mientras abría el portón, para entrar al sitio sin tiempo que perder, el ex trabajador del departamento de misterio se preguntaba si su esposa estaba en su habitación esperándolo o ya anda poniéndose al día en la ciudad.

 

Ahora el mago caminaba adentrándose más hasta que por fin vio el enorme, elegante, imponente castillo Black frente suyo. Otto sonríe de oreja a oreja cuando se detenía de golpe para ver la puerta he sin tiempo que perder le abría con delicadeza para entrar cerrar la puerta-Todo sigue igual-dice para sí, mismo viendo como estaba todo como si nada, así que el ex mortifago recién llegado a la ciudad, va hacia su habitación donde seguro estaba su elfo Saga ordenando sus cosas ya que le habia mandado antes a buscar su maletas para evitar cargarlas.

 

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Era sencillo estar alrededor de James, aunque cuando se conocieron la ponía muy nerviosa. Maida se había pasado toda su vida intentando mezclarse y disfuminarse con el fondo, siendo el anexo de alguien De su padre en Bulgaria, de su tío como aprendiz, de su primo como su asistente, incluso de su novio, como la groupie. La única vez que había tomado cierto protagonismo había sido como Vuelapluma, y eso, era anónimo. Conseguir la posición de guardiana también era un síntoma de sus ganas de ser solitaria, de pasar desapercibida, sin embargo, cosa curiosa, a alguien le había parecido que sus jugadas valían la pena y ahí estaba, sentado con ella en su habitación. 


— Estoy cerca de los treinta y apenas comenzando la carrera, casi fue un despertar y decidir intentar ser alguien frente a los tres aros —confesó con una sonrisa—, no, en mi infancia jugué muy poco de cualquier cosa, siempre he disfrutado más los libros y las pociones. 


Lo escuchó hablando de su ráída escapada de Francia y quiso disculparse, pero él fue más rápido e hizo algo que la obligó a fruncir el ceño, aunque fuera de broma. Abrió las cortinas y el brillo del naciente crepúsculo la obligó a cerrar un poquito los ojos. La explicación de su color favorito desvaneció todo intento de broma de enojo, el naranja parecía un color que iba con él, siempre tan activo, siempre tan positivo. Le repreguntó lo del campeonato, lo que la tuvo pensando un ratito más, hasta que el rubor se le implantó en todo el rostro, el francés se había acercado lo suficiente como para dejar el cofre sobre sus piernas. Respiró cuando se acordó de cómo hacerlo y tomó el cofre en sus manos, como si en el regazo le quemara.


— Sé que es para mí pero no lo pienso abrir si no me das alguna pista —soltó de pronto mientras jugueteaba con la parte de la cerradura—. ya bastante sorpresas hemos tenidos en los últimos días, ¿no?


Se puso de pie y agradeció en silencio que hubiera abierto las cortinas, hacía más sencillo que abriera una hoja y se refrescara un poco, aún sostenía el cofre con la otra mano. Se sentó casi en el borde la ventana y evitó verlo. Sacudió un poco el cofre como si intentara adivinar que había ahí adentro, ¿una réplica de una quaffle? ¿Una medalla a la mejor guardiana?


¿Una carta? —bromeó adivinando—. Tú puedes decirme lo que quieras, lo prometo. 

@ James Fleamont Potter

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  • 4 semanas más tarde...

Abrió y cerró los labios varias veces, emitiendo apenas leves sonidos que no llegaban a formar una palabra, pero que denotaban su creciente confusión. Tragó saliva y se dedicó a mirar cómo las mascotas de Gabrielle protegían y mimaban a ese conejito blanco, cubierto de sangre.

Giró la cabeza hacia su hombro izquierdo. Entre gallos y media noche, después de pasar por peleas y reencuentros, enojos y reconciliaciones, habiendo viajado juntas y entre momentos de placer, lujuria y cansancio, su mujer se las había arreglado para sorprenderla una vez más, y de paso darle un susto de muerte. ¿Es que nunca dejaría de hacerlo?

Cambió la expresión en su semblante por una más relajada y sonrió, dejando salir los nervios y el miedo. Negó con la cabeza con algo de vergüenza y miró a su conejita con ternura.

Suspiró sentándose a un lado de la cama, estirando la mano para avisarle a Anna que todo estaba bien, que no había peligro. Se arrepintió al instante, puesto que la mirada fulminante que recibió del animal le daba a entender que, si hacía un movimiento de más, allí habría guerra. Bajó la mano y se encogió de hombros haciendo una mueca con los labios, casi diciendo como diciendo “ups”.

 La situación era algo crítica, pero graciosa a la vez. Era inconfundible que esa coneja era Gabrielle. Incluso hasta juraba que le había visto poner esa misma expresión que ponía su futura esposa cuando ella hacía algo inmaduro o est****o. Como diciéndole: “Niña mensa”, entre bromas.

Le pareció extremadamente dulce su estornudo, y la contempló con amor mientras se limpiaba y la miraba directo a los ojos. Su respiración apenas había vuelto a la normalidad. Tremendo susto le había dado.

-   No es que quiera ser una esposa… ¿tóxica? Creo que así le dicen ahora

Se despeinó el cabello moviendo la mano desde la nuca hacia arriba y a la inversa. Hacía un tiempo ya que lo había empezado a llevar corto, aunque por su condición de vampiro le crecía con una velocidad anormal y debía cortarlo con frecuencia.

- Pero creo que voy a tener que prestarle más atención a los cursos que tomas. En cualquier momento vas a hacer alguno de … - Se quedó pensando unos segundos mientras llevaba la mano inconscientemente hacia su hermana y acariciaba el pelaje de su mejilla con el reverso del dedo índice – no sé, de astronomía, y vamos a tener la casa llena de meteoritos y estrellas caídas.

A Psicosis no le hacía mucha gracia que estuviese acariciando a su ama, y casi como por seguirle la contra, se acercó más a ella besó la punta de su delicada nariz, notando como ella también trataba de tranquilizarse. El amedrentamiento funcionó a la perfección, puesto que el conejo mágico salió volando y automáticamente sintió las patitas de la ojimiel en su mejilla y un mordisco en los labios que la hizo ir apenas hacia atrás por la sorpresa.

-   ¡Auch! ¡Tenés esos dientes más afilados que los míos Gabrielle!

Se relamió los labios sintiendo el hierro de la sangre y el fuego en sus ojos volvió. Tragó conteniendo la quemazón y su instinto de vampiro, sabiendo que estaba recién alimentada, en ambos sentidos. La vio alejarse e instintivamente la siguió hacia el centro de la cama. Por alguna extraña razón podía casi saber en qué estaba pensando su mujer.

La tomó entre ambas manos y la llevó hasta su pecho, levantándose de la cama. Realmente sólo hacía falta una mano, pero así la sentía más protegida.

Perdiste mucha sangre y tuvimos mucho ejercicio. Sé que estás hambrienta. – Se quedó pensando – Y no debería decirte esto, pero amor, das miedo cuando tenés hambre jajaja –

Se mordió el labio esperando alguna mordida de represalia.

-  Pero primero salgamos de este cuarto. Perdón por haberte traído, pero, no sabía qué hacer y aún no entendía que eras vos. Recién estoy empezando a redimirme de mis “pecados” y vengo a matar a un pobre conejito blanco… O eso había pasado en mi cabeza. ¿Te imaginas lo que me hubieses hecho si hubiese pasado en realidad?

Tembló e hizo una mueca con los labios. La escena era bastante graciosa. Ella iba hablando con su novia mientras descendía las escaleras a la cocina, como si estuviese en una conversación de ida y vuelta con otra persona. Sólo recibía movimientos o miradas de parte de la Delacour, pero las entendía.

-  Sí, lo sé, soy una bestia que no controla sus impulsos y sed de sangre. Pero siempre fui algo bruta, incluso antes de ser un vampiro, no me juzgues.

Entró en la cocina y la depositó con cuidado en la mesa del centro, moviendo la mano como con desdén hacia la heladera para que esta se abriese.

-   Creo que nunca voy a madurar. Se agachó para ver dentro de la nevera y suspiró. Dio la vuelta y observó a la coneja con algo de confusión y desesperación. – No sé cómo alimentarte amor. ¿Comida humana o de conejo?

Le mostró ambas manos. En la derecha tenía una zanahoria, aunque era algo cliché en la historia de comida de conejos, la Black pensó que funcionaría muy bien. En la otra mano, en cambio, tenía una barra de chocolate suizo y pan dulce.

-  ¿Coneja o humana? – Levantó una ceja y sonrió, esperando una respuesta de su futura esposa.

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“No, no, no…” pensó la Delacour cuando notó esa llama en los ojos de Mahia al robar su sangre, sus pequeños ojos mostraron sus pupilas dilatadas ¿Se había excitado o tenía miedo? Las emociones siendo animaga aún no las lograba controlar y mucho menos distinguir, aun así, su mirada seguía clavada en los labios de su hermana hipnotizada.

Las mascotas de Gabrielle ya habían bajado la guardia y era evidente que aprobaban el acercamiento hacia su dueña. La francesa solo se dedicó en dejarse llevar -como siempre- y acomodó sus patas entre las manos que la sujetaban, su cabeza se acomodó por instinto contra el pecho de su prometida y cerró los ojos, solo escuchaba su voz, aquella voz que le tranquilizaba hasta el alma.

“Y sí, nunca vas a madurar”

Suspiró, no era quien para callarla y oírla hablar era de las cosas que mas disfrutaba; su voz la calmaba fuera cual fuera la situación y, estar entre sus brazos (manos en este caso) le reconfortaba como nunca, era una especie de droga estar entre su aroma, entre sus manos, recargada en su pecho, aunque fuera por tan solo unos segundos ¿Y si lo hacían más seguido? Podría la carta sobre la mesa.

Era casi extraño estar en esa cocina sin ser ella, la humana, y aún así parecía que su hermana la conocía a la perfección al dejarla sobre la mesa, tal como la Delacour solía tener de costumbre, habiendo tantas sillas prefería sentarse en la orilla como si los modales no existieran ¿Cuándo le había importado?

Los ojos miel le seguían curiosos “ahora ¿Con qué saldrá está mujer?” pensaba divertida y al ver el chocolate era más que obvio qué prefería.

- Chocolate.

No había ni dudado en volver a ser ella, era la tercera vez que tenía que transformarse de animaga a humana y, para ser exactos, la que menos le había costado. Su vestido aún se encontraba manchado de sangre seca y mostrando los evidentes desgarros de aquella noche, un trapo era mejor que aquello que Gabrielle traía puesto, pero era lo que menos le importaba.

- Siempre será el chocolate. - dijo sin quitar la mirada de los ojos de su hermana, dio un pequeño salto para bajarse de la mesa y caminó hacia ella sujetando el chocolate para casi de inmediato darle la mordida. – Me gusta sorprenderte, por eso evito decirte algunos detalles de mi vida, como ser animaga queda claro.

Sonrió con picardía mientras se acomodaba entre los brazos de Mahia quedando de espaldas a ella mientras volvía a suspirar tranquila. Amaba sentirse tan vulnerable y a la vez segura entre sus brazos, pero lo mas importante amaba el contacto con ella… la amaba a ella.

- Quería darte la sorpresa, velo de esta manera aunque ahora la “tóxica” sea yo…- se giró para verla a los ojos sonriendo y con su mano izquierda acaricio la mejilla de su prometida. - Ahora puedes llevarme a donde se te pegue la gana, quepo donde sea.

La Delacour apresuró a robarle un beso y separarse casi de inmediato para volver la mirada, sabía que también había cierto peligro, ni ella sabía a donde iba su casi esposa todas las veces que desaparecía, pero, para ser honestos, era algo que a Gabrielle nunca le importó, con que regresara a ella era lo que más le importaba. Volvió a meterse entre sus brazos con la mirada perdida tratando de recuperar fuerzas en cada bocado.

Había metido el último trozo de chocolate a su boca y su cuerpo parecía volver a tener la misma energía de antes, al menos podía pensar con mayor claridad y sentir sus piernas sin tener que estar casi completamente recargada en su hermana. Gabrielle recargó aún más su cabeza contra el cuerpo de su prometida y suspiró tranquila al saber que era ella quien la sostenía.

- Creo que deberíamos ir planeando en hablar a alguien del ministerio para que nos case, no soporto un día más sabiendo que haces lo que se te da la gana, a ver si casada se te bajan las ganas de andar desapareciendo.

No había prestado atención ni a la hora, amaba estar en donde fuera con ella; giró su cuerpo para verla a los ojos y sonrió robándole otro beso.

- Mínimo tendrías “collar” y ni cómo te me escapes. 

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Le fue difícil ocultar la sonrisa cuando vio a la coneja acercarse al borde de la mesa. No sabía ni siquiera por qué había realizado una pregunta con tan obvia respuesta. 

Tiró la zanahoria hacia un lado y comenzó a quitar el envoltorio del chocolate mientras veía cómo el animal iba transformándose en una hermosa mujer de pelo castaño y ojos de miel. El vestido rasgado dejaba ver partes de su piel, poniendo a su tonto corazón a latir como un caballo desbocado. No importaba la cantidad de veces que  sus ojos se posaran en los de Gabrielle, el verla siempre se sentía como si el mundo se pusiera de cabeza y volviese a la normalidad en sólo un segundo.

La vio bajar de la mesa y se acercó a ella conforme iba avanzando, estirando la mano para darle el dulce mientras se quitaba la chaqueta de cuero con la otra. La colocó en su espalda, cubriéndola protectoramente por si alguien entraba a la cocina, y la abrazó.

Su aroma aún se confundía con el de su forma animaga, y esa mezcla dulce entre su perfume floral y la calidez del conejo volvía loco sus sentidos. La amaba tanto. Estaba loca si creía que podría volver a irse dejándola atrás, aunque estaba de acuerdo en que su miedo tenía razones fundadas de las cuales ella era culpable.

- Creo que no me morí de amor porque ya estoy muerta en cierto sentido. Pero si eso es toxicidad, amo que la tengas mon amour - relamió el chocolate de sus labios y le devolvió el beso, guiñándole un ojo justo antes de que ella terminara la pieza, recargando la cabeza contra el hombro de su novia.

- No tenía pensado volver a irme. Todo lo que necesito está acá. A menos que el señor tenebroso me llame. En cual caso creo que también irías... pero... creo que me gusta la idea de que me acompañes a cazar de vez en cuando y me veas en mi estado... -

Se frenó antes de seguir, moviendo los brazos por la espalda de su prometida para transmitirle calor. Trataba de no pensar sobre su vestido desgarrado y el deseo de terminar de romperlo para volver a la habitación. Pero no todo se trataba siempre de eso. 

Eligió cuidadosamente las palabras que diría a continuación. Con el cambio de Gabrielle la palabra animal había tomado un nuevo sentido para ella y el utilizarlo para describir su casi despersonalización y el traspaso a ser un depredador carente de humanidad le parecía incorrecto. 

- La cuestión es que sería un placer llevarte conmigo a donde sea. Además, de que si me vuelvo a desaparecer me vas a volver a matar. Y morir duele. O sea, me gusta matar, pero no morir - Se mordió la lengua y soltó una carcajada al imaginar la expresión que tenía su mujer al escucharla decir eso. 

Sin dejar de abrazarla caminó un par de pasos hacia la puerta y se detuvo para que ella pudiese seguir el resto del camino hacia los sillones con mucha más comodidad. Dio un toque de lengua juguetón en los labios de la otra Black al recibir el beso y le tomó la mano para guiarla, escuchándole hablar mientras llegaban al living.

Era curioso lo mucho que iba cambiando el castillo con los años y sobre todo con las personas que lo habitaban. No había tenido tiempo de prestar atención a los pequeños detalles, puesto que sus estadías básicamente pasaban por su cuarto, el baño y la cocina. No pasaba mucho tiempo con el resto de la familia, sólo le bastaba la presencia de Gabrielle.

Cuando Fernando (ya casi ni ganas de decirle padre tenía) era el patriarca, todo era muy oscuro. El ambiente en el castillo se mantenía lúgubre. La iluminación siempre era escasa y se mantenía a base de antorchas y la luz de la chimenea. Era lugar de reuniones emocionantes y planes de guerra contra la Orden. Y siempre había alguien saliendo de las sombras, haciendo su gran aparición como todo buen Black orgulloso, vanidoso e imponente.

Ahora en cambio, con la nueva generación la sala de estar se había convertido en una sala común de las que se usaban en las academias de magia y hechicería. Luces mágicas que no dejaban puntos ciegos y evitaban que alguien pudiera pasar inadvertido. 

Los sillones estaban encantados para que cada quien los viera del color que su mente le impusiera. En el caso de Mahia, por extraño que pareciese, los veía de un tono blanco crema, bastante alejado de aquellos grises oscuros que se usaban en los tiempos de antaño. 

Bien mullidos y con apoyabrazos y respaldares robustos, rodeaban una mesa más pequeña que le permitía a quien quisiera apoyar las tazas o los platos de los aperitivos que quisieran disfrutar frente a la chimenea. Ni qué hablar de los muebles. Aquellos imponentes y aparatosos estantes de algarrobo habían sido reemplazados por otros más modernos.

- No entiendo cómo estos chicos viven en este lugar. Falta... Maldad. Entiendo que las tecnologías mágicas avanzan pero... no me siento cómoda con este estilo. Necesito oscuridad. - Sacó la varita y como novia celosa, reemplazó el vestido que su mujer estaba usando por otro en buen estado. Conocía a Gabrielle, y ese estilo le encantaría. 

Verde esmeralda, de corte bajo en la espalda, pero cerrado por una gargantilla en el cuello por la parte del torso. Marcaba muy bien su cintura y caía por los muslos con una falda en tablillas que tenía pintado un conejo blanco sobre la pierna izquierda. 

Soltó una carcajada con por el comentario del collar y la miró pícaramente. Estaba segura que le podrían dar buenos usos. Se lo dijo en voz baja, haciéndola sonrojar.  

Me parece una excelente idea. Pero no conozco a nadie en el ministerio amor. - Se sentó en el sillón más largo, frente al fuego, y agarró la mano de la ojimiel haciéndole sentarse en su regazo. 

-Creo que ese es más bien tu fuerte. Además la última vez que estuve allí creo que me echaron por querer morder a un empleado que había hablado mal de El Profeta. -

 

 

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