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★ Magic Land ★ (MM B: 109743)


Gatiux
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Un par de días atrás Gatiux había recibido un sobre sin remitente que únicamente contenía un trozo de uña amarillenta en su interior. La señal convenida. Eso le indicaba que el siguiente lunes a medianoche debía de reunirse con aquel que le envió tan cuestionable regalo en el parque de atracciones abandonado que poseía la banshee de cabellos violetas. Aunque ella estaba intentando que fuera un lugar funcional y lleno de vida, aún no lo conseguía. Seguía poseyendo un lugar tétrico con atracciones chirriantes al que no llegaban ni las chinches. Un lugar perfecto para una reunión furtiva, lejos de miradas indiscretas y oídos curiosos.

 

Gatiux lanzó un vial lleno de un líquido plateado, mezcla de sangre de unicornio con hojas de belladona y coclearia trituradas. El duende lo cogió contra su pecho, dirigiéndole una mirada de odio a Gatiux por la posibilidad que la mezcla hubiese terminado desparramada en el suelo. Ella metió las manos en la capa negra con la que cubría su cuerpo, incluso se había puesto la capucha cubriendo su característico pelo violeta. Estaba frente a una criatura que medía la mitad de su estatura, con orejas puntiagudas y lleno de arrugas. Iba vestido con un traje de dos piezas sin corbata.

 

- Estás enganchado a una guarrería muy peligrosa.

 

- Cada quien tiene sus vicios, Malfoy. -gruñó el duende- Tu siempre hueles a alcohol mezclado con perfume caro. Me das lo que me gusta, y yo a cambio te proporciono información. Quid pro quo.

 

La mujer metió las manos en los bolsillos del abrigo gris mientras exhalaba aire por la nariz y fruncía los labios. El duende tenía razón. Habían logrado establecer una relación "laboral" que le convenía a ambos. A ella no le importaba sacarle sangre a su propio unicornio de vez en cuando a cambio de información sobre cosas que poseía la gente. Le daba la oportunidad de elegir objetivos muy concretos. De planear golpes. Y al final el mundo de las sombras es así, siempre hay alguien que conoce a otro alguien contando sus secretos en voz queda. Todos estan conectados en una telaraña primorosamente tejida. Todo acaba sabiéndose.

 

Esperó pacientemente a que el duende acabara de beber la mezcla. Sólo después de eso comenzaría a hablar para soltar lo que tenía que decirle. Gatiux pateó una piedrecita con su bota y luego la pisó. Sus ojos amarillos estaban mirando al suelo para concederle al otro la privacidad justa mientras se drogaba. No era de efecto inmediato, seguiría completamente lúcido unos cuantos minutos más. Giró el anillo de su diestra para proteger la conversación.

 

- Ha entrado a Gringotts un anillo de diamante azul. Fue conseguido en la Casa Bonhams. -el duende chasqueaba la lengua, saboreando hasta la última gota de sangre- Pagaron por la joya 6,2 millones de libras. Es muy rara entre los de su clase.

 

Gatiux silbó al escuchar la cifra. Muy elevada para un simple anillo.

 

- Creía que los Bonhams sólo se dedicaban al arte.

 

- Al parecer hace tiempo que no paseas por Londres. -respondió la criatura- Decidieron expandir el negocio, ya sabes como va esto, siempre se quiere un poquito más.

 

- ¿Que sabes del tipo que lo compró?

 

- Que fue encontrado muerto en extrañas circunstancias. Del nuevo dueño, que es un mago con pinta de mafioso. -le decía el duende- Lo suficientemente listo para encontrar una cabeza de turco y que las autoridades mágicas no le puedan inculpar de nada. Usa un nombre obviamente falso.

 

La banshee le hizo un gesto con la cabeza para que el duende dijera el nombre.

 

- John Doe.

 

Rió.

 

- Es un buen nombre para alguien que quiere ocultar su identidad. -Gatiux se mordió el labio- Detecto cierto sentido del humor irónico en decir que te llamas así. Y una amenaza para los que quieran averiguar más sobre tí.

 

- Todo el mundo le llama Señor Doe, sus documentos así lo identifican. Yo que tu me pensaría lo de robarle a este tipo. Quizás encuentren tu cadáver en el río con una piedra atada a los tobillos.

 

- Bueno, oye, ya sabes lo que dicen de quien roba a un ladrón. Además, que sería la vida sin un poco de riesgo, ¿eh?

 

Se imaginó toda blanca, hinchada por el agua y con los cabellos flotando en cualquier dirección bajo un agua de color verdosa. Era una visión que no le apetecía que se hiciera realidad. Parecía estar adentrándose en terreno peligroso, no aparentaba ser el típico delincuente de poca monta o un señor aburrido que no supiera en qué gastar su fortuna. Tal vez el duende vio el asomo de duda en los ojos de Gatiux y por ello le siguió advirtiendo.

 

- No va a ser tan fácil esta vez, Malfoy. -gruñó el duende- Suele viajar con dos gorilas muy rápidos en esto de usar hechizos. Estarías muerta antes de que pudieras alzar tu varita.

 

- ¿Y? Puedo seducirlo en el bar y usar un imperius cuando estemos a solas. Le obligaré a ir a su cámara conmigo. Un hombre regalando un anillo a una mujer no es algo tan raro.

 

El duende volvió a negar con la cabeza. Chasqueó la lengua tres veces.

 

- Se dice que nuestro amigo sabe cierta Oclumancia aprendida por cuenta y riesgo, proteger su mente de un posible asalto es lo que le mantiene rico y traficando con objetos. Si quieres entrar en su mente vas a tener que aprender Legilimancia por lo menos. O llevar contigo a alguien que sepa hacerla.

 

Un leve escalofrío recorrió la columna vertebral de la Malfoy. Recordó los ojos del wampus que le acechó durante su estadía en el desierto. Y a Orión nombrando algo acerca de la Legilimancia. Era como si todo estuviera conectado. Y quien estuviera tejiendo el tapiz estaba marcando un sendero muy claro. Intentó descartar esa idea que comenzaba a cobrar fuerza, pero no pudo. Ahora se sentía intranquila.

 

- Si aún estás tan loca como para intentar robarle al Sr. Doe... -el duende le pasó una nota a Gatiux- Se suele reunir ahí los sábados con un amigo suyo. Lo que hagas a partir de ahora es cosa tuya.

 

Ella agarró la nota, la leyó y la metió en el bolsillo. Iría a echar un vistazo, por supuesto.

 

- Como siempre, un placer hacer negocios contigo, a más ver mon ami.

 

Desapareció.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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  • 5 semanas más tarde...

Un joven de unos veintipocos se encontraba en la puerta de Magic Land con una pequeña nota entre sus dedos. Tenía un ojo amarillo y el otro azul. Mucha tierra en un rostro un tanto aniñado. Finísimo vello facial sólo en su bigote y barbilla. Se notaba malhumorado, hasta escupió a un lado del letrero. Sus ropas pertenecían a una banda guerrillera con manchas de grasa automotriz y sangre. Tenía un parche con calaveras que tenía el nombre de Astor.

 

Se metió las manos en los bolsillos y le pegó una patada a una roca que tenía a su lado. Era relativamente alto y de contextura normal. Iba por el único camino pavimentado viendo los juegos en desuso y poniendo los ojos en blanco. Giró la cabeza y se detuvo al ver un pequeño trailer en un lote un poco más vacío.


Tocó la puerta.

 

- ¿Alguien vive? Este lugar apesta a rayos.

Editado por Orión Yaxley

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El sonido de alguien tocando a la puerta de la caravana hizo que Gatiux levantara la vista del montón de papeles que tenía delante. Pudo escuchar perfectamente como decían que el lugar apestaba a rayos, por lo que no era ninguno de los trabajadores que se afanaban por adecentar el lugar. Se levantó de mal humor y abrió la puerta de un tirón.

 

- ¿Qué pierna se te ha roto? -preguntó- Estamos de remodelación, no se admiten visitantes.

 

Miró de arriba a abajo al chico alto que tenía delante, desde arriba porque la altura de la caravana le daba ventaja. Tenía una combinación un tanto singular de color de ojos, uno amarillo y otro azul. Gatiux lo miró de arriba a abajo con sus ojos amarillos, no estaba de buen humor ni para tonterías.

 

- Mira chico, si vienes a quejarte porque te hemos quitado el lugar para fumar con tus amiguitos, lo siento mucho. No me importa. Tendréis que buscar otro sitio para colocaros con mandrágora... Ahora lárgate por donde sea que te hayas colado.

 

Cerró la puerta de la caravana tan fuerte como la había abierto.

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  • 8 meses más tarde...

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Aquel mago no tenía bien claro a que sitio ir...pero le fastidiaba tener que quedarse quieto en un sitio cuando la inquietud le impulsa a moverse...pero a donde ir? ...la verdad que no lo pensó mucho, solo montó a su dragón y le indico que se elevará, sentir el aire sobre su cara le tranquilizaba y la criatura le iba bien estirar las alas...

 

Realmente no tenía que ir a un lugar especifico, no era imperioso, pero surcar el aire en ese día tan frío, se le había antojado buen plan, por lo que atravezo volando el callejón Diagón, casi a las afueras se sintió tentado de bajar unos minutos pero lo que vi no le parecio atractivo...un parque al parecer abandonado se veía con poca actividad...extraño...pero cosas así también se dan en el lugar, el mago siguió su camino, realmente duda que halla algo que valga la pena en aquel parque pero quizás el tiempo era lo que hacía falta para que tuviese otra "cara"...así que enfilo vuelo hacia otra localidad, disfrutando de la tranquilidad que se cierne por la ciudad...

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  • 3 meses más tarde...

Matt Ironwood.

 

La noche se cernía sobre Londres, una luna enorme brillaba acompañada por un séquito de estrellas en un cielo despejado, mientras una suave brisa fresca recorría los callejones empedrados del Callejón Diagon.

 

El castaño acaba de salir de un reconocido restaurante del lugar en el cual había comido excelente y como todavía no era más de las diez de la noche, decidió dar un recorrido por el callejón.

 

Uno nunca podía aburrirse en aquel lugar, las opciones para entretenerse eran cientos y la variedad de las mismas era abrumadora. Siempre era un hervidero de gente, a cualquier hora se podía observar clientes, turistas, trabajadores moviéndose por el entramado de callejones principales y callejuelas secundarias que comprendía aquel afamado punto del Londres mágico.

 

Matt se había vuelto un transeúnte habitual del lugar, desde que cada cierto tiempo regresaba al Reino Unido en sus momentos libres. Pero a pesar de sus incontables visitas no conocía ni una sexta parte de todo lo que el Callejón tenía para ofrecerle.

 

Por lo cual aquella noche decidió tomar una pequeña callejuela serpenteante de pequeños negocios de fachadas sencillas y colores discretos y conocer un nuevo sector del Callejón Diagon.

 

Bares, mercerias, licorerías y tiendas que ofrecían objetos que desconocía y con carteles escritos en lenguas totalmente ajenas al ojiazul se sucedieron mientras los pasos del Ironwood resonaban sobre los adoquines agrietados por el pasar del tiempo.

 

Ningún lugar le atrajo y muchos otros parecía ser mejor evitarlos, estaba por volverse cuando un amplio cerco muy descuidado captó su atención, manchas de óxido y agujeros tan grandes como para que tranquilamente pudiera deslizarse al interior, dejaban vislumbrar un amplio terreno prácticamente baldío sino fuera por la montaña rusa de madera que se encontraba el en centro del predio.

 

El ojiazul entornó los ojos, ¿Qué era aquello?, siguió recorriendo el cerco hasta toparse con la entrada donde un destartalado cartel trataba de decir: "Magic Land" y de repente recordó los rumores. Le habían contando en cierta ocasión que en el callejón existía un parque de diversiones prácticamente abandonado, generaciones de dueños de aquel lugar jamás parecieron preocuparse por el mismo y pronto fue cayendo en el olvido y a medida que crecía su descuido aumentaban los rumores del mismo. Según la palabrería de los habitantes del callejón, sucedían cosas inexplicables en aquel recinto y pronto el parque abandonado acuñó su propia leyenda.

 

No había nadie, no tenía nada mejor que hacer y la leyenda prometía por lo que encendiendo su varita el mago se coló por uno de los agujeros en el cerco e ingresó en el prácticamente vacío predio del parque. Un escalofrío recorrió su espalda ¿Estaría refrescando?.

 

Emprendió la marcha directamente hacia la vieja montaña rusa, la única atracción en el parque de atracciones y que aparte del oxidado puesto de panchos era la única construcción en tan enorme terreno. No había dado ni 30 pasos cuando un sonido a su espalda lo hizo voltear e iluminar el cerco, alguien acaba de entrar.

 

-Pensé que estaba abandonado - lanzó la primera excusa que se le vino a la cabeza.

 

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El Callejón Diagon era aquel lugar al que recurría cuando necesitaba tomar algo de aire y despejar la mente. Y esta era una de esas noches. No importaba la hora del día ni el momento del año; sabía que las calles del Callejón servirían para despejar un poco mi mente del murmullo constante que la atosigaba. La primavera se estaba instalando sobre Inglaterra, por lo que la noche ya no estaba tan fría como de costumbre y las calles estaban aún más abarrotadas de gente de lo usual. Los locales tenían las luces encendidas, y mirando por la ventana era sencillo distinguir que en casi ningún sitio había lugar para sentarse a beber algo o comer.

 

La gente paseaba, y también lo hacía yo. Sentía el suave sonido de mis botas sobre las calles empedradas, mientras mantenía mi mente distraída mirando vidrieras e ignorando el mundo que me rodeaba. Caminaba en mi mundo, escuchando una especie de melodía en mi mente, sin prestar demasiada atención a la gente que me pasaba por al lado. De repente, las vidrieras se terminaron. En su lugar, un portón de hierro oxidado intentaba impedir el paso a un sitio oscuro pero cuyas formas se recortaban contra el cielo nocturno; siendo la más llamativa la de una ¿rueda gigante?

 

¿Hacía cuánto tiempo estaba ese lugar ahí? ¿Sería ese el parque de diversiones del que siempre había escuchado pero al que nunca había llegado, por algún motivo? Me detuve a observarlo. Transeúntes pasaban a mi lado y ni siquiera volteaban a verlo, como si no estuviera allí. ¿Estaba enloqueciendo, acaso? Comenzaba a creer que sí cuando delante de mí, a varios metros del portón, la luz en la punta de una varita se encendió. Había alguien que de a poco se adentraba en el lugar. No estaba loca, alguien más lo había visto. El sitio era real. Quizás los rumores no tanto.

 

Me metí por encima del portón, maldiciendo haber decidido ponerme falda aquella noche y haciendo un ruido infernal. La alisé con las dos manos y levanté la vista. La figura se había volteado y me iluminaba con su varita. Era un chico que no conocía, o al menos no recordaba haberlo visto. Parpadeé, intentando acostumbrarme a la luz entre tanta oscuridad. Escuché su comentario y me sonrojé. -Yo no tenía idea de que esto estaba aquí... - comencé con mi propia excusa. -Soy Mía, por cierto. ¿Habías venido por aquí antes?- me presenté rápidamente.

 

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Matt Ironwood.

 

Una voz de chica fue la que la respondió, una voz que desconocía por completo. El mago apartó el haz de luz del rostro de la mujer hacia un costado donde podía verla mejor.

 

Era una chica mas o menos de su edad, de largo cabello rubio y ojos grises, no conocía para nada aquella mujer y por su manera de hablar no parecía ser la dueña de aquel parque por lo cual el estado de alerta del ojiazul bajó.

 

-Matt - se presentó a su turno después de escuchar la pregunta de la vampiro - No, es mi primera vez aquí, lo encontré y no pude evitar intentar probar si la habladuría que envuelven este lugar son ciertas - sonrió involuntariamente el castaño al sentir que la tensión que hasta hacía unos instantes atrás atenazaba su cuerpo se liberaba.

 

¿Aquella chica estaría por los mismos motivos que el? Aunque no lo admitiría en voz alta la perspectiva de tener compañía y no sumergirse solo en aquel lugar le sentaba mucho mejor que la soledad tensa en la que se encontraba antes - ¿Vienes por lo mismo? - inquirió a la mujer mientras se volteaba para alumbrar la enorme y a la vez precaria montaña rusa que se alzaba como la principal atracción del lugar.

 

-No puedo creer que tengan este juego abierto, debería ser ilegal - bromeó.

 

 

@"Mia Zoeh"

 

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Por un momento, el aire entre el muchacho y yo podía cortarse con una navaja debido a la tensión que había. Yo incluso sentía que había dejado de respirar por un momento. Sin embargo, al comprobar los dos que ninguno planeaba atacar al otro (al menos no en ese instante), ambos parecimos relajarnos un poco. No había notado que estaba encogida de hombros hasta que los dejé caer y noté que el cuello me dolía un poco. Empuñé mi varita, la que llevaba oculta entre debajo del suéter color crema que había elegido para aquella ocasión (quizás no la más acertada decisión, observando el lugar donde me encontraba) y conjuré Lumos, haciendo que la punta de la misma brillara con la misma intensidad que la del castaño.

 

Su nombre era Matt, y no lo conocía de nada. Probablemente tuviéramos la misma edad, o cerca. Tenía el cabello castaño y ojos azules, y un acento que reconocí de inmediato como americano. No parecía vampiro; por el contrario, se veía más humano de lo que recordaba haber visto jamás. Estaba acostumbrada a moverme entre ellos; yo misma no podría casi ser considerada un vampiro por los miembros más puros de la comunidad. Venía a comprobar si lo que se rumoreaba por el pueblo (que evidentemente había trascendido los escaparates de las tiendas) era cierto. Yo en realidad no iba por eso, pero la idea de una aventura se me hacía tentadora; sobre todo ahora que necesitaba despejar mi mente y ocuparla en otros asuntos.

 

-En realidad entré por curiosidad. Nunca había visto este lugar, y creo que escuché los rumores mientras estaba en el Colegio pero jamás les presté demasiada atención.- me coloqué a su lado, manteniendo la varita en la diestra pero lejos de nuestros rostros. La luz blanca era lo suficientemente cegadora como para querer tenerla cerca. -Pero iba caminando, y vi la luz de tu varita, además de toda el aura de misterio que parece envolver a este lugar... Y simplemente no me pude resistir a entrar.- me sonrojé al decir lo último; me di cuenta de que podía sonar extraño así que bajé la mirada al suelo, intentando ver por dónde caminaba.

 

El castaño parecía más relajado, y no parecía molestarle el hecho de que me hubiese sumado a su pequeña aventura. Hizo un comentario sobre la montaña rusa que se veía no tan a lo lejos y me reí. -No, no me parece sensato que esto siga abierto.- dije entre risas. La noche parecía haber tomado otro color; ya no hacía tanto frío a nuestro alrededor.

 

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Matt Ironwood.

 

Juntos siguieron avanzando hacia la montaña rusa, sumidos en un largo silencio que pronto comenzó a incomodar al castaño, no era una persona dada a aquellas pausas y la montaña cada vez parecía más lejana, se aclaró la garganta y se volvió hacia Mí.

 

-Dijiste que este parque era un rumor en el colegio… ¿fuiste a Hogwarts?, solo fui una vez es un hermoso castillo - trató de romper el condenando silencio con una pregunta trivial que si ambos colaboraban podrían dar pie a una larga conversación.

 

Los colegios mágicos en el mundo eran instituciones importantes que normalmente guardaban celosamente sus secretos y ubicaciones de otras naciones, pocos eran los intercambios y visitas que estudiantes y profesores de alguno de estos lugares podían realizar a sus homónimos de otros países. El Ironwood tuvo la suerte de visitar el colegio británico por el curso de formación que tuvo con los aurores ingleses y quedó maravillado por el aura y la historia que envolvía y se respiraba en aquellos terrenos.

 

Ilvermony, el colegio estadounidense era mucho más joven que Hogwarts y se hizo a imagen y semejanza de aquella escuela, por lo cual aquella visita fue muy especial para el ojiazul.

 

Después de unos minutos de charla llegaron frente a la precaria atracción, Matt levantó su varita hacia la punta del juego iluminando todo a su paso, lo único que daba miedo de aquello era que no lo hubiera clausurado todavía. ¿Cómo podía ser tan irresponsables las autoridades del Callejón en permitir que algo tan inestable y en mal estado siguiera abierto al público?

 

-Me sorprende que esto no haya causado un accidente - suspiró Matt mientras recorría la enorme base de madera. Llegó hasta la entrada del juego, unos simples escalones hechos en tablas que ascendían hacia una pequeña plataforma donde los carros oxidados y unidos aguardaban por los pasajeros.

 

La trayectoria de la montaña rusa era un atento al buen juicio, pocas veces había visto una pista con tantas vueltas, inversiones, empinadas subidas y largos descensos, sería un excelente desafió llenó de adrenalina pero el enorme armatoste estaba en tal mal mantenimiento que era casi un boleto asegurado a San Mungo.

 

-No creo que nos digan nada por subir - le sonrió a Mia mientras emprendía el ascenso por los escalones hacia la plataforma pisando con mucho cuidado por temor a que la estructura cediera.

 

Los escalones aguantaron y el castaño pudo llegar hasta la plataforma, allí el piso de madera se quejaba más bajo sus pies pero no parecía que fuera a ceder. Matt iluminó los carros de metal con la pintura de muchos colores estridentes descarrilada en varios lugares.

 

-Hay que ser valiente - bromeó - Espero que la entrada sea barata - se giró hacia su compañera mientras una vaho acompañaba cada una de sus palabras, de pronto hacía más frío y hasta aquel momento no se había percatado de la espesa niebla que los envolvía, apenas podía ver más allá de un metro delante y la enorme luna y las estrellas que iluminaban la noche se escondían bajo un espeso velo nebuloso - ¿De donde salió toda esta niebla? - su cuerpo volvió a tensarse frente al repentino cambió acompañado de una siniestra sensación de que estaban siendo observados.

 

@@Mia Zoeh

 

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El silencio cayó entre ambos de nuevo; un silencio incómodo y pesado que se hacía a cada paso más abrumador. Me detestaba por no saber cómo llevar adelante una conversación medianamente coherente, y mantuve baja la cabeza mirando al piso y a mis botas. La montaña rusa se acercaba a nosotros a pasos agigantados, y aunque no podía leerle la mente al castaño, estaba casi segura de que sus intenciones incluían subirse a aquella atracción que por algún motivo no había sido clausurada. ¿Qué habría sucedido allí para que todo pareciera haber sido abandonado de golpe, sin tiempo a proceder a cerrar los juegos?

 

Matt hizo un comentario sobre Hogwarts y levanté la mirada hacia él. Era visiblemente americano, probablemente no había asistido a Hogwarts pero aún así parecía conocerlo profundamente. Le sonreí. -Sí. Fui a Hogwarts hasta los diecisiete años. Pertenecí, y considero que pertenezco, a la casa Ravenclaw. ¿Conoces Hogwarts?- pregunté. Había sido un miembro orgulloso de la casa de las águilas, y aún hoy conservaba ítems pertenecientes a mi pasaje por allí. -¿Qué hay de ti?¿Dónde estudiaste?- me sentí un poco mal por no tener mucha idea de otros colegios en el mundo.

 

Llegamos al fin a la montaña rusa, y en efecto, no estaba clausurada. Es más, podíamos subir (si la escalera lo soportaba) y acceder a los carritos despintados. El castaño hizo un comentario sobre la extrañeza de que nada de eso hubiese sido clausurado. Yo estaba elaborando mi propia teoría. -Creo que no es de irresponsables. Creo que no tuvieron tiempo de hacerlo.- comencé a hablar, y volteé a verlo. -Todo esto parece como si hubiese sido abandonado de golpe, como si quienes estaban aquí hubiesen desaparecido en el acto, o como si hubiese sucedido algo que les dio muy poco tiempo para dejar este lugar, sin tiempo a cerrar nada...- observé los alrededores, intentando ver un poco más allá de lo que la luz de la varita me permitía.

 

Cuando hice esto, noté que una espesa niebla nos envolvía. La noche había estado despejada y para nada fría hasta ese momento, donde no sólo la niebla no permitía ver demasiado lejos sino que un aire frío comenzaba a calarme hasta los huesos. Hice un esfuerzo por no tiritar, intentando mantener todo el calor posible, y me abracé a mí misma, intentando generar algo de calor y cubrir los espacios entre los puntos del tejido de mi suéter. -De golpe hace frío, ¿no te parece?- le comenté a Matt, quien parecía tan confundido como yo, al tiempo que el castaño indagaba sobre la niebla. Era como si una nube helada nos hubiese envuelto a ambos mientras subíamos la escalera de la montaña rusa, y ahora simplemente no podíamos salir.

 

Bromeó un poco más con la entrada, y mientras me reía de su comentario para intentar no pensar en el frío que cada vez penetraba más a través de mi ropa, me dediqué a observar la montaña rusa. En sus años dorados tampoco debía haber sido una atracción segura; había vueltas que parecían desafiar las leyes de la física, pero estaba convencida de que aquello era lo que le había dado el atractivo para la comunidad que concurría allí. Decidí investigar más de cerca y me acerqué a uno de los carritos metálicos. Estaban despintados y sucios; el paso del tiempo y el abandono se hacían notar sin dudas. Puse un pie dentro y sentí el crujido cuando pisé. Me reí, un poco nerviosa. -Bueno, si esto sale mal, fue un placer conocerte.- dije en dirección al castaño, restándole importancia al asunto, y me subí por completo al carrito. Pareció aguantar mi peso. Probé al arnés de seguridad y, aunque chirriando, aún funcionaba. O al menos subía y bajaba; no estaba garantizado que cumpliera su función de seguridad.

 

Un escalofrío me recorrió la nuca y pude sentir que se me erizaba la piel. Alguien nos observaba. O algo, lo que tampoco me tranquilizaba. Volteé a ver a Matt, quien parecía la única persona en el lugar además de mí, y a quien podía distinguir entre la niebla. -Alguien, o algo, nos está observando.- dije en un susurro lo suficientemente alto como para que pudiera oírlo. -¿No tienes esa sensación?- añadí, poniéndome alerta y moviendo la luz de mi varita hacia todos lados, intentando ver algo.

 

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