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Castillo Evans McGonagall (MM: B 97458)


Syrius McGonagall
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La danza 

—Acércate.

La elfina puso la bandeja sobre la mesa rodeada de hadas revoloteantes. Era una mesa larga de madera antigua, con marcas pequeñas, aquí y allá, causadas por el uso. Sus dueños nunca se molestaban en corregir los daños, lo mismo que los elfos no se sentían con el permiso de hacerlo. Las hadas brillaban a la luz de la tarde y el gorjeo de sus alas dotaba al espacio de un aire apacible, amodorrado, casi glotón. Los pequeños pasos de la criatura tuvieron que hacer algo de esfuerzo para llegar hasta Melrose. La muchacha entendió que algo sucedía con Freya: era como si, de la noche a la mañana, la criatura hubiera sufrido de un envejecimiento acelerado. "Nada qué hacer" había dicho Richard "no es un maldición del cuerpo. Su mente partió junto con Pandora".

Melrose tomó las manos de la criatura, de un tono oscuro, con venas azuladas. 

—No es necesario que traigas más bandejas —la tranquilizó. La criatura se agitaba, como si Melrose hubiera dicho algo malo—. Todo está bien. Ya no necesitas hacer eso. Sólo descansa.

—¡Pero señorita Melrose, Freya jamás podría...!

Mel le hizo un gesto a P-ko. La otra elfina sabía que había una pequeña cama de elfo al fondo del pasillo. La habían instalado en una extensión mágica junto a la cocina. La llevó sostenida de un brazo, al cuartito pequeño, donde la criatura podía descansar con un oído pegado a la puerta. De otro modo, le daba una ansiedad tremenda, el dejar de cumplir con sus deberes de servidumbre

Melrose tenía una sensación extraña en el pecho. Ni la muerte ni la enfermedad le eran ajenas pero había algo en los detalles del pequeño cuarto, el hecho de que la mayoría de los Evans no estuvieran allí y que ella y P-ko, estuvieran presentes. La ciudad callaba y el eco de los muros temblaba con viejas historias y otras más recientes. Los ojos de la elfina se aclaraban y velaban cada tanto, hasta que empezaron a mirar sin ver.

—¡Ama Bel!

¿Alucinaba P-ko con la pelirroja? Por un instante, Melrose creyó estar ciega también. Las lágrimas solo le dejaban ver una mancha roja. 

—Ama, yo sabía que estaba usted viva, que la sangre de este castillo no había muerto. Que nunca morirá.

La elfina deliraba. Apretaba su mano en el aire. Melrose percibió el aroma de la nieve, lo que no tenía sentido, porque afuera el atardecer no podría haber sido más cálido y perezoso. Entonces, vio la mano que apretó la de la elfina. Un último apretón misericordioso, antes de que la criatura extinguiera su propia visión, con una sonrisa en el rostro.

En la noche, cuando cavaba al costado del castillo, con manos terrosas, recordaba cuántas veces le había robado a la pobre criatura, bocadillos, sánguches y porciones de fideos. Podría haber sido más amable. Podría haber pensado en cuánto había demorado la criatura en hacer todas esas cosas. Sin recibir nada a cambio, encerrada en una colmena de piedras frías. 

—Vamos, tenemos que ir al buffet —masculló Richard—. Y yo que había preparado las cosas para una fiesta aprovechando que están fuera.

Entonces la tierra de la tumba ya cubierta estuvo una vez más en el agujero original. El cuerpo de la elfina fue llevado por Melrose a la pequeña cama. Ella y Richard retornaron al cuartito en donde la mano la apretujó antes de morir y Richard fue a su cita médica. Las velas que habían sacado de la cajuela para velarla estuvieron de nuevo completas y en sus cajones mientras ella mantenía los ojos fijos en la criatura. P-ko volvió a su lado en lugar de preparar la cena funeraria y Freya abrió los ojos. Melrose se dio cuenta, mientras retornaba al patio, de que su estómago se depletaba y sentía un hambre retrospectivo.

La piscina brilló con la luz de las cuatro de la tarde mientras la muchacha, cada vez más hambrienta, tomaba un pastelillo del buffet reservado para la noche. Luego, Richard estaba allí, recordándole que tenía una visita con el dermatólogo a las cinco y Mel le decía que era una estupidez, pues ella con sus ojos licantrópicos, podía ver a su piel rejuvenecer por segundo.

—Te digo, que a cada minuto te haces más joven.

Richard soltó una carcajada, pensando en que a las cuatro en punto muchos Evans estarían allí antes de salir de excursión y de que era extraño que ninguno hubiera notado que se despacharían la despensa. Tomó muchos bocadillos que normalmente no comía porque al fin y al cabo ¡Si de verdad no estaba envejeciendo y no engordaría ya qué más daba! Y Melrose, mientras tanto, pescó de la piscina una lata de cerveza fría de la isla de latas que flotaban juntas por el agua, pues alguien había usado la piscina como refrigerante y no había roto el hechizo desde entonces. 

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Un libro cayendo desde el otro extremo de la biblioteca lo sacó de la lectura concentrada que había sostenido todo ese tiempo. Cuando, con ojos amodorrados observó a su alrededor, reconoció a la distancia a Matt Ironwood, descendiendo los peldaños de la escalera plegable a la que, con toda probabilidad, se había subido para hacerse con el ejemplar que había caído con tal fuerza desde lo alto. 

¡Por todos los cielos, ya se debe estar poniendo el sol! — clamó Rory con cierta con cierta contrición mientras estiraba los brazos tratando con esos movimientos de espantar al pertinaz sueño— Después de rogarle tanto que nos deje quedarnos aquí, P-ko no va perdonarme que esté llegando tarde al banquete.

Matt no le respondió, en cambio, llevó su largo dedo índice hacia sus labios, indicándole al predicador que guardara silencio. No muy convencido de las razones, Despard obedeció y vio como el hombre recogía su libro del suelo con el mayor sigilo posible, y lo llamaba para que pegara el oído a la pared que colindaba con el pasadizo de los retratos.

Fue entonces que Rory lo oyó. Un susurro de palabras incomprensible en medio de sollozos, impregnados de una tristeza que parecía capaz de atravesar las sólidas paredes del castillo, y hasta su propio cuerpo. Una tristeza que lo hizo soltar lágrimas y le provocó un dolor incomprensible en el pecho, tan fuerte que buscó a tientas la mano de Matt para asirla con fuerza y evitar su propio colapso mental y físico. 

Sus poderes de sacerdote no dejaban resquicio para la duda. Alguien acababa de morir en el Castillo. ¿Pero de quién podría tratarse? Cerró los ojos, estrujado todavía por esa tristeza que permeaba el ambiente y fue entonces que la cadencia de la voz de Bel Evans proveniente del exterior llenó sus oídos. 

Los dedos se desentrelazaron de los de Matt con naturalidad, y el muchacho lo llevó de vuelta cerca de la escalera plegable, desde donde le hizo una seña y le pidió que guardara silencio, para después ascender a lo más alto de los estantes de la biblioteca Evans que llegaban hasta el cielo raso del castillo.  Rory se apartó y volvió a las páginas de aquella bitácora que había iniciado la matriarca Evans en su tiempo de locura, y en dónde por voluntad propia había pretendido narrar los sucesos de la guerra mágica en la que se había involucrado desde su llegada a Ottery, una empresa encomiable que sin embargo, con el paso de los años, había ido perdiendo espacio ante otra clase de obsesiones más personales e inconfesables de la bruja. Una narración difícil de seguir porque además saltaba entre fechas sin más orden que el  de la predominancia y potencia que un recuerdo podía tener en la atormentada mente de la pelirroja.

Sacó el delicado trozo de tela guardado en el estuche para los lentes, y repasó con ella los cristales que fueron empañándose con cada pasada. Cuando se los colocó de nuevo sobre el rostro, Rory creyó ver en el reloj de pared que las manecillas iban a la inversa. Matt iba desde el rincón de la habitación hasta cerca de la mesa donde él colocaba junto a los demás último cuaderno de campo de Bel Evans y dejó escapar un suspiro cuando su muñeca poco a poco se libró de las punzadas de dolor a medida que el pergamino se vaciaba de anotaciones  y la tinta volvía a rebosar en el tintero.

 — Creo que ese libro de encantamientos que buscas está en la parte más alta de las estanterías. Me encantaría acompañarte, pero estos diarios no van a leerse solos — indicó hacia el otro mago que permaneció de pie a su lado, hasta que Rory se levantó también de la silla, retirando la pila de diarios de la mesa, para colocarlos en la estantería.

La vista de ambos se perdió entonces en la contemplación del recinto que se mostraba en perfectas condiciones a pesar del poco uso que había tenido en los últimos meses, como recalcaba P-ko con un inequívoco aire de nostalgia mientras los conducía hacia la puerta, desde dónde con un simple chasqueo de dedos, la elfina conseguía dejar a la biblioteca sumergida en la oscuridad.

Pueden explorar libremente, pero estén puntuales para el banquete que se servirá a las cuatro en punto— anunciaba la elfina, con el mejor traje de mucama que le había visto en mucho tiempo, deshaciendo una reverencia— Amo Matt y Amo Rory no deben olvidarlo.

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Matt Ironwood.

-¡Rory! - exclamó con alegría el hawaiiano al encontrarse al pequeño predicador en el pasillo. -Tanto tiempo, mi pelirrojo favorito - continuó con su tal característica jovialidad mientras se acercaba y abrazaba con fuerza al irlandes. 

-No esperaba encontrarte en el castillo - confesó aunque tampoco es que el Ironwood tuviera mucho conocimiento de los movimientos de la familia por el castillo cuando había llegado hacía tan solo la noche anterior. 

-¿Has venido a la fiesta de Melrose? ¿No es así? - el castaño había recibido la invitación hacía una semana. P-ko la elfina de las castillo las había enviado a todos los miembros de la familia con un tiempo de antelación adecuado para que pudieran venir.

-Dios, como extrañaba Inglaterra - suspiró con una sonrisa Matt - pero no lo vayas a repetir por ahí y menos a mis compañeros del buró, por favor, ya suficiente bullying me hicieron al enterarse que venía a pasar mis vacaciones de verano a Londres - sonrió. 

-Justo iba a buscar unos libros a la biblioteca, un pedido de Linda - revolvió sus ojos en una señal de exasperación y se encogió de hombros -, ¿me acompañas? - 

 

El ojiazul había llegado la noche anterior y por el maldito jetlag no había logrado conciliar el sueño ni por un momento, no importaba cuánto lo había intentado. Pero aún así y casi milagrosamente no se sentía cansado, quizás era la emoción de volver  encontrarse con su familia del otro lado del mundo y a la que hacía tanto tiempo no veía. La fiesta daría inicio al acoso y todos vendrían.

Aún faltaban un par de horas para el evento y el mago no tenía mucho por hacer, si tenía que visitar la biblioteca pero no era una urgencia, además tenía un poco de hambre y algo que jamás escaseaba por el castillo Evans era la comida.

La cocina era un caos, como cabría esperar. Los elfos del castillo trabajaban incansables yendo de un lado a otro de la enorme habitación asegurándose que nada se quemara, se enfriara o estuviera falto de especias. A pesar del caos visual y auditivo que reinaba en el lugar el espectro de aromas que emergían de cada olla burbujeante y horno le hacían el agua a la boca a Matt. 

Y entre todo ese ajetreo se encontraban Melrose y Richard - Aloha - los saludó con una sonrisa el mago mientras zigzagueaba entre las pequeñas criaturas que trabajan para acercarse hasta los brujos. 
-Los veo muy ocupados, demasiado estrés cocinado - bromeó irónicamente mientras estiraba su mano para estrecharla. 

 

El sol comenzaba a ocultarse y las hadas revoloteaban por el tranquilo y cálido aire de verano, iluminando el impecable jardín. Bajo la luz dorada de aquel momento el ojiazul inspiró profundamente llenando de feliz recuerdos y sonrió. 
 

 

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Tic… resonaba con insistencia la alarma una vez más, maldije para mis adentros, no quería pensar en mover un solo musculo. Estaba exhausta, no sabía si de vivir o de simplemente existir, sin embargo, nuevamente estaba ahí ese infernal sonido de tic, toc.

Di un manotazo cerca del móvil, un artilugio que cada vez comprendía menos pero que hasta el momento era mi único medio de entretenimiento, teniendo en cuenta que me la pasaba más divagando en mis pensamientos que estando haciendo algo productivo.

Esa era mi vida desde hacía seis meses, no tenía un propósito, no experimentaba una alegría clara de continuar en esa existencia, no obstante, tampoco deseaba marcharme del todo porque absurdamente consideraba que solo en la tierra encontraría consuelo a las decisiones que me llevaron a estar semi denuda sobre las sabanas hechas girones.

En mi defensa podría afirmar con vehemencia que tenía resaca, aunque para una criatura como yo era demasiada fantasía.

Me levante de la cama más por inercia y porque desde luego se escuchaban voces y pasos por el castillo. Poco me importaba que alguien se percatara de mi llegada, aunque estaba segura que aquel hombre de ojos azules había percibido mi andar un tanto errático, me encogí de hombros y anduve descalza a la ducha, necesitaba un poco de agua fría para refrescarme.

Sentir el agua tocar mi piel era toda una experiencia que cerré los ojos y me concentré en sólo los sonidos del exterior, el ruido de un sollozo me hizo abrir los parpados mientras mi mente nuevamente me transportaba a ese tiempo…

–¡Estás loco! – le dije intentando no sonreírle, no obstante, era tan poco probable que mi cometido se cumpliera, porque definitivamente estaba sintiendo algo tan irascible y poco comprensible que solo acerté a besarle una vez más.

Regrese al tiempo presente al darme cuenta que la yema de mi dedo índice recorría mi labio inferior con insistencia, recordando el toque de esos labios que no volverían más. Suspiré y dejé que un par de lagrimas migraran con el agua hasta el desagüe.

Tras una hora estuve lista para afrontar aquello que esperaba fuera de mi habitación, aunque tenía que admitir que al salir al pasillo vislumbre la silueta de… negué en redondo aquel pensamiento fugaz y seguí andando, con los zapatos deportivos en la mano derecha y un pantalón guinda de algodón.

No tarde mucho en ver a los demás reunidos cerca de la piscina, nuevamente estaban ahí esas visiones, me restregué los ojos intentando alejar la cabellera rubia de aquella pequeña que tanto anhelaba, –definitivamente he perdido la cordura –acerté a decir antes de agacharme para tomar una lata de cerveza, dejar mis zapatos sobre el césped y saludar a los presentes con una leve reverencia al tiempo que le daba un gran trago a mi bebida.

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  • 2 semanas más tarde...

—Eh, ¿esa no es Kutsy?

Melrose gira el rostro y su expresión se adorna con una sonrisa. Alarga una cerveza, pero la muchacha vampiro ya tiene una en la mano, así que Mel se la entrega a Richard, quien la recibe y se queda mirando en sus ojos un buen rato. Hay un encantamiento extraño en esa tarde amodorrada y tibia. Melrose recuerda de pronto, como Ellie se pasaría por el castillo a golpe de las tres, aunque todavía es algo pronto para eso. 

—¿Qué han estado haciendo? ¿Alguna novedad importante?

La bruja no es de hablar mucho, así que su pregunta no es para alguien en particular y se siente antinatural. Richard se acuesta en una tumbona cubierta por un toldo embrujado, que le permite disfrutar del clima sin quemarse y Melrose se acuesta en el césped junto a su silla. El brujo acaricia su cabello distraídamente mientras juega con un lapicero, haciéndolo girar en el aire. Su magia descontrolada no parece estar afectando de mala manera ni a Melrose ni a nadie más, lo que tampoco es común. Dicho pensamiento en el fondo de su mente, se funde con la misma rapidez con la que acude. 

Otra parte de su cerebro se distrae. Los dioses parecen estar angustiados. No sabe de donde le viene el pensamiento, pero lo tiene ¿Es acaso un llamado de los paladines? No tiene idea. Richard anuncia que pronto serán las cuatro y media. Melrose ríe sin sentido. Es gracioso pensar en el tiempo.

—Ah...

El eco de la voz vuelve sus cabezas. Son Despard y Ironwood. 

—Adiós... quiero decir, hola.

Richard la mira algo alarmado, pero sus ojos fijos vuelven a relajarse un segundo más tarde.

—Ah, veo que somos varios —comienza, olvidando sus usuales modales en ese tipo de situaciones— ¿Alguno quiere jugar a carreras de botellas? 

A manera de seña, levanta un dedo, para indicar que no hará uso de su varita. Melrose se siente inquieta y entusiasmada ¿Será seguro? ¿No irá a explotar o algo? No, no, eso no tiene sentido... ¿Lo tiene?

Melrose golpea el suelo a su lado para indicarles que pueden tomar asiento allí ¿Será que llegará Ellie a las tres? ¿Y qué hay de las otras sillas tumbonas? Seguro más Evans de regreso.

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Ellie había esperado encontrar la habitación de Madeleine llena de polvo. A pesar de que no está muy al tanto de lo que ella esté haciendo con su vida, sabe que poco a poco sus pertenencias han ido a parar a un departamento en Londres. Además, por el tono distante que usó para recordarle "lo de la cosa" en el castillo de la familia Evans McGonagall, se atrevía a deducir que quizás había pasado bastante tiempo desde la última vez que pasó una noche en el hogar de su familia de sangre. Pero su habitación estaba bien iluminada y fresca, como si alguien viviera allí. Incluso, la cama estaba alborotada, como si Madeleine acabara de levantarse; pero Ellie es consciente de que llegaron juntas, y de que incluso ella tomó el desayuno en Luss.

—Supongo que nunca redecoraste este lugar —comenta Ellie, mientras Madeleine abre las puertas del armario de par en par para buscar algo en su interior. Si tuviera que adivinar, diría que un adolescente fue la mente creativa de la apariencia de aquella habitación.

Nunca había estado ahí, y no le gustaba estar de pie inmóvil bajo el marco de la puerta, así que decide aprovechar de darse una vuelta y quizás conocer un poco más de la Madeleine que se mudó al castillo hacía ya varios años. Los estantes de un mueble alto están llenos de libros, sin ningún rastro de polvo ni olvido, e incluso hay unos abiertos y apilados en un escritorio frente a la cama. Son principalmente libros de Defensas Contra las Artes Oscuras, la cual es la rama en la que Madeleine se especializa, pero también hay algunos tomos de Pociones y Encantamientos. También tiene algunos volúmenes de Primeros Auxilios e incluso algunos suplementos como esencias curativas, ventajes, pomadas... ¿No estarían todas esas cosas ya expiradas? Pero cuando Ellie toma una botella de poción herbovializante, el la botella de cristal es perfectamente clara y el líquido verde tiene el color y la consistencia perfecta, no podía tener más de un par de semanas de destilación. Ellie frunce los labios, curiosa, pero no hace ningún comentario.

Tampoco hace ningún comentario de la botella de whisky de fuego que se asoma de una de las gavetas del escritorio. El olor le llega a Ellie cuando se sienta en la silla del escritorio, como si hace no tanto tiempo alguien se hubiera servido un trago. Sin embargo, un nudo se le sube a la garganta, al recordar que esa mañana Madeleine estaba jugueteando con su ficha dorada de un año de sobriedad. ¿Era una recaída?

—Ya estoy lista —la voz de Madeleine hace que Ellie se sobresalte, y se levanta rápidamente como si hubiera sido descubierta haciendo algo malo. Sin embargo, Madeleine no le presta atención, porque se está acomodando la camiseta negra que acaba de ponerse. Es una camisa de las Brujas de MacbethBrujas de Macbeth—. No sé, de repente recordé que estaba por acá.

Siempre solía usar esa camiseta. Era cómoda, tanto para llevar debajo de su túnica Ministerial en el día, como para patrullar en el Callejón Diagón de noche. La había usado más allá de su vida útil, tanto que las costuras habían comenzado a abrirse a los lados y habían comenzado a aparecer agujeritos en el cuello y el ruedo. Aunque, cuando pasa las manos por encima de la franela para alisarla, se siente tersa y suave. Madeleine lo atribuye a la nostalgia y, quizás, a un muy buen suavizante de telas. Probablemente los elfos habían logrado pasar por encima del encantamiento de la puerta para, de todas formas, limpiar sus cosas. Por una milénsima de segundo siente el impulso de molestarse por la invasión a su espacio, pero el sentimiento se esfuma tan rápido como apareció. A decir verdad, ¿lo es? ¿Qué derecho tiene de hacer exigencias o reclamos, cuando han pasado semanas desde la última vez que puso un pie ahí? ¿Vale la pena perder tiempo con un problema tan trivial?

 «Supongo que ya he desperdiciado demasiado tiempo de mi vida en cosas triviales», se dice a sí misma, mientras da un último vistazo a su habitación. De repente, una sensación extraña y abrumadora la invade. Un sentimiento de una nostalgia que sentirá en el futuro; como si ésa fuera la última vez que verá esa habitación. No puede hacer más que reprimir una sonrisa nerviosa, con tanta fuerza que se termina mordiendo el labio inferior.

—Bueno, ya me está rugiendo la barriga, vamos a ver qué hay de comer —dice Madeleine, apurando a Ellie y cerrando la puerta a sus espaldas. Tiene la sensación de que está dejando algo en el interior, pero sacude la cabeza y apresura sus pasos. Su terapeuta diría que es simplemente ansiedad, ¿no es así?

Para cuando llegan al patio trasero, el sentimiento se ha evaporado y es reemplazado por una pequeña incomodad, en un costado de su mente, de tener que enfrentarse a una situación social que probablemente tendrá muy pocas distracciones, como un ataque de mortífagos o una invasión de doxys. Luego de tanto tiempo sin hacerlo, le causa preocupación la idea de tener que hacer smalltalk y suavizar las facciones de su rostro para que no parezca que está enojada. Y todo eso sin la ayuda de una cerveza o un trago de whisky. Por lo menos, que Ellie esté es más fácil; si se queda sin algo que decir, puede desviar la atención hacia ella, y ella podría quedarse echada en una de las tumbonas, hasta que todos estén lo suficientemente alcoholizados como para prestarle atención.

—¿Carreras de botellas? —pregunta Ellie al llegar con los demás, habiendo escuchado la pregunta de Richard. Madeleine se queda detrás de ella, silenciosa, decidiendo que lo mejor es seguir la corriente. 

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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—La lluvia es hermosa, pero enferma después de un rato- de repente la claridad confusa que captaba a pesar de mis parpados cerrados disminuyó considerablemete y dejé de sentir las gotas de lluvia sobre mi rostro. al abrir mis ojos vi a aquel hombre de facciones vikingas: brazos fuertes, alto, una barba tupida pero elegante, trajeado y con una sobrilla sostenida por sus grandes manos -Por favor, ten...

La voz gruesa pero seductora me sobresaltó y menos de un segundo mas tarde abrí mis ojos para encontrarme sobre la cómoda cama de mi habitación en el castillo. Llevé mis manos a mi rostro y una leve pero fugaz sonrísa me animó a levantarme de un salto. Mientras me bañaba no pude dejar de pensar en esa voz y esa mirada enigmática. 

-Soy Brendon...

El recuerdo de aquel hombre cada vez fue haciendose más nítido y me pareció sentir el mismo cosquilleo en el estómago que había sentido cuando lo escuché la primera vez en su voz: -Ania...- mi nombre saliendo de sus labios, convinado con esa risa parecía el paraíso. -Ya estás perfecta...- Su mirada gris  me congelaba y derretía a la vez. -¿Es que a tu mano yano le parece atractivo mi brazo?...

Me resultó difícil alejar aquellos recuerdos de mi mente, no había tenido antes recuerdos tan lúcidos, ni sueños así antes. Mucho menos de alguien que casi ni conocía.

Terminé de vestirme finalmete y antes de salir de mi cuarto me devolví para tomar mi varita de debajo de mi almohada, Timoteo me esperaba afuera de mi habitación con mi jugo favorito y una pastilla para la jaqueca, ya que ultimamente despertaba de mis siestas con un dolor de cabeza espantoso; sin embargo, esta vez no lo necesité.

-Gracias Timo, justo a tiempo como siempre- le guiñé el ojo mientas sostenía el vaso y me lo llevaba a los labios.

-Señorita Ania, los demás miembros de la familia ya estan en el patio- dijo Timoteo y mi emoción creció de repente.

-Entonces vayamos al patio- sonreí.

Salía al patio por la puerta de la cocina cuando un nuevo recuerdo me devolvió a la primera vez que pisé el castillo. Con la mirada tímida pero con la mejor predisposiciónhabñia tomado asiento en una de las sillas cerca de Pandora y tia Binfeyd. Tia Bel me había saludado con un cálido abrazo y después de unos minutos nos encontrabamos riéndonos a carcajadas por la broma de tia Binny. 

Solté una risa mientras llegaba junto a los presentes -Hola familia- exclamé con ánimo -¿Qué bebemos? yo quiero jugar- levanté mi mano al escuchar la pregunta de Merlose -Vamos, hay que ambientar esto- 

@ Melrose Moody  @ Kutsy Stroud Lenteric  @ Ellie Moody  @ Marcus McGonagall  @ Syrius McGonagall  @ Rory Despard  @ Binny Evans  

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  • 5 semanas más tarde...

La efusividad de la elfina P-ko no era una novedad para Rory, pero había olvidado que Matt con todo ese ¿espíritu de gente del nuevo mundo? también podía ser bastante afectuoso. Corresponde lo mejor que puede al saludo, sonríe a la mención de Ironwood sobre qué tipo de emociones le remueve el estar de nuevo por Inglaterra y las expectativas del hombre en relación a ese convite que está juntando a los miembros de la familia.

Todos volviendo al castillo, que alguna vez los cobijó.

— Ojalá y no se descontrole, como bueno, suelen hacerlo sus encuentros ¿no?

Su comentario no pretende ser una ofensa, solo la simple observación de una característica que para bien y mal, ha distinguido a la familia. Cuidarse de las borracheras y festejos de los Evans McGonagall, se decía, era de las primeras advertencias que se le hacía a cualquiera que llegaba a Ottery. Rory no recuerda ya quién fue el que se lo hizo saber, pero la voz de Bel se cuela en su memoria, así que tiene que haber sido ella, porque la voz ligeramente grave de la mujer es difícil de olvidar, y muy característica. Y está casi seguro que se lo dijo con el mismo tono con que murmuró esas palabras incomprensibles desde el pasadizo, mientras él estaba en la biblioteca.

El tener el recuerdo lo confunde un instante. No se supone que Bel tenga que estar ahí, teniendo en cuenta que él ha venido también, secretamente, con la intención de leer los diarios de la mujer y conseguir algo más de comprensión de la magia de los sueños, materia donde la bruja adquirió habilidades a punta de una desmedida obsesión. Sin embargo, sus divagaciones se interrumpen cuando el agradable olor de la comida lo envuelve: Estofado de carne, papas asadas,  pudín de Yorkshire. Mientras Ironwood pasa olfateando descaradamente las ollas, Rory se limita a saludar con una venia y agradecer a las criaturas la encomiable labor de alimentarlos a todos.

Sea sus simples presencias, o por alguna otra razón, los elfos les hacen saber que es mejor dejar la cocina pronto. P-ko promete dejarle visitar la biblioteca, pero lo mejor es que se reúnan ya con el resto de invitados. Rory le promete a cambio, que la visitará para volver a tener esas largas charlas y comerán bollos recién horneados del Jimmy’s. Ella le sonríe devuelta, y su sonrisa la rejuvenece a tal punto que, por un momento, es casi como si no la reconociera.

Matt está casi llegando a los jardines, y saluda a Richard  y Melrose, siendo esta última la que corresponde su saludo, pues Richard está más concentrado en la otra mujer que los acompaña, una persona que solo conoce por el retrato del pasadizo, donde en letras doradas está escrito su nombre. 

Kutsy.

Una de las muchas muchachitas que la pelirroja Evans adoptó. Sin embargo, en cuanto lo piensa, algo se rebela en su interior ante esa conclusión. Ni siquiera puede asegurar de dónde le viene esa certeza, es casi como si por un momento su cuerpo no fuera suyo, o estuviera alguien allí, invisible, recalcándole esa muy importante diferencia.

Kutsy es distinta. Ella no es cualquiera.

Buen día con todos — el saludo, bastante general y poco expresivo quedó en el olvido cuando Ellie y Madeleine se suman al grupo, y Melrose salta instantáneamente hacia Ellie. Desde los atuendos que llevan hasta el ánimo con que cada una ve la perspectiva de participar en el juego que la anfitriona (¿podía decírsele así?) propone, se nota lo disímiles que ambas son. Rory jamás supo entender, en el tiempo más activo que pudo compartir con ambas en la Orden del Fénix, de qué manera es que se tejió el vínculo que las conecta, y en esos instantes tampoco entiende cómo la actitud de ambas es opuesta a las de sus recuerdos.

Ellie siendo más comunicativa que Madeleine o sencillamente Madeleine sin ningún arrebato inapropiado y tan callada no parece ella misma. ¿Cómo puede ser esta Madeleine la misma que le increpaba que no fuera blando durante los enfrentamientos con los mortífagos? ¿a la que le arrancaba una carcajada sincera cada vez que le regalaba una estampita de San Jorge antes de un cateo? Siente mucha curiosidad por saber que es lo que ha sucedido en el tiempo que no la ha visto, pero no está muy seguro si su acercamiento será tomado para bien.

— No tengo idea de cómo va el juego tampoco, pero ya que somos varios ¿lo empezamos de una vez?

Una parte de él carga consigo la sensación de que el tiempo está pasando de una forma extraña. Y como se ha dejado el reloj de pulsera carísimo que Whisper le regaló en su época como ministro tampoco tiene manera de saber que hora puede ser. Su única certeza ha sido que el sol pega tan fuerte como si fuera mediodía y por tanto, tiene que ser muy pronto para pensar en beber alcohol. Lamentablemente, la llegada de un nuevo miembro (Ania) le confirma que ha estado completamente equivocado, pues la pregunta que lanza la bruja se convierte en una declaración de intenciones. 

"¿Qué bebemos?"

Quizá ha sido lento (como suele ser para esas cosas) y recién cae en cuenta que esas botellas con las que jugarán deberán vaciarse primero, y que han querido dar la suficiente libertad como para que cada uno escoja la suya. Por esta razón, aunque no recuerda que haya estado ahí antes, la está viendo ahora: Una mesa larga con un bonito mantel perlado y sobre ella toda clase de botellitas, de diferentes tamaños y con novedosos colores. La mayoría de ellas de cerveza.

Él es de los primeros en acercarse.  Alguien pregunta sobre si este es un mantel encantado para bebidas similar al otro que tienen para las comidas, pero no alcanza a escuchar la respuesta. Unos cuantos más usan encantamientos convocadores para que les sea más sencillo hacerse con su bebida favorita, pero Rory está empecinado en hacerlo del modo más artesanal posible.

 La magia no puede, no debería ser usada tan a la ligera siendo un don divino.

La recompensa a su esfuerzo es una botella de vidrio y tapa roja. Una bebida azucarada de té verde con toque de limón, que resulta de las pocas (si es que no la única) sin alcohol. Como si el ser Evans, por sangre o por decisión, les confiriera el superpoder adicional de un hígado indestructible, le ha parecido que incluso Richard ha tomado un vodka.

Entonces ¿todos lo han entendido? — los ojos de Richard recorrieron a todos los presentes 15 minutos después, antes de detenerse en su propia botella ya vacía—tienen que “llenar” la botella con alguna memoria sobre este castillo. Y según la potencia de su recuerdo, cuanto más detallado sea, más rapidez le dará a su botellita para cruzar uniforme y horizontalmente la piscina. Yo seré el jurado evaluador.

Como suele ocurrir con información que se pide de manera intempestiva, de pronto la mente de Rory quedó en blanco. Él tiene los recuerdos de las apacibles tardes con P-ko pero ¿Cómo podía eso ser suficiente? ¿Era real que podía emplearse los recuerdos como combustible? Le resulta tan confuso el escenario, que prefiere simplemente  ya no dudar y dar ese salto de fe y para cuando la (extraña) cuenta regresiva de Melrose concluye, su botella está ya sobre la superficie del agua, avanzando vertiginosamente, pero en círculos concéntricos, cada vez más grandes, así que con suerte en algún momento va llegar a la meta, marcada con un patito de hule.

Es veloz aunque en el sentido equivocado— se atreve a comentar en voz alta, soltando una risa que le aliviana la tensión que ha estado cargando todo ese tiempo— ¿De quién es esa botella que está yendo tan recta y hacia adelante?

@ Syrius McGonagall , @ Melrose Moody  @ Ellie Moody  @ Ania Evans Weasley  @ Kutsy Stroud Lenteric

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  • 2 semanas más tarde...

—Sí, carreras de botellas —aclara el brujo con una sonrisa—, solo empujar con tu magia y ver quién es más rápido. Potenciada por los recuerdos que tengan sobre este castillo.

El brujo hace una exhibición de su magia sin catalizador para poder exhibir su punto. Melrose le sigue el juego, aunque su botella llega al otro extremo de la piscina mucho más lento. Luego, da una explicación larga pero aclaratoria de cómo tienen que vaciar el contenido de su bebida antes de llenarla de sus recuerdos para la carrera. 

En la casa, dan las campanadas del reloj cucú para el mediodía y Melrose se siente otra vez amodorrada, aunque la cerveza helada ayuda a apaciguar la sensación. Entonces llega Ellie y Mel se siente mucho más cómoda. Se acerca, le da un abrazo y toman asiento mientras Madeleine y Richard se miran el uno al otro. Es como si cada quien esperase que el otro dijera algo. 

—Excelente —secunda Richard en dirección a Rory, sin quitar los ojos de los de Madeleine. Entonces ocurre una pausa de menos de un segundo, hasta que el brujo vuelve la vista hacia el casto pelirrojo—. Empecemos.

Melrose, que había estado entretenida con Ellie, se sorprende entonces ante la llegada de Ania y su respectivo ánimo. Richard, mientras tanto, se ríe a carcajadas por el comentario. Mel no solía animar los espacios y mucho menos hablar a menos que estuviera ebria. Richard era el que solía hacer eso.

—Tiene razón Mel, qué bien animas este espacio. 

Mel, como toda respuesta, abre una botella de Black Isle y saluda a Ania alzándolo en alto antes de darle su segundo trago, su rostro es un enigma pero se anima a darle una tímida sonrisa. Tal vez no suela ser muy conversadora, al menos no en primera instancia, pero un poco de cerveza puede ayudar. Mientras tanto, Richard organiza la primera carrera de botellas con Rory, Ania y Kutsy como sus principales contendores. Matt se ha entretenido con la parrilla del buffet y Melrose se ha apresurado a asaltar los boyos del Jimmy's, entregando uno a Ellie mientras le pregunta sobre la cabaña de las pociones y cómo quedó al final, porque no ha ido a Luss en un tiempo. 

Ante la pregunta de Rory, Richard solo dice:

—Ah, esa no participa, es la mía, la que envié como prueba.

No revela a nadie cuál fue el recuerdo que utilizó o por qué sabe que llegaría más rápido. Luego, solo se distrae intentando darle instrucciones a Despard para su patito de hule-contendor. 

Mientras tanto, Mel vacía el contenido de su botellita y encuentra que acaba de consumir más de trescientos mililitros de hidromiel criada en barrica de roble. Otra sonrisa ilumina su rostro, una más quieta y menos tímida, mientras abre la botellita de Ellie para que ella también tome el suyo. El olor de la bebida llega a sus fosas nasales con rapidez. Es whisky de fuego, un shot de más de trescientos mililitros también.

Entonces, de la nada, una serie de meseros irrumpe en la tranquilidad del patio trasero. Richard da indicaciones rápidas y estos comienzan a servir grandes mesas de comidas, fuentes de chocolate y bebidas. Todo es armado a la velocidad de la luz. Richard no dice nada pero una de sus sonrisas maliciosas asoma a su rostro, mientras se vuelve a seguir juzgando del avance de las botellas. 

Editado por Melrose Moody

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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