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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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La nueva noticia que tenia mas familia me había dejado totalmente sorprendida y mas siendo esa mujer de otra casa, por lo que me marche sin decir nada de la mansión para buscarla, lo único que sabía era su nombre, Alyssa, tome mi chaqueta de cuero y me la coloque, mirándome al espejo aunque no me gustara como me veía, siempre desee cambiar de formas algunas partes de mi cuerpo, suspire y Salí de la mansión, camine hasta el lugar que me habían mencionado que se podía aparecer, gire sobre mi misma pensando en un solo lugar.

 

Al abrir mis ojos y tomar el rico olor a fresco de la noche, mi mirada se perdió en un castillo hermosísimo, un estanque decoraba la entrada donde la imponente puerta daba la “bienvenida” al castillo, dando un toque de intimidación al entrar, como si un gran espejo reflejara al recién llegado, diciéndole claramente tu eres el invitado aquí.

 

Respire varias veces, y toque en la gran puerta del lugar esperando que alguien me atendiera, no había pasado ni dos segundo cuando el inconfundible crac de aparición de un elfo, algo amortiguado el sonido, llegara hasta mi, -Hola- salude torpemente ­– se encontraría Alyssa?­-

 

El elfo me dio paso, sin dirigirme la palabra guiándome hasta una gran sala de estar mostrándome unos sillones, me senté pero no fue buena idea, retome mi caminar por la sala buscando algo con lo que entretenerme, ¿Qué le diría a esa mujer?

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  • 3 semanas más tarde...

Nunca había logrado sentir como su hogar el castillo Triviani, aquella hermosa edificación que había sido traída desde Italia para que los miembros de la familia vivieran y desarrollaran todo tipo de actividades que tuviesen en mente. Pero había llegado el momento, de hacer de ese sitio parte de su vida diaria, por eso no dudó ni siquiera un segundo en pasar una temporada en él, quizás allí encontraría la paz que no tenía en la mansión Black Lestrange.

 

Sabía que podría no ser la mejor idea que tenía en meses, pero no le importó demasiado, necesitaba descansar y relajarse un poco. Por eso, en el segundo que apareció en los jardines del castillo, permitió que en sus labios se formará una sonrisa, y comenzó a caminar por toda la superficie con pasos lentos pero constantes. El aire ingresaba a su sistema lentamente, relajando su postura por completo y haciéndola sentir que estaba en el lugar adecuado.

 

—Chuck... —bramó llamando a un elfo doméstico.

 

En el segundo en que el elfo apareció, abrió los ojos y lo miró con desdén porque únicamente se había quedado allí, de pie mirándola, como si se tratara de una visión. Negando lentamente, soltó una blasfemia y continuó con su camino al interior del castillo, siendo seguida de cerca por la criatura que segundos antes había invocado, pero que tendría que esperar para volver a escuchar las palabras de la Black Lestrange.

 

—Llévame a mi habitación, y prepara la bañera.. —sus indicaciones fueron totalmente claras.

 

Sin poderse negar, el elfo tomó a la mortífaga y desaparecieron juntos, para reaparecer en una hermosa habitación de color azul con blanco, muebles de madera tallados a mano y un hermoso ventanal desde el cual se podía apreciar toda la extensión de los jardines. Había dos puertas en el interior de la habitación, una que conducía a un armario con miles de las prendas y zapatos que una de sus elfinas se había encargado de trasladar y la otra, que llevaba al baño.

 

En el baño, se encontraba una bañera con todos los lujos necesarios para disfrutar de un buen baño y todos los aditamentos necesarios. Mirando como el elfo no había tardado en hacer su pedido, esbozó una sonrisa y lo despidió con un movimiento de su diestra, para segundos después, desnudarse y meterse a la bañera, necesitaba ese baño relajante más de lo que se habría imaginado en otros momentos.

 

Una vez dentro del agua, dejó que su cuerpo disfrutará del calor del agua y comenzará a relajarse, cerrando los ojos se perdió en sus pensamientos, hasta que recordó que había acordado verse con una bruja, pero ¿iría? no estaba del todo segura.

 

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La caja de terciopelo rojo cabía en la palma de su mano y le hacía sentir orgullosa no solo de sus habilidades mágicas sino de aun recordar como un orfebre trabajaba, un pequeño conocimiento adquirido de sus tantos viajes fugaces por el mundo que de momento había visto inservible hasta entonces cuando supo cuál sería el regalo idóneo para la rubia. Aun pensaba cómo se le había escapado en aquella gala benéfica donde de haber ofertado la cantidad suficiente no solo habría bailado con ella sino que le habría confesado aquella verdad que ardía en la punta de su lengua después de investigar a fondo a su progenitora.

 

Balerion solía perder escamas la mayoría del tiempo por lo que no tuvo que hacerle daño alguno a su "pequeño" bebé, paseando por las criptas de la familia Targaryen la encontró entre polvo y rocas calientes, era negra pero si la colocaban al sol podías vislumbrar destellos azules o verdes, del tamaño de un galeón y tan indestructible como la propia piel de dragón lo era pero inmensamente hermosa si se la maleaba y se la unía a una fina cadena de plata. Ahora componía una "M" que adornaría el cuello de su hermana pues no le sería posible sacar al Ridgeback Noruego sin aterrorizar a medio Ottery.

 

Un vestido sobrio y azabache se escondía debajo de su típica gabardina gris permitiendo ver desnudas sus estilizadas piernas que acababan en el resonar de sus zapatos de tacón, su cabello rojizo se encontraba recogido en una alta cola de caballo y sus labios representaban en carmesí la seducción vuelta sonrisa. Nathan aun no se atrevía a hacerle frente, desde que el único rumor que recaía sobre sus hombros había corrido de boca en boca Weasley simplemente había desaparecido sin dejar rastro como si de repente la parafrasería ajena fuese más fuerte que el dichoso amor que se suponía tenía por ella. Aziid se mantenía al margen y la niña se encontraba cuidada entre los muros de la fortaleza así que estaba más sola que de costumbre.

 

—No me esperen— Se despidió de su hermano y marchó rumbo al castillo Triviani.

 

En otra ocasión se habría imaginado atravesando aquellos majestuosos jardines incendiando todo a su paso hasta dar con la exquisita edificación italiana pero para su sorpresa solo recorría el sendero hasta detenerse en una breve escalinata de piedra sólida que subió en dos segundos con simples brincos para más tarde golpear la puerta de entrada y ser al instante recibida por un elfo, o bueno aquello a lo que su madre llamaba "Chuck". —¿Qué tal?— saludó agitando su mano enérgica como si tuviera cinco años y empujó la puerta haciendo que el pobre criado cayera de espalda, —Estoy buscando a Mía Black Lestrange, rubia, como de éste alto, bonita.... sí, bonita— enfatizó en su altura y contempló el interior del recibidor maravillada.

 

Macnair se volvió sobre su hombro, el elfo no salía de su asombro y aquello le hizo fruncir el ceño un poco ¿es que no se había dado a entender?. —Me haré vieja esperándote ¿está ella en casa o no?— farfulló poniendo los ojos en blanco aunque la idea de jugar a las escondidas con su "hermanita" le provocaba cierto entretenimiento mental así que sin esperar invitación subió a la planta alta y se tomó unos 20 minutos entrando a cada habitación que se le presentó sin siquiera llamar, como si esa realmente fuese su casa, si Alyssa la viera la mataría eso estaba claro.

 

—Mía, Mía, Mía— Canturreaba de puerta en puerta, en algún momento la encontraría.

 

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Era pasada la media noche, cuando el sonido de unos pasos perturbó el enigmático silencio que siempre se creaba en las viejas y olvidadas calles de Ottery. Por fin el verano había terminado, de manera que poco a poco los senderos se comenzaban a llenar de un sinfín de hojas de diversos colores otoñales.

 

El fuerte viento soplaba aquella noche de una forma abrupta, golpeando el rostro del ya viejo y quizás cansado hombre. Su rostro era bañado paso a paso por cada una de las farolas que se extendían a lo largo de la sinuosa calle que atravesaba el pueblo. Sus pasos llevaban una determinación sin igual, una seguridad de aquellos que podrían recorrer un sitio incluso con los ojos cerrados y saber hacia donde tienen que llegar.

 

Llevaba una túnica negra que a considerar por la tela en los puños y unas pequeñas pero estilizadas líneas bordadas en color rojo carmesí, parecía ser ropa que solo podría cargar o alguien sumamente rico o un ratero sumamente afortunado.

 

Una a una las imponentes mansiones iban pasando al lado de Lacrimosa. No recordaba cuanto tiempo había transcurrido, pero en definitiva aquel sitio no cambiaba en lo más mínimo. Todas las familias parecían ser cortadas bajo la misma tijera, predicando el idea de que entre más grande fuese la propiedad, más miedo causaría. Algo bastante ruin considerando que siempre un par de te**s podría hacer la diferencia incluso en la familia más pobre o rica.

 

- Había olvidado que este lugar tenía toda la pinta de ser un manicomio desde su entrada… - dijo aquel hombre de finas facciones y tez blanca que acababa de detenerse justo frente a lo que parecía un castillo. – Ahora… - observó con detalle la entrada principal del Castillo Triviani antes de ingresar – a lo que vine.

 

Una media sonrisa se había formado en sus labios al recordar la última vez que había estado en el interior de aquel castillo, pero sobre todo, recordar la buena noche y compañía que había tenido de una de las matriarcas de aquella familia, Alyssa. Sus dedos se apretaron formando un puño que repuso sobre aquella puerta de madera, golpeando un par de veces provocando un eco bastante perturbador en el interior de aquella vieja propiedad que al día de hoy no cambiaba en lo más mínimo.

 

- Malditos conejos… seguramente estarán procreando más y más… - dijo con un poco de fastidio esperando a ser recibido por alguien o si quiera, tener respuesta ya que parecía un sitio por más olvidado considerando la hora en la que había llegado. – Algo caliente no vendría mal - sus palabras provocaban que un ligero vapor saliera de su boca mientras ambas manos las mantenía dentro de aquella túnica negra que siempre lo había acompañado, cubriendo sus finas ropas dignas de un héroe antaño de batalla.

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El tintineo de la idea de si la Macnair iría o no iría a visitarla, no la dejaba disfrutar su baño por completo por más que lo hubiese intentando, por lo que desistió de continuar con su baño. Con un aire de fastidio en la mirada, se levantó y dejó que el agua caliente corriera por todo su cuerpo, hasta que con un pasó salió de la bañera y se colocó una ligera bata de baño sobre su cuerpo, cubriendo su anatomía casi por completo, porque las piernas quedaban al descubierto y sus pies, estaban coronados con unas sandalias.

 

Tomando una toalla entre sus manos, comenzó a secar por completo su larga cabellera para impedir que el agua siguiera goteando por entre su cuello y rostro. Una vez que logró dejar medianamente seco su cabello, salió del baño y se dirigió hasta su habitación, dejándose caer sobre un taburete delante del tocador, para comenzar a cepillar tan metódicamente como era costumbre sus rizos y dejarlos completamente lizos, aunque fuese durante algunos minutos, porque después volverían a su estado original.

 

La voz de la peliroja logró terminar con su trance de concentración, abriendo los ojos se levantó con total calma y con una sonrisa en los labios abrió la puerta de su habitación. Mirando por el pasillo, como le faltaban solamente un par de pasos para llegar a la siguiente habitación.

 

—Macnair... no tienes que buscar más. —delató su presencia, haciendo un gesto con su mano, la estaba invitando a pasar a su habitación. Su vestimenta seguía siendo la misma, la bata de baño ahora mojada que cubría su cuerpo y su melena semi mojada.

 

Después de que su visita pasará a su habitación, se giró para observarla detenidamente. La gabardina que cubría su cuerpo, no dejaba ver para nada su atuendo, pero su rostro era más que llamativo con ese color carmesí en los labios, sí así era la Arya que recordaba de cuando había sido su mentora en la Academia de Magia y Hechicería. Aquellas épocas parecían tan lejanas en la memoria de la mortífaga, que prefirió ignorarlas momentáneamente.

 

—Espero que en esta ocasión no tenga que competir contra nadie por tu atención pequeña —bromeó en el momento en que se acercó hasta ella y le dio un beso en la mejilla—, porque no pienso compartir tu compañía, hay algunas cosas que tenemos que conversar. Ponte cómoda y disfruta de los lujos que mi madre se ha permitido toda la vida. —comentó abriendo los brazos, para señalar toda su habitación.

 

La pieza era de un sencillo color blanco con aplicaciones en azul, algo que conseguía relajar a cualquier persona que ingresará, mientras la cama se encontraba en el centro de la habitación y un pequeño sofá al pie del ventanal.

 

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Luego de aquella revoltosa ocasión del otro día el castillo volvía a sumirse en su tranquilidad habitual, por no decir abandono, aunque lo cierto es que al menos la Black ya no lo apreciaba de tal modo. El edificio ya no parecía tan desolado y descuidado, ahora podía notarse vida en él nuevamente aunque escasa y poco frecuente, pero al menos algo es algo. Ya estaba cansada de estar recluida en su habitación, a pesar de que era uno de los pocos espacios en el mundo donde realmente se sentía a gusto en la privacidad de su rincón personal, pero tampoco es que le agradaba pasarse el día allí encerrada. Tal vez por ello fue que decidió llevar a Massimo, su hijo, a los jardines traseros del castillo donde las hojas comenzaban a cubrir el suelo con su alfombra de tonos cálidos.

 

- Mi señora – espetó uno de los Chucks tras aparecer junto a ella – Le buscan en la entrada, una jovencita que no pudimos reconocer.

 

La matriarca frunció el ceño un tanto confusa ¿quién podría ser? Con lo cotillas que eran sus elfos lo más sorprendente es que éstos no supieran quien era, algo que no sucedía muy seguido en aquel lugar. Se inclinó para tomar al niño que sentado en el suelo jugaba con el dragón de juguete que le había regalado su padre, éste se dejó llevar por su madre rodeándole el cuello con sus pequeños y regordetes brazos mientras que se entretenía en esta oportunidad con algunos de los amuletos que cargaba la mortífaga en su cuello. Desfiló hacia el interior de la edificación pasando por las cocinas antes de llegar al vestíbulo, allí donde le esperaba una joven de aspecto poco común. Su cabello era morado y poseía unos intensos ojos verdes, de contextura corpulenta pero aspecto suave y delicado.

 

- Hola – saludó la Nigromante – Soy Alyssa… ¿en qué puedo ayudarte?

 

La bruja se quedó observándola por unos segundos, como analizándola y tratando de absorber la imagen que ésta transmitía, lo cual solo hizo que la Triviani acentuara aún más el frunce en su ceño. Sin embargo su breve charla se vio interrumpida con la llegada de un nuevo visitante, pero qué solicitada estaba aquel día…; tres sonoros golpes retumbaron en la puerta llamando la atención de la mortífaga que tras dirigir un considerado gesto a su interlocutora se giró para atender al recién llegado. Acomodó a Massimo sobre su cadera para así poder abrir la puerta con la mano que tenía libre, sin embargo nada podría haberla preparado para el rostro que encontraría del otro lado.

 

- …. – silencio, sorpresa, balbuceos - - más silencio, incómodo silencio - La… Lacrimosa – masculló finalmente – Pero que…., que sorpresa verte…

 

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La espera me estaba poniendo más nerviosa mientras veía sin mirar el castillo, ni siquiera el más exquisito de los licores podría clamarme en esos momentos, ¿que le diría a esa mujer, de qué diablos hablarían? Si yo misma no me reconocía, esa mujer bien podría mandarme a los mil demonios.

 

La aparición de Alyssa detuvo mi marcha, pues pareciera que había dejado un surco en la alfombra, carraspee al ver a esa mujer de la que me habían hablado, pero las palabras no salían de mis labios, la mujer no se parecía en nada a ningún familiar que conocía, solo la mirada característica se podría asimilar a la de Mia, trague en seco

 

-yo… eh?-logre decir mientras nos veíamos interrumpidas y por la incomodidad de ella, se notaba que era alguien importante.

Desilucionada baje mi mirada, que se torno fría, mientras volvía a mirarla – será en otro momento, gracias por atenderme- salude con un gesto de cabeza a cada uno.

 

Recorrí los metros que me llevaban a las afueras del lugar y los últimos metros del jardín casi corriendo. Si había pasado así, es porque debía ser, el momento no era el mejor, ya habría tiempo de presentaciones y ese no lo era. Desaparecí mientras pensaba en todo lo que había pasado, pues algo decepcionante fue nuestro primer encuentro.

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La espera parecía ser eterna, sin embargo aquel castillo siempre había tenido un encanto bastante peculiar en cada uno de los jardines que lucían a la llegada de cualquier visitante. Sus ojos color miel lograban ser iluminados por el sutil reflejo de las antorchas que había en la entrada, sin embargo, pronto logró escuchar el crujir de la puerta abriéndose de par en par.

 

En un rápido giro sobre sus talones el mago logró estar frente a una mujer que sin lugar a dudas jamás dejaría de sorprenderlo. Sus labios se curvaron de una forma bastante peculiar y llena de intriga al observar a Alyssa, tan… tan espectacular como siempre, aunque llevaba en brazos un objeto bastante raro.

 

- ¿Sorpresa? – dijo observando a la mortifaga directo a los ojos, para luego recorrerla sutilmente de arriba abajo confirmando que todo estaba en su lugar. – No sé quién de los dos podría estar más sorprendido, el niño, tu o yo. ¿Es un niño, cierto?

 

Sin esperar una invitación por parte de la Triviani, el mago avanzó hacia el interior del castillo, no sin antes acercarse con aquellos movimientos elegantes a su rostro para depositar un beso en la comisura de sus labios. Estiró una de sus manos hacia la mejilla rosada del pequeño, dando un ligero gesto cariñoso que no duró más de dos segundos antes de continuar al interior del recibidor.

 

- ¿Llego en un mal momento? – en el salón al parecer había una mujer de la que nunca había visto o escuchado algo, sin embargo parecía apresurada, asustada e incluso incomoda. - … hasta luego? – rápidamente la chica había salido rosando un costado de su túnica sin decir ni una palabra más.

 

El calor que se podía experimentar en el interior era demasiado reconfortante. Por algunos momentos el silencio que se apoderó de ambos magos resultó confuso e incluso extraño, sin embargo los jugueteos que aquel ser tan pequeño hacía rompieron el hielo que se había formado.

 

- Veo que has estado bastante ocupada. Jamás pierdes el tiempo Alyssa. – una sonrisa acompañó las palabras del hombre, que no paraba de mirar a la bruja con una curiosidad única, intentando distinguir algún rasgo conocido en aquel niño que llevaba en brazos. – Perdona pero parece que has visto a un muerto.

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Aún no conseguía salir de su asombro, de la parálisis mental que había sufrido en cuanto divisó aquellas familiares facciones de un Malfoy que contaba con un interesante pasado dentro de la vida de la Black. Y qué oportuno momento para aparecer, dos semanas antes de la boda. Alyssa se rehusaba a pensar que aquello era mera coincidencia, no podía serlo, primero Nathaniel y ahora él…; pareciera ser que alguien estaba jugando con los hilos amorosos de la mortífaga. El pulso se le aceleró, los alborotados pensamientos parecían completamente fuera de control en una consciencia ausente que se mostraba incapaz de imponer el orden. Justo en ese momento la joven a quien había recibido en el interior del castillo pasó junto a ellos hecha una ráfaga ¿se habría ofendido por la falta de atención?

 

- ¡Oye espera! – exclamó la Triviani, pues aún ni siquiera sabía quién era.

 

Sin embargo ya era demasiado tarde, con pasos rápidos se alejó del castillo hasta que finalmente se perdió fuera de los terrenos. La Nigromante arrugó el ceño un tanto confusa, aunque en esos momentos no tenía tiempo como para pensar en aquel incidente; Lacrimosa se abrió paso hacia el vestíbulo sin esperar a una invitación por parte de la Black y ésta cerró la puerta tras él. A su asombro se sumó aquel beso tan cerca de sus labios y la fugaz caricia en la mejilla de su hijo, ambos gestos rápidos al pasar pero que dejaron a la mortífaga petrificada y tan tensionada como una flecha.

 

- Pues yo al menos aun no consigo salir de mi asombro – masculló la italiana.

 

Massimo contemplaba al recién llegado con expresión seria y avispada mirada; los penetrantes ojos azules, el calco de los de su madre, no perdían de vista al Malfoy. Se podía ver en su pequeño rostro como no terminaba de decidir si es que le agradaba o no, como es que todavía trataba de adivinar qué tipo de relación guardaba este extraño con su progenitora. Era un niño astuto a pesar de su corta edad, la tensión del ambiente había llegado a su percepción que ahora vagaba atenta entre el visitante y la Black.

 

- Sí, de hecho es mi hijo – replicó ante la pregunta del mago – Massimo Macnair.

 

El apellido ya lo dejaba implícito, no hacía falta decir más que eso. Pudo ver como la sorpresa atravesaba en rostro del Malfoy para luego ser contenida bajo la misma expresión confiada que cargaba siempre, y sin embargo la curiosidad chispeó en sus ojos miel que ahora prestaban más atención al niño de lo que antes lo había hecho. Distraída, Alyssa alzó su mano izquierda llevándola hasta la mejilla de su hijo propinándole una suave caricia, justo en ese momento el anillo con el hermoso diamante brilló en su dedo anular.

 

- La verdad es que sí estuve algo ocupada, tanto en mi ausencia como ahora en mi regreso ¿tu dónde has estado? – Comentó la Black aflojando el gesto al esbozar una media sonrisa – Es prácticamente como si lo hubiera hecho… Verte aquí ahora luego de todo este tiempo, es casi como ver a un muerto.

 

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—Tu... madre no escatima en nimiedades

 

El comentario le supo tan amargo que se trabó al hacerlo, solía ser sarcástica para molestar a la gente pero lo cierto era que el enterarse cuán cercana era a la Italiana le irritaba hasta el agotamiento acabando por erradicar esa faceta suya. Aceptó el beso en la mejilla correspondiendo del mismo modo sin poder evitar la caída de sus ojos pues si para algo los tenía era para apreciar ciertas bellezas que la vida le presentaba en ocasiones, como la fina bata de la rubia y el cuerpo que poco escondía debajo, marcado y húmedo. —Tranquila, ésta vez no tendrá que compartirme con nadie— alegó sonrojada al pensar en Dovakhin y extender su diestra en dirección a Mía para evitar que ésta notase el rubor en sus mejillas.

 

—Te traje un presente por no poder cumplir mi parte de la oferta.

 

Le entregó la pequeña caja aterciopelada con el dije hecho de la escama de su dragón con su inicial y una cadena de plata. Era algo pequeño pero esperaba que le gustase para en seguida darle la espalda y buscar cobijo en el sofá que daba justo debajo del ventanal soltando los botones de su gabardina uno por uno y antes de sentarse la dejó caer acariciando sus hombros y brazos desnudos dejando relucir el despampanante vestido que cubría —casi nada— su femenina anatomía. Acomodando sus caderas cruzó una piernas sobre la otra de manera sugerente y enseñó una perfecta fila de dientes blancos a la joven Black Lestrange.

 

—Conversemos y ya después me dices si te gustó.

 

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