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Librería "La Hermana Quisquillosa" (MM B: 98425)


Xell Vladimir Potter Black
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Llegué a la librería sin mirar a ningún lado, nada me importaba, solo me daría un gusto personal, camine hasta el fondo de la librería y tomé el primer libro que me encontré. Camine hasta una de las mesas y me senté en una de las sillas que la rodeaba la misma. No repare en que libro había tomado hasta que iba por la mitad del primer capitulo.

 

-¿Por qué tome este libro?-observe la portada contrariada.

 

Mis manos simplemente tomaron ese libro sin reparar en cual era antes de abrirlo. Ahora no había marcha atrás. ya había comenzado a leerlo y no iba a parar hasta que lo terminara. Seguí leyendo, igual ya lo había leído cuando tenía seis años y desde entonces solo lo había tomado una u otra vez volviendo a enamorarme de las palabras que había en él y de los personajes tan bellos y simples que no había visto en ningún otro lugar.

 

-​Bueno... a fin de cuentas creo que me hace falta algo simple para distraerme y no algo rebuscado como lo que leo últimamente- suspire tranquilamente mientras pasaba otra pagina del libro y me sumergía en sus palabras.

 

Me ayudaba a olvidar las cosas, a no pensar en nada de lo que me había ocurrido cuando escape hace meses sin avisarle a nadie.

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  • 3 meses más tarde...

Conseguí que mi hija Perenela saliera de allá y que se dirigiera a casa, a descansar. O al menos, eso esperaba. Conociendo a mi hija, seguro que me decía que sí pero después se iba de picos pardos o vete a saber donde.

 

Pero ya era mayorcita para que me pudiera imponer a sus decisiones, así que la vi irse y di media vuelta, volviendo a pasear entre los libros. Me gustaba el olor de las páginas y las encuadernaciones, pero donde más disfrutaba era en aquel lugar donde estaban los libros prohibidos. Aquellos olían a viejo, desgaste, a serrín carcomido y... a poder.

 

Sonreí y tomé uno de ellos, tras librar el escudo que lo protegía. Por algo, yo había sido la dueña de aquel lugar y aún funcionaban mis encantamientos. Pasé el dedo por el lomo rugoso y lo retiré, deprisa. Aún seguía vivo. Era un libro realmente peligroso. Lo acerqué a mí para que nadie pudiera leer el título y me encaminé hacia la biblioteca, donde seguramente, a estas horas, podría disfrutar del calor de la chimenea y de la soledad del recinto.

 

Para mi sorpresa, allá estaba Jessie. Parecía triste y no notó que yo estaba cerca. Peermanecí en la puerta, sin decidirme a entrar en él o buscar otro sitio que no hubiera nadie. No me interesaba que se supiera a qué tipo de lecturas me dedicaba estos días...

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  • 2 semanas más tarde...

Necesitaba libros nuevos de magia oscura y sabía que había un único lugar en dónde los vendían... La última vez, recordaba no haberlo comprado así que, en esa ocasión estaba dispuesta a llevarme varios. Era cierto que, algunos libros especiales también se vendían en el Magic Mall pero los que a mí realmente me gustaban, estaban en la Librería "La Hermana Quisquillosa"...

 

Los rayos del sol, poco a poco se iban ocultando y comprobé en el reloj, posado encima de la mesita de noche, que las tiendas no tardarían en cerrar. Tendría que apurarme si quería llegar a tiempo antes de que colgaran el cartel de "cerrado".

 

Luego de ponerme mi camiseta, unos vaqueros, botas de piel de dragón y también una cazadora de cuero, recogí el monedero de piel de moke, introduciendo en él muchos galeones y también diversos objetos. Me puse la capa negra con capucha que usaba para viajar y tomé la varita de álamo temblón. Me giré sobre mis talones y me desaparecí del castillo Rambaldi, para hacerlo a unos cuatro metros en dirección sur de la Librería...

 

Poco a poco se notaba que la gente apuraba sus compras para llegar pronto a casa, pero yo tenía en mente comprar libros prohibidos y nadie me haría cambiar de opinión, ni siquiera tía Sagitas...

 

Abrí la puerta con cuidado y me dio la impresión de que no había nadie en su interior (?)..

 

- ¿Hola? - pregunté con voz tímida- ¿hay alguien? Venía a comprar - dije yo ahora, alzando la voz. Puse el pie en el interior y me llegó el aroma de que había nuevos libros dispuestos a la venta. Sonreí, no podía evitarlo. El tener una mayor sed de conocimiento hacía que estuviese allí en muchas ocasiones... Si hasta pensaba que las únicas ganancias que tenían eran gracias a mis galeones (? xD).

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A nadie le extrañó que la dueña de la librería entrara y se escabullera por un rinconcito de la tienda. Aquel lugar era tan lindo... No podía dejarla así como así pero tenía que hacerlo. Las circunstancias me obligaban. Aquel había sido mi primer negocio al entrar en el pueblo y eso era imposible de olvidar. Por eso, no lo había cerrado, además que tenía que contar con mi madre, la que se quedaba al mando ahora que tenía que irme.

 

Pero sabía reconocer su valor, por ello, había pedido que ella tuviera acceso total al dinero de la tienda ya que, al fin y al cabo, ella era quien iba a cuidar el negocio. Miré a mi alrededor, el olor a libros iba a ser lo que más echaría de menos de aquel lugar. La familia siempre la llevaría dentro de alguna manera.

 

Antes de irme, dejé en el aire un abanico inamovible de flores que abanicaría desde el aire a todos los que estuvieran por allá, para que todos me recordaran y no me olvidaran. Yo no lo haría nunca.

 

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Hacía demasiado que no había pisado el local, me entristecía eso, pero la ultima vez se había echo un desastre de los libros que allí había.

 

Sabía que mi niña se marchaba, pero yo tenía una sonrisa en los labios por ella, aunque mi corazón se encogiera cada vez que pensaba en que no volvería a verla. Esperaba que las lechuzas nunca se perdieran de camino a casa y que cuando ella quisiera regresar yo aun estuviera allí para abrazarla y mimarla.

 

No me atrevía a entrar, tenía la mano en el pomo y me encontraba estancada a la puerta de su librería. Suspiré por décima vez. Estaba intentando mantener las lágrimas a ralla por si la encontraba en el interior, ultimando algún detalle, no quería que se llevase ese triste recuerdo de mi, aunque sabía que la había dejado de lado por unos meses debido a mi viaje, nunca había dejado de quererla...

 

Suspiré una vez mas y diré la mano para entrar a la hermana quisquillosa.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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  • 1 mes más tarde...

Hacía ya bastante tiempo que no se tomaba tiempo para ella y para visitar el callejón y sus negocios también hacia mucho que no veía a Xell, poco sabia de su paradero, por lo que decidió que era el día de ir por lectura interesante y también a saber de la rubia y de otros familiares que sabia frecuentaban dicho negocio. Como la primera vez, una sonrisa se dibujo en su rostro al ver la pila de libros sostenidos de manera precaria que eran una preciosa escultura que sobresalía del balcón.

 

Avanzo hasta llegar a la puerta y puso la mano en el picaporte, luego giro y empujo la puerta para poder ingresar a la Librería de las Hermanas Quisquillosas, ya tenía en mente lo que se iba a llevar de primera mano, aunque se rehusaba a comprar el Profeta, si pensaba llevarse algunas revistas del mundo mágico y quizás hasta El Quisquilloso.

 

-Hola ¿Buenas?- dijo apenas ingreso, caminando directico a la vitrina que estaba en el área principal donde los clientes podían observar las portadas de los Best Sellers, -¿Alguien que me dé razón de cierta rubia, o de su madre y tía?- la verdad es que con aquello de la reforma ministerial no sabía en manos de quien había quedado el negocio, aunque anteriormente tanto Reena como Sagitas y la propia Xell eran las propietarias, la de aventuras que debían haber vivido entre esas paredes. Dejo escapar un suspiro, fijándose en no aplastar la bolsita que sostenía con una mano y en la que ahora descansaba la otra con poca prudencia.

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Al fin la campanita sonó dentro del local y eso quería decir, clientes. Me alegré porque con el pasar de los días había llegado a la desesperanza de pensar que no podría mantener a flote la tienda de mi hija y eso me dolía en el alma mas de lo que la gente imaginaba.

 

Una voz siguió al tintineo y si antes había saltado de mi silla para ir a atender, ahora casi salí corriendo de la trastienda para abrazar con fuerza a otra rubia que hacía mucho tiempo que no veía.

 

-Cye!! Que gusto verte y que inmenso placer tenerte aquí!

 

La solté para no incomodarla, yo seguía siendo muy emotiva, por lo que continuaba olvidando que a la gente le incomodaba el contacto físico, pero no me atreví a soltarle las manos por si se le pasaba por la cabeza huir de mi tras el recibimiento.

 

-Vienes sólo a comprar o sólo a verme a mi?

 

Esperaba que supiera que estaba bromeando ya que la cara comenzaba a dolerme de tanto sonreír, pero la broma fue impulsada por el miedo a sentirme sola que arrastraba desde que mi princesa se había marchado. Algunas veces me sentía tan patética...

 

La arrastré mas al interior de la tienda, mas por practicidad que por que estuviéramos en un mal lugar, pero ya que alguien había entrado, no quería espantar la posibilidad de que otra persona decidiera entrar en la librería.

 

-Un té? un café? sólo una butaca?

 

Me sentía como si me hubieran regalado algo de grandísimo valor y no cogía en mi de la felicidad.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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Cye escucho pasos acelerados y pronto vio a la autora de los mismos, era Reena que la había abrazado con fuerza, o quizás no, solo que no se esperaba un recibimiento tan efusivo, aunque le encantaba, ella también era de contacto, y cuando la Vladimir le mantuvo la mano agarrada Cye le dio un apretoncito.

 

-¡Oh por Merlín! si sé que me vas a recibir así, juro que vengo todos los días - dijo un poco en broma y otro tanto en serio. Entonces la pregunta de la pelirroja le saco la sonrisa que había estado jugueteando en sus labios. -Ummm si te digo que ambas ¿recibo otro abrazo?- expreso jugando con las palabras, un minuto después era llevada más al interior de la tienda y sorprendida con un trío de preguntas.

 

-La butaca te la acepto porque estos endemoniados zapatejos me están matando, el café- frunció el entrecejo -Ya sabes que no me gusta, es amargo y negro como el alma de algunos- por supuesto que las últimas frases eran solo una comparación -Yo soy más dulcita y mística como el té- al final del comentario no pudo mantener la fingida seriedad y rio de buena gana.

 

-¿Cómo has estado?- pregunto ya más a gusto, sus orbes celestes escudriñaron el rostro de Reena como si tratara de leerla sin importar lo que dijeran sus palabras, aunque ya había indagado algo con el contacto y la energía que la bruja proyectaba.

 

-Porque te siento nostálgica o ¿será tristeza acaso? - soltó sin rodeos.

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Raro era no visitar algún día alguna que otra librería, ya había visitado la de la matriarca Black y me parecía fascinante, pero la de la familia, cómo que era la que más visitaba al tener más confianza.

 

Generalmente vestía con ropajes muggles, pero en ésta ocasión, había puesto una túnica larga y encima de ésta había puesto una capa de viaje, iba pisando el suelo empedrado, mientras iba pensando en dónde se encontraba. A pesar de que era la que más visitaba, últimamente tenía demasiadas lagunas en mi cabeza y la verdad me estaba preocupando algo. Pero en ésta ocasión, sólo iría a mirar si tenían revistas especializadas.

 

Rebusqué en los bolsillos y me encontré con el monedero de piel de moke y mi varita, suspiré, ahora más con calma al ver que no me encontraba sin dinero. A lo lejos, divisé el local y apresuré mis pasos, abrí la puerta y el sonido de una campanilla sonó por el lugar.

 

En su interior se encontraban Cye y Reena.

 

- ¡Hola! ¡Cuánto tiempo Reena y Cye! ¿Cómo estáis? - pregunté con una sonrisa en mi cara, alegre por verlas. Y es que, la matriarca Vladimir, parecía que también se había ausentado del pueblo.

 

- Venía a por unas revistas especializadas de pociones, pero si estás ocupada, puedo venir en otro momento - comenté sin darle mayor importancia.

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Abracé por segunda vez a mi prima con una sonrisa en los labios, mientras en mi mente se repetía lo que ella había dicho: "es amargo y negro como el alma de algunos" Me hacía gracia que pensase eso y sabiendo que ella me conocía bien yo tomaría café.

 

-Té entonces -dije con alegría, mientras le ofrecía el brazo.

 

Mientras íbamos hacia la trastienda pensé en lo ultimo que me había preguntado, porque yo creía que estaba haciendo buen trabajo en cuanto a guardar la apariencia, aunque al parecer me estaba equivocando.

 

-He estado bien, aunque si, estoy algo nostalgica, llevo unos meses así, por eso volví a casa, aunque salga poco.

 

Le sonreí con timidez, debía ser la primera vez que lo admitía en voz alta y antes de morirme de vergüenza sonó la campana de entrada, salvándome de dar mas explicaciones. Heliké me salvaba.

 

-Bien, bien, aquí, íbamos a tomar un refrigerio, ¿te apuntas? Oh revistas, en la sección de pociones las tienes, son fáciles de encontrar.

 

Heliké había estado tantas veces en la librería que casi sabía mejor que yo donde estaba cada cosa, por lo que confiaba en su buen hacer y no tenía que estar vigilandola mientras consultaba, tal y como hacía con cualquier otra persona, no fuese que dañase alguna de mis obras, haciéndolas tener menos valor o ultrajandolas de forma que se beneficiasen ellos a mi causa...

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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