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►—Castillo Crowley—◄ (MM B: 96477)


Claudia Crowley
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Sunar Potter Black. Agencia Consultiva de Plagas. Campaña del DRyCCM

 

Nadie parecía que quisiera saber de las plagas. Habría sido muy brusca a presentarse, pero una mujer pareció que tenía asuntos pendientes con los miembros de esa familia.

 

- Si presentan algún inconveniente con cualquier plaga, pueden pasar por la Agencia en la cuarta planta del Ministerio de Magia. - anunció tan pronto vio salir a la persona algo enojada.

 

Ella por su parte prefirió retirarse, se disculpó con Nats, y giró sobre sus talones. Su destino sería el departamento por lo pronto. Allí tendría que organizarse porque la lista de hogares y negocios seguía si moverse. La revisión de todos, era muy complicado si quería estar más con su hijo.

 

- Pasen buen día - fue la forma de despedirse.

 

Salió de esa casa, y pensó que el camino no debió llegar hasta allí. Pero el trabajo, era impredecible.

 

- Mejor me olvido - se dijo emprendiendo el viaje al Ministerio.

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-¡Amo! ¡Despierte! -las huesudas manos del elfo apoyadas en el hombro de León se movían de un lado a otro.

- Mmmmmm noo -el intenso olor a licor a humo de cigarrillo evidenciaban un poco de la noche de la que apenas acababa de salir el holandés. -¿Qué quieres Arthur?

En vano, los ojos del mortífago intentaban abrirse, permitiendo que la escasa luz que se filtraba por las pesadas cortinas escarlata, lo cegara como si de un Lumus Máxima se tratara y le impidiera apreciar el chiquero en el cual se encontraba y en el que había habitado las ultimas tres semanas. Al mejor estilo de las historias de Conan Doyle, cuando algo alteraba considerablemente a León, se sumergía en un ensimismamiento del que no salía hasta que su cuerpo estaba completamente perdido en alucinógenos, licor y tabaco. Botellas de vodka vacías, cajas de tabaco rasgadas y una que otra envoltura metálica entre otras cosas, comprendían la alcoba del patriarca que, lejos de serlo, parecía un refugio de habitantes de la calle en Nueva York un diciembre.

La mirada del pelinegro empezó a recorrer al lugar al tiempo que su mente trataba de reconstruir lo que había pasado en las horas inmediatamente anteriores. El aire era espeso y cargado de un azul grisáceo que no permitía visibilidad alguna más allá de un metro por delante; las quemaduras en los dedos indice y anular de su mano derecha, le decían al Crowley que más de un tabaco se consumió en sus manos mientras él perdía su mente en el oscuro limbo del averno. Un fastidioso y constante zumbido, como de enjambre de billywigs, retumbaba sus oídos señal inequívoca de que estuvo escuchando música a un alto volumen. Toda una faena a la cual el pobre Arthur, elfo personal de León, se había tenido que acostumbrar por más de 60 años.

-Abajo hay... es mejor que baje usted y lo vea maestro. -Respondió el elfo, haciendo que de inmediato los ojos negros del patriarca se abrieran de par en par y una expresión de ira se dibujara en su rostro. -¡No, no! no es nada grave, pero si algo que requiere su atención inmediata.

Tan pronto como se levantó, su cuerpo empezó a darle escarmiento de lo que había hecho o no durante el tiempo que estuvo encerrado en esa habitación. Una fuerte jaqueca le sacudió por completo y un tirón en su muslo derecho que lo hizo sentar de nuevo, entre otras cosas, le recordaba por que había dejado de usar la inanición como forma de catarsis. Pero había un dolor que no era normal, un dolor sutil y no del todo desagradable que había experimentado muchas veces, pero no en un momento como ese.

-Arthur, ¿Llegué con alguien anoche? -indagó el pelinegro en cuanto el elfo apareció con un enorme vaso de zumo de naranja con vodka.

- ¿Anoche? -Arthur devolvió la pregunta con una sonrisa, un tanto burlona, en sus labios-, maestro, lleva usted 21 días sin salir de esta habitación. Sin embargo, nadie ha entrado o salido de esta habitación, al menos por la puerta.

- ¿Qué quieres decir con eso? -León parecía un poco molesto.

-En repetidas ocasiones escuché una voz femenina y desapariciones -el elfo parecía sonrojarse mientras entregaba a su amo la bandeja con la bebida.

-¿Lograste identificar algo de lo que decía esa voz femenina?

-A decir verdad amo -respondió Arthur cada vez más sonrojado-, no había mucho que se pudiera identificar. Eran más gemidos, afirmaciones y exclamaciones que otra cosa.

No tuvo que decir mucho más para comprender lo que la servicial criatura intentaba insinuar. Con una sonrisa en los labios, tomó el vaso y le ordenó retirarse lo cual hizo al acto. El jugo hizo muy bien su trabajo y sirvió para refrescar un poco la garganta del hombre que de inmediato se dirigió al baño. Una ducha y un buen desayuno terminarían de ponerlo a punto. Sin embargo, no alcanzó a llegar a la ducha cuando el espejo del baño lo sorprendió con un mensaje, escrito con un intenso labial rojo.

"Fue imposible no abusar de ti. Diría que lo lamento pero yo no miento. A.M."

- ¿Quien ca***o es A.M.? -se preguntaba en voz baja mientras limpiaba el espejo. Esperaba que Arthur no hubiera leído eso, no sería muy adecuado que se supiera que una mujer había abusado de él. El tema rondó su cabeza mientras se bañaba y por más que trataba de recordar, no lograba identificar a una mujer con esas iniciales. Desconocía de donde había salido o como la había conocido, pero se había dado mañas para encontrarlo y abusar de él. Vistió un pantalón corto oscuro que fue lo único que pudo recuperar del desorden de su alcoba, antes de que Bran y otros elfos de la casa, llegaran por indicación de Arthur para arreglar la alcoba. León se acercó a Bran hablando en voz baja.

-Si encuentras algo inusual, algo que no deba estar acá, debo ser el primero en enterarme -ordenó con la esperanza de encontrar algún indicio que permitiera identificar a A.M.

-Como ordene, amo -respondió el joven elfo, preguntándose si eso incluía las botellas, las pipas de agua o las cajas de tabaco.

-¿Qué era eso urgente que debía mirar, Arthur? -prosiguió posando su mirada en el otro elfo que entraba por la puerta principal de la habitación.

-Una mujer, maestro, requiere su presencia abajo. Dice haber dormido con usted, llevar un hijo suyo y ser... -hizo una pausa para contener la risa- la matriarca por derecho.

-Si cada mujer con la que he dormido o ha engendrado un hijo mío viniera a reclamar algo, viviría en la calle -respondió León con una sonrisa burlona mientras bajaba la escalera.

-Seguro que si maestro. En todo caso -prosiguió el elfo pensando sus palabras-, no cuentan las que abusan de usted. ¿O si? -apuntó y desapareció del lugar antes de sufrir las consecuencias.

Era evidente que el elfo había visto el mensaje y por eso no había llamado a los elfos de limpieza hasta que León ingresó al baño. La broma, simple pero muy diciente, dejaba muy en claro lo anormal del asunto y lo inevitablemente bochornoso que resultaría de ser escuchado por personas incorrectas. Al menos lo sabía Arthur y sabía que de él no saldría. Cuando llegó al final de la escalera, pudo contemplar de plano el asunto ya comentado por Arthur: Una mujer de cabellos de fuego, con una prominente barriga encerrada en un circulo de mujeres que de no ser por su estado de embarazo, la tendrían llena de brillos verdes.

-<<Esto no va bien>> -pensó. Tomó aire, trató de olvidar que tenía una fuerte resaca y se dirigió al grupo.

- ¿Puedo saber que ca***o está pasando acá?

Editado por León Crowley
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La cara de odio de Marissa no se podía disimular, era demasiado obvio que la mujer que tenía enfrente la hacía rabiar. Además, ¿cómo se dejaba pasar el brillo rojizo en los ojos de la rubia? Podía asegurar que podría saltar a su yugular en cualquier momento, aunque no era ninguna vampiresa.

 

Tomó aire y volvió a respirar, no recordaba cuando se había olvidado de hacerlo, pero el dolor en sus pulmones se hizo presente al instante, y con él una mueca. "¿Quién se cree esta mina?" No podía entender como está mujer podía ser tan ilusa y creer lo que su padre le había dicho. Rodó los ojos al escucharla, y se colocó las manos en sus caderas.

 

- Escucha, - comenzó tratando de ser clara - no sé que te ha pintado mi padre, pero las cosas no son así. Tú no eres su esposa, sólo la mujer que lleva a otro de sus hijos en sus entrañas. Nada más. Te corresponde sólo por él o ella, o lo que sea esa cosa - no sé sintió bien en referirse a su hermano por cosa, pero sentía desagrado por los bebés y era inevitable - un espacio, dinero; pero no más que eso, no tienes un lugar especial aquí.

 

Estaba por volverse, para subir y seguir con lo suyo, cuando escuchó la voz de su padre. ¿Cómo podía inquirir que estaba pasando? "El tenía la culpa de todo" Estaba demasiado alterada como para cubrir su enfado a esa altura, y no pudo evitar su insolencia.

 

- ¡Eso deberias saberlo tú! Así como tienes tus asustos, arreglas tus problemas.

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Aquello ya se había convertido en un verdadero espectáculo, por lo que la chica solo tomó asiento y se limitó a disfrutar de éste, con Aicitel y Marissa atacando a más no poder a la pelirroja engreída. Ella misma hubiese colaborado si no se estuviese preguntando si burlarse de una mujer embarazada no era éticamente incorrecto.

 

De cualquier forma, cubrió sus labios con una de sus manos, intentando disimular la su expresión ante la situación, y ni hablar de contener la sonora carcajada que amenazaba con escapar de sí debido a la aparición de las elfinas con tan ridícula vestimenta y la palabrería de la supuesta prometida de su padre. Quizás si fuese buena idea quedarse rondando por el castillo, con eso de tener funciones humorísticas a diario, por lo menos hasta el nacimiento del nuevo Crowley, cuando ya la mujer no fuese intocable. Se cuestionó si habría una lucha para ver quién acabaría con ella. Aicitel, Marissa, quizás, Claudia. La misma Macnair sería capaz de competir por obtener un lugar en la tortura.

 

Fue la voz del propio León lo que la sacó de sus reflexiones.

 

—Pasa que tendremos boda, padre —tan extraño era su humor en aquel momento que ni siquiera lo pensó mucho al decirlo—. O bueno, tú tendrás boda. Solo dime, ¿organizamos el casamiento o el divorcio de una vez? —Cuestionó más distraída—. Deben haber cerezas, solo por eso asistiría, porque si me preguntan, no apruebo su gusto por la moda, solo basta observar a sus elfinas.

 

Terminó divagando en susurros, para después volver su atención de nuevo al tenso entorno. Ya descubrirían qué tan sincero era ese amor.

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Una molesta luz le daba a León de lleno en la cara mientras estaba acostado en una cómoda y mullida cama de dos plazas. Revolcándose, todavía medio dormido, buscaba la manera acomodarse para continuar con su profundo sueño, pero lamentablemente no le quedó más remedio que abrir los ojos. Al principio no notó nada extraño, pero con el paso del tiempo empezó a fijarse más en los detalles de la habitación. Definitivamente no estaba en su cuarto, pero lo peor fue que ni siquiera reconocía una habitación así en el castillo Crowley. ¿Todavía seguía allí? Se levantó apurado, chocando con sus zapatos que seguían desparramados por el piso desde la noche anterior, y se asomó a la ventana buscando el familiar bosque que rodeaba su hogar. Una sensación de alivio lo envolvió al encontrarlo allí, y pero algo raro le pareció cuando notó donde se encontraba. ¿Acaso esa no era el ala que Claudia ocupaba? La idea se le cruzó por la cabeza un segundo, pero enseguida la desechó. Esa no podía ser su habitación, ni esa su cama, porque de ser así definitivamente lo recordaría.

 

Recogió sus pantalones del suelo que se encontraban hechos un bollo de jeans azules cerca de la puerta y se los puso; era demasiado tarde para estar dando vueltas en bóxer por la casa, además de no era algo muy común en él y no quería dar una impresión demasiado errada a alguna visita, si es que había alguna. Buscó cerca alguna camisa o algo que podría haber llevado anteriormente, pero no lo encontró. Se molestó por tener que salir así, pero no tenía idea de quién podría ser la habitación y por lo que parecía no merecía la pena recordarlo. Descalzo salió al pasillo y pudo distinguir que esa parte del castillo pertenecía a Claudia, ¿se había metido allí por accidente? Agradeció que no hacía demasiado frio, porque claramente no estaba en una situación muy cómoda para enfrentarse al invierno de Londres. Además, por lo que ya había observado eran cerca de las nueve de la noche, se había resuelto encaminarse a la cocina para robarle un poco de comida a los elfos antes de que sirvieran su famoso banquete nocturno, la cena.

 

Con el ultimo pedazo de tarta de pollo en la boca y terminando por chuparse los dedos, considero la idea de que no sabía cuándo había sido la última vez que había comido. Ni siquiera sabía que día era, así que daba por sentado que necesitaba encontrar a alguien que le diera las buenas nuevas. ¿Había alguien en el castillo además de los elfos? Seguramente sí, porque todo ese alborotó no se armaba sin algún Crowley dando vueltas y armando jaleo por allí. La tensión se sentía aunque estaba a bastante camino de la entrada y cuando cruzó su esbelto cuerpo por la puerta hacía el vestíbulo aumentó de una manera considerable. Contuvo las ganas de echarse a reír y por otro, lo preocupo el estado en que se encontraba una mujer con un embarazo avanzado. Muchas de las mujeres de la familia se le enfrentaban y si no se preocupara por el no nato, ya habría ayudado a que se produzca una pelea con todo y barro.

 

- ¡Buenas noches!- comentó tranquilo – Pero si que he llegado en el momento justo. Menuda suerte la mía

 

Aun con su poca ropa y su tronco descubierto, se hizo espacio entre ellas y pasó un brazo por los hombros a una sus hermanas que se veía demasiado furiosa con la intención de tranquilizarla y transmitirle aunque sea un poco de paz. “No querrás montar una escena, ¿verdad?” le susurró el oído, y observó a su padre que se encontraba en la mitad de la escalera. Ignorando el comentario de su hermana, estando él podía estar tranquilo porque sabía que no pasaría a mucho más… por ahora.

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El ala oeste del cuarto piso del castillo Crowley era un extraño lugar ante los ojos de un desconocido visitante. De altas paredes y amplios corredores, ninguno de los miembros de la ancestral familia tenía acceso a ella, solo la matriarca y algún invitado de último momento. Infinidad de pinturas y objetos de diferentes culturas se esparcían por la zona, perdiéndose entre los muebles y habitaciones que se habían dispuesto para ello. Cerciorándose personalmente de cada detalle, Claudia convirtió el lugar en su paraíso privado.

¿Cuánto llevaba así? La mortifago depositó con suavidad su rostro sobre el hombro de León, con la nívea seda flotando a su alrededor como brisa en primavera. Aquella habitación olía a una especia que no sabía determinar. Las luces eran débiles y los rayos de la luna iluminaban más que las lámparas allí presentes, que con esfuerzo, todavía le permitían ver su expresión, mientras que sus movimientos silenciosos y pausados hacían que se acercara poco a poco, lentamente, agonizante, más y más a él. Dándole un beso en la comisura de los labios.

"Existen cosas que no podemos negar o reprimir" la voz en su interior susurró con calma, oprimiéndose un poco más al cuerpo de su sobrino. Podía sentir el latido de su corazón en su pecho, "Por más que te niegues eres demasiado débil como para sobrellevar la carga emocional que es estar con él", casi nunca pensaba de ese modo, pero realmente no era ella quien se lo decía.

Claudia se movió ligeramente, suspirando cerca de su cuello antes de hundir la nariz en su nuca. Cerró sus ojos, recordando imágenes de las horas anteriores. Un escalofrió la recorrió. León había bebido más de lo necesario, sería casi un milagro que el mago recordase lo sucedido. ¿Y si lo despertaba? No, lo que menos deseaba era incomodarlo. Lo dejaría descansar lo que quedaba de la noche.

—¿Qué quieres?—sus labios se movieron por inercia, incapaz de dar la vuelta y encarar al elfo que segundos atrás había aparecido en la habitación.

—Una extraña está causando revuelo en la planta baja, Arthur cree que usted debería saber—respondió Hades con voz queda.

El elfo agachó la cabeza. Había cometido un error al interrumpirla.

—No me interesa.

—Pero…

—Estoy ocupada. Dile a los otros elfos que te ayuden a sacarla.

—El amo León ha bajado, mi señora.

Aquellas palabras hicieron que se incorporara de repente, olvidando su cabello desordenado y su cuerpo desnudo. Algo no iba bien, su hermano mayor no solía intervenir en asuntos de poca importancia. Tomó lo primero que sus dedos hallaron en el suelo, deslizando la camisa a través de su cabeza. No iba a presentarse de esa forma pero, debía cubrirse si pensaba cruzar hasta su habitación por ropa limpia.

Con un gesto de la cabeza, y en silencio, indicó al elfo que debían salir.
Editado por Claudia Rambaldi Crowley

But she said, where'd you want to go? How much you want to risk?

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| Semper Fidelis |

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Jude, elfo personal de Marissa.

 

Jude estaba dudando en volverse para ir a buscar a su ama, estaba casi seguro de que la situación la pondría muy nerviosa. Conocía a Marissa como la palma de su mano, su señor padre le había dado la orden de cuidarla sobre cualquier cosa y lo había cumplido en los primeros años que compartieron, pero luego tuvo que alejarse. La rubia tenía órdenes muy estrictas y estar sola era una de ellas. Desde luego, el jamás había dejado de vigilarla, pero se mantenía a una distancia prudente para que la Crowley no lo notara. Conocía lo delicado de su situación, su salud era muy delicada pero no porque estuviera enferma, sino porque simplemente su ama era demasiado descuidada. Olvidarse detalles para la Black era un problema grave, podría estar más de dos días sin comer si fuera por ella. Ahí entraba Jude, cerciorándose de al menos siguiera en con plena facultad de sus condiciones vitales.

 

<<Marissa querrá arrancarle las pestañas a la pelirroja esa que vino al castillo>> pensaba el elfo << Por favor, sólo deseo que se controle. Por los calzones de Merlín, que no suceda nada que se pueda lamentar luego>> El ya andaba caminando por los pasillos hacía el vestíbulo con una bandeja flotando a su lado, contenía un pedazo de pastel de manzana y grosellas, junto con una taza pequeña de té negro. No esperaba que la Black comiera al momento, pero era lo que le había ordenado y no quería dejarla sin vigilancia tanto tiempo.

 

Antes de cruzar la puerta, ya escuchaba el ruido y la tensión que sucedía al ambiente. ¿Había pasado algo realmente malo? No, no, todavía no. Jude soltó el aire que sin querer había comenzado a retener, y asomó su cabeza por la puerta. La situación que observo no le agrado del todo, un hombre semidesnudo abrazaba a Marissa que echaba rayos por los ojos en dirección a la pelirroja y a su mismo padre. ¿Se había perdido de algo? Lo que sea que fue, sabía que la rubia no iba a terminar bien porque el amo Crowley no lo iba a dejar así.

Editado por Marissa A. Black Crowley

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Hacia demasiados días que había dejado el hogar y me había sumergido en mis prioridades del trabajo con la varitas, pero los extrañaba y quería seriamente abrazar a mi padre y ver a la familia.

 

Como era de suponerse una vampiresa de aparentemente 17 años de edad, época en la que había sido convertida, no reflejaba mucho el que ya era madre y ponía las responsabilidades por encima de todo, pero tal cual era mi vida.

 

Suspire ante la puerta y la abrí sin mayor reparo, igual era mi hogar y nadie tenia porque impedirme el ingreso a mi casa.

 

Me acomode el saco de lana y deje la bufanda a un lado de la silla del recibidor, me mire en el espejo de allí y no lucia muy juvenil en Jeans.

 

Camine despacio hasta la cocina, quería buscar algo para satisfacer mi sed, lo raro es que el ambiente se sentía extraño. Fui directo a la cava a sacar una botella de vino tinto y luego a la alacena a buscar una copa.

 

Ojala algún miembro de la familia llegara pronto para acompañarme

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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—Vaya, un Crowley más que irrumpe en el castillo sin al menos tocar la puerta.

Apoyada en una de las paredes de la cocina, Claudia observaba atentamente a la distraída chica que, minutos atrás, había entrado en busca de alimento. Conocía a todos los residentes del castillo, pero no recordaba haberla visto en algún momento. Era Crowley, de eso estaba segura. Nadie en su sano juicio se atrevería a ingresar con tal confianza a los terrenos de la familia, sin al menos tener un lazo de sangre o amistad con los rumanos. Sus rasgos físicos no le ayudaban en nada a desvelar su identidad, su cabello violeta le resultaba atípico ante las tonalidades oscuras que compartían entre ellos.

—Hija de León—atinó a decir. Más como un pensamiento en voz alta, que una afirmación—. ¿Qué te trae por estos lugares? ¿Acaso vienes a reclamar algo? Está de moda en esta familia venir a pedir lo que no merecen o no se han ganado.

Una sonrisa de medio lado surco el rostro de la matriarca. Había bajado hasta ahí por un poco de sangre, evitando usar las escaleras principales para no tener que cruzarse con el espectáculo que se llevaba a cabo en ellas. Era más que suficiente el tener que escucharlos desde ahí, no intervendría si la situación no lo ameritaba o era llamada por su hermano.

—No es buena idea que llegues aquí de la nada—susurró, sosteniendo la mirada fija en Ariane—. Podrías terminar realmente mal.
Editado por Claudia Rambaldi Crowley

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| Semper Fidelis |

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El bouquet del vino era perfecto sabia que mi padre no permitiria un mal vino en la mansion, tras probar el segundo trago casi me atragante al escuchar una voz femenina tras de mí.

 

Volteé despacio y logre distinguir a la dama recargada sobre la pared y pregunto sobre mi presencia allí

 

-Buen día tiene razon soy hija de Leon, no pensé molestar a nadie co mi presencia y me disculpo si vine hacia la cocina pero no quería interrumpir a mi padre. Tan solo vine a visitar a la familia...

 

Solté una sonrisa distraída, jamas le había exigido nada a mi padre, pero seguro alguna situación hacia que ella reaccionará de aquella manera.

 

- No tengo nada que reclamar. .. el en mi vida ya me dio todo lo que podría haber deseado. Disculpe mi curiosidad soy selene Ariane y usted es?

 

Pregunte amablemente.

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Ministre de la Magie Français // 🌙 dulce asesina by Mael

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