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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Y entonces estaba en el suelo, no había visto venir el ataque de Liam pero aquello había logrado que el beso terminara más rápido de lo que tenía pensando. No iba negar que no se esperaba algo como aquello pero la verdad era que se lo esperaba del mismo Zack y no de otro chico.

 

Aquella era información nueva. Quizá Zack no fuera un chico fácil y mucho menos estuviera libre pero por lo menos era uno de los suyos. ¿Quién de los dos mordería la almohada? Esa era la nueva duda en sus pensamientos.

 

Saboreó un poco de su sangre, Liam le había hecho más daño de lo que se pudiera esperar y el Ryddleturn no quería más que devolvérselo aunque no venía al caso... Y si lo hacía, seguro que Leah encontraba una forma de hacerle pagar. No debía montar un drama por lo menos no aquel día.

 

— Estoy bien —respondió a Mary justo en el momento en que una voz conocida anunciaba la entrada de Leah—. ¿Qué recuerdos? —Inquirió estando aún en el piso.

 

La Ángel Caído estaba lista y eso quería que Juliene no estaba demasiado lejos. ¿Cuánto trabajo le habría costado que aquel momento llegará por fin? Observó por un momento la escena que se representaba ante él, Zack y Liam estaban un poco más allá al parecer enfrascados en una charla de chicas y los invitados seguían llegando cuando su esposa apareció de nuevo.

 

— ¿Sabes en que puedes ayudarme? Podrías darme un beso, que me lo merezco —bromeó mientras intentaba levantarse—. Y Mary aquí te lo puede contar si quieres... Aunque bueno, mejor te doy yo la noticia: ¡He besado a Zack! Y bueno, tu est****o amiguillo ese —señaló a Liam—, me ha golpeado. ¿Vas a devolvérsela por mí, cierto?

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Días atrás...

 

Una lechuza había ido volando hasta el castillo Rambaldi. La bruja se encontraba en esos momentos haciendo una poción... Desde que había dejado de enseñar, era lo que más tiempo invertía, investigar e innovar en ese área. Algo que le encantaba pero aún así, no exentos de riesgos. Un pequeño bum, resonó en el resto de la edificación. La castaña tosió haciendo mover el humo que había provocado ese brebaje y se levantó del sueño a causa de su potencia. No debía de mezclar ciertos ingredientes, pero el saber qué producía, era lo que le llevaba a hacer ese pequeño 'experimento'.

 

En cuánto se levantó del suelo, se fijó que tenía una carta. El animal había volado apresuradamente y no le quitaba la razón en ese aspecto. Recogió el papel del suelo y la cara de asombro no dejaba lugar a dudas. ¿Una invitación? ¿Para una boda? Y más para una de las que fuera directora de Criaturas. no lo entendía... pero, tampoco quería rechazarla... La curiosidad le pudo más que cualquier otra cosa. ¿Y a quién llevaría de acompañante? Inmediatamente pensó en su hermana melliza y sonrió. Sabía que éstas cosas le encantaban y en cuánto se lo notificase sabría que haría todo lo posible para que la llevase a ese lugar.

 

Pero aún así, no le parecía bien... Dos mujeres, ¡maldita sea! ¿No podía ser una boda normal? No, no entendía el porqué, quizá debía de preguntárselo personalmente a la persona que se la había enviado...

 

Encargó a su elfina que avisara a su hermana y que, además, comprara el mejor vestido que pudiese. ¿Qué tendría que llevar en éstos casos? No tenía ni la menor idea, pero sí, un regalo. Además que ella estaba planificando la suya y quizá le diese algunas ideas para que fuese más ¿innovadora? Negó con la cabeza. Nada de eso...

 

Día de la boda... Ambas hermanas en el castillo Rambaldi...

 

- pero, ¿se puede saber qué haces? - preguntó la Sforza al ver cómo su hermana estaba tardando tanto.

 

- ¡Odio éste vestido! Me sienta fatal. Parezco una carpa de circo - gruñó la ex- mortífaga dentro del baño. Su hermana no pudo evitar sonreír y negar con la cabeza al mismo tiempo.

 

- ¡Déjate de payasadas que ya llegamos tarde! -la castaña abrió la puerta y no pudo evitar mirar asombrada- ¡pero si estás preciosa! - dijo sonriente...

 

- sí sí, tú que me ves con buenos ojos - siguió gruñendo - mírate tú, tú si que estás estupenda - sonrió, mirando a la mujer que tenía delante de las narices. La Sforza llevaba una túnica color rosada con capucha, que le llegaba hasta los pies y no le impedía caminar, llevaba sandalias romanas y las mangas las llevaba hasta la muñeca, el vestido estaba acoplado a su cuerpo cómo una segunda piel, bastante atractiva. La Rambaldi salió del baño y llevaba un vestido floreado. Negó con la cabeza, movió su varita e hizo un hechizo que cambiara el color del vestido. Ahora iba de negro.

 

- ¿Mejor? - comentó la rubia mirando a su hermana. Ésta asintió con la cabeza- para la próxima, no dejes que Galadriel te compre nada. Vas tú - dijo sonriente. La castaña salió del baño y aparte del vestido negro, llevaba un escote no pronunciado, acompañado con unos tacones... Tomó su monedero de piel de moke, la invitación y la varita, por si acaso, los anillos de los libros.

 

- ¿Para qué llevas esos trastos? - preguntó su hermana - por precaución - le respondió la mujer... - desde luego, menuda paranoica tengo por hermana - la esforza hizo girar sus ojos hasta ponerlos en blanco.. - ¿llevas algún regalo? - asintió con la cabeza y le mostró un pequeño set de pociones - algunas las hice yo, y otras las compré, espero que le sean útiles - se encogió de hombros...

 

- Pues vamos, llegamos tarde - volvió a repetir la rubia.

 

Ambas hermanas se cogieron de la mano y con un tirón hicieron uso de la desaparición para llegar hasta el castillo que le indicaba el documento. Se aparecieron a unos cinco metros de la entrada principal.

 

- ¡Madre mía, es impresionante! - exclamaron las mellizas y no pudieron evitar estallar en carcajadas. Abrieron la puerta y fueron caminando hasta el interior, a través del sendero.

 

- Esperemos que alguien nos reciba - susurró la Rambaldi. Parecía que ya todo estaba dispuesto para la ceremonia. Su hermana tenía razón, casi habían llegado tarde para la boda.

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Se limpio el labial que la mujer le había dejado con un pañuelo, y el mismo se lo aventó a la cara a Juliene, por hacer cosas que no debía. De todas maneras, las cosas ya estaban hechas, y prefería olvidar aquel incidente y seguir con lo que estaba planeado.

 

—Cissy... —murmuró, al ver a su hija escabullirse a un lado y a la jefa del Magic Mall entrando con un vestido. Las cosas no podían ser menos obvias, pero al menos los invitados estaban mirando cualquier cosa, menos la escena que se estaba armando sobre las escaleras—. Gracias a Dios el vestido llegó. Ahora si entregaré a mi hija —acentuó la palabra "hija".

 

La ángel caído se cambió ágilmente en su escondite, y terminó justo a tiempo. El vestido era sin lugar a dudas hermoso, escotado, pero manteniendo la compostura que la ocasión ameritaba. Suspiró una vez más al ver a su hija; estaba a pocos minutos de realizar algo que él mismo nunca se había permitido. Se acercó nuevamente a ella y tomó su mano para colocarla sobre su antebrazo y acercarla al inicio de la gradería, donde Pik ya estaba esperándolos.

 

—Estás hermosa —musitó.

 

Su rostro mostraba una felicidad que dudaba haber encontrado hacía muchísimos años. Era un momento realmente importante, no sólo para Leah, sino para él. En el castillo se habían reunido personajes que no había visto en años, tantos que cuando recorrió el lugar con la vista reconoció demasiados rostros; era como regresar en el tiempo algunos años y recordar cuando recién empezaba a unir su vida con las de los presentes, así como unir cabos e historias que terminaron revelando varios secretos.

 

—Pik, siempre es un placer contar con tu presencia —musitó antes que el interlocutor lance el hechizo. La última vez que había visto al Macnair había sido cuando este aún era miembro de la Triada Mortífaga.

 

Cuando el ángel caído anunció a la primera de las novias, la iluminación del castillo bajó un par de tonos, pero alrededor de la gradería la luz se intensificó, denotando la importante del lugar y llamando la atención de todos los presentes hacia Leah y su padre. El castaño miró una vez más a su hija y la mano que tenía libre la posó sobre la de su hija que reposaba sobre su antebrazo, le sonrió y con una inclinación de cabeza, le indicó que estaban listos.

 

Empezó a descender las escaleras lentamente, dejando que su hija sea la que guíe la velocidad. La cola del vestido se hizo notar muchísimo más al quedarse por detrás de ellos en la gradería; la elegancia acompañaba cada movimiento de los Ivashkov, así como cada par de ojos que se encontraban en la habitación. Aunque segundos antes había estado con los nervios a puño, y los había disimulado según él bastante bien, ahora se sentía completamente listo para aquello; era increíble como las cosas se iban acomodando por sí solas y encajaban perfectamente en cada circunstancia.


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—Milady —repitió con una sonrisa—, esa niña me agrada.

 

Pero poca conformidad había tenido con el comentario de la hija de Cissy cuando Macnair apareció con Hugo y el color que había recuperado se esfumó de su rostro. No por el comentario referente a Isaac, que poco le importaba si ponía en la balanza la cantidad de amantes que había tenido a lo largo de su vida, sino por el hecho de que lo que venía no debía ser bonito. Quiso adelantarse, detenerlo, decirle que no era necesario hacer un anuncio, pero Derek tomó su mano y la aprisionó contra su brazo, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por su cabeza. El Sonorus del padrino de Tauro resonó en la sala y todas las miradas se movieron hacia arriba, hacia él, hacia ellos. Hacia ella.

 

Así como se había puesto como un papel, ahora parecía un cangrejo con insolación. Sentía las mejillas arder y sabía que todos los ojos, de conocidos, de amigos y algunos no tan cercanos, estaban puestos en ella. La sonrisa que tenía en el rostro era de puro nerviosismo y pese a que iba a enfrentar la situación con la mejor de las actitudes, sus uñas se hincaron en el traje de su padre para indicarle, una vez más, que no se atreviera a soltarla. Él dio el primer paso hacia abajo y ella se obligó a hacer lo mismo, para no quedarse atrás. Y tanto fue la obligación del momento, que poco a poco fue descendiendo sin notar que ella misma marcaba el ritmo.

 

Juliene se había ido a quién sabe dónde, fallándole una vez más en la contienda, pero tenía tanto a su padre como a Pik ahí al lado, además de Cissy: la salvadora del día y su hija, que ahora que lo pensaba completaba una bonita imagen. Zack y Liam estaban abajo, logró verlos tan pronto dio el primer paso, moviéndose para ella como si estuvieran imantados. Respiró hondo en ese instante, sabiendo que tenía su apoyo incondicional. Fue en ese momento que relajó un poco la mano con el anillo de compromiso, pues había empezado a hacerse un poco de daño, y empezó a sonreír con más naturalidad. Contar los escalones ayudó también, puesto que al llegar al quince, ya estaba a la altura de todos. Pasó los ojos por el grupo de gente que estaba ahí reunida, aclaró la garganta y empezó a hablar, con el timbre musical un poco tambaleante.

 

—Bienvenidos queridos invitados. Compañeros, familiares, amigos y... —sus ojos dieron con Mei y Luca, además de captar a Ishaya en el fondo. Decidió obviar el comentario—. Es un placer tenerlos aquí el día de hoy y agradezco que hayan venido a compartir este importantísimo día conmigo y mi prometida. No es una boda convencional, como más de uno lo sabrá —torció una sonrisita, sabiendo que no todos los días la líder mortífaga se casaba—, pero será digna de recordar. Entonces, los invito a seguirme al jardín, para empezar con la boda en unos...

 

Tragó saliva, no con mucho disimulo.

 

—... minutos. ¿Vamos?

 

Ante una señal que constaba en apretar el brazo de Derek, empezó a andar con su padre tratando de no mirar a nadie directamente a los ojos. Sus pensamientos estaban destinados únicamente a Tauro, a la ceremonia y al hecho de que si bien se casaba con una líder, la otra líder y madre de la novia sería quien las casara. Líder, suegra, cura. Beltis era todo. El corazón empezó a retumbarle con tanta fuerza en el pecho que lo escuchaba justo al lado de la oreja mientras avanzaban fuera del castillo, rodeaban un camino adornado con una alfombra blanca y pétalos azules que los llevaría al jardín, como una tortura.

 

Sólo que no pudo seguir pensando en nada, no al llegar al lugar donde dejaría de ser una sola para siempre. Sus ojos verdes se despegaron del suelo, admirando de inmediato lo que habían creado para ella y tuvo que contener las ganas de soltar un gritito ridícula que la dejaría peor parada que su propio temor en las escaleras. El césped estaba perfectamente recortado y sobre este, habría largas sillas donde entraban al menos cinco personas cómodamente; no eran modernas, ni las típicas sillas de jardín, eran bonitas sillas de madera pulida en el tono crema que adornaba la Ivashkov desde la mañana. Cinco de lado, ubicadas al paralelo y con una cinta azul cerrando el paso de un solo extremo, estaban divididas por un espacio de dos metros donde ella estaba apunto de pasar.

 

Los árboles, los arbustos, todos estaban cuidados y dispuestos para la ceremonia, hechizados para que algunas hojas mostraran las pequeñas figuras de dragones mínimos que revoloteaban sobre las hojas dormidas. Y al final del trayecto, el altar. Había una pequeña tarima, la que ocuparía Beltis, justo al final de la alfombra que ella estaba recorriendo. El piano había abandonado su lugar inicial por arte de magia y había aparecido al lado del altar, ahí donde no estorbaría a los padrinos de las novias, tocando las mismas melodías hasta que Tauro bajara, donde tocaría una canción especial. Ahí detrás todo parecía sumamente hermoso, con columnas que marcaban el sitio y decoraciones con telas, que dejaban muy en alto la capacidad de los Ivashkov para las celebraciones.

 

—Esto es increíble —murmuró, sin saber a quién se lo decía. ¿Derek, Cissy, Zack, Liam, Juliene, Pik, Hugo? ¿A ella misma? Parpadeó, con los labios aún entreabiertos, cuando notó que había llegado al altar antes de darse cuenta—. Esto está pasando de verdad.

 

Derek la dejó ahí y ella se giró, enfrentando a los invitados que empezaban a ocupar sus asientos. De verdad estaba pasando. Miró a un lado y luego a otro, viendo tanto a Cissy y a Juliene como a Zack y a Liam.

 

—Alguien que tenga la bondad de sostenerme si me desmayo, no sé cómo llegué hasta aquí sin perder la cabeza.

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— ¡Omo!— llevó sus manos a sus mejillas, abriendo los labios, en una mueca de obvia sorpresa— ¿Verdad que tiene una boca mordisqueable? Descubrí eso la última vez que lo besé, pero me sentí rara, como si ya lo hubiera hecho antes… ¿Te ha pasado? — era una duda que le había quedado luego de su pequeño pleito con la dulce pareja de mortifagos, besar a Liam solía ser su pasatiempo más divertido, sin embargo, nunca había tocado a Zack de esa forma más que esa noche, al menos eso era lo que podía recordar— Bah, dudo que alguien pueda olvidar besar a alguien como él, sólo observa tu felicidad y como a Liam se le están cayendo los pantalones por haber hecho lo mismo.— soltó una risilla por lo bajo al posar su vista en los tortolos— Es un chico inolvidable.

 

Pero lo cierto es que lo había olvidado, nunca llegaría a saber de las fechorías que hizo en la Mansión Riddle en compañía de Isabella, era un límite traspasado por su neutralidad y que como tal traería desastrosas consecuencias si llegaba a saberse, muchísimo más ahora, cuando en su última paseada por Londres había decidido adentrarse al bando contrario y querer iluminar algunas vidas con su presencia. Alzó con bastante orgullo el pañuelo que minutos antes le había aventado el padre de Leah a la cara, sonriendo ampliamente, no es como si el Ryddleturn desconociera sus intenciones de asistir a la boda de la Ángel Caído.

 

—Yo he besado a Derek, le ha gustado tanto que hasta una prenda me otorgó, ¿no es una ternura?— en efecto, el pañuelo estaba lleno del labial que había impregnado en los labios del hombre y tuvo que ser fuerte para no caer presa de las carcajadas en ese mismo lugar— Y sí, antes de que preguntes, lo he hecho frente a Leah. — fue allí que reparó en la presencia de Mary, la observó por completo, llegando a la conclusión de que no la conocía de nada— ¿Ella quién es?

 

Cuando escuchó la voz de la Ivashkov, soltó un suspiro, su pequeño descanso había terminado, casi podía sentir como su cerebro maquinaba miles de maldiciones para la madrina que hacía falta a su lado, no volvió a emitir palabra, sino que empujó tanto a la desconocida como a su marido hacia los jardines pues, como había dicho la novia, allí sería la ceremonia. Juliene sabía bien cuál era el lugar que debía tomar a partir de ese momento, tenía que estar al lado de la novia, de igual manera que lo estaban sus otros padrinos, una sonrisa se dibujó en su rostro al recordar la última pregunta de Cillian.

 

—El asunto con Liam, no te preocupes, yo me encargaré—aseguró, dedicándole un saludo al Hawthorne, seguramente la ignoraría, pero no era como si le importara en aquel momento cuando comenzaba a maquinar alguna treta interesante para el rubio—. Detesto volver a dejarte, querido, ya sabes cómo son las bodas… excesivamente empalagosas. Asegúrate de comprarme la insulina que te pedí.

 

Entonces sí, cuando las palabras emanaron de la boca de Leah, ella se encontraba a un lado de Cissy, colocando una sonrisa de lado que había aprendido de la futura mujer de su madre. Londres no dejaba de ser complicado, mucho menos las relaciones familiares y los arboles generacionales eran un completo desastre.

 

—Porque seguro perdiste otra cosa para estar aquí… la lengua, quizás.

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- No es momento para preocuparse por los aperitivos y las bebidas, habrá tiempo después de la ceremonia para emborrachar a los invitados. Ahora vístete antes que la otra novia piense que te has arrepentido.

 

Podría intentar convencerla de que estaba cometiendo un error. Podría ser como aquellas madres que se vuelven locas al saber que sus hijos toman caminos opuestos a los planes que han concebido para ellos, metas en las que esconden sus propias ambiciones detrás de preocupación y supuesto amor. Podría quitarle su apoyo, como aquellas buenas madres, romper en llanto y sufrir, decirle que merece algo diferente. Sucumbir a la locura. Nadie podría reprocharla por eso.

 

- ¿Cómo te vas a arreglar ese cabello? -Llenó un vaso de whisky y lo bebió lentamente mirando los mechones azules alborotados de Tauro.

 

Había visto tantas veces ese comportamiento irracional en otros padres que sabía exactamente lo que debía hacer. Sin embargo, no lo haría. Tal vez era mala madre, tal vez se preocupaba muy poco por su hija ¿Pero qué podía hacer más que estar cerca y dejarla vivir?

 

- ¿Estás lista? No los hagamos esperar, algunos solo han venido por la comida y bebida gratis.

 

Le ofreció el brazo izquierdo con una sonrisa. Tauro debería de estar muy desesperada para llamar a su madre, le había confiado la ceremonia a Beltis y ella no tenía idea lo que era el amor ni el matrimonio.

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— No lo sé, realmente no lo sé —estaba exasperada, siendo presa nuevamente de los nervios y la presencia de su madre era una de las causantes de aquello. ¿Se arrepentía de haberla llamado? No, pero sí de las circunstancias en que lo había hecho, cuando era más que claro que no tenían una buena relación de ese tipo y al pensar en lo que podría decir en plena ceremonia cuando las estuviera a punto de casar... ¿Y si decía algo fuera de lugar? La desaparición de su ex esposo aun seguía siendo un misterio para todos, nunca hubo un cuerpo al cual enterrar, simplemente se le dio por muerto y ya.

 

Como sabía que se le estaba haciendo tarde, tomó el vestido de la cama y con ayuda de la magia lo puso sobre su cuerpo desnudo, ese día no llevaría ropa interior. Eva había hecho un buen trabajo en la elección del vestido, lo cual era una suerte para Tauro el hecho de que el licor aun no hubiese nublado su mente y además lucía impecable. El vestido estaba hecho de seda natural entrelazada con hilo de plata y un elegante cuello alto que le daba la apariencia de una duquesa, una reina del inframundo que además tenía su propia corona, en este caso una tiara de diamantes y platino. Estaba consciente de lo ridícu.la que se podía ver, pero Tauro ya no era la misma en ese sentido, aquella chica que había jurado no casarse ni tener una relación en serio jamás en la vida, hoy estaba segura del gran paso que estaba a punto de dar. Terminó de peinarse y al finalizar miró a Beltis.

 

— Estoy lista —ambas salieron de la habitación, siguieron el camino hacia las escaleras y descendieron hasta llegar al salón principal, donde pudieron escuchar la voz de Leah. De repente se detuvo. Casi podía imaginar lo que estaba pensando su madre, que quizás se había arrepentido y estaba a punto de huir, pero cuando recobró el movimiento de sus extremidades siguió avanzando hasta cruzar la puerta y dar con el exterior.

 

Afuera había una cantidad considerable de invitados, jamás esperó ver tantos, le costaba mucho sonreír, era algo que hacía de manera forzada y obligada, pero que en esos momentos no le salía por lo que se limitó a asentir cuando alguien la saludaba. Alzó la vista y pudo ver a su prometida. Su corazón de detuvo de manera abrupta al ver lo increíble que se veía su futura esposa, tan perfecta, elegante, sorprendente, como sólo ella podía verse. Y claro, también lucía increíblemente sexy, lo cual la hizo sonreír de verdad al ver que ambas habían pensado lo mismo en cuanto al escote. Más segura que nunca, más que todo por las ganas que tenía de llegar pronto a su lado, caminó dirigiendo a Beltis hacia el altar donde la esperaban y una vez llegó, tan sólo pudo decir la única palabra que logró articular sin un titubeo.

 

—Hola.

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-La única que va a perder la lengua eres tú, Black Lestrange. Es evidente que has perdido la cabeza al enfundarte esa cosa japonesa, ten la descencia de callarte antes de que... -la música cambió y la Atkins llevó los ojos primero al piano, posteriormente al final del pasillo de invitados que hacía lo mismo que ella, quedar deslumbrados-. Wow.

Toda su atención, todo lo que era, lo que había llegado a ser, se centró únicamente en las dos mujeres que habían hecho acto de aparición. Beltis estaba igual que siempre, imponente al lado de su hija como un pilar infalible para cualquier cosa que se dejar a su cuidado, lista para enfrentar la ceremonia y con la aparente fuerza de llevar a cabo otras dos. Pero a ella sólo la detalló un instante, un mínimo fragmento de un segundo, un vistazo tan veloz que sus conceptos del tiempo se vieron opacados por la belleza de la novia.

Tauro había hecho justo lo que había esperado que hiciera, mirarla con fijeza desde su aparición y seguir el camino seguro a ella. No miró nada más a partir de ese momento. Estaba segura de que la melodía no era la común en las bodas, sino algo que le gustaba a ella y que había elegido sólo por una aparente charla inofensiva que habían tenido, donde había obtenido información sin que lo notara. Canon Rock, quizás, o algo similar. No obstante, parecía escuchar sólo sus pasos lentos acercándose.

Entonces, por primera vez desde que se había visto a la rubia en público, esbozó una sonrisa real. Estaba extraordinaria en su vestido, como si los dioses en los que no creía hubieran decidido juntarse a hacer una obra de arte en alta costura para su prometida. La figura marcada por la tela, la estupenda forma en que caía la cola, el peinado. Ella. Al inhalar descubrió que había dejado de respirar desde que la vio y que los pulmones escocían a los lados de su desbocado corazón. Ahí fue cuando la primera lágrima cayó por su mejilla, bajando despacio por la curva marcada de su sonrisa.

La emoción de verla así no se la arrebataría nada ni nadie, jamás. Poco le importaba ser en ese momento la Ángel Caído de la Marca Tenebrosa. Era Leah Atkins Ivashkov y la hermosa mujer que andaba hacia ella era suya, al igual que ella le pertenecía. Limpió la lágrima sólo cuando ya estuvo demasiado cerca y recobró la movilidad cuando captó una señal de Derek, un mínimo ademán para hacerle ver que ya podía ir.

-Hola -respondió con la voz cortada por su ligero llanto y tuvo que recordarse, o quizás obligarse a recordar, que no podía besarla.

Tomó una de sus manos, la que había usado para caminar hacia ella junto a Beltis y miró a la mujer. No había tenido muchas charlas personales con ella y no podía decir que tenían una estrecha relación, pero bajó la cabeza con un respeto que sólo los miembros del bando entenderían y le dedicó una enorme sonrisa al terminar la reverencia.

-Muchísimas gracias. Estoy segura de que sabes cuánto lo aprecio.

No podía besarla pero nadie había dicho nada del resto de su cuerpo. Alzando la mano hasta sus labios, besó cada dedo hasta llegar al pulgar y murmuró algo sólo para Tauro, mirando los ojos azules en los que toda la decoración estaba inspirada.

-Eres y serás siempre la expresión física de la perfección.

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Las caricias que le proporcionaban Akiza eran mucho más dulces que cualquier otra caricia que le pudieran dar. Comenzó a calmarse y a ponerse en situación, no podía ser tan dificil mantener una conversación con una chica, así fuera un reina o la mismísima ministra, era Mery Gaunt Karkarov y ese nombre era puro respeto.

 

- E-esto... Gracias -dijo un poco sonrojada. No, era mucho más difícil aquello de lo que creía. ¿Podía comportarse como lo hacía habitualmente con cualquier chico o chica? No, no creía aquello, pero al menos lo iba a intentar-. Amo los tacones pero... Al parecer mi cuerpo no quiere aceptarlos hoy... -suspiró y soltó una pequeña risa. Puso sus pies en los zapatos que hizo aparecer Akiza, fue como pisar una nube-. Dios, esto es... la gloria -suspiró de placer ante la comodidad y subió la mirada cuando la chica tiró de su cara.

 

Sus miradas se volvieron a encontrar, aparentemente Akiza se encontraba preocupada. ¿Debería estarlo? Quizás si, pero no por la salud de la pelirosa. Relamió sus labios sin apartar la vista de la chica, comenzaba a poder respirar casi con naturalidad y seguramente esto se debía a que Akiza había llegado en poco tiempo.

 

- No, seguramente no sea fiebre -contestó con una pequeña sonrisa. ¿Qué le pasaba? Se paró a pensarlo para si misma. Desde el primer día que la vio en el caldero sintió como si algo en su vida se hubiera completado; cada vez que escuchaba el nombre "Akiza" en su estómago pasaba algo extraño; se sonrojaba cuando sus miradas conectaban; por no decir que últimamente había ido buscándola por donde caminaba. Suspiró-. Me pasas tú, Akiza... -ahora fue ella quien comenzó a acariciar a la Karkarov, pero fue en la mano donde lo hizo.

 

@@Akiza Ravenclaw H.

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Estaba perpleja, sorprendida, algo molesta pero en el interior feliz. ¿Acaso no merecía mi madre tener al fin una compañera de vida?, no podía comportarme de forma egoísta, seguramente había una explicación de ella para no mantenerme al tanto de su vida amorosa; tal vez todos tenían razón y era demasiado celosa de ella, y aunque me atraía hacer un drama el día de su boda, me rehuía tan solo por el amor que le tenía a mi madre Tauro; si, era hora de soltar mis caprichos de niñez, al menos por unas horas.

Aunque no hubiera sabido siquiera del compromiso a tiempo como para hacerles un presente mucho más merecedor a las novias, si estaba a tiempo como para llegar y hacer entrega de los anillos.

 

Nunca antes había estado en ese castillo, pero me desenvolvía ya como si fuera demasiado bienvenida, aunque en realidad no conocía a muchos, y a otros no los veía desde hacía milenios, a pasos rápidos me dirigí hacia uno de los tocadores para hacer mis arreglos de vestimenta, nadie me había notado y por la prisa de mis pies, ni siquiera mi familia.

Me miré en el espejo y sostuve la mirada orgullosa, un toque de la varita y solté el rodete de mi cabello castaño, dejándolo caer hasta la cintura, en un tras me desvestí y remplace mi andrajosa ropa de viajera por un vestido delicado y holgado, de color beige destellante sobre mi tono de piel. El maquillaje era como siempre llamativo, de fuertes delineados negros en los ojos, de labios rubí y unas cadenas tintineantes en brazos y cuello. Si, eso era todo, de igual manera ¿quien se fijaría en mi estando cerca de las novias? y cuanto más desapercibida, mejor.

 

Escuché a una mujer pidiendo que nos dirigiéramos al jardín, estaba nerviosa y despampanante... ¿Acaso era ella la prometida? me sentía una idi*** por ser la menos informada, y más aún por no haber visto a Tauro antes de que entrara a la boda. Sin más me dirigí al jardín, recogiendo la pequeña caja roja donde guardaba los anillos de mi madre. Al menos cumpliría mi deber de hija con orgullo.

 

Mis labios se separaron en una simple "o" al ver la decoración del jardín, pero sin detenerme me ubique donde debía para esperar mi turno de acto en aquella ceremonia.

Mis ojos se perdieron en el rostro de Tauro cuando hizo su entrada, estaba hermosa, y fue ahí cuando mi enfado se esfumó y lo remplazo la gratitud, baje la mirada para esconder mis ojos vidriosos, fijando la vista en la caja de los anillos, esperando con ansias la reacción de ellas al ver de cuales se trataban.

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