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Edicto #3 sobre los Transportes Mágicos en el territorio nacional


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Kampus de Vitosha

En las afueras de Sofía, Bulgaria.

 

Mi mente se había alejado por una extraña razón. Era una sensación doble por así llamarlo, ya que todo se había teñido de rojo. Me había cegado. Y a la vez, la adrenalina me pedía más. Era como si fuera una marioneta, un soldadito que seguía órdenes de alguien invisible. Algo en mi cabeza me dirigía. ¿Mi voz de conciencia quizás? Pero en ése momento no era el más coherente. La situación se me había ido de las manos. Pero lo disfrutaba, aunque faltaba un ingrediente importante.

Gritos. Eran como música para mis oídos. Y el joven parecía haber encontrado con ése encuentro de sorpresa. Antes de poder hacer nada, estaba de rodillas, con heridas esparcidas y siendo ahogado en ése instante. Pensé en un Levicorpus, para provocar que el joven fuera levantado justo por el tobillo que había quebrado (y que Kenzo Ito había curado). A dos metros del suelo, quedó colgando, mientras me acercaba lentamente.

Tal vez fuiste la persona en el lugar equivocado. No espero que lo entiendas —le murmuré. Alrededor no había nadie. Pensé en un Confundus. Su mente se vería sumergida en un océano grande, profundo y oscuro. El silencio de la noche y la soledad de aquellos terrenos eran demasiado notorio. Era el momento. Tenía que ser rápido y conciso. De un tirón saque mi daga de plata, aquella que nos daban los libros Uzza.

Acerqué el filo de la hoja plateada e hice un corte en su brazo. Saqué un pequeño frasquito de cristal, dejando caer el líquido rojo dentro de él. Aquello me serviría para más tarde. Lo guardé y miré a Kenzo Ito. Estaba un poco más arriba que mi cabeza. Miraba fijamente sus ojos. Sin mover mi varita, curé sus vías respiratorias, porque no quería que se muriera ya. Pero teníamos que irnos ya mismo. Apoyé mi mano sobre su pecho y cerré mis dedos agarrando su ropa. Moví mi varita de arriba abajo, como haciendo un tajo en el aire.

El portal se abrió ante nosotros. Y desaparecimos de aquel espacio tranquilo en el borde del río para algún lugar más privado. Tenía que hacer algunos retoques y deshacerme del problema en el que me había metido. Estaba arrastrando “al problema” desde su ropa, llevándomelo de ahí.

 

@ Marcellus Allan

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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El último edicto que la Ministra había sacado tenía varias razones para incomodar a Rory. Él había escuchado argumentos muy alturados por parte de compañeros de bando y personas que consideraba más "cultas" que él, de como limitaba las libertades más básicas y profundizaba el autoritarismo (que palabra complicada) que a esas alturas, era ya un sello característico del gobierno de Sagitas.  

Pero en su caso, el problema era tan sencillo como la congestión desmedida que ahora tenían los autobuses noctámbulos en horas pico de transporte. Apare del natural asombro que no dejaba de provocarle, toparse en el transporte con personas que en otros tiempos era inimaginable encontrarse allí. 

Ese día, afortunadamente, no tenía una agenda recargada. Tras la aventura que había sido su participación en aquel festival en Sheffield, Rory se había recluido voluntariamente a un retiro espiritual en una de las más discretas casas de reposo en Inglaterra, con la esperanza de encontrarse. El ejercicio de una semana de duración había alejado de él las tentaciones de la carne que aquel rubio le había incitado, y de pasada, lo había hecho conectarse con el lado compasivo y solidario suyo que por momentos, sentía que la guerra le arrebataba. Así que, de vuelta en su rutina de visitar refugios para apoyar en la preparación de comida, tenía a Camden como su siguiente parada.

Echarse una buena siesta no era mala idea pues le esperaba un recorrido prolongado, pero antes que pudiera hacerlo, las exaltadas palabras con que un tipo estaba dirigiéndose al chofer lo hicieron dirigir la mirada hacia allí. Dejó escapar un suspiro resignado, porque parecía que era solo otro más de esos reclamones que usaban por primera vez el servicio, pero grande fue su sorpresa al reconocer aquellos rizos aureorojizos super identificables.

 

@ Melrose Moody

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¿Era posible que Richard Moody estuviera en semejante aprieto? 

Hacía apenas unas semanas, con un par de motos voladoras, gran cantidad de escobas y ninguna falta de autos deportivos, Richard no tenía siquiera que imaginar una situación así. Sin embargo, luego del edicto y debido a la estupidez de sus inquilinas, así como la rígida disposición de su hermana (Catherine) Richard había tenido que afrontar la absurda realidad de verse reducido a las privaciones de la plebe de Ottery. 

Sin embargo, eso no representaba un problema mayúsculo al inicio. 

Sí, haberse desplazado por primera vez en el autobús noctámbulo, tener que apreciar la cara llena de acné del joven que ayudaba con el equipaje y los comentarios absurdos del conductor, había sido cosa pasable mientras tenía la capacidad de silenciar sus conversaciones e imaginar que se encontraba de vacaciones en Italia o de vuelta en la seguridad y comodidad de la sala de música de la cabaña en Luss.

Lo más indignante, había ocurrido sin duda ese día, donde un anciano desdentado y desvergonzado recostado sin aspavientos en uno de esos catres de fierro maloliente se había aprovechado de su posición delante del brujo en el bus para soltar unas sonoras ventosidades que, con ánimo de sorna, fingía no haber expedido luego de mostrar ante todo el bus su mejor cara de víctima de la tercera edad, dejando a Richard no solo en ridículo, si no expuesto al escarnio. Después de un par de intercambios subidos de tono con el conductor (que había tenido el cinismo de usar el término "maltratador de abuelitos") Richard estaba más que harto de ese roce pueblerino.

-¡DIJE QUE ME QUIERO BAJAR!

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Aunque no lo había pedido, la señora de la litera del frente a la que ocupaba Rory no había tardado en ponerle al tanto del conflicto que Richard Moody estaba protagonizando. Como todo buen escándalo, incluso los que minutos atrás habían estado (aparentemente) en un profundo sueño, se habían levantado para intercambiar chismes y opiniones del asunto.

A Rory le costaba creer que todo se hubiese originado por los presuntos problemas estomacales del señor que Richard no dejaba de señalar. Varios más como él tampoco lo creían, pero bastó que otro mago joven, de reluciente capa de terciopelo mencionara que creía en Moody, para que los murmullos se convirtieran en un violento intercambio de insultos.

- Esta juventud de ahora se cree con el derecho de lastimar a venerables ancianos ¡típicos hijitos de papá! - el autobús dio un violento sacudón, pero eso no impidió que la señora que decía esas palabras exaltada, siguiera hablando, en cuanto recompuso la postura- e incluso no tan jóvenes, porque como que sus mejores años ya pasaron ¿no?

Estaba seguro que Richard había respondido la afrenta, pero la atronadora salva de aplausos a la mujer le impidió escucharlo. A Rory seguía sin gustarle nada la situación, porque en el fondo, nadie parecía realmente interesado en averiguar la verdad, y especialmente, darle una solución equilibrada, que no afectase a ninguno de los presentes.

- Por favor, mantengamos la calma, ¿no creen que necesitamos escucharnos entre nosotros, antes de lanzar acusaciones semejantes?- cerrando los ojos, Rory oró para que Dios le trajese claridad y luego, se adelantó para poder estar cerca de Richard y dirigirse a él directamente- señor Moody, entiendo su molestia, pero ¿cómo está seguro que fue el señor el que soltó tal ventosidad? Hay más de una persona en este bus, y nadie se quejó de malos olores antes que usted. Entiendo que le moleste que no se crea en su palabra, pero bajándose del autrobus, no se solucionará nada y solo pondrá en problemas al conductor.

No le gustaba ser el centro de las miradas, pero era inevitable a esas alturas. Varias risas provenientes de la parte trasera del bus evidenciaron, que además de indignados y amargados con el asunto, muchos se tomaban el asunto a la risa. "De la raiz a la nariz" se escuchó decir, y varios empezaron a repetirlo en coro.

Y luego se preguntaban porque todo iba tan mal en Inglaterra...

@ Melrose Moody

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De entre todos los santurrones de Ottery con los que podría haberse topado, Despard estaba casi al fondo del pergamino (solo sobrepasado tal vez por Bel Evans McGonagall) y eso era bastante decir, teniendo en cuenta que Richard tenía una larga lista de indeseables; y no era que no le interesase tener el apoyo del párroco, que por una razón que a Richard se le escapaba (claro, eso solo era una forma de decir que le exasperaba) tenía cierto grado de influencia dentro de sus pares, a pesar de que él mismo no era del todo inglés y era, a todas luces, alguien que lucía poco importante.

Por eso, no contradijo su afirmación, si no que explicó de manera somera:

-Es justamente porque no quiero llevar esta discusión más allá que he dicho que me quiero bajar.

Su expresión había pasado de la exaltación a su habitual tono sosegado que solía utilizar en las negociaciones. No era precisamente que no tuviera emociones pero estas duraban poco o nada en él. Era la desventaja de haber vivido tantas vidas en una y haber experimentado más de una vez todas las emociones disponibles en el abanico de la humanidad.

-Ya le dije que no puedo hacer eso -replicó el conductor a ojos vista cada vez más incómodo señalando el cartel de los nuevos edictos-, se controla el origen y destino de los pasajeros mediante el sistema automatizado del ministerio y en la nuestra ya figura que usted se baja en el caldero chorreante. 

Richard había tenido más que suficiente. No pensaba ceder y si distraía al conductor de su labor al volante, tanto mejor ¿por qué no?

-Y yo le digo que haga figurar en el sistema que me bajo antes y todo solucionado.

-¡Pero le digo que no se puede!

-¿Es que acaso usted no controla su propio bus?

Silencio sepulcral. Me bastó notar cómo el conductor intercambiaba una mirada contrariada con el ayudante Granos para entender que había dado en el clavo del problema. De pronto, la atmósfera de reprobación del bus cambió por completo. Un ruido que no era más que un conjunto de cuchicheos combinados empezó a elevarse, en conjunto con un sonido que Richard conocía muy bien: la molestia, junto con la incomodidad. A la gente le encantaba el chismorreo y el escándalo cuando se trataba de hacer escarnio; en contraposición, Richard le había ofrecido a ese público inglés la única cosa que adoraban todavía más: una posibilidad de quejarse del sistema público. 

-¿¡Qué clase de violación a nuestra libertad es esa!? 

Más voces incómodas empezaron a elevarse. Richard tuvo que sofocar una sonrisa de satisfacción. Se cruzó de piernas sobre la camilla que había encantado para que se quedase pegada al suelo y se mantuvo en sus trece para observar el espectáculo. Alguien agregó en voz muy baja "¿Qué la ministra no ha tenido ya suficiente obligándonos a viajar en este circo?" y un "Ni siquiera yo que viví en la época de Cornelius Fudge viví algo semejante". La última fue todavía más allá en la ofensa, agregando "ya me habían dicho que la ministra es una ex cirquera". Cuál no sería su sorpresa al ver que el último comentario había surgido del viejo pedorro. Vaya, vaya, la cosa se ponía interesante ¿y qué tendría el párroco qué decir al respecto? ¿También abogaba por hacer el amor y la paz con la ministra psicótica? Bueno, Richard tenía que admitir que el hombre tenía disposición paciencia y estómago pero... de pronto no sentía más que curiosidad, respecto a cómo iba a devenir el asunto. 

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El patriarca Moody se había rehusado a responder directamente lo que había preguntado ¿una ignoración calculada? con la fama y astucia que caracterizaba a ese hombre, Rory estaba seguro que no era ninguna casualidad o confusión por causa del alboroto suscitado en el bus. Acercándose al abuelito, Rory le tendió su bastón bajo la promesa de que no golpearía con él a Richard, y luego se volvió expectante a la conversación, que al menos en un tono más sereno (pero no exento de tensión) llevaban el conductor del bus y el mago.

A los murmullos le siguió el silencio cuando el cuarentón hombre admitió que ellos habían sido imposibilitados de cambiar el destino que un pasajero señalaba. 

Las diatribas cambiaron súbitamente de dirección entonces, para concentrarse en la Ministra. Rory negó con la cabeza, abatido de que hasta el mismísimo venerable anciano se uniese a semejantes comentarios. Él estaba de acuerdo con que las decisiones de Sagitas eran harto cuestionables ¿pero que tenía que ver eso con la ocupación que había tenido antes? ¿por qué se hacía hincapié en su condición de migrante? (¡eso pasa porque el pueblo ignorante elige a quienes hacen plata sin importarles su nacionalidad!) ¿nadie tenía la sensatez para criticar sus acciones y no lo que ella era o dejaba de ser?

- Por favor, solo vamos a conseguir que nos lleven a todos a Azkaban por estar diciendo esa clase de cosas de la ministra.

Algunos callaron, pero de inmediato otros más se alzaron diciendo cosas como que "hasta Azkaban tiene las celdas más limpias" . Lentamente, de ser el centro de las acusaciones, ahora Richard era tratado como uno más de los "perjudicados" de un gobierno "que no respondía que estaba haciendo con el dinero de los impuestos de todos". Carraspeando con la garganta, el asistente de repente se atrevió a hablar también.

Hasta ese momento, el joven había tenido una actitud más bien pasiva, por lo que el silencio volvió a reinar para poder escucharlo con claridad.

- El gobierno prometió pagar un jornal extra, acondicionar mejoras en los buses, e incluso implementar varios de ellos. Y nada de eso se ha cumplido. Hasta animales hemos tenido que transportar, y quizá alguno de ellos dejó un "encarguito" y eso provocó el mal olor que usted reconoció señor.

Nuevas quejas y lamentos horrorizados. Casi que en estampida, varios comenzaron a hacer lumos con sus varitas, para inspeccionar si bajo sus si bajo sus literas, no habría también algún "regalito".

@ Melrose Moody

Editado por Rory Despard
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Sí, habría sido difícil reprimir la sonrisa si Richard fuese un mago cualquiera... pero no lo era. Permaneció impávido, primero ante la intervención del pastor y luego ante la del muchacho. Las personas empezaban a hundirse en un espiral de asombro y horror y Richard no podía negar que estaba disfrutando del asunto. No era la primera ni sería la última vez que generaba caos con apenas un par de líneas bien deslizadas. No lo hacía seguido, tenía que admitir que muchas veces no era lo más oportuno. Sin embargo, en aquella situación le venía como anillo al dedo. 

No dijo nada, para intentar no llamar la atención y agradeció que, a pesar de que el est****o de Despard le había devuelto la vara de madera al anciano, éste no había intentado golpearlo. En lugar de eso, el octogenario empezó a buscar tanteando bajo su cama. Richard no necesitaba buscar bajo la suya. Estaban ya apenas a una parada del caldero chorreante. El conductor había acelerado como un endemoniado, haciendo apartar granjas y casas solariegas enteras. 

Moody no estaba seguro de si continuar o no ¿era recomendable darle la última clavada al ataúd? No... no quería arriesgar tanto ese día. Había decidido también volver a usar los carros deportivos sin importar el costo para no volver a montarse en ese cuchitril andante pero eso ya era otro tema.

En lugar de eso se dedicó a escuchar. 

-Entonces ¿la ministra no ha asegurado la salud integral? 

"¡Dios mío!"

-¿Y acaso no decían que últimamente la gente transporta más animales?

-Yo trabajo en San Mungo y hemos tenido más de tres casos de brote de tentáculos faciales. 

-¿Es eso cierto? 

Su trabajo estaba hecho.

Editado por Melrose Moody

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Era increíble lo que el pánico generaba en las personas. Nadie se quejaba de las vueltas inverosímiles que daba el bus, sino del alivio de que no hubiera más excremento en sus compartimientos,  y que solo fuese el infortunado viejecito el que tuviese el infortunio de lidiar con uno.  Aunque por supuesto, nadie había cuestionado que se negase a moverse de su cama para una revisión exhaustiva.

El asistente parecía estar disfrutando de toda su atención y ahora contaba con lujo de detalles las medidas que el SITRABUN (Sindicato de Transporte de Buses Noctámbulo) había tomado en su última plenaria de bases. Algunos arrugaron la nariz, ante la mención de esa clase de espacios, pero rápidamente el tema común de que se atentaba "contra la salud pública de todos los residentes de Londres" cobró mayor preponderancia. Los testimonios de casos extraños de atención en San Mungo seguían multiplicándose, y al de los tentáculos faciales, se sumaron otros que hablaban de herpes de escarbatos transmitidas a humanos, e incluso que esa falta de higiene estaba provocando que a algunos "se les redujera la magia", con el peligro que eso significaba por el primer decreto de persecución dado por la ministra.

Rory no se sumó a las teorías conspirativas. En cambio, miró fija y secamente al patriarca Moody.

- ¿Está satisfecho? Sabe muy bien que a raiz de todas estas quejas, al final serán otros los que paguen, no usted. 

No era molestia lo que sentía exactamente, pero algo en toda esa situación le había generado una incomodidad que Rory sabía bien que no iba irse fácilmente. Hasta donde había alcanzado a notar, no había ningún periodista a bordo, pero no faltaba la gente que hacía correr los chismes más rápido de lo que el chofer iba conduciendo. Con tener el número de placa del bus, rápidamente podía abrirse un proceso a los empleados, y si el tema llegaba hasta la prensa, el nivel de exposición al que esos dos pobres hombres llegarían sería monumental. 

No era difícil imaginar los titulares de diarios al día siguiente, cada cual más sensacionalista, sobre lo que se había vivido ese día.

- ¡Caldero Chorreante!- vociferó el conductor y Rory vio ponerse de pie a Richard. Todavía no le había contestado nada, pero el morbo de todos los reunidos podía más y varios vieron en dirección al Moody para saber si diría alguna última cosa al predicador, al viejecillo o al resto de presentes. 

@ Melrose Moody

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Desde el piso superior del autobus se escuchan gritos de molestia y algunos de asombro, como si hubiera habido una clase de pelea, la Ollivander baja al piso inferior del autobus entre literas, personas tiradas en el suelo, algunas jaulas tapadas con terciopelo que se azotan  tan fuertemente que podría jurar que un bogart se encuentra dentro de ellas, pero eso no es lo peor, la limpieza del lugar deja mucho que desear, como hubiera querido viajar en la moto voladora que recién había  adquirido, o tal vez en aquella alfombra mágica de su madre.

 

Bajó lo más cuidadosamente posible, había botellas de pociones que probablemente se habían salido de la bolsa de algún despistado que la había dejado en el suelo y se había quedado dormido.

Para su fortuna la siguiente parada era la siguiente, por fin volvería a la calidez de aquella vieja habitación que rentaba en el callejón. 

Su sorpresa al ver al joven Despard en el mismo transporte se intensificó cuando observaba que toda aquella gente estaba en contra de aquellos edictos un poco absurdos dictados por la ministra, a fin de cuentas, ellosa twnían en esa desagradable situación. 

 

-A estas alturas incluso puede estarse cocinando un edicto sobre la libertad de expresión. 

 

La rubia se abría paso entre la gente y las camas que se movian de un lado a otro. Sonrió  a Despard,  era una buena señal encontrarse con el pelirrojo en el mismo autobus, aunque no era la única cara que reconoció,  el patriarca dw los Moody también se encontraba allí,  que curiosa coincidencia.

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Richard tenía serios problemas para tolerar al predicador ahora.

-Verá señor Despard -señaló con una voz que era como la seda-. Tendrán aquellos que tengan que pagar ¿no es acaso una injusticia que el estado no se haga cargo de ciudadanos que se encuentran al día con sus impuestos y cumplen con la ley? Hasta niños Granos asintió disimuladamente ante semejante afirmación. 

Cuanto el conductor gritó el nombre de la parada, Richard se incorporó. No le debía ninguna explicación o disculpas a Despard. Él solo había deseado meterse en la discusión y era ridículo iniciar algo que eras incapaz de terminar. Esquivó con éxito un montón de viales de pociones que algún idi*** había regado por el piso y por poco se dio de bruces con la heredera de los Ollivander. Sus modales cambiaron entonces por completo, se inclinó con expresión serena y caballerosa para saludarla "Tenga buen día, señorita Hannity. Y tiene usted razón, ya nadie está a salvo", afirmó con expresión de contrariedad, antes de regalarle una cálida sonrisa e irse derecho hacia la puerta. 

Se bajó solo agitando la mano y se detuvo ante el caldero chorreante. La puerta del local estaba firmemente cerrada, con un enorme letrero que anunciaba que estarían fuera de servicio por unos días. Era la primera vez que algo como eso sucedía ¿qué quería decir? ¿Acaso más edictos en camino o solo una horrenda coincidencia?

Se volvió para ver el autobús por si alguien más bajaba y podía contrabandear un viaje de vuelta pero lo cierto era que Richard sabía de antemano lo que sucedería: no volvería a viajar en ese autobús del horror. 

 

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