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Les antiquités de Cathecir~ (MM B: 106590)


Circe Atkins C.
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Atrapados en la tetera

Algún lugar de Alemania (SigloXVII)

Con @ y @

 

 

Era difícil imaginar a Richard siendo presa de un evento inesperado. Quizá (pero solo lo admitiría en mi fuero interno) si que algunas situaciones superaban al mago. Como fuera, en cuanto encontrara la forma de salir de allí requisaría esa tetera, pues era evidente que se trataba de un objeto maldito.

 

No sabía una sola palabra en alemán con excepción de danke así que solo quedaba confiar enteramente en lo que Moody decía respecto a tener que cambiarnos para así no terminar juzgadas o amarradas a una hoguera (o las dos cosas). No había tiempo que perder, así que cruzando la habitación me fui al lado opuesto de dónde él se encontraba.

 

La disposición de la habitación era diferente y no estaba segura si era porque no era Inglaterra o por el tiempo pasado, pero tardamos un buen rato en dar con el armario. Afortunadamente cuando lo hicimos, había toda clase de indumentarias, pero mi ánimo duró poco al comprobar que la variedad solo estaba en la ropa masculina, pues de nuestro lado ésta se limitaba a una gama de colores opacos, vestidos que llegaban hasta el suelo, así como cuellos cerrados que no mostraban piel alguna.

 

- Sí que eran extremos estos tipos- comenté mientras seguía buscando algo que se adecuase a mi pequeña estatura- ¿Eileen ya encontraste algo para ponerte?

 

Cuando 10 minutos después por fin di con algo, Richard estaba casi ya fuera de sí. Salí a las apuradas del rincón más apartado de la habitación donde había decidido cambiarme, y no sabía si sentirme más nerviosa por el evidente enfado del tipo o por las palabras inentendibles en alemán que provenían de fuera en un tono cada vez más alto.

 

- ¿Qué es lo que haremos ahora? Quedarnos calladas supongo que se da por descontado ¿pero hay algo más que debería enterarme? Mientras no tenga que casarme todo ok, que ya estoy casada y a mi marido no le gustaría nada enterarse de un asunto de este tipo.

 

No había mucho margen de acción para una mujer del Siglo XVII, así que guardé silencio esperando por su respuesta.

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Richard Moody

 

―¡Shhhh! ―rechistó colocando un dedo sobre los labios, como rara vez, por no decir nunca hacía. Era una gesto que no tenía la elegancia que le gustaba que tuviesen sus gestos― Van a oír nuestro inglés moderno...

 

La realidad, era que ni él mismo sabía qué hacer a continuación. Su propio dialecto sin duda estaría obsoleto, ni él mismo lo recordaba. Así que observando tanto a Ellie como a Bel, decidió sacar un par de velos tupidos y les cubrió el rostro con ellos. Ordenó con susurros precisos a la ama de llaves que ordenara que prepararan su carruaje y se volvió hacia las muchachas con gesto resignado.

 

―Vamos a ir a campo abierto. No hablen, yo tampoco lo haré mucho en realidad ―señaló hacia la puerta―. Caminen derechas, nada de sujetarse la una a la otra, con los brazos adelante y sin mirar alrededor ni detenerse. Saldrán directamente abriendo el paso por lo que no podré darles indicaciones. El velo es tupido, por lo que deben tener cuidado de no caerse, aunque sin duda ven mejor a los de fuera de lo que ellos podrán verlos ―suspiró. Sentía sed debido a soltar tanta palabrería junta―. A la cuenta de tres...

 

Las puertas se abrieron poco después y Richard salió tras ellas, agitando la mano, dando un beso en el reverso de la mano aquí y allá, una excusa, una sonrisa, todas cosas parcas y "comprensibles" para todos ellos, cosas a las que estuvieran habituados, como para compensar lo que significaba para ellos que el anfitrión y sus inesperadas acompañantes dejaran el lugar en medio de una fiesta.

 

―¡Disfruten de la fiesta! ―fue lo que clamó al final, antes de subir al carruaje.

 

No estaba seguro de haberlo dicho bien, pero al menos se había asegurado de dejar instrucciones claras con el ama de llaves, para que su casa no quedara hecha trizas, ni tampoco espiaran en sus secretos y por supuesto, para que no creyesen que el anfitrión era un grosero. Cuando se embarcó y el cochero hizo restallar la fusta para partir, se sentía genuinamente aliviado, aunque todavía sin idea de qué demonios iba a hacer.

 

Luego de un momento de silencio, se pasó la mano por la frente y el cabello, antes de decir:

 

―¿Alguna idea?

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Ellie jamás habría imaginado, al despertar aquella mañana en su humilde morada, que para la tarde estaría atrapada en algún lugar de Alemania, en el siglo XVII. Tampoco habría imaginado que terminaría usando un incómodo y asfixiante vestido de corsé, con un cuello cerrado y de mangas y faldas largas, en un muy poco favorecedor color gris. Pero muchísimo menos, se habría visto usando además un grueso velo, estando en la compañía de un mago al que apenas conoce, y no está segura si sea de fiar a pesar de ser de la familia, y una Auror cuya lengua mordaz, si bien no la ataca a ella, la deja sin palabras.

 

—A lo mejor esto ni es real... —masculla por lo bajo, fastidiada por las indicaciones de Richard. Se supone que una Inefable debería saber qué sucede y cómo solucionarlo, pero no tiene la menor idea de lo que está pasando. De lo único que está segura, es que tiene que ver con aquel condenado juego de té. ¿Por qué demonios tuve que ir? ¡Es la primera vez que visito ese lugar y me pasa ésto!

 

Pero, ¿qué otra opción tiene, más que seguir la corriente?

 

No sabe cómo es capaz de caminar tan rápido, pero a la vez sin llamar la atención, con aquel vestido con el cual se siente como un maniquí. Tampoco sabe cómo es capaz de mantenerse en silencio, sin romper en sollozos por los nervios y la impotencia. Mucho menos entiende cómo es que se sbe al carruaje.

 

—¿Tú conoces este lugar? —es lo que suelta, observando a Richard, luego de prácticamente arrancarse el velo. La sensación de asfixia sólo se reduce un poco— ¿Éste es tú pasado?

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Richard suelta un sonoro suspiro.

 

Sabe que no está siendo justo con ninguna de ellas pero no es eso lo que le interesa. De hecho, no podría importarle menos, teniendo en cuenta que se encuentra atrapado en su propio pasado y que encima es una época del mismo que no tiene muy clara, que no recuerda con precisión.

 

―Sí, es mi pasado.

 

Al decirlo, mira hacia la ventanilla del carruaje. Fuera, puede ver las calles de Postdam, donde transita todo tipo de gente. Ahora se encuentra más seguro, de que deben estar cerca del año 1650. Afuera, los rostros no son famélicos pero no son tan numerosos, lo que significa que aún pueden sentirse los estragos de la guerra de los treinta años. Richard suspira. Había sido una época dura para los muggles, en la que los magos poco se interesaron en intervenir. Él había sufrido como cualquier otro de ellos, con la ligera ventaja de poder realizar algunos trucos de vez en cuando, para realizar los "trabajos" que le encargaban. Había sido bueno ser comerciante bajo la protección de Friedrich, mucho mejor que con su padre Jorge.

 

Aunque, claro está, había sido una época espantosamente aburrida, donde lo verdaderamente interesante había estado floreciendo en Francia. Sin embargo, por aquellas épocas, ocultándose de La Talamasca, no había estado precisamente en la posición de ponerse quisquilloso y en Francia, todo parecía llamar la atención y adecuarse a sus gustos disolutos. Sabía que sin duda sería el lugar donde lo buscarían primero.

 

No está seguro de qué decirle a las chicas, pues no es de compartir mucho acerca de sí mismo. Una de las ventajas con Catherine o Madeleine era que habían sido personas que habían comprendido enseguida esa parte de él y habían podido mantenerse con él de manera llevadera sin hacerle preguntas pero de entre todas las personas ¿Evans, en serio? Era casi imposible pedirle algo así. Además, Ellie era sólo una chiquilla que podía verse influenciada por la pelirroja, no sería raro que se sintiese incómoda si no le contestaba o si directamente, empezaba a ver su verdadera cara.

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Era increíble, con lo grande y viejo que era Ottery, que no se encontrara una joyería como la gente. La mayoría de las calles comerciales estaban plagadas de bares, spas, tiendas de venta de varitas o artículos embrujados, hasta parques de diversiones y diversos restoranes que promocionaban comida de culturas diferentes.

 

Mahia se paró en la puerta de la tienda de antigüedades “Les antiquités de Cathecir”. Era una de las dos casas que ocupaban ese rubro en las calles de la ciudad londinense, pero el nombre en francés le había hecho decidirse por esa en particular.

 

Abrió la puerta y e ingresó, dejando que la misma se cerrase sola a su espalda. Ajustó su chaqueta de cuero a su cuello, agradeciendo el clima fresco que Londres tenía en casi todo el año, y se entretuvo un rato mirando los objetos que había a la venta antes de dirigirse al mostrador; tocó algunos de ellos, echando un par de pasos hacia atrás cada vez que alguno se movía sin previo aviso.

 

No estaba segura de encontrar lo que buscaba. Al menos en las cuatro hileras de anaqueles disponibles no lo había hecho.

 

Buscó una campanilla para tocar pero no vislumbró ninguna. Miró sobre su hombro para relojear la puerta para retirarse por si nadie venía a atender y colocó las manos en los bolsillos traseros de su jean gris. Al girarse nuevamente hacia el mostrador, una persona se encontraba mirándola fijamente.

 

Hola … Ya sé que esto es una tienda de antigüedades, pero … estoy buscando algo nuevo

 

Sonaba loco, lo sabía. Se removió el cabello de la nuca algo incómoda y prosiguió con la explicación.

 

Con nuevo me refiero a sin uso, no me importa que sea del año 4000 a.c según los Muggles, si nunca ha sido usado. Tampoco es problema el precio. –

 

Escudriño el rostro de la persona que le atendía, que no demostraba emoción alguna. Esa tienda era rara. Demasiado.

 

En fin, deseo un anillo de compromiso. Quería algo fino, no muy grande, pero sí lo más cercano a una sortija con dos hileras de pequeños diamantes, en oro blanco. ¿Tendrían algo así? En caso contrario me iré por donde vine, y disculpen la molestia. –

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Cuando Mel se sacude de encima la modorra, es consciente de que la campanilla del negocio ha sonado por cuarta vez en el día, lo que significa que alguien ha ingresado al local. Sólo que a diferencia de las primeras ocasiones, nadie parece estar atendiendo. Se sienta en la cama todavía de manera lenta y poco coordinada y se limpia la baba de la mejilla, intentando evaluar los daños. Sólo tiene babeado otro poco de cabello y necesita cambiarse la ropa con urgencia pero la tarea con ayuda de la varita no le toma mucho tiempo.

 

Baja las escaleras apresuradamente.

 

Abajo, una mujer de aspecto pálido y delicado se encuentra ante el mostrador. Antes de aparecer desde la salida de la escalera, Mel se acomoda un poco el cabello desordenado. Luego, saluda con cordialidad, ahorrándose el fruncir la nariz: ha notado enseguida que la mujer de aspecto delicado es una vampiro, de la misma manera en que de seguro ella debe haber notado que es una licántropo. Sin embargo, por encima de todo es una clienta y Mel sabe guardarse bien de criticar dichas naturalezas, debido a que ha sufrido en carne viva la exclusión, así que no se la achaca a nadie.

 

―Eh, en ese caso quizá quiera uno de éstos ―señala.

 

La lleva entonces al lado opuesto del mostrador. Es una indicación que Richard le había dejado muy clara; si llegaban clientes y soltaban la frase mágica de "el precio no importa" debía conducirlos enseguida con la joyería de ese espacio.

 

―Tengo entendido que hay dos anillos que no han sido usados uhm... un minuto... ―Mel rebusca por unos instantes, hasta dar con los estuches. Uno era de terciopelo azul oscuro y el otro negro― claro, son éstos, señaló, abriendo ambos estuches ante ella, para que pudiese ver ambos anillos.

 

Uno de ellos, era de oro blanco, delgado y no recto, si no que elucubraba al dar un doble giro. La piedra era un zafiro y el efecto que daba era templado, casi sereno. El otro, era muy distinto, un anillo como el que la mujer acababa de describir, con la salvedad de que la piedra central, era mucho más grande que el resto de los diamantes que hacían las veces de detalles en ambas hileras.

 

―Éste está 20000 galeones ―lee Melrose sin poder evitar sorprenderse a la par que lo hace, casi escandalizada, pero intentando que no se le note en el rostro (haciendo un pésimo trabajo, porque siempre ha sido un libro abierto)― y el del zafiro 25000 ―vuelve a leer y en aquella oportunidad fue aún más notoria su incredulidad, por lo que carraspeó para volver a hablar― ¿Desea examinarlo usted misma para verificar la calidad?

 

Invita a la mujer con un ademán, esperando que lo haga. Mientras tanto y sin notarlo ella, la tetera y el juego de té que descansaban sobre una bandeja en el suelo de la trastienda, han empezado a destilar un fino vapor, que es todavía muy pequeño para llamar la atención, por lo que ni siquiera repara en ello.

 

@@Mahia Black

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Atrapados en la tetera
Algún lugar de Alemania (SigloXVII)
Con @ y Richard Stark (@)

 

Surreal, no importa que ya lleve el vestido, ni que haya pasado con paso presuroso y silenciosa junto a Richard, ni que ahora mismo estemos en un carruaje sepa Dios a donde.

 

Viajar en el tiempo es una situación tan contra la naturaleza que mi cabeza sigue sin hacerse del todo la idea de lo que está sucediendo. Se supone que todo eso proviene de las memorias de Richard, él mismo acaba de confirmar que conoce todos esos lugares, y aunque desde hace mucho sé que Richard no es humano, tampoco un vampiro u otra criatura, quizá sea precisamente que no sepa de su verdadera naturaleza lo que me hace tener tantas reservas con él.

 

Y en el fondo, la verdad es que tampoco quiero averiguarlo ahora.

 

- ¿En ese campo hay plantas interesantes?- por una vez, al ver su rostro algo melancólico de repente pensé que tal vez sería mejor dejar las confrontaciones- nunca fui buena con Historia de la magia, así que no tengo idea ni siquiera de los grandes acontecimientos de esta época. Tampoco sé si será posible llevarse objetos con nosotros de regreso al presente, pero por lo menos encontrar algo interesante haría que este viaje obligado no haya sido en vano ¿no?

 

Había algo en mi pedido, que asumí que él sería capaz de comprender, que era simplemente mi intento de respetar las razones que habían llevado a la tetera a mostrarnos ese espacio en específico. Si todo ese viaje tenía que ver con Richard, muy posiblemente este fuera un tiempo importante en la vida de él, pero con su grado de hermetismo de siempre, ningún comentario había hecho respecto a eso.

 

- Ya me quedó claro que no quieres preguntas incómodas, así que no las haré, porque de cualquier modo no hay ni siquiera forma de saber de que forma podemos regresar¿no?

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El zafiro. No le hizo falta dudarlo demasiado. Ambos anillos eran preciosos. Caros. Como el infierno de caros. Pero preciosos. Le seducia el hecho de que fuese hecho sobre Oro Blanco, era lo que buscaba, y el color azul de la piedra le atraía por completo. Lo tomó, pidiendo permiso antes a la mujer que le atendía y lo escudriño. Era del tamaño perfecto.

 

Este es demasiado lindo y sobrio. Me gustaría hacerle algunas modificaciones. Pero con mi magia será suficiente. Me lo llevo… -

 

Recordó el importe en su bóveda. Sobraba para comprarlo. Pero obviamente tal cantidad de dinero no lo llevaba encima.

 

¿Cómo le hago la transferencia? Imagine usted que portar 25000 galeones es un poco… pesado. – Sonrió con algo de ironía pero tratando de ser agradable, devolviendo el objeto para que lo envolviera. El estuche estaba bien para ella. – Y también me llevo ese… -

 

Señaló detrás de la mujer, cerca de donde había sacado los dos anillos. Un busto negro portaba un collar que llamó la atención de Mahia, impidiéndole apartar la mirada de él por mucho que le hablara a su interlocutora.

 

Parecía llamarle con su brillo. El dije era dorado y reluciente, como una pequeña flor hecha de tiras de oro que se iban entrelazando, pero justo en medio dos pequeñas piedras en forma de gota en color esmeralda acuoso relucían por su propia belleza. Era un color maravilloso; parecían tener fondo, como si de un mar se tratase, y te invitaban a zambullirte en ellas. Como el corazón de Gabrielle.

 

A regañadientes apartó los ojos, consciente de lo tonta que se debió haber visto al quedarse así embelesada. Su vendedora sacó la joya y se la acercó a la Black, mostrándole una cadena fina de Oro muy discreta. Combinaba a la perfección con el dije: le daba todo el protagonismo.

 

Creo que me enamoré. Y me voy a enamorar más cuando la persona que amo lo tenga puesto. Es… es como ella. – Sonrió ante sus palabras y asintió con la cabeza. Era suyo.

 

 

 

 

@

Editado por Mahia Black

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  • 2 semanas más tarde...

Si los pueblerinos y sus colegas de tragos lo vieran en esa situación dudaría si Brendon aún conserva su cordura. Un vivkingo no entraría a una tienda de antigüedades, él saquearía una tienda de antigüedades. Pero ya no estaba en su pueblo y de sus colegas solo quedaban recuerdos. Debía adaptarse a Londres lo antes posible, antes de que sus costumbres de vikingo lo hicieran ver ridículo. Divagó por todo el lugar esperando encontrar algo de su agrado.

 

Algo de su amada religión.

 

Pero son encontró vajillas frágiles y estatuas raras. En pocos segundos pensó que era una perdida de tiempo haber entrado. Pero se cohibió a irse, ya había invertido tiempo en el negocio, debía aprovecharlo. Tal vez podía encontrar un regalo para su padre, aunque no tenía idea de qué le gustaba al patriarca. La vanguardia y demás no se le daban bien, él era un nórdico, no un fino caballero de sociedad.

 

Suspiró y relajó su cuerpo mientras pasaba los sombríos ojos grises por las cosas ¿Quizás una lampara? ¿O un cuadro? Aunque se decidiera por alguno tampoco tenía la seguridad de que le gustase. Rodó los ojos. Necesitaba a una mujer para este trabajo. Miró alrededor en busca de una persona encargada que lo orientara, las féminas eran las mejores cuando de regalos se trataba. Pero todos parecían en su mundo y entretenidos en sus cosas. Interrumpirlos no era una opción.

 

Negó con la cabeza, era pésimo.

 

Mientras Brendon se sumergía en sus decepcionantes pensamientos el perfume de una bruja le llenó las fosas nasales. Un olor encantador. La bruja había pasado atrás del nórdico con una mirada concentrada, este de reojo miró el cuerpo de la bruja en cuento lo sobrepasó. Brendon miraba fijamente su cuello cuando algo cayó de su bolso: Un delicado pañuelo.

 

El Ravenclaw no lo pensó dos veces y tomó la fina prenda de satén antes de que esta cayera en el piso, olía a ese perfume. Se enderezó y colocó con sutileza la mano en el hombro de la bruja.

 

—Disculpe, creo que esto le pertenece. —Y regalandole una sonrisa le regresó el pañuelo.

 

Tal vez podía sacar ganancia de su acto de caballerosidad.

 

@@Beryl Serenity Hawthorne

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Mis padres vendrían a Londres a visitarme para celebrar juntos la pascua ortodoxa, quería que todo fuese perfecto en mi pequeño pero cómodo departamento en ottery, así que decidí ir a una tienda de antigüedades en donde se encontraba a la venta todo tipo de reliquias de diferentes culturas alrededor del mundo.

 

Me arreglé casual, me puse un gorro ya que hacia algo de frió y aparte que tenía demasiada flojera de peinarme, tome mi bolso y salí de mi departamento con dirección a “Les antiquités de Cathecir” en callejón Diagon.

 

De camino al local decidí escuchar algo de música en mi teléfono, no solía utilizar muchos artefactos muggle pero el que me era de mucha utilidad para comunicarme con mi familia era este último. Con respecto a las antigüedades que quería comprar para decorar mi departamento, quería que se sintieran como si estuvieran en nuestro palacio de San Petersburgo, rodeado de artefactos que nuestros ascendientes nos heredaron como recordatorio de ser siempre justos y humildes.

 

Por fin había llegado al local de antigüedades, estaba muy presionada y algo estresada por que todo saliera a la perfección, estaba enfocada en encontrar la sección de reliquias del imperio ruso, primeramente encontré la sección inglesa, luego la amazónica, seguido la victoriana, pero no había rastro de la rusa, estaba comenzando a preocuparme.

 

Me estaba dando por vencida cuando de pronto pude observar un sección bastante amplia que decía con letras chapadas en oro en ruso “La gran Rusia imperial”, en mi rostro se dibujó una enorme sonrisa, había ignorado que antes de la sección rusa estaba la Nórdica, era irónico que dos culturas tan imponentes pero a la vez distintas se encontraban juntas, acaso era una señal para mí?, no lo sabía.

 

Estaba tan enfocada en llegar a mi sección que no me había dado cuenta que mi pañuelo de mano se cayó al suelo, ese pedazo de tela aunque a simple vista se veía como algo simple, corriente y anticuado, me recordaba a mi hermosa Rusia, a mi familia, a mi infancia al lado de mis hermanos, justo iba a pisar la sección de mi imperio cuando sentí una mano fuerte pero cariñosa detenerme para captar mi atención.

 

Voltee a ver de quien se trataba y era un joven de unos veintitantos, de cuerpo grande, de buena musculatura, unos ojos color verde grisáceos que hipnotizaban a cualquiera más una melena castaña que le rosaba los hombros, tenía rasgos nórdicos, justo como la señal que había recibido hace un momento. El hombre me sonrió amablemente y extendió su mano para devolverme mi pañuelo familiar.

 

-Oh, Muchas gracias, no sabe cuánto significa este pañuelo para mí-le agradecí al castaño.

 

 

Quería agradecerle al joven su tan noble gesto, sirve que también podría hacerme amigo del hombre nórdico, algo me atraía a conocerlo, acaso era otra señal que el destino me ponía enfrente para permanecer al lado de este sujeto, lo averiguaría con el tiempo.

 

-¿Cómo puedo agradecerle tan buen gesto?-le cuestioné-Mi nombre es Beryl Serenity Rambaldi, un placer-añadí.

 

 

@@Brendon Ravenclaw

Editado por Beryl Serenity Hawthorne

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