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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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Que podía pasar por la mente de los mortales? El mundo se sumía en caos, en hambre, en miseria. Los sueños no existían, pues se habían vuelto pesadillas eternas de las cuales no podían despertar, sumidos en aquel ardor constante que causaba la desesperación y la desesperanza. Había visto caer tantos imperios que era común recorrer las ruinas de estos mismos para recordar cada uno.

 

En otrora el Dios de la guerra no formaba parte de ningún conflicto, simplemente se alimentaba de todos y si algo había aprendido la Humanidad, era a destruirse a si misma. En algún punto de esta esfera azul, mas pronto de lo pensado, solo quedaría un grupo de sobrevivientes y por lo que pintaba el paisaje no serian los mejores.

 

Sus ojos reflejaron aquella llamarada de una ciudad consumiéndose completamente, mientras el emisario de la muerte estaba en lo mas alto de aquella montaña, viendo como todo se convertía en cenizas, que no resurgiría nada. Simplemente dio media vuelta y se marcho.

 

 

El castillo como siempre se veía imponente, mas desde lo lejos, agigantandose con cada paso sigiloso que el gigante moreno daba. Su cabellera negra había crecido, al igual que una poblada barba, con ausencia de mechones donde se marcaban algunas cicatrices de su cara. Su mirada negra totalmente vacía, era Glenin Black

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Lo muerto no le quitaba lo interesante. En jardines que prácticamente se cuidaban solos, el frío había hecho su trabajo. Algunas ya estaban mostrando rastros de marchitez. Otros, completamente pelados por la temporada, sufriendo una muerte lenta. Para algunos, ese paisaje significaba desolación, para Orión, que estaba en casa.

 

Entró, con cuidado, pasando la puerta de madera. Uno de los elfos del Castillo que apareció corriendo para echarlo, se paró en seco. Lanzó un par de insultos y se desapareció. Orión lanzó un gruñido. No se acordaba si el lugar siempre había tenido tanto polvo o era una cosa del último tiempo. Se quitó la chaqueta de cuero que llevaba y la puso sobre uno de los muebles. Estaba, dentro de todo, de paso. Tenía que volver al trabajo.

 

Inspiró el aroma del invierno que no tardaba en llegar. Había olor a chimenea. Al menos se acordaban de encenderla de vez en cuando.

 

Sacó de su bolsillo el volante ministerial. Después de todo estaba por eso visitando la Black. Bah, en realidad, él había querido hacerlo hace mucho, pero no encontraba la excusa perfecta. Finalmente la había encontrado.

 

 

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Movió rápidamente su varita para encender el hogar. Siempre decía que su fuego no era tan destructivo como la gente pensaba. Se acercó a la cocina donde puso a hervir agua. Buscó un saquito de té de dudosa edad y se preparó así mismo la bebida. Aún en una casa con elfos, su filosofía frente a ellos seguía inactiva.

 

- Qué dramas estarán sucediendo en la Black… -susurró, mientras tomaba un poco.

Editado por Orión Yaxley

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Esa discusión ya estaba siendo algo sin sentido que no llevaría a ningún lado. Luisitha se había ido porque quería. Y, tal vez, estaba teniendo algo de sangre fría al no darle mayor importancia, pero las dos eran Black y tenían el mismo enfermizo problema de desaparecer cada tanto. Un hábito horrible que destruía su vida, pero que por algún impulso de idiotez no podían evitar. Aunque si no comenzaban a hacerlo pronto, se quedarían sólo con su puñado de historias y sin nadie a quien contárselas. Por lo que esperaba que ella estuviese bien, confiaba en su criterio.

 

– Te voy a transferir un dinero suficiente para que puedas comprar el mejor rastreador del mercado Maida. Mañana iré a Gringotts, pero necesitaría que vayas a nuestra lechucería y envíes un mensaje con tu número de bóveda para que lo agreguen a mis autorizados. – Hizo aparecer la pluma que usaba en sus reportajes del profeta y un pergamino y, apoyándolos en la pared para escribir la nota con su puño y letra explicando el inconveniente y lo que se realizaría – Toma. Sólo falta agregarle tus datos. Hacelo y avísame cuando esté listo –

 

Se mostró un poco molesta por la invasión tan prolongada a su habitación, pero le sonrió discretamente. Suponía que eso le iba a hacer un favor a la muchacha. Seguramente la cuenta de los Yaxley era ya abultada, pero era su forma de ayudar, puesto que no se le ocurría qué más hacer. De todas maneras, el objeto iba a quedar para la casa Black luego de ser utilizado, tenga el efecto deseado o no.

 

Recordó el comentario de su novia y sonrió mirando hacia ella. Negando con la cabeza ante la falta de argumento para poder contestarle. Ella tenía razón. La amaba con locura y sabía que hacía mal en dejarla sola tanto tiempo, no le quitaría el derecho a bromear sobre eso. La miró con amor y pena, bajando los ojos al instante, pero moviendo una vez más la varita para que en su lado de la cama apareciera un gran chocolate y una rosa amarilla. Probablemente nadie se hubiese dado cuenta del gesto.

 

– A Aaron no lo veo hace rato. De hecho, hablando de eso… Quiero hablar con mis hijos… nuestros hijos – Corrigió, pensando en su mujer con una gran sonrisa en su boca – y ver si tienen ganas de organizar una gran reunión de familias de magos en este castillo. Quizá resulte. Quizá no. Pero si lo querés ver y lo encuentro, puedo llevártelo más tarde. –

 

Surcó el tramo que había entre ella y la puerta y la abrió rápidamente. Señalando la salida con el otro brazo.

 

Ahora, los invito a retirarse si no tienen nada más que decir. Pero si tienen ganas de pasar un rato organizando una fiesta, o tienen alguna idea para ayudar, pueden quedarse en el living hasta que yo baje. Sólo demoraré unos minutos… aún estoy descalza y con el pelo mojado… -

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Bajaba las escaleras con la elegancia que la caracterizaba al ser una Black Lestrange y una Black, sonreía con elegancia que ocultaba el nerviosismo que sentía en aquel momento por todo lo que estaba pasando, el decirle a Gabrielle y Mahia que se iba a casar con Otto... aquello era un gran paso.

 

Su prometido se encargaría de buscar a sus hijos mientras ellas caminaba hasta la sala donde sabía que Bipa reuniría a sus madres y el resto de la familia aunque estaba casi segura que el resto de la familia eran ellos. Sonrió y suspiro tranquila entrando en el salón tomando asiento en uno de los grandes sillones de tres plazas que ahí había.

 

-Ahora solo resta esperar y esperar y seguir esperando.

 

Confiaba que ninguna de las dos se lo tomará a mal y sobre todo confiaba en que ninguna tratara de matarlo, a fin de cuentas era el patriarca de la familia así que sospechaba que no podían hacerle nada pero con esas dos mujeres nunca se sabía.

 

@OttoBlack @Gabrielle Delacour @@Mahia Black @@Akiza Ravenclaw H. @

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Otto tenia la mision clara luego de ver a su amore salir de su habitacion sin tiempo que perder se ponia manos a la obra. Saliendo de la habitacion de su amore ya que tenia que ponerse manos a las obra para darle la buena noticia a sus hijos, pero la pregunta era donde estaban esos………….hijos bellos que tenia el mago sin tiempo que perder rapidamente caminaba por los pasillos hacia la habitación de sus dos hijos que quedaban uno al lado de otro.


 

 

Cuando por fin llegaba toca la puerta-Zau soy yo tu papa, estas aqui hijos mio-dijo amable mientras tocaba pero nadie salia lo cual llamaba su atención-Donde andará-se preguntaba mientras iba a la habitación de su hija para el mismo procedimiento , tocando su puerta con los nudillos de sus mano. Pero aun nada de la nada-Dios donde andan esos moquillos-dijo preguntándose el mismo patriarca de la Black hasta que de la nada, llamaba su elfo.-Saga hay que buscar a nuestros hijos tu buscarlos en su sitios favoritos yo iré a ver si andan en otro lado de la casa.-Le ordenaba mientras se ponía manos a la obra para buscar por toda la casa esos dos, comenzando por las habitaciones de arriba o por el techo, donde había una hermosa vista de nuestro castillo y de las demás casa del otery a lo mejor andaba viendo el lindo paisaje que se vería de ahí, sino luego iría a la biblioteca para ir habitación por habitación hasta conseguir a esos dos.

Editado por OttoBlack

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Todo se encontraba en completo desorden, era de esperarse viniendo de el. Su mano revolvía cada rincón del piso buscando algo en especifico, cansándose de estar doblado y procediendo a barrer todo con el pie. Si algo siempre había tenido era la impaciencia, precisamente aquella por la que se había metido en tantos problemas a lo largo de su vida. Un suspiro largo y justo antes de levantar su varita para revolver mas todo, un destello dorado emergió del suelo.

 

Tomo aquella llave y la levanto ante sus ojos esbozando una gran sonrisa, había dado con el objetivo principal de ese día. Se dirigió a la puerta, desbloqueo la cerradura y procedió a entrar cuidadosamente, adaptando su vista a la oscuridad de aquella habitación. El polvo se había apoderado de todo. De un movimiento de la varita abrió las cortinas y dejo nuevamente todo limpio, como Luna siempre había tenido su habitación.

 

Muchos recuerdos llegaron a su mente, pero el gigante moreno se enfoco en el gran closet de la habitación. Un baúl estaba una de sus puertas, guardando un equipo completo de Quidditch. Black tomo la quaffle, rodándola entre sus manos por sus hombres y de retorno. Eran piezas de una época dorada que guardo su madre con mucho orgullo, cuando el mago fue un peligroso cazador.

 

-Es hora de practicar un poco..

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La mirada fija en los ventanales no demostraba mucha concentración. No había ningún pensamiento en su mente. Quizá sólo certezas... Certezas y la plena conciencia de que las cosas y los momentos no se matendrían como lo había soñado. El crepitar del fuego era el único sonido de la habitación, puesto que la respiración de la Black era tan lenta que la podría haber hecho pasar por muerta, dejando de lado la piel blanca.

 

 

La conocía. O eso creía.

 

 

Tragó con fuerza y giró su rostro hacia el armario, viendo sin ver. Volvió a tragar. Prestó un poco más de atención y apretó los dientes, saboreando la sangre que llegaba a entrar a su boca, despreciando la que se había escapado para correr por su mentón.

 

 

Lo sabía. ¿Por qué se iba a mentir?

 

 

No era de fiar. Mahia nunca había sido de fiar. No era constante. Se había permitido soñar para volver a fallar.

 

 

El cuarto era demasiado grande, demasiado precioso. Pero generaba soledad. O más bien era ella la que la generaba, pero el espacio la multiplicaba.

 

 

Bajó la cabeza y se levantó del suelo. Apagó el fuego y volvió a la cama.

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  • 4 semanas más tarde...

El bufido cortó el silencio; la Delacour se encontraba frente a su armario, la poca ropa que se había logrado traer del cuarto que compartía con su hermana sabía agotado y nada le costaba más trabajo (por el momento) que el regresar a ese lugar, tan solo le quedaban los jeans y la sudadera larga que portaba. Cerró los ojos y ladeó la cabeza ¿En verdad le era tan difícil? De igual manera nunca estaba.

 

¡No!

 

Una pequeña cachorra mordía los zapatos de la francesa a lo que de inmediato movió el pie tratando de zafarse, "No" era la palabra más común desde que la obtuvo ysu oaciencia había empezado a ser algo del pasado. La pequeña bola de pelos blanca le miró curiosa con sus ojos azules, penetrante, y se giró para tratar de atrapar a Psicosis, educarla sería su siguiente reto. Gabrielle volvió hacia la cama aún con la mirada fija en sus mascotas pero su mente estaba ausente, la extrañaba, desde la cabaña... su aroma, ella.

 

Levantándose de golpe tomó a la pequeña Husky en brazos y caminó decida hacia la habitación que habían elegido ambas. El pasillo ahora parecía una tortura y la bestia blanca no le ayudaba del todo al mordisquear su brazo. Abrió la puerta de golpe y le vio ahí, para su sorpresa.

 

Mahia... No, no esperaba que estuvieras en casa.

 

Y era verdad. Aún así agradecía el hecho de que estuviera en el cuarto, en verdad le extrañaba y las cosas habían quedado ambiguas desde la última vez. Una sonrisa de medio lado se dibujó en sus labios y sintió el corazón latir con fuerza, ahí estaba después de tantas semanas de ausencia había cumplido su promesa.

 

¿Cuánto tiempo tenía mirándola? No lo sabía pero de inmediato bajó su mirada a la cachorra, misma que mordisqueaba los dedos de su dueña, sus pequeños dientes ya había desgarrado parte de su piel pero aquello solo eran "gajes del oficio".

 

Conseguí esta chica.- dijo apresurando sus palabras– Me sentía sola y... se cruzó por mi camino.

 

Sí, excusas pero al menos tenía tema de conversación. Acarició nerviosa a la bestia mientras evitaba sus mordidas y clavó su mirada en el azul de su hermana... error. Su corazón volvía a latir con fuerza, nerviosa ¿Cómo reaccionar?

 

Pensé en nombres ¿Te gusta Nella o...? Puedes elegir otro nombre, a fin de cuentas me gustaría que fuera de ambas.

 

Bajó la mirada intimidad y el rubor en sus mejillas le delató, cuando estaba a su lado era un libro abierto. La Black mordió su labio inferior un tanto apenada y puso a la cachorra frente a su rostro tratando de ocultarse detrás de la masa de pelos, como si aquello la fuera a defender, jugueteo, tal vez un poco de atención desviada resultara y su plan fue bruscamente cambiado al sentir la mordida de la bestia en su mano derecha, le bajó de inmediato y puso los ojos en blanco, sí, educarla sería el reto.

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Hizo un esfuerzo por cerrar la boca lo suficientemente rápido para que ella no se diera cuenta del impacto que le había producido verla nuevamente en la puerta de la habitación… de su habitación. De ellas. Buscó su mirada y asintió la cabeza ante sus palabras, levantándose con suavidad de la cama para acudir a su encuentro. Le había prometido que estaría allí la pasada navidad. Que se quedaría esta vez.

 

Se mordió el labio con cuidado de no romper la piel y trató de tranquilizar su corazón. Tenía miedo que Gabrielle pudiese oírlo de lo fuerte que golpeteaba en su pecho.

 

Bajó la mirada hacia la pequeña bola de pelos que sostenía su novia entre sus brazos y dejó escapar una sonrisa a medias, ladeando la cabeza hacia un hombro para escudriñarla mejor. O algo así. La cachorro mordisqueaba las manos de la francesa en ocasiones, mientras que en otras simplemente jadeaba con la lengua fuera, perdiendo sus ojos azules en cada rincón del cuarto, lugar desconocido para ella.

 

Me encanta Nella… suena a que va a hacer desastres. Podríamos elegir Bleu, por sus ojos... Pero va a ser difícil retarla – Rió tímidamente y rascó bajo la barbilla del cachorro. Los orbes de azul profundo le hacían recordar mucho a los suyos. Eso, la piel blanca, lo chiquilina que parecía en los brazos de Gabrielle… lo feliz.

 

– Qué pasa con esa mirada tierna y el color de los ojos ¿Voy a tener una competencia para ganar a tu madre de ahora en más no? – Cambió de sector y revolvió el pelaje entre las orejas cuando la Delacour interpuso a la cachorro entre ellas e invitó a su novia a que la dejase en el suelo. Quería verle.

 

La había extrañado. Cada noche lejos había sido un suplicio. Pero el peor trago se lo había llevado al regresar al hogar y encontrar que algunas de las pertenencias de la castaña ya no estaban. Eso la había devastado. Era como un vacío enorme en la boca del estómago, acompañado por un horrible sentimiento de desesperación y malestar. Ningún dolor físico le había hecho doblegarse así. No había sido bonito. Y suponía que para Gabrielle tampoco.

 

Le sonrió y pasó el dorso de los dedos de la mano derecha por la mejilla de la mujer frente a ella.

 

¡Woah! Tranquila, no le voy a hacer daño. – El tobillo de su pantalón estaba siendo mordido y tironeado de un lado a otro por el animal, que echaba su cuerpo hacia atrás para estirar la tela lo más posible. – Parece que tenes defensas de sobra ahora. ¿Eh? Le podré presentar a Argos y Burzón? Prometo que se portarán bien. Son mansos aunque parezcan feroces.

 

Ignoró las mordidas y supuso que sólo quería jugar. Asique le dio lo que quería. Sin ser brusca trataba de quitar su pie del agarre del can, aunque sabía que era imposible, para darle una ficticia pelea. Volvió hacia Gabrielle.

 

Han pasado varios días. Semanas… ¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho? ¿Has comido bien? Nadie te ha hecho daño, ¿verdad? – Le preocupaba, aunque sabía que la Black se podía cuidar mejor que ella misma. – Te extrañe tanto…

 

Se giró y empezó a caminar hacia el sillón frente al fuego, arrastrando la pierna con la cachorro siguiéndola para destrozar su pantalón. Se agachó y la levantó, mirando a su mujer para que la siguiera.

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Dejó la cachorra en el suelo y subió lentamente hasta dejar su mirada en el azul de su hermana, pegó su cuerpo a ella y pasó sus manos por su cintura sonriendo.

 

– Nunca, no hay mujer que te haga competencia... Y será el nombre que gustes, ya dije que es de ambas.

 

La caricia en su mejiilla le hizo recargar su cabeza y al instante el momento fue roto por la nueva inquilina. Soltó un bufido mientras Mahia regañaba a la cachorra, en definitiva olía a problemas. No tenía ni el día en casa cuando la cachorra ya había colmado la poca paciencia que la Black tenía; sonrió al verlas juntas y se cruzó de brazos, había similitud pero nunca sustituiría la felicidad que su hermana le hacía sentir.

 

– Han pasado varios días. Semanas… ¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho? ¿Has comido bien? Nadie te ha hecho daño, ¿verdad?

 

– ¿No crees que esas preguntas debería hacerlas yo a ti?

 

A pesar de su ausencia sí le importaba.

 

Mordió su labio inferior y les siguió hasta el sillón, era lo más cercano a un "momento familiar" que pudo haber tenido, tenía que saborear cada instante. Se sentó en el sillón y tiró uno de sus zapatos a la bestia para que fuera tras él, ganar tiempo para poder tener a su hermana para ella sola aunque fuera por un breve instante ante de que ella volviera a desaparecer.

 

También te extrañé... Demasiado.

 

El gruñido de la pequeña era el sonido de fondo y aquello no importaba al tenerla a su lado. Sonrió y se acercó a su hermana; sus piernas rodearon su cadera quedando sentada sobre ella y sus manos la sujetaban de los hombros para presionarla contra el respaldo del sillón, no se iría, no la dejaría. Sus labios rozaron los de ella y bajó hasta su cuello soltando un suspiro, pego su pecho al de ella y una de sus manos le sujetó de la nuca.

 

– No te vuelvas a ir...- sus labios besaron su cuello y su otra mano acariciaba su cintura.– Que será la última...

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