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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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La vista pasaba desde Gabrielle a Anna y viceversa, tratando de apurar a su novia con la mirada, pero sin perder de vista al enorme felino que se moría de ganas por comérsela viva. Respiró profundo. Si bien la castaña había dado un alto al fuego, pero no era definitivo. No hasta que le diera la orden de que se relajara.

Se preparó para la lucha nuevamente, poniendo rígidos los hombros al tiempo que asentaba mejor ambas piernas en el suelo, mirando directamente a la Matagot. El cuerpo tenso, los colmillos listos. Sólo faltaba que el bicho saltara sobre ella nuevamente y le arrancaría el cuello de un mordisco. O eso creía.

-          Anna… Elle es l’amour de ma vie, c’est tout bien. Resté mon amie. –

La Black aflojó el cuerpo por primera vez en un buen rato, inclinando su postura hacia adelante para apoyar las manos en las rodillas. El cansancio, hambre y la falta de sangre estaban haciendo estragos en ella. Se incorporó temblando y se giró hacia su prometida, agradeciéndole con la mirada.

La vio tambalearse y dio unos pasos hacia ella con sumo cuidado, podía darse cuenta que no todo estaba bien, pero al menos poco a poco Gabrielle volvía en sí. Así era la mujer de la que se había enamorado, un mar de pasiones huracanadas que se levantaban con fuerza de un momento al otro y descargaban toda su pasión en el ojo de la tormenta, para bien o para mal. Y eso le enamoraba de ella.

A veces sus enojos duraban más, otros menos, pero el amor siempre lograba que regresara a sus brazos, por más que esto implicara salir con alguna que otra cicatriz nueva.

-        Merci … - Era de las pocas, sino la única, palabras que sabía en el lenguaje de su amada. Pero le encantaba cuando ella lo hablaba, la entendiera o no. – Perdón por haber sido una mala novia. La verdad es que yo sin vos estoy perdida. No sé qué hacer… -

Quería explicarse. Ya habían pasado por esa situación innumerables veces, y siempre la culpa la tenía ella. Sabía, y no tan en el fondo, que la castaña tenía razón en estar enojada. Tenía razón en buscar venganza y en desear su sufrimiento y dolor; su castigo por jugar con ella como sabía que la otra mujer pensaba.

Pero no era así. La amaba. Nunca había sentido nada parecido con ninguna otra persona en sus siglos de vida.  Y eso estaba cabrón. Tampoco creía poder hacerlo jamás. Se podría decir que ellas estaban unidas más allá de la vida, más allá del parentesco, más allá de todo. Tenían una conexión tan sólida como un pacto inquebrantable.

Se acercó cada vez más a ella, sintiendo el cansancio. Lo único que quería era tenerla entre sus brazos. Tenía frío. La falta de sangre en su cuerpo le hacía temblar, y el estar desnuda en medio de la noche no ayudaba para nada a la situación.

-        Vení… - Gabrielle corrió hacia ella y se metió entre sus brazos. La rubia los cerró en torno a ella y la atrajo mas a su cuerpo, besando su cabeza con mucho amor y cariño mientras sentía cómo las fuerzas volvían a ella por el amuleto de curación de su amada.

La miró a los ojos y suplicó perdón nuevamente con la mirada. Escuchó sus palabras y contuvo la respiración, sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Apoyó el rostro en la palma de la mano de ella y también buscó tocar su mejilla, dando pequeños circulitos con el pulgar contorneando su pómulo derecho.

-        No hay nada que disculpar. Como siempre pensé más en mi que en vos. Perdón por eso. Pero esta vez es diferente. Esta vez… me voy a quedar

Acercó sus labios a los de la francesa, besándola despacio y suave, casi como si hubiese olvidado la lujuria, pasión y deseo de minutos atrás. Se sentía salado por las lágrimas, y eso le hizo sonreír en medio del beso. La pegó más a su pecho, bajando las manos hacia la cintura para sujetar su cuerpo y mordió su labio inferior apenas con la fuerza necesaria para que doliera un poco, mas no realizara ningún tipo de lastimadura.

Se separó muy despacio, mirándola nuevamente a los ojos.

-        Sé que quizá te parezca loco pero… ¿Por qué no arreglamos este cuarto y nos sentamos a realizar los preparativos de la boda? No quiero separarme de vos ni un segundo. –

Materializó su varita y realizó unas florituras, logrando que los ropajes que la Delacour antes estaba empacando volvieran a su lugar en el closet. La cama se tendió por arte de magia, reemplazando las sábanas llenas de sangre por unas nuevas y limpias. Lo mismo con el colchón y edredón.

 

Editado por Mahia Black

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Por primera vez en muchos años la Delacour se sentía completa, mirarla a los ojos, sentir su cuerpo y sentir la calma después de la tempestad a lado de la mujer que tanto había amado era un pedazo de cielo. Se dejó llevar y solo asentía a ella, sus besos, sus manos y sus caricias le hacían sentir de nuevo completa… Demasiado completa.

Escuchó atenta a su hermana y sintió un pequeño escalofrío sobre su espalda al escuchar esa palabra: Boda… Aquella palabra desencadenaba todo tipo de sentimientos dentro de la francesa, tantos matrimonios fallidos para caer en otro que posiblemente tuviera el mismo trágico final. Asintió a las palabras de la rubia y trató de contener su ansiedad dejando su mirada en los ojos azules de su futura esposa.

El campo de batalla ahora era el auténtico cuarto que ellas decidieron compartir años atrás, todos los malos recuerdos habían sido borrados con el beso de su hermana y volvía a sentir esos metros cúbicos como hogar. Puso su mano en el brazo derecho de su hermana y bajó lentamente apenas rozándole con la punta de los dedos hasta llegar a su mano, entrelazó los dedos con los de ella y le hizo seguirla hacia la cama. 

Se acomodó justo en el centro cruzada de piernas y sin siquiera preguntar le obligó a hacer lo mismo, besó su mejilla y tomó una frazada del borde de la cama para cubrirse ambas cayendo la tela color índigo sobre los hombros y espaldas de las Black.

- Entonces solo necesitamos quién nos case y alguien del ministerio que legalice el acto.- dijo mientras acomodaba su cabeza en el hombro de Mahia.- Siendo sincera no quiero a nadie, no quiero las clásicas bodas sosas a las que teníamos que ir, somos diferentes.

Sonrió sin saber y mordió su labio inferior apenada, en verdad lo eran, no solo por ser hermanas si no que siempre había sentido que la relación entre ambas era más que tan solo un contrato y una fiesta. Para ella su relación con ella era todo y no necesitaba gritarlo al mundo… Aunque pudiera hacerlo si la otra Black lo deseaba.

- Pero ¿Tú qué deseas? – la matagot apresuró a brincar sobre la cama y postarse entre las piernas de su dueña, aunque la orden había sido más que clara para ella, al igual que Psicosis, le gustaba marcar territorio.- Si te soy honesta, estoy dispuesta a lo que tú me propongas.

Levantó la mirada para buscar la de su hermana y apuró a robarle un beso, había extrañado esa calma entre ellas, esa sensación de hogar y seguridad que Mahia le hacía sentir a pesar de que fuera la Delacour la que siempre se preocupara por ella.

- ¿Estás bien, amoure? Yo lo estoy y me preocupa tu salud ¿Me deseas?- sus ojos estaban fijos en el azul de la vampira, podía leerse su aún culpabilidad y sus ganas de remediar las cosas; acarició la mejilla de la Black y rozó con su dedo pulgar su labio inferior.- Te amo… 

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Si miraba hacia atrás y hacía un recorrido por sus años de vida desde su nacimiento, pasando por su conversión y regresando al presente, Mahia nunca se había sentido tan completa como cuando estaba con Gabrielle. Si bien la Delacour había nacido muchos años después que ella, era casi como si hubiesen estado hechas la una para la otra. Ni el tiempo, ni las pelas, ni siquiera los malos entendidos habían logrado romper el amor que se tenían la una para la otra, por lo que casarse significaba quizá reconocer el vínculo eterno que las unía.

Incluso más que eso.

Sonrió cuando su hermana la arrastró hacia la cama, girando un segundo para hacer un accio de emergencia, haciendo que las puertas del placar se abrieran y salieran volando hacia ella un pantalón vaquero gris y una remera negra. Se colocó las prendas sin ropa interior, riendo al ver la reacción de su mujer y se sentó frente a ella como esta le exigió.

Paso un brazo por la cintura de la castaña y la atrajo más, apoyando la cabeza en la suya mientras disfrutaba el calor de la frazada en su piel blanca.

-   Mmm me matas con lo de legalizar el acto. Sabés que no conozco a nadie en el ministerio – Se sonrojó ligeramente. Su novia siempre le había pedido que volviera a trabajar en el ministerio, pero ella simplemente no podía. Demasiada gente, demasiada paz. Ella quería acción. – De cualquier manera, no tengo ningún problema con que sea una ceremonia privada, yo quiero hacer de nuestro matrimonio algo único.  

Subió la mano por la espalda de la ojimiel hasta los hombros y volvió a bajar, recorriendo toda la columna hasta la base de su cadera, sintiendo la fina tela en la yema de los dedos. Alejó un poco su cabeza para que ella levantara la suya y la volvió a ver a los ojos, haciendo una mueca de desagrado con los labios mientras los entrecerraba. Escuchó acelerarse el corazón de Gabrielle y se apresuró a explicarse.

- ¿No tenemos que invitarlo a Orión no? Estoy enojada con el desgraciado. Todavía me debe dinero – Se rió por lo bajo, evitando la mirada de su amante por miedo a encontrar un leve enojo ante ese comentario. Gabrielle era cercana al mayor de los cuatro. Pero Mahia siempre había sido ignorada por él.

 

-   Recientemente me enteré que el desgraciado ni siquiera me tiene en su registro familiar. Sí a vos y a Lu, pero yo… parece que en vez de vampiro soy un fantasma… -

 

Gruño mostrando los colmillos ante el recuerdo, pero se encogió con la mirada que la Matagot le dirigió. No le tenía miedo, pero no quería volver a tener problemas con el animal. Levantó la mano derecha en señal de disculpa y sonrió. Anna se acercó a la cama y se sentó con la Delacour, y Mahia alargó la mano para acariciar su cabeza muy lento, sin saber si esta la dejaría.

-  Creo que no hace falta que invitemos a nadie. Esto es algo nuestro. Yo te prometo que quiero pasar el resto de mis días a tu lado. Yo no sé si vos lo entendes pero… - Miró sus labios y luego a sus ojos, quitando la mano de la cabeza de la matagot para tomar el mentón de su novia – el amor que te tengo traspasa el tiempo, el lugar y lo físico. Yo no soy yo si no estás vos. Mi vida es un tornado que gira sin parar con un montón de sombras y nubes de lluvia que me persiguen a donde quiera que vaya, excepto a donde vos estás.

Suspiró y cerró los ojos, apoyando su frente en la de Gabrielle. Devolvió su beso lento y tratando de transmitir todo el amor que le tenía. Humedeció sus labios y los acarició con sus colmillos de vez en cuando. Bajó la mano hasta su cintura y se inclinó un poco hacia ella, recostándola en la cama mientras la matagot se apartaba un poco para dejar que su dueña estire las piernas.

Así, recostada levemente sobre ella, se separó lo suficiente para que pudiera ver sus gestos al hablar.

-   Por supuesto que te deseo… con locura. De hecho… me generas demasiados deseos. Y tengo uno que no fue satisfecho hace unos momentos – Gruñó jugando y volvió a besarla – Te deseo en cuerpo y alma… Estoy bien. Sólo… creo que… estoy algo débil.

Y era cierto. El amuleto de curación la había ayudado a recuperar parte de sus fuerzas, aquella parte suya que aún conservaba algo de humanidad. Pero la inmortalidad no era gratuita. Su única fuente de energía era la sangre. Sin ella, su cuerpo se dirigía hacia el estado cadavérico que debería haber tenido cuando toda su sangre fue drenada de su cuerpo en aquellas frías calles de Londres. Sin sangre, sólo era piel y huesos muertos.

-    Podríamos casarnos en París. Nunca me llevaste a conocer tu país. ¿Te gustaría volver?  - 

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Las relaciones con el ministerio serían lo de menos, a fin de cuentas, Gabrielle sabía que solo era cuestión de firmar ¿Cierto? Aquello sería entrar, notificar y salir, aunque tal vez la Delacour pudiera conocer a alguien quien les podría agilizar los trámites, el problema sería dónde estaría trabajando ahora y si aún estaba con vida.

Sonrió al escuchar nombrar a su hermano, ella también le tenía cierto recelo pero era a quien más quería de sus tres hermanos (sin contar la obviedad del asunto), le dolería el no tenerle cerca pero sabría que Orión entendería del todo, al final de cuentas no quería terminar con una ceremonia hippy bebiendo té y fumando la pipa de la paz por tradiciones inventadas. Solo se limitó a asentir, sabía que para Mahia haber sido la segunda en línea no había sido fácil, ni siquiera le había sido fácil a Gabrielle teniendo a Fernando Black, el líder mortífago con fama de mujeriego, a cargo de un varón de dudosa procedencia y tres mujeres.

El calor que sentía al tenerla a era del todo emocional, siendo ella tan distante con sus propias emociones con su hermana dejaba que su mente sintiera y que aquello que había estado reprimiendo por tantos años aflorara, le amaba, auténticamente le amaba, de todas las maneras posibles. Tal vez por esa razón Anna había permitido aquel acercamiento, la conexión que tenían entre ella y su dueña se había reforzado con tantos años solas… y Psicosis.

- Dime qué necesitas, qué deseas y sabes que lo tienes.- Dijo rodeando el cuello de su hermana con sus brazos tratando de evitar que se alejara del todo aún teniéndole sobre ella, su mirada estaba clavada en la de la vampira y, entre lujuria y amor, continuó sus palabras.- Siempre he sido y seré tuya, hasta la eternidad si así lo deseas…

Su mano recorrió con dulzura la mejilla de la rubia y frenó sus caricias al escuchar nombrar de su país. Bajó la mano y desvió la mirada, era un tema que prefería no tocar; por años había sido desde su refugio al dolor hasta el mismo dolor encarnado: la pérdida de su madre, encontrar a su hermano y tener una familia… y de nuevo regresar para esquivar el dolor que había dentro del mundo mágico, simplemente una montaña rusa de sentimientos y eventos desafortunados.

-  Podríamos…. Pero prefiero quedarme y casarme aquí.-  dijo con sinceridad.- demasiados recuerdos no placenteros como para venirme a arruinar la felicidad que recién re- recuperé.

Dicho esto, volvió a mirarle con amor y sus manos le sujetaron de nuevo del cuello para acercarla a sus labios; el haberla recuperado después de tantos años y volverla a tener ahí en el mismo cuarto lo era todo para ella. Mordió ligeramente el labio inferior de la Black y con los dedos de su mano derecha rozaba la columna de su hermana siguiendo vértebra por vértebra, rodeó la cadera de la rubia con su pierna y se separó ligeramente para verla a los ojos.

- Solo me importas tú.- sonrió con cierta travesura y acarició la mejilla de su hermana.- Además ¿Quién me daría la ciudadanía para estar legalmente aquí? Amaría tener tu nacionalidad así como otras cosas tuyas en mi…

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Se dejó llevar por las palabras de la castaña y se posicionó con una pierna entre las de ella, separándolas levemente con la rodilla mientras hacía presión con un lento vaivén. Apartó con la mano el tirante del vestido y arrastró sus labios por el cuello de la Delacour, bajando hasta poder seguir la línea de la clavícula.

Sabía dónde exactamente su hermana tenía las cicatrices de sus colmillos y fue allí donde volvió a clavarlos. Sintió la sangre en sus labios y sintió un gruñido en la base de su garganta, que más que gruñido parecía ronroneo de gato. Sólo quería probarla. Sólo quería degustar aquél placer líquido que únicamente podía obtener de ella. De su amor. De su prometida.

Cada vez que bebía su sangre era como firmar un pacto que le decía que le pertenecía en cuerpo y alma.

Sentía lo tensa que se había puesto Gabrielle al escuchar el nombre de su país y se moría por preguntar el motivo. Pero no quería ser indiscreta. Pocas cosas en la vida eran aquellas que la francesa se guardaba para sí misma y no compartía con Mahia. Y sí no lo hacía, era por un motivo importante y ella no le exigiría lo contrario. Amaba a su mujer, sin importar su pasado, ella estaba allí para ser felices.

Separó la boca de la piel rasgada y subió a besar sus labios, manchándolos de su propia sangre.

Le impresionaba que el ojimiel no hiciera mueca alguna de desagrado, siendo que a los humanos no les gustaba el sabor. Poco recordaba de cómo se sentía la sangre antes de ser convertida, pero la asemejaba mucho al hierro y a lo amargo. Nada que ver con la actualidad, donde era lo más preciado después de su mujer. Arqueó la espalda cuando sintió las caricias en su columna y el dolor en su labio, recibiendo un poco de lo que había dado momentos atrás.

-  Nada me honraría más como compartir la nacionalidad y la vida con vos mon amour – Soltó una risa al sentir el idioma de su prometida en sus labios, con un acento que dejaba mucho que desear. Ni siquiera estaba segura de haber dicho lo que quería decir, ni mucho menos de que sonara como debía de sonar. Pero le parecía un gesto tierno intentar.

Se separó, tomando la mano de la otra mujer para despegarla de la cama, sabiendo que la queja vendría después de separar sus cuerpos. De ser sinceros, moría de ganas por seguir encima de ella y terminar con lo que hacía unas horas habían empezado. Todavía se sentía deseosa, sin haber podido llegar a la cúspide de su placer. Pero entendía los motivos que a Gabrielle le habían llegado a hacerlo, y dejaría pasar más tiempo para saciar sus deseos carnales, siempre a manos de ella.

-   Hay algo que me gustaría mostrarte. – La llevó hacia la chimenea, agarrando una bolsita de cuero que estaba bien cerrada por un hilo blanco – Podríamos usar un transportador, pero no tengo, y tampoco es una distancia que te gustaría hacer colgada de mí, por lo que te voy a tener que pedir disculpas ma chérie, usaremos polvos flú.

Le pidió perdón con la mirada y la abrazó, recordándole mantener los codos pegados al cuerpo para no golpear con ninguna de las estructuras de la red de chimeneas. Lo último que quería era producirle dolor, el cual, si bien podía curarse con magia, era innecesario.

Apagó el fuego de la chimenea y se introdujo en ella con la otra Black, echando un puñado de polvos al piso mientras gritaba a viva voz “¡Hovden posada!”.

No terminó de decir en su totalidad el nombre antes de que pudiera sentir la succión de la tele transportación. Pegó bien a Gabrielle contra ella y dejó caer su cabeza en el cuello de la otra, cerrando los ojos. No importaba cuantos años pasara, el jalón en sus entrañas y el mareo de sentir todo girar le afectaban aún como la primera vez.

Abrió los ojos con el tambalear de sus piernas al tocar el suelo y evitó el vómito, corriendo hacia afuera de la chimenea sin mirar a su hermana, que de seguro miraba altanera hacia su dirección. Se hizo burla a si misma mientras se apoyaba contra el mostrador del hotel, que tenía un inmenso ventanal de frente, con apenas un marco de madera como puerta y esta última también de cristal transparente. Era tan traslúcido que lo único que molestaba a la vista era el nombre del hotel sublimado en dorado.

Se incorporó lentamente, evitando sonar la campana que llamaría al botones. En vez de eso, estiró la mano hacia atrás para llamar a su novia y la miró enamorada, haciéndole señas para que se acerque a ver lo que ella estaba viendo. Esperó a que llegara a su lado y entrelazó sus manos, sonriendo como una niña en vacaciones.

El resto del hotel quedó ignorado. El vestíbulo era hermoso. La mayoría de los adornos eran dorados, brillando fuertemente con las luces blancas de un candelabro eléctrico inmenso que colgaba desde el techo de madera a dos aguas. El piso era de parqué, y combinaba a la perfección con el mobiliario de algarrobo. Lo único que casi llegaba a desentonar eran los cómodos sillones blancos que se encontraban a un lado, acompañados por una mesita ratona larga de madera maciza.

-  ¿Sabes donde estamos? – Le dijo en voz baja, mientras la llevaba delante suyo para acomodarla entre sus brazos con ternura. Aprovecho su altura y apoyó el mentón sobre el hombro derecho de su prometida, cerrando sus brazos sobre la boca del estómago de esta, sin soltar sus manos. El perfume de su cuello le embriagaba y sentía que todo era felicidad.

No esperó su respuesta. Sabía que la otra estaba embelesada viendo el paisaje. Pero… ¿Quién podría culparla? Los cerros con su base de vegetación verde con jaspeados blancos de nieve y sus puntas azuladas y nevadas contenían entre medio un gigante arrollo de agua cristalina, que iba cambiando su coloración conforme iba poniéndose más profundo. Al principio era bien celeste, pero se iba oscureciendo mediante avanzaba. A los costados, perdiendo de vista las imponentes montañas, se podían apreciar bosques de pinos altos y frondosos, también con sus puntas blancas y frías en esa época del año.

-   Noruega… ¿Sabes qué hay en noruega? -

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Gabrielle rodó los ojos, al parecer su hermana mayor tenía otros planes al sentirse presionada por levantarse de la cama; la Delacour no era una persona que le encantara estar fuera de sus zonas de confort y aquellas solo se limitaban al Castillo y el local que había compartido con Ishaya. Emitió un gruñido de enojo, pero le acompañó sin hacer resistencia. 

Todo lo que hacía la rubia, todo lo que ella le ordenara o pidiera ella lo hacía sin siquiera preguntar así que ¿Qué caso tenía abrir la boca por simple curiosidad? Anna y Psicosis le seguían de cerca, sobre todo la matagot quien protectoramente se había levantado de la alfombra al ver la chimenea apagarse, se metió caminando en círculos entre las piernas de su dueña, Psicosis solo le miraba desde la cabecera de la cama, aquel pocas veces mostraba preocupación.

La francesa sonrió al escuchar a su hermana y asintió, como ya era obvio ella haría caso y seguiría sin dudarlo, a fin de cuentas no solo era el amor de su vida si no era sangre, familia. Y se dejó llevar.

Sabía que ya no estaban en Inglaterra, eso era seguro conociendo a Mahia, más después de aquel mareo; cerró los ojos tratando de contener el mareo y rápido les abrió buscando a su prometida quien se encontraba recuperando el porte tratando de disimular…. Black a fin de cuentas, el orgullo primero.

A su alrededor nada era familiar a lo que apuró sus pasos hacia su futura esposa sintiéndose desconfiada, todo el lugar era más que hermoso sin contar los paisajes, pero le prefería a ella, prefería su tranquilidad al tenerla a lado. Tanto el castillo de la familia como sus mascotas habían quedado atrás, solo eran ellas dos y, con aquella decoración, la rubia le robaba la mirada. Sonrió y entrelazó su mano con la de ella sintiendo la misma felicidad.

-Sabes donde estamos?

No tenía ni la remota idea ¿Suiza? El tenerla tan cerca le hizo soltar un suspiro y acomodarse más entre los brazos de su prometida, sujetó fuerte su mano y cerró los ojos al sentir su rostro cerca, giró rápido la cabeza, besó su mejilla volviendo a ver aquel paisaje y negando con la cabeza.

- Noruega… ¿Sabes qué hay en Noruega?

- ¿Noruegos?

Contestó por instinto, respuesta lógica ¿Cierto? Sonrió y mordió su labio inferior, sabía que Mahia no le había llevado ahí a ver “noruegos” entonces ¿Qué?

- ¿Qué estás planeando Mahia Black? Ya te dije que quiero tu nacionalidad así que si lo que quieres es una boda aquí no la tendrás.r

Era más que obvio el tono bromista de la Delacour pero le abrazó fuerte contra ella esperando que escupiera lo que fuera que traía en mente.

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La respuesta de Gabrielle la desconcertó un poco y ahogó una carcajada. Soltando el agarre de una de sus manos para taparse la boca y evitar que el sonido fuese estridente. Sacó la lengua unos segundos mordiéndola entre sus dientes y luego sonrió culpable, encogiéndose de hombros como si fuese alguien inocente. Su hermana ya sabía que algo traía entre ceja y ceja y podía sentir que entre sus bromas existía algo de preocupación por las locuras que la vampiro inmortal podía estar pensando.

Se movió para tenerla de frente, bajando el rostro hacia sus labios cuando la otra mujer la abrazó con fuerza hacia ella. La besó con dulzura para luego alejarse un poco, guiñándole el ojo mientras negaba con la cabeza. Sin ganas, separó el abrazo para tomar la mano de su futura esposa y se giró para abrir la puerta, tirando de su mano para que ella fuera detrás.

Era gracioso en cierto punto. Toda su vida a excepción de sus primeros 27 años de mortal, había sido alguien despiadado que disfrutaba el sufrimiento de sus enemigos. No sólo amaba la sangre pasando por su garganta, sino que consideraba que quedaba muy bien adornando el total de sus ropajes, su varita y su katana. Era el éxtasis de la casería que la llevaba a cometer los asesinatos más crueles con una sonrisa en sus labios y luego volver a La Marca Tenebrosa a relatar sus anécdotas. Porque además de sádica era totalmente ególatra y egocéntrica.

Pero cuando estaba con la castaña no había ni rastro de esa mujer. Más bien parecía una niña pequeña. Alguien sin maldad, que sólo quería ser feliz y hacer feliz a quien más amaba. Alguien que hacía travesuras y, por más vampiro que fuera, alguien bruto y despistado, que cometía errores y los aceptaba con una risa, sin darse cuenta de su gravedad.

-   Es una sorpresa Gabbs… Pero creo que te va a gustar. –

Se dio la vuelta, dándole el frente a su novia mientras caminaba hacia atrás y colocó la mano libre en su mentón, levantando la vista un poco hacia el cielo mientras se hacía la pensativa.

-   O tal vez no. Más bien creo que me vas a gritar… Sólo recordá que te amo. –

Evitó mirarla y entrelazó sus dedos, aflojando el andar para poder colocarse al lado de Gabrielle. Estaba segura que gritaría. Aunque no sabría el por qué, ya que ella misma había conseguido un ejemplar de dragón.

-   Perdón amor, fui desconsiderada. Hace frío - Sacó la varita e hizo aparecer dos tapados cuando la sintió temblar. Ambos eran negros, con la única diferencia que el suyo era un poco más grande y no poseía capucha alguna. Colocó el de Gabrielle en ella y subió la capucha para que cubriera sus cabellos con ternura, besando su labio mientras volvía a caminar.

La llevaba hacia los bosques que se encontraban a la izquierda del hotel, siguiendo un pequeño camino de tierra que las hacía adentrarse cada vez más profundo.

No era un paisaje que diera miedo, más bien, parecía algo sacado de una película. Las copas de los pinos estaban nevadas pero las ramas más bajas aún conservaban sus verdes, y el suelo estaba cubierto de piñas que estos dejaban caer. Algún que otro tronco caído adornaba la vegetación y se podía sentir el canto de los pájaros pese al frío.

Se imaginaba que en verano ese mismo lugar estaría lleno de flores silvestres y animales salvajes. Quizá unos cuantos ciervos, alces o libres y hasta ardillas, si es que las había en esa parte del mundo.

Al final del camino se podía comenzar a ver un claro circular, donde una cabaña de tamaño mediano empezaba a asomarse. Tenía una chimenea humeante incrustada en el techo alto a dos aguas, que a simple vista dejaba ver tres separaciones de diferentes alturas que daban a pensar que la misma tenía más de un ambiente.

Un pequeño hall cubierto frente a la entrada brindaba a los visitantes un cómodo sillón para descansar, y una mesita de té donde apoyar sus pertenencias si así lo decidían. A un costado, dos estacas gruesas clavadas sobre un círculo lleno de cenizas sostenían un caldero donde posiblemente se mantenían calientes los huevos de dragón que Mahia había ido a buscar.

Se paró en seco, sabiendo que no la podía hacer esperar más. Demasiado paciente había sido la Delacour, y conociéndola, ya se había dado cuenta por donde venían los planes de su mujer.

-   No me mates… - Fue lo único que logró decir, separándose de ella y corriendo hacia la puerta de entrada de la cabaña para golpear con fuerza los nudillos y esperar que le abrieran.
 

-  Conocí a un tipo hace un año aproximadamente. Él es comerciante y criador de dragones y… - Bajó la mirada avergonzada, sonrojándose mientras seguía hablando – Quiero uno para que ambas tengamos nuestro dragón. Aunque este es ilegal, porque yo no tengo el nivel para acceder a uno.

 


 

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  • 4 semanas más tarde...
Nada la calmaba más que tenerla cerca a lo que el bosque pasó a ser secundario cuando su casi esposa le besó dejando caer por completo sus inseguridades cuando la actitud juguetona de la rubia salió a flote; sonrió y casi pudo sentir el calor en sus mejillas, la amaba en cada una de sus facetas.
 
 - No me gustan las sorpresas…- dijo en murmullo rodando los ojos, pero como siempre ella accedía a lo que su hermana quisiera hacer con ella, así fuera llevarla en medio de la nada con innumerables peligros, le miró con sigilo frunciendo el ceño sin dejar de mirarla y rió al escuchar su excusa. - Quién soy yo para regañarte si eres la mayor de las dos.

El tono de ironía en sus palabras era evidente, sí, la Delacour era la penúltima de los hermanos Black pero podría apostarse que era la que más calculaba y pensaba las cosas antes de hacerlo… al menos actualmente, bastantes años de golpes le habían hecho entender y madurar como para seguir de irracional e insensata. Pero parecía que sus hermanos seguían por el mismo camino que su padre.

Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, podría ser desconfianza o el clima al que ella no estaba acostumbrada, suspiró y cerró los ojos ¿Por qué había accedido a tal locura? Levantó la mirada al oírla de nuevo y le vio frente a ella cobijándole y lo recordó: Por ella, todo por ella. 

Aunque el bosque ya no le preocupaba entrelazó su brazo con el de su prometida y recargó la cabeza en él mientras caminaban hacia quién sabe dónde, solo la mayor de las Black lo sabía, igual la francesa le seguiría sin pensar. Un suspiro salió de su pecho y más que frío sintió la calidez del sentimiento que tenía hacia ella, la amaba y el bosque prácticamente era la representación de lo que pasaba en su cabeza: no tenía la más mínima idea del rumbo ni el destino, pero si estaba Mahia a su lado aquello no le importaba, la amaba y no le dejaría escapar de nuevo, así tuviera que meterse entre bosques inciertos.

-  No me mates

 

La Delacour cerró los ojos, sabía que esa frase no traería nada bueno, suspiró y era evidente que rodó los ojos aún teniéndolos cerrados. Le miró con una sonrisa en los labios, tal vez la inocencia con la que la rubia le miraba le había hecho detener sus palabras y le daría el beneficio de la duda… Hasta que la verdad cayó de golpe.

- ¡Mahia Black! ¿Sabes…?- se acercó corriendo a ella y le detuvo el rostro con ambas manos quedándose a escasos centímetros de sus labios.- ¿Sabes que nos puede cargar la… ley.

Por un momento se quedó callada ¿Quién era ella para decirle esas palabras si ni Psicosis ni Anna estaban registrados? Ella también poseía animales ilegales, pero…

Dio un paso hacia atrás y soltó un bufido y, antes de que la vampira pudiera argumentar y dar su punto de vista Gabrielle se cruzó de brazos y alzó la ceja juzgando.

- Sí, no soy quién para darte este sermón, pero mis mascotas no son tan peligrosas como esto ¡Psicosis es un maldito conejo y Anna…! - calló de inmediato tratando de no ponerse la soga al cuello- Anna no es tan grande ni peligrosa como lo que tú deseas…

¿Quién era ella para negarle un gusto a la mujer que amaba? Sonrió y negó con la cabeza, ya estaban en la boca del lobo, le dejaría hacer lo que ella quería como siempre solía hacerlo, verla feliz y con esa inocencia le derretía hasta la razón.

- Va, solo ten en cuenta que Brownie está en reserva… Seré tu cómplice no solo de vida si no en delitos. 

Mordió su labio inferior y se acercó a Mahia para robarle un beso, acarició con ternura su mejilla y le miró a los ojos.

- Let’s do it

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  • 2 semanas más tarde...

Se había pasado el último mes en Bulgaria, a pesar de su promesa adolescente de no volver a pisar esas tierras. ¿Tan necesitada andaba de irse? Maida era un guiñapo emocional, aunque por fuera se le viera como siempre, con los brillantes ojos azules que jamás delataban si tenían naturaleza o restos de llanto. Se había prohibido huir de cualquier situación cuando tenía dieciocho y ahí estaba, negando que lo hubiera hecho un mes atrás, aceptando la invitación a algo que ella no era: deportista. Escabulléndose cada que daban el pitazo final, forzándose a salir al campo cada vez que Mosquito se lo pedía, aguantando entrenamientos que para ella no tenían ni pies ni cabeza. Se sentía sola. Ahora lo entendía. Pero tampoco tenía a nadie a quién buscar. ¿Su primo? ¿Su ahijado? ¿Su padrino? ¿Su tía? ¿Su prima? ¿Sus tías Black? Las tenía merodeando el castillo y era incapaz de interrumpirlas, no sabría ni qué decirles. La última vez que había hablado con un poco de coherencia, había sido con Albus, y mientras se desarrollaba la conversación se sintió etérea, como si fuera espectadora de su propia vida. ¿Será que había topado con algún límite que desconocía?

Ahí estaba, recostada en su cama, con los ojos abiertos y fijos en el techo, tratando de ordenar las escenas de sus últimos sueños. Extrañaba algo/alguien que no tenía derecho a extrañar y que en su forma más consciente no debía extrañar. De hecho, aún dormida, cuando vio la cara del protagonista de su sueño, se sobresaltó sobre el colchón, haciendo que su elfo doméstico apareciera al instante en la habitación, asustado y preocupado por ella. Cuando abrió los ojos, lo mandó lejos. No era un sueño malo...sólo uno sin sentido.

— Maida... —podía verlo mover los labios y saber que era lo que le decía, pero era incapaz de oírlo, sólo se hacía audible cuando pronunciaba su nombre. Y lo hacía cada tres segundos, al verla, al sonreírle, al acomodarle un mechón tras la oreja. Debía ser otro, en tiempos, lugares y eventos, debía ser otro, sin embargo, no lo era. Era él, seduciéndola de tal manera que la bruja ni cuenta se había dado. Desapareciendo como se le había dado la gana en el plano físico para aparecerse en el reino de su inconsciente. 

Logrando que se estremeciera de sólo saber que de haber concretado algo aquella noche, sería una bruja muerta o algo peor: una bruja culpable. ¿Era de eso que había huido hacia otro país? No tenía sentido, él ni siquiera estaba en el país. Mucho menos la estaba buscando. A lo mejor tenía miedo de delatarse con un pergamino atado a una lechuza, o de ser rechazada. O de ser descubierta. 

Golpeó con fuerza el acolchado. 

Por Merlín, no tienes dieciséis —se reprochó mordiéndose el labio inferior al finalizar, intentando detener lo que sabía iba a decir a continuación—, quizá sea justo por eso que no estás viendo sólo besitos y sonrisas, bruja tonta. 

Y era cierto, la pieza que culminaba en sus sueños, desaparecía el suelo del baile, o las verjas de balcón, habían tenido tantos escenarios oníricos, y todos se transformaban en una habitación, con él, con ella. Mezclándose de tal manera que era imposible determinar dónde comenzaba y terminaba el cuerpo de cualquiera. Pum, final. Maida se despertaba casi febril, sonrojada, apretando las sábanas y con ganas de al menos susurrar su nombre, pero aún era obediente a sus propias prohibiciones. Aún quedaba esperanza en su autocontrol...el mundo de Morfeo estaba perdido.

Todo lo que le permitía la soledad hacer a su mente, era inconcebible. Tendría que dejar de sentir lástima por sí misma y levantarse de esa cama, aunque le costara cada respiración. Y tenía que dejar de enfocarse en esos sueños de algo que ni había sucedido que ni se dirigía a eso, una pieza musical que jamás había sonado para ellos, pero que le gritaba cada noche, como si quisiera ella también encontrar la manera de escabullirse en sus pensamientos, pero claro, eso era demasiado pedir.

Era incapaz hasta de pensar su nombre, por miedo a verse escribiendo un pergamino dejándola como una quinceañera en evidencia. Si volvía a verlo, aunque fuera por un instante, seguramente se refugiaría en los recuerdos de sus sueños, mientras que sus labios, esta vez autorizados, dirían algo como:

— Si, tenemos estos detalles por resolver para Aaron antes de volver a la fortaleza, semper fidelis. 

 

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- Let's do it

Sonrió al escuchar la aprobación y envolvió el cuerpo de su prometida con los brazos. Sabía el brillo que tenían sus ojos, y que a la mirada de la Delacour parecía una chiquilla emocionada por obtener un juguete nuevo. Y quizá así era. Ella lograba que Mahia dejara libre esa actitud aniñada que la vida le había robado siglos atrás, y que en La Marca Tenebrosa era imposible de mostrar.  Era libre.

- ¿Desde cuando a nosotras nos importa la Ley amor? - La miró divertida, girando la cabeza para apoyarla en la palma de la otra mujer. - Somos mortífagas, hemos asesinado a miles de personas, disfrutado con torturas, robado dinero, poder, gloria. Todo aquello que nuestro señor tenebroso quisiera... o aquello que nosotros queríamos y lo hacíamos en nombre de él. Y lo disfrutábamos digamos que de la Ley no sabemos mucho. -

Bajó su rostro y rozó con suavidad la nariz de Gabrielle con la suya, suspirando un momento antes de tomar sus labios en un beso suave, que con el pasar de los segundos se fue volviendo cada vez más ávido. La atrajo más a su cuerpo, apenas separando los labios para respirar y volviendo hacia ellos para morderlos, rasgando la piel interior con los colmillos superiores. Un pequeño quejido salió de su boca al sentir el sabor y acercó su cadera a la de ella, bajando las manos por la espalda. Gruñó. La deseaba. Ese era el efecto que tenía la ojimiel sobre ella. Podían estar rodeadas de todo o en medio de la nada, pero para la rubia sólo existía su mujer.

Alcanzó a deslizar la mano izquierda por la parte baja de la espalda cuando un carraspeo le hizo volver a la realidad. Se quedó quieta y abrió sólo el ojo derecho para ver con vergüenza cómo un hombre de gran estatura las miraba desde la puerta de la cabaña, riendo ante el espectáculo. Separó la mano derecha de la espalda de su novia pero mantuvo la izquierda en su cintura, acercándola a ella en actitud posesiva, aprovechando la cercanía para poder presentarlos.

- Hola Bjorn... ¿Te divertiste lo suficiente ya? - Rodó los ojos cuando él soltó una carcajada. -

No sé si divertirme, pero te aseguro que han alegrado mis... ojos... quizá hasta te pueda hacer un descuento en la mercancía - Bromeó el noruego. Se lo notaba un tipo risueño, pero fornido. Debía de medir aproximadamente 1,82 metros de alto, con una buena musculación. Era rubio, casi tirando al blanco, y de tez casi tan pálida como la de la vampiro pero con el azul de sus ojos un poco mas opacos que los de ella. Llevaba la barba cuidadosamente modelada y el pelo corto por los costados y atado en una colita en la parte superior. Al igual que la Black, vestía con ropa muggle por comodidad. - Bueno, ¿y la señorita es...? 

La ojiazul casi podía sentir la incomodidad de Gabrielle que sólo se encontraba mirando a los dos. Giró el rostro para mirarla y darle confianza con sus ojos y luego la señaló con la mano derecha. - Bjorn te presento a mi prometida. Ella es Gabrielle Delacour. Amor, él es el comerciante del cual te hablé. Es algo así como una versión menos bonita, menos graciosa, menos fuerte... bueno... menos todo de mi. Sólo nos parecemos en lo rubio y ojiazul. Pero yo soy mucho mejor que él en todo lo demás. -

Sonrió mientras el hombre entrecerraba los ojos y se despidió del descuento que les había prometido. Pero su orgullo debía salir a flote sí o sí en esas situaciones. Él las invitó a pasar haciendo una seña con la mano derecha y se movió del umbral de la puerta, mostrando un interior más amplio de lo que parecía por fuera. En el hall había un perchero para poder dejar los abrigos y varios cuadros que en ese momento se encontraban vacíos. Probablemente el frío ahuyentara a sus habitantes. 

Una escalera de madera llevaba a los pisos superiores. A la derecha la puerta más cercana llevaba hacia una gran cocina que tenía inmensos hornos donde se depositaban los huevos recién obtenidos y que no podían ser puestos en los calderos a la intemperie, y a la izquierda el living con una mesa larga con sillas de algarrobo seguidas por unos sillones que envolvían a una mesa ratona frente a la chimenea. Una alfombra peluda y blanca se ubicaba a los pies de los sillones, dando ganas de quitarse el calzado para disfrutar de lo calentito de su tela.

- Tomen asiento, ya traigo lo que me pediste. - La Black asintió con la cabeza y acompañó a Gabrielle hasta el sillón más largo, donde cabían ambas una al lado de la otra. Se sentó a su izquierda, tomando su mano y entrelazando los dedos mientras esperaban. 

- Perdón por eso. Había olvidado el haber tocado la puerta. Sé que es raro que nos vean besándonos. - No quiso mirarla para evitar el regaño y miró el techo de madera. Un candelabro bastante bonito colgaba de él. - Bjorn es buen muchacho. Está sólo. Por lo que sé de él y que obviamente averigüé antes de venir, perdió a toda su familia. Creo que por eso me acerqué a él en su momento. Me dio... ¿pena? -

Volvió la mirada a su mujer, alzando los hombros en señal de no saber qué decir sobre el asunto. Quería saber qué opinaba ella de lo que estaba haciendo, más allá de que sabía que la acompañaba. O si quería preguntar algo más, pero no se atrevía a decirlo. La sentía tensa, pero estaba segura de que nada malo pasaría. Quería tranquilizarla. - Le pedí un dragón hembra, blanco... creo que voy a llamarlo Marshmello, porque contrasta muy bien con brownie. Me gustaría que ambos dragones estén en nuestra boda. Me parece una imponente forma de hacerlo. Ya que no va a haber gente no me preocupa que se coman a nadie.-

Soltó una carcajada.

Y hablando de la boda... yo... quería hacerla apenas volvamos a Inglaterra. ¿Te parece bien? - Suspiró mirándola enamorada. El sólo hecho de pensar el momento en que ambas se darían el sí le llenaba el estómago de mariposas. - Pensaba en que quizá podríamos pedirle a Maida que nos case... o a Aaron... ¿Siguen viviendo? Qué mala persona soy... - 

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