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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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No quieres saber dónde he andado, Terpsícore, por tu propia seguridad. Pero en términos generales, lo de siempre: callejón Knockturn, bares de mala muerte, mercado negro, mercado chino, mercado de pulgas, mercado boliviano (?). Donde sea que pueda acomodar los productos que rob... importo. Entonces no debería sorprenderte que escuche cosas como esas. Claro, no siempre es fácil saber qué es cierto y qué son mentiras. La gente paga mucho dinero para saber esas cosas y mi situación económica en el último tiempo no ha sido la mejor. Por eso ves, acá estamos —dijo mientras con una mano recogía un candelabro de plata y lo metía en una bolsa de tela que había sacado en el momento en que Terpsícore se dio la vuelta.

 

Para entonces María Joaquina subía cansada y pesadamente las gradas, casi sudando, detrás de Terp. Alicia le dio una nalgada con la mano, tras lo que tuvo que ahogar una rosa ante el chillido que emitió MJ.

 

Tu cerda es muy sensual, deberías cru... ¡Ay!

 

Dos cosas pasaron a la vez: Lucy chilló casi tan fuerte como MJ y se metió a la espalda de Alicia a través del cuello de la chaqueta. Esto hizo trastabillar a la mujer y darse la cara contra la espalda de Terpsícore que de improvisto se había quedado de pie a medio camino por las gradas. Retrocedió y cuando estaba a punto de quejarse, vio que más adelante estaba lo que se temía: un rey de las ratas. Aún más asqueroso que las peores historias sobre este fenómeno. Era difícil de creer aún viéndolo. Instintivamente Alicia cambió sus intenciones de queja por sacar la varita del bolsillo y a puntar hacia el monstruoso conjunto de ratas atadas por la cola que esperaba amenazante abalanzarse sobre las mujeres para, seguramente, comérselas vivas. Apuntó pasando la varita por un lado de Terp.

 

Eh... si te soy sincera, me encantaría acercarme y examinarla más de cerca, así que debería petrificarla ahora para eso, ¿qué opinas?


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No sabía si era tarde, noche, si la hora de comida había pasado; Gabrielle estaba recostada en la cama, envuelta en su toalla de baño, sus cabellos rubios contrastaban con el azul añil de su edredón, azul, el color que los genes olvidaron en ella. Sobre su pecho, su pequeño conejo con alas se posaba dormido y ella disfrutaba de su calor y compañía.

 

Desvió la mirada al tocador; listones, cepillos, aretes... el desorden era ya parte de ella. Soltó un bufido y las orejas de Psicosis se elevaron tratando de llamar a atención de su dueña. La Black sonrió y le abrazó de nuevo a su pecho, era esa pequeña parte de su pasado al que se aferraba más que un niño pequeño a un juguete, algo enfermizo, pero parte de su esencia.

 

– ¿Estoy mal Psicosis?- levantó al conejo blanco hasta dejarlo a la altura de su rostro, sonrió y besó su nariz – No respondas.

 

Como si el animal pudiera responderle. Dejó a su compañero a lado y se sentó en la cama, tenía que bajar por comida ¿En verdad era necesario? Había elfos en el castillo, deberían servir de algo. Sus ojos miel giraron a la puerta de su balcón, misma que se encontraba cubierta por unas cortinas blancas, la luz pareciera ser de medio día.

 

Los ánimos de la tempestad no daban para más, cubrió su torso con la toalla y su mirada seguía perdida en la puerta del balcón, desde que había regresado las situaciones solo le revolvían los pensamientos y su mente volvía a jugarle malos ratos, con un día de descanso no afectaría a nadie ¿O sí?

 

¿Voy o no voy a trabajar?- dijo regresando la mirada a Psicosis – Digo, no es como que mi departamento me vaya a extrañar por un día que falte...

 

Sonrió al pequeño que le observaba curioso. Entre ellos dos siempre había una rara química que pareciera que se comunicaban (o la enfermedad de Gabrielle le ayudaba a dar ese aire), acarició su cabeza y unos cuantos pelos blancos salieron del conejo haciendo que la francesa se sacudiera las manos.

Tomó al conejo y se acostó de nuevo en la cama dejándole de nuevo a la altura de su rostro.

 

– ¿Qué haré contigo Psicosis? A estas alturas terminaré haciéndome un abrigo de piel con tanto pelo que dejas suelto.

 

Le sostuvo por unos instantes, sintió el aleteo insistente del animal en un intento desesperado por separarse de sus manos, como siempre. Gabrielle puso los ojos en blanco y le soltó logrando así que el conejo alado se alejara de la Black para posarse arriba de su tocador.

 

– Miedoso... - le miró con recelo y se levantó de la cama, dirigiendo sus pasos a la puerta de su balcón. – Noup, definitivamente no saldré.

 

Giró sobre la punta de sus pies y caminó hasta el tocador, amarró bien la toalla a su cuerpo y posó sus manos en su cintura, dando un aire de madre en pleno regaño.

 

– Baja ahora mismo Psicosis. Tú no tienes derecho a hacerme ese tipo de escenitas.- levantó la ceja y el conejo blanco comenzó a acicalarse las alas.– !Psicosis! Que bajes he dicho.

 

Tomó un cepillo que había sobre el tocador y le aventó cerca del animal, tenía que hacerse entender. Los ojos furiosos del conejo le miraron y regresó sin permutarse a lamerse las patas. Estaba escrito, los conejos y la Black no se llevarían.

 

Soltó un resoplido, le conocía, él bajaría cuando le diera la regalada gana, como todos los hombres que conocía. Se sentó sobre la cama y se dedicó a observarle, solo eso, observarle, a fin de cuentas cada ser vivo necesita su tiempo y espacio y era algo que con los años (y golpes del pasado) le habían enseñado (por las malas) a entender.

 

– Te estaré esperando maldito bastardo.- se recostó sobre su cama, ya habría tiempo para seguir regañando al animal. Acomodó su cabeza sobre las almohadas y cubrió su cuerpo con la toalla – Otro rato más no daña a nadie...

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Persigamos a Kya /o/

 

 

Matrimonio. En Londres resultaba ser el paso a seguir cuando las parejas no podían vivir una sin la otra, era un acto lleno de amor, adquirir la responsabilidad de cuidar y depender de alguien durante todo el tiempo que restara de vida, por lo menos en teoría. Había trabajado en el ministerio más años de lo que recordaba, la cantidad de divorcios que debía tramitar como parte de los departamentos importantes era exhuberante, eso sumado a sus infructuosas relaciones amorosas le llevó a decidir que nunca iba a casarse. No por amor, al menos.

 

Y así lo había hecho, consiguió entre sus compañeros alguien con una cuenta bancaria lo suficientemente atractiva como para olvidar las posible libertades que este tuviese en el futuro, incluso había inducido a Carlos a convertirse en uno de sus amantes, no estaba pensando con claridad en esos días, podía ser fácil de deducir. Pero entonces sus planes se habían ido abajo el día de la boda, brotó un auntetico odio que la llevó a realizar mas de una locura, ahuyentando a cada misera persona que se acercara a su marido con intenciones románticas o pasionales, incluso a Leah, se había convertido en su instrumento de entretenimiento... ¿y por qué pensaba en eso? Simple, desde que se había propuesto a arruinar la vida de Cillian era la primera vez que se sentía entre apenada y avergonzada, lo gracioso del asunto es que no había hecho nada más que seguir al Cartairs al hogar Black. Era como saber que sobraba en la ecuación, fue gracioso pensarlo pero se sentía la amante.

 

-- Mi marido y mi mejor amiga convertidos en mis padres...-- hacer uso de su locuacidad para salir de situaciones incomodas era lo más sensato-- ¿a quién ca***o asesiné en mi vida pasada? ¿A Merlín? Debió ser algo verdaderamente terrible, ¿no crees, Carlos?

 

El blondo sólo la observó, en lo mas hondo de sus orbes podía captar el silencioso regaño y la preocupación ante su desaparición, además de cierta culpabilidad que bien sabía se trataba por los minutos de intimidad con el mortifago.

 

-- Entonces debiste tratar de reinvindicarte en esta vida, no pareces muy animada a hacerlo, la verdad-- oh sí, alguien podía seguirle el juego en aquella habitación--. O tal vez debes investigar porque tienes gustos similares a tus familiares, según dicen, es cosa de genética.

 

Juliene sonrió, por unos minutos, antes de subir los escalones que la separaban del hombre que juró amar hasta que muriera, falso, todo era terriblemente falso. Y el estar alli una completa locura.

 

-- Ella te quiere de verdad, Cillian-- acotó--. Asi que aclara esa mentecilla tuya, porque puedes dañarla.

 

Y entonces tironeó a Carlos hasta la mentada sala de estar, no sabiendo muy bien que hacer a continuación más que pegarle al blondo por llevarla allí, que por cierto terminó haciendolo.

 

-- ¿Al Cairo? Terrible elección, más allá del incesante calor, no tienen sentido de la moda.-- determinó antes de empujar a Carlos hacia el frente-- Mátalo, si quieres.

 

Él la miró con la incredulidad brillando en sus orbes esmeraldas.

 

-- Nadie te mandó a traerme aquí, eso te ganas. -- se volvió a mirar a Kya-- ¿O prefieres que te traiga a Cillian?

 

¿Qué ella estaba loca? Eso no podía ser más fiel a la realidad.

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Oh, no.

 

Lo había echado a perder de nuevo.

 

¿Quién lo mandaba a ser un maldito libertino?

 

Observó la escena con bastante calma, no sabía exactamente que hacer. ¿Cómo es que aquel escenario había logrado llenarse de tantas personas claves en su vida? Y para colmo eran personas que no deberían estar todas juntas en un mismo lugar. Dejó escapar un largo suspiro... Podía huir, sería tan fácil como darse media vuelta y volver a su habitación.

 

Pero todo aquello era algo que tenía que aceptar más temprano que tarde. ¿Quién formaría parte de su vida después de aquello? Quizá y el desenlace no iba más allá de que el terminara solo de nuevo. Sí, Carlos lo amaba, pero estaba extrañamente ligado a Juliene y en aquel momento ella era la única con el poder para decidir como terminaría todo aquello.

 

Bajó las escaleras lo más rápido que pudo y se dirigió hacia la sala de estar. Las palabras de Juliene aún resonaban en su cabeza... ¿Lo quería Kya de verdad?

 

— ¿Así es como le pagas a quienes ponen su vida a tu disposición? —Disparó la pregunta hacia Juliene y acto seguido se dirigió a Kya—. Debes de saber una cosa, Kya, si decides matarlo sería como si me estuvieses matando a mí también... Carlos, Carlos es lo más importante que tengo en mi vida después de esa est****a vampiro.

 

¿Qué demonios? ¿Le estaba diciendo a la mujer con la pensaba compartir su vida que había dos personas por delante de ella en la linea? Era tonto, de verdad que era tonto, pero no había podido evitarlo. Dio un paso más al frente y trató de organizar sus pensamientos, pero le era casi completamente imposible.

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Sus ojos esmeralda miraron a quien aun consideraba su hija y ya no supo qué hacer. Sabía que ella siempre tomaba todo con humor y todo era sarcasmo en su cabeza, ¿acaso ella misma no había sido igual? Observó al chico a quien Juliene le estaba entregando como si éste fuese alguien a quien matar, y en parte le pareció gracioso. A veces, sólo a veces, solía extrañar a esa rara hija suya, con sus locuras y forma de ser que parecía haber heredado de su madre.

 

Escuchó, a su vez, a Cillian y en ese momento no pudo interpretar lo que pensaba. Con una sonrisa irónica sacó su varita e hizo unas florituras en el aire, pero de ella únicamente salieron unos humos de colores que Shadow empezó a perseguir.

 

—No... ¿quién me creen? —preguntó sin mirarlos—. No es que vaya por la vida asesinando gente, ¿saben? Estaría en prisión... si lo hiciese en un lugar tan público, al menos.

 

Juliene, Cillian y Carlos, qué trío más complicado y ella se había metido entremedio. Invocó una copa y una botella de vino, sirviéndose al instante al sentir que no sabía qué hacer. Todo en ella le indicaba que se fuera, que no tenía nada que hacer allí. Tal vez se había encariñado con Cillian, pero no iba a morir por no estar por él. Tenía veintisiete años y, aunque no le gustase admitirlo, la vida le había enseñado muchas cosas.

 

—Cillian, ya me habías dicho que eran personas importantes para ti —habló y se llevó la copa a la boca, bebiendo un poco primero para luego tomarlo de un solo sorbo; la dejó en una mesilla—.Pero se suponía que estaban desaparecidos y ni siquiera sabía que mi hij... que Juliene estaba en esto.

 

Suspiró.

 

—No me quiero meter en su trío extraño —murmuró sintiendo alguna especie extraña de presión en el pecho—. Si ellos están aquí, Cillian, no te haré escoger.

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~ Black Pride ~ Semper Fidelis ~ Toujours pur ~
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~Start~

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-- Y tampoco tiene porque hacerlo.

Juliene fue la primera que casi se rompió el cuello buscando la fuente de aquellas palabras, era Carlos, el rubio y est****o que la había obligado a ir alli, el amante de turno de Cillian, su dongsaeng. Existian veces en que él era capaz de dejarla en un segundo plano, además de lograr que se sintiera mal, la mayor era ella pero Cartairs asumia el papel mucho mejor que la Ravenclaw.

-- ¿Quién podría ser capaz de olvidar su pasado?-- indagó a nadie en particular-- Sería como borrar nuestra propia identidad, así que de esto es lo que se trata todo, obligarle a elegir resultaria igual que lanzarle un obliviate -- su mirada se enfocó en Kya--. Soy el responsable de esta situación, no lo lamento, pero no pretendia conocerte así.

Suspiró.

-- Así que eso es todo, sólo somos una parte importante de su pasado que en nada afecta al futuro vuestra relación...--le arrebató el trago que silenciosamente se había preparado la Black Lestrange--, por tanto, es hora de que ella y yo nos vayamos de aquí.

Juliene bufó.

-- No me dejas beber y ahora ya debemos irnos, ¿quién te entiende?-- se giró a los Black presentes-- ¿Ustedes lo entienden? Porque definitivamente yo no.

Pero lo cierto era que sí lo entendía, tanto o más de lo que él la comprendía, su decisión de ir a Londres se había tratado de un impulso bastante similar al suyo, claro que su breve reseña del viaje ayudó a que el blondo estuviese dispuesto a hacerle enfrentar a su pasado y a todo el desorden que había dejado en su país natal.

-- En cuanto a ti, esposo mio, no suelo ser tan desleal con los que se mantienen a mi lado-- respondió, solicita--, pero es que Carlos ha hecho méritos. --y como decidida a mantenerse alli sin tomar en cuenta lo dicho por el blondo se sentó con un nuevo trago en sus manos-- Podemos ser un trio extraño desde tu perspectiva, madre, sin embargo, tal como yo lo veo la ecuación es simple.

El liquido quemó su garganta, ¿desde hacía cuanto no bebía? Ni siquiera era capaz de recordar la última vez.

-- Carlos ama a Cillian-- dictaminó, alzando su dedo indice, era como resolver una suma sencilla-- Cillian ama a Carlos. Yo los amo a los dos.-- terminó el contenido de la copa antes de sus posteriores palabras-- Y ellos me aman a mí.

¿Simple? Sí, como no. Carlos estuvo tentado a noquearla y sacarla de una vez por todas de allí, pero aunque deseaba marcharse no podría hacerlo sin antes dejar unos cuantos puntos aclarados, suponía que era eso lo que también mantenía a Juliene en ese lugar.

--A veces, sólo a veces, resulta bastante insoportable-- siseó sin poder contenerse.

Un zapato estuvo a punto de impactarse con su cabeza, afortunadamente, fue capaz de esquivarlo a tiempo.

-- ¡Que desconsiderado! ¿No ves que estoy intentando que todos seamos amigos?

La novia, la esposa y el amante, oh bien, claro que de alli podría salir un hermosa amistad, pero para erradicar al Black del mundo, si es que lograban encontrarlo. Es mejor que corras, Cillian

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—Pues entonces dejen de seguirme —refunfuñó la mujer rodando los ojos. Miró a Cillian—. ¿Escuchaste lo de Juliene? No estoy en esa ecuación y tampoco andaré rogando por meterme. Entenderás que no soy de esas que andan lloriqueando por un hombre.

 

Y no, no lo era. Generalmente obtenía todo lo que quería. Su adolescencia y su juventud habían sido bastante divertidas, salvo por los momentos en que la demonio que se alojaba en su interior pretendía salir. A su mente vino el recuerdo de una niña, un bebé que sostenía entre sus brazos y un nudo se formó en un garganta. ¿Por qué ese recuerdo había llegado a su mente justo en ese momento? Aspiró lánguidamente mientras flashes de recuerdos venían hacia ella. Había dado esa niña en adopción, por eso nunca pudo querer a nadie como para formar una familia. No quería tener que volverse a despedir de una hija.

 

¿Llegaría un momento en que vendría a buscar las explicaciones?, esperaba que sí, para poder explicarle que la alejó por miedo a que aquel demonio la dañase.

 

¿Y Claire? Seguía encerrada. No hubiese sido buena madre de todas formas.

 

—Creo que la conversación deberían seguirla entre ustedes —habló a nadie en específico—. Comprenderán mi posición. No voy a hacer escoger a nadie, su vida es su vida. Y la verdad, esto se tornó un poco... ¿aburrido? No lo sé.

 

Tal vez simplemente no le gustaba perder y por ello quería irse a toda costa del lugar. Si bien había amainado su inmadurez respecto a muchas cosas, el anillo que guardaba a su demonio parecía querer salirse del dedo. ¿Acaso a esa demonio le había gustado algo de Cillian? Llevó su mano derecha y tapó la izquierda con ella, observando cada movimiento de Juliene; era un vivo recuerdo de su juventud. Siempre queriendo escapar, siempre llamando la atención. Y esa terquedad que ella tenía, Kya aún la mantenía.

 

—Así que bueno —comenzó—, quédate tranquilo, Cillian, pues no mataré a ninguna de las personas más importantes en tu vida. Si mataría a alguien, no es a ninguno de ustedes. Tengo problemas muchos más grandes que tres niños intentando ponerse de acuerdo.

 

Niños, sí, le parecían niños.

 

—Y, amm... ¿Podría retirarme? —preguntó alzando una ceja, pero ya estaba cercana a la puerta—, digo, ¿qué más tengo que hacer aquí? La noche está despejada y es un momento perfecto para seguir aprendiendo de astronomía. ¿Puedo? ¿O tienen algo más que decirme? ¿Hay alguna otra persona? Pues sí que son libertinos, si un día hacen algún encuentro íntimo con otras personas, y no está Juliene, claro, no duden en invitarme... o al menos avisarme, no sé si estaré disponible —dijo con una sonrisa irónica marcada en su joven rostro

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No sabía exactamente en que momento había comenzado a interesarse por Juliene, pero justo en ese momento se arrepentía. ¿Qué demonios era lo que pretendía con todo aquello? No era un secreto que su relación había surgido del odio, pero con el paso del tiempo las cosas habían cambiado bastante.

 

Y ahora, ahora Juliene parecía estar empeñada en volver al principio. ¿De verdad quería destruir todo lo que habían logrado? ¿Necesitaba en realidad que Cillian volviera a odiarla para así poder abandonarlo una vez más? Apretó sus puños, quería golpearla. Y luego estaba Kya, su relación con ella apenas comenzaba y las cosas ya se habían tornado bastante difíciles.

 

— ¿Intentado que todos seamos amigos? —Escupió todas y cada una de las palabras con toque de rencor—. Deja de mentir, tú no estás aquí para eso.

 

¿Y ahora cómo arreglaba a aquello? ¿Cómo le aseguraba a Kya que lo que sentía por ella era real? Juliene y Carlos no estarían ahí por mucho tiempo, lo sabía bien... Pero mientras estuvieran, mientras estuvieran las palabras de la vampiro eran totalmente ciertas, no había lugar en su aquella ecuación para nadie más.

 

— Lo siento, Kya —no sabía cómo, pero de un momento a otro estaba parado frente a ella—. No te pido que me esperes, no sé cuánto tiempo me llevará arreglar esta locura, pero sí estás ahí cuando termine prometo que iré a buscarte.

 

Se dio media vuelta y se dirigió a Carlos.

 

— Así que ya lo sabías —no estaba seguro de si Kya se había retirado o no—. Si lo sabías quiere decir que el verdadero motivo por el que estás aquí es ella y no yo... ¿Necesitas que este bien para seguir siendo su eterno compañero mientras yo me paso la vida extrañándolos, cierto?

 

No quería creerlo, pero era la única explicación.

 

— Entonces hagamos eso y después se van... —Su voz comenzaba a quebrarse—. Y por favor, por favor no vuelvan una vez más.

Editado por Cillian

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~Juliene y Carlos

La despedida (?)

 

No vuelvan una vez más,

 

Las palabras habían calado profundamente en ambos personajes, en apariencia no resultaba visible, pero resultaba todo un revuelo de sentimientos en su interior. Lo imaginaron, vaya que sí, una reacción como aquella era de lo más natural y, en cierta manera, esperada. Juliene fue la primera en realizar un movimiento, se atravesó en el camino de la Black, impidiendo su huida, esa que ella misma había deseado emprender desde que pisó el honroso castillo de una de las familias más poderosas de Ottery, así como los Malfoy, por lo cual mantenian ciertas rencillas a tráves de los años. Suspiró, ya no tenía que preocuparse por cosas tan banales, era un gran alivio.

 

-- No entras en nuestra ecuación, es cierto, pero estás creando una propia donde ni él, mucho menos yo entramos. --y entonces la abrazó-- Fue maravilloso verte de nuevo, madre.

 

Una gran sonrisa se extendió por su rostro, al tiempo que dejaba de abrazar a la Black. Era definitivo, las familias en Londres estaban tan llenas de arrogancia y vanidad que un breve momento como aquel entre madre e hija o aun mejor entre amigas era prohibido. No podía permitir que ella se fuera sin escucharlo todo, no sería justo.

 

-- Tienes razón, no volveré.-- Carlos había hablado por fin, sabía que no era del todo sencillo, lograr que las personas la detestaran era un mérito propio el cual nunca enseñaría, demasiado odio existia ya en el mundo como para seguirlo alimentando-- Seguiré al lado de ella, pues ese es mi lugar.

 

El blondo bajó la cabeza inseguro de qué decir a continuación, asistir a ese lugar había sido su decisión, pero aunque asumió los pro y contras no dejaba de ser doloroso. Ella habló, sacandolo de aquel pequeño lío.

 

-- Y el tuyo está aqui, en Londres.--dictaminó-- Pues al contrario de mí, sigue siendo tu hogar, lo cual es un enorme alivio. --se acercó hasta el mortifago besando brevemente su mejilla-- Si algún día deja de serlo, sólo debes buscarme, siempre estaré para ti. Y Carlos también, por supuesto.

 

Era una locura, una desmedida locura todo lo que estaba diciendo, sin embargo, se trataba de la verdad más absoluta que había dicho en su vida. Podía ser una niña, pero siempre trataba de mantener un orden en sus decisiones, volver a Londres no se encontraba en sus planes y no lo estaría nunca más. Así que aquel era el final o al menos trataría de que lo fuese.

 

-- Sólo queriamos venir a bendecir vuestra unión, no contabamos con todo lo demás-- una leve risilla se escapó de sus labios--, tiendo a exagerar las cosas y colocar drama donde no debo, me disculpo por eso.-- volteó hacia Carlos-- Es hora de irnos.

 

Él asintió, ya no podían alargar más aquella situación, todo había llegado a su punto máximo.

 

-- Espero que algún día logres perdonarme, aunque odiarme no estaria mal, eso te obligaría a volver a amar.-- era un idi*** tierno, Juliene podía jurarlo-- Así que vive feliz, amado Cillian

 

Le dedicó un breve asentimiento a la Black antes de tomar la mano de noona, debían marcharse de la misma forma que habían llegado, pero sabía que era imposible que su acompañante se marchara sin unas locuaces palabras finales.

 

-- Hasta siempre, tortolitos.

 

Y sin más se fueron correteando por los terrenos del castillo hasta encontrar un punto que les permitiera desaparecer hacía su verdadero destino.

 

-- ¿Tortolitos?-- Carlos no pudo evitar indagar.

 

-- Tienen futuro, sólo que son orgullosos, es tipico de los Black.

 

El chico sonrió, su amiga era un caso total.

 

-- Entonces...¿volvemos a Seúl?

 

Ella negó con una enorme sonrisa.

-- Iremos a Egipto. --decretó-- Siempre quise encontrar tesoros.

 

 

 

Cillian, Sarangueyo

Editado por Juliene Black Lestrange

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Hay cosas que no cambian con el paso del tiempo. La luz de la luna entrando por la ventana, el olor a tierra mojada que se impregna en tu ropa al cruzar los jardines, la fina capa de tierra que cubre el escritorio. Se trata de pequeños detalles, esos detalles que convierten el espacio en algo más que espacio. Detalles que transforman un lugar en un hogar.

 

Cada vez que pasaba de visita por casa revisaba con recelo que cada cosa estuviera en su lugar, tal como lo había dejado. Recuerdo que una vez, hacía ya un largo tiempo, mi piano, mi TAN amado piano con el que en tantos cumpleaños complacíamos a nuestras tías junto con mi hermana interpretando algunos clásicos, había sido corrido de la sala a la biblioteca. Ese día pegué el grito en el cielo. No recuerdo si era Fernando o Evarela quien estaba al frente de la familia, lo que sí recuerdo es que recibió mis quejas, o mejor dicho mis gritos, durante varias horas hasta que ordenaron a los elfos volver a poner todo como estaba. Si había algo que me definía, y aún me define, son los celos por mi lugar, mi espacio, mis amigos, mi familia y por sobretodo mis cosas.

 

Esta vez todo parecía haberse quedado detenido en el tiempo. El piano seguía en la sala, mi cuarto no había sido ocupado por ningún extraño o nuevo en la familia y mi ropa seguía ordenada por color, emanando desde el armario un aroma a naftalina que daba náuseas. Sonreí al sentarme al borde de la cama, al mismo tiempo que un haz de polvo se levantaba del acolchado y quedaba suspendido en el aire.

 

Estiré la mano hacia la mesita de luz y abrí el primer cajón. Una pila de papeles desordenados y mezclados con grajeas multisabores de vaya a saber qué año lo llenaban hasta el tope. Nadie parecía haber metido mano allí desde mi última visita.

 

Quité el cajón con sumo cuidado, lo apoyé sobre la cama y me crucé de piernas frente al mismo sin importar si manchaba o no las sábanas con el barro de mis botas. Extraje de allí la pila de papeles y la coloqué a un lado, procurando que mantuvieran el mismo orden. Debajo de la misma apareció un tablero de ajedrez, que ocupaba todo el fondo del cajón. Llevé la mano derecha hacia el bolsillo de mi pantalón y saqué la varita. Acariciándola entre mis dedos la acerqué al tablero y toqué con la punta tres cuadrantes.

 

- A4, D1, G7...

 

Automáticamente, la cuadrícula empezó a correrse hacia los lados, cuadrado por cuadrado del tablero, dejando entrever un doble fondo completamente oscuro. Metí la mano allí dentro y empecé a revolver entre mis cosas hasta que mis dedos se cerraron alrededor del objeto que buscaba. Saqué la mano del cajón, volví a apuntar hacia allí con la varita y con un leve movimiento todas las piezas del tablero volvieron a su lugar. Sin abrir la mano guardé el objeto en mi bolsillo y en el otro la vara, para luego volver a poner los papeles en su lugar y el cajón ubicarlo en donde estaba.

 

Caminé hacia la ventana. Abrí los postigos y me trepé al umbral. Eché una última mirada a mi cuarto y salté a la rama más cercana del árbol.

 

No sabía cuándo iba a volver, pero estaba segura que esa visita no iba a ser la última.

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