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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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Escuchó las palabras del hombre con atención, recordando a su vez esa etapa en su vida en que había tenido que enfrentar cosas. Pero no había sido de adulta, no, por el contrario, desde que era una niña de once años había plantado sus pies en Hogwarts y no necesitó más de familias de cuidados. Dejando de estar bajo la responsabilidad de sus tutores franceses, por decirlo de cierta forma, fue saliendo sola de sus problemas, siendo totalmente independiente y sabiendo todo lo necesario para cuando había cumplido la mayoría de edad.

 

Viajaba cuando y cómo quería. Había tenido miles de problemas, algunos habían sido resueltos por la razón y otros por la fuerza. Había matado personas y no sentía ningún arrepentimiento de sus actos. Si se sentía perdida, se buscaba, como ella decía.

 

—Uno tiene que ver la vida como un conjunto de problemas —le dijo suavemente—, siempre habrá uno que enfrentar. Y tenemos que acostumbrarnos y ganarle a la vida. Si no le ganamos a nuestra vida, sólo le ganará alguien que te mate. Y nadie quiere eso.

 

Soltó un largo suspiro cuando éste comentó los de los cuchillos. No sabía dónde quedaba la habitación de ninguna persona dentro del castillo. Sólo las de uso común como la biblioteca, la cocina y la sala de estar, contando, claramente, el comedor. No supo qué decirle, sabía que no estaba bien y ella no sabía dar ánimos, sólo decir que había que luchar ante todo. Kya era una luchadora nata, su vida tenía momentos dolorosos que arrastraba, pero en ningún momento dejaba que eso le ganase.

 

Lo miró.

 

—Pues sí, toda la gente tiende a tener problemas y cosas por el estilo —murmuró pensativa, mientras giraba su anillo sin percatarse de ello—. Pero intentamos dejarlos en algún rincón escondido para seguir con nuestra vida.

 

Luego resopló. Percibía un poco de calor y le dio un poco de gracia la invitación a ver unos cuchillos, a pesar de saber a qué se refería. Unos recuerdos de El Cairo, en refugios de contrabanditas y ladrones de antiguedades, vinieron a su cabeza. Y una herida en su dedo corazón pareció palpitar.

 

—Si quiere vamos a tu habitación y vemos los cuchillos —sonrió—, pero sé mejores formas de ocuparlos. ¿Qué tal eres con el tiro al blanco? ¿Y qué tan rápido eres de ir enterrando un cuchillo entre tus dedos?

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— Y parece que tú tienes los tuyos bastante bien escondidos...

 

Se limpió el rostro con una de sus mangas, había logrado recobrar la compostura un poco. Se preguntaba si lograría sacarle a Kya algo más que sólo ese par de consejos que le había dado hasta ahora, él se había abierto ante ella y no veía el porqué ella no pudiera hacer lo mismo ¿Sería tan difícil para ella el abrirse hacia los demás?

 

Cillian nunca había tenido problemas para abrirse ante los demás, por lo menos no que él recordara. Centró su mirada en la pared frente a él, intentado recordar la última vez que había estado en una situación como aquella y era imposible el encontrar algún recuerdo que no estuviera relacionado con Juliene.

 

¿Por qué seguía pensando en ella? ¿Por qué los recuerdos que tenía junto a ella eran los únicos que se mantenían firmes en su memoria? Recordaba bien el día que la había conocido, también el día de su boda y todas aquellas tardes que habían pasado juntos en algún lugar del mundo, pero los escenarios aparecían siempre desdibujados.

 

— Soy pésimo —respondió al cabo de unos segundos—, pero puedes enseñarme si quieres.

 

Le costó un poco ponerse de pie y cuando lo logró se sacudió de la ropa un polvo imaginario, acto seguido le extendió una mano a Kya.

 

— Entonces, ¿vamos a mi habitación o hacemos algo más?

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"Sí", habría dicho en voz alta, pero lo omitió y movió un poco su cabeza hacia la izquierda. Los tenía bien escondidos hasta de ella misma. No podría estar tranquila si siguiera persiguiendo al hombre que le había encajado a Betelgeuse, o al fenixiano que la torturó. Lo segundo le parecía más importante, pues gracias a esa tortura apareció el demonio, el anciano sólo había hecho el contrato engañando a Kya. Había viajado tanto, había estudiado como nadie y sin embargo nunca pudo hallar una solución. Lo único que la mantenía tranquila era que mientras su anillo se mantuviera en ese lugar, Betelgeuse no podría dominarla.

 

Pero esa afirmación de Cillian llevó a su memoria muchos recuerdos que le dolían, sobretodo el más escondido de su propio corazón. Nunca pudo comprender cómo su primo pudo haber traicionado a la Marca y a ella misma yéndose a la Orden del fénix. A él le había contado todo sobre ella, incluso sus más escondidas debilidades. Por algún tiempo tuvo temor a que contase todo lo que sabía, pero parecía que no lo había hecho. Si bien se comunicaron algunas veces, él había desaparecido por completo en cuando Kya volvió a hacer unos de sus conocidos y duraderos viajes por lugares inhóspitos.

 

—Pues a mí se me da muy bien —dijo ella a la vez que tomaba la mano de Cillian. La percibió tibia—. Puedes ganar muchos galeones apostado a que no te entierras un cuchillo en tu dedo aún haciéndolo lo más rápido que puedes.

 

Kya sabía enseñar muchas cosas, pero su destreza con los cuchillos y espadas era algo practicado por años y años contra los mejores. Podía decirse, también, que su manejo de la varita era aun mejor, sobretodo con maldiciones y transformaciones. Su habitación era como un estudio lleno de cosas extrañas que había creado con cosas tan simples como un peine. Había una mariposa que nunca se iba del cuarto.

 

—Tú guías. No conozco las habitaciones de otras personas.

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Galeones, todo giraba en torno a los galeones en esos días y no podía negar que lo entendía, él mismo tenía una ligera obsesión con mantener su bóveda personal siempre llena. ¿Siempre llena? Su rostro se torció en una pequeña mueca, últimamente la había descuidado demasiado y sus ahorros habían menguado bastante.

 

— Tampoco es que conozca demasiado este lugar, no hace más de un par de semanas que soy un Black —comenzó—. Se dónde esta mi habitación y la de mi madre... Ah, y también se dónde es que esta la habitación de uno de mis primos, pero no sé cual es su nombre.

 

Echó una mirada rápida a Kya y después se dio media vuelta para comenzar a caminar. ¿Qué pensaría en realidad sobre él? Se había mostrado bastante comprensiva, pero hasta ahí así que no podía saber con certeza los pensamientos de la chica. Intentó mantener un paso lento, esperando que ella lo siguiera. No mencionó palabra alguna, volvió a sumirse en sus pensamientos.

 

No tenía una imagen clara sobre su padre, recordaba su nombre y el que era un muggle, pero su rostro lo había olvidado por completo. Resopló, ese era otro de los recuerdos que sentía ajenos aunque se estuvieran volviendo cada vez más lo único real en su memoria. Odiaba esa sensación, odiaba el tener un recuerdo un día y al siguiente que ya no fuera más que una sombra o hubiera desaparecido por completo.

 

— Es ahí —señaló una puerta a un par de pasos de distancia, no tenían mucho tiempo caminando para ese entonces—. No esperes que sea un cuarto lindo, en realidad no hay mucho que ver.

 

Como ya le había dejado saber, no llevaba demasiado tiempo viviendo en aquel castillo así que en aquella habitación no había más que lo básico; una cama, un guardarropa y una pequeña mesa de noche. Se acercó hasta la puerta y giró la perilla, pero no entró el primero, invitó a Kya que lo hiciera,

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- ¿Qué necesitas? ¿Más espacio? Cada vez que creo entenderte, resulta que no es así.

 

Él seguía de espaldas a ella. Se había apoyado en su espalda, como si de alguna manera encontrara paz en esa estilizada espalda morocha. En ese cuerpo, encontraba una paz peculiar. Podría decir que para Orión existían diferentes tipos de la misma, algunas que lo tendían a llevarlo a una zona de confort. Con Gatiux no. Era totalmente lo contrario. Algo excitante, dinámico, que lo llevaba a un cambio constante. Y eso era hermoso.

 

- No tengo miedo de ponerle un nombre. Pero ¿para qué? Somos tú, somos yo, somos nosotros.

 

La apretó con aún más fuerza tras decir lo último. Toda su cara seguía apoyada en su espalda y cuello y exhaló fuertemente por su nariz. No es que le tenía miedo a la velocidad, sino es que necesitaba procesar mejor cómo iban las cosas. No quería transitar esa etapa de su vida sin ella. Por fin se habían alineado tantos planetas.

 

- No es la rapidez. Es que quiero asegurarme de estar contigo en estos momentos. Te necesito acá. Éste es tu espacio. No tengo miedo de dar el siguiente paso.

 

Tragó saliva nuevamente. Y la giró con suavidad, para quedar cara a cara.

 

- Gatiux Malfoy ¿Quieres vivir conmigo en este castillo?

 

La tomó de la mano y sin esperar respuesta la llevó hacia fuera de la habitación, hacia la cocina.

 

- Necesito que conozcas a alguien.

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No sabía cómo es que había llegado al punto de tener tres hogares distintos, y aun así no disponer del tiempo suficiente para dedicárselo a ninguno de ellos. La Triviani, su propio castillo, la Macnair, donde solía estar con su esposo, y finalmente la Black, lugar que la vio crecer. Pero lo cierto es que la mayor parte de su tiempo vivía en la Fortaleza Oscura y solo acudía a su residencia de tanto en tanto, sobre todo cuando necesitaba disponer de su espacio y así poder distenderse un poco. La primera opción siempre era el castillo Triviani, aquel que ella misma había mantenido en pie durante tantos años, un símbolo de su independencia y del vínculo que poseía con su hermana gemela; sin embargo ahora que Candela estaba de vuelta, de pronto ya no le simpatizaba tanto la idea de ir allí para relajarse. La Macnair seguía siendo ajena para ella, pues más allá de su unión en matrimonio no llegaba considerarla su hogar, por lo que esto la dejaba una vez más con la vieja y confiable Black.

 

- Prepárame la bañera – le espetó al elfo que aguardaba expectante en la puerta de su habitación.

 

No podía sacudirse de encima la sensación de que aquel lugar pertenecía a su infancia, como si fuera un dominio anclado en el pasado y que por tanto no debía ser perturbado. Sus antiguas paredes albergaban tantos recuerdos, ecos de risas y conversaciones susurradas, navidades pasadas con rostros que ya casi ni recordaba; todos pululaban como fantasmas alrededor suyo cada vez que ponía un pie en aquel castillo. No tenía motivos para rehuir a su niñez: amada y consentida por sus padres, siempre de la mano de su hermana, prodigiosa en sus estudios y alcanzando cada meta propuesta en su camino; otros dirían incluso que la joven Black había tenido un comienzo muy acomodado, nada por lo cual sentir rechazo.

 

Pero es que tampoco era rechazo lo que sentía…, o al menos no en ese sentido. Lo que le acongojaba era la nostalgia; era el pesar de recordar épocas más simples y amenas, sencillas pero felices. En su mente no encontraba relación entre aquellos preciados recuerdos y lo que la mortífaga era hoy en día, entre la naturaleza despreocupada de la niña que alguna vez fue y la mujer atestada de responsabilidades que era ahora. Y aun así, por muy contradictorio que fuera, encontraba que en aquel lugar podía volver a ser la niña de su pasado, aunque solo fuera en la intimidad de su habitación o bajo la oscura mirada de su padre.

 

Completamente desnuda, rodeada por el vapor que saturaba el pequeño cuarto de baño, se sumergió en la espumante bañera al tiempo en que dejaba escapar un prolongado suspiro. Se recostó en ella apoyando la nuca en el borde y flexionando sus rodillas, con los ojos cerrados y la mente en blanco mientras que permitía que sus músculos se relajaran lentamente gracias al calor que se filtraba por cada poro de su piel.

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Estando allí, mientras Orión le abrazaba por la espalda y veían nevar, Gatiux pensó que no necesitaba mucho más en la vida. Ni siquiera el montón de galeones que se afanaba por aumentar en su bóveda personal cada mes. Estando con alguien a quien quería y le comprendía a niveles que subyacían lejos de la superficie, más allá del bonito envoltorio. La calma de su tempestad. Aquel era uno de esos efímeros instantes de felicidad, por eso sonrió cuando el Black le apretó aún más en el abrazo.

- No es la rapidez. Es que quiero asegurarme de estar contigo en estos momentos. Te necesito acá. Éste es tu espacio. No tengo miedo de dar el siguiente paso. -dijo Orión- Gatiux Malfoy ¿Quieres vivir conmigo en este castillo?

Los ojos amarillos de la banshee bucearon en el azul que le enfrentaban, tal vez buscando algún asomo de duda o vacilación pero no encontró nada de ello. Le sonrió, feliz, llegando a la conclusión que había evitado desde el regreso del Black tras el día en que se presentó en la Mansión Malfoy resucitando de entre los muertos. No había servido de nada creer que aquel sentimiento estaba enterrado en lo más profundo, inalcanzable, ya que tras volver a verse sintió nuevamente la órbita tirando de ella, atrayéndola hacia lo irremediable.

No le dio tiempo a contestar, ya que tiró de ella hacia fuera de la habitación para presentarle a alguien. Lo único que pudo hacer antes de salir de la habitación fue un golpe de varita para que sus pertenencias hicieran el camino inverso al que realizaron hasta el momento, moviéndose desde la maleta hacia los armarios. Todavía se encontraba tan aturrullada por la pregunta que simplemente se dejaba guiar escaleras abajo.

- ¡Espera! ¡Espera!

Gatiux se paró y tiró de la mano de Orión, parándose en mitad del pasillo y tironeando de él hacia un rincón. Se había dado cuenta por fín que aquella necesitaba ser respondido, merecía ser respondido, todo lo que implicaba era demasiado importante como para no ser claro y conciso, espantando las dudas que en un futuro pudieran surgir. Colocó un mechon de su cabellera violeta mientras ordenaba lo que quería decir. Mordió su labio inferior y luego le miró.

- Me acabo de dar cuenta de que no te he respondido ahí arriba. Sí, si quiero vivir contigo Orión Black. No quiero nada si no es contigo. -Gatiux sonrió para tomar aire, desviando la mirada por un instante- Espero que sepas que eso conlleva compartir habitación, luego no quiero sorpresas.

Rió y lo atrajo hacia sí para darle un tierno beso en la boca. Luego le hizo un gesto con la palma para que continuase con el camino que habían emprendido, sin soltar su otra mano. Cuando llegaron a la cocina, la Malfoy frunció el ceño y miró a Orión, transmitiéndole una pregunta silenciosa. ¿A quién iba a conocer si allí sólo estaban ellos dos?

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Ese beso tuvo el poder del mismísimo dios del tiempo para él, porque todo se congeló. Básicamente, desde que había hecho la pregunta, se moría con cada segundo sin que ella diera respuesta. Y eso, obviamente, le dio un gran respiro. Porque con esa respuesta, algo muy dentro de él se encendió. Una pequeña llama, que le daba calor al resto del cuerpo. Ahora empezaba para él algo diferente, y no podía ignorar ese dejo de aventura.

 

Sonrió ante el comentario de la habitación. Obviamente irían a la suya, en esa torre pequeña que servía también como estudio. A veces las noches podían ser demasiado crudas, y por más capas de colchas y sábanas lo cubrieran, no lograba mantener el calor. Y ella, ella podía ser la solución, de ese y de tantos problemas más.

 

Y a decir verdad, Orión quería presentarle a Aziid. Un joven a quien se había encontrado en una taberna de mala muerte por el callejón y quien sorpresivamente había tomado como protector dentro de la Black. Nunca supo exactamente qué había pasado dentro de la historia del Base, pero era tan Black como él.

 

- Hay alguien. Aziid. No sé si lo recuerdes, con todo eso que pasó en Octubre con Luisitha. Ya sabes. Él estuvo ahí y bueno, lo he tomado como “hijo” hasta que se sepa bien su parentesco con la familia.

 

Y ahí estaba esa veta paternal.

 

- No me olvido del recuerdo.

 

Lo había soltado. El vaso seguía en la cocina. Pero Mahia, Mahia se había aparecido en la cocina sin que tomara conciencia de la presencia de la pajera. El Black carraspeó con fuerza, intentando llamar la atención. No hacía falta ser adivino para sentir la tensión que había desde el desayuno.

 

- Yo buscaré al otro, creo que tienes cosas que hablar con ella.

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— Así es mi forma favorita de verte.

Alyssa soltó un pequeño grito e inmediatamente cogió su varita, de ella surgieron chispas verdosas que iluminaron el baño y seguidamente un rayo cruzó directamente hacia mi. De no contar con los reflejos y la costumbre de los duelos estaría muerto en el suelo en ese instante, pero fui lo suficientemente rápido para pensar Necrohands. Las manos, de la misma textura de a cerámica, se alzaron y me protegieron del hechizo de la Triviani.

— Que manera de recibir a tu esposo.

— Maldita sea.

Sonreí al escucharla maldecir, pocas veces lo hacia. Su cuerpo se relajó al reconocerme, pero con la misma rapidez frunció el ceño y supe en lo que estaba pensando en ese instante. Reposé el cuerpo de mi peso en el marco de la puerta encogiéndome de hombros.

— No me ibas a matar, así que no te mortifiques. Sabes que un ataque así de directo nunca pudiera hacerme algo.

Me acerqué lento a la bañera, con precaución, arremangando la camisa hasta el antebrazo. La cara de Alyssa era una misterio que revelaba peligro y que de verdad quería matarme en esa oportunidad, pero no lo haría. Me senté al borde de la bañera a la altura de su cara y lleve las a sus hombros, luego, aunque al comienzo se quejara con bruscos movimientos para que no la tocara, empecé a masajearla en dirección al cuello y fue cuestión de segundos para que se rindiera.

— Quería darte una sorpresa y me recibes con una maldición, esos no son tratos para un esposo según lo que tengo entiendo. —quizás eran muy pronto para sacar el tema, pero solté una risita al mismo tiempo que Alyssa. Por eso me había casado con ella.

 

@@Alyssa Black Triviani

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Atesoraba aquellos pequeños momentos con todas sus fuerzas, tan fugaces y efímeros, un suspiro de paz dentro de todo el caos. El vapor junto al intenso aroma de las rosas la ponían somnolienta; tenía la melena borgoña recogida en un improvisado rodete aunque no tan prolijo y algunos mechones sueltos permanecían adheridos a su piel, por la nuca y alrededor de su rostro. Pequeñas gotas de sudor se aglomeraban hasta que una de ellas descendía lentamente, atravesando su mejilla, surcando el cuello y deslizándose por su pecho hasta perderse finalmente en la espuma que le cubría. Seguía con los ojos cerrados y una ligera sonrisa en los labios, regodeándose en el placer que le producía el agua tibia en contacto con sus músculos, permitiendo que su mente divagara sin rumbo fijo.

 

Se encontraba tan absorta en su momento que ni siquiera le escuchó llegar, por tanto al sentir su voz tan cerca de ella el corazón le dio tal vuelco que por un momento creyó que encontraría la forma de salirse de su cuerpo. Sus movimientos fueron mucho más rápidos que los propios pensamientos; ni siquiera se había dado tiempo a procesar la voz o las palabras que había escuchado cuando ya tenía la varita en mano, sus labios pronunciaron el maleficio imperdonable y el rayo de luz verde surcó la habitación. Todo esto fue una secuencia que se dio en cuestión de segundos, un acto reflejo programado ya mucho antes de que su mente pudiera dar la orden, el resultado de su instinto más primitivo.

 

Se escuchó el estruendo del choque que produjo la maldición…, y luego silencio.

 

- Qué manera de recibir a tu esposo – las palabras se abrieron paso a través de la niebla junto a la imagen del Macnair, que comenzaba a clarear a medida que se acercaba a la bañera.

 

- Maldita sea – siseó la Black dejando escapar la tensión con un gruñido. Soltó su varita dejándola caer al suelo junto a la bañera mientras que llevaba una de sus manos al rostro, pinchando el tabique de su nariz en un vano intento por relajar la expresión.

 

La culpa no tardó en llegar, arrolladora como siempre, recordándole que había estado a punto de matar a su esposo. Él la conocía bien y no tardó en adivinar los pensamientos que le acosaban en esos momentos, pero ni siquiera sus apaciguadoras palabras consiguieron calmarla. Solo pensar lo que podría haber pasado si el Macnair no hubiera llegado a reaccionar a tiempo le provocaba un nudo en el estómago, pero a la culpa rápidamente le abrió paso al enfado. Su expresión parecía de piedra, con la furia bullendo bajo el frío azul de sus ojos que se mantenían fijos en la pared opuesta, negándose a entrar en contacto con el Ángel Caído.

 

- Yo no estaría tan segura – siseó la Triviani.

 

Pik se limitó a esbozar una sonrisa divertida mientras que sus manos buscaron los hombros de la Black, ella se resistía con movimientos bruscos tratando de alejarlo y así evitar su contacto. Pero la cercanía del mortífago comenzaba a pasar factura y el enfado de la Triviani se derretía con extrema rapidez. Finalmente cedió y acabó riendo junto con él, permitiendo que las manos del Macnair acariciaran su piel despertando en ella una nueva oleada de tensión, pero que nada tenía que ver con la que había experimentado momentos antes. Parecía haber una conexión directa entre la piel que el mago tocaba y su entrepierna, sentía la corriente eléctrica bajando con ímpetu a través de su cuerpo y hasta los confines más remotos de su deseo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás al tiempo en que dejaba escapar un suspiro de puro placer, a pesar de lo caldeado que estaba el ambiente sintió como se erizaba cada centímetro de su piel mientras que los dedos del mortífago marcaban un sinuoso camino descendiendo por su pecho.

 

Era difícil de explicar los efectos que aquel hombre tenía en ella. Le aterraba y sobrecogía de dicha al mismo tiempo notar el poder que ejercía sobre su persona, la habilidad para aplacarla cuando nadie más podía hacerlo, el bálsamo para su carácter tan explosivo y exponente de sus mejores cualidades. No era de extrañar que fuera ella quien pidiera la mano de Pik en matrimonio, y es que jamás en su vida había dado con una persona capaz de causar tales efectos en su vida.

 

@@Pik Macnair

Editado por Alyssa Black Triviani

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